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El Camino del Guerrero (Libre)
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El Camino del Guerrero (Libre)
Como fluyen los ríos montaña abajo cuando el invierno da paso a la primavera. Así pasaba el tiempo, lento incluso para los estándares de un alma perezosa y lozana. La gente había migrado al amparo de la noche y el sake había fluído como los ríos que acaban secándose. Como si algún dios caprichoso se lo hubiese bebido en su sed. El ambiente del pequeño salón de té había decaído drásticamente en las últimas y negras horas del día, y eso empezaba a ser aburrido. No había campesinos jugando a los dados ni mujeres bonitas acompañando a nadie con sus tímidas sonrisas y sus bellos kimonos. Además se había acabado el sake. De todo, eso era realmente lo peor.
El gran hombre holgazaneaba recostado sobre el amarillento tatami del pequeño salón mientras se rascaba detrás de la oreja. El lugar no era demasiado lujoso ni ordenado. No más que una habitación del tamaño de una casa pequeña con mesas viejas y unas camareras no demasiado guapas. La decoración pedía a gritos un toque moderno y a ser posible femenino, pero a pesar de eso era del agrado del hombre. Al fin y al cabo el sake era bueno. Y a veces podía jugar a los dados con los cansados maridos que habían vuelto de trabajar tras largas horas al sol. En ocasiones incluso ganaba. El guerrero fruncía el ceño mientras maldecía para sus adentros su suerte. Al menos le quedaba el sake de su calabaza. Era cuanto menos reconfortante pensar en eso.
La luz de la habitación comenzó a perder fuerza, como si todo lo que había a su alrededor dejase de ser importante, mero atrezzo secundario poco relacionado con la trama principal de la obra. Todo perdía consistencia menos él mismo. Y poco a poco el salón fue volviéndose más iluminado, más hermoso y, por desgracia para él, mucho más familiar. En un parpadeo estaba en el pequeño y viejo salón de té y al siguiente estaba en otra parte completamente distinta. Un lugar que no sabía ubicar muy bien, pero que allí estaba. Tan real como él mismo. El rostro del hombre se tornó en una vaga expresión de desidia y fastidio. Siempre lo molestaba cuando intentaba relajarse.
Ante él apareció una mesa baja, mucho más cuidada que la del viejo salón de té, y tras la misma una visión extrañamente peculiar. Tras la mesa, en la que había una botella de sake y una vaso de arcilla, descansaba una enorme rana naranja vestida con una chaquetilla de piel con expresión severa y brazos cruzados. El hombre se la quedó mirando irritado, resopló y miró para otro lado.
"Sírveme"-ordenó la rana con un movimiento de su pata hacia la mesa.
El guerrero hizo oídos sordos a la orden y comenzó a rascarse el interior de la naríz con el dedo.
"¡Maldita sea, he dicho que me sirvas!"-gruñó la rana mientras sacaba un abanico de papel plegado y golpeaba la mesa con fuerza.
El hombre cambió su posturá y se colocó sentado frente a la mesa. Pero su expresión fastidida y su mirada esquiva no varió lo más mínimo. Tras unos minutos en silencio se cansó.
"Ahg, por qué siempre tienes que molestarme cuando estoy descansado rana del demonio."- bufó.-"¿Acaso no te han enseñado que no se debe molestar a un hombre cuando bebe?"
La cara de la rana se torció en una mueca de enfado. Parecía a punto de explotar.-"¡Pero si no sabes hacer otra cosa que holganazear y beber!"-sentenció.-"¿Como se supone que voy a hacer un hombre de ti?"
El guerrero se combulsionó hacia delante aguantando la risa.-"¿Tu hacer de mi un hombre? Pero si no eres más que una ranita..."-no pudo contenerse y estalló en carcajadas.
La piel, ya de por sí anaranjada del espíritu comenzó a tornarse roja a medida que la ira lo invadía. Abanico en mano, saltó sobre el guerrero a quién golpeó con fuerza en la cabeza con el mismo. El hombre se quedó parado de pronto, sin saber bien como reaccionar. No dejaba de pensar en lo desquiciante de la situación. Una pequeña rana naranja le había golpeado con un abanico de papel...
El espíritu rana volvió a su posición original y repitió su orden.-"Sírveme."
El hombre la miró mientras arqueba una ceja. No pudo evitar preguntar.-"¿Por qué?"
La rana permaneció quieta en esa misma posición unos segundos interminables. El guerrero no sabía si esperar otro golpe. Pero en su lugar la rana contestó complacida.-"Porque ese es tu deber. ¿Acaso no eres un samurai?"
Y con un pestañeo, así como había aparecido, desapareció. Antes los sorprendidos ojos del guerrero, volvía a encontrarse en el pequeño y viejo salón de té.
"Maldita rana del demonio, primero me molesta con sus idioteces y luego se marcha sin decir nada más. No hay quién la entienda."-maldijo más para sí mismo que para otros.
Se incorporó y se despidió del dueño con un movimiento de cabeza y una sonrisa, y se encaminó de regreso a los dormitorios con el pensamiento de que tal vez pudiese dar un trago de su calabaza antes de regresar.
El Rukongai era un laberinto de casas de madera y estrechas callejuelas débilmente iluminadas por la luz de la media luna y alguna que otra casa. Allí vivían los pobres y cansados campesinos que trabajaban en los puestos, plantaciones y como sirvientes para los del interior del Sereitei. Cuán diferente era aquella vida a la que llevaban tras la muralla. Odiaba reconocerlo, pero hasta en la muerte había injusticias. Divagaba en sus pensamientos mientras le llamó la atención los sonidos de una discusión y algún grito. A la luz de los farolillos pudo distinguir dos grupos. Uno de ellos llevaba un farol y estaba compuesto por un hombre menudo y de aspecto agotado, su esposa y un niño pequeño que esta llevaba en una cesta a la espalda. El otro grupo sin duda parecían meros bandidos, vestidos con pañuelos y empuñando cortas espadas. Sin duda había problemas.
Los ladrones amenazaban al hombre del farol para que entregase cuanto llevase de valor, a riesgo de no hacerlo de poner en peligro su vida y la de los suyos. Los bandidos eran tres y estaban vagamente armados.
"¡Vaya, mira que mala suerte!-gritaba el que parecía el lider.-"Has ido a parar a nuestro callejón, y si quieres pasar tendrás que pagar con todo lo que tengas. Pobre de ti como no lo hagas."
"Por favor, señores, no tengo nada, solo soy un pobre campesino que regresa a casa. Lo siento mucho."-el hombre bajaba la cabeza y se humillaba a pesar del miedo que sentía. No quería poner en peligro a su familia haciendose el héroe.
"Así que no tienes nada. Quizás no sabes con quién estás tratando, maldita rata."-fanfarroneó.-"¡Somos el dragón de tres cabeza de Ikebara! Somos temidos en toda esta parte del Rukongai. Si no tienes nada, quizás debamos llevarnos a tu mujer. Estoy seguro que podría sernos muy útil. ¿No os parece?"
El resto rió de manera burlesca y salvaje. Parecían escoria de la más baja calaña.
"¡No por favor, haced conmigo lo que sea, pero dejad a mi esposa! ¡Por favor!-suplicó el hombre.
"Vaya, parece que hay una fiesta y nadie me ha invitado."-surgió la cortande voz del guerrero desde las sombras.-"Odio eso."
"¡¿Qué?! ¿Acaso otro campesino estúpido que está buscando que le maten? "-gritó el líder.-"Acaso no sabes que..."
"Si, si, si, sois el dragón de tres cabezas de Ikebara."-Interrumpió el guerrero."Me pregunto cuanto tardaré en cercenarlas."
Salió de las sombras parcialmente, como si éstas se negaran a rebelar su rostro, fiero y desafiante. Él era así. Disfrutaba con las bromas cuando estaba de buen humor, pero se volvía mortalmente sería cuando luchaba. Y estaba deseando enfrentar a esa escoria.
"¡¿Qué?! ¿Como osas interrumpirme?"-rugió su cabecilla."¡A por él, matadle!"
Sus dos secuaces se lanzaron contra el hombre empuñando sus afiladas armas con un grito salvaje. El rostro del guerrero parecía disfrutar el momento. Y con un rápido movimiento desenfundó su espada. El primero se lanzó con un tajo vertical, que el hombre esquivó dando un paso hacia la derecha y golpeandolo con un rápido golpe. Este cayó al suelo con un grito con serios cortes en los brazos.
"Uno."-Emnumeró el guerrero.
El segundo sintió un escalofrío tras ver caer a su compañero y cargó con intención de empalarlo más por la desesperación que por deseo. Con un relampagueante mandoble, el hombre lo derribó, tan herido como su amigo.
"Dos."-terminó.
Los campesinos quedaron sorprendidos tras tamaña exhibición de destreza y se inclinaron para agradecerle el haberlos salvado. El guerrero se sentía satisfecho de su trabajo, no necesitaba más recompensa que saber que había hecho lo correcto. Bueno puede que quizás no rechazase una buena botella de se sake.
"No hay sido nada. Solo hago mi trabajo. Esos tres malean...."- se detuvo a la mitad. Alzó la mano derecha y miró a sus enemigos derrotados."Uno, dos, .... ¡Maldición!."
En la lejanía, el líder de los ladrones corría como alma que llevaba el diablo callejuela abajo. El hombre conocido como Miyamoto kenji se despidió con un gesto apurado de los felices y sorprendidos campesinos e inició la persecución por las estrechas calles del Rukongai.
El gran hombre holgazaneaba recostado sobre el amarillento tatami del pequeño salón mientras se rascaba detrás de la oreja. El lugar no era demasiado lujoso ni ordenado. No más que una habitación del tamaño de una casa pequeña con mesas viejas y unas camareras no demasiado guapas. La decoración pedía a gritos un toque moderno y a ser posible femenino, pero a pesar de eso era del agrado del hombre. Al fin y al cabo el sake era bueno. Y a veces podía jugar a los dados con los cansados maridos que habían vuelto de trabajar tras largas horas al sol. En ocasiones incluso ganaba. El guerrero fruncía el ceño mientras maldecía para sus adentros su suerte. Al menos le quedaba el sake de su calabaza. Era cuanto menos reconfortante pensar en eso.
La luz de la habitación comenzó a perder fuerza, como si todo lo que había a su alrededor dejase de ser importante, mero atrezzo secundario poco relacionado con la trama principal de la obra. Todo perdía consistencia menos él mismo. Y poco a poco el salón fue volviéndose más iluminado, más hermoso y, por desgracia para él, mucho más familiar. En un parpadeo estaba en el pequeño y viejo salón de té y al siguiente estaba en otra parte completamente distinta. Un lugar que no sabía ubicar muy bien, pero que allí estaba. Tan real como él mismo. El rostro del hombre se tornó en una vaga expresión de desidia y fastidio. Siempre lo molestaba cuando intentaba relajarse.
Ante él apareció una mesa baja, mucho más cuidada que la del viejo salón de té, y tras la misma una visión extrañamente peculiar. Tras la mesa, en la que había una botella de sake y una vaso de arcilla, descansaba una enorme rana naranja vestida con una chaquetilla de piel con expresión severa y brazos cruzados. El hombre se la quedó mirando irritado, resopló y miró para otro lado.
"Sírveme"-ordenó la rana con un movimiento de su pata hacia la mesa.
El guerrero hizo oídos sordos a la orden y comenzó a rascarse el interior de la naríz con el dedo.
"¡Maldita sea, he dicho que me sirvas!"-gruñó la rana mientras sacaba un abanico de papel plegado y golpeaba la mesa con fuerza.
El hombre cambió su posturá y se colocó sentado frente a la mesa. Pero su expresión fastidida y su mirada esquiva no varió lo más mínimo. Tras unos minutos en silencio se cansó.
"Ahg, por qué siempre tienes que molestarme cuando estoy descansado rana del demonio."- bufó.-"¿Acaso no te han enseñado que no se debe molestar a un hombre cuando bebe?"
La cara de la rana se torció en una mueca de enfado. Parecía a punto de explotar.-"¡Pero si no sabes hacer otra cosa que holganazear y beber!"-sentenció.-"¿Como se supone que voy a hacer un hombre de ti?"
El guerrero se combulsionó hacia delante aguantando la risa.-"¿Tu hacer de mi un hombre? Pero si no eres más que una ranita..."-no pudo contenerse y estalló en carcajadas.
La piel, ya de por sí anaranjada del espíritu comenzó a tornarse roja a medida que la ira lo invadía. Abanico en mano, saltó sobre el guerrero a quién golpeó con fuerza en la cabeza con el mismo. El hombre se quedó parado de pronto, sin saber bien como reaccionar. No dejaba de pensar en lo desquiciante de la situación. Una pequeña rana naranja le había golpeado con un abanico de papel...
El espíritu rana volvió a su posición original y repitió su orden.-"Sírveme."
El hombre la miró mientras arqueba una ceja. No pudo evitar preguntar.-"¿Por qué?"
La rana permaneció quieta en esa misma posición unos segundos interminables. El guerrero no sabía si esperar otro golpe. Pero en su lugar la rana contestó complacida.-"Porque ese es tu deber. ¿Acaso no eres un samurai?"
Y con un pestañeo, así como había aparecido, desapareció. Antes los sorprendidos ojos del guerrero, volvía a encontrarse en el pequeño y viejo salón de té.
"Maldita rana del demonio, primero me molesta con sus idioteces y luego se marcha sin decir nada más. No hay quién la entienda."-maldijo más para sí mismo que para otros.
Se incorporó y se despidió del dueño con un movimiento de cabeza y una sonrisa, y se encaminó de regreso a los dormitorios con el pensamiento de que tal vez pudiese dar un trago de su calabaza antes de regresar.
El Rukongai era un laberinto de casas de madera y estrechas callejuelas débilmente iluminadas por la luz de la media luna y alguna que otra casa. Allí vivían los pobres y cansados campesinos que trabajaban en los puestos, plantaciones y como sirvientes para los del interior del Sereitei. Cuán diferente era aquella vida a la que llevaban tras la muralla. Odiaba reconocerlo, pero hasta en la muerte había injusticias. Divagaba en sus pensamientos mientras le llamó la atención los sonidos de una discusión y algún grito. A la luz de los farolillos pudo distinguir dos grupos. Uno de ellos llevaba un farol y estaba compuesto por un hombre menudo y de aspecto agotado, su esposa y un niño pequeño que esta llevaba en una cesta a la espalda. El otro grupo sin duda parecían meros bandidos, vestidos con pañuelos y empuñando cortas espadas. Sin duda había problemas.
Los ladrones amenazaban al hombre del farol para que entregase cuanto llevase de valor, a riesgo de no hacerlo de poner en peligro su vida y la de los suyos. Los bandidos eran tres y estaban vagamente armados.
"¡Vaya, mira que mala suerte!-gritaba el que parecía el lider.-"Has ido a parar a nuestro callejón, y si quieres pasar tendrás que pagar con todo lo que tengas. Pobre de ti como no lo hagas."
"Por favor, señores, no tengo nada, solo soy un pobre campesino que regresa a casa. Lo siento mucho."-el hombre bajaba la cabeza y se humillaba a pesar del miedo que sentía. No quería poner en peligro a su familia haciendose el héroe.
"Así que no tienes nada. Quizás no sabes con quién estás tratando, maldita rata."-fanfarroneó.-"¡Somos el dragón de tres cabeza de Ikebara! Somos temidos en toda esta parte del Rukongai. Si no tienes nada, quizás debamos llevarnos a tu mujer. Estoy seguro que podría sernos muy útil. ¿No os parece?"
El resto rió de manera burlesca y salvaje. Parecían escoria de la más baja calaña.
"¡No por favor, haced conmigo lo que sea, pero dejad a mi esposa! ¡Por favor!-suplicó el hombre.
"Vaya, parece que hay una fiesta y nadie me ha invitado."-surgió la cortande voz del guerrero desde las sombras.-"Odio eso."
"¡¿Qué?! ¿Acaso otro campesino estúpido que está buscando que le maten? "-gritó el líder.-"Acaso no sabes que..."
"Si, si, si, sois el dragón de tres cabezas de Ikebara."-Interrumpió el guerrero."Me pregunto cuanto tardaré en cercenarlas."
Salió de las sombras parcialmente, como si éstas se negaran a rebelar su rostro, fiero y desafiante. Él era así. Disfrutaba con las bromas cuando estaba de buen humor, pero se volvía mortalmente sería cuando luchaba. Y estaba deseando enfrentar a esa escoria.
"¡¿Qué?! ¿Como osas interrumpirme?"-rugió su cabecilla."¡A por él, matadle!"
Sus dos secuaces se lanzaron contra el hombre empuñando sus afiladas armas con un grito salvaje. El rostro del guerrero parecía disfrutar el momento. Y con un rápido movimiento desenfundó su espada. El primero se lanzó con un tajo vertical, que el hombre esquivó dando un paso hacia la derecha y golpeandolo con un rápido golpe. Este cayó al suelo con un grito con serios cortes en los brazos.
"Uno."-Emnumeró el guerrero.
El segundo sintió un escalofrío tras ver caer a su compañero y cargó con intención de empalarlo más por la desesperación que por deseo. Con un relampagueante mandoble, el hombre lo derribó, tan herido como su amigo.
"Dos."-terminó.
Los campesinos quedaron sorprendidos tras tamaña exhibición de destreza y se inclinaron para agradecerle el haberlos salvado. El guerrero se sentía satisfecho de su trabajo, no necesitaba más recompensa que saber que había hecho lo correcto. Bueno puede que quizás no rechazase una buena botella de se sake.
"No hay sido nada. Solo hago mi trabajo. Esos tres malean...."- se detuvo a la mitad. Alzó la mano derecha y miró a sus enemigos derrotados."Uno, dos, .... ¡Maldición!."
En la lejanía, el líder de los ladrones corría como alma que llevaba el diablo callejuela abajo. El hombre conocido como Miyamoto kenji se despidió con un gesto apurado de los felices y sorprendidos campesinos e inició la persecución por las estrechas calles del Rukongai.
Miyamoto Kenji- Post : 60
Edad : 43
Re: El Camino del Guerrero (Libre)
El día tocaba a su fin, afortunadamente. Eran de esas noches en las que no deseaba permanecer demasiado tiempo encerrada en su habitación del escuadrón; quería caminar, mover los pies y despejar la mente. El trabajo del escuadrón era constante, de lo contrario siempre busca alguna excusa para seguir haciendo cosas, aunque fueran insignificantes. Isono necesitaba mantener su cabeza ocupada en algo, de lo contrario, como un revés inexplicable terminaba sumiéndose en pensamientos ponzoñosos. El tiempo que llevaba en el Gotei le había servido como particular entrenamiento, no sólo en cuestiones tan obvias como el kido, sino también emocionalmente. La distancia entre el escuadrón y su hogar, hacían que se replantease la necesidad de vivir agobiada y eternamente preocupada; de ahí, que desde su asignación definitiva, hubiera aprendido a controlar y priorizar esas obcecaciones de su ánimo.
Caminaba por el Rukongai con pasos distendidos, escuchando el rumor de las calles, las conversaciones distorsionadas de las gentes en el interior de sus hogares como parte del sonido diegético del lugar. Reconocía todas aquellas callejuelas en mayor o menor medida; había crecido allí pese a no haber padecido la dureza que caracterizaba a esa zona de la Sociedad de Almas. La familiaridad acudía a ella al ver una casa o una calle de tránsito.
Lo cierto, es que no le agradaba la idea de caminar sola. No obstante, el mero pensamiento de estar en el escuadrón igualmente sola, se le antojaba aún más desagradable. Eran de esos días inexplicables en los que necesitaba moverse como fuera. No se sentía apabullada ni presionada, aunque sí algo tensa y eso, le provocaba demasiada incomodidad. Así pues salió sin pensárselo dos veces. Le hubiera gustado poder paser con alguna cara conocida pero no deseaba arrastrar a otras personas innecesariamente, y mucho menos cuando había tanto por hacer.
Isono era una persona de costumbres y hábitos muy cerrados, capaz de caer en una rutina tediosa que ni siquiera ella era capaz de soportar. Conforme iba adetrándose más y más en el Rukongai, se percató de lo inapropiado de ir vestida con el uniforme pero tampoco había planeado salir con antelación; además, no esperaba que sucediera nada ni se topase con nadie por lo que no tenía razones para ir más arreglada. Un kimono era elegante y complicado de llevar para alguien con una mentalidad tan práctica; no es que no tuviera o le desagradase llevarlos, sencillamente, le resultaba más cómodo el uniforme o un sencillo yukata. Conservaba numerosos kimonos en la casa familiar, regalo de su padre en un afán por mantenerla cuidada y hacer más profusa esa diluida coquetería propia de la mujer.
De esta guisa, deambulaba por las callejuelas desordenadas. Apenas se detuvo más de dos minutos en un puesto ambulante, atraída por el intenso olor de unos buñuelos. Así pues, con un paquete de papel en la mano y un pincho de madera en la otra, la shinigami continuó. Las bolas de masa dulce iban desapareciendo poco a poco de su mano mientras les dirigía un mohín entristecido de hito en hito. Iba distraída, después de haberse deshecho del fugaz recuerdo de los buñuelos, cuando un repiqueteo de pies le llamaron la atención. Una figura corría como alma que lleva el diablo por la calle, directo hacia ella; dirigiendo miradas continuas hacia atrás, como si escapase de algo o de alguien.
Colocándose en mitad del camino con la intención de ver qué sucedía, alzó un poco la mano derecha para que el hombre detuviera su carrera. Pero nada más lejos; no aminoró ni un solo paso, sino que persistió en su alocada carrera sin percatarse de ella hasta que casi se le tiró encima.
-¡¡¡Aparta mujer!!! -le gritó hecho una furia-.
La shinigami giró sobre sus talones para evitar la embestida. Lejos de permitir que ese sujeto se alejase sin darle respuestas, a su cabeza vinieron las palabras de conjuración mientras canalizaba una discreta cantidad de reiatsu, lo suficiente para no llamar la atención; la eficacia era lo de menos, sólo quería interrumpir unos segundos la escapada. Esperó el instante justo a tenerlo casi un paso por detrás, para realizar los movimientos oportunos.
-Bakudo #1 Sai -musitó con firmeza, sin temblor alguno en la voz; confiada en lo que hacía-.
Los brazos del hombre se torcieron hacia atrás apresados por el bakudo. Al verse impelido por el movimiento de sus brazos, la continuidad de la inercia se vio rota en un segundo e hizo que trastabillase antes de chocar contra el suelo. El impacto sonó contundente, más de lo que Isono hubiera esperado. El hombre rodó hasta colocarse hacia arriba al cabo de unos segundos; del golpe se había roto el labio por lo que una mancha oscura y llena de polvo del suelo, le formaban una costra blanduzca sobre la boca. La miró enfurecido como si el mero hecho de que una mujer lo hubiera tirado al suelo, fuera un grave insulto.
Sin embargo, Isono ni se molestó en amonestarlo. Si huía de algo, debía ser verdaderamente espantoso para correr a tal velocidad y con semejante impetú, o por el contrario, una verdadera estupidez. La mirada limpida y clara de Isono escrutaron al sujeto, esperando ver qué demonios sucedía. Las apariencias y la expresión soez que mostraba no hicieron que la shinigami se mostrase indulgente.
Caminaba por el Rukongai con pasos distendidos, escuchando el rumor de las calles, las conversaciones distorsionadas de las gentes en el interior de sus hogares como parte del sonido diegético del lugar. Reconocía todas aquellas callejuelas en mayor o menor medida; había crecido allí pese a no haber padecido la dureza que caracterizaba a esa zona de la Sociedad de Almas. La familiaridad acudía a ella al ver una casa o una calle de tránsito.
Lo cierto, es que no le agradaba la idea de caminar sola. No obstante, el mero pensamiento de estar en el escuadrón igualmente sola, se le antojaba aún más desagradable. Eran de esos días inexplicables en los que necesitaba moverse como fuera. No se sentía apabullada ni presionada, aunque sí algo tensa y eso, le provocaba demasiada incomodidad. Así pues salió sin pensárselo dos veces. Le hubiera gustado poder paser con alguna cara conocida pero no deseaba arrastrar a otras personas innecesariamente, y mucho menos cuando había tanto por hacer.
Isono era una persona de costumbres y hábitos muy cerrados, capaz de caer en una rutina tediosa que ni siquiera ella era capaz de soportar. Conforme iba adetrándose más y más en el Rukongai, se percató de lo inapropiado de ir vestida con el uniforme pero tampoco había planeado salir con antelación; además, no esperaba que sucediera nada ni se topase con nadie por lo que no tenía razones para ir más arreglada. Un kimono era elegante y complicado de llevar para alguien con una mentalidad tan práctica; no es que no tuviera o le desagradase llevarlos, sencillamente, le resultaba más cómodo el uniforme o un sencillo yukata. Conservaba numerosos kimonos en la casa familiar, regalo de su padre en un afán por mantenerla cuidada y hacer más profusa esa diluida coquetería propia de la mujer.
De esta guisa, deambulaba por las callejuelas desordenadas. Apenas se detuvo más de dos minutos en un puesto ambulante, atraída por el intenso olor de unos buñuelos. Así pues, con un paquete de papel en la mano y un pincho de madera en la otra, la shinigami continuó. Las bolas de masa dulce iban desapareciendo poco a poco de su mano mientras les dirigía un mohín entristecido de hito en hito. Iba distraída, después de haberse deshecho del fugaz recuerdo de los buñuelos, cuando un repiqueteo de pies le llamaron la atención. Una figura corría como alma que lleva el diablo por la calle, directo hacia ella; dirigiendo miradas continuas hacia atrás, como si escapase de algo o de alguien.
Colocándose en mitad del camino con la intención de ver qué sucedía, alzó un poco la mano derecha para que el hombre detuviera su carrera. Pero nada más lejos; no aminoró ni un solo paso, sino que persistió en su alocada carrera sin percatarse de ella hasta que casi se le tiró encima.
-¡¡¡Aparta mujer!!! -le gritó hecho una furia-.
La shinigami giró sobre sus talones para evitar la embestida. Lejos de permitir que ese sujeto se alejase sin darle respuestas, a su cabeza vinieron las palabras de conjuración mientras canalizaba una discreta cantidad de reiatsu, lo suficiente para no llamar la atención; la eficacia era lo de menos, sólo quería interrumpir unos segundos la escapada. Esperó el instante justo a tenerlo casi un paso por detrás, para realizar los movimientos oportunos.
-Bakudo #1 Sai -musitó con firmeza, sin temblor alguno en la voz; confiada en lo que hacía-.
Los brazos del hombre se torcieron hacia atrás apresados por el bakudo. Al verse impelido por el movimiento de sus brazos, la continuidad de la inercia se vio rota en un segundo e hizo que trastabillase antes de chocar contra el suelo. El impacto sonó contundente, más de lo que Isono hubiera esperado. El hombre rodó hasta colocarse hacia arriba al cabo de unos segundos; del golpe se había roto el labio por lo que una mancha oscura y llena de polvo del suelo, le formaban una costra blanduzca sobre la boca. La miró enfurecido como si el mero hecho de que una mujer lo hubiera tirado al suelo, fuera un grave insulto.
Sin embargo, Isono ni se molestó en amonestarlo. Si huía de algo, debía ser verdaderamente espantoso para correr a tal velocidad y con semejante impetú, o por el contrario, una verdadera estupidez. La mirada limpida y clara de Isono escrutaron al sujeto, esperando ver qué demonios sucedía. Las apariencias y la expresión soez que mostraba no hicieron que la shinigami se mostrase indulgente.
Otsuka Isono- Post : 1242
Edad : 38
Re: El Camino del Guerrero (Libre)
Los pasos del guerrero resonaban por los callejones en su infructuosa persecución. El ladrón conocía sin lugar a dudas el laberinto de caminos de esa parte del Runkongai y él solo podía intuir donde podía encontrarse. Kenji corría con verdaderas ganas pero el tipo le llevaba una seria ventaja. Cada vez le costaba más mantener la respiración, era un cuerpo demasiado grande y pesado para fuertes velocidades. Lo suyo era la fuerza explosiva, no la resistencia anaeróbica.
Maldita sea Kenji, deberías entrenar un poco más para variar, tanto sake y arroz te están empezando a pasar factura. Que aún no eres un vejestorio arrugado.- se repetía.
Su respiración era más agitada y creía que la ágil sombra le iba a dar esquinazo de un momento a otro. Adelantó con un potente salto atajando por los tejados. Kenji era ágil, pero no era sutil. No tenía la finura de un ninja, y el sonido del golpe de sus pies repiqueteaban por encima de los tejados, alertando a familias y sacando a ancianos de sus sueños. Pero el atajo había dado resultado, solo necesitaba un pequeño impulso y el bandido sería suyo. Al menos eso pensaba el guerrero, pero el tranquilo gato que se lamía las zarpas con parsimonia tenía otras ideas. Casi no lo vio venir, hasta que lo tuvo encima. No vio venir el peligro que se le abalanzaba; un peligro en forma de mastodonte desaliñado que corría por los tejados. El bufido del gato se oyó en todo el Rukongai cuando el guerrero pisó su cola, y fue suficiente para que perdiese todo la concentración de lo que estaba haciendo y rodase tejado abajo como un leño recién cortado. Posiblemente no se hubiese hecho daño, de no ser por la pequeña carreta de madera que recibió todo el impacto, levantando una nube de polvo y astillas ante el asombrado rostro de la espectadora.
De entre la polvareda emergió la figura de semblante caído y lleno de polvo y magulladuras del enorme guerrero. Caminaba como un cadáver devuelto a la vida que poblaban las historias de terror humanas y un pequeño reguero de sangre le caía desde la sien hasta el mentón. Su rostro era sepulcral y hastiado.
"Gatos... odio... a los gatos." -gruñó para sí.
Maldita sea Kenji, deberías entrenar un poco más para variar, tanto sake y arroz te están empezando a pasar factura. Que aún no eres un vejestorio arrugado.- se repetía.
Su respiración era más agitada y creía que la ágil sombra le iba a dar esquinazo de un momento a otro. Adelantó con un potente salto atajando por los tejados. Kenji era ágil, pero no era sutil. No tenía la finura de un ninja, y el sonido del golpe de sus pies repiqueteaban por encima de los tejados, alertando a familias y sacando a ancianos de sus sueños. Pero el atajo había dado resultado, solo necesitaba un pequeño impulso y el bandido sería suyo. Al menos eso pensaba el guerrero, pero el tranquilo gato que se lamía las zarpas con parsimonia tenía otras ideas. Casi no lo vio venir, hasta que lo tuvo encima. No vio venir el peligro que se le abalanzaba; un peligro en forma de mastodonte desaliñado que corría por los tejados. El bufido del gato se oyó en todo el Rukongai cuando el guerrero pisó su cola, y fue suficiente para que perdiese todo la concentración de lo que estaba haciendo y rodase tejado abajo como un leño recién cortado. Posiblemente no se hubiese hecho daño, de no ser por la pequeña carreta de madera que recibió todo el impacto, levantando una nube de polvo y astillas ante el asombrado rostro de la espectadora.
De entre la polvareda emergió la figura de semblante caído y lleno de polvo y magulladuras del enorme guerrero. Caminaba como un cadáver devuelto a la vida que poblaban las historias de terror humanas y un pequeño reguero de sangre le caía desde la sien hasta el mentón. Su rostro era sepulcral y hastiado.
"Gatos... odio... a los gatos." -gruñó para sí.
Miyamoto Kenji- Post : 60
Edad : 43
Re: El Camino del Guerrero (Libre)
El estruendo acompasado por el chillido agudo de un gato hicieron que torciera la cabeza en su dirección con el fin de ver que demonios sucedía. Tal que si un pesado meteorito hubiera chocado contra el suelo, una densa nube de polvo se alzó junto a una leve y pasajera llovizna de astillas, dejando paso a una oscura silueta enorme que se aquejaba entre murmurros ahogados. Un hombre de talla considerable y abundante melena negra, hizo aparición en cuando la nube de polvo y mugre se hizo a un lado.
-Gatos... odio... a los gatos -gruñó-.
La mujer lo observó sin saber muy bien qué pensar de aquella aparición estelar. Cabía la posibilidad de que aquel tipejo fuese el perseguidor del otro sujeto; sus apariencias eran cuanto menos opuestas pese a la roña. Uno era pequeño y malhablado, el otro parecía más bruto que inteligente; las posibilidades eran cuanto menos absurdas. Trató de sacar algo en claro con respecto al recién llegado, pero salvo su aspecto desaliñado y la forma física... podría tratarse de cualquiera.
-¿Quién eres? Dime tu nombre y qué haces tras éste tipejo -inquirió indicando con un leve gesto de cabeza al hombre que permanecía en el suelo-. Résponde.
Isono aguardó la respuesta, escrutando al accidentado y recién llegado. La luz de la luna incidía de frente en el rostro haciendo que sus ojos se tornasen ligeramente plateados, convirtiéndo su rostro en una gélida máscara de perfecta porcelana. La mano de la mujer asía la empuñadura de su zampakutou, claramente visible sujeta a la izquierda de sus caderas; la espalda recta en un pose autoritaria aunque no hostil pese a no dejar su arma.
El hombre, con el labio roto y las manos todavía sujetas a la espaldas por el bakudo de Isono, se las apañó para ponerse en pie. Con visible esfuerzo y varias muecas de dolor reflejadas en su rostro enjuto, logró dar un par de pasos antes de echarse a la carrera. Por si no había suficiente mala suerte toparse con aquel mastodonte, ahora una jodida shinigami parecía que tampoco lo iba a dejar en paz. Desde luego, esa noche parecía estar gafado. Poco a poco comenzó a notar como las ligaduras invisibles que sujetaban sus brazos se deshacían, hasta que finalmente quedó liberado de sus ataduras.
La shinigami vio de soslayo como el hombre reemprendía la huída libre de los efectos del bakudo. Dirigió una fría mirada al gigante antes de darle la espalda. ¿Cómo demonios se las apañaba para toparse con las situaciones más extrañas? Esta vez no dejaría una carencia de impetú en su invocación, de lo contrario optaría por pegar un batacazo con la zampakutou para zanjar el dichoso asunto. Canalizó parte del reiatsu del ambiente en lugar de hacer acopio del suyo propio, dándole forma en su mente mientras las palabras iban a su cabeza, para salir entonandas en un intransigente cántico.
-Bakudo #4 Hainawa -musitó-.
Al instante una brillante extensión de luz cruzó la distancia que la separaba con el hombre que trataba de escapar, enredándose a su alrededor, volviendo a imposibilitarle la escapada. La brillante cuerda lo retenía. Isono sólo dio un fuerte tirón para hacerlo caer. Una mirada adusta bastó para que el persistente hombre dejase de removerse como una comadreja.
-¡Maldita sea, responde! -masculló volviendo su atención al gigante-.
-Gatos... odio... a los gatos -gruñó-.
La mujer lo observó sin saber muy bien qué pensar de aquella aparición estelar. Cabía la posibilidad de que aquel tipejo fuese el perseguidor del otro sujeto; sus apariencias eran cuanto menos opuestas pese a la roña. Uno era pequeño y malhablado, el otro parecía más bruto que inteligente; las posibilidades eran cuanto menos absurdas. Trató de sacar algo en claro con respecto al recién llegado, pero salvo su aspecto desaliñado y la forma física... podría tratarse de cualquiera.
-¿Quién eres? Dime tu nombre y qué haces tras éste tipejo -inquirió indicando con un leve gesto de cabeza al hombre que permanecía en el suelo-. Résponde.
Isono aguardó la respuesta, escrutando al accidentado y recién llegado. La luz de la luna incidía de frente en el rostro haciendo que sus ojos se tornasen ligeramente plateados, convirtiéndo su rostro en una gélida máscara de perfecta porcelana. La mano de la mujer asía la empuñadura de su zampakutou, claramente visible sujeta a la izquierda de sus caderas; la espalda recta en un pose autoritaria aunque no hostil pese a no dejar su arma.
El hombre, con el labio roto y las manos todavía sujetas a la espaldas por el bakudo de Isono, se las apañó para ponerse en pie. Con visible esfuerzo y varias muecas de dolor reflejadas en su rostro enjuto, logró dar un par de pasos antes de echarse a la carrera. Por si no había suficiente mala suerte toparse con aquel mastodonte, ahora una jodida shinigami parecía que tampoco lo iba a dejar en paz. Desde luego, esa noche parecía estar gafado. Poco a poco comenzó a notar como las ligaduras invisibles que sujetaban sus brazos se deshacían, hasta que finalmente quedó liberado de sus ataduras.
La shinigami vio de soslayo como el hombre reemprendía la huída libre de los efectos del bakudo. Dirigió una fría mirada al gigante antes de darle la espalda. ¿Cómo demonios se las apañaba para toparse con las situaciones más extrañas? Esta vez no dejaría una carencia de impetú en su invocación, de lo contrario optaría por pegar un batacazo con la zampakutou para zanjar el dichoso asunto. Canalizó parte del reiatsu del ambiente en lugar de hacer acopio del suyo propio, dándole forma en su mente mientras las palabras iban a su cabeza, para salir entonandas en un intransigente cántico.
-Bakudo #4 Hainawa -musitó-.
Al instante una brillante extensión de luz cruzó la distancia que la separaba con el hombre que trataba de escapar, enredándose a su alrededor, volviendo a imposibilitarle la escapada. La brillante cuerda lo retenía. Isono sólo dio un fuerte tirón para hacerlo caer. Una mirada adusta bastó para que el persistente hombre dejase de removerse como una comadreja.
-¡Maldita sea, responde! -masculló volviendo su atención al gigante-.
Otsuka Isono- Post : 1242
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Re: El Camino del Guerrero (Libre)
Como si no tuviesea bastante con haber tropezado con el infernal felino y destrozarse la cabeza contra carros y carretas ahora otra figura había hecho acto de presencia. Menuda, delgada y esbelta, una apuesta señorita con aire de pocos amigos se presentaba ante él. Con una hábil técnina espiritual lo había desarmado y detenido, yaciendo en el suelo ante ella. Al menos no todo estaba perdido.
Kenji recuperó la compostura a la vez que se sacudía el polvo de la ropa con prestura. Observó a la mujer con intriga y luego sus mirada parpadeó intermitentemente al hombre del suelo. Cuando estaba a punto de hablar, el tipo se levantó, liberado de las mágicas ataduras. El guerrero cerró la boca con un gesto y señaló hacía el ladrón.
La mujer, en un arranque de cólera, musitó otra invocación y atrapó definitivamente al bandido con telas color de luna. El guerrero comenzaba a rascarse la cabeza pensativo cuando la mujer se volvió hacia él con aire inquisitivo y lo maldijo. El rostro del hombre se torció.
"Mi nombre es Miyamoto Kenji, señorita."-murmuró con cortesía y un deje de picaresca.-"Y creo que ha atrapado por error a mi fugitivo."- El hombre sonrió de par en par.
Kenji era un hombre sencillo y amable cuando estaba de buen humor, y desde luego encontrar a una apuesta señorita en uno de sus paseos no era razón para que eso dejase de ser cierto. Aunque la señorita tuviese un genio tormentoso.
"Verá, estaba a punto de tener una charla de hombre a hombre sobre ley, justicia y castigo con mi amigo, aqui presente."-comentó diverido mientras señalaba con la cabeza al hombre sometido.-"Pero sin duda, no creo que sea nada interesante ni agradable para una señorita como usted."-Se llevó dos dedos a los labios mientras volvía a rascarse el cogote."-Lo que me hace preguntarme: ¿No es muy tarde para que una mujer guapa pasee sola?"
Kenji era un hombre sencillo, pese a todo lo que eso conllevaba.
Kenji recuperó la compostura a la vez que se sacudía el polvo de la ropa con prestura. Observó a la mujer con intriga y luego sus mirada parpadeó intermitentemente al hombre del suelo. Cuando estaba a punto de hablar, el tipo se levantó, liberado de las mágicas ataduras. El guerrero cerró la boca con un gesto y señaló hacía el ladrón.
La mujer, en un arranque de cólera, musitó otra invocación y atrapó definitivamente al bandido con telas color de luna. El guerrero comenzaba a rascarse la cabeza pensativo cuando la mujer se volvió hacia él con aire inquisitivo y lo maldijo. El rostro del hombre se torció.
"Mi nombre es Miyamoto Kenji, señorita."-murmuró con cortesía y un deje de picaresca.-"Y creo que ha atrapado por error a mi fugitivo."- El hombre sonrió de par en par.
Kenji era un hombre sencillo y amable cuando estaba de buen humor, y desde luego encontrar a una apuesta señorita en uno de sus paseos no era razón para que eso dejase de ser cierto. Aunque la señorita tuviese un genio tormentoso.
"Verá, estaba a punto de tener una charla de hombre a hombre sobre ley, justicia y castigo con mi amigo, aqui presente."-comentó diverido mientras señalaba con la cabeza al hombre sometido.-"Pero sin duda, no creo que sea nada interesante ni agradable para una señorita como usted."-Se llevó dos dedos a los labios mientras volvía a rascarse el cogote."-Lo que me hace preguntarme: ¿No es muy tarde para que una mujer guapa pasee sola?"
Kenji era un hombre sencillo, pese a todo lo que eso conllevaba.
Última edición por Miyamoto Kenji el Lun Feb 21, 2011 1:23 pm, editado 3 veces
Miyamoto Kenji- Post : 60
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Re: El Camino del Guerrero (Libre)
Bien sujeto el fugitivo en un brillante haz de luz, Isono esperaba casi cualquier cosa de aquella inverosímil situación. El mastodonte apareció sacudiéndose el polvo de sus vestiduras, intentando desvanecer aquella estrambótica aparición antes de dirigirse hacia ella, luciendo una expresión donde no hacía acto de presencia la vergüenza por lo sucedido.
Al parecer él era quien estaba persiguiendo a aquel tipejo; lo que no sabía era el porqué, cosa que sin lugar a dudas iba a preguntar en cuanto aquel hombre de semblante sosegado y preocupaciones livianas terminase de exponer su punto de vista. Escuchó las escasas palabras que trataban de justificar semejante persecución cuando, la conversación se torció. De ira volátil, Isono no tomó demasiado a bien aquella alusión a lo inapropiado de su presencia dadas las altas horas de la noche. No era un mujer frágil y creía haber demostrado en demasia que tenía más de un recurso. Pero, esos detalles parecieron escapar a la sencilla mente de aquel hombre.
Hirguiendo la espalda, sujetó la empuñadura de su zampakutou apoyando el peso de la mano libre sobre ella.
-¿No es muy tarde para que dos hombres se persigan como perros y gatos sin que dé pie a la malinterpretación? -inquirió con cierto deje irónico en la voz-. Porque a menos que me explique, Miyamoto Kenji, por qué éste sujeto corría como alma que persigue el diablo a tan intempestivas horas, no tengo razón alguna para pensar en otra opciones. A menos que sea tan amable, de explicarme qué hacía tras él -prosiguió encarándose con Miyamoto-. Debe entender que si ha sucedido algo de gravedad, el Gotei 13 debe actuar en consecuencia y al menos, es mi obligación avisar al Décimo Escuadrón o... al Sexto...Para que se hagan responsables de la situación...
Las ropas oscuras como la muerte y la espada en su cintura, dejaban muy claro que no era una mujer ociosa; no llevaba kimono ni un enrevesado peinado, no iba de "paseo". Tanto si disposición como su vestimenta dejaban claro que sólo se podía tratar de una cosa.
-¿Será tan amable de contarme qué ha sucedido? -preguntó; pese a la aparente amabilidad de la cuestión, se notaba a todas luces que era puro protocolo; su rostro se mantenía serio y neutro, a la espera de alguna novedad-.
Al parecer él era quien estaba persiguiendo a aquel tipejo; lo que no sabía era el porqué, cosa que sin lugar a dudas iba a preguntar en cuanto aquel hombre de semblante sosegado y preocupaciones livianas terminase de exponer su punto de vista. Escuchó las escasas palabras que trataban de justificar semejante persecución cuando, la conversación se torció. De ira volátil, Isono no tomó demasiado a bien aquella alusión a lo inapropiado de su presencia dadas las altas horas de la noche. No era un mujer frágil y creía haber demostrado en demasia que tenía más de un recurso. Pero, esos detalles parecieron escapar a la sencilla mente de aquel hombre.
Hirguiendo la espalda, sujetó la empuñadura de su zampakutou apoyando el peso de la mano libre sobre ella.
-¿No es muy tarde para que dos hombres se persigan como perros y gatos sin que dé pie a la malinterpretación? -inquirió con cierto deje irónico en la voz-. Porque a menos que me explique, Miyamoto Kenji, por qué éste sujeto corría como alma que persigue el diablo a tan intempestivas horas, no tengo razón alguna para pensar en otra opciones. A menos que sea tan amable, de explicarme qué hacía tras él -prosiguió encarándose con Miyamoto-. Debe entender que si ha sucedido algo de gravedad, el Gotei 13 debe actuar en consecuencia y al menos, es mi obligación avisar al Décimo Escuadrón o... al Sexto...Para que se hagan responsables de la situación...
Las ropas oscuras como la muerte y la espada en su cintura, dejaban muy claro que no era una mujer ociosa; no llevaba kimono ni un enrevesado peinado, no iba de "paseo". Tanto si disposición como su vestimenta dejaban claro que sólo se podía tratar de una cosa.
-¿Será tan amable de contarme qué ha sucedido? -preguntó; pese a la aparente amabilidad de la cuestión, se notaba a todas luces que era puro protocolo; su rostro se mantenía serio y neutro, a la espera de alguna novedad-.
Otsuka Isono- Post : 1242
Edad : 38
Re: El Camino del Guerrero (Libre)
Definitivamente el aspecto de la mujer escondía un oscura verdad, a pesar de ser una bella jovencita que paseba tranquila, esa imagen ocultaba a un shinigami. Kenji creía controlar la situación hasta que la mujer mencionó a su escuadron y una ráfaga helada le azotó la nuca, palideciendo como sonsecuencia su rostro. Había recibido demasiadas amonestaciones de la nueva Capitana como para que ahora lo pillaran saliendo a escondidas a beber cuando debería estar de servicio rellenando enormes columnas de perganimos y papelajos o alguna tarea igualmente absurda y aburrida. Lo último que deseaba es que se le relacionase con aquello y algún informe maldito.
"Disculpe señorita, pero creo que ya está todo en orden."-comentó el hombre alzando la manos y realizando inconscientes aspavientos con las manos.-"Además, por lo que parece ya hay un Dios de la Muerte resolviendo el problema."-comentó conciliador.
Se rascó con furia la cabeza evitando la mirada furibunda de la mujer. Todo su ingenio trabajó con esfuerzo para elaborar una historia verosímil y creíble que le librara de aquel apuro. Siempre acababa pasándole lo mismo; su sentido de la justicia era su debilidad. Y siempre terminaba por meterlo en algún problema.
"Verá, amable señorita-san, este hombre al que ha detenido es un vil ladrón que intentaba secuestrar a una joven madre y dejar entristecidos a su marido e hijo."- esa era la parte fácil de la historia; la parte aúntentica. La siguiente sería más complicada.-"Yo símplemente volvía a casa después de un duro día de trabajo, y mi corazón estalló ante tamaña injusticia."-Podía resultar creíble, pero Kenji exageraba demasiado, sobre todo cuando intentaba quitarse importancia.-"Así me ví envuelto en la persecusión que acabade de detener."
El hombre la miraba de reojo para intentar discernir si la historia había tragado o no. Pero al final, la impaciencia le pudo.
"Bueno, como veo que el criminal está en buenas manos, regreso tranquilo a mi hogar. ¡Buen trabajo!"-terminó alzando el puño con el pulgar hacia arriba y guiñando un ojo. Y así, sin detenerse a esperar la reacción de la mujer, empezó a caminar silbando de regreso a casa... o al menos eso creía...
"Disculpe señorita, pero creo que ya está todo en orden."-comentó el hombre alzando la manos y realizando inconscientes aspavientos con las manos.-"Además, por lo que parece ya hay un Dios de la Muerte resolviendo el problema."-comentó conciliador.
Se rascó con furia la cabeza evitando la mirada furibunda de la mujer. Todo su ingenio trabajó con esfuerzo para elaborar una historia verosímil y creíble que le librara de aquel apuro. Siempre acababa pasándole lo mismo; su sentido de la justicia era su debilidad. Y siempre terminaba por meterlo en algún problema.
"Verá, amable señorita-san, este hombre al que ha detenido es un vil ladrón que intentaba secuestrar a una joven madre y dejar entristecidos a su marido e hijo."- esa era la parte fácil de la historia; la parte aúntentica. La siguiente sería más complicada.-"Yo símplemente volvía a casa después de un duro día de trabajo, y mi corazón estalló ante tamaña injusticia."-Podía resultar creíble, pero Kenji exageraba demasiado, sobre todo cuando intentaba quitarse importancia.-"Así me ví envuelto en la persecusión que acabade de detener."
El hombre la miraba de reojo para intentar discernir si la historia había tragado o no. Pero al final, la impaciencia le pudo.
"Bueno, como veo que el criminal está en buenas manos, regreso tranquilo a mi hogar. ¡Buen trabajo!"-terminó alzando el puño con el pulgar hacia arriba y guiñando un ojo. Y así, sin detenerse a esperar la reacción de la mujer, empezó a caminar silbando de regreso a casa... o al menos eso creía...
Miyamoto Kenji- Post : 60
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Re: El Camino del Guerrero (Libre)
El semblante de Isono se torció en una mueca llena de ironía. La empalagosa amabilidad de aquel hombre era cuanto menos discreta, señal del bulo que intentaba venderle con gestos y actitud gentil. Sin embargo, le resultaba casi divertido como si los intentos de desembarazarse de la situación de aquel desconocido le cayeran en gracia, aún a sabiendas de la mentira. Isono había notado un pequeño cambio en su actitud ante la mención de los escuadrón; un gesto torcido y una consecuencia delatora. No conocía a nadie del décimo, pero sí del sexto. Izumi Kaori-san se esforzaba por mantener una apariencia inflexible de su escuadrón y de sí misma, por lo que era habitual que algunos mostrasen cierto... pavor al mencionar siquiera su presencia.
-En ese caso, Miyamoto Kenji debo admitir que es cuanto menos asombroso... Ha saltado sobre el tejado de una casa y caido del mismo sobre una carreta sin hacerse nada salvo un ligero raspón y todo por ayudar a una desgraciada familia; tiene una constitución impresionante. Además, su complexión es un tanto inusual, parece que se cuida mucho... Dígame, ¿a qué se dedica? ¿Labra el campo? ¿O tal vez es mercader? -preguntaba Isono rebajando la tensión de la voz, tratando de mostrarse amable y asombrada, aunque cantaba a leguas que estaba siendo sarcástica-. ¿Y esa espada masamune? ¿Es suya?
El dedo de Isono señaló la espada que colgaba de su cinto, atada al cinturón que ceñía el keikogi. Un arma preciosa, con una empuñadura de un logrado tono verdemar, de guarda oscura y austera pero de apariencia amable; sin duda, un arma con carácter, perfecta para algo más que un plus. Durante un segundo, sus ojos esmeralda se emblesaron al contemplar la espada. Su postura relajó un poco de la tensión que había aguantado segundos antes, dejando que su expresión borrase esa mueca irónica y malhumorada. Nunca creía en las casualidades, pensaba que cada cosa que rodeaba y formaba parte de la vida de las personas tenían una verdadera razón para ser así. La forma de una espada, su hoja, la gaurda y hasta el trenzado que rodeaba su empuñadura eran parte de la esencia que la sostenía; el color, la forma de la hoja, la manera en que debía ser empuñada eran la identidad de su portador. Pero aquella... Jamás le pareció una espada tan fiel a su portador. La guarda oscura y lacada, orgullo y poder; el color verdemar de la empuñadura era como un toque que distanciaba esos conceptos hacia la más humilde modestia junto a la lealtad que inspiraba el verde y la honestidad del azul.
-No intente engañarme, Miyamoto Kenji-san... Está siendo poco discreto. ¿De verdad cree que después de haberle visto caer de un techo y levantarse como si nada fundamenta su engaño? Sea la mitad de valiente como arrojo ha demostrado al perseguir a un ladrón, sólo para prestar ayuda -comentó Isono mostrándose conciliadora; sus ojos volvieron a desviarse a la espada-. ¿Cómo se llama?
-En ese caso, Miyamoto Kenji debo admitir que es cuanto menos asombroso... Ha saltado sobre el tejado de una casa y caido del mismo sobre una carreta sin hacerse nada salvo un ligero raspón y todo por ayudar a una desgraciada familia; tiene una constitución impresionante. Además, su complexión es un tanto inusual, parece que se cuida mucho... Dígame, ¿a qué se dedica? ¿Labra el campo? ¿O tal vez es mercader? -preguntaba Isono rebajando la tensión de la voz, tratando de mostrarse amable y asombrada, aunque cantaba a leguas que estaba siendo sarcástica-. ¿Y esa espada masamune? ¿Es suya?
El dedo de Isono señaló la espada que colgaba de su cinto, atada al cinturón que ceñía el keikogi. Un arma preciosa, con una empuñadura de un logrado tono verdemar, de guarda oscura y austera pero de apariencia amable; sin duda, un arma con carácter, perfecta para algo más que un plus. Durante un segundo, sus ojos esmeralda se emblesaron al contemplar la espada. Su postura relajó un poco de la tensión que había aguantado segundos antes, dejando que su expresión borrase esa mueca irónica y malhumorada. Nunca creía en las casualidades, pensaba que cada cosa que rodeaba y formaba parte de la vida de las personas tenían una verdadera razón para ser así. La forma de una espada, su hoja, la gaurda y hasta el trenzado que rodeaba su empuñadura eran parte de la esencia que la sostenía; el color, la forma de la hoja, la manera en que debía ser empuñada eran la identidad de su portador. Pero aquella... Jamás le pareció una espada tan fiel a su portador. La guarda oscura y lacada, orgullo y poder; el color verdemar de la empuñadura era como un toque que distanciaba esos conceptos hacia la más humilde modestia junto a la lealtad que inspiraba el verde y la honestidad del azul.
-No intente engañarme, Miyamoto Kenji-san... Está siendo poco discreto. ¿De verdad cree que después de haberle visto caer de un techo y levantarse como si nada fundamenta su engaño? Sea la mitad de valiente como arrojo ha demostrado al perseguir a un ladrón, sólo para prestar ayuda -comentó Isono mostrándose conciliadora; sus ojos volvieron a desviarse a la espada-. ¿Cómo se llama?
Otsuka Isono- Post : 1242
Edad : 38
Re: El Camino del Guerrero (Libre)
Parecía que el hombre había sido atrapado por sus propias buenas intenciones; pero a pesar de todo eso no acababa de molestarle. Si un hombre debía ser víctima de algo, al menos que fuese por culpa de sus buenas intenciones y no de las malas. Miyamoto se rascó una ceja reflexivo durante unos segundos. Su rostro se tornó serio un momento.
" Señorita, no se equivoque, no soy más que un simple vagabundo."-Y cualquier sabio y anciano juez hubiese afirmado, que de todo lo que había dicho esa noche, nada había más cierto que esa simple frase de sus labios.-"Soy un hombre de antiguas manías y mi espada es más recuerdo que arma. Alquien dijo una vez que una espada solo debe levantarse por la paz, y de no ser así, alguien tendría que decirlo. "
La mujer se había dado cuenta de la espada de su cinto, algo que la mayoría de los campesinos no llevaban, desde luego. Al final, eso lo había delatado.
"La maldita rana me trae problemas incluso cuando no está presente." -pensó el guerrero.
Con un gesto desembarazó la funda de su cinto y la sostuvo con una mano, con actitud inofensiva, más signo de exhibición que de amenaza.-"Akagaeru".-susurró.
Quizás en otra vida se hubiese avergonzado del espíritu que habitaba la espada. Algunos dioses de la muerte albergaban en sus armas a seres de leyenda, demonios y dragones o héroes de épocas pasadas y futuras. Miyamoto Kenji tenía a una rana naranja y malhumorada. Desde luego si era una broma no acababa de pillar la gracia. Pero había pasado tiempo desde que se indignase por eso. El espíritu era peculiar, a falta de un término mejor, en cierta forma como él mismo. Así que podía decir que estaban hechos el uno para el otro; o lo estarían en el momento en que el guerrero empezase a entender a la rana.
El rostro del hombre se tornó pensativo, rascándose el cuello como solía hacer mientras pensaba a toda velocidad. ¿Cómo demonios podía escapar de esa situación sin que su estricta capitana se enterase? Mm... era todo un acertijo... Entonces recurrió a lo único que se le ocurrió.
"Amable señorita-san, estoy seguro de que no hay por qué alertar al sexto escuadrón de todo esto."-comentó con rostro risueño.-"Seguramente la capitana Izumi-chan estará muy ocupada, y al fin y al cabo todo se ha solucionado. En vez de eso, le sugiero llevar a este hombre a la prisión y como gesto por su ayuda, puedo invitarla a un vaso de buen sake si me lo permite."-Kenji sonreía de par en par. Así era él, agudo y sagaz...
" Señorita, no se equivoque, no soy más que un simple vagabundo."-Y cualquier sabio y anciano juez hubiese afirmado, que de todo lo que había dicho esa noche, nada había más cierto que esa simple frase de sus labios.-"Soy un hombre de antiguas manías y mi espada es más recuerdo que arma. Alquien dijo una vez que una espada solo debe levantarse por la paz, y de no ser así, alguien tendría que decirlo. "
La mujer se había dado cuenta de la espada de su cinto, algo que la mayoría de los campesinos no llevaban, desde luego. Al final, eso lo había delatado.
"La maldita rana me trae problemas incluso cuando no está presente." -pensó el guerrero.
Con un gesto desembarazó la funda de su cinto y la sostuvo con una mano, con actitud inofensiva, más signo de exhibición que de amenaza.-"Akagaeru".-susurró.
Quizás en otra vida se hubiese avergonzado del espíritu que habitaba la espada. Algunos dioses de la muerte albergaban en sus armas a seres de leyenda, demonios y dragones o héroes de épocas pasadas y futuras. Miyamoto Kenji tenía a una rana naranja y malhumorada. Desde luego si era una broma no acababa de pillar la gracia. Pero había pasado tiempo desde que se indignase por eso. El espíritu era peculiar, a falta de un término mejor, en cierta forma como él mismo. Así que podía decir que estaban hechos el uno para el otro; o lo estarían en el momento en que el guerrero empezase a entender a la rana.
El rostro del hombre se tornó pensativo, rascándose el cuello como solía hacer mientras pensaba a toda velocidad. ¿Cómo demonios podía escapar de esa situación sin que su estricta capitana se enterase? Mm... era todo un acertijo... Entonces recurrió a lo único que se le ocurrió.
"Amable señorita-san, estoy seguro de que no hay por qué alertar al sexto escuadrón de todo esto."-comentó con rostro risueño.-"Seguramente la capitana Izumi-chan estará muy ocupada, y al fin y al cabo todo se ha solucionado. En vez de eso, le sugiero llevar a este hombre a la prisión y como gesto por su ayuda, puedo invitarla a un vaso de buen sake si me lo permite."-Kenji sonreía de par en par. Así era él, agudo y sagaz...
Última edición por Miyamoto Kenji el Mar Mar 01, 2011 1:31 pm, editado 1 vez
Miyamoto Kenji- Post : 60
Edad : 43
Re: El Camino del Guerrero (Libre)
Dispuesta a cualquier cosa, aquella sonrisa risueña fue un duro placaje que no estaba en la previsión de sus planes. ¿Por qué demonios ese hombre debía sonreirle constantemente? ¿Qué era lo que pretendía? ¿Caerle en gracia o que se callase ese encuentro ante la capitana Izumi? No lo sabía y tampoco se hacía una mínima idea de ello. Lo que no sabía era como demonios actuar ante un hombre que parecía tener grababa una sonrisa perenne.
De todas formas no creo que el plus llegue a pisar el Gotei. Los shinigamis de la entrada se harán cargo de él; no le ha dado lugar a hacer nada tan grave como para encerrarlo en prisión. No pisaría el Gotei..., pensaba Isono intentado dar con una solución factible al asunto cuando se dio cuenta de que en realidad buscaba una forma de evitar que aquel hombre se excusase delante de su capitana. La sorpresa acudió a ella en cuanto se percató de ello, tiznando imperceptiblemente sus mejillas de un pálido rojo bajo la luna.¿Pero que estás haciendo, imbécil? No busques excusas, que se plante ante Kaori y listo. No es asunto mío sacarle las castañas del fuego... ¡Idiota!
Una risita herrumbrosa resonó en su cabeza distorsionada por el eco, llena de malicia y picardía. Isono frunció el ceño, súbitamente enfadada. Ya le resultaba vergonzoso verse en una situación así como para que a Sangeki le diera por hacerse el gracioso. Jamás lo había hecho, ni tenía razones para comportase así ahora. Molesta con su zampakutou y enfadada por las circunstancias, la shinigami dió un brusco giro sobre sus talones en dirección al olvidado delicuente que seguía sentado en el suelo con expresión penosa. Isono miró de soslayo al mastodonte y con un gesto de cabeza le indicó que se acercase. Desde luego, no pensaba cargar con el bulto.
-Sujétalo, lo llevaremos al Gotei -anunció con parquedad; durante un breve segundo pareció titubear ante su suceptible comportamiento y añadió-. No necesitamos entregarlo en las dependencias de ningún escuadrón. Lo dejaremos a custodia de los shinigamis que hacen guardia en las puertas del Seireitei. Ellos verán que hacer con él... A fin de cuentas, yo no estoy de guardia ni tengo que responsabilizarme de él... Si lo que te preocupa, y con motivo; es que Izumi-taicho le recrimine su actitud sea por la razón... que sea, basta con no dar su nombre. Ya lo haré yo... -concluyó, notando como un nudo de rabia se le agolpaba en el estómago esperando casi, que Sangeki volviera a reir de nuevo-. Ahm... Por cierto, deje de llamarme señorita. Mi nombre es Otsuka Isono. Puesto que va a invitarme por sacarle las castañas del fuego, creo que le será necesario para referirse a mí.
Con un mohín ligeramente presuntuoso, la pelirroja shinigami comenzó a andar en dirección a las puertas del Seireitei. El plan no era complicado: sencillamente debían soltar al bribón en las puertas donde estaba los guardianes; por algo que no había llegado a concluir, el matón no pisaría ni la prisión más cutre que pudiera contar el Gotei. Escueta y casi imperativa, Isono logró que los shinigamis se hicieran cargo del sujeto no sin antes preguntar que había sucedido, a lo que la shinigami terminó de responder con una parca versión de lo que Miyamoto le contase minutos antes. El altercado no tuvo mayor repercusión y en apenas unos instantes, el asunto quedó zanjado. Por pura seguridad, Isono no tuvo reparo alguno en decir que se había topado con la escena y que un plus le había facilitado la captura del prófugo, sin mencionar en ningún momento algún nombre.
Libre de indeseables, los ojos de Isono volvieron a posarse en aquel extraño hombre. Osado para decir lo que pensaba sin tapujos, pero temeroso de aquellos a los que rendía cuentas. Únicamente esperaba, que no volviera a sonreirle demasiadas veces.
De todas formas no creo que el plus llegue a pisar el Gotei. Los shinigamis de la entrada se harán cargo de él; no le ha dado lugar a hacer nada tan grave como para encerrarlo en prisión. No pisaría el Gotei..., pensaba Isono intentado dar con una solución factible al asunto cuando se dio cuenta de que en realidad buscaba una forma de evitar que aquel hombre se excusase delante de su capitana. La sorpresa acudió a ella en cuanto se percató de ello, tiznando imperceptiblemente sus mejillas de un pálido rojo bajo la luna.¿Pero que estás haciendo, imbécil? No busques excusas, que se plante ante Kaori y listo. No es asunto mío sacarle las castañas del fuego... ¡Idiota!
Una risita herrumbrosa resonó en su cabeza distorsionada por el eco, llena de malicia y picardía. Isono frunció el ceño, súbitamente enfadada. Ya le resultaba vergonzoso verse en una situación así como para que a Sangeki le diera por hacerse el gracioso. Jamás lo había hecho, ni tenía razones para comportase así ahora. Molesta con su zampakutou y enfadada por las circunstancias, la shinigami dió un brusco giro sobre sus talones en dirección al olvidado delicuente que seguía sentado en el suelo con expresión penosa. Isono miró de soslayo al mastodonte y con un gesto de cabeza le indicó que se acercase. Desde luego, no pensaba cargar con el bulto.
-Sujétalo, lo llevaremos al Gotei -anunció con parquedad; durante un breve segundo pareció titubear ante su suceptible comportamiento y añadió-. No necesitamos entregarlo en las dependencias de ningún escuadrón. Lo dejaremos a custodia de los shinigamis que hacen guardia en las puertas del Seireitei. Ellos verán que hacer con él... A fin de cuentas, yo no estoy de guardia ni tengo que responsabilizarme de él... Si lo que te preocupa, y con motivo; es que Izumi-taicho le recrimine su actitud sea por la razón... que sea, basta con no dar su nombre. Ya lo haré yo... -concluyó, notando como un nudo de rabia se le agolpaba en el estómago esperando casi, que Sangeki volviera a reir de nuevo-. Ahm... Por cierto, deje de llamarme señorita. Mi nombre es Otsuka Isono. Puesto que va a invitarme por sacarle las castañas del fuego, creo que le será necesario para referirse a mí.
Con un mohín ligeramente presuntuoso, la pelirroja shinigami comenzó a andar en dirección a las puertas del Seireitei. El plan no era complicado: sencillamente debían soltar al bribón en las puertas donde estaba los guardianes; por algo que no había llegado a concluir, el matón no pisaría ni la prisión más cutre que pudiera contar el Gotei. Escueta y casi imperativa, Isono logró que los shinigamis se hicieran cargo del sujeto no sin antes preguntar que había sucedido, a lo que la shinigami terminó de responder con una parca versión de lo que Miyamoto le contase minutos antes. El altercado no tuvo mayor repercusión y en apenas unos instantes, el asunto quedó zanjado. Por pura seguridad, Isono no tuvo reparo alguno en decir que se había topado con la escena y que un plus le había facilitado la captura del prófugo, sin mencionar en ningún momento algún nombre.
Libre de indeseables, los ojos de Isono volvieron a posarse en aquel extraño hombre. Osado para decir lo que pensaba sin tapujos, pero temeroso de aquellos a los que rendía cuentas. Únicamente esperaba, que no volviera a sonreirle demasiadas veces.
Otsuka Isono- Post : 1242
Edad : 38
Re: El Camino del Guerrero (Libre)
Cuando la chica llamada Otsuka isono salía de los calabozos el hombre la estaba esperando. El sol empezaba a salir por el horizonte con los primeros austeros rayos ambarinos y los pájaros comenzaban su sonoro trinar. kenji estaba apoyado contra un pared y se incorporó cuando esta salía; con un solo gesto volvío a sonreír y levantar el pulgar con el puño cerrado en señal de gratitud. El viento del este ondeaba su salvaje melena dándole el aspecto de los héroes de los cuentos y leyendas. Pero el shinigami no era ningún héroe, era solo un hombre, un hombre que hacía lo que podía por encontrar el verdadero camino, el verdadero Camino del Guerrero...
Cuando la mujer estaba lo suficientemente cerca las puertas del pequeño edificio que tenían delante se abrieron y un grupo de dioses de la muerte salieron de pronto, preparados para iniciar la vida laboral en el Gotei. Uno de ellos era un mujer de cabellos oscuros y un uniforme de capitán. La cara de Kenji palideció, pero la picardía fue más rápida que el miedo. Con un rápido movimiento, echó a correr hacía las dependencias de su escuadrón, dejando a su paso una polvareda. Esa vez tuvo suerte, su capitana andaba demasiado preocupada para fijarse en él.
Al final todo se resolvió de la mejor forma posible: los bandidos fueron derrotados y su líder descansó un par de días a la sombra, lo que hizo que se replantease muy seriamente un cambio de profesión. El nombre de Miyamoto Kenji no salió reflejado en ningún informe, ni por qué se encontraba en ese lugar estando de servicio esa extraña noche. Así que se había ahorrado una seria reprimenda por parte de la capitana Izumi, cambiado un poco las cosas para mejor y conocido a una bonita aunque de mal genio diosa de la muerte. Definitivamente, a Kenji le gustaba vivir peligrosamente, o al menos eso parecía. Y mientras el sol relevaba a su pálida hermana gemela, tomando su puesto en las alturas, el hombre conocido como Miyamoto kenji regresaba a casa tras una intensa noche. Era una pena, no había podido invitar a la chica a un vaso de sake; pero bueno, aún quedaba mucha historia por contar.
Miyamoto Kenji- Post : 60
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