Lo qué me faltaba (Libre)

Había sido una mañana complicada: había tenido un examen y sus alumnos de último curso estaban desatados ante el acontecimiento. El control sólo había sido el final, pues sus queridos estudiantes habían tenido que entregar un trabajo, realizar unas prácticas grupales y llevar a cabo un juego en el que cada uno representaba un papel, una especie de juego de rol. Con todo aquel esfuerzo por parte de los futuros shinigamis, la mujer no dudaba de que casi todos sus alumnos se llevarían una buena nota. Cuando terminaron, algunos aprovecharon para exponerle sus dudas y otros preguntaron por las revisiones, Yuka los despidió con la mano y aseguró que hablarían del examen que acababa de finalizar a partir de la semana siguiente, lo que no relajó nada a los aspirantes.

Después se dedicó a recoger, hoy le tocaba inventario en la biblioteca y debía hacer unos cuantos recados, de modo que debía darse prisa, no iba demasiado bien de tiempo. Cuando su padre se personó ante ella, se colgaba una bandolera al hombro y cerraba los cajones del escritorio. Sus ojos se encontraron con los del hombre y se quedó quieta, si era el señor Akiyama el que iba a hablar con ella, es que el asunto era serio. Tomaron asiento en una de las filas que hasta hacía unos momentos ocupasen sus estudiantes y su progenitor le entregó un pequeño sobre color lavanda. La profesora lo abrió con presteza y leyó su contenido con voracidad, cuando terminó las manos le temblaban y estaba a punto de vomitar, su boda sería en cuatro meses.

El padre puso la mano sobre la de su única hija y ella le observó: había una gran tristeza en sus ojos, que eran casi tan azules como los de ella.
- Sé que no sientes nada por Hokori-san y sé que va a ser duro para ti, pero harás lo correcto. Tú siempre haces lo adecuado.
La muchacha se encogió sobre sí misma, con su padre todo era así. En algunos aspectos, era hasta más difícil que su madre, pues ella gritaba y se quejaba, él simplemente la miraba a los ojos y ponía todas sus expectativas en que la shinigami hiciese lo que se esperaba de ella, aquello era francamente problemático.
- Me casaré con él, todo está bien- mintió.
- Casarte con alguien amando a otra persona no es nada fácil, Yuka- parecía hablar por experiencia propia, y la joven intentó mostrarse impasible, pero su progenitor leía en ella como en un libro abierto, se parecían mucho- quiero que sepas que al principio te parecerá un infierno, pero las cosas mejorarán, ya lo verás.

La conversación siguió por esos derroteros y se hubiera alargado durante horas de no haber sido porque la muchacha le recordó a su padre las tareas que aún tenía pendientes. Salieron juntos de la Academia y se despidieron en la puerta. Al llegar al escuadrón, la joven se quedó en la biblioteca, trabajando maquinalmente, deseando poder olvidar aquella conversación y los cuatro meses que le quedaban de libertad. Hacía media tarde (sin parar ni para comer) había terminado todas sus tareas y se sintió asfixiada por el ocio. No quería pensar, no podía.

Sin pensárselo dos veces, recogió un par de cosas y salió a las calles del Seiretei, aquel día NECESITABA ser otra persona, de manera que eso hizo. Paseó por las avenidas empedradas, saludó a cuantos se encontraba y parecía que, en cierto modo, conseguía su propósito. Observó algunas de las construcciones de la zona y se decantó por unos preciosos jardines donde el sol aún se desperezaba. Convencida que dejarse caer allí seguiría funcionando como un “elixir del olvido”, se sentó bajo un enorme sauce y sacó de su bolsa un par de onigiris acompañados de un poco de zumo de manzana. Cerró los ojos y por unos segundos fantaseó con ideas que jamás se cumplirían.

En su ensoñación seguía dando clases en el Instituto y formaba parte del Octavo Escuadrón, no tenía la obligación de pasar el resto de su vida con ningún noble rubio y veía a su adorado Yuki todos los días. Estos pensamientos eran tan optimistas que ella y el chico del que llevaba años enamorada tenían planes juntos, iban a formar una familia, la profesora había tenido el valor de enseñar su corazón y él lo había aceptado, el encuentro había terminado en un tierno beso que… Abrió los ojos con un gesto brusco y sonrió con tristeza, una cosa era abstraerse y otra inventarse una novela rosa llena de clichés.

Suspiró y volvió a introducir la mano en la bolsa: esta vez sacó una caja azul de terciopelo con un cierre sencillo. La abrió y observó la pulsera de plata y cuero que allí descansaba, brillante e ideada para un chico, no tenía nada del otro mundo, era una serie de eslabones de cuero negro entrelazados y que usaban como soporte un aro del metal con un hueco para meter la muñeca. Lo había comprado en un impulso y había hecho grabar su nombre en el interior, siempre la llevaba consigo, por si se encontraba a su amigo y se atrevía a dársela. No iba a ser ese el día.

La Pulsera

Recuperó su arroz y observó el horizonte, ¿no podía seguir todo así? Sus fantasías extremas no tenían mucho sentido, pero vivir a su manera tampoco estaría tan mal, ¿verdad? “Bueno” se dijo a sí misma, “al menos no estás llorando” y le dio un trago a su zumo para seguir contemplando el paisaje, era francamente hermoso.