El sabor de la arena [Conversacional]

El atardecer... Era el momento en que su espíritu encontraba sosiego y calma, las horas del día en las que lo invadía una sensación extraña como un recuerdo que nunca terminaba de llegar a su memoria. Las sombras se alargan y se extienden como la ambigua sensación que hace que permanezca quieto mientras el cielo se bruñe de color anaranjado. Sin duda era el mejor momento para encontrarse a uno mismo.
Sus pesadas botas de cuero levantaban una pequeña nube de polvo alrededor a cada paso. Aquella parte de los campos de entrenamientole agradaban: eran austeros, sin árboles que entorpecieran los movimientos ni vegetación inútil que se enredase en los pies, sólo tierra seca.

La memoria... Un paraje basto y desolado en el que ha veces encuentras algo, y otras en las que no; una pérdida de tiempo, sin lugar a dudas. Mirar el pasado sólo es una forma vaga e inservible de perder de vista el presente, murmuraba la ronca voz de Yushuna-kipa en su cabeza.

Tan agrio como siempre, Yushuna-kipa no podía decir dos palabras sin que la segunda sonase ofensiva; era rudo e imprevisible, nada que ver con sus parientes, asustadizos y sumisos. Liang adoraba cuando Yushuna-kipa perdía los nervios, cosa que solía ocurrir y con frecuencia en los momentos más inesperados, pero a su favor tenía su cruda y dolorosa honestidad. La mentalidad de su zampakutou era tan pragmática que pocas veces podía refutarle la razón.

Deja de hacer el vago, condenado shinigami, quiero volver a recorrer las estepas, sentir el viento en la cara y hacer que todos los demás teman nuestra presencia, mascullaba iracundo.

-Lo que tú digas, Yushuna, en cuanto veamos a otro shinigami le atravesaré el pecho para contentarte -rió Liang sin prestar atención a los desvarios psicóticos del espíritu de su Zampakutou-. Aunque claro, luego tendré que explicar que gracias a tus ansias he tenido que matar a alguien y te quedarás solo y aburrido sin que nadie te saque de paseo, porque yo estaré muy ocupado estando muerto.

¡Deja de reirte de mí, insolente! ¿Crees que soy un perro al que pasear? ¿Crees que puedes hablarme de ese modo?, protestaba furioso. Su voz grave se tornó agria en la cabeza de Liang para sumirse al cabo de unos segundos en un pesado silencio. El shinigami no le dió mayor importancia: era así. Voluble, caprichoso e impredecible. Cuando se aburriera de hablar solo, volvería a dirigirse a él. Mientras Liang se mantuvo quieto como una estatua, mirando como el sol descendía lentamente y el cielo cambiaba de color.

Era la noche perfecta para blandir a Yushuna-kipa.