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Hakuda y Kidō, mézclense con precaución. [Sakurai, Kato y ¿Satou?]
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Souls&Swords - Foro interpretativo inspirado en Bleach :: Sociedad de Almas :: Seireitei :: Lugares de entrenamiento
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Hakuda y Kidō, mézclense con precaución. [Sakurai, Kato y ¿Satou?]
Una vasta explanada de albero se extendía más allá de los edificios de la Academia de Shinigamis. Monótono paisaje tan sólo perturbado por algún que otro esporádico árbol y por los edificios que la delimitaban. Aquel lugar se usaba para enseñar Kido a los alumnos, pero también servía de entrenamiento para las Artes Demoníacas de shinigamis ya formados. Dada su enorme extensión y su ubicación apartada, los shinigamis de alto rango podrían entrenar allí los más devastadores Hado sin preocuparse por destruir nada en el camino.
Aquella mañana, cuando el sol acababa de despuntar por el horizonte, el campo de entrenamiento parecía tranquilo. Ninguna deflagración se oía a lo lejos: nadie aun practicaba Kido. El viento soplaba racheado, elevando de cuando en cuando alguna nube de tierra, sin embargo, en el centro de aquel lugar, una cortina de aquella arena parecía no querer reposar, arremolinándose en un punto concreto. Desde allí, y tras un sonido sordo, seco, aunque algo potente, una figura envuelta en aquel polvo salió despedida por los aires, a toda velocidad.
Un ojo hábil habría podido quizá llegar a distinguir unos ropajes shinigamis, los cuales, junto con el ser que los portaba, rodaban por todo el albero, aparentemente sin llegar a detenerse nunca. Un rastro en la arena marcaba la trayectoria de aquel individuo, aunque no alcanzaba ahora a verse, pues la violencia del impacto había elevado de nuevo una cantidad considerable de tierra. En el interior de aquel banco arenoso se encontraba el Teniente del Quinto Escuadrón, intentando recobrar la verticalidad. Sin saber muy bien para qué, pues se encontraba rodeado de ella, se apartó la tierra de la ropa a medida que se incorporaba.
Rasguños recorrían sus brazos y cara, su vestimenta parecía empeñada en recoger hasta el último gramo de tierra que le rodeaba y las vendas de sus brazos se habían ido desprendiendo poco a poco, quedando a jirones sobre su antebrazo. Sin embargo, una sonrisa de la más pura felicidad apareció, por paradójico que esto fuese, en su maculado rostro. Se estaba divirtiendo, y mucho, como hacía tiempo que no lo conseguía.
Con los ojos entornados escudriñó el horizonte, o al menos lo intentó, pues a penas llegaba a ver a dos palmos frente a él. Aquella densa masa marrón parecía desafiar a la mismísima gravedad, esperando a que una de las intermitentes rachas de viento las volvieran a dejar sobre el piso. A pesar de ello, Kato no tenía intención de ello, por lo que, alineándose con el reiatsu de su adversario, intuyendo su posición frente a sí, clavó ambos pies sobre el terreno y extendió sus brazos hacia el suelo. A medida que cerraba con fiereza sus puños, destellos de electricidad comenzaron a brotar de ellos, aunque el Shihoin se concentraba en mantenerlos donde estaba. Sin duda se trataba del Hado 11, Tsuzuri Raiden.
Así, con sus armas listas, Kato tomó impulso, saltando hacia el cielo a velocidades vertiginosas, saliendo de aquella humareda de arena al fin. Cuando su adversario no era más que un pequeño punto bajo el teniente, la física se impuso, y Kato comenzó a caer sobre su objetivo, pies por delante. Tan alto había ascendido, que la velocidad con la que llegó sobre aquel fornido competidor era tan alta como la de un shunpo, o casi. A pocos metros sobre él aun, Kato cerró una mano sobre la otra, creando un sólo puño brillante que elevó sobre su cabeza:
— ¡Ora, ora, oraaaaaaaaaaaa!* — vociferó durante los últimos instantes de caída.
Bajó sendos brazos con fiereza, adelantando su puño incluso a sus piernas. Bloquear aquello sería realmente imposible, aunque no para el musculoso shinigami que esperaba aquel golpe. Sin embargo, el hado que portaban los puños de Kato hacían al bloqueo aun más desaconsejable. Un pequeño cráter se dibujaría en el terreno, resquebrajándose la tierra alrededor de él, si el Shihoin erraba en su golpe. No pretendía andarse con nimiedades: quería una lucha como debía ser, sin limitaciones de ningún tipo, por lo que no dudó en golpear a dar. Obviamente esperaba fallar; al fin y al cabo, aquello no era más que un simple entrenamiento.
Hasta el instante en el que Kato salió despedido por los aires, aquellos antaño compañeros de División se habían limitado a practicar sus dotes en Hakuda. Sin embargo, tras aquella ofensiva catapultó al Shihoin campo a través y tras aquella respuesta por parte del teniente, el entreno, sin duda, tomaría un cariz totalmente distinto.
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OFF: A menos que Aoki/Satou me corrija:
*"Vamos, vamos" o "Ven a pelear". Mi pequeño homenaje a Mitsurugi.
Aquella mañana, cuando el sol acababa de despuntar por el horizonte, el campo de entrenamiento parecía tranquilo. Ninguna deflagración se oía a lo lejos: nadie aun practicaba Kido. El viento soplaba racheado, elevando de cuando en cuando alguna nube de tierra, sin embargo, en el centro de aquel lugar, una cortina de aquella arena parecía no querer reposar, arremolinándose en un punto concreto. Desde allí, y tras un sonido sordo, seco, aunque algo potente, una figura envuelta en aquel polvo salió despedida por los aires, a toda velocidad.
Un ojo hábil habría podido quizá llegar a distinguir unos ropajes shinigamis, los cuales, junto con el ser que los portaba, rodaban por todo el albero, aparentemente sin llegar a detenerse nunca. Un rastro en la arena marcaba la trayectoria de aquel individuo, aunque no alcanzaba ahora a verse, pues la violencia del impacto había elevado de nuevo una cantidad considerable de tierra. En el interior de aquel banco arenoso se encontraba el Teniente del Quinto Escuadrón, intentando recobrar la verticalidad. Sin saber muy bien para qué, pues se encontraba rodeado de ella, se apartó la tierra de la ropa a medida que se incorporaba.
Rasguños recorrían sus brazos y cara, su vestimenta parecía empeñada en recoger hasta el último gramo de tierra que le rodeaba y las vendas de sus brazos se habían ido desprendiendo poco a poco, quedando a jirones sobre su antebrazo. Sin embargo, una sonrisa de la más pura felicidad apareció, por paradójico que esto fuese, en su maculado rostro. Se estaba divirtiendo, y mucho, como hacía tiempo que no lo conseguía.
Con los ojos entornados escudriñó el horizonte, o al menos lo intentó, pues a penas llegaba a ver a dos palmos frente a él. Aquella densa masa marrón parecía desafiar a la mismísima gravedad, esperando a que una de las intermitentes rachas de viento las volvieran a dejar sobre el piso. A pesar de ello, Kato no tenía intención de ello, por lo que, alineándose con el reiatsu de su adversario, intuyendo su posición frente a sí, clavó ambos pies sobre el terreno y extendió sus brazos hacia el suelo. A medida que cerraba con fiereza sus puños, destellos de electricidad comenzaron a brotar de ellos, aunque el Shihoin se concentraba en mantenerlos donde estaba. Sin duda se trataba del Hado 11, Tsuzuri Raiden.
Así, con sus armas listas, Kato tomó impulso, saltando hacia el cielo a velocidades vertiginosas, saliendo de aquella humareda de arena al fin. Cuando su adversario no era más que un pequeño punto bajo el teniente, la física se impuso, y Kato comenzó a caer sobre su objetivo, pies por delante. Tan alto había ascendido, que la velocidad con la que llegó sobre aquel fornido competidor era tan alta como la de un shunpo, o casi. A pocos metros sobre él aun, Kato cerró una mano sobre la otra, creando un sólo puño brillante que elevó sobre su cabeza:
— ¡Ora, ora, oraaaaaaaaaaaa!* — vociferó durante los últimos instantes de caída.
Bajó sendos brazos con fiereza, adelantando su puño incluso a sus piernas. Bloquear aquello sería realmente imposible, aunque no para el musculoso shinigami que esperaba aquel golpe. Sin embargo, el hado que portaban los puños de Kato hacían al bloqueo aun más desaconsejable. Un pequeño cráter se dibujaría en el terreno, resquebrajándose la tierra alrededor de él, si el Shihoin erraba en su golpe. No pretendía andarse con nimiedades: quería una lucha como debía ser, sin limitaciones de ningún tipo, por lo que no dudó en golpear a dar. Obviamente esperaba fallar; al fin y al cabo, aquello no era más que un simple entrenamiento.
Hasta el instante en el que Kato salió despedido por los aires, aquellos antaño compañeros de División se habían limitado a practicar sus dotes en Hakuda. Sin embargo, tras aquella ofensiva catapultó al Shihoin campo a través y tras aquella respuesta por parte del teniente, el entreno, sin duda, tomaría un cariz totalmente distinto.
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OFF: A menos que Aoki/Satou me corrija:
*"Vamos, vamos" o "Ven a pelear". Mi pequeño homenaje a Mitsurugi.
Re: Hakuda y Kidō, mézclense con precaución. [Sakurai, Kato y ¿Satou?]
El sol caía con fuerza sobre la explanada arenisca, creando una profusa sensación de calor y sofoco. En aquel lugar, al aire libre y sin apenas una sombra que les protegiese de los hirientes efectos de la radiación solar; dos shinigamis luchaban sin descanso.
Aún era pronto para que los estudiantes de la Academia Shinigami rondasen por el lugar, y en caso de haber querido hacerlo, probablemente se hubieran visto reducidos por la creciente presión espiritual que manaba de la batalla y se unía a los efectos asfixiantes del sol.
Cada colisión y golpe entre los dos luchadores se hacía notar en el ambiente, empujando el aire a su alrededor y levantando cuantiosas partículas de albero. Hacía ya tiempo que el combate había comenzado, un tiempo que ni siquiera los propias combatientes hubieran sabido precisar; mas los efectos de la prolongada batalla comenzaban a palparse en el entorno: El aire a su alrededor aparecía cargado de polvo y tierra, sofocando e impidiendo la correcta respiración, y las pulsaciones de reiatsu se mostraban cada vez más intensas, más agresivas.
En medio de aquella densa polvareda se encontraba uno de los combatientes; herido, magullado, pero con una creciente sonrisa dibujada en los labios. Su cuerpo, terso, fornido y bruñido por los efectos de las largas tardes de entrenamiento, estaba cubierto por numerosos rasguños y pequeñas heridas. Su respiración, agitada y contaminada por los efectos de la polvareda; su rostro, surcado por un fino hilillo de sangre que manaba de su ceja izquierda; y sus músculos, en creciente tensión ante la próxima acometida de su rival.
Apenas había logrado deshacerse del Teniente por un segundo, y este ya volvía a la ofensiva con un ataque desde el cielo.
— Jeeh… — musitó Sakurai para sí mismo, feliz ante la expectativa del próximo golpe de su rival. Lo estaba pasando en grande, como pocas otras veces lo había logrado en un enfrentamiento. Además, y para más inri, su antiguo Teniente no parecía ir a ponerle las cosas fáciles, lo cual enfatizaba esa sensación hasta límites fuera de lo racional.
En cuanto el Shihōin comenzó su descenso sobre el shinigami, Sakurai se posicionó con las piernas separadas y los brazos en alto, dispuesto a recibir el golpe. Sabía que su rival caería con una fuerza desmesurada, pero aún así se veía capaz de detener el golpe con algún que otro as que guardaba bajo la manga…
— Bakudō #8…Seki! — gritó Sakurai; y al instante un pequeño escudo de luz celeste comenzó a crearse en sus manos. Aquello debería bastar para…
— ¡Oh, mierdaa…! — de repente, el shinigami se había percatado de un pequeño destello relampagueante en las manos de su rival.
De inmediato, deshizo el kidō que tenía entre manos, impulsándose hacia un lado, fuera de la trayectoria del ataque. Sólo un loco trataría de parar aquel golpe a manos del Shihōin.
Por apenas unos centímetros, el enorme shinigami logró esquivar la embestida; mas se vio sorprendido por el descalabro que suponía la onda de choque contra el suelo. Así pues, salió despedido rodando por el albero, recorriendo unos veinte metros y saliendo de la descomunal nube de polvo que había alzado el Teniente en su ataque.
Reponiéndose del ataque y con varias rozaduras más por su cuerpo, el noble Suzuhara se incorporó, alzando las manos al frente y con una nueva estrategia en mente. Frente a él se encontraba ahora su oponente, en algún lugar dentro de aquella nube de arena y polvo, y dispuesto a seguir el combate; tal y como Sakurai ansiaba. “A ver cómo se libra Kato de esta”, pensó, antes de iniciar su contraataque.
— Hadō #58, Tenran…!! — un enorme torbellino surgió de las manos de Sakurai, empujando toda la polvareda de frente hacia su rival y, con algo de suerte, desestabilizándole ligeramente también.
Al instante, y prácticamente envuelto en el cegador torbellino de arena que ahora se abalanzaba contra Kato, el musculoso shinigami se lanzó al ataque, empujando su puño derecho dirección al rostro del Teniente del 5º Escuadrón, al tiempo que su mano izquierda, desde debajo, y apuntando a la boca del estómago del Shihōin, se preparaba para ejecutar sus siguientes palabras:
— Hadō #4, Byakurai…— el rayo de luz hiriente saldría disparado apenas unas décimas de segundo después de que su puño derecho recorriese la distancia esperada.
Todo ello, en resumen, significaría la posible ceguera y desestabilización del shinigami, seguidas por un hadō y un puñetazo prácticamente simultáneos. Aquella batalla se iría haciendo más encarnizada a cada segundo que pasara, y ni el Shihōin ni el propio Sakurai parecían ir a conformarse con el típico entrenamiento inofensivo:
Al fin y al cabo, ¿qué mejor que una buena mañana de sangre y violencia para mantener vivas las viejas costumbres…?
Aún era pronto para que los estudiantes de la Academia Shinigami rondasen por el lugar, y en caso de haber querido hacerlo, probablemente se hubieran visto reducidos por la creciente presión espiritual que manaba de la batalla y se unía a los efectos asfixiantes del sol.
Cada colisión y golpe entre los dos luchadores se hacía notar en el ambiente, empujando el aire a su alrededor y levantando cuantiosas partículas de albero. Hacía ya tiempo que el combate había comenzado, un tiempo que ni siquiera los propias combatientes hubieran sabido precisar; mas los efectos de la prolongada batalla comenzaban a palparse en el entorno: El aire a su alrededor aparecía cargado de polvo y tierra, sofocando e impidiendo la correcta respiración, y las pulsaciones de reiatsu se mostraban cada vez más intensas, más agresivas.
En medio de aquella densa polvareda se encontraba uno de los combatientes; herido, magullado, pero con una creciente sonrisa dibujada en los labios. Su cuerpo, terso, fornido y bruñido por los efectos de las largas tardes de entrenamiento, estaba cubierto por numerosos rasguños y pequeñas heridas. Su respiración, agitada y contaminada por los efectos de la polvareda; su rostro, surcado por un fino hilillo de sangre que manaba de su ceja izquierda; y sus músculos, en creciente tensión ante la próxima acometida de su rival.
Apenas había logrado deshacerse del Teniente por un segundo, y este ya volvía a la ofensiva con un ataque desde el cielo.
— Jeeh… — musitó Sakurai para sí mismo, feliz ante la expectativa del próximo golpe de su rival. Lo estaba pasando en grande, como pocas otras veces lo había logrado en un enfrentamiento. Además, y para más inri, su antiguo Teniente no parecía ir a ponerle las cosas fáciles, lo cual enfatizaba esa sensación hasta límites fuera de lo racional.
En cuanto el Shihōin comenzó su descenso sobre el shinigami, Sakurai se posicionó con las piernas separadas y los brazos en alto, dispuesto a recibir el golpe. Sabía que su rival caería con una fuerza desmesurada, pero aún así se veía capaz de detener el golpe con algún que otro as que guardaba bajo la manga…
— Bakudō #8…Seki! — gritó Sakurai; y al instante un pequeño escudo de luz celeste comenzó a crearse en sus manos. Aquello debería bastar para…
— ¡Oh, mierdaa…! — de repente, el shinigami se había percatado de un pequeño destello relampagueante en las manos de su rival.
De inmediato, deshizo el kidō que tenía entre manos, impulsándose hacia un lado, fuera de la trayectoria del ataque. Sólo un loco trataría de parar aquel golpe a manos del Shihōin.
Por apenas unos centímetros, el enorme shinigami logró esquivar la embestida; mas se vio sorprendido por el descalabro que suponía la onda de choque contra el suelo. Así pues, salió despedido rodando por el albero, recorriendo unos veinte metros y saliendo de la descomunal nube de polvo que había alzado el Teniente en su ataque.
Reponiéndose del ataque y con varias rozaduras más por su cuerpo, el noble Suzuhara se incorporó, alzando las manos al frente y con una nueva estrategia en mente. Frente a él se encontraba ahora su oponente, en algún lugar dentro de aquella nube de arena y polvo, y dispuesto a seguir el combate; tal y como Sakurai ansiaba. “A ver cómo se libra Kato de esta”, pensó, antes de iniciar su contraataque.
— Hadō #58, Tenran…!! — un enorme torbellino surgió de las manos de Sakurai, empujando toda la polvareda de frente hacia su rival y, con algo de suerte, desestabilizándole ligeramente también.
Al instante, y prácticamente envuelto en el cegador torbellino de arena que ahora se abalanzaba contra Kato, el musculoso shinigami se lanzó al ataque, empujando su puño derecho dirección al rostro del Teniente del 5º Escuadrón, al tiempo que su mano izquierda, desde debajo, y apuntando a la boca del estómago del Shihōin, se preparaba para ejecutar sus siguientes palabras:
— Hadō #4, Byakurai…— el rayo de luz hiriente saldría disparado apenas unas décimas de segundo después de que su puño derecho recorriese la distancia esperada.
Todo ello, en resumen, significaría la posible ceguera y desestabilización del shinigami, seguidas por un hadō y un puñetazo prácticamente simultáneos. Aquella batalla se iría haciendo más encarnizada a cada segundo que pasara, y ni el Shihōin ni el propio Sakurai parecían ir a conformarse con el típico entrenamiento inofensivo:
Al fin y al cabo, ¿qué mejor que una buena mañana de sangre y violencia para mantener vivas las viejas costumbres…?
Suzuhara Sakurai- Post : 40
Edad : 32
Re: Hakuda y Kidō, mézclense con precaución. [Sakurai, Kato y ¿Satou?]
Con las manos incrustadas en el piso había quedado Kato, tras su desmesurado golpe. Había errado en su objetivo, esquivando Sakurai su golpe por muy poco. Sin embargo, el kido eléctrico contenido se liberó, creando una pequeña explosión subterránea que quebró parte del suelo, despidiendo a al fornido oponente del teniente unos metros más allá.
De nuevo, una densa nube de polvo se había erigido alrededor del shinigami, y cuando al fin pudo liberarse de la presa térrea, poco podía alcanzar a ver a su alrededor. Sin embargo, ahora de pie, sentía frente a él el reiatsu de su adversario. Notó incluso un incremento de él. Algo momentáneo, pero Kato pudo deducir que preparaba algo, por lo que adquirió una pose defensiva, esperando poder blocar la envestida.
Aquella arena suspendida comenzó a arremolinarse alrededor suya, y antes de que pudiera darse cuenta, una fuerte oleada de viento arrastró unos metros, desestabilizándolo y perdiendo la vista de su objetivo por un instante. Tras conseguir mantener la verticalidad casi milagrosamante, algo agazapado se dispuso a contrarrestar aquel Hado, usando su misma moneda. Simple y poco original, pero efectivo:
— Hadō 58, Tenran. — musitó, con la palma de la mano derecha orientada hacia delante, mientras con la otra se protegía los ojos de aquella arena.
La técnica duró un instante, lo justo para detener la corriente de aire que lo estaba cegando. Aun así, tras volver a mirar al frente en aquella fracción de segundo que había pasado, aun no era capaz de apreciar la figura de su adversario, aunque no tardaría mucho en encontrarle, pues éste se dirigiría velozmente hacia él.
Saliendo de la humareda a toda velocidad, justo como antes Kato había salido para realizar aquel violento ataque aéreo. La rapidez era tal que la arena que Sakurai tenía frente a él pareció adherirse a su cuerpo, escapándose poco a poco por los extremos de éste, dejando una fino rastro de aquel amarillento polvo tras de sí. El potente brazo derecho de aquel descomunal shinigami se dirigía implacable hacia el rostro del Shihoin. A su vez, en el brazo izquierdo, cargaba un hado para ser lanzado junto con el puñetazo, de manera simultánea.
El teniente lo tenía todo en su contra. Aquel hado le había sorprendido, distrayéndole lo suficiente como para que su siguiente ataque lo haya sorprendido con muy poco tiempo para reaccionar. Además, el shinigami le superaba en fuerza física, por lo que intentar bloquear aquel puñetazo era casi imposible; eso si obviamos el hado. De entrada desechó la oportunidad de blocar ambos brazos a la vez, pues la envergadura de Sakurai superaba con creces a la de Kato, por lo que éste no alcanzaría a ambos brazos al unísono. Como colofón, el simple placaje de aquella mole de músculos, si es que los otros dos movimientos erraban, sería suficiente como para doblegar a Kato. El Shihoin debía apelar a su mayor rapidez y a su dominio del Hakuda para salir de ésta.
Colocando su brazo izquierdo junto a su rostro, flexionado, de tal manera que con un rápido movimiento intentaría apartar su cabeza de la trayectoria del puño, a la vez que aprovechando la mayor superficie del antebrazo, intentaría desviar el poderoso puño de su igual. Con el brazo derecho, a su vez, lanzaría un pequeño Hado, esperando que este fuera lo suficiente.
— Shō... — alcanzó sólo a decir, apuntando con su dedo índice a la mano que estaba a punto de disparar el hado.
El celeste rayo se disparó, alcanzando a Kato el lateral de su muslo derecho, aunque sin mayor consecuencia que un profundo corte. Había solucionado dos de sus problemas, pero el inminente placaje estaba aun por llegar. En un rápido movimiento consiguió agacharse lo suficiente, a la vez que giraba sobre sí, clavando con fuerza los pies sobre el piso. El abdomen de Sakurai golpearía violentamente contra la espalda del teniente, y este aprovecharía aquella parada momentánea, al mismo tiempo que la inercia del shinigami, para alcanzar el brazo izquierdo que aun seguía lanzando el hado.
— Hanki. — pronunció, mientras rodeaba con su mano la muñeca de Sakurai.
El potente rayo que de su mano emergía, de repente se volatilizó. Kato había logrado imbuir el inverso de aquel kido en el brazo de Sakurai, cancelándolo. Aprovechando la iniciativa que fugazmente tenía, Kato continuó el movimiento tirando del brazo, ayudado por la propia inercia del cuerpo del fornido shinigami. Otro rápido giro de Kato haciendo palanca sobre el torso de Sakurai, lanzó a este por los aires. A penas se elevó un metro por encima suya, dado su peso, por lo que Kato aprovechó su oportunidad.
De nuevo se hizo acopio de la inercia que su movimiento había adquirido para girar rápidamente y dar un pequeño salto, dando una fuerte patada sobre la espalda del desequilibrado Sakurai. Consiguió así, si el shinigami no lo remediaba, lanzar de nuevo a aquel colosal cuerpo por los aires.
Un sendero de destrucción en el suelo, fruto del desviado hado de Sakurai, había elevado más arena a la ya de por sí saturada atmósfera. Kato, aterrizando con rapidez tras su ataque, se preparó para lanzar un bakudo lo suficientemente sencillo como para poder acertar a su blanco antes de que lo perdiera de vista de nuevo, gracias a las maldita arena; y que fuera, a la vez, lo suficientemente fuerte como para que no pudiese zafarse de él tan fácilmente.
— Bakudō 62. Hyapporankan. — Una pequeña lanza de energía apareció en la mano de Kato, lanzándola con presteza a su objetivo.
Había pecado de precoz y en consecuencia aquella barra de kido era menor de lo que se esperaba de un shinigami de la Quinta. Sin embargo, esperaba que fuese lo suficientemente poderosa como para detener el avance de su adversario y recuperar un poco el aliento. A pesar de todo, ni las más profundas bocanadas de aire lograban borrar lo más mínimo aquella sonrisa de su rostro.
De nuevo, una densa nube de polvo se había erigido alrededor del shinigami, y cuando al fin pudo liberarse de la presa térrea, poco podía alcanzar a ver a su alrededor. Sin embargo, ahora de pie, sentía frente a él el reiatsu de su adversario. Notó incluso un incremento de él. Algo momentáneo, pero Kato pudo deducir que preparaba algo, por lo que adquirió una pose defensiva, esperando poder blocar la envestida.
Aquella arena suspendida comenzó a arremolinarse alrededor suya, y antes de que pudiera darse cuenta, una fuerte oleada de viento arrastró unos metros, desestabilizándolo y perdiendo la vista de su objetivo por un instante. Tras conseguir mantener la verticalidad casi milagrosamante, algo agazapado se dispuso a contrarrestar aquel Hado, usando su misma moneda. Simple y poco original, pero efectivo:
— Hadō 58, Tenran. — musitó, con la palma de la mano derecha orientada hacia delante, mientras con la otra se protegía los ojos de aquella arena.
La técnica duró un instante, lo justo para detener la corriente de aire que lo estaba cegando. Aun así, tras volver a mirar al frente en aquella fracción de segundo que había pasado, aun no era capaz de apreciar la figura de su adversario, aunque no tardaría mucho en encontrarle, pues éste se dirigiría velozmente hacia él.
Saliendo de la humareda a toda velocidad, justo como antes Kato había salido para realizar aquel violento ataque aéreo. La rapidez era tal que la arena que Sakurai tenía frente a él pareció adherirse a su cuerpo, escapándose poco a poco por los extremos de éste, dejando una fino rastro de aquel amarillento polvo tras de sí. El potente brazo derecho de aquel descomunal shinigami se dirigía implacable hacia el rostro del Shihoin. A su vez, en el brazo izquierdo, cargaba un hado para ser lanzado junto con el puñetazo, de manera simultánea.
El teniente lo tenía todo en su contra. Aquel hado le había sorprendido, distrayéndole lo suficiente como para que su siguiente ataque lo haya sorprendido con muy poco tiempo para reaccionar. Además, el shinigami le superaba en fuerza física, por lo que intentar bloquear aquel puñetazo era casi imposible; eso si obviamos el hado. De entrada desechó la oportunidad de blocar ambos brazos a la vez, pues la envergadura de Sakurai superaba con creces a la de Kato, por lo que éste no alcanzaría a ambos brazos al unísono. Como colofón, el simple placaje de aquella mole de músculos, si es que los otros dos movimientos erraban, sería suficiente como para doblegar a Kato. El Shihoin debía apelar a su mayor rapidez y a su dominio del Hakuda para salir de ésta.
Colocando su brazo izquierdo junto a su rostro, flexionado, de tal manera que con un rápido movimiento intentaría apartar su cabeza de la trayectoria del puño, a la vez que aprovechando la mayor superficie del antebrazo, intentaría desviar el poderoso puño de su igual. Con el brazo derecho, a su vez, lanzaría un pequeño Hado, esperando que este fuera lo suficiente.
— Shō... — alcanzó sólo a decir, apuntando con su dedo índice a la mano que estaba a punto de disparar el hado.
El celeste rayo se disparó, alcanzando a Kato el lateral de su muslo derecho, aunque sin mayor consecuencia que un profundo corte. Había solucionado dos de sus problemas, pero el inminente placaje estaba aun por llegar. En un rápido movimiento consiguió agacharse lo suficiente, a la vez que giraba sobre sí, clavando con fuerza los pies sobre el piso. El abdomen de Sakurai golpearía violentamente contra la espalda del teniente, y este aprovecharía aquella parada momentánea, al mismo tiempo que la inercia del shinigami, para alcanzar el brazo izquierdo que aun seguía lanzando el hado.
— Hanki. — pronunció, mientras rodeaba con su mano la muñeca de Sakurai.
El potente rayo que de su mano emergía, de repente se volatilizó. Kato había logrado imbuir el inverso de aquel kido en el brazo de Sakurai, cancelándolo. Aprovechando la iniciativa que fugazmente tenía, Kato continuó el movimiento tirando del brazo, ayudado por la propia inercia del cuerpo del fornido shinigami. Otro rápido giro de Kato haciendo palanca sobre el torso de Sakurai, lanzó a este por los aires. A penas se elevó un metro por encima suya, dado su peso, por lo que Kato aprovechó su oportunidad.
De nuevo se hizo acopio de la inercia que su movimiento había adquirido para girar rápidamente y dar un pequeño salto, dando una fuerte patada sobre la espalda del desequilibrado Sakurai. Consiguió así, si el shinigami no lo remediaba, lanzar de nuevo a aquel colosal cuerpo por los aires.
Un sendero de destrucción en el suelo, fruto del desviado hado de Sakurai, había elevado más arena a la ya de por sí saturada atmósfera. Kato, aterrizando con rapidez tras su ataque, se preparó para lanzar un bakudo lo suficientemente sencillo como para poder acertar a su blanco antes de que lo perdiera de vista de nuevo, gracias a las maldita arena; y que fuera, a la vez, lo suficientemente fuerte como para que no pudiese zafarse de él tan fácilmente.
— Bakudō 62. Hyapporankan. — Una pequeña lanza de energía apareció en la mano de Kato, lanzándola con presteza a su objetivo.
Había pecado de precoz y en consecuencia aquella barra de kido era menor de lo que se esperaba de un shinigami de la Quinta. Sin embargo, esperaba que fuese lo suficientemente poderosa como para detener el avance de su adversario y recuperar un poco el aliento. A pesar de todo, ni las más profundas bocanadas de aire lograban borrar lo más mínimo aquella sonrisa de su rostro.
Re: Hakuda y Kidō, mézclense con precaución. [Sakurai, Kato y ¿Satou?]
En una muestra de increíble maestría por parte del Shihōin, este había logrado dar un vuelco a la situación, tornando la acometida de su rival en un placaje fallido:
En primer lugar, y tras contrarrestar el hado en forma de remolino con otro de la misma índole; Kato había logrado sortear el puñetazo y desviar ligeramente el rayo de luz azulina. Así pues, y en lugar de incidir en el estómago del Shihōin, tal y como nuestro protagonista había previsto, el Byakurai golpeó en el muslo derecho de Kato, hiriéndole brevemente antes de ser anulado por una técnica de contrarresto de kidō.
Hasta ahí, el contrincante de nuestro fornido amigo ya había demostrado, y con creces, que realmente merecía el puesto que ocupaba en el 5º Escuadrón: no sólo había realizado una magnífica esquiva, sino que además la había combinado con tres kidō distintos para cambiar el rumbo del combate. Así pues, y tras haber anulado el hadō de la mano izquierda de Sakurai, el Shihōin realizó un complejo movimiento, aprovechando la propia inercia de la embestida de su antiguo subordinado para arrojarlo por los aires.
Y Sakurai cayó… Durante apenas unos segundos completó su descenso estrepitoso contra el suelo de albero; tiempo más que suficiente para que Kato iniciase su próxima ofensiva. Sakurai sabía que era más que probable que su contrincante no le dejase demasiado tiempo de reacción, pero aquel lanzamiento aéreo no le había dejado demasiadas opciones para defenderse; así que lo más que pudo hacer el shinigami para intentar librarse del siguiente ataque de su rival fue, tras haber aterrizado de forma no muy sutil en el suelo, posicionarse de la forma más estable que le fue posible en aquel ínfimo intervalo de tiempo:
Así pues, y con la rodilla izquierda hundida en el suelo, y la pierna derecha por delante, doblada en un ángulo de 90º, cruzó sus brazos frente al rostro, cubriendo el más vital de los órganos con la leve defensa que le proporcionaba el refuerzo de reiatsu que tuvo tiempo a concentrar el dichas extremidades.
Sin embargo, tan mala (o buena) suerte tuvo el noble Suzuhara, que el Bakudō 62 lanzado por su antiguo teniente no impactó donde había predicho, incidiendo en su lugar bajo el hombro izquierdo de nuestro protagonista. De este modo, la, aunque debilitada, igualmente hiriente barra de luz; acabó atravesando a Sakurai en el espacio entre su pectoral izquierdo y el hombro, de forma limpia, aunque quedando atrapada y restringiendo así los movimientos de su brazo siniestro.
Un punzante dolor atenazaba a nuestro protagonista, sólo amainado por la incontrolable sed de batalla que parecía hacerle olvidar todo lo que no fuera referente a su próximo movimiento…
— Aghh…parece que no has perdido cualidades, Kato — lo coloquial era seña indiscutible de la confianza ya establecida entre los combatientes.— Sin embargo…yo tampoco he perdido mi tiempo... — dijo, acentuando una malévola sonrisa; y arrancándose acto seguido la barra de luz del pectoral.
La sangre empezó a manar de la herida, sólo detenida instantes después por la palma de la mano derecha del shinigami, que aparecía ahora imbuida en un halo celeste. Al cabo de unos segundos, la fuente carmesí ya había sido devuelta a su acostumbrada sequía, cesando por completo la hemorragia, aunque no por ello desapareciendo una fea marca sanguinolenta.
— Eso bastará. — comentó el shinigami, confiando en sus capacidades. Quizás unos segundos de curación no serían suficientes para hacer cesar el dolor, y mucho menos la molestia; pero al menos podía estar seguro de que la herida no se abriría de nuevo a mitad del combate.
— Parece que Aoki no me enseñó del todo mal. — dijo, en voz alta, mientras echaba un ojo a su trabajo de sanación. — Sin embargo, mi antiguo fukutaichō…siento decirte que tú tampoco te quedaste corto. — Al instante, alzó los brazos al frente, gritando con poderío: — ¡¡Bakudō 62, Hyapporankan!!
Numerosas barras de luz salieron disparadas hacia el Shihōin, barriendo una superficie circular de unos dos metros de radio, y con la sana intención de mostrar a Kato cómo su antiguo subordinado seguía siendo fiel a sus aptitudes en kidō. Además, no era esta una invocación tan forzada o precipitada como la de su contrincante, visto que el tiempo no corría en su contra, tal y como había ocurrido en el movimiento anterior; y como denotaba el mayor número de barras arrojadas, y una que aún mantenía agarrada con la mano izquierda.
Así pues, el ataque dejaría a Kato una mayor capacidad de reacción y, a no ser que encontrase una forma menos costosa de librarse de él, le obligaría a mantenerse en movimiento y, ¿quién sabe? Quizás cargar contra un Sakurai que ya aguardaba dispuesto a reanudar el combate…
En primer lugar, y tras contrarrestar el hado en forma de remolino con otro de la misma índole; Kato había logrado sortear el puñetazo y desviar ligeramente el rayo de luz azulina. Así pues, y en lugar de incidir en el estómago del Shihōin, tal y como nuestro protagonista había previsto, el Byakurai golpeó en el muslo derecho de Kato, hiriéndole brevemente antes de ser anulado por una técnica de contrarresto de kidō.
Hasta ahí, el contrincante de nuestro fornido amigo ya había demostrado, y con creces, que realmente merecía el puesto que ocupaba en el 5º Escuadrón: no sólo había realizado una magnífica esquiva, sino que además la había combinado con tres kidō distintos para cambiar el rumbo del combate. Así pues, y tras haber anulado el hadō de la mano izquierda de Sakurai, el Shihōin realizó un complejo movimiento, aprovechando la propia inercia de la embestida de su antiguo subordinado para arrojarlo por los aires.
Y Sakurai cayó… Durante apenas unos segundos completó su descenso estrepitoso contra el suelo de albero; tiempo más que suficiente para que Kato iniciase su próxima ofensiva. Sakurai sabía que era más que probable que su contrincante no le dejase demasiado tiempo de reacción, pero aquel lanzamiento aéreo no le había dejado demasiadas opciones para defenderse; así que lo más que pudo hacer el shinigami para intentar librarse del siguiente ataque de su rival fue, tras haber aterrizado de forma no muy sutil en el suelo, posicionarse de la forma más estable que le fue posible en aquel ínfimo intervalo de tiempo:
Así pues, y con la rodilla izquierda hundida en el suelo, y la pierna derecha por delante, doblada en un ángulo de 90º, cruzó sus brazos frente al rostro, cubriendo el más vital de los órganos con la leve defensa que le proporcionaba el refuerzo de reiatsu que tuvo tiempo a concentrar el dichas extremidades.
Sin embargo, tan mala (o buena) suerte tuvo el noble Suzuhara, que el Bakudō 62 lanzado por su antiguo teniente no impactó donde había predicho, incidiendo en su lugar bajo el hombro izquierdo de nuestro protagonista. De este modo, la, aunque debilitada, igualmente hiriente barra de luz; acabó atravesando a Sakurai en el espacio entre su pectoral izquierdo y el hombro, de forma limpia, aunque quedando atrapada y restringiendo así los movimientos de su brazo siniestro.
Un punzante dolor atenazaba a nuestro protagonista, sólo amainado por la incontrolable sed de batalla que parecía hacerle olvidar todo lo que no fuera referente a su próximo movimiento…
— Aghh…parece que no has perdido cualidades, Kato — lo coloquial era seña indiscutible de la confianza ya establecida entre los combatientes.— Sin embargo…yo tampoco he perdido mi tiempo... — dijo, acentuando una malévola sonrisa; y arrancándose acto seguido la barra de luz del pectoral.
La sangre empezó a manar de la herida, sólo detenida instantes después por la palma de la mano derecha del shinigami, que aparecía ahora imbuida en un halo celeste. Al cabo de unos segundos, la fuente carmesí ya había sido devuelta a su acostumbrada sequía, cesando por completo la hemorragia, aunque no por ello desapareciendo una fea marca sanguinolenta.
— Eso bastará. — comentó el shinigami, confiando en sus capacidades. Quizás unos segundos de curación no serían suficientes para hacer cesar el dolor, y mucho menos la molestia; pero al menos podía estar seguro de que la herida no se abriría de nuevo a mitad del combate.
— Parece que Aoki no me enseñó del todo mal. — dijo, en voz alta, mientras echaba un ojo a su trabajo de sanación. — Sin embargo, mi antiguo fukutaichō…siento decirte que tú tampoco te quedaste corto. — Al instante, alzó los brazos al frente, gritando con poderío: — ¡¡Bakudō 62, Hyapporankan!!
Numerosas barras de luz salieron disparadas hacia el Shihōin, barriendo una superficie circular de unos dos metros de radio, y con la sana intención de mostrar a Kato cómo su antiguo subordinado seguía siendo fiel a sus aptitudes en kidō. Además, no era esta una invocación tan forzada o precipitada como la de su contrincante, visto que el tiempo no corría en su contra, tal y como había ocurrido en el movimiento anterior; y como denotaba el mayor número de barras arrojadas, y una que aún mantenía agarrada con la mano izquierda.
Así pues, el ataque dejaría a Kato una mayor capacidad de reacción y, a no ser que encontrase una forma menos costosa de librarse de él, le obligaría a mantenerse en movimiento y, ¿quién sabe? Quizás cargar contra un Sakurai que ya aguardaba dispuesto a reanudar el combate…
Suzuhara Sakurai- Post : 40
Edad : 32
Re: Hakuda y Kidō, mézclense con precaución. [Sakurai, Kato y ¿Satou?]
Orgulloso por aquella serie de golpes que habían constituido su ofensiva, Kato caminaba, entre las nubes de polvo, con paso pomposo y algo cómico. Entiéndase que el Shihoin, al contrario de los de su clase, no era un ser arrogante. Es más, odiaba aquel comportamiento típico de la nobleza por encima de todo lo demás. Encontraba a la altivez en combate, además, una conducta cuanto menos irresponsable: podías desde infravalorar la fuerza de tu enemigo hasta perder un tiempo crucial para acabar con su vida. Sin embargo aquel adversario no sólo no era su enemigo, sino que era un amigo, por lo que entendería aquellos andares chulescos como lo que eran: una burla más en aquel violento juego que se traían entre manos.
Por enésima vez, el Shihoin se había visto encerrado entre las nubes de polvo entre broma y broma. La imagen de Sakurai se veía borrosa entre el polvo, e iba y venía conforme el caprichoso viento traía y llevaba aquellas nubes de fina arena. Pudo distinguir como al menos una de las barras de su bakudo le había alcanzado, de ahí que se acercara con tanta confianza, creyéndolo inmovilizado. Escuchó su voz entre la arena y la comisura de su labio se elevó con descaro:
— ¿Qué pensabas que he estado haciendo este tiempo? — preguntó, con retórica. — Alguna que otra vez me escapaba del laboratorio, hombre. — continuó en tono burlón, pero su siguiente frase le devolvió a su estado de alerta.
La arena seguía cegando peligrosamente a Kato, por lo que con dos saltos hacia atrás se alejó de nuevo de Sakurai, lo suficiente para salir de la humareda. Poco a poco la arena se asentaba y la figura de su adversario se podía intuir a lo lejos. Un destello azulado llamó la atención del Shihoin:
— ¿Kido curativo en mitad del combate? — preguntó para sí, sin saber si sería oído. — Impresionante. — En su voz se aunaban la sorpresa y, por qué no decirlo, la admiración y orgullo como antiguo sensei.
La sonrisa de orgullo por su antiguo subordinado pronto se borraría de su cara al escuchar como, con sorprendente rapidez tras autocurarse, Sakurai conjuraba su nuevo kido. Kato se hallaba preparado, pero el polvo que se resistía a la inexorable gravedad impedía prever con demasiada antelación el ataque, por lo que debía hacer gala de sus reflejos.
La vara brillante, idéntica a la que el Shihoin había lanzado segundos atrás, surcó el cielo dejando un rastro de fina arena al abandonar la nube. Fue directo hacia él, a tal velocidad que a penas tiempo tuvo de reaccionar. A escasos metros del Shihoin, la vara se dividió en multitud de ellas, siguiendo su veloz trayectoria hacia el teniente, aumentando la superficie del ataque con la división. Algunas se iban clavando con fiereza sobre el suelo, justo delante del Shihoin mientras que el resto seguían avanzando inexorablemente hacia él.
— Mierda. — exclamó Kato, pues sus jocosos juegos habían tenido el preciso efecto que le motivaba a ser pragmático en un combate real: había sido cogido por relativa sorpresa.
Desapareció en un shunpo, en el momento exacto en el que una de las varas caía sobre uno de sus pies. Apareció metros atrás y, en un rápido y acrobático movimiento, tuvo que saltar y girar en el aire para esquivar un par de ellas que venían muy próximas entre sí. Calculado el movimiento al milímetro, aquellas dos partes del bakudo de Sakurai rozaron el pecho y la espalda del Shihoin. Éste no tuvo tiempo ni para tomar aire cuando volvió a posarse en el suelo, desapareciendo una milésima de segundo después en un nuevo shunpo.
Estos Pasos Instantáneos los hacía casi a ciegas, ya que no podía observar con exactitud la trayectoria de las distintas partes del bakudo. Con sus shunpos, Kato siempre tendía a alejarse Sakurai, ya que el kido le había venido directo a él, pero a veces se desviaba un tanto de aquel eje imaginario para sortear alguna que otra barra energética. Entiéndase que Kato estaba ahora más ocupado en intentar no ser capturado por aquel kido que en su propio rival, aunque de vez en cuando miraba a su antiguo compañero de División, tan sólo un fugaz vistazo, para intentar prever cualquier nueva ofensiva.
No habría pasado ni un par de segundos, pero aquello parecía estar haciendo mella en la resistencia del Shihoin. Shunpo tras shunpo, acrobacia tras acrobacia, iba esquivando la lluvia de bakudo hasta que pareció amainar. En la última esquiva había aterrizado sobre el suelo hincando una rodilla en él para poder evitar una de las últimas varas. Parecía que todo había cesado e intentó incorporarse, mas no pudo. Tres varas de aquel bakudo habían escapado a su visión, llegando a parar a su pierna izquierda, que reposaba en el suelo. Una de ellas había herido de levedad el muslo de Kato, pero las otras dos había incidido alrededor de él de tal manera que no podía sacar la pierna ni levantarla.
— Joder... — masculló el Shihoin, aunque no por ello se borró la sonrisa de su rostro.
Dada su postura y su agotamiento espiritual, el Hanki estaba más que descartado, por lo que debía planear algo para poder defenderse cuanto antes. No hay que ser muy observador para entender que su condición actual le hacía totalmente vulnerable y un blanco perfecto, además. Debía ganar algo de tiempo al instante:
— Hado 32. Ōkasen. — pronunció.
Una llamarada y casi dorada se formó al instante, saliendo desde el brazo de Kato cuando ejecutó su movimiento semicircular. Aquella ráfaga de energía se extendía como un arco paralelo al suelo, de tal manera que dibujaba media circunferencia con centro en el mismo Shihoin. Desconocía el paradero exacto de su rival, pero esa ráfaga iría justo hacia él casi con toda seguridad. Fácil de esquivar, pero necesitaba arañar segundos.
Pensó con rapidez, e ideo una estratagema, aunque quizá algo brusca. Giró la mitad de su cuerpo como buenamente pudo y señaló al suelo, justo donde las barras se habían anclado. Disparó una serie de Hado Sho, el más débil de todo, hasta que resquebrajando la tierra pudo levantar algo la pierna. Dos de las barras cayeron inertes a su alrededor, desvaneciéndose a los pocos segundos, sin embargo la tercera le recordó a Kato, con un pinchazo de dolor, que seguía lacerando su muslo. Tiró con fuerza de la última barra y observó la herida.
No sangraba demasiado, pues fue un corte limpio, pero mermaría sin duda sus movimientos. Kato sonreía, pues si aquel ataque había sido ideado tal y como pensaba, se encontraba ante un rival que había mejorado mucho desde su última vez. Con una pierna así, la velocidad de su shunpo se reduciría hasta casi la mitad. Ésa era una de las cualidades que significaban la diferencia de nivel y poder entre Sakurai y el Shihoin, y ahora había quedado limitada. Las tornas se igualaban. "Interesante, muy interesante", pensaba Kato, con una amplísima sonrisa en su boca.
Por enésima vez, el Shihoin se había visto encerrado entre las nubes de polvo entre broma y broma. La imagen de Sakurai se veía borrosa entre el polvo, e iba y venía conforme el caprichoso viento traía y llevaba aquellas nubes de fina arena. Pudo distinguir como al menos una de las barras de su bakudo le había alcanzado, de ahí que se acercara con tanta confianza, creyéndolo inmovilizado. Escuchó su voz entre la arena y la comisura de su labio se elevó con descaro:
— ¿Qué pensabas que he estado haciendo este tiempo? — preguntó, con retórica. — Alguna que otra vez me escapaba del laboratorio, hombre. — continuó en tono burlón, pero su siguiente frase le devolvió a su estado de alerta.
La arena seguía cegando peligrosamente a Kato, por lo que con dos saltos hacia atrás se alejó de nuevo de Sakurai, lo suficiente para salir de la humareda. Poco a poco la arena se asentaba y la figura de su adversario se podía intuir a lo lejos. Un destello azulado llamó la atención del Shihoin:
— ¿Kido curativo en mitad del combate? — preguntó para sí, sin saber si sería oído. — Impresionante. — En su voz se aunaban la sorpresa y, por qué no decirlo, la admiración y orgullo como antiguo sensei.
La sonrisa de orgullo por su antiguo subordinado pronto se borraría de su cara al escuchar como, con sorprendente rapidez tras autocurarse, Sakurai conjuraba su nuevo kido. Kato se hallaba preparado, pero el polvo que se resistía a la inexorable gravedad impedía prever con demasiada antelación el ataque, por lo que debía hacer gala de sus reflejos.
La vara brillante, idéntica a la que el Shihoin había lanzado segundos atrás, surcó el cielo dejando un rastro de fina arena al abandonar la nube. Fue directo hacia él, a tal velocidad que a penas tiempo tuvo de reaccionar. A escasos metros del Shihoin, la vara se dividió en multitud de ellas, siguiendo su veloz trayectoria hacia el teniente, aumentando la superficie del ataque con la división. Algunas se iban clavando con fiereza sobre el suelo, justo delante del Shihoin mientras que el resto seguían avanzando inexorablemente hacia él.
— Mierda. — exclamó Kato, pues sus jocosos juegos habían tenido el preciso efecto que le motivaba a ser pragmático en un combate real: había sido cogido por relativa sorpresa.
Desapareció en un shunpo, en el momento exacto en el que una de las varas caía sobre uno de sus pies. Apareció metros atrás y, en un rápido y acrobático movimiento, tuvo que saltar y girar en el aire para esquivar un par de ellas que venían muy próximas entre sí. Calculado el movimiento al milímetro, aquellas dos partes del bakudo de Sakurai rozaron el pecho y la espalda del Shihoin. Éste no tuvo tiempo ni para tomar aire cuando volvió a posarse en el suelo, desapareciendo una milésima de segundo después en un nuevo shunpo.
Estos Pasos Instantáneos los hacía casi a ciegas, ya que no podía observar con exactitud la trayectoria de las distintas partes del bakudo. Con sus shunpos, Kato siempre tendía a alejarse Sakurai, ya que el kido le había venido directo a él, pero a veces se desviaba un tanto de aquel eje imaginario para sortear alguna que otra barra energética. Entiéndase que Kato estaba ahora más ocupado en intentar no ser capturado por aquel kido que en su propio rival, aunque de vez en cuando miraba a su antiguo compañero de División, tan sólo un fugaz vistazo, para intentar prever cualquier nueva ofensiva.
No habría pasado ni un par de segundos, pero aquello parecía estar haciendo mella en la resistencia del Shihoin. Shunpo tras shunpo, acrobacia tras acrobacia, iba esquivando la lluvia de bakudo hasta que pareció amainar. En la última esquiva había aterrizado sobre el suelo hincando una rodilla en él para poder evitar una de las últimas varas. Parecía que todo había cesado e intentó incorporarse, mas no pudo. Tres varas de aquel bakudo habían escapado a su visión, llegando a parar a su pierna izquierda, que reposaba en el suelo. Una de ellas había herido de levedad el muslo de Kato, pero las otras dos había incidido alrededor de él de tal manera que no podía sacar la pierna ni levantarla.
— Joder... — masculló el Shihoin, aunque no por ello se borró la sonrisa de su rostro.
Dada su postura y su agotamiento espiritual, el Hanki estaba más que descartado, por lo que debía planear algo para poder defenderse cuanto antes. No hay que ser muy observador para entender que su condición actual le hacía totalmente vulnerable y un blanco perfecto, además. Debía ganar algo de tiempo al instante:
— Hado 32. Ōkasen. — pronunció.
Una llamarada y casi dorada se formó al instante, saliendo desde el brazo de Kato cuando ejecutó su movimiento semicircular. Aquella ráfaga de energía se extendía como un arco paralelo al suelo, de tal manera que dibujaba media circunferencia con centro en el mismo Shihoin. Desconocía el paradero exacto de su rival, pero esa ráfaga iría justo hacia él casi con toda seguridad. Fácil de esquivar, pero necesitaba arañar segundos.
Pensó con rapidez, e ideo una estratagema, aunque quizá algo brusca. Giró la mitad de su cuerpo como buenamente pudo y señaló al suelo, justo donde las barras se habían anclado. Disparó una serie de Hado Sho, el más débil de todo, hasta que resquebrajando la tierra pudo levantar algo la pierna. Dos de las barras cayeron inertes a su alrededor, desvaneciéndose a los pocos segundos, sin embargo la tercera le recordó a Kato, con un pinchazo de dolor, que seguía lacerando su muslo. Tiró con fuerza de la última barra y observó la herida.
No sangraba demasiado, pues fue un corte limpio, pero mermaría sin duda sus movimientos. Kato sonreía, pues si aquel ataque había sido ideado tal y como pensaba, se encontraba ante un rival que había mejorado mucho desde su última vez. Con una pierna así, la velocidad de su shunpo se reduciría hasta casi la mitad. Ésa era una de las cualidades que significaban la diferencia de nivel y poder entre Sakurai y el Shihoin, y ahora había quedado limitada. Las tornas se igualaban. "Interesante, muy interesante", pensaba Kato, con una amplísima sonrisa en su boca.
Re: Hakuda y Kidō, mézclense con precaución. [Sakurai, Kato y ¿Satou?]
Las numerosas barras del bakudō acometieron contra el teniente del Quinto Escuadrón, trazando un sendero de luz que trataba de apresar al Shihōin contra el suelo. Sin embargo, el talentoso shinigami hizo acopio de su pericia en el Paso Instantáneo – o shunpo – para evadir una y otra vez los distintos fragmentos del bakudō inicial, alejándose cada vez más de nuestro fornido y magullado protagonista.
Aún con todo ello, aquel no debía de ser el mejor día del tan admirado teniente, pues acabó siendo golpeado por una mínima parte del ataque, siendo sellado momentáneamente contra el suelo, para “decepción” de Sakurai.
— ¿Me tomas el pelo, Kato? — reprendió, esbozando una mínima sonrisa de satisfacción. — Cuando dijimos de venir a entrenar pensaba que íbamos a hacerlo en serio. — hizo una pausa, cambiando el tono a uno más tentador. — No te contengas. Sabes que puedes esquivar mucho más que eso…
Entonces el Shihōin reanudó el combate, trazando un Hadō #32 en forma de reluciente arco. Su propósito probablemente fuera el de ganar algo de tiempo para poder liberarse de las molestas barras de luz del ataque anterior; y evitar así ser un blanco fácil e inmóvil. Sin embargo, no por ello dejaba de ser una amenaza; y más aún viniendo del más poderoso shinigami del 5 º Escuadrón.
Y llegados a este punto, Sakurai no lo dudó: había llegado la hora de ponerse serios. Apenas había recorrido unos metros el Ōkasen cuando la mano derecha del ahora shinigami del 4º Escuadrón se ciñó en torno a la azulina empuñadura de su zampakutō. Lentamente, la comenzó a extraer de su vaina, dejando ver un blanquecino fulgor proveniente de la hoja del arma. Acto seguido, se dejaron oír las rotundas palabras de Sakurai; solemnes, firmes, auspiciantes…
— ¡Shinasai, Kagami no shinsei!
Y la hoja de la zampakutō acrecentó su brillo, al tiempo que comenzaba a vibrar, impaciente. Y entonces, la blanca dama en el interior de la zampakutō despertó, dando rienda suelta a la liberación del shikai:
La empuñadura y la parte visible de la hoja comenzaron a ofrecer una imagen distorsionada, borrosa, cual reflejo en un estanque mecido por breves ondas; hasta el punto de parecer fundirse en un único synolon de color entre añil, dorado y metálico. Poco a poco, el aparente espejismo se extendió en una difuminación aún mayor, tornándose en poco más que un halo blanquecino disuelto en el aire, y ciñéndose alrededor de los brazos de Sakurai.
Rodeó entonces los puños del Suzuhara, discurriendo entre sus dedos y cubriéndolos a su paso con el férreo material de la zampakutō, en forma de las poderosas garras que caracterizaban su liberación. Y el halo siguió avanzando, reforzando dorso y palma de las manos del mismo modo, y blindando, asimismo, los ahora completos guanteletes del shinigami.
Mas no todo acababa ahí pues, como Kato bien sabría, la primera liberación de Kagami no shinsei suponía algo más que el implacable poderío de unas garras y la nueva robustez de los guanteletes: Suponía el siguiente nivel en el perfeccionamiento de la lucha con kidō.
Y el Shihōin ya debía haberse dado cuenta:
Frente a nuestro colosal y en ocasiones tosco shinigami podía entreverse, con dificultad, una leve perturbación en el aire; como un parche donde la visión se tornaba algo más borrosa y distorsionada, y con la cual el Hadō #32 del teniente tendría que cruzarse antes de impactar en Sakurai.
De este modo, el dorado arco flamígero siguió avanzando hacia nuestro protagonista, cual parábola ardiente en cuyo vértice debía de caer el ahora curandero del 4º Escuadrón. Sin embargo, y tan pronto como la distancia entre vértice y vórtice – nótese el juego de palabras – se redujo al mínimo, el Ōkasen de Kato comenzó a verse absorbido, sin mayor oportunidad, por la grieta de kidō de Sakurai.
Así pues, y cual gatito succionado por aspiradora, las doradas llamas del hado se perdieron en una dimensión distinta a la nuestra, ocultas bajo el velo místico de la susurrante dama, Kagami no shinsei…
— Kiroi. — concluyó Sakurai, cerrando por completo el sello que mantenía al Okasen encerrado en aquel portal.
A continuación, le dedicó una orgullosa mirada a los guanteletes que formaban su shikai. Tenían también un aspecto borroso, como envueltos en una neblina translúcida que no dejaba ver con nitidez los grabados en ellos presentes. Se centró entonces en la extremidad izquierda, y pronunció con decisión:
— Hadou 1: Shō. — el aire alrededor del puño pareció agitarse, pero en lugar de salir disparado el kidō, como normalmente hubiera hecho, Sakurai lo contuvo en uno de los portales aún presentes en su guantelete – recordemos que ambos brazos tenían aún aspecto borroso, consecuente con que aún mantuviesen sendos vórtices contenidos en ellos. - Las otras dos grietas de kidō se limitaban a dar vueltas alrededor de Sakurai, orbitando una a la altura de las rodillas y otra a la del pecho.
— Gurē — añadió, otorgando nombre al portal que ahora mantenía en su puño izquierdo, tal y como había hecho anteriormente con el que absorbió el hado del Shihōin.
Acto seguido, adoptó una posición defensiva, esperando a que esta vez fuera el teniente quien reemprendiera la batalla; no sin antes colocar a Kiroi a su espalda, a media altura y escasos centímetros de su columna. Lo desplazó de forma lenta, perceptible, permitiendo al Shihōin ver con claridad hacia donde llevaba el vórtice. Tras ello, sonrió, expectante.
— Adelante, Shihōin. Demuéstrame lo fuerte que te has vuelto…
Aún con todo ello, aquel no debía de ser el mejor día del tan admirado teniente, pues acabó siendo golpeado por una mínima parte del ataque, siendo sellado momentáneamente contra el suelo, para “decepción” de Sakurai.
— ¿Me tomas el pelo, Kato? — reprendió, esbozando una mínima sonrisa de satisfacción. — Cuando dijimos de venir a entrenar pensaba que íbamos a hacerlo en serio. — hizo una pausa, cambiando el tono a uno más tentador. — No te contengas. Sabes que puedes esquivar mucho más que eso…
Entonces el Shihōin reanudó el combate, trazando un Hadō #32 en forma de reluciente arco. Su propósito probablemente fuera el de ganar algo de tiempo para poder liberarse de las molestas barras de luz del ataque anterior; y evitar así ser un blanco fácil e inmóvil. Sin embargo, no por ello dejaba de ser una amenaza; y más aún viniendo del más poderoso shinigami del 5 º Escuadrón.
Y llegados a este punto, Sakurai no lo dudó: había llegado la hora de ponerse serios. Apenas había recorrido unos metros el Ōkasen cuando la mano derecha del ahora shinigami del 4º Escuadrón se ciñó en torno a la azulina empuñadura de su zampakutō. Lentamente, la comenzó a extraer de su vaina, dejando ver un blanquecino fulgor proveniente de la hoja del arma. Acto seguido, se dejaron oír las rotundas palabras de Sakurai; solemnes, firmes, auspiciantes…
— ¡Shinasai, Kagami no shinsei!
Y la hoja de la zampakutō acrecentó su brillo, al tiempo que comenzaba a vibrar, impaciente. Y entonces, la blanca dama en el interior de la zampakutō despertó, dando rienda suelta a la liberación del shikai:
La empuñadura y la parte visible de la hoja comenzaron a ofrecer una imagen distorsionada, borrosa, cual reflejo en un estanque mecido por breves ondas; hasta el punto de parecer fundirse en un único synolon de color entre añil, dorado y metálico. Poco a poco, el aparente espejismo se extendió en una difuminación aún mayor, tornándose en poco más que un halo blanquecino disuelto en el aire, y ciñéndose alrededor de los brazos de Sakurai.
Rodeó entonces los puños del Suzuhara, discurriendo entre sus dedos y cubriéndolos a su paso con el férreo material de la zampakutō, en forma de las poderosas garras que caracterizaban su liberación. Y el halo siguió avanzando, reforzando dorso y palma de las manos del mismo modo, y blindando, asimismo, los ahora completos guanteletes del shinigami.
Mas no todo acababa ahí pues, como Kato bien sabría, la primera liberación de Kagami no shinsei suponía algo más que el implacable poderío de unas garras y la nueva robustez de los guanteletes: Suponía el siguiente nivel en el perfeccionamiento de la lucha con kidō.
Y el Shihōin ya debía haberse dado cuenta:
Frente a nuestro colosal y en ocasiones tosco shinigami podía entreverse, con dificultad, una leve perturbación en el aire; como un parche donde la visión se tornaba algo más borrosa y distorsionada, y con la cual el Hadō #32 del teniente tendría que cruzarse antes de impactar en Sakurai.
De este modo, el dorado arco flamígero siguió avanzando hacia nuestro protagonista, cual parábola ardiente en cuyo vértice debía de caer el ahora curandero del 4º Escuadrón. Sin embargo, y tan pronto como la distancia entre vértice y vórtice – nótese el juego de palabras – se redujo al mínimo, el Ōkasen de Kato comenzó a verse absorbido, sin mayor oportunidad, por la grieta de kidō de Sakurai.
Así pues, y cual gatito succionado por aspiradora, las doradas llamas del hado se perdieron en una dimensión distinta a la nuestra, ocultas bajo el velo místico de la susurrante dama, Kagami no shinsei…
— Kiroi. — concluyó Sakurai, cerrando por completo el sello que mantenía al Okasen encerrado en aquel portal.
A continuación, le dedicó una orgullosa mirada a los guanteletes que formaban su shikai. Tenían también un aspecto borroso, como envueltos en una neblina translúcida que no dejaba ver con nitidez los grabados en ellos presentes. Se centró entonces en la extremidad izquierda, y pronunció con decisión:
— Hadou 1: Shō. — el aire alrededor del puño pareció agitarse, pero en lugar de salir disparado el kidō, como normalmente hubiera hecho, Sakurai lo contuvo en uno de los portales aún presentes en su guantelete – recordemos que ambos brazos tenían aún aspecto borroso, consecuente con que aún mantuviesen sendos vórtices contenidos en ellos. - Las otras dos grietas de kidō se limitaban a dar vueltas alrededor de Sakurai, orbitando una a la altura de las rodillas y otra a la del pecho.
— Gurē — añadió, otorgando nombre al portal que ahora mantenía en su puño izquierdo, tal y como había hecho anteriormente con el que absorbió el hado del Shihōin.
Acto seguido, adoptó una posición defensiva, esperando a que esta vez fuera el teniente quien reemprendiera la batalla; no sin antes colocar a Kiroi a su espalda, a media altura y escasos centímetros de su columna. Lo desplazó de forma lenta, perceptible, permitiendo al Shihōin ver con claridad hacia donde llevaba el vórtice. Tras ello, sonrió, expectante.
— Adelante, Shihōin. Demuéstrame lo fuerte que te has vuelto…
Suzuhara Sakurai- Post : 40
Edad : 32
Re: Hakuda y Kidō, mézclense con precaución. [Sakurai, Kato y ¿Satou?]
Había conseguido ya librarse de aquel lastre en forma de bakudō. El dolor era mínimo. Dolerle le dolía mucho más las insinuaciones de aquel viejo compañero de escuadrón que la herida en sí. ¿Acaso no podría comprender que él también podría haber mejorado? Kato se tomaba en serio aquello, pero ello no implicaba que pudiera errar al calcular el poder actual de Sakurai, menospreciándolo. O quizá era el robusto shinigami quien se minusvaloraba a sí mismo.
— Creo que eres tú quien se menosprecia a sí mismo. — dijo, con una sonrisa cómplice en su boca. — De hecho, creo que... — pero la liberación de aquel limitador del poder de su zanpakutō, el shikai de Sakurai, le hizo callar, aunque no por mucho.
Aquellos guanteles, aquella aura que los embebía. Los cánticos que sellaban su poder. Todo le era familiar. Admiraba aquella zanpakutō convertida en obra de arte, obra para las Artes Demoníacas, para ser más justos, en concepto. A menudo había sentido celos de ella, sobretodo antes de conocer las capacidades para el kidō de su amada Tora Raijin, aunque no era de extrañar. La habilidad de aquella arma no tenía parangón. Un buen sujeto de estudio para su especializado laboratorio, sin duda.
— ¡Woojo! — dejó escapar Kato aquel chillido, sorprendido, a la vez de ilusionado al sentir aquella liberación de reiatsu que daba paso al shikai de Sakurai.
Su enorme Hadō, hecho con el único fin de distraer a su contrincante el tiempo suficiente como para librarse de aquel molesto bakudō, lejos de ser esquivado, desapareció como si nada. Como el fuego de una vela que se consume bajo un frasco al quedarse sin aire, aquel vasto arco de energía se redujo a la nada, absorbido por el inusual, y no por ello menos poderos, shikai de Sakurai. Ya había contemplado antes el asombroso poder de aquella zanpakutō, pero nunca había sido desde ese lado de la escena. Una chispa iluminó la mente del Teniente de la Quinta y una sonrisa pícara se dibujó en su rostro.
— Esto... sólo un apunte. No sigas su ejemplo: ni se te ocurra despertarme. — susurró Tora a su oído. Al parecer malinterpretaba aquella sonrisa.
— ¿Ahora también hablas dormido? — preguntó con sátira a su zanpakutō. — Pues vaya plan... — No quiso distrarse más. — Aunque quizá...
— Ese tono no me gusta nada jovencito. — añadió Tora, con ironía.
Sus ojos estaban fijos en su contrincante. La sonrisa de satisfacción por tan grato momento de diversión se acrecentaba por momentos. La liberación del shikai por parte de Sakurai no hizo más que acelerar la aparición de sus dientes bajo aquella amplia boca que más reía que sonreía, en aquel momento.
Su ataque había sido absorbido por aquella prodigiosa zanpakutō, como si nunca hubiese existido. Kato siempre se interesó por aquella formidable arma que tan bien aunaba el kido y hakuda. Conocía alguno de sus trucos, los suficiente para que Sakurai no lo cogiera desprevenido a la primera de cambio, pero seguro que muchos más ocultaba y el Shihōin estaba impaciente por saber qué. Por otra parte esperaba que, una vez acabara de dominar su propio bankai, éste mostrara alguna de las ventajas para el kido como lo hacía Kagami no shinsei. Algo le mantenía oculto aquel viejo tigre que tantas veces se había autodenominado Maestro de las Artes Demoníacas. Por ello y por sus aptitudes pseudocientíficas y de investigación, el teniente estaba impaciente por ver aquella zanpakutō en todo su explendor. Ávido de conocimientos y repleto de curiosidad, ideó con rapidez su próximo movimiento. Tenía que examinar con más detalle aquel shikai.
— Vaya, vaya. Así que no pudiste esperar más para sacar tu truquito bajo la manga, ¿no? — sonreía, travieso. — Pues, ¿sabes qué? Siempre he sentido curiosidad por ese chisme. — Y era sincero, aunque su tono sugería, más bien, que se lo estaba tomando a cachondeo. — Qué tal si probamos 'de verdad' tu juguetito, ¿eh? — Había hecho especial incisión sobre aquellas dos palabras, en respuesta a las insinuaciones del shinigami del Cuarto Escuadrón. Su tono sonaba desafiante. Se divertía, y parte del espectáculo era incitar a su contrincante y amigo. — Vamos allá.
El Shihōin desapareció en un rápido shunpo, apareciendo unos diez metros por encima de su posición anterior. Solidificando espiritrones, Kato posó sendos pies en el aire. Había aparecido con sus dos manos juntas, frente a su pecho. Como si se dispusiera a rezar cuán dócil y ferviente fiel. Sus manos se separaron poco a poco y, tras un leve destello de luz, el arma del teniente se fue materializando con lentitud, mientras pequeñas descargas eléctricas iban y venían de ella. Una vez completa, Kato la asió por el centro, como si de un cayado se tratase. Y no erraríamos demasiado en denominar Tora Raijin así, en aquel instante. Lejos de servir de arma, la perezosa zanpakutō haría de catalizador, y brillaba en consecuencia, aunque algo tenue.
Elevarse a esa altura no había sido fruto del azar, ni ninguna floritura de su ataque. Era, simple y llanamente, una necesidad. De no detener aquella envestida, su hadō podría haber acabado con la mayoría de los edificios colindantes, y eso que se encontraban, la mayoría, bastante lejos. Giró su arma y la orientó hacia Sakurai. Su mano derecha continuaba en el centro de la zanpakutō. Acercó su mano izquierda y colocó su arma horizontalmente, anclada entre los pulgares de Kato, cuyas palmas de las manos apuntaban a Sakurai. Éstas comenzaron a brillar, y algunas chispas eléctricas brotaron de ellas, fruto del reiatsu que allí se condensaba.
— Hadō 88. Shiryū Gekizoku Shintenraihō — conjuró.
El pequeño punto luminiscente se alargó, formando un pequeño haz de luz que no tardó en estallar en el más estridente trueno jamás pronunciado por una tormenta. El retroceso flexionó un tanto los brazos del Shihōin, y un metro fue desplazando su cuerpo en el aire en reacción de aquel vasto ataque. La energía contenida y canalizada a través de la zanpakutō se expandía con rapidez y fiereza. Ahora el cuerpo de Kato no era más que un mísero punto en medio de aquella vorágine de energía desatada. Un enorme rayo de inconmensurable poder se dirigía veloz hacia su destino. Conforme se agrandaba al abandonar la zanpakutō del Shihōin, se alcanzaba a ver, algo difusa, la cabeza de un dragón que parecía rugir, aunque no fuese más que el estallido, aun presente en los tímpanos de muchos, de aquella devastadora energía liberándose y extendiéndose por doquier. Sin duda una técnica que poco se perderían en todo el Seireitei, o al menos pocos dejarían de escucharla.
Aquel relámpago que parecía concebido en las entrañas de la más salvaje tormenta, seguía su camino, celérico y colérico, desafiando la habilidad de aquella zanpakutō y del shinigami que la portaba. Pues ese era su fin. Aquella era la primera fase de su prueba de fuego para aquel shikai que tanto detestaba y admiraba a partes iguales.
— Creo que eres tú quien se menosprecia a sí mismo. — dijo, con una sonrisa cómplice en su boca. — De hecho, creo que... — pero la liberación de aquel limitador del poder de su zanpakutō, el shikai de Sakurai, le hizo callar, aunque no por mucho.
Aquellos guanteles, aquella aura que los embebía. Los cánticos que sellaban su poder. Todo le era familiar. Admiraba aquella zanpakutō convertida en obra de arte, obra para las Artes Demoníacas, para ser más justos, en concepto. A menudo había sentido celos de ella, sobretodo antes de conocer las capacidades para el kidō de su amada Tora Raijin, aunque no era de extrañar. La habilidad de aquella arma no tenía parangón. Un buen sujeto de estudio para su especializado laboratorio, sin duda.
— ¡Woojo! — dejó escapar Kato aquel chillido, sorprendido, a la vez de ilusionado al sentir aquella liberación de reiatsu que daba paso al shikai de Sakurai.
Su enorme Hadō, hecho con el único fin de distraer a su contrincante el tiempo suficiente como para librarse de aquel molesto bakudō, lejos de ser esquivado, desapareció como si nada. Como el fuego de una vela que se consume bajo un frasco al quedarse sin aire, aquel vasto arco de energía se redujo a la nada, absorbido por el inusual, y no por ello menos poderos, shikai de Sakurai. Ya había contemplado antes el asombroso poder de aquella zanpakutō, pero nunca había sido desde ese lado de la escena. Una chispa iluminó la mente del Teniente de la Quinta y una sonrisa pícara se dibujó en su rostro.
— Esto... sólo un apunte. No sigas su ejemplo: ni se te ocurra despertarme. — susurró Tora a su oído. Al parecer malinterpretaba aquella sonrisa.
— ¿Ahora también hablas dormido? — preguntó con sátira a su zanpakutō. — Pues vaya plan... — No quiso distrarse más. — Aunque quizá...
— Ese tono no me gusta nada jovencito. — añadió Tora, con ironía.
Sus ojos estaban fijos en su contrincante. La sonrisa de satisfacción por tan grato momento de diversión se acrecentaba por momentos. La liberación del shikai por parte de Sakurai no hizo más que acelerar la aparición de sus dientes bajo aquella amplia boca que más reía que sonreía, en aquel momento.
Su ataque había sido absorbido por aquella prodigiosa zanpakutō, como si nunca hubiese existido. Kato siempre se interesó por aquella formidable arma que tan bien aunaba el kido y hakuda. Conocía alguno de sus trucos, los suficiente para que Sakurai no lo cogiera desprevenido a la primera de cambio, pero seguro que muchos más ocultaba y el Shihōin estaba impaciente por saber qué. Por otra parte esperaba que, una vez acabara de dominar su propio bankai, éste mostrara alguna de las ventajas para el kido como lo hacía Kagami no shinsei. Algo le mantenía oculto aquel viejo tigre que tantas veces se había autodenominado Maestro de las Artes Demoníacas. Por ello y por sus aptitudes pseudocientíficas y de investigación, el teniente estaba impaciente por ver aquella zanpakutō en todo su explendor. Ávido de conocimientos y repleto de curiosidad, ideó con rapidez su próximo movimiento. Tenía que examinar con más detalle aquel shikai.
— Vaya, vaya. Así que no pudiste esperar más para sacar tu truquito bajo la manga, ¿no? — sonreía, travieso. — Pues, ¿sabes qué? Siempre he sentido curiosidad por ese chisme. — Y era sincero, aunque su tono sugería, más bien, que se lo estaba tomando a cachondeo. — Qué tal si probamos 'de verdad' tu juguetito, ¿eh? — Había hecho especial incisión sobre aquellas dos palabras, en respuesta a las insinuaciones del shinigami del Cuarto Escuadrón. Su tono sonaba desafiante. Se divertía, y parte del espectáculo era incitar a su contrincante y amigo. — Vamos allá.
El Shihōin desapareció en un rápido shunpo, apareciendo unos diez metros por encima de su posición anterior. Solidificando espiritrones, Kato posó sendos pies en el aire. Había aparecido con sus dos manos juntas, frente a su pecho. Como si se dispusiera a rezar cuán dócil y ferviente fiel. Sus manos se separaron poco a poco y, tras un leve destello de luz, el arma del teniente se fue materializando con lentitud, mientras pequeñas descargas eléctricas iban y venían de ella. Una vez completa, Kato la asió por el centro, como si de un cayado se tratase. Y no erraríamos demasiado en denominar Tora Raijin así, en aquel instante. Lejos de servir de arma, la perezosa zanpakutō haría de catalizador, y brillaba en consecuencia, aunque algo tenue.
Elevarse a esa altura no había sido fruto del azar, ni ninguna floritura de su ataque. Era, simple y llanamente, una necesidad. De no detener aquella envestida, su hadō podría haber acabado con la mayoría de los edificios colindantes, y eso que se encontraban, la mayoría, bastante lejos. Giró su arma y la orientó hacia Sakurai. Su mano derecha continuaba en el centro de la zanpakutō. Acercó su mano izquierda y colocó su arma horizontalmente, anclada entre los pulgares de Kato, cuyas palmas de las manos apuntaban a Sakurai. Éstas comenzaron a brillar, y algunas chispas eléctricas brotaron de ellas, fruto del reiatsu que allí se condensaba.
— Hadō 88. Shiryū Gekizoku Shintenraihō — conjuró.
El pequeño punto luminiscente se alargó, formando un pequeño haz de luz que no tardó en estallar en el más estridente trueno jamás pronunciado por una tormenta. El retroceso flexionó un tanto los brazos del Shihōin, y un metro fue desplazando su cuerpo en el aire en reacción de aquel vasto ataque. La energía contenida y canalizada a través de la zanpakutō se expandía con rapidez y fiereza. Ahora el cuerpo de Kato no era más que un mísero punto en medio de aquella vorágine de energía desatada. Un enorme rayo de inconmensurable poder se dirigía veloz hacia su destino. Conforme se agrandaba al abandonar la zanpakutō del Shihōin, se alcanzaba a ver, algo difusa, la cabeza de un dragón que parecía rugir, aunque no fuese más que el estallido, aun presente en los tímpanos de muchos, de aquella devastadora energía liberándose y extendiéndose por doquier. Sin duda una técnica que poco se perderían en todo el Seireitei, o al menos pocos dejarían de escucharla.
Aquel relámpago que parecía concebido en las entrañas de la más salvaje tormenta, seguía su camino, celérico y colérico, desafiando la habilidad de aquella zanpakutō y del shinigami que la portaba. Pues ese era su fin. Aquella era la primera fase de su prueba de fuego para aquel shikai que tanto detestaba y admiraba a partes iguales.
Re: Hakuda y Kidō, mézclense con precaución. [Sakurai, Kato y ¿Satou?]
Sumido en la concentración del combate que se avecinaba, el antes shinigami del 5º Escuadrón permanecía en pie, firme y con la mirada fija en su contrincante. Se creía preparado para cualquiera que fuese la acometida de su rival. Se creía a salvo con un Ōkasen a la espalda, un Shō en el puño izquierdo, y tres vórtices de su zampakutou aún por utilizar.
Y ello quedaba reflejado a la perfección en aquella sonrisa efímera en su rostro. Efímera, sí, porque se esperaba todo menos lo que a continuación iba a suceder:
Alzándose en el cielo, grácil y concentrado, el Shihōin inició su ataque. Ya en el momento en que Tora Raijin apareció entre las manos de Kato, debió el Suzuhara haberse temido lo peor. Aun conociendo poco del majestuoso tigre que dormitaba en el interior de aquella zampakutō, nuestro protagonista sabía lo suficiente como para prever un ataque de grandes dimensiones. Así pues, y usada como catalizador, el arma del Shihōin se convirtió en la fuente que dio pie a la cascada. Iniciado como un pequeño orbe de color azul eléctrico, el devastador Hadō 88 no tardó en devorar el aire a su alrededor, creciendo escandalosamente a cada metro que avanzaba.
Para Sakurai, fue como si el tiempo se parase. En la milésima de segundo que tardó en asimilar lo que las palabras del Shihōin auspiciaban, se mezclaron en su mente asombro, incredulidad y, ¿por qué no?, también un cierto deje de pavor.
— ¡Saku, por favor, reacciona! — la voz de Kagami no shinsei sonó en su cabeza, despertándole del fugaz letargo en que se encontraba. A pesar de la situación, las palabras no dejaron de sonar suaves, y dotadas de no poca amabilidad.
E hicieron su efecto. Casi por instinto, el Suzuhara extendió sus brazos al frente, en dirección al gigantesco chorro de energía que se cernía sobre él. Seguía conmocionado ante el vuelco que había dado la situación; lo suficiente como para no darse cuenta hasta el último momento de que en su puño izquierdo aún guardaba un Shō, y que, por tanto, poco podría absorber con él. Pero el hadō ya estaba demasiado cerca. Demasiado cerca incluso como para desplazar los otros dos vórtices, aún libres, hacia el frente.
— “¡Mierda, mierda, mierda….!” — fue lo único que se le pudo pasar por la cabeza al curandero. Debía vaciar el guantelete izquierdo; lo sabía, pero eso suponía que tendría que confiar en que la blanca dama de su zampakutō lo reconstruyese a tiempo. A tiempo para evitar que la mitad izquierda de su cuerpo se evaporizase al contacto con el descomunal kidō.
— ¡Gurē! — alcanzó a pronunciar, liberando el Hadō 1 encerrado segundos antes.
Como ya se esperaba, su en comparación ridículo hadō desapareció en la inmensidad azulina del Shiryū Gekizoku Shintenraihō; como el soplo de un niño en un gigantesco incendio o una gota de lluvia en una tormenta tempestuosa.
Al instante, Kagami no shinsei comenzó a reconstruir el portal recién quebrado, poniendo todo su empeño en acabarlo antes de que fuese demasiado tarde.
Observado desde fuera, como un observador cualquiera del combate, apenas si habríamos notado el que el portal de kidō hubiese desaparecido. Pero con semejante avalancha de poder forcejeando por devorarle, aquel ínfimo instante se convertiría en una tortuosa eternidad de dolor para el Suzuhara.
Desde su brazalete derecho, y en el mismo instante en que las dos fuerzas colisionaron, el azulino poderío no dejó de ser absorbido, succionado por el efecto de la etérea Kagami no shinsei. Sin embargo, que aquel ataque era demasiado para un solo portal era una realidad innegable:
Desbordado por el inconmensurable torrente de energía, el vórtice en activo no pudo evitar que gran parte del ataque continuase su trayectoria hacia la mitad izquierda del monstruoso shinigami. Así pues, y aunque sólo transcurrieran unas décimas de segundo mientras Sakurai trataba de parar el hadō con su mano blindada, la fuerza del ataque empujó su brazo con ímpetu hacia atrás, doblegando los poderosos brazos del Suzuhara y quebrando su hombro con el impacto.
— ¡¡¡Joooodeeer...!!! — rugió con dolor en su mente — ¡¡Kagami date prisa o no lo contamos!!
Y entonces, el vórtice reapareció, como un velo entre el guantelete humeante y el kidō de Kato, y el peso de su influecia comenzó a desequilibrar la balanza, esta vez a favor del Suzuhara. Esta vez sí, los dos portales resultaron suficientes como para frenar el ímpetu celeste, tomándolo en su místico abrazo para enviarlo a una dimensión paralela a aquella. De este modo, y tras otros tantos segundos que tardó el conjuro en desatar toda su furia, el campo de entrenamiento dejó de lado aquel destello azulino imperante segundos antes, para retomar su habitual color y serenidad. Sólo que esta vez, en mitad del campo de batalla había algo distinto: un cráter de dimensiones considerables, creado por todas aquellas ráfagas de energía que habían desbordado el vórtice de Sakurai en un primer momento.
“Rairakku…”
Otro de aquellos auspiciantes nombres surgió de entre los labios del noble Suzuhara, en forma de un susurro apenas inaudible. Se hallaba suspendido sobre el centro del cráter, en mitad de la huella de destrucción que había dejado el ataque. Y su aspecto distaba mucho de parecer saludable:
Su rostro, bañado en una mezcla de sudor y de la tierra levantada durante el combate, mostraba una mueca dolorida; al tiempo que su mano derecha, blindada y agotada, se posaba sobre su hombro izquierdo, como tratando de recomponer los huesos dislocados con el impacto del hadō. Realmente había sido un ataque terrible. A la altura del que a todas luces sería el próximo Capitán del 5º Escuadrón, su amigo y mentor Shihōin Kato.
Por su parte, el brazo izquierdo de Sakurai colgaba sobre su costado, como inerte, bañado en abundante sangre y completamente inutilizado por el momento. Si Kagami no shinsei hubiese tardado medio segundo más en restablecer el portal, posiblemente lo hubiese perdido, junto con la mitad izquierda de su cuerpo. Hasta su zampakutou, en forma de guantelete y de una resistencia más que envidiable, parecía aquejar los efectos de haber sido la primera línea de contacto con el hadō. Lucía humeante, poco menos que al rojo vivo, y sus extremos en forma de garras habían sido ligeramente corroídos durante los brevísimos instantes en que las dos fuerzas permanecieron en contacto.
Y sin embargo, Sakurai parecía satisfecho. Bien pensado, era todo un logro el haber recibido frontalmente el impacto de semejante ataque, por parte de semejante individuo, y seguir en pie. Y sonriente…
— Shihōin Kato. Amigo… — comenzó. Podía ya entreverse el desgaste físico que había ido acumulando durante aquel largo entrenamiento. — debo reconocer que no esperaba algo así. — tosió brevemente, dejando escapar un fino reguero de sangre entre sus labios. — Sin embargo ahora…sólo espero que conozcas bien el Danku.
Y alzó su brazo derecho al frente, que ahora rezumaba un halo celeste y vibraba con la intensidad de la energía contenida. Su sonrisa irradiaba felicidad. Esta vez le tocaba a él jugar:
Y ello quedaba reflejado a la perfección en aquella sonrisa efímera en su rostro. Efímera, sí, porque se esperaba todo menos lo que a continuación iba a suceder:
Alzándose en el cielo, grácil y concentrado, el Shihōin inició su ataque. Ya en el momento en que Tora Raijin apareció entre las manos de Kato, debió el Suzuhara haberse temido lo peor. Aun conociendo poco del majestuoso tigre que dormitaba en el interior de aquella zampakutō, nuestro protagonista sabía lo suficiente como para prever un ataque de grandes dimensiones. Así pues, y usada como catalizador, el arma del Shihōin se convirtió en la fuente que dio pie a la cascada. Iniciado como un pequeño orbe de color azul eléctrico, el devastador Hadō 88 no tardó en devorar el aire a su alrededor, creciendo escandalosamente a cada metro que avanzaba.
Para Sakurai, fue como si el tiempo se parase. En la milésima de segundo que tardó en asimilar lo que las palabras del Shihōin auspiciaban, se mezclaron en su mente asombro, incredulidad y, ¿por qué no?, también un cierto deje de pavor.
— ¡Saku, por favor, reacciona! — la voz de Kagami no shinsei sonó en su cabeza, despertándole del fugaz letargo en que se encontraba. A pesar de la situación, las palabras no dejaron de sonar suaves, y dotadas de no poca amabilidad.
E hicieron su efecto. Casi por instinto, el Suzuhara extendió sus brazos al frente, en dirección al gigantesco chorro de energía que se cernía sobre él. Seguía conmocionado ante el vuelco que había dado la situación; lo suficiente como para no darse cuenta hasta el último momento de que en su puño izquierdo aún guardaba un Shō, y que, por tanto, poco podría absorber con él. Pero el hadō ya estaba demasiado cerca. Demasiado cerca incluso como para desplazar los otros dos vórtices, aún libres, hacia el frente.
— “¡Mierda, mierda, mierda….!” — fue lo único que se le pudo pasar por la cabeza al curandero. Debía vaciar el guantelete izquierdo; lo sabía, pero eso suponía que tendría que confiar en que la blanca dama de su zampakutō lo reconstruyese a tiempo. A tiempo para evitar que la mitad izquierda de su cuerpo se evaporizase al contacto con el descomunal kidō.
— ¡Gurē! — alcanzó a pronunciar, liberando el Hadō 1 encerrado segundos antes.
Como ya se esperaba, su en comparación ridículo hadō desapareció en la inmensidad azulina del Shiryū Gekizoku Shintenraihō; como el soplo de un niño en un gigantesco incendio o una gota de lluvia en una tormenta tempestuosa.
Al instante, Kagami no shinsei comenzó a reconstruir el portal recién quebrado, poniendo todo su empeño en acabarlo antes de que fuese demasiado tarde.
Observado desde fuera, como un observador cualquiera del combate, apenas si habríamos notado el que el portal de kidō hubiese desaparecido. Pero con semejante avalancha de poder forcejeando por devorarle, aquel ínfimo instante se convertiría en una tortuosa eternidad de dolor para el Suzuhara.
Desde su brazalete derecho, y en el mismo instante en que las dos fuerzas colisionaron, el azulino poderío no dejó de ser absorbido, succionado por el efecto de la etérea Kagami no shinsei. Sin embargo, que aquel ataque era demasiado para un solo portal era una realidad innegable:
Desbordado por el inconmensurable torrente de energía, el vórtice en activo no pudo evitar que gran parte del ataque continuase su trayectoria hacia la mitad izquierda del monstruoso shinigami. Así pues, y aunque sólo transcurrieran unas décimas de segundo mientras Sakurai trataba de parar el hadō con su mano blindada, la fuerza del ataque empujó su brazo con ímpetu hacia atrás, doblegando los poderosos brazos del Suzuhara y quebrando su hombro con el impacto.
— ¡¡¡Joooodeeer...!!! — rugió con dolor en su mente — ¡¡Kagami date prisa o no lo contamos!!
Y entonces, el vórtice reapareció, como un velo entre el guantelete humeante y el kidō de Kato, y el peso de su influecia comenzó a desequilibrar la balanza, esta vez a favor del Suzuhara. Esta vez sí, los dos portales resultaron suficientes como para frenar el ímpetu celeste, tomándolo en su místico abrazo para enviarlo a una dimensión paralela a aquella. De este modo, y tras otros tantos segundos que tardó el conjuro en desatar toda su furia, el campo de entrenamiento dejó de lado aquel destello azulino imperante segundos antes, para retomar su habitual color y serenidad. Sólo que esta vez, en mitad del campo de batalla había algo distinto: un cráter de dimensiones considerables, creado por todas aquellas ráfagas de energía que habían desbordado el vórtice de Sakurai en un primer momento.
“Rairakku…”
Otro de aquellos auspiciantes nombres surgió de entre los labios del noble Suzuhara, en forma de un susurro apenas inaudible. Se hallaba suspendido sobre el centro del cráter, en mitad de la huella de destrucción que había dejado el ataque. Y su aspecto distaba mucho de parecer saludable:
Su rostro, bañado en una mezcla de sudor y de la tierra levantada durante el combate, mostraba una mueca dolorida; al tiempo que su mano derecha, blindada y agotada, se posaba sobre su hombro izquierdo, como tratando de recomponer los huesos dislocados con el impacto del hadō. Realmente había sido un ataque terrible. A la altura del que a todas luces sería el próximo Capitán del 5º Escuadrón, su amigo y mentor Shihōin Kato.
Por su parte, el brazo izquierdo de Sakurai colgaba sobre su costado, como inerte, bañado en abundante sangre y completamente inutilizado por el momento. Si Kagami no shinsei hubiese tardado medio segundo más en restablecer el portal, posiblemente lo hubiese perdido, junto con la mitad izquierda de su cuerpo. Hasta su zampakutou, en forma de guantelete y de una resistencia más que envidiable, parecía aquejar los efectos de haber sido la primera línea de contacto con el hadō. Lucía humeante, poco menos que al rojo vivo, y sus extremos en forma de garras habían sido ligeramente corroídos durante los brevísimos instantes en que las dos fuerzas permanecieron en contacto.
Y sin embargo, Sakurai parecía satisfecho. Bien pensado, era todo un logro el haber recibido frontalmente el impacto de semejante ataque, por parte de semejante individuo, y seguir en pie. Y sonriente…
— Shihōin Kato. Amigo… — comenzó. Podía ya entreverse el desgaste físico que había ido acumulando durante aquel largo entrenamiento. — debo reconocer que no esperaba algo así. — tosió brevemente, dejando escapar un fino reguero de sangre entre sus labios. — Sin embargo ahora…sólo espero que conozcas bien el Danku.
Y alzó su brazo derecho al frente, que ahora rezumaba un halo celeste y vibraba con la intensidad de la energía contenida. Su sonrisa irradiaba felicidad. Esta vez le tocaba a él jugar:
— "RAIRAKKU..."
Suzuhara Sakurai- Post : 40
Edad : 32
Re: Hakuda y Kidō, mézclense con precaución. [Sakurai, Kato y ¿Satou?]
Cuando aquella vorágine de reiatsu hubo salido por completo de sus manos y zanpakutō, Kato se movió en un rápido shunpo. En su mente no había nacido ninguna nueva estrategia. Al menos ninguna bélica, sino más bien empírica, observacional. Quería ver en plena acción aquella maravillosa arma, moviéndose a un lado para poder observar, desde una privilegiada posición, como su desproporcionado ataque era absorbido, reducido a la nada. No se había desplazado en demasía: sólo lo justo y necesario para poder observar el poder de la zanpakutō de su amigo sin que el azulino rayo de energía le entorpeciera la vista.
La sonrisa del Shihōin no parecía parar de crecer a medida que su descomunal hadō era absorbido. Nótese además que no era un juego de niños, como Kato había pensado momentos atrás, pues Sakurai parecía estar pasando por severos apuros para detener aquella descarga. Parte de ésta se había escapado al control de su zanpakutō, y había destrozado el piso, alrededor de la musculada figura del shinigami. Incluso sus portentosos brazos parecían sufrir para doblegar aquel impetuoso dragón. Algunas heridas sangrantes aparecieron en ellos, incluso. Sin duda, un peculiar y poco relajado entrenamiento, a gusto de sendos shinigamis.
— Bueno, uno siempre dispuesto a sorprender, ya me conoces... — pero sus palabras quedaron en el aire, pues Sakurai seguía hablando y lo que oyó Kato no fue de su agrado.
No era ni mucho menos un iluso. Sabía del poder de aquella zanpakutō, la cual no se contentaba con absorber kidō. Sin embargo parecía haberse dado cuenta, en ese preciso instante, de que su pequeña prueba, su test inocente nacido desde lo más profundo de su curioso ser -bueno, había que reconocer que aquel experimento tampoco aburrió al lado travieso de Kato-, se había convertido, en menos de lo que había esperado, en un arma de doble filo.
En condiciones normales, el ya citado bakudō podría contener sin problemas aquella envestida. Claro está, aquellas no eran circunstancias normales, ni mucho menos. Acababa de disparar una devastadora cantidad de energía a través de un complicado conjuro kidō, continuando su movimiento con aquel corto, pero que no dejó relajarse al teniente, Paso Instantáneo. A ello debía sumarle la posición relajada, más de científico observador que de guerrero en combate, y el poco tiempo del que disponía para conjurar un sólido y suficiente Danku. Por ello, no dudó en echar mano de su perezoso amigo, que aún dormitaba, sellado en sus manos.
— Toraeru, korosu; Tora Raijin. — y el shikai de Kato fue liberado.
Pronunció aquellas pocas palabras en el tiempo que trascurrió entre el momento en que Kato se percatara de las intenciones de Sakurai y el instante en el que éste sonreía, como preámbulo a su contraataque. Había quebrado, también, su zanpakutō en dos mitades idénticas, como si de una fina ramita se tratara. Sendas partes brillaron en un halo eléctrico durante una fracción de segundo, formándose las características cuchillas del shikai del Shihōin. Lo que ocurrió a continuación no pudo ser seguido, de haber habido público en aquel desorbitado entreno, por la mayoría de los ojos, pues los músculos del teniente se movían ahora a una velocidad superior.
Sus manos formaron un fugaz sello en el instante en que el guantelete de Sakurai comenzaba a centellear, mostrando la antesala de su inminente ataque. Tras ello, Kato desapareció, tomando un poco más de su cada vez más agotado reiatsu para ganar algunos metros alejándose de Sakurai. Había aparecido ya en situación, con los dedos entrelazado, al mismo tiempo que su zanpakutō formaba formaba una cruz sobre la que se dibujaría la pantalla de espiritiones de aquel bakudō. El hadō fue devuelto a su emisor, en idéntico poder, aunque su evolución espacial fue aún más rápida que en su origen. Aquel enorme rayo eléctrico surcaba el aire en un ensordecedor estruendo.
— Bakudō 81. Dankū.
Liberando aquel desproporcionado hadō Kato había sido un tanto irresponsable. Estaba casi convencido de que su impetuoso espíritu había roto un par de reglas descargando aquel conjuro, que podía haber ocasionado serios daños en el Seireitei. El haberse dado cuenta de ello era otra de las razones por la que el Shihōin no tentó al destino y liberó su shikai. Con la ayuda de Tora, su División del Vacío se vería potenciada, formándose con mayor rapidez, solidez y amplitud. Y así fue como el poderoso escudo kidō se construyó, siguiendo el patrón que las entrecruzadas armas de Kato habían impuesto. Tal era su tamaño que, aunque no llegaría a solapar el diámetro de aquel hadō de Sakurai, sí que protegería la parte el espacio que había desde el Shihōin y el suelo.
Además, esta barrera había sido situada, en un alarde de responsabilidad por parte del Teniente, con cierto grado de inclinación. Por ello, cuando la descomunal descarga celeste colisionó con ella parte de la energía fue reflejada hacia el cielo, aunque otra gran parte siguió su trazada ascendente, formándose una descarga eléctrica con forma de pequeño arco. Como si de una surrealista tormenta eléctrica que se formara, devastadora, sobre la faz de la tierra, aquel rayo se disipó invertido, buscando las estrellas, sin parecer que fuese a agotarse nunca en su inútil viaje. El hadō, tras unos segundos, se había perdido de la vista de ambos combatientes, tras atravesar las pocas nubes que pululaban aquel clareado cielo matutino.
Cuan frágil y delgadísimo cristal, el bakudō de Kato se resquebrajó, para un segundo después estallar en mil pedazos y desaparecer. Cierta energía eléctrica residual aun rodeaba la zanpakutō de Kato, al igual que los antebrazos de éste, cuyos vendajes habían sido calcinados y algunas quemaduras menores asomaban entre éstos, en las muñecas y manos del Shihōin. Una verdadera suerte que aquel hadō fuese de naturaleza eléctrica, dada su zanpakutō, y así lo indicó Kato.
— Creo que, de no haber sido un hadō eléctrico, Aoki debería haber hecho acto de presencia por estos lares, amigo mío. — sonrió. Había bajado sus brazos, para percatarse del entumecimiento de ambos, además de notar como su hombro izquierdo seguramente había sido dislocado en aquel bloqueo. Con su brazo derecho, algo menos dañado, tiró del opuesto, recolocando su hombro en una mueca de dolor. — Joder, eso dolió. — comunicó, aunque sus palabras sonaran extrañamente tranquilas. — ¿Qué me dices? ¿Descansamos un poco y secamos nuestras heridas o...? — Kato se volatilizó en un nuevo shunpo, para colocarse a menos de un metro de su compañero. — ¿O continuamos con nuestro... ligero entrenamiento? — preguntó el Shihōin, acabando su frase con una incitadora sonrisa en su rostro.
El agotamiento era más que patente en ambos, y los continuos conjuros y shunpos en tan corto periodo de tiempo no dejaban de hacer mella en la reserva de reiatsu del teniente. Aun así, allí se encontraba, de pie, con su brazo derecho en alto -aún no se atrevía a mover el izquierdo en demasía-, mostrando la centelleante hoja de Tora frente a sus ojos, retando de nuevo a su compañero que, como Kato, no se encontraba en situación de continuar. Al menos eso dilucidaría una mente razonable, pero nadie ha mencionado que ninguna de aquellas dos, en el fragor de la batalla, lo fuera.
La sonrisa del Shihōin no parecía parar de crecer a medida que su descomunal hadō era absorbido. Nótese además que no era un juego de niños, como Kato había pensado momentos atrás, pues Sakurai parecía estar pasando por severos apuros para detener aquella descarga. Parte de ésta se había escapado al control de su zanpakutō, y había destrozado el piso, alrededor de la musculada figura del shinigami. Incluso sus portentosos brazos parecían sufrir para doblegar aquel impetuoso dragón. Algunas heridas sangrantes aparecieron en ellos, incluso. Sin duda, un peculiar y poco relajado entrenamiento, a gusto de sendos shinigamis.
— Bueno, uno siempre dispuesto a sorprender, ya me conoces... — pero sus palabras quedaron en el aire, pues Sakurai seguía hablando y lo que oyó Kato no fue de su agrado.
No era ni mucho menos un iluso. Sabía del poder de aquella zanpakutō, la cual no se contentaba con absorber kidō. Sin embargo parecía haberse dado cuenta, en ese preciso instante, de que su pequeña prueba, su test inocente nacido desde lo más profundo de su curioso ser -bueno, había que reconocer que aquel experimento tampoco aburrió al lado travieso de Kato-, se había convertido, en menos de lo que había esperado, en un arma de doble filo.
En condiciones normales, el ya citado bakudō podría contener sin problemas aquella envestida. Claro está, aquellas no eran circunstancias normales, ni mucho menos. Acababa de disparar una devastadora cantidad de energía a través de un complicado conjuro kidō, continuando su movimiento con aquel corto, pero que no dejó relajarse al teniente, Paso Instantáneo. A ello debía sumarle la posición relajada, más de científico observador que de guerrero en combate, y el poco tiempo del que disponía para conjurar un sólido y suficiente Danku. Por ello, no dudó en echar mano de su perezoso amigo, que aún dormitaba, sellado en sus manos.
— Toraeru, korosu; Tora Raijin. — y el shikai de Kato fue liberado.
Pronunció aquellas pocas palabras en el tiempo que trascurrió entre el momento en que Kato se percatara de las intenciones de Sakurai y el instante en el que éste sonreía, como preámbulo a su contraataque. Había quebrado, también, su zanpakutō en dos mitades idénticas, como si de una fina ramita se tratara. Sendas partes brillaron en un halo eléctrico durante una fracción de segundo, formándose las características cuchillas del shikai del Shihōin. Lo que ocurrió a continuación no pudo ser seguido, de haber habido público en aquel desorbitado entreno, por la mayoría de los ojos, pues los músculos del teniente se movían ahora a una velocidad superior.
Sus manos formaron un fugaz sello en el instante en que el guantelete de Sakurai comenzaba a centellear, mostrando la antesala de su inminente ataque. Tras ello, Kato desapareció, tomando un poco más de su cada vez más agotado reiatsu para ganar algunos metros alejándose de Sakurai. Había aparecido ya en situación, con los dedos entrelazado, al mismo tiempo que su zanpakutō formaba formaba una cruz sobre la que se dibujaría la pantalla de espiritiones de aquel bakudō. El hadō fue devuelto a su emisor, en idéntico poder, aunque su evolución espacial fue aún más rápida que en su origen. Aquel enorme rayo eléctrico surcaba el aire en un ensordecedor estruendo.
— Bakudō 81. Dankū.
Liberando aquel desproporcionado hadō Kato había sido un tanto irresponsable. Estaba casi convencido de que su impetuoso espíritu había roto un par de reglas descargando aquel conjuro, que podía haber ocasionado serios daños en el Seireitei. El haberse dado cuenta de ello era otra de las razones por la que el Shihōin no tentó al destino y liberó su shikai. Con la ayuda de Tora, su División del Vacío se vería potenciada, formándose con mayor rapidez, solidez y amplitud. Y así fue como el poderoso escudo kidō se construyó, siguiendo el patrón que las entrecruzadas armas de Kato habían impuesto. Tal era su tamaño que, aunque no llegaría a solapar el diámetro de aquel hadō de Sakurai, sí que protegería la parte el espacio que había desde el Shihōin y el suelo.
Además, esta barrera había sido situada, en un alarde de responsabilidad por parte del Teniente, con cierto grado de inclinación. Por ello, cuando la descomunal descarga celeste colisionó con ella parte de la energía fue reflejada hacia el cielo, aunque otra gran parte siguió su trazada ascendente, formándose una descarga eléctrica con forma de pequeño arco. Como si de una surrealista tormenta eléctrica que se formara, devastadora, sobre la faz de la tierra, aquel rayo se disipó invertido, buscando las estrellas, sin parecer que fuese a agotarse nunca en su inútil viaje. El hadō, tras unos segundos, se había perdido de la vista de ambos combatientes, tras atravesar las pocas nubes que pululaban aquel clareado cielo matutino.
Cuan frágil y delgadísimo cristal, el bakudō de Kato se resquebrajó, para un segundo después estallar en mil pedazos y desaparecer. Cierta energía eléctrica residual aun rodeaba la zanpakutō de Kato, al igual que los antebrazos de éste, cuyos vendajes habían sido calcinados y algunas quemaduras menores asomaban entre éstos, en las muñecas y manos del Shihōin. Una verdadera suerte que aquel hadō fuese de naturaleza eléctrica, dada su zanpakutō, y así lo indicó Kato.
— Creo que, de no haber sido un hadō eléctrico, Aoki debería haber hecho acto de presencia por estos lares, amigo mío. — sonrió. Había bajado sus brazos, para percatarse del entumecimiento de ambos, además de notar como su hombro izquierdo seguramente había sido dislocado en aquel bloqueo. Con su brazo derecho, algo menos dañado, tiró del opuesto, recolocando su hombro en una mueca de dolor. — Joder, eso dolió. — comunicó, aunque sus palabras sonaran extrañamente tranquilas. — ¿Qué me dices? ¿Descansamos un poco y secamos nuestras heridas o...? — Kato se volatilizó en un nuevo shunpo, para colocarse a menos de un metro de su compañero. — ¿O continuamos con nuestro... ligero entrenamiento? — preguntó el Shihōin, acabando su frase con una incitadora sonrisa en su rostro.
El agotamiento era más que patente en ambos, y los continuos conjuros y shunpos en tan corto periodo de tiempo no dejaban de hacer mella en la reserva de reiatsu del teniente. Aun así, allí se encontraba, de pie, con su brazo derecho en alto -aún no se atrevía a mover el izquierdo en demasía-, mostrando la centelleante hoja de Tora frente a sus ojos, retando de nuevo a su compañero que, como Kato, no se encontraba en situación de continuar. Al menos eso dilucidaría una mente razonable, pero nadie ha mencionado que ninguna de aquellas dos, en el fragor de la batalla, lo fuera.
Última edición por Shihoin Kato el Miér Nov 24, 2010 7:23 am, editado 1 vez
Re: Hakuda y Kidō, mézclense con precaución. [Sakurai, Kato y ¿Satou?]
Tal y como Sakurai supuso que haría, el Shihōin empleó el Bakudō 81 para librarse de aquella ingente descarga de energía, redirigida por Kagami no shinsei. Desde luego, era un conjuro muy a tener en cuenta cuando se combatía con la pálida dama de los espejos. Mucho más, incluso, cuando se hacía por medio del kidō.
Fuera como fuese, el Teniente había sacado a relucir aquella destreza innata en el mejor de los momentos; justo a tiempo para evitar ser consumido por el gigantesco rayo celeste. En su lugar, este fue desviado hacia el cielo, evitando así causar más daños materiales al ya de por sí destrozado campo de entrenamiento. Así pues, el arco de luz sobrevoló las cabezas de nuestros protagonistas, dando lugar a aquel fenómeno igualmente hermoso y devastador en el cielo del Seireitei. Aquello atraería las miradas y envidias de más de un shinigami de las cercanías.
Tras todo ello, y no contento con haber desbaratado la acometida del Suzuhara, Kato desapareció en el aire, surgiendo seguidamente frente a nuestro protagonista, a una distancia que haría recelar al más cauto de los combatientes.
Y todo ello al tiempo que ofrecía a nuestro protagonista un pequeño receso en su entrenamiento; inocente, en un primer momento; casi amenazador, tras acercarse a semejante distancia. A lo que Sakurai apenas si tardó en responder, con voz sincera, pacífica:
— Claro, Kato, descansar un rato no me vendría nada mal. — posó su mano enguantada amigablemente sobre el hombre del Shihōin. — Pero nada, nada mal… — sonrió. Durante un ínfimo lapso de tiempo se le pasó por la cabeza el usar el ardiente Ōkasen que aún guardaba, a modo de amenaza. Pero no. Aquel no era su estilo.
En su lugar, invitó a su compañero – vía gesto de cabeza - a sentarse en un banco cercano, extrañamente intacto bajo el porche de uno de aquellos típicos edificios del Seireitei. Se trataba de unas instalaciones destinadas al descanso post-entrenamiento, dotadas de todo tipo de comodidades al servicio de los usuarios del campo.
De este modo, y mientras el Shihōin tomaba asiento – suponiendo que así lo hiciese - , Sakurai tomó del interior de la caseta un par de rollos de vendas y una jarra de barro repleta de agua bien fría. Tras ello, tomó asiento junto a su amigo y mentor.
— Déjame enseñarte algo, Kato-kun. — dijo, mientras depositaba todo lo que había traído sobre el banco, en el espacio entre los dos shinigamis. Su shikai aún seguía activo.
Entonces tomó el portal nombrado como Kiroi – el que contenía el Ōkasen – y lo desplazó frente a ambos. Confiaba en que Kato recordaría que aquel vórtice no se hallaba vacío.
— Allá voy. Estoy seguro de que si prestas atención sabrás darte cuenta de lo que sucede en cada momento. — comentó con naturalidad. Lo que a continuación le iba a mostrar sería inédito para el Shihōin, dado que el fornido shinigami sólo había llegado a emplear en batalla la técnica de las grietas de kidō.
Entonces cerró los ojos un instante, como compensando con concentración el desgaste de reiatsu que el combate le había supuesto.
— Mayurane… — pronunció. Al instante, una esfera celeste rodeó a los dos shinigami. En su interior nada parecía distinto. Nada en absoluto, salvo una coloración azulina del ambiente. — Aunque nunca antes lo haya mostrado, — comentó — esta es posiblemente la habilidad más básica de Kagami no shinsei.
Entonces extendió el brazo hacia el frente, colocando la palma de su mano – bocabajo – sobre la perturbación en el aire que delimitaba el vórtice Kiroi. Acto seguido, cerró el puño, quebrando la grieta de kidō como si fuera un espejo cualquiera. Al instante, centenares de minúsculas partículas espirituales, celestes y doradas, salieron despedidas en todas direcciones. Era la energía contenida en el Ōkasen.
Sin embargo, y por muy rápido que hubiesen salido volando aquellas partículas, era destacable el ver que, pese a todo, ninguna había escapado del campo de acción de Mayurane. Como un centenar de luciérnagas encerradas en el interior de una cúpula de cristal. Y entonces, todo volvió a cambiar:
Como por obra de la batuta de un director fantasma, el conjunto de las partículas comenzaron a bailotear con un melódico son; formando una bellísima voluta luminosa en el aire. Sakurai sonrió. Al fin y al cabo, el director fantasma era él. Y los espiritrones comenzaron entonces a orbitar alegremente en torno al Shihōin, cual planetas de un sistema en torno a su astro central.
— Bien. — rompió el silencio. — creo que ya has visto suficiente. — comentó, sin borrar aquella sonrisa de la cara que tan simpática le sentaba. — Ahora seamos un poco más prácticos.
Y, entornando esta vez la palma de su mano hacia el cielo, condensó sobre ella todas los pequeños orbes de luz, formando sobre ella una pequeña bola luminosa del color del oro y la plata. Acercó entonces la mano al brazo izquierdo del Shihoin, que presentaba las magulladuras propias de una quemadura leve; y la luz cambió a una tonalidad azulina, celeste casi. Partículas espirituales comenzaron a desprenderse de la aglomeración central, adhiriéndose a la piel del Teniente y comenzando así su labor sanadora. Pronto, todas las células dañadas comenzaron a reponerse con otras nuevas, sanas.
— Probemos algo nuevo — murmuró para sí mismo Sakurai. El agotamiento empezaba a caer sobre sus anchas espaldas, pero sentía que aquella era la ocasión perfecta para experimentar. Así que cerró de nuevo el puño, volviendo a deshacer la energía en pequeños regueros de luz en el aire.
Cerró los ojos. Iba a necesitar una compenetración total con su zampakutō para conseguir que aquello saliera bien. Tras la oscuridad inicial al cerrar los párpados, un gigantesco desierto de blanquísima arena apareció frente a sus ojos. Había transportado su mente a su mundo interior. Y ahí le esperaba su tan querida dama blanca, de pie, quieta entre las dunas y observándole con una sonrisa sincera en los labios.
— Saku-kun… — susurró — déjame ayudarte con esto. Déjame dirigir la melodía que te guíe. Encárgate de la curación…y yo orquestaré la danza…
Sakurai sonrió de nuevo, al tiempo que volvía al mundo material. Empujó en su mente un “Me parece”, para que Kagami no shinsei pudiera escucharlo con facilidad; y comenzó su obra: los centenares de partículas espirituales emprendieron de nuevo su alegre danza, rodeando a los shinigamis en un torbellino de luz sanadora. Era un espectáculo digno de ser visto.
Mientras que Sakurai se ocupaba de utilizar la energía en los espiritrones como fuente de poder curativo, su zampakutō los hacía bailotear en torno a ellos, acercándolos a sus heridas y aliviando su dolor, al tiempo que los relajaba en un paraíso de luz y tranquilidad. De un modo u otro, habían logrado unirse en sintonía, y era una sensación magnífica.
Pero como todo, el espectáculo acabó por terminar, una vez la energía del dorado arco de fuego se hubo consumido en las labores de curación. No se podía decir que hubiera servido para curar todas sus heridas, pero desde luego sí que había eliminado el dolor y gran parte de las molestias.
— Bueeeeeno, amigo. Cuéntame. — le miró con simpatía — ¿para cuándo ese ascenso…?
Tomó algo de agua del jarrón, esperando haber sorprendido a su compañero con semejante pregunta. Habría elegido un tema de conversación con algo más de hilo, pero no estaba seguro de que fueran a estar solos mucho más tiempo como para tratar temas más personales.
A lo lejos, una presencia espiritual extrañamente familiar se acercaba. Aún siendo su percepción del reiatsu algo vaga en ese aspecto, estaba seguro de que lo conocía. Quizás fuera alguien del 5º Escuadrón. ¿Quién sabe? Al fin y al cabo, ningún amante del kidō que se precie se quedaría parado después de ver un Hadō 88 en el cielo del Seireitei…
Fuera como fuese, el Teniente había sacado a relucir aquella destreza innata en el mejor de los momentos; justo a tiempo para evitar ser consumido por el gigantesco rayo celeste. En su lugar, este fue desviado hacia el cielo, evitando así causar más daños materiales al ya de por sí destrozado campo de entrenamiento. Así pues, el arco de luz sobrevoló las cabezas de nuestros protagonistas, dando lugar a aquel fenómeno igualmente hermoso y devastador en el cielo del Seireitei. Aquello atraería las miradas y envidias de más de un shinigami de las cercanías.
Tras todo ello, y no contento con haber desbaratado la acometida del Suzuhara, Kato desapareció en el aire, surgiendo seguidamente frente a nuestro protagonista, a una distancia que haría recelar al más cauto de los combatientes.
Y todo ello al tiempo que ofrecía a nuestro protagonista un pequeño receso en su entrenamiento; inocente, en un primer momento; casi amenazador, tras acercarse a semejante distancia. A lo que Sakurai apenas si tardó en responder, con voz sincera, pacífica:
— Claro, Kato, descansar un rato no me vendría nada mal. — posó su mano enguantada amigablemente sobre el hombre del Shihōin. — Pero nada, nada mal… — sonrió. Durante un ínfimo lapso de tiempo se le pasó por la cabeza el usar el ardiente Ōkasen que aún guardaba, a modo de amenaza. Pero no. Aquel no era su estilo.
En su lugar, invitó a su compañero – vía gesto de cabeza - a sentarse en un banco cercano, extrañamente intacto bajo el porche de uno de aquellos típicos edificios del Seireitei. Se trataba de unas instalaciones destinadas al descanso post-entrenamiento, dotadas de todo tipo de comodidades al servicio de los usuarios del campo.
De este modo, y mientras el Shihōin tomaba asiento – suponiendo que así lo hiciese - , Sakurai tomó del interior de la caseta un par de rollos de vendas y una jarra de barro repleta de agua bien fría. Tras ello, tomó asiento junto a su amigo y mentor.
— Déjame enseñarte algo, Kato-kun. — dijo, mientras depositaba todo lo que había traído sobre el banco, en el espacio entre los dos shinigamis. Su shikai aún seguía activo.
Entonces tomó el portal nombrado como Kiroi – el que contenía el Ōkasen – y lo desplazó frente a ambos. Confiaba en que Kato recordaría que aquel vórtice no se hallaba vacío.
— Allá voy. Estoy seguro de que si prestas atención sabrás darte cuenta de lo que sucede en cada momento. — comentó con naturalidad. Lo que a continuación le iba a mostrar sería inédito para el Shihōin, dado que el fornido shinigami sólo había llegado a emplear en batalla la técnica de las grietas de kidō.
Entonces cerró los ojos un instante, como compensando con concentración el desgaste de reiatsu que el combate le había supuesto.
— Mayurane… — pronunció. Al instante, una esfera celeste rodeó a los dos shinigami. En su interior nada parecía distinto. Nada en absoluto, salvo una coloración azulina del ambiente. — Aunque nunca antes lo haya mostrado, — comentó — esta es posiblemente la habilidad más básica de Kagami no shinsei.
Entonces extendió el brazo hacia el frente, colocando la palma de su mano – bocabajo – sobre la perturbación en el aire que delimitaba el vórtice Kiroi. Acto seguido, cerró el puño, quebrando la grieta de kidō como si fuera un espejo cualquiera. Al instante, centenares de minúsculas partículas espirituales, celestes y doradas, salieron despedidas en todas direcciones. Era la energía contenida en el Ōkasen.
Sin embargo, y por muy rápido que hubiesen salido volando aquellas partículas, era destacable el ver que, pese a todo, ninguna había escapado del campo de acción de Mayurane. Como un centenar de luciérnagas encerradas en el interior de una cúpula de cristal. Y entonces, todo volvió a cambiar:
Como por obra de la batuta de un director fantasma, el conjunto de las partículas comenzaron a bailotear con un melódico son; formando una bellísima voluta luminosa en el aire. Sakurai sonrió. Al fin y al cabo, el director fantasma era él. Y los espiritrones comenzaron entonces a orbitar alegremente en torno al Shihōin, cual planetas de un sistema en torno a su astro central.
— Bien. — rompió el silencio. — creo que ya has visto suficiente. — comentó, sin borrar aquella sonrisa de la cara que tan simpática le sentaba. — Ahora seamos un poco más prácticos.
Y, entornando esta vez la palma de su mano hacia el cielo, condensó sobre ella todas los pequeños orbes de luz, formando sobre ella una pequeña bola luminosa del color del oro y la plata. Acercó entonces la mano al brazo izquierdo del Shihoin, que presentaba las magulladuras propias de una quemadura leve; y la luz cambió a una tonalidad azulina, celeste casi. Partículas espirituales comenzaron a desprenderse de la aglomeración central, adhiriéndose a la piel del Teniente y comenzando así su labor sanadora. Pronto, todas las células dañadas comenzaron a reponerse con otras nuevas, sanas.
— Probemos algo nuevo — murmuró para sí mismo Sakurai. El agotamiento empezaba a caer sobre sus anchas espaldas, pero sentía que aquella era la ocasión perfecta para experimentar. Así que cerró de nuevo el puño, volviendo a deshacer la energía en pequeños regueros de luz en el aire.
Cerró los ojos. Iba a necesitar una compenetración total con su zampakutō para conseguir que aquello saliera bien. Tras la oscuridad inicial al cerrar los párpados, un gigantesco desierto de blanquísima arena apareció frente a sus ojos. Había transportado su mente a su mundo interior. Y ahí le esperaba su tan querida dama blanca, de pie, quieta entre las dunas y observándole con una sonrisa sincera en los labios.
— Saku-kun… — susurró — déjame ayudarte con esto. Déjame dirigir la melodía que te guíe. Encárgate de la curación…y yo orquestaré la danza…
Sakurai sonrió de nuevo, al tiempo que volvía al mundo material. Empujó en su mente un “Me parece”, para que Kagami no shinsei pudiera escucharlo con facilidad; y comenzó su obra: los centenares de partículas espirituales emprendieron de nuevo su alegre danza, rodeando a los shinigamis en un torbellino de luz sanadora. Era un espectáculo digno de ser visto.
Mientras que Sakurai se ocupaba de utilizar la energía en los espiritrones como fuente de poder curativo, su zampakutō los hacía bailotear en torno a ellos, acercándolos a sus heridas y aliviando su dolor, al tiempo que los relajaba en un paraíso de luz y tranquilidad. De un modo u otro, habían logrado unirse en sintonía, y era una sensación magnífica.
Pero como todo, el espectáculo acabó por terminar, una vez la energía del dorado arco de fuego se hubo consumido en las labores de curación. No se podía decir que hubiera servido para curar todas sus heridas, pero desde luego sí que había eliminado el dolor y gran parte de las molestias.
— Bueeeeeno, amigo. Cuéntame. — le miró con simpatía — ¿para cuándo ese ascenso…?
Tomó algo de agua del jarrón, esperando haber sorprendido a su compañero con semejante pregunta. Habría elegido un tema de conversación con algo más de hilo, pero no estaba seguro de que fueran a estar solos mucho más tiempo como para tratar temas más personales.
A lo lejos, una presencia espiritual extrañamente familiar se acercaba. Aún siendo su percepción del reiatsu algo vaga en ese aspecto, estaba seguro de que lo conocía. Quizás fuera alguien del 5º Escuadrón. ¿Quién sabe? Al fin y al cabo, ningún amante del kidō que se precie se quedaría parado después de ver un Hadō 88 en el cielo del Seireitei…
Suzuhara Sakurai- Post : 40
Edad : 32
Re: Hakuda y Kidō, mézclense con precaución. [Sakurai, Kato y ¿Satou?]
La propuesta de reposar un poco los ánimos de aquel matutino entrenamiento fue bien acogida por el voluminoso shinigami. Kato agradeció el gesto de invitación, y se acercó a su asiento, recobrando el aliento poco a poco. Sendas cuchillas desaparecieron en un nuevo destello, formándose de nuevo la shirasaya zapakuto, simple y negra, que más bien parecía un corto bō. La apoyó junto a su asiento para acto seguido desplomarse sobre él. Mientras, Sakurai ya había echado mano de vendajes y algún refrigerio que Kato tomó con presura, sediento. Sirvió dos vasos y tomó un gran sorbo del suyo mientras escuchaba a su amigo y compañero de entrenos.
A diferencia de Kato, Sakurai mantenía aún activo su shikai, cosa que extrañó durante un segundo al Shihōin. El segundo que el sanador se demoró en mostrar su arte. El peliblanco observó el guantele donde tiempo atrás había sido retenido el Ōkasen. Éste brillaba aún, en una tenue pero cautivadora luz. No hizo falta que Sakurai pidiera concentración, pues Kato observaba sus movimientos sin pestañear, pero asintió de todos modos a su comentario. Tenía su completa atención.
Se podría hacer incluso extraño observar, sobre todo tan de cerca, a tal descomunal mole de músculos, bruto y tosco a simple vista para quien no le conociera, llevar a cabo tales gestos de delicadeza y concentración. En uno de ellos, cerrando los ojos, pronunció con calma una palabra y una esfera, desconocida para el Shihōin brilló alrededor de ellos dos. Kato cabeceó, mirando a su alrededor durante un instante, asombrado, pero no tardó en enfocar su mirada hacia Sakurai y su atractivo guantele, pues no quería perder ni el más ínfimo detalle de todo aquello.
— Es... hermosa. — confesó con sinceridad tras el comentario de su amigo.
Sin pararse a dejar réplica, Sakurai siguió con su particular danza de luces de colores. Extiró su brazo y alcanzó aquel punto del espacio donde el aire parecía refractarse, punto que, por un instante, pareció solidificarse. Así fue ya que, tras cerrar con fuerza su mano sobre él, el vórtice estalló en mil pedazos, como si de un frágil cristal se tratase, esparciendo por toda la esfera un sinfín de pequeñas partículas, que titilaban moviéndose sin cesar en una mística danza que tenía sus límites en aquella esfera que ahora rodeaba a los dos shinigamis. El perplejo y boquiabierto y el artífice de la función, que sonreía satisfecho por la buena acogida de ésta.
Para cuando el musculoso shinigami soltó aquel comentario, Kato ya había perdido la mirada de aquellos enigmáticos guanteles, mirando de un lado a otro, agitando la cabeza, siguiendo cada mota brillante que pasaba por su alrededor. Pero la voz de su amigo le trajo de nuevo en sí y enfocó sus ojos de nuevo en él y en su increíble juguetito. De nuevo estiró su mano al frente, pero a diferencia de la ocasión anterior, ahora se dedicó a componer en vez de destruir. La multitud de lucecitas que danzaban en derredor del Shihōin comenzaron a situarse sobre la palma de la mano de Sakurai, fusionándose todas en una bola cada vez más densa y centelleante. Éste luego acercó la bola formada a su brazo y Kato no pudo contener un innato respingo, alejándose de aquella fuente de luz y candor. Pero sólo fue éso, leve, y al momento ofreció su brazo, mirando la zona magullada y volviendo a buscar la mirada de Sakurai con una ceja alzada, comprendiendo lo que estaba a punto de ocurrir.
La dorada esfera se tornó azul como el más profundo océano y, poco a poco, dejó escapar trazas de energía que iban adheriéndose sobre la maltrecha piel del Shihōhin. La sensación era extraña, pues todo indicaba, el color y la forma de la energía compactada, que aquel reiatsu quemaría, o al menos calentaría la zona. Al contrario de todo ello, el cosquilleo de la acción curadora sólo fue acompañado por una agradable sensación, pero ni rastro de ninguna percepción térmica. Ni frío ni calor, sólo un tremendo bienestar, como el que cualquier droga médica pueda causar sobre un paciente. El tejido cicatrizó en un instante, pues el kidō que había sido transducido por la zanpakutō de Sakurai ayudaba a cada división celular y potenciaba su instauración, recobrando la constitución tisular en menos de lo que un corazón tarda en latir. Kato frotó la zona, con recelo al principio, pero pronto comprendió que estaba totalmente sana.
— Increíble... ha sido instantáneo. — comentó, balbucenante y profundamente sorprendido. — Debe ser duro concentrarse para usar tal artefacto, Sakurai. — Había reparado su vista y mente en las gotas de sudor que recorrían la frente del fornido shinigami. El esfuerzo era considerable. — Me siento orgulloso por ti... que hayas podido controlar algo así es digno de elogio.
Sonreía ampliamente, pues sus palabras fueron sinceras y salieron de sí sin tamiz ninguno, mostrando exactamente lo que sentía, como solía. Pero pronto recobró su semblante serio y expectante, concentrándose en no perder ni un detalle del espectáculo que, al parecer, aún no había llegado a su fin. Sakurai cerró sus ojos, concentrándose. Sin que Kato pudiera presenciar lo que en la mente del shinigami ocurría y sin tiempo a hacer cábalas, la danza de pequeñas luciérnagas comenzó. Segundo acto y más hermoso si cabe que el anterior. Las luces volaban de aquí para allá en un cautivador baile, pero poco a poco se consumían ayudando de nuevo a las células a recobrar su esplendor. La pierna del Shihōin, las magulladuras y pequeñas quemaduras, todo desapareció con tal rapidez y perfección que nadie hubiera sospechado heridas así. Lo propio ocurrió con el voluminoso cuerpo del shinigami que orquestaba aquella mística danza, hasta que, perdidas en las labores curativas, la energía, las virutas de kidō se vieron consumidas y, finalmente, la esfera que los rodeaba se desvaneció.
Sakurai no tardó en hablar, pero la mente de Kato no se encontraba remotamente cerca del suelo. Aún continuaba viendo en sus retinas las danzarinas luces yendo de aquí para allá. Le costó sus buenos segundos volver a la realidad, alejarse de aquel onírico mundo del que había sido protagonista por unos instantes. Agitó la cabeza y carraspeó, recobrando la compostura y, mucho después de que ésta fuera dicha, entendiendo y procesando la frase de Sakurai.
— ¿Ascenso? — la voz, que había costado salir al principio, para el final de la palabra había adquirido cierto tono agudo de incredulidad. El sorprendido y boquiabierto Kato se había ido. De vuelta estaba el de siempre, el bromeante y chistoso. Y su pícara sonrisa con él. — Anda, calla, calla, que no te oiga nadie. No des ideas... Con el follón que hay armado en el escuadrón con Karaiko-sama ausente y yo al mando... Vamos, ni imaginármelo quiero. ¡Sería un caos! — casi gritó, por último. — Un agobiante caos. — Su cara que, bromeante, había adquirido cierto gesto de aburrimiento por el mero hecho de pensar en el ascenso, de repente se tornó seria, preocupada. — Espero que vuelva pronto. — su voz no sólo sonaba triste sino que sin ninguna traza de esperanza, pese a la frase.
Quizá aquella frase sonó demasiado inocente. Kato lo sabía, ya hacía mucho que lo había aceptado, pero supo que éso es lo que debía decir. Éso es lo que Karaiko merecía para él, la total esperanza que en él se pudiera poner, aunque su misma voz diera por perdida toda ella. Porque el Shihōin no era ni mucho menos un iluso y sabía que jamás iba a volver a ver a su mentor, pero éso no impedía desear, fantasear con un reencuentro, por volver a aprender y entender, como cada día que compartía con Karaiko.
— Pero bueno, dejemos esos temas. — de nuevo sacudió su cabeza. — Cuéntame, ¿qué tal te han acogido las huestes del depravado Aoki? — preguntó, de vuelta con su tono satírico. — Cualquiera que haya visto lo que yo hace un instante seguro que te ha tratado genial. La verdad es que tienes una zanpakutō hecha a medida para el Cuarto. — su más amplia sonrisa había vuelto. — Enhorabuena. — aunque quizá algo enturbiada por la sombra del recuerdo de su mentor.
Algo así sería costoso de olvidar. Un mentor que tanto ha dado, como un padre, es imposible de sustituir. Pero el Shihōin, aunque se mostrase iluso con sus comentarios, sabía que no había ninguna posibilidad de que Karaiko pudiera haber sobrevivido en el infame mundo de los arrancars. Lo sabía, lo comprendía y había llegado a aceptarlo. La ira y la negación habían quedado ya tiempo atrás. Si hubiera podido negociar, si hubiera tenido con quién, habría dado su misma vida por salvar tan preciado shinigami. La depresión poca mella hizo en el eternamente sonriente shinigami, poco tiempo le duró.
Sólo le restaba la aceptación.
A diferencia de Kato, Sakurai mantenía aún activo su shikai, cosa que extrañó durante un segundo al Shihōin. El segundo que el sanador se demoró en mostrar su arte. El peliblanco observó el guantele donde tiempo atrás había sido retenido el Ōkasen. Éste brillaba aún, en una tenue pero cautivadora luz. No hizo falta que Sakurai pidiera concentración, pues Kato observaba sus movimientos sin pestañear, pero asintió de todos modos a su comentario. Tenía su completa atención.
Se podría hacer incluso extraño observar, sobre todo tan de cerca, a tal descomunal mole de músculos, bruto y tosco a simple vista para quien no le conociera, llevar a cabo tales gestos de delicadeza y concentración. En uno de ellos, cerrando los ojos, pronunció con calma una palabra y una esfera, desconocida para el Shihōin brilló alrededor de ellos dos. Kato cabeceó, mirando a su alrededor durante un instante, asombrado, pero no tardó en enfocar su mirada hacia Sakurai y su atractivo guantele, pues no quería perder ni el más ínfimo detalle de todo aquello.
— Es... hermosa. — confesó con sinceridad tras el comentario de su amigo.
Sin pararse a dejar réplica, Sakurai siguió con su particular danza de luces de colores. Extiró su brazo y alcanzó aquel punto del espacio donde el aire parecía refractarse, punto que, por un instante, pareció solidificarse. Así fue ya que, tras cerrar con fuerza su mano sobre él, el vórtice estalló en mil pedazos, como si de un frágil cristal se tratase, esparciendo por toda la esfera un sinfín de pequeñas partículas, que titilaban moviéndose sin cesar en una mística danza que tenía sus límites en aquella esfera que ahora rodeaba a los dos shinigamis. El perplejo y boquiabierto y el artífice de la función, que sonreía satisfecho por la buena acogida de ésta.
Para cuando el musculoso shinigami soltó aquel comentario, Kato ya había perdido la mirada de aquellos enigmáticos guanteles, mirando de un lado a otro, agitando la cabeza, siguiendo cada mota brillante que pasaba por su alrededor. Pero la voz de su amigo le trajo de nuevo en sí y enfocó sus ojos de nuevo en él y en su increíble juguetito. De nuevo estiró su mano al frente, pero a diferencia de la ocasión anterior, ahora se dedicó a componer en vez de destruir. La multitud de lucecitas que danzaban en derredor del Shihōin comenzaron a situarse sobre la palma de la mano de Sakurai, fusionándose todas en una bola cada vez más densa y centelleante. Éste luego acercó la bola formada a su brazo y Kato no pudo contener un innato respingo, alejándose de aquella fuente de luz y candor. Pero sólo fue éso, leve, y al momento ofreció su brazo, mirando la zona magullada y volviendo a buscar la mirada de Sakurai con una ceja alzada, comprendiendo lo que estaba a punto de ocurrir.
La dorada esfera se tornó azul como el más profundo océano y, poco a poco, dejó escapar trazas de energía que iban adheriéndose sobre la maltrecha piel del Shihōhin. La sensación era extraña, pues todo indicaba, el color y la forma de la energía compactada, que aquel reiatsu quemaría, o al menos calentaría la zona. Al contrario de todo ello, el cosquilleo de la acción curadora sólo fue acompañado por una agradable sensación, pero ni rastro de ninguna percepción térmica. Ni frío ni calor, sólo un tremendo bienestar, como el que cualquier droga médica pueda causar sobre un paciente. El tejido cicatrizó en un instante, pues el kidō que había sido transducido por la zanpakutō de Sakurai ayudaba a cada división celular y potenciaba su instauración, recobrando la constitución tisular en menos de lo que un corazón tarda en latir. Kato frotó la zona, con recelo al principio, pero pronto comprendió que estaba totalmente sana.
— Increíble... ha sido instantáneo. — comentó, balbucenante y profundamente sorprendido. — Debe ser duro concentrarse para usar tal artefacto, Sakurai. — Había reparado su vista y mente en las gotas de sudor que recorrían la frente del fornido shinigami. El esfuerzo era considerable. — Me siento orgulloso por ti... que hayas podido controlar algo así es digno de elogio.
Sonreía ampliamente, pues sus palabras fueron sinceras y salieron de sí sin tamiz ninguno, mostrando exactamente lo que sentía, como solía. Pero pronto recobró su semblante serio y expectante, concentrándose en no perder ni un detalle del espectáculo que, al parecer, aún no había llegado a su fin. Sakurai cerró sus ojos, concentrándose. Sin que Kato pudiera presenciar lo que en la mente del shinigami ocurría y sin tiempo a hacer cábalas, la danza de pequeñas luciérnagas comenzó. Segundo acto y más hermoso si cabe que el anterior. Las luces volaban de aquí para allá en un cautivador baile, pero poco a poco se consumían ayudando de nuevo a las células a recobrar su esplendor. La pierna del Shihōin, las magulladuras y pequeñas quemaduras, todo desapareció con tal rapidez y perfección que nadie hubiera sospechado heridas así. Lo propio ocurrió con el voluminoso cuerpo del shinigami que orquestaba aquella mística danza, hasta que, perdidas en las labores curativas, la energía, las virutas de kidō se vieron consumidas y, finalmente, la esfera que los rodeaba se desvaneció.
Sakurai no tardó en hablar, pero la mente de Kato no se encontraba remotamente cerca del suelo. Aún continuaba viendo en sus retinas las danzarinas luces yendo de aquí para allá. Le costó sus buenos segundos volver a la realidad, alejarse de aquel onírico mundo del que había sido protagonista por unos instantes. Agitó la cabeza y carraspeó, recobrando la compostura y, mucho después de que ésta fuera dicha, entendiendo y procesando la frase de Sakurai.
— ¿Ascenso? — la voz, que había costado salir al principio, para el final de la palabra había adquirido cierto tono agudo de incredulidad. El sorprendido y boquiabierto Kato se había ido. De vuelta estaba el de siempre, el bromeante y chistoso. Y su pícara sonrisa con él. — Anda, calla, calla, que no te oiga nadie. No des ideas... Con el follón que hay armado en el escuadrón con Karaiko-sama ausente y yo al mando... Vamos, ni imaginármelo quiero. ¡Sería un caos! — casi gritó, por último. — Un agobiante caos. — Su cara que, bromeante, había adquirido cierto gesto de aburrimiento por el mero hecho de pensar en el ascenso, de repente se tornó seria, preocupada. — Espero que vuelva pronto. — su voz no sólo sonaba triste sino que sin ninguna traza de esperanza, pese a la frase.
Quizá aquella frase sonó demasiado inocente. Kato lo sabía, ya hacía mucho que lo había aceptado, pero supo que éso es lo que debía decir. Éso es lo que Karaiko merecía para él, la total esperanza que en él se pudiera poner, aunque su misma voz diera por perdida toda ella. Porque el Shihōin no era ni mucho menos un iluso y sabía que jamás iba a volver a ver a su mentor, pero éso no impedía desear, fantasear con un reencuentro, por volver a aprender y entender, como cada día que compartía con Karaiko.
— Pero bueno, dejemos esos temas. — de nuevo sacudió su cabeza. — Cuéntame, ¿qué tal te han acogido las huestes del depravado Aoki? — preguntó, de vuelta con su tono satírico. — Cualquiera que haya visto lo que yo hace un instante seguro que te ha tratado genial. La verdad es que tienes una zanpakutō hecha a medida para el Cuarto. — su más amplia sonrisa había vuelto. — Enhorabuena. — aunque quizá algo enturbiada por la sombra del recuerdo de su mentor.
Algo así sería costoso de olvidar. Un mentor que tanto ha dado, como un padre, es imposible de sustituir. Pero el Shihōin, aunque se mostrase iluso con sus comentarios, sabía que no había ninguna posibilidad de que Karaiko pudiera haber sobrevivido en el infame mundo de los arrancars. Lo sabía, lo comprendía y había llegado a aceptarlo. La ira y la negación habían quedado ya tiempo atrás. Si hubiera podido negociar, si hubiera tenido con quién, habría dado su misma vida por salvar tan preciado shinigami. La depresión poca mella hizo en el eternamente sonriente shinigami, poco tiempo le duró.
Sólo le restaba la aceptación.
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