Cenit I .- La vigilia intranquila {Shihoin Kato}

Aunque la rutina había dictaminado que los papeles se amontonaban sobre la mesa cuando el día tocaba su fin, como un golpe de suerte, esa noche no había ni rastro de ellos. La mesa estaba despejada, tanto que casi asustaba. Acostumbrado a la visión de pilas de carpetillas y papeles amontonados sobre la superficie de madera, aquella visión de vacío era inusual. Tal vez habían huido por la humedad del ambiente o por la promesa de una noche larga y pesada que no parecía tener ganas de mejorar.

Cuando el sol comenzó su descenso parecía que el día terminaría tras una agradable jornada de sol y calor, pero conforme el astro iba ocultándose y las nubes comenzaron a poblar el cielo, el ambiente se hizo más y más sofocante hasta que la lluvia puso el broche. No había un solo lugar fresco donde esconderse, ni siquiera el kido iba a tener una solución satisfactoria para aquel molesto problema. Las sábanas se pegaban al cuerpo por el sudor, el hormigueo atusaba las extremidades mientras suspiros cansados invadían el silencio de la habitación.

Lástima que no hubiera nada que rellenar, cumplimentar o leerse en aquel momento. La dichosa faena burocrática nunca estaba cuando se la necesitaba y aparecía cuando menos se la esperaba. El resto del escuadrón parecía correr mejor suerte, pues silencioso y calmado, los demás shinigamis habían conseguido conciliar el tan preciado sueño. Los pasos resuenan por los pasillos, lentos y meticulosos para no hacer demasiado ruido. Sólo el sonido amortiguado de lo que parece un borboteo amortiguado por las paredes rompen la estancada quietud del escuadrón. Apenas era audible. El pasillo se torcía y al final, la luz se escapaba por debajo de la puerta, señal de que alguien más en el escuadrón tampoco conciliaba el sueño en aquella noche aletargada.

Era la enésima vuelta que daba sobre su cama. A los pies, las sábanas hacía mucho que habían sido pateadas. El yukata, aunque fino y liviano, también yacía a su lado, en el suelo. Aún así, el calor era sofocante.

Kato había sonreído al observar por la ventana como el cielo se cerraba, avecinando tormenta. Después de un día largo y caluroso, en el que el trabajo burocrático había dado por fin su fruto y too estaba al día, la expectativa de una noche fresca y lluviosa le supo a premio merecido. Sin embargo, aunque la lluvia llegó, el calor no dejó la Sociedad de Almas, y al tórrido ambiente se le sumó la humedad de la precipitación, creando una atmósfera pesada y agobiante.

Harto de intentar encontrar la postura idónea en su lecho, el Capitán se irguió de pronto, asqueado, entendiendo que nada podría hacer contra aquel bochorno y asumiendo que se había desvelado. Se levantó y estiró los brazos, quedándose unos minutos observando como la lluvia, que había aguado su sueño, caía sobre la ventana. Se puso el hakama del uniforme y se colocó el keikogi a medio cerrar. No esperaba encontrarse con nadie, así que dejó el haori blanco colgado en su cuarto. Daría una vuelta, a ver si conseguía encontrar algo en lo que matar las horas hasta el alba.

Su despacho estaba impecable. Las tareas pendientes brillaban por su ausencia y la mesa se encontraba totalmente vacía. Chasqueó la lengua ante tal ironía y, tras tomar un trago de agua de una jarra de su despacho, la cerró con desgana. Quizá la lluvia incesante, culpable de su vigilia, sería capaz de paliar aquel asfixiante calor.

Volvió de nuevo a la zona de dormitorios, dirigiéndose hacia la parte trasera de ésta, donde había un pequeño jardín. Sin embargo, a medio camino, descubrió una tenue luz que llamó su atención. Ésta provenía de debajo de la puerta de una de las habitaciones, una que recordaba bastante bien, pues había sido la suya durante años, desde que se le ascendiera a Teniente, tiempo ha. Si bien se había quedado sin tareas para pasar aquellas horas muertas, una amena charla y un par de copas quizá hiciera recobrar el sueño al Shihōin. Se acercó a la puerta y la golpeó, con media sonrisa en su boca.

— Registro rutinario por sorpresa, abra la puerta. — bromeó, forzando voz de anunciante anónimo. — Órdenes del Capitán.



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[OFF] Post cortito, pero no tenía mucho más que decir sin comenzar a repetirme. Además, así hacemos menos tochopost y a ver si conseguimos una trama que vaya fluida, para variar. xD

La puerta roza con pesadez sobre las guías de madera del suelo, en un movimiento tedioso y lento, señal del hastío de quien sujetaba la puerta. En cualquier otra circunstancia, la teniente hubiera aparecido con un semblante distinto, más serio y formal tal como era su costumbre, pero en aquella ocasión; fuera por el calor, la falta de sueño o ambas cosas a la vez, el rostro de Isono parecía un haiku sombrío, tedioso y amargo. Abrió la puerta ataviada con un yukata de color pálido y la espesa cabellera sujeta en un torpe recogido que dejaba escapar algunos gruesos mechones de cabello carmesí. Con los párpados ligeramente caídos y los labios dibujando una extraña mueca, hizó un gesto seco y desganado al ver al capitán al otro lado.

-¿Órdenes? -gira un poco la cabeza para observar la habitación-.

Todo está en su sitio: los escasos muebles despejados de trastos, los armarios cerrados sin la amenaza de abrirse de par en par y dejar caer un alubión de chismes, Sangeki reposada sobre una de las paredes, salvo el futón desordenado que poblaba el suelo, junto al edredón... Pocas cosas salían del más estricto concepto de orden. Pese a todo la habitación mantenía un carácter austero y algo frío ante la carencia de cosas más personales.

-Este calor es una pesadilla... -musita volviendo la vista al frente-. ¿Tampoco puede dormir?

Se lleva un mechón de pelo a la oreja, en gesto agotado.

Al otro lado de la puerta esperaba impaciente el Capitán. Ésta no había tardado en moverse, pero parecía resistirse a dejarse abrir. Lo recibió un semblante serio y hastiado, pero para nada somnoliento. Kato dejó escapar una mueca sonriente al comprobar que no era el único que había postergado su vigilia.

Tras un gesto de indiferencia hacia su superior, la pelirroja giró su cabeza hacia el interior. Desde el otro lado, el Shihōin no supo interpretar la señal, si es que hubo alguna invitación a entrar, pero tras un vistazo al interior supo que poco entretenimiento podrían tener allí. Todo estaba en el más estricto orden y no encontró ni una mísera botella de sake que llevarse a la boca. Aquel tórrido ambiente le había dejado sediento.

— "Puedes"... — corrigió a Isono y su usual exceso de formalidad. "El 'usted' sobraba", pensó Kato. — Y no, tampoco puedo dormir. ¡Quién puede con este bochorno! — se preguntó. — ¿Quieres dar una vuelta? — sugirió. — Quizá bajo la lluvia haga menos calor.

El tiznado Capitán se giró, ofreciendo el paso a la Teniente. El patio se antojaba como un pequeño paraíso donde refrescarse bajo el copioso aguacero.

Ahora que observaba más detenidamente a la mujer frente a sí, se fijó en su desarreglo. Acostumbrado a verla tan pulcra y correcta en sus vestimentas y peinados, tanto así como en su comportamiento, tenerla delante con ese rostro desganado y tan desaliñada cabellera le resultó realmente extraño.

Isono abandonó su habitación con paso perezoso, quizás no por desgana sino por el abrumador bochorno que llevaba horas entumeciéndole el cerebro. Se atusó el yukata hasta acomodarlo sobre la piel perlada de sudor de los hombros y el cuello. Tras de sí, cerró la puerta con un golpe seco, fiel reflejo de su ánimo apocado por el bochorno y el largo inicio de la noche.

La lluvia caía en el patio de las dependencias del escuadrón como un fino manto sedoso y tibio. El suelo comenzaba a concentrar pequeños charcos donde los pies podían hundirse, mientras el aire olía a tierra humeda. El cielo, de un oscuro tono grisáceo dejaba ver los densos nubarrones que lo cubrían, entr reflejos grises y ocres, pareciendo una tétrica y amenazadora visión.

La teniente plantó los pies sobre la mullido y mojada alfombra verde del patio del escuadrón, alzando el rostro dejando que las gotas le bañasen el rostro. Por alguna razón, días así, de noches largas le traían recuerdos desagradables. Frunció el ceño al percatarse de que su memoria volvía tiempo atrás.

-Estas noches son insufribles... -musitó en tono neutro, esbozando un mohín de desagrado con los labios, ahora húmedos por la lluvia-. Parecen que son noches abocadas a pensar más de lo que uno querría...

La escueta broma a Isono, es verdad, había servido para alzar un poco el ánimo, pero lo cierto es que aún así el humor del Shihōin no era, ni de lejos, el usual. Sin embargo, conforme avanzaba, el olor a hierba y tierra húmeda fue mejorando poco a poco su carácter. Para cuando la lluvia resbalaba por su cara, en ella ya se había ampliado la sonrisa de siempre.

Siguió los pasos de su teniente hacia el imperante manto verde de los jardines del escuadrón. El tacto de sus pies sobre el rociado terreno llevó su mente a multitud de recuerdos bajo la lluvia, desde correrías varias en su infancia hasta algún que otro escenario romántico y tópico. Ancló sus pies sobre la resbaladiza hierba, perdiendo de vista por un minuto a Isono. Abandonó su mirada al danzar de la lluvia y a la sinfonía de las gotas sobre su rostro, con la cabeza inclinada hacia el cielo. La pregunta de ella resonó distante, en otro mundo casi. Es más, ni tan siquiera se percató de que Isono había adquirido la misma postura para cuando él esbozó respuesta:

— Oh, la nostalgia de la lluvia. — contestó, con tono irónicamente bucólico. — Inspiradora de tantos tristes poemas... y de tantas noches de borrachera. — bromeó, perdiendo el tono cuasi-poético para la última parte de su comentario.

Fue entonces cuando la miró de soslayo y recobró la compostura de inmediato, mezcla de algún tipo de vergüenza con un amago de carcajada al observar sus idénticas poses. Pero no rió, esperando que Isono no se hubiera percatado de aquello.

— Si hace unos meses, cuando te tuve plantada frente a mí en la oficina, con tan serias maneras... me hubieran contando que te vería así, tan despreocupada, bajo la lluvia. — comentó. — Bueno, digamos que me habría reído bastante. — concluyó, mirándola con su siempre grato y sonriente rostro.



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[OFF] Te juro que, mientras escribía, creía que te habías tumbado en el suelo y pensaba describir como se quedaba mirando hacia arriba para luego sorprenderse de que te hubieras tirado sobre la hierba mojada. Luego vi que no, que te habías quedado como Kato, pero ha sido totalmente casualidad que coincidiéramos en el gesto. Lo he dejado porque me ha parecido cómico... xD

Isono no pudo evitar que se le escapa una ligera y fugaz risotada. Lo cierto es que Kato no se equivocaba. Durante los meses que había estado conviviendo con el Escuadrón, su carácter se había tomado la licencia de relajarse un poco, de disfrutar de una rutina diferente pero sobretodo, de salir de aquel entorno viciado en que se había convertido su hogar. Bajó la mirada, tranquila, sin tensión acumulada ni preocupaciones que sobrevolasen su cabeza.

-Seguramente te hubieses reído... y quizás te hubiese propinado un capón por hacerlo -añadió sonriendo, con la mirada perdida en las oscuras y lóbregas nubes-. Pero me alegro de estar aquí... Me ha sentado bien cambiar de aires.

Dejó caer los hombros conservando aún aquel breve atisbo de sonrisa. Los recuerdos seguían allí y no se irían por más que tratase de olvidarlos. Noches largas y pesadas como aquella los reavivaban como un soplo de aire agita la lumbre. Algunas pesadas gotas resbalaban desde su flequillo hasta su rostro, huidizas. Si Kato no hubiese aparecido, aquella noche hubiera sido mucho peor y esas gotas oportunas, no hubiesen tenido una mejor excusa.

Las nubes, densas seguían emborronando el cielo de un pesaroso gris plomizo. El manto de lluvia seguía cayendo a un ritmo constante y lento como una canción de cuna; amilanada y tranquila. Sin embargo, parecía que la canción estaba hecha para asustar a los niños y obligarlos a ir a la cama. Las nubes se apretaban entre sí, dejando pasar la pálida luz de la luna entre sus pequeños huecos que rápidamente, volvían a cerrarse.

Un trueno restalló en el cielo.

Al instante, una ligera cadena de distante relámpagos se hizo tras el primero. Casi por instinto, se llevó una mano al cinto. Sangeki no estaba allí. El silencio no era una de sus particularidades, tanto extraño que casi comenzaba a extrañarlo.

Suspiró.

Su comentario no pudo ser más acertado. Sin duda era otra y, bajo la perspectiva de Kato, ahora era, sin duda, una versión mejorada de la Isono original. Le gustó, por un momento, pensar que había sido partícipe de aquel cambio, aunque fuera al menos como testigo excepcional. El capitán no esperaba calar en sus colegas shinigamis por su profesionalidad, honorables valores o cualidades en batalla, pero le alegraba saber que, a título personal, podía relativamente influir con su particular modo de ver la vida.

No dudó en reír con ella, ni en continuar riendo con su respuesta.

— Quizás no, sin duda. — apuntó. — Yo también me alegro que estés aquí. El cambio te ha sentado genial, sí. — elogió, respondiendo a su sonrisa.

La pelirroja shinigami relajó su postura, más si cabe, y parte del brillo de su sonrisa se perdió con ésta. Parecía sumida en sus pensamientos y el Shihōin no quiso abrir la boca, por el momento. Pero el silencio se acrecentaba a la misma velocidad que la impaciencia de Kato. El relámpago, dibujado justo donde el perdía su mirada, lo cegó por un instante y, al bajar la mirada, pudo observar de cerca el tímido suspiro de su acompañante.

— Está bien... ya no me callo más. — Kato rompió el silenció que tan pesado se le fue haciendo. — ¿Te ocurre algo? — preguntó, en tono serio, buscando la mirada verduzca de la shinigami. — No sé si pasamos demasiado tiempo juntos, pero algo me dice que ese suspiro va más allá de la melancolía propia de días lluviosos como el de hoy. — remarcó.

Por parte del peliblanco, Isono había dejado tiempo de ser tan sólo su subordinada, su mano derecha en el escuadrón. Se solía regocijar en la idea, aunque a veces fuera incierta, de que conseguía lo que tantos otros ni se permitían: que las relaciones con sus compañeros de trabajo adquirieran otro nivel, pues no veía errónea la amistad entre colegas. Por todo ello, sus palabras sonaron sinceras, no forzadas. Sentía real interés por el bienestar de aquella shinigami con la que había compartido tan intensas vivencias, aun conociéndola desde hace tan poco tiempo.

Los dedos de la shinigami se asieron por instinto al cinto del yukata, donde hubiera estado Sangeki. El cielo denso y gris oscuro se iluminó vagamente tras el restallido de varios relámpagos; los ojos verdes de Isono adquirieron un tono azulado demasiado claro, sepulcral. El cielo volvió a su lúgubre gris sucio, mientras la lluvia tomaba mayor fuerza.

-A veces extraño la ausencia de algunas personas... Estas ncohes largas reavivan esos recuerdos y... -suspira, bajando levemente el rostro-. No es algo que termine de agradarme.

Isono buscó resguardo bajo uno de los pequeños techos del jardín del escuadrón, sacudiéndose el cuello del yukata, perlado de gruesas gotas de agua. Tenía los pies mojados, cubiertos de pequeñas briznas de hierba que se le habían pegado.

-Creo que pocas veces hemos podido hablar de nuestra vida de forma no oficial -comentó Isono, cruzándose de brazos, espalda recta; pese a mantener una actitud mucho más relajada, le era imposible desvanecer sus formas naturales, la disciplina de sus gestos, la elegancia innata de cada movimiento, liviano-. Me es un poco frustrante, porque... Normalmente suelo mantener la intimidad de mi vida lejos del escuadrón, pero paso tanto tiempo aquí que cada vez me resulta más complicado no traerme todos esos viejos recuerdos. No me gusta tener viejas heridas abiertas...

La teniente gira el rostro, apenas para evitar mirar al capitán de reojo. Su aura es sosegada, tranquila pero está tiznada de tristeza; de viejos recuerdos que comienzan a aflorar.

Isono suspiró. La noche había cerrado con densas nubes que presagiaban aún más lluvia; la humedad asfixiante comenzó a tintarse de brisa fría.

-Menuda noche de locos... -musitó la teniente alzando de nuevo la vista al cielo como si le preguntase en silencio, qué diantres le ocurría aquella noche-. Sabes que me cuesta muchísimo hablar de mí, de estas cosas en general... Me es más fácil ceñirme al trabajo en lugar de darme a conocer. Estar aquí me ha sentado bien, me ha hecho bajar la guardia un poco pero creo que tengo fantasmas demasiado persistentes... O puede que la que no puede apartar la vista del pasado sea yo misma.

La shinigami se incorporaba sobre la pared del jardín. Pese a la pesadez de la noche, que parecía no tener fin alguno, no estaba de tan mal humor como otras veces, sintiéndose capaz de hablar con mayor profundidad con Kato de su familia y lo sucedido durante años. Isono había sido incapaz de hablar de ello con nadie, dar luz al estado de su padre le resultaba doloroso y le recordaba las dudas que había sentido al entrar en el Gotei como miembro activo del mismo; luego estaba Hatsu... Aquel recuerdo era insufrible. En el fondo, la imagen de aquel hombre seguía suscitándole el mismo amor que cuando era una muchachilla aunque el tiempo y el dolor habían convertido aquella visión en fría piedra, intocable y entre sombras.

-Estas noches así me recuerdan a los días antes de venir al Gotei... -comenzó a decir la shinigami-.

La puerta corredera que conducía al jardín se abrió de golpe. Al otro lado, azorada y sin aliento estaba la recién incorporada al escuadrón Neji Tsubame, una muchachilla flaca y tranquila, de melena negra como la noche y rasgos redondos que le hacían parecer más gentil de lo que era. La shinigami ni siquiera saludó a los dos rangos del escuadrón.

-Taicho... Fukutaicho... Tienen que venir fuera, un muchacho reclama a la teniente fuera del Gotei ahora mismo.Dice traer malas noticias -anunció la shinigami haciéndose a un lado al instante-. Un shinigami lo retiene en la entrada... ¿Van a ir a verlo o le digo que lo eche?

El ceño de Isono se frunció al instante.