Cenit I .- ¡Ese! ¡Corre! {Kawasumi Hotaru y Kimura Daigo}

El día terminaba. Se podía poner al fin el broche final a la jornada dejando atrás las dependencias del escuadrón y salir a tomar un poco el aire. Las calles del Rukongai olían a humedad, por lo que no era raro que más tarde, cuando la noche cayera comenzase a llover. Los comercios comenzaban a cerrar lentamente mientras las tabernas y restaurantes ambulantes se iban llenando no sólo de habitantes cansados sino de shinigamis y demás sujetos que habitaban las bulliciosas calles del Rukongai, dejando que otro aire y otro sabor se instaurasen entre sus taciturnas multitudes.

El olor a comida recién hecha embadurna el aire fresco de la noche. El cansancio y el hastío de un día aburrido y sin demasiados motivantes, hacen que la urgencia por darle un toque diferente apremie los pasos. Los establecimientos y tenderetes pasan a toda velocidad como una galería tentadora, de mil manjares a cual más delicioso. La variedad que ofrecen los habitantes de aquel distrito es abrumadora, puestos de comida con onigiris, donburi, okonomiyaki, yakitori, ramen, bolitas de pulpo y un largo y sabroso etcétera, junto con el aroma de los restaurantes y sus platos calientes y abundantes. Cual niño abrumado ante el exceso, el escándalo de un antro atrae toda la atención posible en ese momento. La fachada de madera antaño clara, mostraba unas más que visibles y descaradas manchas a la altura de la rodilla que descendían hasta el suelo junto a otras de color oscuro de aspecto mohoso que acompañaban al rostro de aquel lugar. Tras la puerta corredera, numerosas voces resuenan en la calle como un corral de gallos belicosos, de voces roncas y quebradas.

La promesa de diversión y algo de gresca que procede tras esa puerta de madera y papel animan a los dos transeúntes a entrar. El olor fuerte a tabaco, alcohol y sudor golpean las fosas nasales; varios hombres de aspecto sucio y gestos malhumorados pueblan las mesas y sillas del lugar. Algunos juegan con dados mientras otros beben en silencio apesadumbrado junto a la barra. Un hombre calvo y mayor, con una corta barba anudada mira en dirección a la puerta cuando éste se abre. Sus ojos apenas son dos puñaladas en la cara pero resuman desconfianza como si el uniforme de shinigami de los recién llegados, apestase a problemas.

Tenía...no, debía pedirle perdón a Hotaru por la discusión que tuvieron en el escuadrón, maldito fuese él y su manía de seguir actuando como un superior ante sus compañeros, pero es que no estaba acostumbrado todavía. Acudió a la habitación de la shinigami y llamó a la puerta. Esperó hasta que esta abrió la puerta para encontrarse a un Kimura que la miraba con una sonrisa estúpida y la mano en la nuca, por si se le ocurría cerrarle la puerta en las narices deslizó el pie izquierdo al quicio. -Esto..Kawazumi, vengo a disculparme por lo del otro día, no debí decir esas palabras delante de todo el mundo.- Hizo una serie de reverencias -Perdona, como compensación te invitaré a algo ¿eh? no me irás a negar una copa en esta noche tan propicia ¿no?...Vamos mujer, no me mires así- acompaño las últimas palabras con un gesto teatral, una mueca compungida.

Tardó un rato en convencerla, finalmente lo consiguió, pero a un alto precio: él pagaría todas las copas que se bebiesen esa noche. Por lo menos la elección del lugar era suya gracias a aquellas normas no escritas: El que invita paga, pero elije sitio, así de sencillo. Al igual que esa existían otras como la de: No mires a otras mujeres si vas con una, a menos que no quieras nada con ella o te den pie a ello. O aquella otra: Con copas de más, cualquier mujer es capaz. Es decir, que si quieres ligarte a la chica más guapa ¡emborráchala!. También existía cierta gráfica infalible que indicaba la cantidad de alcohol media que había que hacer tragar, basándose en la belleza de la mujer y el hombre en cuestión. Algo muy útil para los inexpertos, pero no para él...ya se la sabía de memoria.

Paseaban cada uno a su aire. Él fijándose en los puestecillos de la calle. Uno de ellos llamó su atención, el del takiyaki y decidió comprar algunos. Aquél vendedor las servía de cuatro en cuarto, pinchadas en un palo y pidió cuatro varillas. Le pasó dos de ellas a su acompañante con una sonrisa; quién sabe, esa noche podía ser SU noche. Continuaron andando y pasaron al lado de un bar, se conocía algunas zonas de Rukongai al dedillo y esta era una de ellas, pero nunca había entrado en aquél local ya fuese por una razón o por otra.

Parecerá cosa del azar o el Sino, pero aquella noche le pareció el momento adecuado para probarlo. Golpeó el costado de la mujer con camaradería y con un gesto de cabeza le señalo el local -Vamos allí, no tiene muy buena pinta, pero por las voces diría que el sake y el shochu son buenos, si no, siempre podemos hacer algo de gresca, como a ti te gusta- Se rió, estaba de buen humor al haber conseguido traerla con él. Entró en el bar primero abriendo ambas puertas con una sonrisa, indicándoles a los tertulianos que allí estaba él, que tuviesen cuidado y que la moza que le seguía era suya. Sostuvo la puerta para que la mujer entrase e hizo una reverencia cuando pasó junto a él con una sonrisa burlona. Se encamino a la barra, sin fijarse en nadie y apoyó el brazo sobre esta cuando llegó. Cuando el camarero decidió atenderles Kimura levantó dos dedos de la mano desocupada y habló -shochu, por favor. El más fuerte que tenga, me da igual si es el casero o el comercial- Cuando les sirvió agarró al camarero por la muñeca -Deja la botella- y girandosela le depositó sobre la mano el doble del precio que tendría la botella en el mercado, tras esto le cerró la mano y le soltó.

La bóveda celeste iba oscureciendo y la humedad que había en el aire parecía presagiar lluvias para esa noche. Los vapores de las carnes y verduras condimentadas con especias despertaron un rugido de la fiera que parecía habitar en su estómago, ruido que pasó desapercibido entre el griterío de los vendedores que anunciaban sus mercancías. Justo cuando el hambre volvió a clavarle los colmillos en la tripa, se encontró con el aperitivo que le ofrecía su compañero de División y antiguamente oficial de la misma. La shinigami lo miró de reojo mientras le hincaba el diente a la brocheta, al parecer sin darse cuenta del poco estilo que tenía ensuciarse las comisuras de la boca con la salsa teriyaki.

Se habían dicho bastantes cosas y no precisamente agradables el mismo día que Daigo había regresado al Escuadrón. Ella era una egoísta que nunca estaba conforme cuando las cosas no se hacían o decían a su gusto, mientras que él estaba acostumbrado a castigar la desobediencia y la falta de respeto a los superiores y compañeros. Vamos, que cuando se producía algún roce por las divergencias de sus maneras de ser, más que chispas desataban la tormenta entera.
Hotaru, como la rencorosa que era, no había olvidado todavía todo lo que había ocurrido durante aquel pequeño pero tenso encontronazo durante las pruebas que organizó Kazuna para ellos. No obstante no podía echar a perder la oportunidad de beber algo de gratis, por lo que, tras llamar Kimura a su puerta y hacerse un poco de rogar, terminó accediendo a salir a tomar algo juntos. Quién sabe, tal vez culminaba su pequeña venganza consiguiendo que el hombre se tuviera que hacer cargo de las copiosas facturas de cada cantina que visitaran.

El golpe en el costado la sacó de sus cavilaciones y la hizo mirar a la dirección que señalaba el pelirrojo. Analizó con ojo crítico el aspecto del lugar, pero no puso ninguna pega por el momento al escuchar la propuesta de sacudir a un par de listillos si no quedaban satisfechos con el servicio que ofreciera el local.
Se relamió los labios y tiró las varillas de las brochetas ya peladas al suelo, caminando junto al hombre hacia la entrada. Evitando pisar los meados de nadie, Hotaru accedió a pasar primero, sin hacer caso a aquella parodia de caballerosidad de la que hacía gala Daigo.

Un somero vistazo al interior delataba que la clientela no era precisamente limpia ni alegre. Mientras su acompañante intercambiaba un par de palabras con el posadero, la mujer se dedicó a observar con avidez los juegos de azar que tenían lugar en algunas de las mesas, pensando que tal vez esa noche podría unirse y desplumar a alguien si la suerte estaba de su lado. Durante su escrutinio, también captó alguna mirada desconfiada, gesto al que respondía alzando la barbilla y curvando una de sus finas cejas, orgullosa y retando al que se atreviera a que le buscara las cosquillas.

-Ya podrían gastarse lo que beben en algo de jabón- observó mientras se acercaba a Kimura y apoyaba la espalda contra el borde del mostrador, contemplando al personal.- Apesta a cuadra.

-Bueno, siempre puede oler peor de como huele ahora- sirvió el alcohol hecho a base de patatas y lo sirvió en dos vasos de sake. Le puso el tapón a la botella y le tendió uno a la mujer -Toma, vamos a brindar por nosotros y por que nos emborrachemos hasta que salga el sol.- brindó y vació el recipiente, volvió a llenarlos. Al ver que la muchacha miraba a las mesas le dio por mirar él también. -¿Hay algo que te interese hacer? ¿Qué tal si en vez de pagar yo, hacemos que paguen ellos la próxima botella? Unos dardos...o uno dados. ¿Alguno se atreve?...vamos, no seáis tímidos. Luego dicen que los shinigamis somos mala gente- lo dijo bien alto, para que todos en la sala lo escucharan, mirando a su compañera en primer lugar y luego a los presentes.

En una de las mesas, cuatro tipos se pusieron de pie y se llevaron las manos a los mangos de sus katanas. Daigo les miro -He dicho apuestas, no peleas. Si desenfundáis vuestras armas lo vais a pasar muy mal. Además, tal vez el dueño no se alegre de saber que sus cosas corren el peligro de romperse. Si seguís queriendo pelear hagámoslo fuera y sin armas-

Uno de ellos no hizo caso de las indicaciones del shigami y desenvainó su arma, en repuesta el pelirrojo hizo un rápido shumpo y se colocó encima de la mesa. Con una sonrisa sarcástica se agachó para esquivar el tajo horizontal que le lanzaba el hombre y con la palma abierta y los dedos encogidos él dirigió su golpe a la nariz del contrario. Tendría que controlar la potencia del golpe o lo mataría y tampoco quería eso, no era un asesino o eso pensaba Kimura. El golpe impactó en su objetivo, el tabique nasal crujió y el hombre cayo al suelo de espaldas, desmayado. -¿Alguien más?- dijo, mirando a los otros tres -¿no, verdad? Pues eso- miró a Hotaru y levantó el pulgar en señal de victoria, pero lo que vio le hizo quedarse con la boca abierta -¡Tú! Deja esa botella quietecita o te arranco la mano de un mordisco- dijo señalando al camarero, que intentaba quitar con disimulo la botella de soshu que ya había pagado. Al ver que le habían pillado este no tuvo más remedio que dejarla sobre la barra y se alejó de ellos para “limpiar” unos vasos con un trapo que no conocía la palabra limpieza.

El hombre se fue hasta la barra andando, utilizando la silla que tenía más cerca como si fuese una pequeña escalera, agarró el recipiente con mimo y la acunó entre sus brazos tras servir otra vez se contenido en los vasos -En este tugurio solo hay maleantes y desagradecidos...estarás en tu salsa, ¿eh, Kawasumi?...¡jajajaja!-

El olor, desde luego, podía ser peor; como el de las leoneras que tenían por dormitorios algunos compañeros del Tercer Escuadrón, donde sólo se podía caer dormido con al menos botella y media de licor en el cuerpo.
Surgió una pequeña nota con el choque entre los dos vasitos, cuando ambos brindaron. Hotaru bebió con ganas y vació el recipiente a la par que Daigo, casi como si fuera agua, por no quedarse atrás. Mientras el hombre volvía a servirles, ella atrapó con la lengua las gotas de sake que le habían saltado a la mano durante el brindis, observando todavía con interés los juegos de azar que pudieran estar llevándose a cabo. Al parecer, su compañero captó de pleno las intenciones que escondía su mirada.

-¿Y eso de que tienes dinero para apostar, Kimura?- le preguntó, sonriéndose con sorna.- Si te gastas todo el sueldo esta noche, Ayumi-chan se quedará esperando que la visites las demás.

Su mueca, sin embargo, se transformó en una de desprecio al observar la reacción del pequeño grupo de parroquianos. La mirada lobuna que les lanzó resbaló hasta sus armas, prestas a ser sacadas de sus fundas. "Plus con katanas... los rateros habituales esconden cuchillos entre sus ropas; es más discreto. ¿Quiénes serán estos tipos?" No estaba realmente preocupada, pues para desgracia de esos malnacidos, tenían la oportunidad de darles una buena tunda sin miedo a las represalias después. ¿Quién iba a lamentar la suerte de esa escoria que osaba plantar cara a dos soldados del Gotei? Nadie.

Daigo se había adelantado y ya estaba dándole lecciones de buen comportamiento a uno de aquellos hombres tan hostiles. A Hotaru le hizo infinita gracia este hecho, convencida de que el pelirrojo no podía evitar actúar como un maestro incluso con los perros que no quieren dar la pata. Divertida, batió palmas y vitoreó el nombre del ex-Oficial un par de veces, parodiando a un público entusiasta que anima a su Campeón. Cuando éste volvió, fue recibido por la shinigami, que sonreía de lado, apoyada en la barra. El camarero, tras haber sido reprendido, daba la impresión de preferir permanecer alejado.

-En este tugurio solo hay maleantes y desagradecidos...estarás en tu salsa, ¿eh, Kawasumi?...¡jajajaja!-

-Tanto que creo encontrarme en una cena familiar, Kimura- respondió así a la pulla del hombre, sin molestarse en lo más mínimo-. Luego si quieres vamos al barrio rojo; hace mucho que no visitas a tu hermana, ¿cierto?

Le asestó un amistozo codazo y rió entre dientes, cogiendo su vaso y la botella empezada, tras lo cual se dirigió a una de las tantas mesas vacías, ocupando uno de los asientos. A base de gestos y algún comentario apremiante, hizo entender al hombre que abandonase el mostrador y fuera hacia ella.
Vasos, sake y codos sobre el tablero del mueble, la mujer le sonrió perversamente una vez se hubo acercado.

-¿Quieres jugar?- sonreía a medias, como si tramara algo- Tú y yo, no necesitamos a nadie más para divertirnos...

Con esa voz sugerente, los párpados caídos y la sonrisa ladina, sólo podía referirse a una cosa.
-Apostemos, ¿sí? A cara o cruz... el que pierda, tendrá que hacer algo que le pida el otro, meterse en algún lío. ¿Te atreves o estás demasiado viejo para estas movidas?

La moneda apenas tuvo tiempo de alzarse en el aire. El local comenzaba a estar peculiarmente caldeado: demasiado alcohol y horas bajo el sol como para mantener la cordura en su sitio. Los gritos y voces se alzaban por encima de cualquier palabra medianamente cívica; chasquidos de botellas romperse, los gritos de las desgraciadas chicas que tenían la desgracia de trabajar allí y las primeras llamas de bronca entre parroquianos.

Cuando un par de botellas salieron disparadas contra la pared y varios hombres se enzarzaron en una maraña de puños e improperios, el ambiente viciado del local se transformó en una jaula poco agradable. Si es que an algún momento llegó a serlo.

Fuera el cielo gris mostraba una sonrisa de nubes oscuras y siniestras, de malicientos tonos ocres. La lluvia caía como un manto de pesado plomo, infectando el aire de una humedad pegajosa y agobiante.

-Eh, Kimura. Regresaste hace poco, pero seguro que ya han intentado colarte alguna, ¿verdad? Es cierto que le dejaste debiendo a Kazuo, pero ándate con ojo; podría venirte alguna golfilla pretendiendo encasquetarte a su mocoso, aprovechando eso de tu amnesia. Lo peor es que tendrías que hacerte cargo sin haber tocado siquiera a la tipa- soltó una risilla maliciosa, regocijándose en la idea-. Ya sabes... no es que tu reputación de mujeriego fuera a ayudarte mucho.

Sentada en la silla frente al ex-oficial del Tercer Escuadrón, degustaba el licor sin rebajar que iban sirviendo de la botella, que pasaba más tiempo viajando de una mano a otra que sobre la mesa. Los parroquianos cada vez se volvían más ruidosos, obligándoles a alzar la voz también para poder oírse. Daigo por fin encontró una moneda revolviendo en sus bolsillos y se la pasó a Hotaru, que exigió asegurarse de que no estuviera trucada. Una vez comprobado que la pieza de metal no tenía trampa, la lanzó hacia arriba con el pulgar.

-¡Cara!- exclamó, casi al mismo tiempo. Nunca llegaron a enterarse del resultado.

Un vaso salió lanzado hacia ellos, rozando el aire a escasos centímetros del hombro de la mujer, antes de estrellarse contra el suelo y hacerse añicos. Al torpe enredo de insultos se sumó el sonido de las patas de las sillas arrastrándose por el suelo, golpes y cristal quebrándose.

-¿Qué cojones está pasando...? ¡Eh! ¡Largo de aquí!

Un hombre de anodino rostro casi derribó la mesa en la que estaban bebiendo, empujado a saber por quién. Aunque Daigo había sido rápido, igualmente se vertió algo de licor a causa del violento impacto. Cuando quisieron darse cuenta, los que no huían estaban dándose de golpes, haciendo parecer todavía más pequeño aquel mugroso local.
La shinigami se puso en pie, abriéndose paso entre los hombres embrutecidos por el alcohol a base de empujones y gritos, espetándole a su compañero que moviera el culo y la ayudase a zanjar aquel alboroto. Una camarera pasó corriendo a su lado, con la manga rasgada medio colgando de un brazo. La vió apresurarse hacia el dueño del local y desaparecer tras él.

"Manda huevos... menuda se ha liado en un momento. Son peores que las bestias."

No podía desenvainar la odachi en un sitio tan poco espacioso, y aunque esperaba no tener que utilizarlo, se aseguró de llevar el wakizashi en el cinto, al alcance. Mala suerte para el que decidiera tocarle los cojones más de lo debido.
Apartó bruscamente a un tipo bajito y movió la cabeza enérgimanete hacia un lado y hacia el otro. Quería ver quiénes habían comenzado la pelea, pero con la dinámica que había en el antro resultaba una tarea complicada. Echó otro vistazo y decidió que si no encontraba a los responsables tumbaría al tipo más grande y amenazador que hubiera, esperando que eso ayudara a que el resto fuera perdiendo las ganas de continuar con aquel desorden.

Una mesa salió volando por los aires, estrellandose contra uno de los pilares troncales del edificio. Volaron astillas, sake tibio y hasta algún que otro diente. Los dos sujetos seguían repartiéndose puñetazos, patados y mordiscos mientras la turba animaba entre gritos la pelea; puños en alto y alguna patadita gratuita mientras nadie miraba. Uno de los contrincantes, no demasiado corpulento estaba encajando golpe tras otro, con los puños cerrados sobre la cara del desgraciado tirado en el suelo. Cubriéndose como podía, comenzaba a sangrar por la nariz mientras su rostros se enrojecía por el esfuerzo. Ambos estaban completamente borrachos.

El ruido invadía la sala, envuelta en el caos, cuando la puerta principal se abría de golpe dejando entre ver a un contertuliano que, hablaba con el semblante serio a alguien de fuera. Un muchacho, de poca edad parecía tener prisa por continuar la carrera, dando pequeños saltitos mientras hablaba con el otro hombre.

-No sé a quien debería avisar... ¿A los shinigamis quizás? -preguntaba el chico, remangandose el keikogi-.

-Ve, y grita para que te hagan caso... Dudo que a ninguno de ellos le interese saber quien estira la pata en el Rukongai, aunque sea en la casa de un deslustrado noble... Corre, iré en cuanto pueda... -añadió el otro hombre, más corpulento, de pelo recogido en una andrajosa coleta encanecida y rostro curtido-.
-Eso haré, eso haré... Ve luego a la casa, por favor... No quiero estar solo allí... tú la conoces... Koji... -suplicó el chico adelántandose un par de pasos-.

-Sí, mierdecilla. Ahora lárgate de una vez y avisa -gruñe el llamado Koji haciendole un gesto con la mano-.

Un par de jarras de sake vuelvan hacia la pared.

Era sabido por todos en el escuadrón que Daigo tenía tendencia a visitar burdeles, así que no se sintió ofendido con el comentario y dado que no tenía hermana alguna se dedicó a seguirle la gracia y devolvérsela -Que va, el otro día me comentó que hace tiempo que no le haces una visita y que añora sentir tus labios en su sexo.- levantó el pequeño recipiente cuando recibió el codazo y le guiñó un ojo a modo de respuesta, un par de hombres habían escuchado el comentario y se giraron a mirarles, pero las miradas que recibieron como respuesta hicieron que volviesen a lo suyo.

La apuesta de Hotaru le atrajo en extremo y se sonrojó momentaneamente al pensar en aquello que podría pedirle a la muchacha -¡Jajajaja!¿Crees que le hablas a un miembro del cuarto escuadrón pequeñaja?- le respondió picándola -Los del tercero no rechazamos apuestas por muy raras que sean- dijo hinchando el pecho con orgullo. Antes de lanzar la moneda la shinigami siguió hablando y se rió maliciosamente. El shinigami se encogió de hombros con el gesto algo fruncido y le lanzó una moneda -No,de momento no y de todas maneras no aceptaría. No soy el hombre para estar con una sola mujer y la que pudo ser no fue, así que...- dio un trago al bebedizo de patata y entonces la peliblanca lanzó la moneda al aire, sin darle tiempo al hombre de pedir lado.

De todas maneras poco importó, ya que la moneda quedó relegada al olvido cuando algo casi le da a la mujer y un hombre impactó contra la mesa. Al verlo venir el shinigami había cogido la botella y su vaso para impedir que se desperdiciara algo de líquido, aún así se derramo una pequeña parte. La perdida del alcohol y el que casi hubiesen herido a su ex-alumna lo cabreó y se puso en pie para protegerla, pero esta ya se encontraba buscando al culpable.

El ambiente estaba caldeado y nadie hizo caso al shinigami cuando levantó la voz para pedir a todo el mundo que parase. Daigo frunció el rostro cabreado, se arremangó y descargó un puñetazo a la cara del tipo más cercano. Buscó a su compañera con la mirada y se dispuso a cubrirle la espalda.

En el interior del antro los sonidos de la pelea cada vez cobraban mayor estruendo, y daba la impresión de que todos los espacios estaban llenos de hombres o muebles volcados, haciéndolo parecer más reducido, más sofocante. Pronto se descubrió caminando sobre restos de botellas, sangre diluída en sake e incluso algún cuerpo inconsciente. Tuvo tiempo de ver cómo Daigo dejaba fuera de juego a un hombre de un solo golpe e intercambió una mirada con él, asintiendo al entender el ademán que le dirigió. Sabiendo que le guardaba las espaldas, se abrió paso a empellones en busca del epicentro de la batalla.
Divisó a un par que, si no eran los que habían empezado todo, al menos estaban ofreciendo un buen espectáculo. Ignoró al pobre diablo que estaba recibiendo más sacudidas que un futón y fue directa a por el que se cernía sobre este, agarrándole con firmeza por una manga, a la altura del hombro.

- ¡Ya vale, hostia!

Iba a acabar pero que rapidito con eso. Cerró los dedos como un garfio alrededor del trozo de tela y elevó la presión espiritual, esperando causar el malestar suficiente en los Plus para que se detuvieran. Aunque no se le daba muy bien controlar su reiatsu era la forma más rápida que se le ocurría de frenar a tanta gente a la vez. Además, ya lo había hecho alguna vez con anterioridad y tampoco se le había muerto nadie... O eso creía.

- O nos quedamos tranquilos o acabáis todos en los calabozos del Sexto Escuadrón- amenazó, intensificando la influencia de su energía espiritual sobre las almas presentes durante unos breves segundos, para dar peso a sus palabras. Tras eso la dejó descender hasta niveles normales, esperando haber tenido un buen dominio de esta, a pesar de su enfado.- Aunque es posible que no quede sitio para unos piojosos como vosotros y tengamos que tiraros a una zanja si nos seguís jodiendo la nochecita. ¿Qué dices tú, Kimura? ¿No te parece que si fueran listos volverían a clavar el culo en sus asientos?

Ver a un hombre de dos metros de altura impone, ver como este tumba a otro de un puñetazo impone más, así que aunque Hotaru tuvo que dar algunos empujones para abrirse paso no sucedió nada digno de mención, más que las típicas miradas de odio hacia los shinigamis. Al llegar al epicentro de la pelea se formo un corro alrededor, los que estaban más cerca se pararon a mirar que es lo que iba a hacer aquella shinigami tan canija, el resto siguió peleando y Daigo se cruzó de brazos mirando a su compañera, para ver como resolvía aquello.

La mujer elevó su nivel de reiatsu, generando un malestar general entre los pluses, alguno terminó en el suelo un poco mareado, pero nada digno de mención. Él hubiese terminado aquello de otra manera más típica del tercero, como sacando su shikai y dando un par de tiros al aire, pero bueno, sus maneras también servían. Tras bajar su nivel espiritual unos solitarios aplausos se escucharon en la silenciosa taberna, era Kimura, que aplaudía con una sonrisa la acción de Kawasumi -¡Bravo!- gritó y silbó animándola. -No lo habría dicho mejor Hotaru, será mejor que nos sentemos todos y disfrutemos de la bebida, que para eso están las tascas...- guardó silencio pensativo y luego volvió a hablar -¡Que demonios! Una ronda para todos, invita el tercer escuadrón- se acercó a la shinigami y se agachó un poco para susurrarle al oído -Le endosamos la cuenta a Lyra, ya verás tu la cara que pondrá cuando se encuentre la factura- comentó con un tonillo gracioso.

Un par de hombre, los que habían iniciado la pelea, aparecieron con cuatro cervezas de entre la multitud y depositaron un en las manos de cada shinigami. Kimura alzó la jarra de barro -¡Salud!- gritó en voz alta, para que todo el mundo se enterara, chocó su recipiente con el de su compañera y la observó mientras bebía, convirtiendo aquello en una competición por ver quién era el primero en vaciarla.

El hombre del pelo cano se quedó a medio camino de su destino, clavando la vista en los dos sujetos que habían calmado la situación del bar. Arrugó el entrecejo no demasiado convencido. Titubeó un par de pasos antes de decidirse a hablar con aquellos dos peculiares dioses de la muerte.

Iba vestido con ropas de tonos oscuros, deslustradas por el trabajo y posiblemente un salario ínfimo; las sandalias apenas eran dos tiras de cáñamo que se aferraban con fiereza a los pies, mientras unos brazos gruesos y un semblante hosco coronaban una estampa demasiado común en algunas zonas del Rukongai.

-Shinigamis... -los llamó-. Creemos que ha pasado algo cerca del Seireitei, en el extrarradio... La ama de llaves de un viejo noble está pidiendo ayuda a gritos.

Para todo el ruido que habían hecho la cosa se enfrió con rapidez. La shinigami empujó al tipo que tenía agarrado y le ordenó que desapareciera de su vista, dedicando una última mala mirada al resto de parroquianos, con los solitarios aplausos de Daigo de fondo. Sólo cuando le pareció que nadie iba a cometer la estupidez de desafiarla se volvió hacia su compañero, quien terminó arrancándole una sonrisa al querer endorsarle toda la cuenta del bar al Teniente Wonderwall.

- Lo pondremos como gastos diplomáticos, como hacía Iruna cuando había que justificar el presupuesto del Escuadrón.

Pasó por el lado del ex-oficial y se dirigió a su mesa, agachándose un momento para levantar la silla. Mientras revisaba el asiento para comprobar que ninguna pata estuviese floja aparecieron los perros ladradores de antes, esta vez con las orejas agachadas y el rabo entre las piernas.

- Esta sí es una buena forma de pedir disculpas- dijo, tomando las jarras que le correspondían. Brindó con Daigo y echó la cabeza hacia atrás, llenándose el gaznate. La bebida tenía un sabor amargo que le hacía arrugar la nariz, pero no era lo peor que había probado en aquel distrito-. ¿En qué nos habíamos quedado? Ah, sí... Habías dicho algo sobre ir en pelotas a la residencia familiar de los Kuchiki y pedirles que te devolvieran la ropa que habías dejado en la habitación de la Señora.

Daigo estaba lo suficientemente mal de la cabeza como para atreverse con aquel reto disparatado, o al menos lo estaría el Kimura Daigo que ella conocía con un par de litros de sake en el cuerpo. De solo imaginarse la cara de estupefacción que pondrían aquellos nobles estirados al ver así al shinigami y la posterior persecución le tentaba la risa.
En esas estaban, entre risas, tragos y bromas, cuando se les acercó un hombre, pidiendo su atención. Hotaru frunció el ceño al ver de qué se trataba y le repasó con una mirada desagradable.

-¿Y qué le importa a un pobre diablo como tú lo que ocurra en la casa de un noble?- chasqueó la lengua y le señaló con la barbilla el sitio vacío de una mesa cercana-. No seas idiota, viejo; siéntate a emborracharte con los demás. Los nobles ya mantienen una guardia personal para que les salven el culo.

Tranquilizado el ambiente y hechas las paces con los bravucones de turno volvieron a sus asientos. La peliblanca retomó el juego, no le apetecía mucho meterse con la nobleza, pero lo que podía obtener a cambio valía la pena, si no ya podría correr más que los Kuchikis por la cuenta que le traía. -Por supuesto...- aceptó, tomando aire y sonriendo al ver en su mente la apuesta ya ganada. -...pero si gano yo, iras corriendo desnuda por todo el escuadrón y gritando que te persigue un búho sodomita- bebió para reprimir una carcajada que pugnaba por salir. Si ganaba, aquello sería tema de conversación durante muchos meses, ya se encargaría él de que así fuese.

De pronto alguien los interrumpió solicitando ayuda. Daigo maldijo su mala suerte y comenzaba a levantarse del asiento cuando su compañera habló. El shinigami al escuchar sus palabras golpeó la mesa con fuerza -¡Maldita seas Kawasumi! Cuando pienso que realmente has cambiado y madurado sueltas cosas como esta- arrugo el gesto con desagrado, mirándola como si se tratase de la Peste -A este buen hombre puede que no le importe lo que ocurra en una casa noble, pero se preocupa por las personas que viven en ellas por que tiene buen corazón, ¡no como tú!.- miró un segundo a la mesa y vio su propia copa por la mitad, era una lastima desperdiciar aquel alcohol, así que se le bebió de un trago para aclarar su garganta y seguir reprendiendo a su compañera. -¡Además!, ¡eres una shinigami! Tu trabajo consiste en auxiliar a las personas, por si lo has olvidado, da igual que sea un noble, un plus o un humano.- la señaló con el dedo indice con la cara enrojecida -¡Tu función es protegerlos tanto de un Hollow como de un ladrón y si no te gusta ya puedes presentar tu espada a Lyra, abandonar el tercer escuadrón y buscarte cualquier oficio en el Rukongai!. Yo por mi parte voy a ir a ver que pasa.-

Se giró hacia el apurado hombre ignorando totalmente a la peliblanca, ahora mismo pasaba de escuchar cualquier replica o pulla que pudiese soltarle. -Disculpe la escena. Cuénteme lo que sepa y dígame a donde tengo que ir-

Koji relajó el semblante que violentamente se había fruncido al oír a la intempestiva shinigami, habiéndose contenido las ganas de responderle con la misma moneda. Pero sabía que no tenía mucho tiempo, o al menos, no lo tendrían los demás si lo seguía perdiendo de esa forma. Inconscientemente, se acercó un par de pasos a la salida del local.

-Veréis shinigami-san -musitó con tono grave y ronco-. Ha ocurrido algo en una de las casas nobles de la periferia del Rukongai, la ama de llaves comenzó a gritar y el chico que venía conmigo, salió en mi búsqueda. Trabajo para la familia... Vigilo el negocio por las noches para evitar que entren ladrones... Iba a trabajar... -explicaba acercandose más a la puerta-. Si... Si quiere puedo llevarlo hasta la casa. Así podréis ver con vuestros ojos la escena...

Koji abrió la puerta con un gesto brusco sin apartar la mirada de Daigo. Pese a la sangre fría y ademanes comedidos, su actitud demostraba tener cierta urgencia y preocupación.

- La familia Otsuka no tiene demasiado nombre entre la nobleza, pero mi señor es un buen hombre. No merece lo que le esté pasando... Por favor shinigami-san, demonos prisa. Quien sabe lo que le espera.

El plus salió definitivamente de la estancia a paso ligero.

La indignación de Kimura ante la respuesta que le había dado al plus no sorprendió a Hotaru demasiado. Se limitó a coger el recipiente que contenía su bebida antes de que otro airado golpe en la mesa pudiera volcarlo, se echó hacia atrás en la silla y dejó un brazo colgando del respaldo, permitiendo que el shinigami largase por esa boquita hasta quedar satisfecho. No le hacía especial ilusión que le soltase el sermón delante de tanta gente, pero era algo que podía soportar, aunque no de cualquiera. Daigo la había amonestado muchas veces por su mal comportamiento prácticamente desde que llegó al Escuadrón. Las voces que estaba dando ahora la hacían sentir medio nostálgica de aquella época, pero esperaba que tampoco se excediera. Ya no era una niña como antes, ni él seguía siendo su superior.

"Además, ¿no se supone que me ha traído aquí para pedirme disculpas por lo que pasó durante las pruebas de Kumamori?" pensó, frunciendo el ceño y no mirando al hombre, sino al líquido que hacía girar en la jarra, en su mano. "Debería ser más gentil conmigo, tampoco he dicho ninguna mentira. Los nobles contratan espadas a su servicio, ¿no es así? Entonces no tienen porqué molestarme en mi rato libre."

Chasqueó la lengua y al alzar la vista su compañero se había girado para conversar con el plus. Observó a ambos con una mueca agria, resopló y se deslizó unos centímetros hacia abajo en su asiento, estirando las piernas y frenando con los talones en el suelo para no caerse de él. Si Kimura se iba del bar ella también, no fuera a ser que por una de esas al final le tocase hacerse cargo de la cuenta. Adiós diversión.
Bebió sin ganas por última vez y todavía con menos se incorporó de la silla, caminando hasta Daigo. Tuvo tiempo de escuchar al Plus antes de que este saliera del local.

- ¿Otsuka?- rió, mientras se le colaba a Daigo para salir del local antes que él-. Pues no es un apellido tan exclusivo para ser el de una casa noble. Le va a hacer gracia cuando se lo cuente...- pensó en voz alta, recordando a la shinigami de cabello rojo que conoció durante la investigación de la muerte del Teniente del Séptimo Escuadrón. Por lo que creía, a Isono tampoco le hacían mucha gracia los de la nobleza. Se preguntó qué clase de nobles debían ser para necesitar su ayuda-. ¿De verdad piensas ir, Kimura? Sigo pensando que no es asunto nuestro. ¿Por qué no vamos mejor a otro sitio a seguir con la fiesta?

-Estese tranquilo buen hombre, haré lo que este en mi mano por ayudarles- comentó, acompañando al hombre. -¿Otsuka? No me suenan. ¿qué puede contarme de ellos?- preguntó al hombre, por si podía enterarse con antelación de alguna información relevante, aunque no supiese aún lo sucedido.

Frunció el ceño con disgusto al escuchar la risa de la muchacha y cuando pasó delante suya hizo que este se frenara para evitar que ambos dos terminaran en el suelo. En otro momento no le hubiese importado que pasara dicho “accidente” y así aprovechar para meter mano descaradamente sin miedo a represalias, pero estaba demasiado enfadado como para intentar jugarreta alguna. -Así que conoces a un Otsuka. Mas motivos tendrías que tener entonces para ayudar a esa familia, por muy noble que sea, en vez de proponer seguir de fiesta...a menos, claro, que tengas algo contra ellos- expuso con resentimiento, mirando la espalda de la shinigami y cerrando la puerta del local, evitando así que más voces indiscretas prestasen oído a la conversación. No todo el mundo actuaba de la misma manera al escuchar extrañas noticias de los nobles y no deseaba que aumentase, aún más, la tensión reinante entre las distintas castas de la sociedad de almas.

Andaba con paso firme y decidido tras el hombre y la mujer, prestando atención a sus palabras, pero guardando una corta distancia entre él y los otros dos. El actual comportamiento de Kawasumi sembraba la duda en el corazón del pelirrojo, la conocía desde hace tiempo, la había entrenado en algunas artes y guiado en misiones cuando aún era Oficial, pero el carácter de la mujer, aunque tosco, nunca había sido tan egoísta y despreocupado como en esos momentos...o así le parecía a él. Tarde o temprano tendría que sentarse y hablar con ella seriamente, algo que parecía imposible dado que la forma de pensar de cada uno, exceptuando la parte de la juerga, el alcohol y el sexo, era totalmente diferente. Demasiado bala perdida aquella muchacha, una verdadera lastima. Suspiró alicaído, con el enfado ya completamente disipado, se encogió de hombros relegando de su cabeza aquellos pensamientos, centrándose en la tarea actual y acelerando el paso para ponerse a la altura de los otros.

El plus echó a andar tan rápido como pudo cuando uno de los dos shinigamis lo siguió. Tenía demasiada prisa por llegar a la casa y que la ama pudiera contarles mucho mejor lo sucedido.

-La familia Otsuka, como y os dije no goza de demasiado nombre entre la nobleza. Son una familia pequeña... -comentaba el hombre con paso veloz-. Viven en el Rukongai, tienen tierras y un negocio que le da sus rentas pero no husmean en asuntos del Seireitei, señor. Así que no me explico que puede haber pasado.

Koji comenzó a callejear por el laberinto del Rukongai sin perder la firmeza del paso. Las tabernas y comercios comenzaron a perderse lentamente conforme se alejaron de aquel desastroso antro, siendo sustituidos por viviendas, algunas de buen tamaño con muros altos y árboles que sobresalían tras ellos.

-Deberán disculpar a la ama de llaves, está muy afectada... He enviado a uno de mis hijos a avisar a la hija del señor... Espero que no se demore demasiado... -explicaba-. Sigan esta misma calle hasta el final hasta cruzar un canal. La casa queda bastante lejos del Seireitei, pero no tiene pérdida. Cuando se termine el camino, a la izquierda verán una casa grande, de muros ajados y dinteles de arcilla marrón. Verán el nombre de la familia en una placa en la puerta... He de ir a buscar a mi hijo y a la señorita Otsuka... Ahora que están aquí... Por favor, sean amables con la ama... Muchas gracias...

Koji los acompañó un pequeño tramo, justo para que viesen el puente que cruzaba el mencionado canal. Tras un par de pasos, hizo una marcada y rápida reverencia antes de dar media vuelta y desandar el camino casi a la carrera.


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"Ya verás que nos hacen venir porque se ha colado algún ladrón en la casa o algo por el estilo" pensaba la shinigami de pelo blanco, caminando tras el Plus y frente a Daigo, siguiendo el paso que marcaba el primero sin esfuerzo. Bueno, si era algo tan insignificante terminarían pronto y podrían volver a pasar el rato por el Rukongai, ¡no podía desperdiciar la oportunidad de que la invitasen a beber!

No tardaron en dejar atrás los comercios para adentrarse a la zona residencial. Hotaru observaba los edificios tratando de adivinar qué tipo de personas guardarían. El hombre los guió un trecho del camino y ofreció indicaciones para que terminasen el trayecto por si solos.

"¿No están armando mucho alboroto sólo por una vieja histérica?" se preguntó con una ceja alzada, viendo marcharse al anciano.

- En fin... Seguro que no es nada grave, así que terminemos con esto rápido.