Tentar a la suerte [Kawasumi Hotaru]

El Runkongai tenía su encanto, era algo más que visible; se alejaba de los rigores y las normas del Gotei, y pese a estar rodeado de gente, el ostracismo de cada uno hacia el resto del mundo era una cualidad más que admirable. Al menos, la gente no se andaba metiendo en asuntos que no eran de su incumbencia. Liang todavía no terminaba de maravillarse ante el crisol que le suponía aquel desprestigiado segmentos de la Soul Society: había de todo y resultaba menos molesto que los shinigamis del Gotei. Todavía tenía un amargo regusto en la boca tras su encuentro con aquel indefinible shinigami en el restaurante; fue una noche destrozada gracias a la presencia impuesta y no deseada.

Esa noche esperaba pasarla solo sin que ningún ser detestable apareciera de algún rincón oscuro. Permanecía sentado junto a una caja de madera al lado de un puesto de comida, con un bol lleno de ramen en las manos notando el calor de la lumbre del puesto en uno de los costados. Su cara mostraba la plácida satisfacción ante aquella más que pintoresca situación: expresión tranquila, espalda relajada y una liviana sonrisa en la boca. Las manos estaban calientes gracias al calor del bol mientras un ligero regusto picante se le expandía por el cielo de la boca, haciendo que los párpados comenzaran a picarle.

-Uff, está esto fuerte -comentó en voz alta a sabiendas de que la tendera posiblemente la estuviera escuchando; mientras se pasaba la mano libre por los ojos intentando aliviar el resquemor-.

Las calles estaba animadas, había gente de un lado a otro tal vez porque comenzaba a anochecer y nadie quería quedarse en la calle una vez entrada la noche. Liang sólo rezaba para que nadie la aguase el extraño sosiego en el que se encontraba y para que la tendera no se marchase pronto.



OFF: ya que Regis parece querer seguir más con Isono... tampoco lo culpo. A ver, Hotaru por donde me sales y a ver como termina esto que ya dijimos de encontrar a los dos personajes un par de veces y todavía no salió un post. Te invito a ramen.

El sol, como un lejano lunar encendido, caía con languidez hacia las entrañas de la tierra, dejando tras de sí una estela de colores templados. Perdido ya el primer tinte bermellón, el cielo iba empalideciendo sordamente, hasta que el último resplandor dorado se consumió para dejar paso a las nubes cargadas de oscuridad.

-Entonces dejamos el entrenamiento aquí por hoy. Recordad que mañana comenzamos una hora antes, y ya deberíais conocer bien las maniobras, por lo que no aceptaré preguntas entonces. Va especialmente por ti, Yamaguchi; te he visto distraído cuando cercábamos el Distrito, así que espabila- advirtió con severidad Shirogane-san, que había sido escogido para capitanear los ensayos en campo abierto del Grupo 2. Repasó visualmente la fila compuesta por los cinco rasos, todos pertenecientes al Tercer Escuadrón. Estaban resultando ser algo difíciles de manejar.- Si tenéis alguna duda o aportación, es el momento de compartirla.

Las ondas de pasto llegaban hasta los pies de los jóvenes, empujadas por la brisa. Hotaru se distraía observando cómo se inclinaban las espigas, y el liviano vuelo de los dientes de león parecía ser más digno de su atención que nada de lo que hubiera allí.
El hombre suspiró con resignación ante el silencio.

-Está bien. Podéis retiraros.

Con un murmullo ansioso, los shinigamis abandonaron posiciones para marchar cada uno por su lado. Aunque a veces era exagerada, la fama de vagos que tenía la División de Ataques a distancia era bien merecida. Su anterior Capitana los había malacostumbrado a la ley del mínimo esfuerzo, y la mayoría pretendía mantenerse en la misma línea. La lástima era que había gente capaz allí dentro, pero seguramente acabarían malgastando el talento que pudieran emplear de forma más provechosa. Quizá Lyra u otro futuro Capitán lograsen limpiar la imagen del Escuadrón algún día.

Lejos de angustiarse por estos pensamientos, Hotaru estaba decidida a dejarlos a un lado y disfrutar del poco tiempo libre que tenía últimamente, por lo que, sin asearse siquiera, fue directamente hasta el Distrito colindante a la zona en la que habían estado practicando.
Había acabado tan agotada los días anteriores que todavía no había tenido oportunidad de echar un buen vistazo a lo que se cocía por las calles saturadas de Plus.

"Algo para comer no me iría mal, ¡estoy hambrienta!".

Caminaba con el shitagi y la keikogi del uniforme bajo el brazo, indiferente al aspecto que ofrecía, al cabello alborotado y el vendaje que le rodeaba la espalda, conteniendo la carne rebosante de sus senos. La tela blanca apenas cubría lo suficiente para reducir su atuendo a la indecencia, que si bien no era recibida con buenos ojos por los transeúntes, al menos no llegaba a la desnudez chabacana.
Olfateó el aire, y a su mente acudió la cautivadora imagen de un puestecillo de ramen. Por suerte llevaba un par de monedas en el bolsillo.

-¡Buenas! ¿Qué tenemos hoy?- saludó la shinigami una vez se hubo acercado al yatai, hincando los codos en el mostrador a la vez que se inclinaba hacia delante, casi colándose por el marco de madera hasta la pequeña cocina ambulante. Los vapores de la comida la impregnaron al asomarse.- Tomaré oyu-wari de trigo... empanadillas gyoza y... hm, ¿eso de ahí es Yakitori? Vale, uno también. Ah, y uno de fideos con ternera.

Mientras la mujer se ponía a atender la comanda, Hotaru acercó un taburete que tenía floja una de las patas y se dejó caer sobre él. El asiento se bamboleó un poco, pero parecía aguantar su peso.
Aflojó la correa de cuero que mantenía la odachi cruzada en su espalda y la dejó de pie contra el puestecillo, sujeta entre sus rodillas para que no se fuera hacia los lados o se la robasen en un descuido. Como todavía se sentía acalorada - y la contagiosa temperatura de la cocina no ayudaba a que se le enfriara el cuerpo- dejó que la parte superior de su Shihakushō quedara relegada a un extremo del mostrador, donde no molestaría.
La luz suave de los faroles iba reflejándose en las botellas de licor que había en las repisas.

De inmediato llegó su bebida, a la que dio un trago, pero la comida se haría esperar más. Aprovechó para mirar en derredor, y enseguida reparó en el otro cliente que se encontraba sentado a escasos metros de ella.
Hotaru le obsequió con una mueca extrañamente amistosa en su rostro encendido. El sudor había acabado por diluír el tinte rojo que había empleado para resaltar su mirada, y ahora caía difuminado desde el contorno de los ojos hasta las mejillas, dando la impresión de que hubiera estado llorando.

-Tiene buena pinta- comentó, señalando con un gesto el bol que había entre sus manos. Lo que más le gustaba de los puestecillos callejeros como aquel era que resultaban un buen lugar para conocer gente y charlar un rato.- No como los de Inuzuri. -Y añadió con una curiosa sonrisa, que no dejaba muy claro si estaba bromeando o no-: La única carne que se vende allí es la de los viejos que se les mueren...

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[OffRol]: A ver qué sale de este topic... Miedo me da.

Los ojos de Liang se pasearon palautinamente de su cuenco de fideos a la chica de cabellos blanquecinos y de ésta al tendero del puesto, mientras su mirada se teñía de un peculiar y fingido escepticismo. Eran unos buenos fideos, tal vez no los mejores que hubiera comido pero su sueldo no podía permitirse extravagancias ni derroches, carne de viejo o no, si se comía es que estaba bueno.

-Tal vez, la mejor carne de viejo del Rukongai... Sobretodo cuando le añaden un poco más de especias -comentó con guasa antes de volver a llevarse los papillos a la boca con una abundante cantidad de fideos; masticó con calma-. Cgreo que algguna vez me digjeron que loz de Tachibana, erang megjores...

Sin preocuparse demasiado por estar hablando con la boca llena, permaneció unos breves segundos donde estaba el puesto en concreto mientras masticaba con aire perdido. En su fuero interno, daba gracias porque esta vez no fuera un rancio shinigami el que le estaba dando conversación. Al menos, esa noche su escapada al Rukongai no le dejaría un sabor amargo y un aire ofuscado durante una semana. Sólo con acordárse de aquella noche, se le agriaba la comida en la boca. Tragó con distracción.

-Sí, creo que eran los de Tachibana, está cerca del Sereitei. Es un puesto pequeño, pero tiene unos fideos de muerte y unas cosillas... ¿Cómo se llaman? Son como albóndigas aplastadas cubiertas de sésamo... -dijo confirmado sus afirmaciones sobre los fideos antes mencionados; algunas cosas todavía se le escapaban. Pese a todo, aquella Sociedad de Almas seguía manteniendo cosas que se le escapaban: nombres que no recordaba, costumbres que no eran las habituales, hábitos que no compartía con nadie, como si hubiera algo en él que no encajase en todo aquel laberinto-. El caso es que son deliciosas y no son caras.

Liang se percató de las ropas desenvueltas de la chica, atrayéndole el oscuro hakama, típico de los shinigamis.

-Vaya, ¿shinigami? -preguntó indicando con un gesto de cabeza hacia sus pantalones-. Soy Liang, Séptimo Escuadrón... te daría la mano, pero está un poco pringosa, si acaso después.

Rió tras mirarse las manos. En realidad ni estaba sucias ni nada, pero le parecía descortés sujetarle la mano a una mujer mientras estaba comiendo. Permaneció sentado en la caja mientras el picor de los fideos se le subía a los párpados.

Hotaru detuvo a mitad de camino el vaso que sostenía y soltó una risilla ante las palabras del joven. Le gustaba la gente con sentido del humor. "Aunque quién sabe... quizá en Inuzuri se comerían los cadáveres con un poco de picante".
El estómago le rugió a modo de protesta mientras se preguntaba si esas cosas recubiertas de sésamo de las que hablaba el otro cliente serían buñuelos de pulpo o algo a base de patata y pasta de arroz. Ojalá no tardasen mucho en prepararle la cena.

-Nunca he ido al de Tachibana, pero confiaré en tu criterio y pasaré a echarle un vistazo. Aunque no me gusta ir muy seguido a los mismos lugares- comentó. A la luz de una lámpara de papel, que se proyectaba desde el techo, examinó minuciosamente el atractivo rostro del hombre de ojos pardos-. Me aburre ver todos los días a la misma gente y cenar el mismo plato todas las noches, no sé si me explico...

La sinuosa línea de sus labios se tornó en sonrisa, al tiempo que volvía a girar su cuerpo para quedar de frente al mostrador y cruzar los brazos sobre él. Elevó la mirada al cielo, que podía ser visto a través de los pequeños agujeros que se habían ido formado en la desvaída lona que había sobre sus cabezas.
Se revolvió en el taburete y observó a Liang. Alzó ambas cejas con asombro al escuchar a qué Escuadrón pertenecía.

-¡No jodas! Una de mis primeras opciones era entrar al Séptimo... pero Tsukiho Raho me habría rebanado el cuello al primer desplante; no soy precisamente obediente, ya sabes. ¿Era tan cabrón con vosotros como decían? Aunque no es algo que importe mucho cuando eres un genio, ¿eh? - chasqueó la lengua- seguro que habría aprendido más con él que con la payasa de Iruna.- Tomó su oyu-wari de trigo y bebió hasta casi apurar el vaso. Solía dominarla cierto resentimiento cuando pensaba en la más que pasota Capitana que habían tenido. Lo peor de todo es que tenía un carácter casi calcado al suyo, y lo sabía.

La tendera se acercó con el plato de brochetas de pollo y pimiento verde que había pedido, dejándolo ante la shinigami y volviendo a la plancha después de anunciarle que las empanadillas y los fideos no tardarían mucho más.

-Encantada, Liang, yo soy Hotaru, de la Tercera División, aunque espero que no por mucho tiempo...

Lo cierto era que se había cansado de malgastar el tiempo haciendo nada. No le caía mal Lyra, pero era muy permisivo con los del Escuadrón, y lo que necesitaba el Tercero precisamente era mano dura.
Al salir de su reflexión encontró que la salsa era demasiado dulce, y seca la carne. No debería haberse esperado gran cosa por aquel precio.

-¿Qué hacías por aquí, por cierto? ¿Vosotros también teníais prácticas en este Distrito? No me suena haberte visto antes... ¿O es que tienes familia por esta zona?- preguntó antes de hincarle el diente al pinchito y mancharse las comisuras de la boca con salsa teriyaki.

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[Off Rol]: Lamento la tardanza ^^u estos días de fiesta apenas estoy en casa.

Liang escuchaba atentamente cada palabra sin dejar de masticar con calma pese a que los comentarios se le atascaban. Pese a todo, tuvo la paciencia para tragar y luego, una vez desahogado, poder hablar. Aquella shinigami parecía tener genio... mucho; había que poseerlo para ir así por la calle, aunque era lo de menos. Dejó el bol a un lado con los palillos sobre el borde.

-Entonces estar en el Gotei debe suponerte un suplicio, dado que estamos los de siempre... -comentó habiendo escuchando aquella extraña y más que sugerente opinión-. No conocía demasiado al capitán, ciertamente; soy raso, no tenía demasiado trato con él. Mis implicaciones con el escuadrón son más activas ahora, quizás porque Kobayashi-taicho es más... cercano, diría.

Se puso en pie, todavía con un hueco en el estómago, colocándose a un lado de Hotaru manteniendo una distancia no prudencial, sino no invasiva. No le gustaba cernírse sobre nadie, ni siquiera cuando eran chicas sugerentes como aquella. Educación ante todo, más si el sujeto era femenino.

-Ponme... ¿Yakitori?... Sí, de eso -pidió al tendero señalando las brochetas de pollo y verduras-. ¿Haciáis maniobras por aquí? No lo sabía, debe ser interesante. Pero no, yo no estaba haciendo maniobras ni nada por el estilo. Me escapo al Rukongai siempre que puedo, en cierto modo, me siento mejor por estas callejuelas que en interior del Gotei. Se me antoja un poco opresivo a veces.

Sonrió un poco a vergonzado por aquel comentario. No tenía razones para hacerlo, pero creía que no debía mostrar una faceta tan blanda delante de una mujer que no dudaría en reírse en su cara. Pero era una realidad, algunas veces notaba como las paredes del escuadrón lo devoraban y sin remedio alguno, terminaba escapando de esa sensación. Era como si, algo dentro de sí añorase el cielo abierto y despejado, el aire y el frío. Al cabo de un instante, encojió los hombros restándole importancia.

-Si quieres, y ya estás cansada de este sitio, te invito a esas cosas de sésamo de Tachibana -sugirió cogiéndo el platillo de yakitori, en cuya base había un poco de arroz con salsa de soja-. ¿Qué me dices?... además, también tienen un sake estupendo a buen precio...

-Te vas a arrepentir de haber pedido Yakitori- comentó con un trozo de carne masticada en la boca, alojado contra la mejilla izquierda mientras hablaba. Señalaba con el palillo de la brocheta el plato recién hecho de Liang, terminando de mascar el pollo y tragándoselo- Te vas a arrepentir cuando pruebes las empanadillas. Conozco hombres que las probaron una vez y desde entonces no desean comer otra cosa...

Si bien exageraba, había llegado a considerar las gyoza como su plato favorito cuando estaba en la Academia. La gran parte de las noches de aquella época solía comprar a medias una docena con alguien, pero como mucho llegaba a comer un par, porque siempre había algún compañero dispuesto a gorronearles comida. Fue una temporada agridulce, aunque, si bien no lo decía, la recordaba con cariño.

-Mi consejo es que nos llenemos de alimentos y alcohol hasta vomitar, y después sigamos comiendo y emborrachándonos. Luego... que sea el amanecer quien decida dónde encontrarnos cuando llegue.- Le trajeron el ramen y las empanadas, momento que aprovechó para pedir que le sirvieran un vaso al shinigami de lo que ella estaba bebiendo y de paso rellenaran el suyo.- Terminamos aquí y vamos a probar esas cosas a las que tanta publicidad haces, ¿te parece?- alzó el recipiente del que estaba bebiendo sake y apenas dio un sorbo para borrarse el empalagoso sabor de la salsa teriyaki de la lengua.- Quiero olvidar que mañana tengo otra de esas prácticas. Menudo coñazo...

A pesar de que la corteza dorada quemaba, prescindió de los palillos para atrapar una de las anheladas gyoza. Sopló varias veces para enfriarla entre los dedos, y luego le pegó un buen mordisco. Abrió la boca e hizo aspavientos con la otra mano, como si se abanicase.

-¡Oh!... ¡quema, quema!- masticó rápido, sin poder contener una mueca. Volvió a llevarse el vaso de licor a la boca y resopló-. Son de langostinos. Pruébalas, están muy buenas. Le puedes poner salsa de soja... así, ¿ves?

Empujó el plato para dejarlo al alcance de Liang. Mientras tanto, ella se empecinaba en repetir la misma acción de antes, incapaz de esperar a que la masa se enfriara aunque fuera un poco. Siguió comiendo, alternando el sabor de los fideos con el de los otros platos. Parecía haberse olvidado del joven, tan concentrada que estaba relamiéndose el caldo de ternera se los labios. Tras dedicarle unos últimos instantes de atención al ramen, se volvió hacia la caja de madera que ocupaba el shinigami.

-Estaba pensando... ¿Te gustan los fuegos artificiales? Dentro de poco llega el Hanabi Matsuri... El Festival de las Flores de Fuego- una sonrisa inconsciente alegró su cara, delatando que le agradaban ese tipo de celebraciones-. Pienso apañármelas para poder ir. Dicen que este año va estar bastante bien, aunque yo sólo fuí en una ocasión, y ya hace bastante de eso.- Le dirigió una mirada inquisidora- ¿Tú irás? En el Seireitei no se ven nunca cosas así... Y sólo dura una noche.

Delicioso. Sencillamente, una textura ligera nada pastosa, con un regusto bien definido que dejaba un sabor agradable en el paladar; acompañado de un más que bien cocinado pollo, aunque si bien no poseía el mejor corte del mundo, estaba lo bastante bien hecho para no quedar crudo ni parecer que se masticba un trozo de cuero viejo. Masticaba deleitándose hasta desgastarse el paladar; pocas veces podía cenar en el Rukongai algo tan bueno.

Dejó el palillo de bambú completamente pelado sobre la superficie del puesto. Era cuanto menos peculiar, aquella situación, el momento, la compañía; todo en aquel preciso instante se le antojaba extraño y peculiar. Normalmente, cuando creía que algo iba saliendo bien, parecía que la suerte le daba un revés y terminaba conteniendo las ganas de patear caras; quizás por esa misma razón, no mostraba un especial entusiasmo por ir a ver fuegos articiales o lo que fuera. Confiaba en que algo saliera mal. No le desgradaba la idea de acompañar a aquella shinigami sobretodo cuando ese sentimiento de desvinculación hacia toda la Sociedad de Almas se apoderaba de él; llegando a creer que algo de sí mismo encontraba todo eso, extraño y desagradable.

No habló durante unos segundos, manteniendo un silencio relativo en mitad de aquella calle en el Rukongai. No mostraba su duda, ni siquiera incomodidad pero necesitaba saber qué era lo que realmente le apetecía; casi le resultaba una completa estupidez. Detenerse a pensar en algo tan nimio, tan insignificante y carente de importancia como eso; sin embargo, era cuando más solo se sentía. Rodeado de gente era cuando más ansiaba ese algo que nunca llegaba a recordar, algo de otro momento que era como una pieza esencial de sí mismo y que por más que se esforzaba, no lograba recordar.

-Supongo que podría ir... -sugirió con tranquilidad, mostrando una liviana sonrisa-. Las oportunidades vuelan, ¿no es así? Iré con la condición de que me acompañes, si voy sólo sé que terminaré por no ir.

Posiblemente...

-Así pues, Hotaru-san... Espero que no te importe que te llame por tu nombre... Mañana, si quieres y todavía no te has cansado de mi insufrible compañía, veremos esos fuegos artificiales... Si es que llegamos a mañana porque esa propuesta de sake y dormir en un banco me parece de lo más sugerente -concluyó alejándose dos pasos del puesto de comida-.

Se enganchó los dedos en el cinturón y estiró un poco la espalda, algo agarrotada por el rato que llevaba parado en aquel puesto callejero. Si la suerte no se torcía, esa noche sería algo memorable.

Pensar que podría arreglarse y llevar un bonito vestido, o que probaría esos dulces con anís mientras paseaba bajo la agradable brisa nocturna, eran cosas que ponían de buen humor a Hotaru, a pesar de que fuera muy diferente a la mayoría de mujeres de su edad. Una vez, incluso, que llegó a dejarse el cabello largo, se entretuvo un buen rato acicalándose las guedejas níveas con pasadores de jade y plata. Sí, le complacían esas distracciones frívolas, al igual que a muchas otras jóvenes, y por eso mismo estaba en la obligación de recordarles a los demás que no era para nada como esas simplonas que contemplaban bobamente los espectáculos pirotécnicos y se dejaban agarrar la mano por algún chico.
No, no tenía nada que ver con ellas.

-Hm, claro. Pensaba ir con más gente, de todos modos- respondió a la proposición del hombre, apartándose un par de mechones rebeldes de la frente- ¿Por qué no invitas tú a alguien más? Podríamos llevar algo de comida y cenar junto al río. Estaría bien...

Ya tenía por costumbre tratar de manera odiosa a la gente, y debía reconocer que era incluso divertido. Pero eso no quitaba que pudiera ser agradable con cierta frecuencia, sobretodo cuando no le daban motivos para actuar de forma distinta.
Mientras masticaba el último trozo de empanada, hurgó en sus bolsillos hasta dar con unas pequeñas piezas de cobre que servirían para pagar su consumición. Vació el vasito de un trago y se puso en pie, admirando de soslayo la figura del shinigami, prometedora incluso con el Shihakushō puesto.

-Puedes llamarme Hotaru, sin más. No voy a sentirme ofendida- dijo con voz alegre, pasando los brazos por las mangas del uniforme, que no cerró, dejando que las vendas fueran visibles de frente.- Ah, pero una cosa... El festival no es mañana, es dentro de tres días. Pero mejor, así tendré tiempo de sobra para descubrir si eres buena compañía o debo darte alguna mala excusa para no vernos- su sonrisa no dejaba lugar a dudas de que estaba bromeando. Cuando Hotaru quería perder de vista a alguien, no era tan sutil.- Pero empiezas bien, chico. Al menos no eres uno de esos estirados que tanto abundan en el Gotei.

Terminó de asegurar la zampakutoh a su espalda y dirigió un vago gesto de despedida hacia el puestecillo ambulante, al que, decidió, volvería algun día para comprar más de esas ricas gyoza. Se situó por delante de Liang con un par de largas zancadas, deseosa de ir a un sitio que no conocía. Luego se quedó de pie, esperándole para poder caminar juntos.

-¡Vamos allá! Espero que no sea inmerecida esa fama que le das a nuestro siguiente destino...

Los dos shinigamis abandonaron aquel pequeño puesto, dirigiéndose, guiados por Liang hacia el más que mencionado local de Tachibana. Durante unos minutos deambularon con paso distendido por las calles casi vacías del Rukongai. Por la forma de caminar, distendida y sin prisa, y una vaga sonrisa siempre perenne en los labios, cualquiera podía tener la impresión de que aquel shinigami no sabía por iba. Sin embargo, tenía memorizada cada calle, cada minúsculo callejón, cada atajode tantas veces como observaba y analizaba esos mapas que tanto adoraba.

Al cabo de unos minutos, llegaron a un local no demasiado grande ni excesivamente pequeño. Un cartel con el nombre pendía a uno de los lados de la puerta corredera, vagamente iluminada. Tenía un aspecto austero y simple, tal vez no un demasiado buen reclamo para los clientes; aunque si algún valiente se atrevía a entrar, desde luego su buen sake los convencía de lo contrario. Liang abrió la puerta, dejando a la señorita pasar primero haciendo un gesto sin florituras ni tonterias; sencillamente, le abrió la puerta. En el interior se extendía un pasillo, espacioso de losa burda a cuyas lados se extendía una tarima que conformaba el pasillo que daban a los distintos espacios. El aire estaba un poco viciado por la condesación de olores.

-Parece que esto está hoy animado... En fin -suspiro al notar el bullicio de la sala-.

Tomaron asiento. Liang estiró el brazo para llamar la camarera a la que pidió una botella de sake y esas famosas cosillas con sésamos, sin conseguir recordar el maldito nombre.


OFF: por qué me cuesta tanto rolear con Liang?!!! T.T

La brisa del atardecer era un beso fresco que se prendía en los cabellos y se escurría bajo las holgadas ropas de shinigami. Los faroles adormecidos que comenzaban a prenderse oscilaban con sonido oxidado, y desde algun callejón oscuro se oía el ruído de un perro vagabundo revolviendo la basura en busca de comida. Hotaru paseaba con optimismo al lado de Liang, aunque no tan rápido como le gustaría. Recorría aquellas calles casi vacías con una leve sensación de esparcimiento, la misma que le había acompañado todo el camino y la había llevado a entablar conversación con ese joven.
Al alcanzar la entrada del establecimiento entró la primera, pasando por alto el gesto caballeroso que había tenido el shinigami. Aunque no fuera especialmente llamativo, el ambiente parecía agradable, y ya sabía que no se debe juzgar una cantina hasta no haber probado su cocina y su licor.

-¿Vienes mucho por este lugar?- preguntó una vez ocuparon la mesa, retomando la charla. Esperaba que a pesar de haber tanta gente, les atendiesen rápido.

Apoyó un brazo sobre el respaldo de la silla y recorrió la estancia con la mirada, sin cortase un pelo. Le llamaron la atención tres hombres que jugaban a algo parecido a las cartas, unas mesas más distantes que la suya. No se veía dinero ni ningún objeto de valor entre los codos hincados, pero encontraba muy estúpido jugar a algo si no habían beneficios de por medio.
Sólo los viejos se entretenían sin alicientes.

-Así que es aquí donde te escondes cuando... hm, ¿cómo era?- sin abandonar su postura, miró de reojo a Liang, esbozando una sonrisa que tenía algo de malintencionada- Cuando el ambiente del gotei se vuelve agobiante, ¿no era así?

Tal vez daba la impresión de que pretendía burlarse de él, pero lo cierto es que le llamaba la atención descubrir qué tipo de persona era, y si merecía la pena conocerle más a fondo.

La risotada de Liang no se hizo esperar; espontánea y resuelta, tan libre de sentido como de prejuicios. Durante un rato, la risa lo invadió. Sin duda era el mejor momento para desfogar el golpe bajo de Hotaru; claro que tampoco se hubiera terciado la situación si hubiera sabido mantener esa bocota cerrada.

-¡Ja! Me encanta que una mujer se burle de mí y mi sensiblidad -se mofó de sí mismo como lo hubiera hecho de cualquier otro; su sentido del ridículo brillaba precisamente por su ausencia-. Debería aprender a saber cuando cerrar la boca; al menos me ahorraría patadas en mi viril orgullo -rió con desparpajo antes de soltar un despreocupado resoplido y comodarse en la silla-.

Liang esbozó una sonrisa abierta y desprendida que le abarcaba toda la mandíbula; un gesto desvergonzado, como si aquel pequeño golpe no le hubiera supuesto la más mínima molestia. No encontraba ni una sola razón por la que sentir vergüenza ante aquella shinigami, cuyo falta de reparos era incluso superior a la suya y mucho más palpable. Aquella situación no requería de protocolos ni de ademanes corteses. Así pues cuando llegó la camarera con el sake, se sirvió y dejó la botella para que Hotaru lo hiciera solita. Esperó a que le sirvieran aquellas cosas cuyo nombre no conseguía recordar, pero la camarera le respondió que no tenían de eso.

-¡Maldita sea! ¿Dónde demonios habré comido de eso? -se preguntó a sí mismo decepcionado al ver la botella de sake solitaria sobre la mesa-.En fin... Otro día será. Vengo por aquí siempre que puedo y el bolsillo me lo permite, ya sabes... Dioses de la muerte con un sueldo... ¡Ejem! Austero. Aunque dicen que el hambre agudiza la picaresca, quizás en mi caso tal vez no sea por eso -carraspeó un poco-. Bueno, Hotaru-san, brindemos. ¡Por una larga noche en vela!.

Alzó el pequeño vaso apenas un palmo de la mesa, todavía con aquella perenne sonrisa en los labios mientras aquellos ojos castaños escrutaban las posibilidades que esa noche parecía brindarle. Una mirada que se tornó enigmática, cargada de sana malicia e hilaridad. Cualquiera que lo conociese diría que no era el mismo shinigami responsable que se encontraba en el escuadrón ensimismado en los mapas, siempre recto y serio; para Liang la rutina era cuestión de fases cambiantes: unas veces se necesitaba seriedad y otras todo lo contrario. Para él era impensable el no tomarse su trabajo en serio, pero eso no era una razón para vivirlo todo tan rigurosamente.

-Te propongo un juego, Hotaru-san... Por turnos vamos formulando preguntas, tipo si alguna vez has corrido desnudo por los pasillos del Gotei y cosas así; las que quieras eh; el que no dé una respuesta afirmativa, bebe de un trago. Obviamente, pierde el primero que caiga redondo sobre la mesa. Es absurdo, pero entrenido y así tengo la excusa para preguntarte cosas que en otras circunstancias jamás haría.

Liang se revolvió el cabello al tiempo que se pasaba la mano por el pescuezo para rascarse, mientras observaba la reacción de la mujer hacia aquella estúpida sugerencia.



OFF: lamento el retraso, belicosilla

A Hotaru pronto se le contagiaron las sonrisas de Liang, que había sabido responder sin el más leve amago de antipatía al comentario que ella había dejado caer casi de manera insidiosa. El joven era alegre y encajaba sin dificultades su particular -y a menudo molesto- sentido del humor, o así se lo parecía. Sencillo y resuelto como cualquier chico de barrio, el shinigami daba la impresión de ser una de esas personas que tienen facilidad para caer bien a la gente, incluso a la que normalmente resulta difícil acercarse. "Podríamos llevarnos muy bien", pensó, pero sin llegar decirlo en voz alta.

-Tu nombre es de origen chino, ¿no?- señaló después de que la camarera se hubiera marchado-. Quizá esas cosas con sésamo pertenezcan a ese tipo de cocina; por más que trato de recordarlo, no me suena haberlas probado nunca...

De todos modos, apenas tenía idea sobre el Mundo Humano, y menos todavía de sus artes culinarias. Lo poco que conocía, de hecho, se debía a la incontinencia verbal del plasta de Tōru, que se entusiasmaba cada vez que comentaba, más borracho que sereno, que había sido capaz de descubrir algunos datos de su vida pasada, anterior a la que tenía ahora en la Sociedad de Almas.

Esperó a que Liang terminara de servirse para llenarse ella misma su vaso de sake; lejos de molestarle aquel detalle, reafirmó la sensación de comodidad en la que se hallaba. Nunca le había gustado que los hombres le dieran un trato obsequioso, que actuasen con una cortesía fuera de lugar. En definitiva: le ponía de los nervios que evidenciaran que de algún modo era diferente a ellos.

-Por esta noche prometedora, sí; ¡brindo por ello!- subrayó, devolviéndole al joven una sonrisa calcada a la suya e imitando el gesto de levantar el recipiente recién colmado de alcohol, para después dispensarle un generoso trago. Volvió a dejarlo sobre la mesa y se frotó con suavidad la nariz, notando un leve cosquilleo. "Me gustaría saber cómo va a acabar..."

Ante la proposición del juego, no pudo sino estallar en una carcajada repentina, llamando la atención de alguna de las personas más próximas a su mesa. Cubriéndose la boca con una mano, sofocando la risa, desvió la mirada del chico hasta que logró controlarse.
Tomó una bocanada de aire y suspiró, relajando la pose y apoyando la columna contra el respaldo de la silla.

-¿Lo decías seriamente, Liang? Creía que a eso jugaban en la Academia los alumnos de primer curso. Nos hacía algo mayores para andarnos con esas sutilezas...- Se pasó la mano derecha por el rostro, que había subido a un tono más rosado tras el breve acceso de risa. La había sorprendido aquella proposición tan inocente, incluso cándida. Ya estaba acostumbrada a las vulgaridades y las torpes indirectas de algunos hombres, pero aquello... "Vaya, vaya... quizá el chico es hasta virgen".

Se dio tiempo de dar otro sorbo al sake, y provocar que el vasito ya vacío rodase entre sus alargados dedos. Alzó la mirada, no así el rostro, y estudió el semblante juvenil del shinigami. Tal vez le estaba tomando el pelo, o simplemente era diferente de lo que conocía.
Se encogió de hombros, decidiendo que le daba igual.

-Puede ser divertido- accedió finalmente. Se inclinó hacia delante y cruzó los brazos sobre la mesa, dedicándole una sonrisa algo pícara a su peculiar acompañante- Empecemos con algo flojo: ¿Has tenido alguna aventura con alguien de tu Escuadrón?

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[OffRol]: Mil perdones por la tardanza! No tengo excusa! *se castiga sin chocolate*

Liang aceptó con gusto el brindis, para después darle un sorbo largo y lento. Observando con sus ojos castaños los rasgos peculiares de aquella incidiosa y magnética shinigami. Desde luego no era como las demás mujeres, ni de lejos y tenía que afirmar que le gustaba esa nívea melena, revoltosa y enrevesada como ella misma. Además, su aspecto pálido y esa nariz respingona no encajaban con su humor, lo que según él, la hacía mucho más interesante. En su no tan corta taryectoria, Liang había conocido a muchas señoritas, todas con nombre; y casi siempre solían cojear de un pie o del otro: ser extremadamente edulcoradas o extremadamente siesas. Tal vez, su lista estuviera llena de vacios en cuanto a mujeres se refería pero eso podía ser culpa de esa perra suerte que nunca parecía acompañarle.

-No me preguntes mucho sobre mi vida humana, porque no guardo casi ningún recuerdo -respondió dejando el vasito sobre la mesa para volver a servirse-. De todas formas, seguro que mi estómago recuerda mucho más que yo.

¿En la Academia había jugado a algo así? ¿Seguro?... ¿O era posible que se le hubiera olvidado? Quien sabía qué hizo o dejó de hacer en la Academia. Poco o nada le importaba.

-De mi escuadrón... Nah... Apenas hay mujeres y los hombres no me van -respondió jugueteando con el vaso-. Si no tengo paciencia para aguantarme a mí mismo, no sé como iba a ver interesante a otro sujeto masculino. Nah, me gustan las féminas. Pero ya te digo, en el séptimo no hay apenas mujeres, así que los líos no se dan.

Una sonrisa picaruela afloró a los labios del muchacha, provocando que su expresión se cargase de cierta malicia, más pintoresca, simulada y exajerada de lo que realmente tenía en la cabeza. Volvió a rascarse el pescuezo, mirando desde arriba con esa mueca casi infantil en la cara; exhultante sin saber demasiado bien porqué. Aunque era temprano y pronto para vaticinar nada, aquella noche distaba de muchas otras y se le antojaba más llevadera que las demás.

-Empezamos fuerte, ¿eh? -murmuró con socarronería, conteniendo la hilaridad-. Muy bien... ¿Has tenido alguna aventura con una mujer?

La pregunta afloró casi con prisa, sin darse cuenta de que la respuesta quizás podría decirle algo que no terminase de gustarle. .. qué listo eres, Liang... Todo un as... pensó con amargura. No estaba en ninguna fase, pero la chica era mona y tenía genio. No había hecho planes ni nada por el estilo para las horas venideras, pero nunca estaba de más dejar las puertas abiertas... si es que querían abrirse, por supuesto.

Para su propia sorpresa, se encontraba escuchando con auténtico interés la respuesta de Liang, cosa que adjudicaba a su carácter curioso. O más bien, cotilla. Fue algo decepcionante no descubrir ningún tórrido romance entre compañeros, o una aventura peligrosa con algún superior... Le encantaban ese tipo de historias, no sólo por el morbo que tenían las relaciones con cierto tinte de prohibición, sino porque una información así venía de perlas cuando se quería chantajear a alguien. Y es que, al menos ella, no podía evitar querer sacar provecho de todo el mundo, incluso de quien acababa de conocer.

-Comprendo. De todas formas, así te evitas líos; imagínate qué incómodo sería tener que verle la cara cada día a alguien con quien no tienes ninguna intención de repetir... Bueno, ya me entiendes- la peliblanca adoptó una sonrisilla alegre, cómplice-. Para colmo hay algunas mujeres que tienden a armar escándalos cuando ven que otra pretende al hombre que ya consideran suyo; esas escenas son terriblemente violentas...

"Y divertidas". Que recordase, nunca había protagonizado ninguna del estilo, pero en cuanto a meter el dedo en la llaga y crear malentendidos era toda una experta. Quizá precisamente por eso le costaba tanto esfuerzo conservar amistades... "Bueno, qué demonios; y porque soy toda una hija de mala madre, no lo puedo evitar".

Ante la pregunta del shinigami, que la tomó algo desprevenida, alzó ambas cejas y lo miró con cierta incredulidad, abriendo los ojos exageradamente. Después soltó una risilla entre dientes, algo pícara, mientras tomaba la botella de licor y se servía un poco más.

-Me parece que con este jueguecito te vas a emborrachar tú antes que yo, eh- dijo con guasa, sin darle un sorbo a su vaso, recién lleno. Adoptó una postura más relajada, cruzando la pierna derecha a la altura del tobillo sobre la rodilla izquierda, y luego toqueteando las tiras de esparto de su sandalia, que estaban ya algo deshilachadas por el uso.- Sí, las he tenido.

Aguardó alguna reacción, aunque le traía sin cuidado si la gente encontraba censurable aquellas cosas o no. No sentía la necesidad de justificarse, aunque tampoco tenía muchos reparos en hablar sobre el tema. Sabía que las mujeres debían comportarse con recato ante esos asuntos, que no estaba bien visto que disfrutasen de su sexualidad como los hombres, que tenían libertad para decidir con quién yacer, fuera o no de su mismo sexo. Pero tampoco se veía con buenos ojos que las mujeres decidieran permanecer solteras o manejasen una espada, y ahí estaba ella, haciendo lo uno y lo otro, como muchas.

-Aunque siempre he preferido los hombres- decidió añadir, encontrando que el comentario tampoco estaba de más. Sus dedos se entretenían todavía en los cordones del calzado, haciendo y deshaciendo nudos, mientras pensaba en alguna pregunta que poder formularle a Liang. Encontró una, que de hecho ya tardaba en salir de su boca- Dime, ¿alguna vez te ha funcionado este juego con alguna chica?

De alguna u otra forma, esperaba una respuesta así. La chica no parecía andarse con demasiados rodeos y tampoco parecían de esas mujercitas frágiles que se ruborizaban por cualquier pregunta estúpida. Se rascó el pescuezo un instante antes de responder a la pregunta. La verdad es que no jugaba con todas las mujeres a semejante estupidez, porque las japonesas tenían la absurda costumbre de tener demasiados temas tabúes y ruborizarse con nada; y aunque tenía parte de su encanto, solían espantarse.

-No siempre... Claro que tampoco recurro a esto con frecuencia. Las japonesas son complicadas en cierta forma: se escandalizan con nada, no quieren hablar de algunos temas o los evitan e incluso las hay lloronas. Imagina el resultado que daría esto con una mujer así... -respondió acomodando un codo sobre la mesa-. A veces encuentras a una mujer con algo más de carácter que sí se tercia a esta tontería pero que irónicamente exiges que tú des el primer paso... A veces no comprendo a las mujeres....

Dado que consideraba su respuesta como negativa, dio otro sorbo al sake. No salía a beber con demasiada frecuencia, aunque tenía un buen aguante al alcohol; prefería el Rukongai por su comida. No dudaba ni un segundo que si terminaba borracho como una cuba, amanecería en aquel mismo sitio o tirado en la calle.

Liang pensaba su siguiente pregunta observando a Hotaru hacerse y deshacerse los nudos de la sandalia.

-¿Por qué estás tonteando con tus sandalias? -preguntó-. ¿Nerviosa o es que sencillamente te aburres?

La shinigami no pudo disimular una sonrisa ante las palabras de Liang, que hablaba de forma desenvuelta y con aparente sinceridad. Por toda su experiencia, que no era poca, había aprendido que los hombres tenían por hábito fingir ser respetables y decentes, que decían mesurarse en el tema de la compañía femenina, el alcohol y toda clase de frívolas distracciones. Al menos así solían actuar delante de las mujeres, que además llegaban a tragarse el anzuelo y se dejaban endulzar el oído con mentiras.
Claro que había hombres que no eran ni pendencieros, ni alcohólicos, ni mujeriegos... pero en el mundo en el que vivían, y más teniendo un trabajo que te impedía formar vínculos estables, lo más común era recurrir a esa clase de diversiones.
Aun así, y aunque no le molestaba realmente que hiciesen lo contrario, agradecía que el chico expresara sus opiniones tal y como las sentía.

-Siempre resulta difícil entender qué quiere el otro. Aunque, ¿sabes una cosa? He llegado a la conclusión de que en realidad, los hombres y las mujeres buscamos exactamente lo mismo...

No había despegado los ojos del desgastado calzado, por lo que, al escuchar la pregunta de Liang, volteó el rostro y se lo quedó mirando largamente. Finalmente desenredó los dedos de los cordones y se rascó detrás de la oreja mientras suspiraba, fingiendo que se lo pensaba.

-Uhm... no sé. Creo que en realidad es por culpa de estas sandalias. Les pasa algo raro- respondió, haciendo crugir levemente la silla cuando se echó hacia atrás, para estirar la pierna derecha por debajo de la mesa y subir el pie hasta dejarlo apoyado en el regazo de Liang- ¿Tú qué opinas?

Agitó suavemente el pie entre sus piernas, mirándole con ojos entrecerrados, sonrisa burlona y mohín divertido. Nerviosa no estaba, y aburrida... "Digamos que eso es difícil contigo, cielo".
Rió algo maliciosa entre dientes, y echó la cabeza hacia atrás, recostándola en lo alto del respaldo de la silla. No era la postura más cómoda del mundo, pero no le importaría permanecer un rato más de aquel modo. Sin embargo, era su turno de preguntar en el juego, y prefería mantener el contacto visual. Se escurrió unos centímetros más por la silla, todavía descansando el talón sobre el hakama del chico, pero manteniendo la mirada puesta en él.

-Eh, Liang. ¿Alguna vez has ido a una casa de citas?

Sin comerlo ni beberlo se encontró con aquel pie pequeño entre sus piernas. Enarcó una ceja sin creer muy bien la situación: chica, sake, chico, pies... ¿Qué era aquello? Cogió las cintas sueltas, observándolas para evitar pensar en aquel piececito insinuante. El cáñamo estaba desgastado en algunos puntos donde se hacía roce, como los nudos y lazos corredizos. Frotó las cuerdas en toda su longitud entre sí mismas con el fin de desgastarlas un poco más para suavizar la aspereza del material, sólo un poco en su superficie. Lo palpó con dos dedos, las aplastó y las enrolló de nuevo.

-Odio el cáñamo... Es tan... engorroso -comentó cuando tuvo listas los cordones-. De todas formas, mira... Tienes el tobi desgastado por aquí, seguro que tienes los dedos enrojecidos.

Cual quiropráctico, comenzó a estirarle los dedillos del pie. Hundió el pulgar sobre la planta justo por debajo de los dedos, con suavidad y decisión. Notaba la tensión del músculo, la piel levemente entumecida gracias a esas sandalias del grosor del papel. Atareado como estaba, la pregunta entró por sus oídos como quien oye la lluvia caer, hasta que segundos más tarde se dio cuenta.

-¿Casa de citas? -preguntó notando como el color se le subía-. No no no no no... No... no sería capaz. Me gusta coquetear con las mujeres, pero una chica de esas casas... Están ahí para cumplir sin importar qué, porque para eso pagas... Ufff, no, no podría ni aunque llevase siglos sin tocar a una mujer.

Estuvo negando con la cabeza incluso un rato después de haber contestado.

-¿Qué es lo más atrevido que has hecho nunca con una mujer o un hombre? -preguntó sujetando los cordones-.

Terminó anundándolos de nuevo de forma diferente a como las tenía momentos atrás. Los nudos no apretaban, estaban enlazados y recorrían el pie con crear roces desagradables.


OFF: mira la imagen de Kenji, la segunda que tiene; Liang te ha anudado la sandalia de la misma forma.

-Sí... Deberían prender al que tuvo la ocurrencia de que estas sandalias formasen parte del uniforme.

Hotaru se estremeció ante el inesperado contacto de aquellos dedos que presionaban esa zona tan sensible de su planta del pie. Sorprendida en un primer momento por la destreza que demostraban aquellas manos, reaccionó al instante, disipando la incipiente rigidez que comenzó a sentir en su cuerpo como respuesta a las cálidas atenciones. Suspiró, relajándose, mientras posaba la mirada en los brazos bien formados del joven, y luego observó su rostro con disimulo. No podía decirse que no era atractivo.

El sonrojo del chico le arrancó una risita, así como la respuesta a su pregunta podría haber parecido una mentira descarada en cualquier otro. Pero en él no tanto.
La verdad es que no sabía qué pensar de Liang... si le estaba tomando el pelo o algo. Porque, no daba la impresión de ser un ingenuo como Soryu, un lelo que posiblemente moriría virgen, ni tampoco hablaba como, por poner un ejemplo, el salidorro de Daigo lo hacía. Siendo sinceros, la tenía algo desconcertada.

-A ver... lo más atrevido- repitió en voz alta, buscando en su memoria algún recuerdo que, seguramente medio difuso por el alcohol, encajara con lo que le pedía.- Pues... se me viene a la cabeza algo que pasó cuando estaba en la Academia, en tercer... no, cuarto curso, creo. Sí, justo entonces, cuando ya nos hacían tomarnos las lecciones de zanjutsu con una actitud más seria- asintió lentamente, con la mirada perdida, puesta en el pasado.- Mi senpai, que estaba ya en el último año, aceptó de mala gana y por la presión de Nakamura-sensei a enseñarme lo valiosa que era la disciplina, haciendo hincapié en el comportamiento que debía demostrar en el dojo. Como puedes imaginarte, entre su insistencia y mi negativa, al poco comenzamos a llevarnos como perro y gato. Discutíamos continuamente, a veces acabábamos a palos, y ni él era de los que se frenaban porque yo fuera una chica, ni yo de las que se cortaban porque él tuviera mayor grado- reía, curiosamente alegre de recordar viejos tiempos.- Una tarde nos citamos para que me ayudase con unas katas, y no sé por qué tontería me llamó la atención y yo le grité, él lo hizo más fuerte; entonces intenté dejarle tuerto con el shinai, porque ya me estaba tocando las pelotas... Obviamente me desarmó, me inmovilizó las manos. Creo que intenté morderle, o él a mí... la cosa es que acabamos en el suelo del dojo resolviendo nuestras diferencias de un modo más productivo aunque igual de vehemente que nuestras discusiones.

Esbozó una pícara sonrisa, que no pudo reprimir. Qué divertido había sido aquello.

-Fue emocionante, porque cualquiera podía venir- movió los dedos del pie derecho, notando el cambio para mejor que habían hecho los nuevos nudos. Tenía que acordarse de preguntarle cómo se hacían.- De hecho, eso fue lo que pasó: Oímos unas voces acercándose y paramos. ¿Quiénes eran? Ah, sí... los putos alumnos de segundo curso, que venían a dar clase. Así que, medio en pelotas y recogiendo la ropa a toda hostia, salimos como pudimos por una de las entradas laterales del dojo, antes de que nos descubriesen. Mirando nerviosos a todas partes y rezando para que nadie se asomara de las salas de entrenamiento vecinas y nos encontrase en esas, nos vestimos y nos largamos a terminar aquello en otra parte.

Para cuando terminó, estaba riéndose con todo el descaro del mundo, con ganas. Quizá no había sido lo más osado que había hecho en su vida, pero desde luego era una buena historia que contar.
Cuando logró calmarse, sirvió más sake en su vaso y pegó un buen trago, con las suaves mejillas teñidas de rosa. Miró a Liang mientras retiraba el pie de su regazo, con una caricia accidental.

-En fin...- se relamió los labios, húmedos de licor. Con mucha naturalidad, le sonrió, pronunciando lo siguiente sin que su expresión se viera apenas afectada- ¿Cómo tienes pensado que esta noche superemos mi anécdota del dojo, Liang?