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Asuntos del pasado [Flashback]
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Asuntos del pasado [Flashback]
[OFF: Este post está ambientado 90 años antes de la Trama de S&S, y la participación queda reservada a Hokori Yoruko y Shihoin Kato.]
La tenue oscuridad de una noche aún incompleta cubría la ciudad de Kioto, bañándola en agradables destellos azulinos. El clima, veraniego y complaciente, completaba el marco de aquella ciudad orgullosa, antiguo centro del mayor de los imperios orientales.
Poco a poco, la peste de la modernización había ido cubriendo las más vastas extensiones del centro urbano, dejando relegado a un segundo plano a aquel Japón tradicional, regido por los valores del honor, la valentía y la honra.
Era ahora una ciudad de hormigón y acero, que encerraba tras los barrotes del olvido a sus propias raíces, vendiéndolas al mejor postor en una carrera por alcanzar el tan codiciado bien en metálico.
Al menos aquella era la sensación que le evocaba a Taira aquella ciudad ya somnolienta, vacía jaula de valores y frío armazón de alquitrán.
A medida que avanzaba hacia su objetivo observaba, con más desagrado que pena, cómo aquellos seres a los cuales antes perteneció y que ahora se le antojaban insignificantes, habían ahogado la viva tierra con negras pústulas artificiales, y sustituido la cálida madera por los fríos hierro y cemento.
- Demonios…y yo que creía que la lacra de este mundo éramos los hollow. – comentó Taira para sí mismo, en un marcado tono sarcástico y asqueado con aquella masa gris que se extendía a sus pies, donde antes no había más que el verdor de boques y praderas.
Hacía ya escasos diez minutos que el arrancar había llegado al mundo humano, tiempo más que suficiente para que el Seireitei pudiera haberle localizado. Sin embargo, y olvidándonos de eso por el momento, no sería extraño preguntarnos qué demonios hacía allí nuestro protagonista.
Pues si bien desconocemos, por el momento, los motivos de su visita al mundo humano, daba la sensación de que el fin de dicho viaje parecía tener un carácter más cercano al de propósito personal que al de misión oficial del Amanecer.
Tanto era así, que el primer lugar en que Taira había aparecido en el mundo humano, hacía ya diez minutos, había sido el que otrora fue el hogar de su familia, fastuoso templo, y del que ahora no restaban más que ruinas y escombros con cartelitos indicando dónde creían los historiadores y arqueólogos que se situaba cada dependencia y salón. Cartelitos que, todo sea dicho, estaban en su mayor parte equivocados.
Taira, decepcionado, y viendo que de la casa no quedaban más que los restos; y que todas las pertenencias de la familia habían sido expropiadas, se había dispuesto a partir hacia Hueco Mundo, dando por imposible su cometido personal.
Sin embargo, y justo en el momento en que iba a abrir una Garganta para volver a Hueco Mundo, algo llamó su atención. A unos veinte metros de donde se encontraba, creyó distinguir otro de aquellos dichosos carteles informativos, claro que este era diferente. En él decía, entre otras cosas:
NOTA: Para mayor información del cliente, los bienes, pertenencias, y todo aquello que pudo ser salvado de la familia que aquí residía, se encuentran ahora expuestos en el Museo Nacional de Kioto, como modo de conservar el patrimonio nacional japonés.
Así pues, y volviendo a la situación presente, Taira se dirigía ahora al llamado distrito Higashiyama-ku, en Kioto; obviamente con destino al antes mencionado museo.
El trayecto entre los dos puntos de Japón fue relativamente breve: Sonido aquí…Sonido allá…pim, pam pum, y nuestro protagonista llegó a las puertas de su destino, sin mayor percance que el de dos grullas y un Boeing-747 derribados. Daños colaterales asumibles, al fin y al cabo.
De este modo, se vio ante unos vastos aunque poco suntuosos jardines, que cubrían la parte frontal de aquel edificio de color salmón y de aspecto extrañamente occidental. La fachada era amplia aunque poco alta, y a su alrededor se encontraban distintas esculturas del Japón más antiguo, contrastando con el aspecto general del edificio.
Con parsimonia y sin demasiada prisa, Taira atravesó los jardines, llegando tras unos minutos a la puerta del edificio que, dadas las horas, estaba cerrada a cal y canto. Con la mayor de las naturalidades, el arrancar la atravesó, cruzándola como si de aire se tratara y dejándola intacta a sus espaldas.
De este modo, se vio situado en una enorme estancia que hacía las veces de recepción, apenas iluminada por la palidez de una luna llena que parecía perseguir a Taira ya fuese en un mundo o en otro. A su derecha, y colgada de la pared, había una lista de las exposiciones y artículos que el museo albergaba entre sus muros, la cual Taira se dispuso a hojear. Rápidamente fue pasando las páginas que no le interesaban, hasta llegar a una línea que llamó su atención:
Memorias de los Hideyori – Volúmenes completos. (Sector 1 planta 3)
Sin pensárselo dos veces, el por aquel entonces arrancar de la 4º Sección se dirigió a la localización ahí marcada, sin ningún reparo en llegar a su objetivo atravesando paredes y techos; sin destruirlos, claro está. Al fin y al cabo, sólo un tarado destruiría el edificio en que se encuentra aquello que busca.
Al llegar, Taira se encontró en una habitación alargada, con largas cristaleras que se extendían a lo largo de la pared a su derecha. A través de ellas se colaba la luz blanquecina de la luna, esta vez iluminando la estancia bastante más que en la anterior sala. Por su parte, la pared a su izquierda estaba ocupada por enormes estanterías que compilaban una considerable cantidad de tomos de color rojo oscuro. Al verlos, la mirada ambarina de Taira se encendió, satisfecha con el hallazgo.
Sin pensárselo dos veces, el arrancar se dirigió hacia las estanterías y abrió una Garganta frente a ellas, a apenas medio metro y en posición paralela a la pared. Al otro lado de la puerta entre las dimensiones hollow y humana se encontraba ya una pequeña arrancar de cabello rubio platino, de apenas metro cincuenta de altura y de ojos extrañamente parecidos a los de nuestro protagonista.
- Gracias, Lyn. – dijo Taira, mirando a la recién llegada, que esbozó una amplia sonrisa ante el agradecimiento. A continuación, la arrancar comenzó a descargar el contenido de las estanterías sobre una placa de partículas espirituales creada en la Garganta, como si de una plataforma se tratase, mientras que Taira se dedicaba a ojear el resto de objetos expuestos en la sala. Una rápida ojeada le bastó para darse cuenta de que la mayor parte de lo que se encontraba ahí había pertenecido a su familia. Allí, entre estandartes de color rojo oscuro y muebles de ennegrecida madera, se sentía como en casa.
- Hogar, dulce hogar…- el comentario casi parecía irónico en su contexto, teniendo en cuenta que la última vez que visitó su morada fue para asesinar a todos y cada uno de los Hideyori restantes. Claro que aquello ya era parte del pasado…
La vista de Taira siguió recorriendo los alrededores hasta que se detuvo en una vitrina en el centro de la sala. Tras comprobar que Lynorie proseguía con su tarea, el arrancar se acercó a la vitrina, quedando por un momento pensativo al distinguir un discreto collar tallado en marfil y plata. Las pequeñas piezas de marfil presentaban detalles y relieves dignos del más grande maestro artesano, mientras que finísimos surcos de color ámbar decoraban las piezas de plata con motivos e inscripciones apenas visibles al ojo humano. Mas no era el arte lo que hacía aquel collar relevante para nuestro protagonista, sino la circunstancia de que había pertenecido a su ya fallecida hermana pequeña, a la que, según la tradición familiar, debió haber protegido y que, sin embargo, asesinó…
Así pues, Taira extendió el brazo, tomando el elaborado collar y sustrayéndolo de su cárcel de cristal sin siquiera romper la vitrina. Aunque en aquel momento nuestro protagonista aún no poseía total control sobre sus capacidades hollow y poderes de la Resurrección, había logrado perfeccionar su técnica de fase hasta límites que ni él mismo habría concebido en un principio, permitiéndole hacer cosas como la ahora contemplada. Tras ello, guardó el preciado objeto entre los pliegues de su atuendo, disponiéndose a acercarse a ayudar a su compañera con la transferencia de aquellos enormes volúmenes a la Garganta.
Sin embargo, no había dado siquiera dos pasos cuando una alteración en la presión espiritual del ambiente le hizo darse cuenta de que pronto tendrían compañía. Adelantándose a los acontecimientos, y más por instinto que por precaución, se dirigió en la dirección de la fuente de poder espiritual, colocándose entre ésta y la niñita arrancar. La pequeña, que proseguía con su tarea de traspasar los tomos rojizos a la Garganta, parecía no darse cuenta de la intromisión, y continuaba con su labor de forma indiferente. Daba la sensación de que estaba absorta en su tarea, aislándose de cualquier eventualidad que pudiera retrasar su cometido; pero lo cierto es que estaba actuando de la forma más práctica posible, tal y como le había enseñado Taira.
Al fin y al cabo, la pequeña arrancar confiaba plenamente en las capacidades del arrancar que tantas veces la había salvado de los peligros de Hueco Mundo. Sabía que, si las cosas se torcían, él estaría allí para combatir por ella. Quizás no por nadie más, pero sí por ella. Y aquello le era más que suficiente para sentirse a salvo.
Así que ahí esperaba él la llegada de los causantes de aquella perturbación, atento bajo la palidez de la mortuoria luna llena, e impaciente por saciar sus más macabros anhelos…
La tenue oscuridad de una noche aún incompleta cubría la ciudad de Kioto, bañándola en agradables destellos azulinos. El clima, veraniego y complaciente, completaba el marco de aquella ciudad orgullosa, antiguo centro del mayor de los imperios orientales.
Poco a poco, la peste de la modernización había ido cubriendo las más vastas extensiones del centro urbano, dejando relegado a un segundo plano a aquel Japón tradicional, regido por los valores del honor, la valentía y la honra.
Era ahora una ciudad de hormigón y acero, que encerraba tras los barrotes del olvido a sus propias raíces, vendiéndolas al mejor postor en una carrera por alcanzar el tan codiciado bien en metálico.
Al menos aquella era la sensación que le evocaba a Taira aquella ciudad ya somnolienta, vacía jaula de valores y frío armazón de alquitrán.
A medida que avanzaba hacia su objetivo observaba, con más desagrado que pena, cómo aquellos seres a los cuales antes perteneció y que ahora se le antojaban insignificantes, habían ahogado la viva tierra con negras pústulas artificiales, y sustituido la cálida madera por los fríos hierro y cemento.
- Demonios…y yo que creía que la lacra de este mundo éramos los hollow. – comentó Taira para sí mismo, en un marcado tono sarcástico y asqueado con aquella masa gris que se extendía a sus pies, donde antes no había más que el verdor de boques y praderas.
Hacía ya escasos diez minutos que el arrancar había llegado al mundo humano, tiempo más que suficiente para que el Seireitei pudiera haberle localizado. Sin embargo, y olvidándonos de eso por el momento, no sería extraño preguntarnos qué demonios hacía allí nuestro protagonista.
Pues si bien desconocemos, por el momento, los motivos de su visita al mundo humano, daba la sensación de que el fin de dicho viaje parecía tener un carácter más cercano al de propósito personal que al de misión oficial del Amanecer.
Tanto era así, que el primer lugar en que Taira había aparecido en el mundo humano, hacía ya diez minutos, había sido el que otrora fue el hogar de su familia, fastuoso templo, y del que ahora no restaban más que ruinas y escombros con cartelitos indicando dónde creían los historiadores y arqueólogos que se situaba cada dependencia y salón. Cartelitos que, todo sea dicho, estaban en su mayor parte equivocados.
Taira, decepcionado, y viendo que de la casa no quedaban más que los restos; y que todas las pertenencias de la familia habían sido expropiadas, se había dispuesto a partir hacia Hueco Mundo, dando por imposible su cometido personal.
Sin embargo, y justo en el momento en que iba a abrir una Garganta para volver a Hueco Mundo, algo llamó su atención. A unos veinte metros de donde se encontraba, creyó distinguir otro de aquellos dichosos carteles informativos, claro que este era diferente. En él decía, entre otras cosas:
NOTA: Para mayor información del cliente, los bienes, pertenencias, y todo aquello que pudo ser salvado de la familia que aquí residía, se encuentran ahora expuestos en el Museo Nacional de Kioto, como modo de conservar el patrimonio nacional japonés.
Así pues, y volviendo a la situación presente, Taira se dirigía ahora al llamado distrito Higashiyama-ku, en Kioto; obviamente con destino al antes mencionado museo.
El trayecto entre los dos puntos de Japón fue relativamente breve: Sonido aquí…Sonido allá…pim, pam pum, y nuestro protagonista llegó a las puertas de su destino, sin mayor percance que el de dos grullas y un Boeing-747 derribados. Daños colaterales asumibles, al fin y al cabo.
De este modo, se vio ante unos vastos aunque poco suntuosos jardines, que cubrían la parte frontal de aquel edificio de color salmón y de aspecto extrañamente occidental. La fachada era amplia aunque poco alta, y a su alrededor se encontraban distintas esculturas del Japón más antiguo, contrastando con el aspecto general del edificio.
Con parsimonia y sin demasiada prisa, Taira atravesó los jardines, llegando tras unos minutos a la puerta del edificio que, dadas las horas, estaba cerrada a cal y canto. Con la mayor de las naturalidades, el arrancar la atravesó, cruzándola como si de aire se tratara y dejándola intacta a sus espaldas.
De este modo, se vio situado en una enorme estancia que hacía las veces de recepción, apenas iluminada por la palidez de una luna llena que parecía perseguir a Taira ya fuese en un mundo o en otro. A su derecha, y colgada de la pared, había una lista de las exposiciones y artículos que el museo albergaba entre sus muros, la cual Taira se dispuso a hojear. Rápidamente fue pasando las páginas que no le interesaban, hasta llegar a una línea que llamó su atención:
Memorias de los Hideyori – Volúmenes completos. (Sector 1 planta 3)
Sin pensárselo dos veces, el por aquel entonces arrancar de la 4º Sección se dirigió a la localización ahí marcada, sin ningún reparo en llegar a su objetivo atravesando paredes y techos; sin destruirlos, claro está. Al fin y al cabo, sólo un tarado destruiría el edificio en que se encuentra aquello que busca.
Al llegar, Taira se encontró en una habitación alargada, con largas cristaleras que se extendían a lo largo de la pared a su derecha. A través de ellas se colaba la luz blanquecina de la luna, esta vez iluminando la estancia bastante más que en la anterior sala. Por su parte, la pared a su izquierda estaba ocupada por enormes estanterías que compilaban una considerable cantidad de tomos de color rojo oscuro. Al verlos, la mirada ambarina de Taira se encendió, satisfecha con el hallazgo.
Sin pensárselo dos veces, el arrancar se dirigió hacia las estanterías y abrió una Garganta frente a ellas, a apenas medio metro y en posición paralela a la pared. Al otro lado de la puerta entre las dimensiones hollow y humana se encontraba ya una pequeña arrancar de cabello rubio platino, de apenas metro cincuenta de altura y de ojos extrañamente parecidos a los de nuestro protagonista.
- Gracias, Lyn. – dijo Taira, mirando a la recién llegada, que esbozó una amplia sonrisa ante el agradecimiento. A continuación, la arrancar comenzó a descargar el contenido de las estanterías sobre una placa de partículas espirituales creada en la Garganta, como si de una plataforma se tratase, mientras que Taira se dedicaba a ojear el resto de objetos expuestos en la sala. Una rápida ojeada le bastó para darse cuenta de que la mayor parte de lo que se encontraba ahí había pertenecido a su familia. Allí, entre estandartes de color rojo oscuro y muebles de ennegrecida madera, se sentía como en casa.
- Hogar, dulce hogar…- el comentario casi parecía irónico en su contexto, teniendo en cuenta que la última vez que visitó su morada fue para asesinar a todos y cada uno de los Hideyori restantes. Claro que aquello ya era parte del pasado…
La vista de Taira siguió recorriendo los alrededores hasta que se detuvo en una vitrina en el centro de la sala. Tras comprobar que Lynorie proseguía con su tarea, el arrancar se acercó a la vitrina, quedando por un momento pensativo al distinguir un discreto collar tallado en marfil y plata. Las pequeñas piezas de marfil presentaban detalles y relieves dignos del más grande maestro artesano, mientras que finísimos surcos de color ámbar decoraban las piezas de plata con motivos e inscripciones apenas visibles al ojo humano. Mas no era el arte lo que hacía aquel collar relevante para nuestro protagonista, sino la circunstancia de que había pertenecido a su ya fallecida hermana pequeña, a la que, según la tradición familiar, debió haber protegido y que, sin embargo, asesinó…
Así pues, Taira extendió el brazo, tomando el elaborado collar y sustrayéndolo de su cárcel de cristal sin siquiera romper la vitrina. Aunque en aquel momento nuestro protagonista aún no poseía total control sobre sus capacidades hollow y poderes de la Resurrección, había logrado perfeccionar su técnica de fase hasta límites que ni él mismo habría concebido en un principio, permitiéndole hacer cosas como la ahora contemplada. Tras ello, guardó el preciado objeto entre los pliegues de su atuendo, disponiéndose a acercarse a ayudar a su compañera con la transferencia de aquellos enormes volúmenes a la Garganta.
Sin embargo, no había dado siquiera dos pasos cuando una alteración en la presión espiritual del ambiente le hizo darse cuenta de que pronto tendrían compañía. Adelantándose a los acontecimientos, y más por instinto que por precaución, se dirigió en la dirección de la fuente de poder espiritual, colocándose entre ésta y la niñita arrancar. La pequeña, que proseguía con su tarea de traspasar los tomos rojizos a la Garganta, parecía no darse cuenta de la intromisión, y continuaba con su labor de forma indiferente. Daba la sensación de que estaba absorta en su tarea, aislándose de cualquier eventualidad que pudiera retrasar su cometido; pero lo cierto es que estaba actuando de la forma más práctica posible, tal y como le había enseñado Taira.
Al fin y al cabo, la pequeña arrancar confiaba plenamente en las capacidades del arrancar que tantas veces la había salvado de los peligros de Hueco Mundo. Sabía que, si las cosas se torcían, él estaría allí para combatir por ella. Quizás no por nadie más, pero sí por ella. Y aquello le era más que suficiente para sentirse a salvo.
Así que ahí esperaba él la llegada de los causantes de aquella perturbación, atento bajo la palidez de la mortuoria luna llena, e impaciente por saciar sus más macabros anhelos…
Última edición por Hideyori Taira el Mar Mar 23, 2010 4:14 am, editado 1 vez
Hideyori Taira- Desaparecido
- Post : 574
Edad : 32
Re: Asuntos del pasado [Flashback]
En aquella ocasión el, por entonces, Tercer Oficial del Quinto Escuadrón había decidido tomarse a bien su última designación, e incluso disfrutar del "paseo por el campo" para variar. La faceta soldado-shinigami había sido casi completamente enmascarada por la de investigador en Kido, por lo que Shihoin Kato solía molestarse bastante cuando le asignaban una misión, en demasía incluso, cuando interrumpían alguna prueba o experimento. Sin embargo aceptaba con resignación aquellas órdenes, sin inmiscuirse más que lo necesario en los asuntos del Gotei.
Aun perteneciente al Departamento de Investigaciones Kido, Kato, como shinigami, seguía teniendo ciertas obligaciones para con el Seireitei y el Gotei. De vez en cuando, como decíamos, el joven shinigami agradecía el cambio, sobre todo si, como en aquella ocasión, compartiría el viaje con una vieja amiga con la que había vivido tantas experiencias, quizá incluso demasiadas en ocasiones, para las cortas edades de ambos.
Su relación era compleja de calificar o describir. A ratos se volvía tensa y distante, pero al poco volvía a ser tan especial y relajada como de niños. Sea como fuere, aquella shinigami era más que una amiga para Kato, y ella lo sabía. Se conocían a la perfección el uno al otro, y eso se había puesto de manifiesto más de una vez tanto en el campo de batalla como en los momentos de paz, cada vez más escasos. Si había una shinigami en toda la Sociedad de Alma en la que confiara, incluso por encima de sus ortodoxos padres, esa era la hermosísima Hokori Yoruko.
Puede, y sólo puede, que el compromiso que unía a ambos shinigamis, fruto del matrimonio concertado que establecieron sus padres cuando la pareja a penas levantaba dos palmos del suelo, tuviera algo que ver en tan cercana e íntima relación que se profesaban. Sin embargo Kato no le daba mayor importancia a ese hecho. Hasta ahora sus padres no le habían impuesto nada, y muchas veces sus decisiones habían decepcionado a sus progenitores. Para Kato ésta sólo podría ser una vez más, pero como decimos, el espíritu despreocupado del joven Shihoin, aquel pacto entre sus padres no influía para nada en su amistad con Yoruko, ni pensaba dejar que nunca lo hiciera.
El joven Shihoin había abandonado su Escuadrón temprano, presto a disfrutar de aquella hermosa mañana. El sol se había erguido hace ya unas horas sobres los claros edificios del Seireitei. Tras unos minutos de paseo supo que había salido demasiado temprano, pues su compañera de misión aun no había aparecido. Es más, aun algunos operarios ultimaban los detalles para ubicar la puerta del túnel en el Mundo Humano. Shihoin Kato, desarmado como de costumbre, se sentó plácidamente junto a una columna, dispuesto a esperar a Yoruko, armándose de paciencia. Su compañero de batallas andaría durmiendo por cualquier rincón de la habitación del Shihoin, para no perder la práctica.
Contrario a lo que se temía el Oficial del Quinto Escuadrón, Hokori Yoruko no tardó en hacer acto de presencia. Kato podría o no querer intimar finalmente con ella, dando su brazo a torcer para sus padres, pero no podía negar que su hermosura no tenía parangón, y eso se hacía patente allá por donde su figura pasaba. Kato sonrió al verla llegar.
— Buenas tardes, ¿se te pegaron las sábanas de nuevo? — se burló Kato, a modo de saludo. Aunque no pensaba conformarse con sólo eso: — ¿O es que quizá has tenido una noche movidita? — preguntó el Shihoin, en tono claramente insinuante, elevando las cejas para enfatizarlo.
Tras unas cuantas palabras más por parte de la recién llegada shinigami y un par de comentarios jocosos añadidos, Kato se acercó a uno de los shinigamis allí presentes, para cerciorarse de que todo estaba listo. Las puertas del Dangai se abrieron y Kato volvió junto a su amiga para comenzar su viaje a la par.
Japón era un país que antaño se había asemejado bastante al lugar que los shinigamis llaman hogar, pero que ahora poco de aquel mundo restaba, salvo algún que otro reducto de paz. Y por irónico que pareciera, aquellos relajantes lugares no eran otros que los antiguos escenarios de las más sangrientas batallas. Templos que habían ardido un millar de veces, pasto del fuego de las flechas, enormes mansiones de señores feudales, donde el ponzoñoso olor a sangre de las miles de vidas allí perdidas parecían no querer abandonar sus muros y jardines. En este caso habían sido enviados a un vasto castillo, enclave de un brutal y grotesco asesinato, en el que todo un apellido fue borrado de los anales de la historia nipona.
Al contrario que en la Sociedad de Almas, en Japón la noche estaba bastante entrada ya. Al abandonar el Dangai, ambas figuras notaron el bochornoso clima veraniego, como si de una bofetada de aire caliente les golpeara. Aunque ello no inmutó ni un ápice a nuestros dos shinigamis protagonistas, ni a su conversación si quiera:
— Como te iba diciendo... — fue lo primero que sonó de aquella conversación, ya en territorio humano. — Que no sé si me habré explicado bien... o me habrás comprendido tú, que también... — Kato iba a bromear, pero se contuvo en el último instante, viendo la cara que iba poniendo la shinigami. Sabía medir en su expresión cuando sus satíricos comentarios sobrepasaban el límite de la paciencia de Yoruko, y había aprendido a no pasarse, a base de palos. Literalmente. — Está bien, está bien. Lo que te digo es que estamos a punto de conseguir algo grande en el Departamento. Por ahora sólo hemos podido solidificar partículas espirituales muy laxamente, a través del Kido, pero pronto podremos crear formas más complejas, de mayor tamaño, ¿puedes imaginarte lo que eso supondría en batalla? Armas creadas de la nada, volando de aquí a allá a voluntad del Shinigami — contó el joven Shihoin, cada vez más entusiasmado. Viéndose tan exaltado, se calmó y prosiguió: — Sin embargo por ahora sólo hemos formado objetos simples. Filos pequeños que difícilmente pudieran usarse en combate. Pero es un comienzo. — comentó Kato, ahora quizá menos esperanzado. — Es más, el único que fue capaz de formar esas figuras fue el Capitán, dentro de un círculo de conjuración, claro. Pero no le quita ninguna importancia al gran talento que mostró Karaiko-sama. — los ojos de Kato se habían iluminado, de pura admiración, al hablar de su Capitán. La llegada de aquel formidable shinigami había propulsado la carrera de Kato, en parte porque su mera presencia había restituido sus ganas por la investigación y le había abierto nuevas puertas, nuevos proyectos, nuevas ideas.
No tuvieron que caminar mucho desde su salida del Dangai hasta su meta, ya que el sujeto que había hecho saltar las alarmas parecía haberse detenido en aquel lugar, por lo que fue fácilmente localizado, y la Última División supo acercar al máximo la desembocadura del Dangai para acelerar el desplazamiento. Ambos shinigamis se detuvieron frente a las gruesas murallas de aquel castillo que tantas batallas escondían tras de sí, seguro.
El aviso había sido dado por un hollow de gran poder. En ningún momento se pensó que se tratara de un arrancar, sino, casi con toda seguridad, el Gotei habría enviado a más de dos shinigamis para aquella misión de reconocimiento. Por ello ni Yoruko ni Kato estaban siendo demasiado cautos en su avanzada, pensando que aquella sería una misión rutinaria. Entrar, matar hollow y salir. Pan comido.
Tras una rápida inspección de la mansión gracias a la celeridad de aquellos dos veloces shinigamis, llegaron a la conclusión que aquel ser, fuera lo que fuese, había dejado hace tiempo la mansión. Pronto encontraron un sutil rastro, no sin esfuerzo y concentración, ya que estaba bastante diluido, de hecho.
El leve reguero de reiatsu les condujo hasta lo que parecía ser un museo. Y fue allí donde volvieron a notar la presencia de aquel, fuera de lo corriente, hollow. La rapidez con la que parecía haberse movido, junto con la gran capacidad que parecía tener para eliminar su rastro y esconderse hicieron pensar a ambos shinigamis, cada uno por sí mismo, que aquel hollow quizá fuese más peligroso de lo que había presupuesto. Una mirada mutua les bastó para cerciorarse de que ambos pensaban igual, por lo que se prepararon.
— Las damas primero. — indicó Kato, en claro tono burlón.
Aun perteneciente al Departamento de Investigaciones Kido, Kato, como shinigami, seguía teniendo ciertas obligaciones para con el Seireitei y el Gotei. De vez en cuando, como decíamos, el joven shinigami agradecía el cambio, sobre todo si, como en aquella ocasión, compartiría el viaje con una vieja amiga con la que había vivido tantas experiencias, quizá incluso demasiadas en ocasiones, para las cortas edades de ambos.
Su relación era compleja de calificar o describir. A ratos se volvía tensa y distante, pero al poco volvía a ser tan especial y relajada como de niños. Sea como fuere, aquella shinigami era más que una amiga para Kato, y ella lo sabía. Se conocían a la perfección el uno al otro, y eso se había puesto de manifiesto más de una vez tanto en el campo de batalla como en los momentos de paz, cada vez más escasos. Si había una shinigami en toda la Sociedad de Alma en la que confiara, incluso por encima de sus ortodoxos padres, esa era la hermosísima Hokori Yoruko.
Puede, y sólo puede, que el compromiso que unía a ambos shinigamis, fruto del matrimonio concertado que establecieron sus padres cuando la pareja a penas levantaba dos palmos del suelo, tuviera algo que ver en tan cercana e íntima relación que se profesaban. Sin embargo Kato no le daba mayor importancia a ese hecho. Hasta ahora sus padres no le habían impuesto nada, y muchas veces sus decisiones habían decepcionado a sus progenitores. Para Kato ésta sólo podría ser una vez más, pero como decimos, el espíritu despreocupado del joven Shihoin, aquel pacto entre sus padres no influía para nada en su amistad con Yoruko, ni pensaba dejar que nunca lo hiciera.
El joven Shihoin había abandonado su Escuadrón temprano, presto a disfrutar de aquella hermosa mañana. El sol se había erguido hace ya unas horas sobres los claros edificios del Seireitei. Tras unos minutos de paseo supo que había salido demasiado temprano, pues su compañera de misión aun no había aparecido. Es más, aun algunos operarios ultimaban los detalles para ubicar la puerta del túnel en el Mundo Humano. Shihoin Kato, desarmado como de costumbre, se sentó plácidamente junto a una columna, dispuesto a esperar a Yoruko, armándose de paciencia. Su compañero de batallas andaría durmiendo por cualquier rincón de la habitación del Shihoin, para no perder la práctica.
Contrario a lo que se temía el Oficial del Quinto Escuadrón, Hokori Yoruko no tardó en hacer acto de presencia. Kato podría o no querer intimar finalmente con ella, dando su brazo a torcer para sus padres, pero no podía negar que su hermosura no tenía parangón, y eso se hacía patente allá por donde su figura pasaba. Kato sonrió al verla llegar.
— Buenas tardes, ¿se te pegaron las sábanas de nuevo? — se burló Kato, a modo de saludo. Aunque no pensaba conformarse con sólo eso: — ¿O es que quizá has tenido una noche movidita? — preguntó el Shihoin, en tono claramente insinuante, elevando las cejas para enfatizarlo.
Tras unas cuantas palabras más por parte de la recién llegada shinigami y un par de comentarios jocosos añadidos, Kato se acercó a uno de los shinigamis allí presentes, para cerciorarse de que todo estaba listo. Las puertas del Dangai se abrieron y Kato volvió junto a su amiga para comenzar su viaje a la par.
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Japón era un país que antaño se había asemejado bastante al lugar que los shinigamis llaman hogar, pero que ahora poco de aquel mundo restaba, salvo algún que otro reducto de paz. Y por irónico que pareciera, aquellos relajantes lugares no eran otros que los antiguos escenarios de las más sangrientas batallas. Templos que habían ardido un millar de veces, pasto del fuego de las flechas, enormes mansiones de señores feudales, donde el ponzoñoso olor a sangre de las miles de vidas allí perdidas parecían no querer abandonar sus muros y jardines. En este caso habían sido enviados a un vasto castillo, enclave de un brutal y grotesco asesinato, en el que todo un apellido fue borrado de los anales de la historia nipona.
Al contrario que en la Sociedad de Almas, en Japón la noche estaba bastante entrada ya. Al abandonar el Dangai, ambas figuras notaron el bochornoso clima veraniego, como si de una bofetada de aire caliente les golpeara. Aunque ello no inmutó ni un ápice a nuestros dos shinigamis protagonistas, ni a su conversación si quiera:
— Como te iba diciendo... — fue lo primero que sonó de aquella conversación, ya en territorio humano. — Que no sé si me habré explicado bien... o me habrás comprendido tú, que también... — Kato iba a bromear, pero se contuvo en el último instante, viendo la cara que iba poniendo la shinigami. Sabía medir en su expresión cuando sus satíricos comentarios sobrepasaban el límite de la paciencia de Yoruko, y había aprendido a no pasarse, a base de palos. Literalmente. — Está bien, está bien. Lo que te digo es que estamos a punto de conseguir algo grande en el Departamento. Por ahora sólo hemos podido solidificar partículas espirituales muy laxamente, a través del Kido, pero pronto podremos crear formas más complejas, de mayor tamaño, ¿puedes imaginarte lo que eso supondría en batalla? Armas creadas de la nada, volando de aquí a allá a voluntad del Shinigami — contó el joven Shihoin, cada vez más entusiasmado. Viéndose tan exaltado, se calmó y prosiguió: — Sin embargo por ahora sólo hemos formado objetos simples. Filos pequeños que difícilmente pudieran usarse en combate. Pero es un comienzo. — comentó Kato, ahora quizá menos esperanzado. — Es más, el único que fue capaz de formar esas figuras fue el Capitán, dentro de un círculo de conjuración, claro. Pero no le quita ninguna importancia al gran talento que mostró Karaiko-sama. — los ojos de Kato se habían iluminado, de pura admiración, al hablar de su Capitán. La llegada de aquel formidable shinigami había propulsado la carrera de Kato, en parte porque su mera presencia había restituido sus ganas por la investigación y le había abierto nuevas puertas, nuevos proyectos, nuevas ideas.
No tuvieron que caminar mucho desde su salida del Dangai hasta su meta, ya que el sujeto que había hecho saltar las alarmas parecía haberse detenido en aquel lugar, por lo que fue fácilmente localizado, y la Última División supo acercar al máximo la desembocadura del Dangai para acelerar el desplazamiento. Ambos shinigamis se detuvieron frente a las gruesas murallas de aquel castillo que tantas batallas escondían tras de sí, seguro.
El aviso había sido dado por un hollow de gran poder. En ningún momento se pensó que se tratara de un arrancar, sino, casi con toda seguridad, el Gotei habría enviado a más de dos shinigamis para aquella misión de reconocimiento. Por ello ni Yoruko ni Kato estaban siendo demasiado cautos en su avanzada, pensando que aquella sería una misión rutinaria. Entrar, matar hollow y salir. Pan comido.
Tras una rápida inspección de la mansión gracias a la celeridad de aquellos dos veloces shinigamis, llegaron a la conclusión que aquel ser, fuera lo que fuese, había dejado hace tiempo la mansión. Pronto encontraron un sutil rastro, no sin esfuerzo y concentración, ya que estaba bastante diluido, de hecho.
El leve reguero de reiatsu les condujo hasta lo que parecía ser un museo. Y fue allí donde volvieron a notar la presencia de aquel, fuera de lo corriente, hollow. La rapidez con la que parecía haberse movido, junto con la gran capacidad que parecía tener para eliminar su rastro y esconderse hicieron pensar a ambos shinigamis, cada uno por sí mismo, que aquel hollow quizá fuese más peligroso de lo que había presupuesto. Una mirada mutua les bastó para cerciorarse de que ambos pensaban igual, por lo que se prepararon.
— Las damas primero. — indicó Kato, en claro tono burlón.
Re: Asuntos del pasado [Flashback]
Su capitán le había llamado bien entrada la noche tras horas de tedioso estudio y recopilación de información en las dependencias del 8º escuadrón. Tras unos minutos hablando con él se volvió a su habitación con los informes entre los brazos y una sonrisa de oreja a oreja en la cara. Hacía mucho tiempo que no había tenido ocasión de volver a ver a Kato, cada uno ocupado con sus labores para con el Gotei así que esta misión la había hecho olvidar en cansancio y los nervios.
Como teniente del segundo escuadrón, la vida social es algo completamente inexistente. Ser los guardianes de los secretos obligaba a los miembros de aquel escuadrón a guardar las distancias con los demás aunque no quisieran hacerlo por lo que siempre que podía se acercaba a visitar a alguno de sus amigos. Sin embargo, la amistad que tenía con Kato era especial. Ya desde pequeños, cuando se conocieron habían congeniado a la perfección a pesar de las riñas que ambos tuvieran siempre se arreglaban de alguna manera u otra. Por eso siempre se encontraba a gusto con él. Se preguntaba cuando ascenderían a Kato a teniente para poder volver a hablar con alguien en aquellas, en ocasiones, extremadamente tediosas reuniones protocolarias. Incluso más de una vez, pese a las miradas furibundas de los más estrictos, Kato siempre conseguía hacerla reír y el cariño que se tenían era patente. Aún estando comprometidos desde tan corta edad, ninguno de los dos se tomó demasiado en serio el acuerdo, por lo menos en apariencia. Ella, Yoruko, no podía estar más contenta temiendo que tal vez la tuvieran que emparejar con algún noble viejo y feo como la atormentaban sus hermanos mayores cuando aún no comprendía que eran aquellas visitas de los Shihoin a su casa.
Por lo que, aún estando exhausta no había podido dormir hasta que casi había llegado el amanecer por lo que se despertó algo tarde. Rápidamente, maldiciendo por lo bajo sus nervios infantiles, se puso el uniforme y se colocó la zanpakutou en su muslo izquierdo como siempre hacía. En aquella ocasión, simplemente por haber pasado tanto tiempo sin verse, decidió coger una peineta de porcelana que tenía con flores de cerezo y recoger parte de su cabello para estar algo más presentable.
En varios shunpo ya estaba en el lugar acordado y vio a Kato esperarla sonriendo saludando con la mano mientras estaba sentado. Recuperó el aliento con una sonrisa amable en el rostro. Gesto que cambió al instante cuando escuchó sus preguntas. Con las manos en su cintura y girando la cabeza hacia un lado con una sonrisa burlona en el rostro.
-Sí, bueno, lamento la tardanza. Es que Aoki y yo estuvimos hasta muy tarde... hablando -terminó por decir encogiéndose los hombros mientras se cubría la boca para reprimir un bostezo.
Después de que Kato se asegurara de que los preparativos estaban hechos la joven teniente se aseguró la insignia de su escuadrón que llevaba rodeando su cintura a la vista y se metió por el dangai bromeando con Kato.
Al llegar al cielo nipón la joven Yoruko suspiró ante el bochornoso calor que hacía y tiró levemente del escote de su keikogi para así poder airear su torso de manera disimulada. Miró al Shihoin mientras seguía su explicación sobre el kido, levemente frunciendo el ceño a medida que iba hablando como si no fuera lo suficientemente lista como para entenderle. Se colocó las manos en la cadera inclinándose ligeramente hacia delante para mirarle molesta pero se relajó al ver que no proseguía con el asunto volviendo a recuperar la verticalidad y la relajación de sus músculos. Al escucharle hablar de su capitán Yoruko posó su mano en su hombro deslizándola por su espalda levemente. A veces, no podía evitar tener ese tipo de gestos con él. Tanto tiempo habían estado juntos que se le hacía lo más normal del mundo aunque algunos desde el exterior malinterpretaran, o no aquellas caricias.
Comprendía perfectamente la admiración que tenía Kato por su capitán. A Yoruko, pese a la edad de Ikuze-taicho, había aprendido a respetarle y a admirarle por las pequeñas cosas. A veces le había cogido mirando por la ventana distraído u observando a alguna que otra teniente desde la lejanía. Después de todo, pese a ser un capitán, aún era un niño.
-Desde luego parece complejo. Si llegáis a lograrlo vas a tener que enseñarme. Así podríamos tener una excusa para poder estar un rato juntos -comentó mirándole sin saber exactamente como se tomaría aquella frase. En algunas ocasiones, cuando la joven Hokori intentaba sincerarse o simplemente decir algo más comprometido, Kato tenía la extraordinaria habilidad de sacar las cosas de contexto y ponerla nerviosa. -Deberíamos volver a entrenar juntos, tengo entendido que todavía no controlas el shunko siquiera... Tsk... Me decepcionas, Kato-kun -dijo con una sonrisa burlona en el rostro dándole con el índice en la frente a modo de reto desapareciendo al momento de delante de él de un shunpo.
Sin embargo, el lugar no estaba tan lejos como para que ambos pudieran distraerse mucho más por lo que al poco tiempo ambos acabaron delante del castillo donde claramente se detectaba los restos del reiatsu de un arrancar de considerable poder. Tras inspeccionar el lugar, consiguieron seguir el rastro hasta acabar delante de un museo. Ambos se dedicaron una mirada y Yoruko al instante descendió su nivel de reiatsu a mínimos ajustándose el comunicador con el 13º escuadrón en caso de que necesitase que se le retirara el limitador que tenía puesto. Aquello había dejado de ser una misión de reconocimiento, al menos de momento por lo que se introdujeron dentro del edificio con sigilo y extrema cautela.
Pasaron por dos pasillos oscuros sin llamar la atención de nadie ya que el guarda parecía estar completamente dormido y se acercaron a unas puertas dobles tras donde se escuchaba movimiento. Al ir acercándose Yoruko pudo notar que aquella presencia no estaba sola. Otra, de considerable menor poder, acompañaba a la primera y parecía estar esforzándose de alguna manera debido a las fluctuaciones que emanaba constantemente. Desde la oscuridad acercándose a la rendija que mantenía abierta la joven Hokori logró a divisar una figura vestida de blanco que se mantenía mirando hacia ellos. Por su expresión de seria concentración y la máscara que surcaba su mejilla supo al instante que era un arrancar. Dedicó una mirada a Kato aunque si estaba en lo cierto, tan rápido como los shinigami los habían detectado ellos habrían hecho lo mismo. Acercando su mano hacia la empuñadura de su zanpakutou recuperó la verticalidad y abrió la puerta con una mano. Si los hubiera querido atacar ya lo podría haber hecho por lo que la teniente, tras haber esperado la afirmación de su compañero, había optado por el diálogo antes de nada. Tal vez, podrían tirar de la lengua de aquel arrancar para averiguar de los movimientos de sus eternos enemigos y así traer de vuelta algo útil una vez acabaran con él. Detrás de Taira, aunque ella no conociera su nombre por el momento, se encontraba una pequeña niña que llevaba varios tomos hacia una garganta abierta en mitad de la sala.
-Qué haces aquí, arrancar? -preguntó con voz seria con evidente posición tensa, nunca se debía bajar la guardia con aquellas criaturas.
Como teniente del segundo escuadrón, la vida social es algo completamente inexistente. Ser los guardianes de los secretos obligaba a los miembros de aquel escuadrón a guardar las distancias con los demás aunque no quisieran hacerlo por lo que siempre que podía se acercaba a visitar a alguno de sus amigos. Sin embargo, la amistad que tenía con Kato era especial. Ya desde pequeños, cuando se conocieron habían congeniado a la perfección a pesar de las riñas que ambos tuvieran siempre se arreglaban de alguna manera u otra. Por eso siempre se encontraba a gusto con él. Se preguntaba cuando ascenderían a Kato a teniente para poder volver a hablar con alguien en aquellas, en ocasiones, extremadamente tediosas reuniones protocolarias. Incluso más de una vez, pese a las miradas furibundas de los más estrictos, Kato siempre conseguía hacerla reír y el cariño que se tenían era patente. Aún estando comprometidos desde tan corta edad, ninguno de los dos se tomó demasiado en serio el acuerdo, por lo menos en apariencia. Ella, Yoruko, no podía estar más contenta temiendo que tal vez la tuvieran que emparejar con algún noble viejo y feo como la atormentaban sus hermanos mayores cuando aún no comprendía que eran aquellas visitas de los Shihoin a su casa.
Por lo que, aún estando exhausta no había podido dormir hasta que casi había llegado el amanecer por lo que se despertó algo tarde. Rápidamente, maldiciendo por lo bajo sus nervios infantiles, se puso el uniforme y se colocó la zanpakutou en su muslo izquierdo como siempre hacía. En aquella ocasión, simplemente por haber pasado tanto tiempo sin verse, decidió coger una peineta de porcelana que tenía con flores de cerezo y recoger parte de su cabello para estar algo más presentable.
En varios shunpo ya estaba en el lugar acordado y vio a Kato esperarla sonriendo saludando con la mano mientras estaba sentado. Recuperó el aliento con una sonrisa amable en el rostro. Gesto que cambió al instante cuando escuchó sus preguntas. Con las manos en su cintura y girando la cabeza hacia un lado con una sonrisa burlona en el rostro.
-Sí, bueno, lamento la tardanza. Es que Aoki y yo estuvimos hasta muy tarde... hablando -terminó por decir encogiéndose los hombros mientras se cubría la boca para reprimir un bostezo.
Después de que Kato se asegurara de que los preparativos estaban hechos la joven teniente se aseguró la insignia de su escuadrón que llevaba rodeando su cintura a la vista y se metió por el dangai bromeando con Kato.
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Al llegar al cielo nipón la joven Yoruko suspiró ante el bochornoso calor que hacía y tiró levemente del escote de su keikogi para así poder airear su torso de manera disimulada. Miró al Shihoin mientras seguía su explicación sobre el kido, levemente frunciendo el ceño a medida que iba hablando como si no fuera lo suficientemente lista como para entenderle. Se colocó las manos en la cadera inclinándose ligeramente hacia delante para mirarle molesta pero se relajó al ver que no proseguía con el asunto volviendo a recuperar la verticalidad y la relajación de sus músculos. Al escucharle hablar de su capitán Yoruko posó su mano en su hombro deslizándola por su espalda levemente. A veces, no podía evitar tener ese tipo de gestos con él. Tanto tiempo habían estado juntos que se le hacía lo más normal del mundo aunque algunos desde el exterior malinterpretaran, o no aquellas caricias.
Comprendía perfectamente la admiración que tenía Kato por su capitán. A Yoruko, pese a la edad de Ikuze-taicho, había aprendido a respetarle y a admirarle por las pequeñas cosas. A veces le había cogido mirando por la ventana distraído u observando a alguna que otra teniente desde la lejanía. Después de todo, pese a ser un capitán, aún era un niño.
-Desde luego parece complejo. Si llegáis a lograrlo vas a tener que enseñarme. Así podríamos tener una excusa para poder estar un rato juntos -comentó mirándole sin saber exactamente como se tomaría aquella frase. En algunas ocasiones, cuando la joven Hokori intentaba sincerarse o simplemente decir algo más comprometido, Kato tenía la extraordinaria habilidad de sacar las cosas de contexto y ponerla nerviosa. -Deberíamos volver a entrenar juntos, tengo entendido que todavía no controlas el shunko siquiera... Tsk... Me decepcionas, Kato-kun -dijo con una sonrisa burlona en el rostro dándole con el índice en la frente a modo de reto desapareciendo al momento de delante de él de un shunpo.
Sin embargo, el lugar no estaba tan lejos como para que ambos pudieran distraerse mucho más por lo que al poco tiempo ambos acabaron delante del castillo donde claramente se detectaba los restos del reiatsu de un arrancar de considerable poder. Tras inspeccionar el lugar, consiguieron seguir el rastro hasta acabar delante de un museo. Ambos se dedicaron una mirada y Yoruko al instante descendió su nivel de reiatsu a mínimos ajustándose el comunicador con el 13º escuadrón en caso de que necesitase que se le retirara el limitador que tenía puesto. Aquello había dejado de ser una misión de reconocimiento, al menos de momento por lo que se introdujeron dentro del edificio con sigilo y extrema cautela.
Pasaron por dos pasillos oscuros sin llamar la atención de nadie ya que el guarda parecía estar completamente dormido y se acercaron a unas puertas dobles tras donde se escuchaba movimiento. Al ir acercándose Yoruko pudo notar que aquella presencia no estaba sola. Otra, de considerable menor poder, acompañaba a la primera y parecía estar esforzándose de alguna manera debido a las fluctuaciones que emanaba constantemente. Desde la oscuridad acercándose a la rendija que mantenía abierta la joven Hokori logró a divisar una figura vestida de blanco que se mantenía mirando hacia ellos. Por su expresión de seria concentración y la máscara que surcaba su mejilla supo al instante que era un arrancar. Dedicó una mirada a Kato aunque si estaba en lo cierto, tan rápido como los shinigami los habían detectado ellos habrían hecho lo mismo. Acercando su mano hacia la empuñadura de su zanpakutou recuperó la verticalidad y abrió la puerta con una mano. Si los hubiera querido atacar ya lo podría haber hecho por lo que la teniente, tras haber esperado la afirmación de su compañero, había optado por el diálogo antes de nada. Tal vez, podrían tirar de la lengua de aquel arrancar para averiguar de los movimientos de sus eternos enemigos y así traer de vuelta algo útil una vez acabaran con él. Detrás de Taira, aunque ella no conociera su nombre por el momento, se encontraba una pequeña niña que llevaba varios tomos hacia una garganta abierta en mitad de la sala.
-Qué haces aquí, arrancar? -preguntó con voz seria con evidente posición tensa, nunca se debía bajar la guardia con aquellas criaturas.
Hokori Yoruko- Post : 387
Edad : 39
Re: Asuntos del pasado [Flashback]
La puerta que separaba a los intrusos shinigami de nuestro sonriente arrancar comenzó a desplazarse, emitiendo un leve chirrido al girar sobre sus goznes; y revelando la identidad de los Dioses de la muerte.
La primera en ingresar en escena fue la joven Yoruko: una shinigami bella y pálida como la luna misma. Entró cautelosamente, ceñida su mano a la empuñadura de la zampakutō, y atenta su mirada al nuevo escenario en que se hallaba envuelta.
Frente a ella se extendía un pasillo de unos quince metros de envergadura, iluminado desde la derecha por la blanquecina luz nocturna, y densamente decorado por estandartes y volúmenes de color rojo oscuro, así como de muebles negros cual obsidiana. Por su parte, a la izquierda del pasillo reposaban ya gran parte de las estanterías vacías, usurpados sus tomos por la labor de la joven y servicial Lynorie.
Y frente a todo ello, Taira. El por aquel entonces arrancar de la 4º Sección permanecía quieto, de pie y en posición relajada; sus manos en los bolsillos y su eternamente misteriosa mirada fija en los recién llegados. Una desquiciada sonrisa se dibujaba en sus labios, acompañando al ámbar de sus ojos en la más siniestra mirada posible.
No era este el Taira generalmente sereno que ocupaba en el presente la regencia de la 9º Sección; sino uno más sombrío, más impulsivo y, sobre todo, más irracional. Nadie esperaba de él que respondiese a más ley que a su voraz instinto hollow; y pocos en su propia Sección intentarían corregir su imprevisible conducta. Era una bestia demente bajo las órdenes del gran Alastor. Y todo lo que se esperaba de él era…
— Bienvenidos, panecillos… — las palabras se alargaron en el tiempo, propiciando unos segundos de silencio antes de la siguiente intervención. — No esperaba visitas tan pronto.
Entonces giró la cabeza ligeramente, con el fin de observar cuánto le quedaba a Lynorie por meter en la Garganta. Aún faltaban varias estanterías por vaciar.
— Como veis, no hemos venido aquí a matar a nadie… — entonces volvió a dirigir su mirada, descaradamente, a la zampakutō de la del 2º Escuadrón, fuertemente asida por su portadora. — Aunque no estoy seguro de poder decir lo mismo de vosotros.
Su sonrisa se acrecentó, como esperando uno de aquellos alardes de valentía, estupidez y arrojo por parte de alguno de los shinigamis. Quizás un “no te dejaremos salir de aquí con vida”, o un “es nuestro deber acabar contigo aquí y ahora”, antes de embestirle, habrían sido la reacción más normal, dentro de lo esperado para un par de rasos inconscientes. Sin embargo, aquel no parecía ser el caso.
Si bien la joven Yoruko parecía más tensa que un gatito en un bazuca, ni ella ni su acompañante Shihōin parecían querer precipitarse en un primer momento. Cosa que, por supuesto, beneficiaba a nuestro protagonista.
Y no era esto así porque Taira se considerase en desventaja ante dos individuos inferiores en rango – que quizás no en aptitudes – a un teniente shinigami; sino porque su único propósito en aquel viaje era el de recuperar las pertenencias de su ya extinta familia humana, y no tenía la menor intención de embarcarse en una pelea que pudiese dañar a las mismas. Una vez todo estuviese a salvo tras la grieta de la Garganta, la situación cambiaría por completo, claro estaba.
— Pero decidme, shinigamis… — ladeó la cabeza ligeramente, elevando a su vez una de sus cejas en una logradísima mueca inquisitiva — ¿De verdad os vale la pena arriesgar vuestras vidas contra mí…?
---------
[OFF: Sé que no es tan largo como los anteriores, pero ahora que queda bien introducido el tema no quería postear muy tocho, a ver si podemos hacer el hilo un un poco más "dinámico" ^^" ]
La primera en ingresar en escena fue la joven Yoruko: una shinigami bella y pálida como la luna misma. Entró cautelosamente, ceñida su mano a la empuñadura de la zampakutō, y atenta su mirada al nuevo escenario en que se hallaba envuelta.
Frente a ella se extendía un pasillo de unos quince metros de envergadura, iluminado desde la derecha por la blanquecina luz nocturna, y densamente decorado por estandartes y volúmenes de color rojo oscuro, así como de muebles negros cual obsidiana. Por su parte, a la izquierda del pasillo reposaban ya gran parte de las estanterías vacías, usurpados sus tomos por la labor de la joven y servicial Lynorie.
Y frente a todo ello, Taira. El por aquel entonces arrancar de la 4º Sección permanecía quieto, de pie y en posición relajada; sus manos en los bolsillos y su eternamente misteriosa mirada fija en los recién llegados. Una desquiciada sonrisa se dibujaba en sus labios, acompañando al ámbar de sus ojos en la más siniestra mirada posible.
No era este el Taira generalmente sereno que ocupaba en el presente la regencia de la 9º Sección; sino uno más sombrío, más impulsivo y, sobre todo, más irracional. Nadie esperaba de él que respondiese a más ley que a su voraz instinto hollow; y pocos en su propia Sección intentarían corregir su imprevisible conducta. Era una bestia demente bajo las órdenes del gran Alastor. Y todo lo que se esperaba de él era…
"Matar shinigamis..."
— Bienvenidos, panecillos… — las palabras se alargaron en el tiempo, propiciando unos segundos de silencio antes de la siguiente intervención. — No esperaba visitas tan pronto.
Entonces giró la cabeza ligeramente, con el fin de observar cuánto le quedaba a Lynorie por meter en la Garganta. Aún faltaban varias estanterías por vaciar.
— Como veis, no hemos venido aquí a matar a nadie… — entonces volvió a dirigir su mirada, descaradamente, a la zampakutō de la del 2º Escuadrón, fuertemente asida por su portadora. — Aunque no estoy seguro de poder decir lo mismo de vosotros.
Su sonrisa se acrecentó, como esperando uno de aquellos alardes de valentía, estupidez y arrojo por parte de alguno de los shinigamis. Quizás un “no te dejaremos salir de aquí con vida”, o un “es nuestro deber acabar contigo aquí y ahora”, antes de embestirle, habrían sido la reacción más normal, dentro de lo esperado para un par de rasos inconscientes. Sin embargo, aquel no parecía ser el caso.
Si bien la joven Yoruko parecía más tensa que un gatito en un bazuca, ni ella ni su acompañante Shihōin parecían querer precipitarse en un primer momento. Cosa que, por supuesto, beneficiaba a nuestro protagonista.
Y no era esto así porque Taira se considerase en desventaja ante dos individuos inferiores en rango – que quizás no en aptitudes – a un teniente shinigami; sino porque su único propósito en aquel viaje era el de recuperar las pertenencias de su ya extinta familia humana, y no tenía la menor intención de embarcarse en una pelea que pudiese dañar a las mismas. Una vez todo estuviese a salvo tras la grieta de la Garganta, la situación cambiaría por completo, claro estaba.
— Pero decidme, shinigamis… — ladeó la cabeza ligeramente, elevando a su vez una de sus cejas en una logradísima mueca inquisitiva — ¿De verdad os vale la pena arriesgar vuestras vidas contra mí…?
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[OFF: Sé que no es tan largo como los anteriores, pero ahora que queda bien introducido el tema no quería postear muy tocho, a ver si podemos hacer el hilo un un poco más "dinámico" ^^" ]
Hideyori Taira- Desaparecido
- Post : 574
Edad : 32
Re: Asuntos del pasado [Flashback]
Una amplia sonrisa se había dibujado en el rostro de Kato en contestación a la frase de Yoruko sobre Aoki. Intentaba mostrar que aquel jueguecillo de intento de celos no le afectaba, pero la realidad era bien distinta. La verdad es que él siempre se mostraba reacio a solidificar la relación, y en consecuencia rechazaba la boda de todas todas. Por eso tenía miedo que tantas idas y venidas, tantas frases ambiguas y tantas largas acabaran por amedrentar el espíritu de la joven Yoruko. Y no es que le faltasen pretendientes en toda la Sociedad de Almas, precisamente.
El shunko era su asignatura pendiente, tenía razón la joven. ¿Con quién mejor para entrenar dicha arte que Yoruko que tan bien conocía su estilo de combate, con sus defectos y virtudes? Kato asintió con la cabeza, contestando con un simple "cuando quieras", mostrando así su disposición para el entreno de aquello, aunque cada vez estaban más ocupados con sus respectivos cargos en el Gotei.
Ya una vez frente al lugar definitivo donde aquel reiatsu se encontraba, Kato cedió el paso a Yoruko y ésta pasó, descendiendo su nivel de reiatsu al máximo. El Shihōin no era tan habilidoso en aquellas artes, pero igualmente intentó bajar su reiatsu bajo mínimos, para no despertar hostilidades. De todos modos, si ambos no se hallaban muy equivocados, tendrían que lidiar con un arrancar, por lo que aquellos vagos intentos por pasar desapercibido no tendrían nada que hacer contra la Pesquisa de un arrancar en un lugar tan tranquilo.
Atravesaron el edificio con celeridad y sigilo hasta llegar a la fuente de aquel reiatsu que había alarmado a la Sociedad de Almas. Yoruko se acercó a una puerta y miró a través de la rendija. Kato esperó y ella le dedicó una mirada. No había nada más que decir, debía prepararse para lo que fuera. Entraron sin más, pues tampoco parecía mostrarse hostil aquel ser, al menos de partida. Yoruko decidió parlamentar de manera normal, por lo que Kato le siguió la corriente. Tras la pregunta de la joven Hokori, el Shihōin no podía pasar sin dejar su comentario:
— Ups, parece que nos equivocamos, Yoru-chan, será mejor que volvamos. — le dijo, con seriedad, a la shinigami, tras las palabras del arrancar. — Perdone señor por molestarle. Es obvio que anda de mudanza. Que le sea leve. Buenas noches. — Kato hizo amago de girarse y, fingiendo que acababa de darse cuenta de algo y, ahora sí, con un evidente tono sarcástico, continuó: — ¡Ajá! Casi te quedas conmigo... No estás aquí de mudanza: ¡estás robando! — dijo, señalándole, en una más que cómica pose. — Vamos, llama a la policia. — Le indicó a su compañera, aunque toda su tontería se apagó en cuanto que miró fijamente a Yoruko. — Está bien, responde a su pregunta mejor. — acabó, ofuscado.
Fue entonces cuando el último comentario de Taira había llegado a sus oídos. Típico de los arrancars minusvalorar a los shinigamis, aun en desventaja numérica. — Si nos amenazas ya de entrada, lo único que puedo deducir es que sí que hay algún motivo valioso para arriesgarla. — contestó en un tono mucho más serio. El contraste quedó incluso algo extraño. Mucho más tras mostrar aquel guiño de perspicacia. — Creo que lo coherente ahora sería devolverte la pregunta: ¿qué te trae aquí que sea tan valioso como para arriesgar la vida retando a la Sociedad de Almas? — acabó, con el mismo tono inquisitivo que el arrancar había usado.
Quedaba claro que aquel joven shinigami podría ser bastante extremista en su humor. Muchas penurias tendría que pasar, muchas batallas y pérdidas para que su humor se tensara un poco más y sus extremos se acercaran.
El shunko era su asignatura pendiente, tenía razón la joven. ¿Con quién mejor para entrenar dicha arte que Yoruko que tan bien conocía su estilo de combate, con sus defectos y virtudes? Kato asintió con la cabeza, contestando con un simple "cuando quieras", mostrando así su disposición para el entreno de aquello, aunque cada vez estaban más ocupados con sus respectivos cargos en el Gotei.
Ya una vez frente al lugar definitivo donde aquel reiatsu se encontraba, Kato cedió el paso a Yoruko y ésta pasó, descendiendo su nivel de reiatsu al máximo. El Shihōin no era tan habilidoso en aquellas artes, pero igualmente intentó bajar su reiatsu bajo mínimos, para no despertar hostilidades. De todos modos, si ambos no se hallaban muy equivocados, tendrían que lidiar con un arrancar, por lo que aquellos vagos intentos por pasar desapercibido no tendrían nada que hacer contra la Pesquisa de un arrancar en un lugar tan tranquilo.
Atravesaron el edificio con celeridad y sigilo hasta llegar a la fuente de aquel reiatsu que había alarmado a la Sociedad de Almas. Yoruko se acercó a una puerta y miró a través de la rendija. Kato esperó y ella le dedicó una mirada. No había nada más que decir, debía prepararse para lo que fuera. Entraron sin más, pues tampoco parecía mostrarse hostil aquel ser, al menos de partida. Yoruko decidió parlamentar de manera normal, por lo que Kato le siguió la corriente. Tras la pregunta de la joven Hokori, el Shihōin no podía pasar sin dejar su comentario:
— Ups, parece que nos equivocamos, Yoru-chan, será mejor que volvamos. — le dijo, con seriedad, a la shinigami, tras las palabras del arrancar. — Perdone señor por molestarle. Es obvio que anda de mudanza. Que le sea leve. Buenas noches. — Kato hizo amago de girarse y, fingiendo que acababa de darse cuenta de algo y, ahora sí, con un evidente tono sarcástico, continuó: — ¡Ajá! Casi te quedas conmigo... No estás aquí de mudanza: ¡estás robando! — dijo, señalándole, en una más que cómica pose. — Vamos, llama a la policia. — Le indicó a su compañera, aunque toda su tontería se apagó en cuanto que miró fijamente a Yoruko. — Está bien, responde a su pregunta mejor. — acabó, ofuscado.
Fue entonces cuando el último comentario de Taira había llegado a sus oídos. Típico de los arrancars minusvalorar a los shinigamis, aun en desventaja numérica. — Si nos amenazas ya de entrada, lo único que puedo deducir es que sí que hay algún motivo valioso para arriesgarla. — contestó en un tono mucho más serio. El contraste quedó incluso algo extraño. Mucho más tras mostrar aquel guiño de perspicacia. — Creo que lo coherente ahora sería devolverte la pregunta: ¿qué te trae aquí que sea tan valioso como para arriesgar la vida retando a la Sociedad de Almas? — acabó, con el mismo tono inquisitivo que el arrancar había usado.
Quedaba claro que aquel joven shinigami podría ser bastante extremista en su humor. Muchas penurias tendría que pasar, muchas batallas y pérdidas para que su humor se tensara un poco más y sus extremos se acercaran.
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