Batalla en Karakura — Okami y Yoel

Había tomado una buena decisión al pedir ayuda con el rastreo del arrancar que permanecía aún oculto. Regis no tardó en dar con su esquivo reiatsu, informando al resto de su paradero. Kato meditó durante un segundo, mientras miraba de soslayo a Chiesa, que comenzaba a invocar un kidō. No podía dejarlo sólo frente a aquella Espada y su amiguito, por mucha promesa que hubiera hecho a su Teniente de combatir codo con codo.

— Isono, creo que vamos a tener que posponer nuestra primera batalla juntos, pero no dejar a Chiesa con esos dos. — la miraba a los ojos, esperando que comprendiera sus palabras. — Eres la shinigami de mayor rango de los tres, por lo que comandaras este grupo. Encargaos del arrancar que Regis encontró — ahora miraba a todos. — y volved cuando antes. Necesitaremos ayuda.

El débil hadō de Chiesa no había perturbado lo más mínimo la calma del Arrancar de cabellos níveos. Kato se giró, y abandonó a su Teniente y a los dos rasos, para que cumplieran la misión encomendada. De un shunpo se colocó a la derecha de su amigo, de nuevo con su arma en alto. El Shihōin miró la hoja que brillaba bajo la tenue luz de las estrellas. Se le hacía raro verla y portarla en aquella forma, pero supo que no duraría mucho en aquel estado, dados sus contrincantes.

Antes de que pudiera reaccionar, Okami había abandonado la escena en lo que parecía una extraña Garganta, aunque esta se abrió a una formidable velocidad. Con la misma premura, Yoel se lanzó contra Chiesa, apagando el cigarrilo sobre él, antes de liberar su Resurrección. Una grotesca imagen huesuda rodeó a la esbelta figura del Arrancar, ahora más animalesca. Kato elevó su arma, y apareció frente a él en un shunpo. Describió un tajo oblicuo y descendente, buscando separar al arrancar más aún de Chiesa, para poder sacar partida de los ataques a distancia. Tras el tosco movimiento de zanjutsu, Kato había quedado mostrando el costado a su adversario, pero reaccionó con rapidez. A diferencia de su corte, el movimiento de su mano libre -la izquierda- fue veloz y eficaz, colocándose por encima de su hombro. Pronto sus dedos brillaron.

— Hadō no 32. Okasen. — invocó.

En un instante, una luz dorada y cegadora fue disparada a quemarropa, desplegando de su mano un poderoso haz de energía. Era un conjuro básico, pero lo que seguramente no había conseguido su torpe manejo de la zanpakutō, lo lograría su habilidoso kidō: aumentar las distancias con el arrancar. La Vía de la Destrucción invocada por Kato estaba formado por un impresionante descarga de energía ambarina, plana horizontalmente, y tan ancha como tres veces el cuerpo del shinigami.

Recuperó la posición, acabando el movimiento para colocarse ahora a la izquierda del Capitán Chiesa, en un nuevo shunpo. Miró su arma casi con desprecio y luego al arrancar que de seguro habría recibido algo de más daño que con el hechizo de su amigo, sino consiguió esquivar. "Esto sólo va a estorbar", pensó, y en un rápido movimiento, envainó su espada. El sonido característico despertó en él una media sonrisa. Colocó su zanpakutō en su cinto y junto sus manos, haciendo sonar sus nudillos. Debía aprovechar que Okami había dejado la escena, no conseguía notar su presencia cerca, para acabar cuanto antes con aquel adversario, y el Hakuda sería una apuesta mucho más fiable que aquel burdo intento de zanjutsu.