Luciérnagas en el estanque {Flashback} {Akiyama Yuka}

El aire golpeaba su rostro a toda velocidad. El sol brillaba con fuerza mientras las chicharras cantaban con fuerza escondidas en los rincones. Las callejuelas del Rukongai se habían convertido en un laberinto lleno de obstáculos que sortear. Pero sus piernecillas delgadas ya conocían demasiado bien aquella encrucijada de caminos y casas; saltaba, esquivaba y seguía corriendo como un gato siendo perseguido por un enorme perro. La chiquilla corría y corría con una sonrisa enorme dibujaba en el rostro; aquel juego era su favorito: chinchar al guardián. Todavía no le había encontrado un nombre mejor.

Sin lugar a dudas, la pequeña Isono era toda una velocista pese a tener esas piernecillas delgadas y su escaso tamaño. Por suerte, no era fácil perderle el rastro. Veía su melena carmesí desde lejos aunque le sacase una considerable ventaja, el problema era la gente que le dificultaba la carrera. A cada zancada, algún transeunte se cruzaba en su camino y se veía obligado a detener el paso mientras que la niña se alejaba cada vez más.

-Maldita mocosa... Cuando la coja la voy a estrangular -masculló el muchacho estirando el cuello para no perderla de vista-. Dios... No la pierdas de vista, no la pierdas de vista... Cuidar de una niña es más complicado de lo que parece aunque digan que no...

Dejando caer un pesado suspiro, el muchacho, ataviado con un keikogi de color verde pardo y un hakama gris, volvió a retomar la carrera. Aquel desgarbado muchacho de pelo oscuro y ojos apesadumbrados, no era otro que Najikina Hatsuhiko, el discípulo del padre de la revoltosa chiquilla. Su señor le había pedido que la acompañase al Rukongai, para que no se extraviase y sobretodo, no se metiese en problemas. Aunque por como se desenvolvía la niña, parecía que la presencia del irritado Hatsu sobraba. Para ser una mocosa de apenas siete años, se las buscaba bastante bien solita.

-Eh... ¿¡Dónde está!? -inquirió alarmado el muchacho tras haberse dado cuenta de que la había perdido de vista-. Ooooh.... ¡¡¡Mierda!!!

Enganchada con las manos, la pequeña golondrina se había escondido bajo el puente que sorteaba un enorme canalón. Sujetaba las sandalias de cáñamo con la boca, conteniendo las ganas de reirse del bueno de Hatsu. Una vez segura, con un ágil salto subió el pequeño tramo que la separaba de la calle. Escupió las sandalias al suelo y se limpió la lengua en la manga del kimono. Sin la presencia del guardián, tenía todo el Rukongai para ella solita.


OFF: vamos allá XD

- No te separes de mí, ¿de acuerdo, cariño?- la señora Akiyama y su séquito habían decidido dar un paseo por las calles del Rukongai, la también rubia madre de la niña quería ropa nueva. La única hija de los señores, la pequeña Yuka nunca acompañaba a su madre en esos momentos, no era nada aficionada a comparar telas. Prefería quedarse en casa y leer. Sin embargo, aquel día no había tenido modo de zafarse. Ni aludiendo a los nuevos entrenamientos que había empezado hacía relativamente poco. Su madre le había puesto un absurdo kimono rosa y le había hecho una coleta alta. Le dolía la cabeza de tanto como habían tirado, se sentía idiota. Se hubiera salido con la suya, sino hubiera sido porque le insistieron sin tregua. Y allí estaba, aguantando el tirón, aunque aquello no significaba que el paseo lo llevase a cabo con una sonrisa en los labios. De hecho, llevaba el ceño fruncido, en un mohín silencioso. Tenía un aspecto adorable, aunque a ella no se lo parecía en absoluto. Todavía no llevaba las gafas, aún le faltaban un par de años para que sus padres le comprasen las primeras, cuando cumpliese diez años, pero en su rostro no se iban a producir muchos cambios con los años, tal vez se le alargase un poco y sus ojos se almendrasen. Pero la de Yuka de entonces agarraba la mano de su madre con desagrado y apenas contestaba a lo que le decía. Se aburría como una ostra.

Las damas de compañía de la señora no paraban de cuchichear cuando su madre hizo ademán de entrar en la décima tienda. Yuka bufó y su progenitora se acuchilló para poder hablar con ella. La niña no tenía tanta paciencia como desarrollaría con los años. Ahora solo era una chiquilla aburrida que apretaba los labios y se ponía roja. Su madre era muy estricta, pero la futura profesora había aguantando bastante ya, de modo que decidió premiarla. Sacó unas monedas de su diminuto y elegante bolso y de las tendió, para luego señalarle un local cercano que parecía acogedor.
- Junko chan se va a quedar en la puerta de esta tienda- la susodicha era la más joven de las criadas de los Akiyama, una tontuela que se reía por todo, su nombre significaba “Niña Pura” y la heredera siempre pensó que le quedaba de maravilla- puedes ir a tomarte unos onigiris, pero no debes moverte de allí, nosotras iremos a recogerte- su hija abrió la mano, dispuesta a recibir el dinero- Yuka, ¿qué acabo de decirte? Repítemelo.
- Junko va a estar en la puerta de la tienda a la que tú vas a entrar. Yo puedo comprar onigiri y tomármelo tranquilamente, pero no puedo salir hasta que volváis vosotras- su madre asintió y por fin le dio el dinero.

Corrió hasta el bar con una sonrisa en los labios (por fin algo divertido) y tomó asiento de un salto. El tendero, un simpático muchacho que cayó muy bien a la heredera, le tendió las bolas de arroz y le regaló una jarra con un té helado al que había añadido fresas para que gustase a los niños. La muchachita se sintió feliz, agradeció la comida y fue a meterse el primer onigiri en la boca cuando algo llamó la atención. Acababa de aparecer una niña, un poco más pequeña, de debajo de un puente cercano. Por un segundo Yuka dudó, era bastante tímida por aquel entonces. Pero esta vez, lo decidió pronto, quería hablar con esa nña. Pidió al muchacho que le envolviese la comida para llevar y éste le entregó dos diminutas tazas desechables. La joven hizo una inclinación de cabeza y salió del local con sigilo. Miró a ambos lados de la calle. Junko parecía entretenida mirando a la nada, con la boca abierta, de manera que pudo sortearla fácilmente y se coló frente a la otra niña con el botín en las manos. No tenía demasiado tiempo, porque aquella tontorrona podía pillar el cualquier momento. Por eso le mostró la comida y señaló el puente. Quizás podrían comerlo allí.

Desconfiada cual pajarito a la espera de que apareciese aquel feroz e imberbe gato, Isono oteaba de un lado para otro, estirando el cuello con un mohín de exagerada determinación esbozado en su rostro redondito y pálido. La calle no estaba siendo demasiado transitada, salvo por algunos transeuntes cargados con carretas o carros, viandantes que terminaban de hacer sus tareas; no tardaría demasiado en ver a Hatsu de nuevo, así que tenía que poner pies en polvorosa y buscar un lugar donde no pudiera encontrarla.

Se limpió las manos en el culo del kimono y se ajustó las sandalias de nuevo; se remangó las mangas y se rascó la nariz con un dedo, Ahora si estaba lista para reemprender de nuevo su carrera. Sólo de pensar en la cara que debía tener su guardián, sofocado por el terror a perderla y tener que regresar a casa con la noticia, hacía que un cosquilleo recorriese el estómago de Isono y una risita maliciosa escapase de sus labios fruncidos por la concentración. Cual velocista que esperaba el pistoletazo de salida, la pequeña Isono se preparaba para salir corriendo, cuando un vistazo rápido a su lado, mandó al traste todos sus planes de fuga. Una niña, de preciosa melena rubia y ojos como el cielo se acercó a ella con una bolsa de onigiris en la mano. Le indicó sin decir una palabra, el puente.

-Hola... Si te vas a comer eso mejor que no sea en el puente, suelen pasar muchos carros y van a estar molestándote todo el rato -dijo Isono mirando alternativamente la cara de la chiquilla y los onigiris; rebuscó en el fondo de su manga, urgando en busca de alguna moneda. Sabía que padre le había dado unas monedas esa misma mañana, pero no las encontraba y la visión de esos onigiris le estaba abriendo el apetito-. Me llamo Isono, ¿y tú?

Había olvidado el apellido; siempre le pasaba lo mismo. Claro que normalmente, tampoco es que pudiera poner en práctica las lecciones de educación que su padre la inculcaba: cada vez que salía al Rukongai iba acompañada de Hatsuhiko y no tenía la oportunidad de hablar con niños de su edad. Apretó los ojos en un gesto quisquilloso al haberse dado cuenta de su despiste. No le sonaba la cara de esa niña, quizás no viviera en aquella parte del Rukongai, o no la dejasen salir mucho a la calle. Ella tampoco es que viviera cerca aunque la casa de padre estuviera cerca de la muralla esa gigantesca, por alguna razón, parecía que cerca no vivía nadie o nunca pasaban las personas. Sin embargo, ella podía salir al Rukongai cuando quisiera siempre que Hatsu fuera con ella y no se metiera en problemas.

-Nunca te había visto por aquí, ¿no sales mucho? ¿O es que eres una princesa que vive encerrada en un castillo y te has escapado del dragón que custodia la puerta? Porque de ser así, el dragón te tiene que estar buscando y por desgracia, sólo usar el shinai... -comentó pensando en las clases de kendo que daba con padre y Hatsu-. Padre cree que soy demasiado pequeña para empezar con el kenjutsu, por eso sólo me enseña kendo. Aunque no podamos vencer al dragón siempre podemos esquivarlo. Me conozco el Rukongai como la palma de mi mano.

Alzó una manita al frente. Tenía polvo de haberse escondido bajo el puente entre los dedos y algún que otro arañazo.

-¿Quieres que te enseñe un lugar donde puedes esconderte del dragón? -preguntó inclinándose hacia delante, completamente entusiasmada por su versión de la historia-.

“Isono san” se recordó la pequeña heredera mientras escuchaba a la otra chica, que tan poco parecía tener que ver con ella, era efervescente, segura de sí misma, todo lo que le faltaba a ella misma. Yuka asintió con interés a todo lo que le decía la niña pelirroja, que hablaba a toda velocidad, haciendo sus propias conjeturas sobre quien era ella, y lo cierto era que eran teorías realmente interesantes. ¿Dragones, princesas? Los únicos que conocía la rubia Akiyama eran los de los cuentos. Y ella no entraba en esa categoría, ¿una princesa? No podía ser, no ella. Tampoco había dragones en el mundo real, o al menos ella nunca los había visto ni había oído hablar de ellos. Debía ser eso una de esas metáforas que tanto había leído con el abuelo Saito sentados juntos frente a los bellos libros que elegía para ella, lo echaba mucho de menos, su querido ojiichan. En cualquier caso, estaba absolutamente desconcertada con la pelirroja Isono, la chiquilla quizás tuviera un par de años menos que ella misma. En cualquier caso, no podía quedarse callada, no debía. Movió la cabeza de arriba a abajo, intentando hacerle llegar a la otra que lo había comprendido y se aligeró a contestar con una pequeña reverencia, tal y como le habían enseñado sus padres con tanto empeño.

- Soy Akiyama Yuka, encantada de conocerte, Isono-san- aunque su amiga en potencia no había dicho su apellido, papá siempre decía que el protocolo debía seguirse a rajatabla, era un hombre meticuloso, pero solía pasarle más la mano que su madre, y la rubia del kimono rosa, en aquello siempre destacó desde muy pequeña, era educada, demasiado tal vez. Sin embargo, una cosa era ser educada, y otra muy distinta ser servil, eso no le gustaba tanto. Por un segundo dejó el té en el suelo, agarró la bolsa de los onigiris con la boca, le daba miedo que pasase un carro, como había dicho Isono y se deshizo la coleta. Le dolía la cabeza de tan apretada que la llevaba, recuperó sus cosas y miró de frente a la pelirroja de palabras rápidas- vivo en una casa del distrito alto- o lo que era lo mismo, donde tenían sus residencias las familias de postín, y por el aspecto de las ropas de la otra chiquilla, sería normal pensar que ella también tenía un padre económicamente bien situado. Eso hubiera sido fácil de pensar, pero no para dos niñas que no llegaban a los diez años. Para ellas la otra era simplemente una compañera de juegos con la que podía compartir un rato.

- Mi madre me ha dicho que no me mueva de aquí, de allí, más bien- y con la cabeza señaló el lugar donde había comprado las viandas- pero creo que la he despistado. Había pensado que podríamos ir a comernos esto en algún sitio- y volvió a señalar la comida, que parecía apetitosa en sus pequeñas manos, blancas y de dedos largos- si conoces tan bien este lugar, podrías decirme donde es mejor comer sin que nos molesten- era una niña muy tímida, aunque intentaba parecer tan acostumbrada a charlar como la otra. Por alguna extraña razón, ella no conseguía el mismo resultado, pero no iba a darse por vencida, no por tan poca cosa, ¡debía perseverar! Lo intentó de nuevo, tal vez el tema de la lucha fuera más interesante para la otra- yo también estudio artes marciales, tengo un sensei muy estricto que me deja hecha polvo, pero me gustan mucho sus clases, ¿te gustan a ti las clases de kendo de tu papá?

Isono asintió con gesto enérgico y los ojillos encendidos de pura emoción. Aunque Hatsu tuviera la minúscula asignación que le daba su padre, aquella chiquilla iba a invitarla a comer. No podría haber tenido más suerte en ese día: primero se había librado de Hatsu y ahora, la invitaban a deliciosos onigiris. Dió un par de saltitos antes de coger por la mano a Yuka y salir escopetada de aquel lugar. Correteó cruzando algunas calles troncales, evitando permanecer demasiado rato en lugar saturados de gente hasta dar con un pequeño descampado.

La hierba crecía alta y de un vibrante tono verde. Más adelante había una pequeña charca donde habían crecido varios juncos y un par de flores de nenúfar; se oía el croar de algunas ranas y los pájaros revolotear cerca en busca en insectos. A cierta distancia, se alzaban las vigas principales de lo que debió ser una casa, devorada ahora por la maleza.

-Mi padre es el maestro de nuestro dojo, ¿sabes? -dijo Isono mostrando un exagerado orgullo-. Me enseña kendo junto a su primer discípulo, que es más amyor que yo. Me gusta mucho el kendo, pero no tanto cuando empieza a contarme todo el sermón del camino del guerrero... -hizo un mohín, intentando recordar lo que Kagetsu le enseñaba a marchas forzadas durante las clases-. Dice que portar una espada es una responsabilidad demasiado grande para un mente cambiante, que como el filo templado la mano que lo guía debe ser igual de firme que su hoja y que jamás se debe señalar a nadie a menos que tengas razones verdaderas... Pero en el fondo me gusta porque si lo hago bien, luego le dice a Nana-chan que me dé sandía o melón, o un dulce... Eso cuando no consigo que me dé un capón. Mira todavía tengo el último -dijo llevándose una mano a la cabeza, rebuscó entre la abundante mata de pelo hasta dar con un bultito-. Todavía tengo el chichón... Está gordo.

Isono comenzó a abrir paso entre la hierba hasta el estanque, donde acomodó su inquieto trasero cerca del borde. Estiró sus canijas piernecillas, mostrando todo un amplio surtido de moratones, raspaduras y arañazos; observó el agua ondulante con aquellos enormes ojos verdes, agitando los dedillos de los pies, incansablemente activa. Luego miró a la chiquilla de pelo rubio y sonrió.

-No tengo muchas amigas porque mi prima Hitomi no quiere jugar conmigo. Dice que soy una niña callejera que no entiende nada de la vida, pero la verdad es que no creo que ella tampoco lo entienda, lo que pasa es que se hace la lista. Porque el otro día le pregunté si sabía de donde salían las zanahorias y me dijo que de la cocina... -rió con ingenuidad-. Todos sabemos que no vienen de la cocina. En realidad Hitomi es muy tonta... Entonces, ¿vamos a ser amiga, Yuka-chan? Mmmm, ¿puedo llamarte, Yuka-chan?

“Una amiga…” la palabra sonó en los oídos de la pequeña Yuka como una melodía, como una promesa de futuro. No era una chiquilla muy comunicativa y siempre había preferido los libros a las personas, pero la efusividad de Isono fue capaz de poder con ella, y hacer que desase hablar un poco más con aquella indómita niña de cabello rojizo, de conocerla, y por supuesto que no le parecía buena ida que la llamase Yuka-chan, de hecho le gustó mucho ese detalle.

De no haber sido así, probablemente se habría soltado del agarre de su pelirroja acompañante, que la llevaba por las calles del Rukongai con una velocidad y un descuido impensables. En lugar de eso, la siempre tímida y rubia heredera se dejó llevar hasta aquel lugar en el que se encontraban con una genuina sonrisa pintada en el rostro.

La curiosidad de la que fuera a ser profesora de Historia de la Academia shinigami se impuso y miró a su alrededor, con sus enormes ojos azules fijos en todo lo que veía: estaban en un descampado donde la hierba crecía exuberante, de un verde casi antinatural. Una charca se alzaba en medio de aquel paisaje y estaba casi resguardada con juncos, en el interior del agua flotaban dos hermosos nenúfares que hacían aún más bella la estampa.

Ambas niñas caminaron directas allí, con Isono a la cabeza, quitando hierbajos aquí y allá mientras no paraba de hablar. Era tan diferente de Yuka… quizás por eso la chiquilla no pudo evitar sentirse orgullosa de su elección: huir de aquella tonta de Junko chan. Asentía cuando debía, pero prefería que fuera la pelirroja quien llevase la voz cantante, a fin de cuentas, hablaba más. Cuando se sentaron frente al estanque le había hablado del orgullo que sentía por su padre, el instructor del dojo y de cómo la premiaban si lo hacía bien. Además también le enseñó un chichón que se había hecho últimamente y pudo observar sus piernas, llenas de heridas de todo tipo.

La rubia sonrió, con verdadero interés y se observó las manos, pálidas y regordetas, propias de una niña. Tal y como iba vestida era lo único que se veía (se había sentado con las piernas hacia un lado, como todo una señorita) y a pesar de los entrenamientos no las tenía demasiado maltratadas. No es que le importase, pero también era una cosa que debía tener en cuenta, ojala pudiese dedicarse sólo a los libros… Suspiró y observó a su amiga, que ahora le hablaba de su prima, una tal Hitomi que no parecía muy simpática, era incomprensible que alguien tan divertido como Isono no tuviera demasiadas amistades.

La pregunta la hizo muy feliz y asintió con la cabeza, muy contenta. Luego se echó la coleta a un lado del cuerpo, esa era una manía muy de la que sería la señora Hokori, colocarse el pelo rubio en uno de los hombros. La coleta le caía con gracia en el derecho y por fin se dirigió a su nueva amiga.
- Me encantaría que me llamaras Yuka-chan, siempre y cuando yo pueda llamarte Isono-chan- y abrió la bolsa donde tenía los onigiris. Rasgó el papel donde estaban guardados y lo colocó de improvisado mantel, luego sirvió el fresco té con fresas y le dio una de las tazas a Isono, que seguía moviendo los pies a toda velocidad.

Una pregunta se formó en su cabeza, pero no estaba segura si sería adecuado hacerla, de manera que se mordió los labios durante un rato y le dio vueltas algunos segundos. Bueno, teniendo en cuenta como había demostrado ser su nueva compañera de juegos, acabó por decidir que no le importaría y se lanzó, con voz un poco insegura.
- Esto… Isono-chan, ¿sabes qué quieres ser de mayor?- la muchachita de rasgos delicados y cabello dorado sonrió y bajo la cabeza, de manera que su cabello, colgante sobre su hombro se deslizó un poco más abajo, hasta más allá de su pecho. Yuka adoraba los libros, de manera que esperaba poder hacer en el futuro algo relacionado con ello. Levantó la cabeza y volvió a mirar a la otra chiquilla, a la expectativa.