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Mensaje por Otsuka Isono Mar Oct 19, 2010 4:35 am

OFF: Si al Staff no le importa, iré desarrollando la historia de los Otsuka en este hilo mediante capítulos.



-Cuando Padre Sol encontró a la pequeña Golondrina-

Ha pasado mucho tiempo desde aquellos días de sol de verano, cuando las callejuelas bullían con el ruido de las personas agitadas en su diario quehacer, siempre sumidos en un silencio voluntario, aunque sus bocas no dejasen de hablar. Rodeada de pies y gigantes, una pequeña golondrina de cabellos rojizos deambulaba por las callejuelas, sorteando personas y obstáculos como si de un gato se tratase; un gato con plumas, desde luego.

Isono, que era el nombre que tenía aquella golondrina, vivía en el Rukongai aprovechando su buena suerte. Ella era una niña astuta y no necesitaba de adultos que la cuidasen, porque era lo bastante mayor como para saber cuidarse sola. Aunque a veces, sintiendo la picadura de su ridículo orgullo infantil como el aguijón de una avispa, por las noches estar en mitad de ninguna parte la asustaba, haciendo que desease el brazo protector de un adulto que velase por ella. Sin embargo, cuando el sol despuntaba, Isono se olvidaba de sus miedos y regresaba a la calle con la cabeza alta, rezumando confianza. La pequeña golondrina era así: un fiero gato mientras el sol estaba alto y un pequeño pájaro asustadizo al caer la noche.

Las calles estaba atestadas esa mañana, gente iba y venía en un laberinto de piernas y pies, caminando de un lado a otro, agitada, gritando y pisando si se descuidaba. Isono estaba de suerte ese día. Se había escondido tras la esquina de un callejón desde donde podía vigilar un tenderete de comida especialmente agitado. Sus ojos de gato había encontrado una presa fácil, de apariencia dócil y sabor dulce, apartado en un lado del puesto, sin que el comerciante le prestara demasiada atención. Movió sus pequeños deditos de los pies, mientras su cabeza tramaba como hacerse con aquel suculento bollo de carne… Sólo de pensarlo se le hacía la boca agua.
Salió de su escondrijo con tranquilidad, avanzando hasta el puesto. Una vez lo bastante cerca decidió que tenía algo entre los dedos de los pies y se agachó para mirar qué era.

-Claro señora, claro –decía el tendero ofreciéndole una forzada sonrisa a la mujer que tenía enfrente-. Sin lugar a dudas son los mejores bollos de carne de todo el Rukongai… ¡No! ¡De todo el mundo! No encontrará ninguno mejor en otra parte-.
-De acuerdo, pero me harás un descuento –sugirió la mujer con gesto inquisitivo-.
-¿Un descuento? –casi chilló el tendero ante semejante idea-.
-Sí, un descuento –afirmó la mujer con gesto tajante-. Es la primera vez que los compró, que menos que ofrecerme una buena oferta-.
El tendero suspiró, resignado. Si aquella mujer le pedía un descuento, pronto habría muchas otras más que querrían lo mismo. Puso los bollos sobre un pedazo de papel, marrón y de aspecto ligero; y los envolvió con cuidado.
-Aquí tiene –dijo el tendero ofreciéndole el paquete-. Pero le digo la verdad, son los mejores bollos del Rukongai. Fíjese, incluso a su hijita le gustan.
La mujer miró al tendero con gesto confuso.
-¿Mi hija? –preguntó titubeante-.
-Sí, su hija –respondió el tendero-.
El hombre señaló con un dedo acusador e indiferente hacia la pequeña cabeza pelirroja por debajo de la mesa de su tienda y cuya mano se alargaba peligrosamente hacia el bollo. La mujer la miró sorprendida y confusa a partes iguales, mientras Isono la contemplaba con sus tiernos ojitos de gato.
-Esta no es mi hija… -comentó con calma-.
La cara del tendero tardó unos segundos en reaccionar. Su cara se tiñó de un rojo por la rabia.
-¡Ladrona! –gritó y alargando la mano trató de asir el delgado brazo de la niña-.
Isono observó como el tendero se le venía encima. Apenas tuvo unos instantes para asir el bollo y salir como alma que lleva el diablo por la calle. Corrió como si la vida le fuera en ello, obligando a sus escuálidas piernas a ir más rápido. Los gritos del tendero eran cada vez más lejanos a su espalda, mientras sus pies continuaban golpeando el suelo en su desesperada huida.

Perdió de vista el tumulto de gente, alejándose una zona del Rukongai que no conocía. La zona estaba más tranquila y mucho menos transitada. Isonos suspiró aliviada, respirando con dificultad en un intento por recobrar el aliento perdido. Ahora que estaba sola podría dar cuenta de su tesoro. Lo había guardado en el interior de su yukata para no perderlo mientras escapaba.
Se sentó sobre una pila de cajas con el bollo en la mano, contemplándolo en su suave y deliciosa magnitud, aspirando el aroma a carne y el suave dulzor que la envolvía con su tacto esponjoso y suave. Cerró los ojos con deleite antes de darle un largo lametazo para asegurarse que era real. Se relamió los labios ansiosa por hincarle el diente. Abrió la boca acercándose el bollo pero un súbito impacto la hizo caer de espaldas, soltando la comida en el acto. Se incorporó furiosa, tapándose la frente con una mano; mirando en derredor en busca del origen de aquel golpe. Dos niños la estaban mirando, riéndose mientras su preciado bollo se cubría de tierra. Sintió ganas de llorar, después de todo su esfuerzo su pequeña recompensa estaba en el suelo y se la comerían los pájaros; pero no, Isono no era una niña pequeña y no lloraría. Aspiró con fuerza para evitar que se le escapasen las lágrimas.
-Mírala, está a punto de llorar –rió uno de ellos, flacucho y con el pelo alborotado-. ¡Es una niña llorona!
-Es una mocosa –añadió el otro, de apariencia más mayor y con algo más de corpulencia que el otro-.
Ambos eran mayores que Isono y desde luego eran dos. Su mejor opción habría sido irse y no meterse en problemas. Bajó de las cajas con el paso tembloroso por el golpe en la frente hasta posarse en el suelo y dar un paso para irse de allí.
-¡Eh! ¿A dónde vas? ¿No quieres jugar, llorona?
Isono aspiró con fuerza una lágrima traicionera.
-¡No soy una llorona! –gritó con su vocecilla aguda, girándose para encararlos-. ¡Y no quiero jugar con vosotros!
Los niños se miraron un instante antes de echar a la carrera hacia donde estaba la niña. El más delgado la cogió por un brazo, pero se zafó con un movimiento brusco; sin embargo, el mayor la sujetó por el cuello del yukata y la elevó unos centímetros del suelo.
-¿Seguro que no vas a llorar?
Isono no dijo nada. Las manos del niño le apretaban el cuello; le costaba respirar y estaba aterrada. Viendo que no le respondía, comenzó a agitarla de un lado para otro, mientras el otro niño le daba puntapiés en las piernas. Isono cerró los ojos esperando que al abrirlos solo fuera un mal sueño, pero el dolor no lo era ni la asfixia. Se estaba ahogando.
Asustada comenzó a gritar todo lo que pudo, esperando que algún adulto la oyera. Comenzó a agitarse con la vaga esperanza de poder desasirse de la presa; sus piernas se movían de un lado a otro, esquivando a duras penas las patadas. Llorando desesperada, sintió como uno de sus pies tocaba al niño que la sujetaba. No estaba segura si fue adrede o fue el miedo, pero su pierna golpeó con todas sus fuerzas contra aquel monstruo con cara de crío. Un fuerte chasquido hizo el silencio, seguido por un grito de dolor y su respiración aguda, como pequeños pitidos que salían de su pecho.
El niño lloraba tirando en el suelo con la rodilla ensangrentada y una espeluznante protuberancia bajo la piel. El otro salió corriendo tan pronto como Isono se soltó.
La niña seguía tirada en el suelo, mareada; llorando desconsolada mientras un grupo de adultos se acercaba para ver qué sucedía. Eran tres, uno de ellos era un hombre de pelo cano vestido con ropajes de tonos oscuros, seguido de dos hombres más jóvenes. Uno de ellos, se acercó al niño y con horror se giró hacia el anciano.
-Sama, tiene la rodilla rota –anunció sorprendido-.
-Llévalo a la casa más cercana y que se ocupen de él –sentenció con voz grave, sin dejar de mirar a Isono-. ¿Eres tú la causante de todo esto?
Isono lo miró enfada, frunciendo las cejas.
-Cógela, Hatsuhiko –ordenó el hombre mayor a aquel que lo secundaba por su derecha-.
Hatsuhiko se aproximó a ella con pasos decididos y lentos, pretendiendo no mostrar ningún peligro para ella. Extendió una mano en su dirección, pero en cuanto Isono la tuvo cerca se levantó y retrocedió unos metros. La persecución duró apenas unos instantes, con Hatsuhiko corriendo tras ella, mientras la pequeña golondrina lo evitaba con rapidez. Isono asió su bollo cubierto de arena y dirigiéndose al anciano, le mostró la que iba a ser su comida.
-Yo no hice nada, sólo quería comerme esto cuando ellos me golpearon con una piedra –explicó casi gritando, con la voz ahogada por el llanto-. Es la verdad. Si ellos no me hubieran pegado, yo no le habría hecho eso… Aunque la verdad… Es que robé el bollo…
Luego, Isono tiró el sucio bollo al suelo sintiéndose culpable. Sus ojitos vidriosos miraron con temor al anciano, de aspecto severo e inescrutable.

Momentos más tarde, el anciano acompañado por Hatsuhiko y el otro hombre, junto a la pequeña Isono regresaron al tendero a pedir disculpas y aunque el bollo no pudo ser devuelto, la mirada triste de la niña hicieron que el hombre aceptase las disculpas.

-Dime, golondrina, ¿tienes un nombre? –preguntó el anciano colocándose a su altura; sus labios dibujaban una media sonrisa en un rostro curtido y viejo-. ¿O debo llamarte así, Golondrina?
-Me llamo Isono –se presentó la niña inclinando la mitad del cuerpo hacia delante con exageración-. Y tú, ¿tienes nombre?
-Soy Kagetsu –añadió el anciando-. Dime, Golondrina, ¿sabes volar?
Isono negó con la cabeza-.
-Creo que he perdido un par de plumas, señor –respondió extendiendo los brazos, delgados y lleno de raspaduras y moratones-. ¿Podría enseñarme a volar?
Otsuka Isono
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Mensaje por Otsuka Isono Mar Nov 23, 2010 3:43 am

OFF: Chapter 2


-Cuando Golondrina encontró un nido-


-Sama, ¿está seguro? –preguntó el joven de cabello oscuro que caminaba su derecha; su expresión mostraba una creciente preocupación-. ¿Es necesario? Sabe que todo esto será como un jarro de agua fría en sus cabezas. Ya deben estar murmurando a sus espaldas.

El joven Hatsuhiko siempre se preocupaba por todo, desde el asunto más ínfimo a los más graves sin importar qué involucraciones tuviera, su lealtad estaba con Kagetsu. Incuestionablemente. Su madre había sido la esposa de uno de los primos de los Otsuka, pero cuando quedó huérfano Kagetsu lo dejó vivir en la casa familiar en lugar de echarlo a la calle como otros hubieran deseado. A cambio, Hatsuhiko serviría a la familia aunque con el tiempo, y conforme el joven fue creciendo, el líder del clan lo tomó bajo su tutela y lo adiestró en el fino arte de la espada.
Desde entonces, Hatsuhiko era la sombra del hombre, sus ojos y sus oídos. Pero eso no evitaba que al joven le preocupase el interés de Kagetsu por aquella ladronzuela de cabeza rojiza.

-Lo sé y pueden hacerlo cuanto deseen. Para cuando hayan terminado estarán tan cansadas sus lenguas que no podrán replicarme –repuso el hombre de pelo cano con calma, sin darle importancia-. No te preocupes, muchacho… sólo es una niña.

-Una niña del Rukongai… -añadió enfatizando sus palabras-. Sama, no sé que pretende pero nada bueno puede salir de ello.

Kagetsu se detuvo para mirar a su joven discípulo. Sus ojos castaños, ligeramente acuosos por la edad escrutaron hasta el fondo del alma del joven, sin escrúpulos. Entendía su visión, su cautela pero no comprendía sus razones.

-Hatsuhiko, eres un hombre inteligente y leal, mucho más que los necios que viven bajo mi techo, y sin embargo, te permito cuestionar mis intenciones –explicaba sujetándolo por el hombro con fuerza-. Agradezco tu cautela, pero entiende que he visto algo más en esa niña que una simple criatura con los pies sucios. Es astuta, pero en su aguda inteligencia no posee malicia, y es honesta, Hatsuhiko. Los niños de la calle adoptan el espíritu de los mayores muy pronto, pero ella tiene sus propias normas. ¿Acaso no confesó que robó el bollo sin más cuando le preguntamos por otra cosa? Su delicada e inconsciente moral le impide mentir y eso, mi joven alumno, es algo que necesitamos.

Pero no le dijo una parte de la verdad. Caminaron hasta un descampado lleno de alta maleza donde las ruinas de una casucha se alzaban como el bastión de un reino. La brisa de la tarde agitaba las hierbas como un pequeño mar de ondulantes matices dorados y verdes. Ambos observaron como algo se agitaba entre las hierbas, ocultas por las mismas.

-¡Quieto! ¡Tengo una piedra! –gritó una vocecilla aguda desde alguna parte del lugar-. Te la tiraré si te acercas y tengo buena puntería.

Hatsuhiko escuchó con incredulidad aquella ridícula advertencia; su expresión no podía mostrar mejor lo que opinaba de aquella niña. Al rato y ante el silencio de los dos intrusos, una cabeza pelirroja y despeinada asomó por una de las vigas derruidas de la casucha. Trepó como una lagartija por las vigas sorteando todo tipo de obstáculos hasta que se ocultó tras lo que quedaba de una parte del tejado. Sostenía una piedra redonda y pequeña en su diminuta y mugrienta mano; en la frente, lucía un considerable chichón enrojecido que comenzaba a tiznarse de morado. Los ojos felinos de la chiquilla escrutaban a los dos extraños, hasta que tras haberlos reconocido se abrieron desmesuradamente presa de la emoción.

-¡Ah! Sois vosotros –chilló la mocosa bajando de un salto desde lo alto de la viga-. Esta vez no he hecho nada malo. Solo me he dado un golpe con una madera la otra noche… No podía ver por donde iba -señaló el bulto, redondo y morado que lucía en la frente como si fuera una herida de guerra-.

-¿Duermes aquí, Isono? –preguntó el adulto de cabellos plateados poniéndose de cuclillas a la altura de la chiquilla-.

-Sí –afirmó con simpleza-. Antes vivía una mujer y un bebé pero hace días que no vienen, así que… Es mejor que dormir en una caja. Aunque cuando llueve hace frío y huele mal, pero en verano se está bien y encima hay un montón de grillos.

Kagetsu dedicó una mirada afectada a Hatsuhiko, que desvió los ojos evitando al mayor. Seguía sin comprender qué veía en esa niña que la hiciera tan especial, sólo era una niña más con peores calificativos a su favor. Para alguien tan crítico como Hatsuhiko, la nerviosa Isono era maleducada y vulgar, poco más que una cría ignorante que además no comprendía la necesidad de higiene; no veía esa astucia de la que hablaba Kagetsu por ninguna parte, ni esa ingenuidad ni nada destacable. Observaba como Kagetsu hablaba con ella sobre cosas sin importancia mientras la chiquilla le respondía moviéndose de un lado a otro, rodeándolo, investigando cómo era su maestro. Curioseaba la larga trenza de Kagetsu y la compraba con su pelo, toqueteaba las mangas de su yukata y le inspeccionaba las manos, o se quedaba mirándolo fijamente a los ojos apretando la boca evitando reírse. Pese a las escasas veces que ambos había ido para allá, parecía que Kagetsu se había encariñado de aquel monstruo inquieto; sus ojos no mostraban un vacío apagado y febril desde hacía un tiempo, e incluso parecía más animado. Y entonces lo comprendió. Sus recuerdos viajaron años atrás y vislumbraron las razones por las que Kagetsu se acercaba a Isono. Observó con aire agravado en el rostro la cara de alabastro de la niña, sus ojos de gato y aquellos gestos tan sencillos, tan dulces en su cruel y particular mundo; y creyó ver lo que Kagetsu había revivido al conocer a aquella inquieta niña.

Kagetsu se puso en pie, resolutivo, sacudiéndose el polvo de las rodillas con lentitud.

-Hatsuhiko, vamos a llevarla a casa. No me gusta este sitio para ella –concluyó-.

-Sama… ¿No será algo muy precipitado? Quiero decir, es una niña de la calle, ¿y si ella no quiere ir? ¿No parecerá extraño? –repuso el prudente joven-. Creo que he entendido su punto de vista, Sama; pero esto… es imposible que salga bien. Ellos no lo permitirán.

-Lo sé, solo espero que estén muy cansados por sus críticas para cuando lleguemos –respondió con calma; se agachó junto a la chiquilla, que se rascaba una costra en la rodilla-. Golondrina, ¿qué me responderías si te digo que en mi casa hay una cocinera estupenda?

Hatsuhilo esperaba lo peor. Estaba seguro de que la niña comenzaría a gritar y a correr en busca de ayuda porque un viejo verde le estaba insinuando cosas. Pero nada de eso ocurrió. O bien la niña era un poco corta de luces o era más rara de lo que Kagetsu afirmaba. El caso es que ambos comenzaron a charlar sobre nimiedades gigantescas para un niño adelantándose a su paso, enajenador en lo que parecía un nuevo mundo descubierto hacia escasos minutos. La chiquilla, aunque maleducada y simple, era capaz de ensimismarse con las palabras de Kagetsu, abriendo la boca desmesuradamente ante cualquier cosa y al menos, se mantenía quieta y callada.

Lo cierto es que esa noche se fueron sin ella, dejándola sola en el descampado. Kagetsu no coincidía con Hatsuhiko ante la idea de hablarlo con la familia, pero cedió admitiendo que el muchacho tenía razón en actuar con prudencia para evitar malos encuentros. Pasaron varias semanas hasta que el líder del clan consiguió someter a todos los miembros de su familia y mandase a Hatsuhiko a buscar a la chiquilla al fin.

-¡Isono! ¡Isono! –gritaba rebuscando entre la maleza bajo una luna trémula-. ¿Dónde diablos te has metido, mocosa?

La densa vegetación permanecía quieta, agitada solo por el viento que habitaba el lugar. Rebuscó entre los escombros de la casucha esperando verla acurrucada por allí. En un rincón entroncó un pequeña bulto desanudada sobre un montón de hierba seca y amontonada debajo de una roída manta. Alargando la guarda de su arma, revolvió un poco para ver qué era. Apenas había un yukata verde del tamaño de un niño y un abrigo marrón con varios parches, además de un sinfín de cosas: dos plumas azules, una blanca y una negra, un canto redondo y una cuerda con un parche de cuero, una peonza y una cuerda, un adorno para el pelo infantil, un par de flores secas, una cajita de madera cuarteada, una jaula para insectos abollada y un pincel. Hatsuhiko observó aquel montón de trastos con escepticismo antes de salir de la casucha. Miro en derredor sin saber por donde seguir buscando. Le resultaba muy extraño que a esas alturas de la noche la chiquilla no estuviera allí. Tal vez le hubiera pasado algo o se había metido en nuevos problemas. El gusano de la preocupación se agitó en su estómago, no podía volver sin la niña o Kagetsu saldría a buscarla en persona. Abandonó el descampado a paso ligero rebuscando en su cabeza donde la vio por primera vez, cuando por uno de los lados de la calle, observó como una figura pequeña caminaba con pequeños pasos hacia él.

-¿Isono? –preguntó en su dirección-.

Los ojos felinos de la chiquilla se clavaron en él asustados ante la sorpresa. Se le había roto una sandalia y la llevaba en la mano. Hatsuhiko esperó a que la niña se hubiera colocado a su altura para continuar hablando. Cuando la tuvo los bastante cerca, se percató de su talante serio al borde de las lágrimas; venía retorciéndose los dedos y con los hombros caídos.

-¿Qué pasa? ¿No irás a llorar, verdad? –preguntó con cierta reluctancia; no le gustaban los niños-.

Pero bastó mencionarlo para que Isono comenzará a hacer pucheros. Gruesos lagrimones comenzaron a brotar de sus ojos mientras se mordía el labio e intentaba explicar a trompicones como había perdido su primera moneda tras haberle hecho un recado a una anciana. Había estado buscándola toda la tarde pero no la había encontrado. El muchacho se quedó en blanco, paralizado; Kagetsu tenía razón, aquella niña no tenía comparación posible. En un alarde de amabilidad rebuscó en su bolsillo.

-Ten –masculló depositando una pequeña moneda en su mano; luego se puso en pie-. Vamos, Kagetsu te está esperando para cenar y ya vas tarde. Eres un desastre Isono.

Con los ojos como platos, la chiquilla comenzó a correr tras Hatsuhiko.
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Mensaje por Otsuka Isono Sáb Nov 27, 2010 5:06 am

OFF: Chapter 3


-Cuando en el nido floreció un melocotonero-


Como un árbol de manzanas, la presencia de aquella mujer era gratificante, cálida como el abrazo de una madre amada, conciliadora y firme, de sonrisa amable y manos ásperas. Su cabello castaño oscuro estaba recogido en un torpe moño a media altura en su cabeza; vestía un kimono de un apagado azul cielo con las mangas recogidas en los codos. Su rostro, curtido por el sol y los años, mostraba leves signos de vejez aunque sus ojos castaños desprendían una intensidad abrumadora, una pasión fuera de lo común tanto, que a la golondrina la intimidó. Nanami era la cocinera y encargada de las tareas del hogar en casa de los Otsuka; una tirana de voz agravada y sonora como una tormenta, de ademanes enérgicos y genio vivo.

Kagetsu dejó a Isono a su cuidado hasta que se hubiera habituado a la casa. A diferencia de su casucha en mitad del campo, la casa familiar de los Otsuka se encontraba algo alejada del Seireitei, rodeada de viejas familias y recuerdos abandonados. La casa disponía de varias secciones y un par de plantas; en la parte frontal de la estancia había un cuidado jardín con un estanque. Al entrar por la puerta principal se llegaba a un recibidor largo de decoración sobria, que conducía a la sala principal; más allá de la primera puerta, se llegaba a las áreas del servicio de la casa. Allí, en la zona más vulgar y menos transitada de la casa, estaban las estancias de Nanami, la de Hatsuhiko y un par más de mujeres, junto a un austero aseo, las calderas y el almacén. Tras la sala principal, discurría otro pasillo paralelo que llegaba hasta las demás estancias y salas de la planta baja; salones sobrios y elegante, iluminados por la luz del sol que atravesaba las paredes y se colaba por las rendijas de madera, creando hermosas formas en el suelo. Desde allí se llegaba al patio interior, donde confluían numerosas puertas procedentes de las habitaciones personales de los miembros más viejos de la casa. En el centro se alzaba un gigantesco roble de corteza oscura y ajada, cuyas hojas de un profundo verde flotaban hasta la siguiente planta.
Isono caminaba amedrentada ante la inmensidad de aquella casa sin soltar la mano de Kagetsu. Nanami le había lavado los pies con ahínco antes de dejarla irse con el señor. Sus piececitos descalzos resonaban con timidez sobre la madera de los pasillos mientras sus pequeños dedos asían con fuerza y cierto miedo, las enormes manos de Kagetsu. La condujo hasta la planta de arriba, hasta una habitación casi escondida cerca de las dependencias de Nanami. Abrió la puerta despacio convirtiendo el gesto en un sagrado ritual.
La luz se colaba por el papel de arroz de una puerta envolviendo la estancia, modesta y cálida en un ambiente acogedor. Dentro no había nada. Kagetsu invitó a la asustada chiquilla a entrar, instándola con la mano. La puerta al otro lado conducía a un pequeño balcón que daba al jardín trasero desde donde se veía todo el Rukongai.

-Esta será tu habitación, Golondrina, ¿te gusta? –preguntó el hombre sentándose junto a la puerta; la niña asintió acomodándose junto a la baranda con los pies por fuera-. Aquí antes dormía mi hija… Se llamaba Konoha, pero ya no vive aquí desde hace muchos años. Antes tenía todos sus juguetes guardados en el armario, pero como no imaginé que tendría otra hija pues… No quise guardarlos más.

Los ojos de Isono se clavaron en él, brillantes, exultantes una vez el miedo se hubo desvanecido.

-Entonces, ¿ahora seré tu hija nueva? –preguntó con inocencia sacando las piernas de entre los barrotes de madera para sentarse al lado de Kagetsu y comenzar a juguetear con la manga del yukata-. Seré tu hija nueva pero sólo –apuntó con énfasis alzando un dedo, sentenciador-; sólo si dejas de estar triste. No me gustan los papás tristes.

Kagetsu dejó escapar una risotada ante semejante trato; Isono no parecía comprender o si lo hacía, desde luego no parecía darle la más mínima importancia, pero desde luego era como un soplo de aire fresco a su viciada alma.

-Le diremos a Nanami-sama que te compre kimonos nuevos –anunció Kagetsu contagiado por la ingenuidad de la niña-.

-¡Uno verde como las hojas del roble! –chilló entusiasmada ante la idea-.

-Y unas sandalias –añadió el hombre-.

-¿A qué viene tanto ruido? –inquirió Nanami apareciendo tras la puerta-. ¿Quién va a comprarse un kimono?

La niña anunció a voz pelada que tendría un kimono nuevo y unas sandalias, mientras Kagetsu la miraba con una sonrisa amplia en el rostro.

-Vamos, I-chan, el baño está listo –dijo la mujer cogiéndola de la mano-. Le esperan abajo, Sama. Les he dicho que iría en cuanto terminase con la niña.

Kagetsu asintió. Nanami se llevó a la niña escaleras abajo en dirección a los baños que ellos usaban para su aseo. El cabeza de familia cerró entonces todas las puertas de aquel pequeño santuario, escuchando la conversación de las dos bajando las escaleras; le hubiera gustado poder pasar el resto de la noche con ella, contándole los planes que había urdido de ahora en adelante, pero las exigencias de la familia se imponían a sus deseos. Se dirigió al otro lado del pasillo hasta dar con la otra escalera que conducía hacia las estancias de la familia cerca del patio interior. Anduvo hasta una sala rectangular de aspecto sobrio y paredes impolutas de un agrio tono ocre; había en la estancia mesas pequeñas e individuales colocadas en forma de herradura en el extremo más alejado de la sala, en cuya pared había múltiples pergaminos alargados con innumerables nombres escritos.
Sentados sobre mullidos cojines esperaban los miembros de la familia Otsuka, observando con semblante serio e impasible como Kagetsu entraba en la sala. Tomó asiendo ignorando las miradas inflexivas que se clavaban en su nuca, totalmente indolente. Sin lugar a dudas, comenzaría a oler a tormenta en poco tiempo, podía palparlo en el aire.

-Disculpad mi retraso. La pequeña Isono necesitaba saber donde va a vivir de ahora en adelante, y como hija adoptiva mía que es, he de cumplir con mis obligaciones con ella –dijo en tono firme y autoritario, esperando que no hubiera comentarios ni improperios-. ¿Cuál es el motivo de esta inesperada reunión?

A su derecha estaba sentada su hermana, la única de entre todos los varones. Chizuoka aparentaba rondar la cuarentena, de aspecto febril y delicado como un tallo de bambú que ha padecido innumerables enfermedades; mostraba una piel blanquecina, casi lívida y unas profusas ojeras que enmarcaban unos ojos oscuros y apagados. Su quebrada voz fue la primera en alzarse.

-Hermano, la adopción de esa niña ha sido muy precipitada, deberías habernos dado algo más de tiempo para asumir este cambio –musitó con aire afectado, tapándose la boca con la manga de su kimono negro-. Todo esto es muy intempestivo, Kagetsu. Ni siquiera sabemos como se llama…

-¿Acaso importa? –inquirió uno de los dos hombres sentados a su izquierda; era visiblemente más joven que Chizuoka y también más temperamental-. Dinos, hermano, ¿qué planes tienes para esa niña? ¿Los compartirás con tu familia o acaso deberemos esperar a que te mueras para ver como le dejas el legado familiar?

-¡Takeshi, por favor! –chilló Chizuoka alarmada ante semejantes palabras acusadoras-. Muestra respeto, es tu hermano.

-¿¡Acaso él nos lo muestra!? –gritó iracundo el más joven de los Otsuka, sacudiendo la mesa volcando el té sobre el suelo-. ¡Trae a una cría del Rukongai y espera que todos le demos la bienvenida! ¡Es una maldita niña sin casta ni nombre! Ni siquiera ha tenido la decencia de contarnos nada, la traído y nos la impone como su hija… ¿Qué demonios crees que somos, Kagetsu? ¿Monos de feria a los que vas a tener engañados? ¿Títeres con los que jugar hasta que la niña sea una mujercita y le dejes nuestro pasado? ¿O es que ahora quieres jugar a las casitas con la hija a la que perdiste?

***

Nanami hacía verdaderos esfuerzos por contener a la niña, que como un gato a la vista del agua casi bufaba. Tuvo que empujarla con el cuerpo, bloquear sus intentos de escape y hasta chantajearla para que se quedase quieta y ni aún así, conseguía que la chiquilla se sometiera al baño.

-Si no te quedas quieta, tendré que pedirle a Hatsuhiko que te sujete… ¿y no querrás que un hombre te vea desnuda, verdad? –amenazó la sirvienta para que la niña se calmase de una vez-.

Isono se detuvo en seco mientras inflaba los mofletes mostrando si indignación, sin embargo, dejó que Nanami la terminase de bañar. Frotó con energía la planta de los pies, la espalda y rascó con fuerza aquella abundante melena carmesí. Nanami casi sentía lástima por la criatura, no lograba imaginar cómo había sobrevivido siendo tan pequeña en un lugar como el Rukongai. La secó y la vistió con uno de los kimonos viejos de los sobrinos de Kagetsu hasta que fueran a la mañana siguiente en busca de ropa adecuada para ella. La sacó al jardín para peinarla y al mismo tiempo, la visión de un espacio más amplio calmase sus excitados nervios.
Isono movía los piececitos tarareando alguna extraña canción mientras las manos de la diestra Nanami desenredaban aquella marabunta de pelos y nudos.

-Nanami-san, ¿dónde está Konoha? –preguntó la niña mirándose las manos, jugueteando despreocupada-.

-Bueno… eso es complicado, I-chan. La pequeña Konoha lleva mucho tiempo sin estar en casa y no va a volver. Tal vez deberías preguntarle eso a Kagetsu, ¿no te parece? –sugirió la mujer, tomando un papel más condescendiente-.

-¿Acaso se ha muerto?

***

Chizuoka parecía a punto de desmayarse. Takeshi, exaltado por su alarde de bravuconería hizo amago de seguir replicando cuando el otro hermano, hizo su aparición en todo aquel intercambio. Tranquilo y contenido, el segundo en la línea de sucesión, alzó una mano para calmar el ambiente.

-Takeshi, cálmate. Tu hermana tiene razón como siempre –comentó con languidez como si aquello no fuese asunto suyo-. Nuestro hermano mayor está en todo su derecho al hacer uso de sus privilegios al traer a esa niña a casa. Pero no debemos avasallarlo así, las preguntas han de fluir lentamente y con razones que encaucen su sentido. Además, la muchachita es muy joven y no es digno de una familia como la nuestra, que se sienta agraviada estando en la más dulce etapa de su vida.

Kagetsu contempló con calma a su hermano. Nobu siempre fue un hombre calmado y de palabra enrevesada, pero a él no había forma de engañarlo, no después de tanto tiempo bajo el mismo techo y al igual que Takeshi, sabía de que pie cojeaba. Nunca hablaba si no tuviera nada importante que decir.

-Es muy tarde, hermanos míos. Dejemos este asunto hasta mañana –añadió Chizuoka menos pálida por los sobresaltos-. Lo hecho ya no tiene solución, debemos pues esperar a que el tiempo decida si ha sido una buena elección.

Nobu y Takeshi se marcharon de la sala en cuanto su hermana les permitió abandonarla, dejando a Kagetsu solo ante el difícil panorama que se le avecinaba.

-Será mejor que les expliques tus razones, hermano. Sabes que no desistirán fácilmente, siempre fueron niños complicados –comentó Chizuoka recogiendo el té derramado-. Si tienes planes para esa niña, será mejor que los compartas con nosotros. Somos tu familia y si en algo nos respetas, nos debes tus razones. Por cierto ¿cómo decías que se llamaba?

La mirada gris de Kagetsu se detuvo en su hermana, calmada y fría. Nunca fueron los mejores hermanos pero Chizuoka siempre tuvo algunas palabras de ánimo para él en los momentos más complicados. Su deuda con su hermana no era tan grande como para deberle razones, ni siquiera comprendía, con el paso de los años, como el dolor no se había desvanecido. La distancia que había entre ellos se hacía cada vez más y más grande, insoldable e imposible de sanar. Chizuoka vivía en su particular mundo y él, en el suyo.
La mujer cogió las tazas e hizo amago de marcharse ante el extenso silencio de Kagetsu.

-Isono –respondió-. Se llama Otsuka Isono.

***

El hueso estaba completamente pelado, incluso se le veían las estrías. Nanami le limpiaba la boca antes de que se le ocurriera llevarse la manga del kimono a aquellos labios pringosos por el jugo del melocotón. Después, de un salto, Isono se lanzó a la oscuridad del jardín, regresando con una piedra en la mano.

-¡Isono! No te ensucies y tira esa piedra –refunfuñó la mujer enarbolando el brazo en ademán amenazador-. Vamos, tienes que irte a dormir.

-Nanami-san, ¿sabías que dentro del hueso hay una semilla? –preguntó la niña mostrándole el hueso marrón, limpio-. Si rompo la cáscara encontraré la semilla y de ella brotará un enorme melocotonero más grande que el árbol del patio.

La expresión de Nanami mostraba su incredulidad. Observó como la niña se machacaba el dedo intentando atizar el hueso de la fruta hasta que un sonoro y convincente chasquido, la obligó a mirar de nuevo. Exultante ante su triunfo, Isono levantaba la semilla como si el mundo entero estuviera mirándola.

-Ahora, tienes que plantarlo y darle agua –le indicó Nanami acercándose a ella-. ¿Dónde quieres que crezca, I-chan?

-Aquí, justo aquí –señaló la niña en un montón de tierra cerca de un segmento de la casa-.

Escarbó con las manos pese a las protestas de Nanami para que dejase de hacerlo, pero la chiquilla no la escuchó. Apenas obtuvo dos palmos de profundidad, Isono introdujo la blanquecina semilla y la ocultó bajo una capa de tierra. Acto seguido, corrió a la cocina y trajo un cuenco con un poco de agua que vertió sobre la tierra removida.

-¿Contenta, saco de pulgas? ¿O vas a hacer alguna trastada más antes de irte a dormir? –inquirió Nanami ofendida al ver donde quedaban sus esfuerzos-.

-Ya está –afirmó Isono sin haber oído nada de las quejas de la sirvienta-. Desde hoy mismo, este va a ser mi lugar favorito de la casa –anunció triunfal-. He pensado que voy a ponerle un nombre… No está bien que un melocotonero gigante no tenga como ser llamado, así que he decidido que va a llamar Konoha.

Desde el pasillo, Kagetsu contemplaba a las dos enfrascadas en aquella trivial conversación de árboles y trastadas. Llevaba un rato allí, mirando a la pequeña moverse de un lado a otro mientras una parte de sí mismo se elevaba por encima de sus pesares y miserias, hacia la copa de aquel gigantesco árbol de melocotones.
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Mensaje por Otsuka Isono Vie Feb 25, 2011 8:22 am

OFF: Chapter 4




-Cuando Golondrina vivió más de cien estaciones-

Hojas cobrizas flotaban en el aire en una lenta y parsimoniosa caída, flotando como las semillas del diente de león después de que el viento las hubiera azotado. Una delicada lluvia de hojas de cobre caía sobre el jardín inundando el suelo con un suave manto de tonos rojizos, dorados y castaños; paisaje perfecto para dar rienda suelta al frenesí del medio día y revolcarse entre las hojas. La miraba felina de Isono contemplaba con agitación aquel nuevo patio de recreo, ensimismada ante aquel mullido suelo lleno de hojarasca tan apetecible y tentadora; pero sabía que si se movía lo más mínimo, Kagetsu le llamaría la atención. Estaban sentados en el pasillo exterior del dojo, ejercitando lo que su padre llamaba “sosiego” y llevaban así desde que terminasen las lecciones a media mañana. Durante ese tiempo Kagetsu se sentado a su lado y permanecían en silencio, sin poder moverse mientras ella no terminase de comprender lo que significaba permanecer tranquilo.

Sus deditos se agitaban como si tuvieran hormigas devorándole los pies, extendiéndose velozmente por sus piernas; estaba cansada de mirar que nada sucediera, sin moverse ni hablar, quería estirar las piernas y correr por el jardín, perseguir a Hatsu mientras lo incordiaba. Se aburría enormemente.

Resopló.

-El silencio es el más fiel compañero de la paciencia, querida mía; si no aprendes a escuchar y mantener ese nervio a raya, puedo asegurarte que en unos años, lo pasarás mal –murmuró Kagetsu con los ojos cerrados y el rostro apacible-. La sabia paciencia es la madre de todos los logros, incluso de los que parecen más distantes; es la guía incansable de la constancia y la disciplina, de la consecución…

-Es que me aburro… -musitó la niña haciendo morritos constreñidos, dejándose caer de espaldas para patalear a gusto, quejándose de lo tedioso de ese ejercicio: Kagetsu la sujetó con firmeza y ternura por la nuca con una mano y la alzó hasta tenerla sentada de nuevo; la chiquilla volvió a resoplar-.Pfff…

Y así se sucedían las tardes y los días en la vieja casa de los Otsuka. Aunque los primeros meses estuvieron llenos de dificultades y no pocas discusiones, escapadas y riñas, Kagetsu consiguió casi a regañadientes que la niña fuera una más en aquel cerrado círculo familiar. Los días pasaban inexorablemente en un trascurso continuo de noches y amaneceres, mientras la vida familiar se desencadenaba poco a poco en una silenciosa y tensa rutina, fruto de los desacuerdos no resueltos en días pasados. Sin embargo, la pequeña Isono creció en una firme y sólida burbuja lejos de las tensiones de los adultos; disfrutando de cosas que jamás creyó que tendría, no teniendo que buscárselas para cenar y jugando sin peligro a recibir duros golpes. La infancia de Isono fue indolente, pues Kagetsu bien se había afanado en evitar que la niña viviera las discusiones y problemas del seno de la familia, siempre dispuesta a protestar por una u otra razón. Había demasiados asuntos que llevaban generaciones sin resolverse, que se habían emponzoñado con el paso del tiempo y abrían un abismo cada vez más complicado de salvar. Por alguna razón, los hermanos de Kagetsu veían en aquella niña una amenaza; algo que les revolvía las entrañas y hacían que desconfiasen de la más mínima sombra. Sin embargo y pese a los recelos, ninguno osó acercarse a la cría, no mientras Kagetsu estuviera cerca; ni siquiera cuando el azar se torcía y era el jovencísimo Hatsuhiko el que custodiaba la niña.
Movido por los recelos de sus hermanos, Kagetsu depositó mayores esfuerzos en el férreo adiestramiento de aquel adolescente espigado y sin gracia con el fin de dotarlo de una mayor destreza con el fin de proteger a su hija adoptiva. Hatsu, quien no terminaba de ver a la pequeña Isono como una buena idea, aceptó sin rechistar entregándose con fervor a los duros entrenamientos con su señor. Sabía que depositaban en él una responsabilidad más grande lo que le hubieran contado; su sentido del deber no podía rechazar semejante labor, ni siquiera cuando se sentía el objetivo de todas las bromas y travesuras de aquel demonio rojo.

Las estaciones continuaron avanzando de la misma forma que Isono. Sus pequeñas manos aprendieron a empuñar una espada mientras Hatsu comenzaba a dominar una disciplina rigurosa, bajo la eterna vigilancia del líder del clan. Kagetsu se afanaba con ellos, tal vez de cara a un futuro incierto, o quizás porque conseguía evadirse de las miserias heredadas mientras aleccionaba a esos dos verdes tallos de bambú. Fuere como fuere, consiguió inspirar a ambos, convertir del zanjutsu no sólo un divertimento sino una pasión; hasta la inquieta Isono comenzó a calmar su agitado nervio con tal de que su padre no la echase del dojo, hecho que sucedió innumerables veces. El tiempo pasó inalterable para aquellos tres minúsculos personajes, cuyas mañana y noches se sucedían lentamente.

Con cada amanecer, Isono despertaba ansiosa por asir su pequeña réplica de madera, alzarla y controlarla, hacerla bailar en el aire tibio del dojo y dejarse llevar por los pasos que mil veces había repetido. Ya no era necesario que Kagetsu la amonestase por su mal comportamiento, ni necesitaba insistirle para que lo escuchase; incluso cejó en su intento por enloquecer a Hatsu; la pequeña comenzaba a crecer, echando sólidas raíces en el atribulado suelo que pisaba. Hasta el día fatal en que el viejo Kagetsu se dio cuenta de que ya no era una niña.

***

Nanami se afanaba por terminar de preparar la cena; los señores esperaban como siempre en la sala principal; ya no estaba tan joven como para ir tan deprisa. Sus laboriosas manos iban tan rápido como podían mientras vigilaba las ollas en el fuego y observaba de reojo la quietud de aquella jovencita. Comenzó a servir la cena cuidado cada detalle, para luego llevar cada bandeja al salón donde estaban los Otsuka y los cuatro hijos de Chizuoka sumidos en un riguroso aire de solemnidad. Al regresar a la cocina, ella seguía allí sentada. Mostraba un talante serio, con las cejas levemente fruncidas; llevaba un yukata azul celeste y un parco obi de color blanco y rojo; el abundante cabello rojo caía sobre su espalda recogido en una holgada coleta. Los oscuros ojos de la sirvienta la observaron con atención, sopesando qué le sucedía esa vez.

La burbuja que una vez la había protegido se había roto; la niñez la había abandonado y ahora, a mitad del camino a la madurez, comenzaba a sentir como éste se empinaba y se llenaba de obstáculos. Pese a sus esfuerzos por mantenerse animada había días en los que se hundía; veía cosas de las que antes no se hubo percatado, detalles en cada rincón de la casa que la hacían sentirse una completa intrusa. Nanami se esforzaba por hacer de su estancia lo más apacible; la sentía suya después de haberla criado y como una madre, no quería que la muchacha sufriera. Por ello, le permitía estar cobijada bajo la seguridad de sus cocinas. Pese a que esa quebradiza seguridad no fuese a durar para siempre, ni siquiera Kagetsu podía ofrecerle tanta calma como solía hacer siendo una niña.

Nanami la observaba apoyada sobre una de las mesas bajas donde normalmente se preparaba la comida antes de llevarla a los fogones. Sobre una esterilla preparaba con cierto descuido el arroz y el sushi con que el debía hacer un largo rollo que luego debía cortar. La contemplaba con cierta aprensión, mientras los dedos de la muchacha se movían de un lado a otro.

-Se comportan como niños caprichosos, Nana. No comprendo como siendo tan… tan… No lo entiendo –murmuraba la muchacha, manipulando con dejadez los rollos de sushi ya listos para cortar que iban a ser su cena y la de la ama de llaves-. ¿Tan malo es que me dejen comer con ellos? Que yo sepa no tengo nada contagioso; además me baño más de una vez al día.

-También sudas más que ellos, I-chan. No sé cuantas veces te he dicho que las señoritas de tu clase no cogen espadas que les encallezca las manos, ni sudan como condenados mulos, ni tienen la piel plagada de moratones –replicó Nanami limpiando varias piezas de pescado-. Sabes que miran con ojo agudo cada gesto que haces y pese a saberlo, lo ignoras por completo. Y luego tendrás el valor de decir que no comprendes nada.

-¡Nana! El tema de discusión no soy yo, sino ellos. ¡Ellos! –refunfuñó la muchacha apoyándose sobre la mesa con ambas manos, habiendo dejado caer el cuchillo y la esterilla-. No trates de desviar el tema… Sé que nunca me han querido aquí, pero no lo han logrado porque mi padre es quien toma las decisiones. Si hubieran podido, jamás habría pisado esta casa.

-Eso es porque tienes la boca muy grande y no dices más que insensateces. Una mujer no habla como los hombres, ni se comporta como si todo estuviera al mismo nivel; cosa que haces continuamente –se oyó al otro lado de la puerta, junto al jardín trasero-. Si fuera un poco más inteligente, te habrías dado cuenta de sus consecuencias.

La silueta vaga de un hombre asomó por la puerta al tiempo que se quitaba las sandalias, que dejó bajo la tarima sobre la hierba del jardín. Vestía un hakama marrón oscuro junto con un keikogi negro, sobrio y austero; llevaba el cabello negro como la noche por encima de los hombros, algo desigual. Tomó un paquete envuelto en tela antes de alzarse. Debía rondar el final de la veintena pero parecía mucho más mayor; lucía unas leves ojeras marcadas por finas arrugas, sus ojos grises mostraban cansancio y severidad. Dio un paso adelante, entrando en la cocina donde dejó el paquete sobre una de las mesas donde trabajaba Nanami. Acto seguido se dejó caer como un saco sobre las escaleras que daban pie a la zona de trabajo de la sirvienta.

-Estoy molido… -murmuró con voz cansada, rascándose los ojos como si quisiera enfatizar su agotamiento-.

-Pues ve a morirte a otro lado, Hatsu –masculló Isono molesta por su participación en la conversación que mantenía con Nanami-. No sabes ni la mitad de todo esto. Para ti es sencillo hablar: padre te requiere todo el tiempo o te quita de en medio en pos de otras tareas, pero no soportas los desplantes injustificados de media familia.

-No, por supuesto que no… Sólo soy el protector de tu padre, un miserable al que acogieron por obligación –dijo el hombre con sarcasmo-. Por supuesto que no sé lo que es eso… En absoluto… ¡Por Dios, Isono, cierra esa bocaza!

La joven se alzó sobre la mesa hecha una fiera, dispuesta a encararse con aquel hombre con quien tantas veces había entrenado.

-¡Repíteme eso, imbécil! –le espetó airada, aproximándose a donde estaba el hombre-. ¡Vuelve a decirme eso si eres capaz!

-¡Cierra el pico, mocosa! –gruñó Hatsu terciándose al enfrentamiento-. Si quieres, puedo decírtelo una vez más, por si no te ha quedado claro. ¡Apártate de mi vista, princesita malcriada!

La muchacha se lanzó sobre el cuello del hombre, que pese a todo no había esperado que se atreviera a llegar a más. Los dedos de la muchacha se cernieron sobre el cuello de su camisa, volcando todo su peso encima de él, para acto seguido golpearle contra el suelo repetidas veces. Sin saber muy bien como reaccionar ante ella, su pie se deslizó por entre sus piernas, empujando hacia fuera una de ellas. Isono resbaló y clavó la rodilla sobre uno de los escalones, soltándose al instante de su cuello. Al incorporarse, se llevó una mano a la rodilla con expresión dolorida.

-¡Por todos los malditos demonios de este mundo! –maldijo Nanami al percatarse del altercado; se encaró con ellos-. ¿Qué diablos estabais haciendo? Es vergonzoso, verdaderamente vergonzoso. Una señorita no va buscando gresca como si fuera una fulana, ¿me oyes? Ya tienes una edad en la que deberías aprender a controlarte, no puedes ir por ahí así –masculló dirigiéndose hacia Isono; con gesto enérgico, señaló al instante siguiente al hombre-. ¡Y tú!¿Acaso has olvidado tus obligaciones? ¿Eres tonto? ¡No vuelvas a ponerle una mano encima a la hija de tu señor! ¿Me oyes? Si veo que algo así sucede, te juro Najikina Hatsuhiko, que te cortaré yo misma esas manos.

Y acto seguido, se marchó de nuevo de la estancia cargando con una bandeja llena de comida, dejando a los dos solos en mitad de un tenso silencio. Isono se acariciaba la rodilla por encima del kimono, mirando con expresión hosca al vacío. A una distancia prudencial, Hatsu permanecía con los hombros hundidos, colocándose correctamente el keikogi mientras dirigía miradas intermitentes a la muchacha. La conocía demasiado bien como para saber qué demonios le pasaba por la cabeza; ella no era así de brusca ni tan impertinente. Imaginaba que era de esos días en los que los Otsuka le ponían las cosas especialmente complicadas y pese a los esfuerzos de su padre, Isono aún tenía demasiado que aprender para sobrellevar esas situaciones.

-No deberías darle más importancia al asunto, I-chan –comentó el hombre dirigiéndole una mirada algo elevada, pero tranquila habiendo olvidado el roce de segundos antes-. Tienes mejores asuntos de los que preocuparte, en lugar de darles una importancia que no merecen. Deberías centrarte en lo que realmente es importancia: en Kagetsu-sama, en tus lecciones; eso es lo que se te ha ofrecido y debes aprovechar.

Los extraños ojos de la muchacha se posaron un instante sobre la figura del Hatsu; siempre era igual, una de cal y otra de arena. Entendía lo que el hombre quería decirle, pese a lo complicado que le resultaba asumirlo y darlo por válido. Sentía su presencia cada vez menos deseada en aquella casa; la hostilidad que algunos miembros de la familia le profesaban eran puñales sobrevolando su cabeza constantemente. Kagetsu la había cuidado y mimado en exceso: recibía las lecciones de espada anteponiéndose a los hijos de Chizuoka, tenía una habitación propia, kimonos y hasta sus propias espadas; recibía una pequeña asignación para cuando quisiera darse un capricho y podía salir y entrar de la casa cuando quisiera; a cambio, sólo se le pidió disciplina y constancia. Su situación, frente a la envidiosa Chizouka era a todas las vistas, mejor que la de sus hijos, parientes de sangre de Kagetsu. El hermano menor, tTakeshi tampoco llevaba muy bien su estancia. Al frente de los negocios familiares, no le gustaba rendirle cuentas ni a su hermano, ni profesarle respeto a ella.

-Empieza a comer –le dijo Hatsu, tendiéndole el bol de arroz junto a otros pequeños platos que Nanami había dejado dispuestos en otra mesa;, preparó también su sitio junto a la mesa-. Sama estará ocupado con sus hermanos, así que tendrás que seguir conmigo la clase de hoy. Más te vale que comas, no pienso comedirme lo más mínimo.

Isono comió despacio, dando buena cuenta del almuerzo junto al silencioso Hatsuhiko. La tarde continuo en el dojo enfundada en el hakama, aguantando los contundentes golpes de Hatsu; corrigiendo sus pies mientras la tarde pasaba lentamente y el cielo se teñía de bronce.
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Mensaje por Otsuka Isono Mar Mar 01, 2011 4:35 am

OFF: Chapter 5


-Cuando Golondrina se guardó bajo el melocotonero-

-¡Sube la guarda! La posición de los brazos no es la adecuada; tienes que flexionar un poco el codo enfilando la punta hacia arriba, como si desearas enfrentarla al vacío delante tuya, pero no así. En lugar de un desafío, parece que te pesa demasiado la espada –protestaba Kagetsu corrigiendo la postura de Isono-. Sujétala. Vamos, pie derecho al frente; busca el equilibrio y acomoda el peso de su cuerpo sobre los pies. Espalda recta y brazos flexionados… ¡He dicho flexionados, Isono!

El gruñido de Kagetsu resonó en toda la estancia; un bramido amenazador más que el denso aguacero que caía desde buenas horas de la mañana. Furioso y frustrado, iba de un lado a otro del dojo, murmurando. Ni siquiera Hatsu tenía las agallas suficientes para comedir a su maestro en semejante estado; permanecía quieto cual estatua a escasos metros de donde estaba la muchacha, observando el rostro rojo de rabia del anciano y la temerosa mirada de Isono. Había sido una mañana muy dura. Hatsu había preparado a la chica desde tempranas horas mientras su mentor aparecía, pero cuando lo hizo supo que algo no iba bien. Parecía como si la lluvia misma le molestase en los oídos. La lección estaba siendo particularmente exigente y dura, tanto que él hacía rato que dejó de participar. Kagetsu lo había sacado del entrenamiento y ahora era Isono, quien debía soportar aquel ponzoñoso estado de ánimo. Durante las primeras horas Hatsu se había enfrentado a la muchacha, que sin demasiada suerte había sido el blanco de todos los golpes pese a sus esfuerzos por evitarlos. Kagetsu estalló en ira al ver como su hija no lograba bloquear los golpes y desde entonces, no hacía más que corregirla.
Hatsu era consciente de que algo rondaba por la cabeza de Kagetsu para comportarse así, de lo contrario se habría percatado de la gracia de su hija en sus movimientos y su velocidad, hechos que se haberse fijado le habrían dado una idea de porqué la muchacha no lograba bloquear sus golpes. Sin embargo, su maestro estaba demasiado obcecado en corregirla pese a todo. Al final, cuando vio que Isono no respondía se marchó hecho una fiera fuera del dojo.
Lejos de la vista de su padre, la muchacha arrojó la espada de kendo al suelo, frustrada por el esfuerzo, agotada por la reprimenda. Se deshizo de los protectores tan rápido como se quedaron solos, dejándose caer al suelo extenuada. Sin mediar ni un a palabra, Hatsu se dirigió a uno de los armarios donde guardaban vendas y ungüentos para sanar los morados y pequeñas heridas.
-Deja que te eche un vistazo –dijo Hatsu sentándose a su lado mientras sacaba un rollo de vendas de lino y un tarro de arcilla cerrado-.
Isono dejó que Hatsu la inspeccionase, silenciosa. Notaba las manos del hombre examinarle los brazos, afanarse con las vendas alrededor de sus pies enrojecidos y comprobar que movía bien los hombros. Hacía un movimiento circular lento con el hombro izquierdo cuando una punzada de dolor hizo que encogiera el brazo. Hatsu, igualmente en silencio deslizo el cuello del keikoji hasta ver el hombro, que ligeramente inflamado y tiznándose de morado había recibido la mayor parte de los golpes. Untó con cuidado un poco de pomada antes de vendarlo para limitar el movimiento, al menos hasta la mañana siguiente. Sus manos se desplazaban con soltura alrededor del cuerpo de la chica, ajeno a lo demás, concentrado en lo que estaba haciendo, casi de forma automática. Rozó sin darse cuenta, parte de la piel suave y aterciopelada de la chica; dirigió una mirada extrañado ante el extraño roce. Vio la sutil prominencia del pecho y se sonrojó.
“Esto… esto no estaba aquí antes… ¿Desde cuando…?” pensaba Hatsu habiendo retirado la mano. Durante un segundo se quedó congelado. Había conocido a alguna mujeres en los últimos años, pero… ¿desde cuándo Isono era una mujer? Aquel pensamiento lo turbó. La muchacha seguía abstraída en algún pensamiento; tanto que no se percató del rubor que cubría el rostro de aquel hombre.
-Esto ya está listo –farfulló poniéndose en pie-. No muevas demasiado el brazo en lo que queda de día ni duermas sobre él.
Hatsu se apresuró en ir a guardar la bolsa en el armario, cuando la voz de Isono lo detuvo en seco.
-¿Qué le pasa, Hatsu? –inquirió la muchacha, levantándose del suelo entarimado-. No soporto que esté así… No me gusta cuando tratan de asfixiarlo…
No supo que decirle. Esperó a que hubiera salido de dojo para cerrar la puerta con llave, pero no supo como darle algo de consuelo. Isono no era una niña, y más que nunca era consciente de los malos humos que habitaban la casa. No debía llevarlo demasiado bien, más cuando su único pilar en la casa era el hombre que no había hecho que amonestarla durante el día. Esa noche, la muchacha se refugió en su habitación antes de lo normal.
***

El sol comenzaba a despuntar por encima del muro que rodeaba la casa. El silencio, distendido y perezoso indicaban un día sin responsabilidades, de distensión. Isono llevaba largo rato despierta tumbada en el futón, cubierta hasta la nariz por las mantas; sólo cuando comenzó a notar un molesto cosquilleo en la espalda se dignó a abandonar la cama. Sólo Nanami estaba despierta. Tras desayunar pescado y arroz, la muchacha se plantó sobre el pasillo exterior del jardín, estoica como un árbol; vio a Hatsu salir por la puerta acompañando a los tres varones de los Otsuka, mientras los pasos de los hijos de Chizuoka resonaban por los pasillos. Iba a ser un día muy largo.
Volviendo sobre sus pasos, la muchacha todavía vestida con el yukata blanco que usaba para dormir topó de frente con la hermana de su padre. Los ojos negros y perezosos de Chizuoka la observaron durante unos agónicos segundos, escrutando a la joven de la que tanto hablaban en la casa. No podía decir que fuera una muchacha cualquiera, parecía que Kagetsu la había escogido a propósito. Un poco más alta que ella; parecía ágil y dotada de cierta gracia en sus ademanes; además, se notaba que no había parido cuatro hijos, de lo contrario no mantendría esa figura esbelta y el vientre plano, ni tendría el pecho terso. Chizuoka entrecerró los ojos disgustada. Giró sobre sus talones haciendo crujir la tela oscura de su kimono.
-Cuando las niñas terminen de desayunar vamos a coser… por una vez estaría bien que aprendieras algo útil, en lugar de sujetar ese palo. Cuando te cases y formes una familia no podrás cuidar de ellos con una espada en la mano; tu esposo no sabrá guisar ni hacerse cargo de la casa… Empieza a comportarte como una dama, recuerda que es lo que eres, Isono –comentó antes de dirigirse a la sala contigua a la cocina, donde sus tres hijas y su único hijo varón desayunaban-.
Los cuatro la miraron en cuando puso un pie en la sala. Chizuoka había enviudado al poco de haber tenido a su última hija, momento en que regresó al cobijo de la familia. La única niña de los Otsuka era una madre sobreprotectora y recelosa, que mantenía a sus hijos en un orbe de cristal lejos de cualquier cosa que pudiera hacerles daño. Ni siquiera los mayores pisaban el exterior si no era necesario. Keiko e Hitomi tendrían la misma edad que Isono, pero no se relacionaban con ella. Masako no se despegaba de sus tíos mientras que Hitomi prefería la presencia severa de su madre. Isono sabía que Hitomi la destestaba; apenas se cruzaban por el pasillo éste le dirigía una mirada furibunda mientras cuchicheaba con sus hermanas menores a las que inculcaba sus mismas costumbres. Nanami le había contado en más de una ocasión que le tenía envidia, no sólo por ser la favorita de su tío Kagetsu sino por todo lo que tenía. Hitomi era quien le hacía la vida imposible cuando su madre no estaba delante.
La idea de ir a coser con ellas se le atragantaba. Soportar a esas mujeres en una misma habitación mientras era la diana de sus enfados, hacía que se le revolviera el estómago. Además, tampoco le gustaba la costura; remendar paños en silencio no era algo por lo que hubiera pagado, ni pagaría. Cabizbaja, Isono aguardó a que el desayuno hubiera llegado a su fin para arrastrar los pies hacia una de las dependencias que había ocupado en la casa. Era un salón espacioso y luminoso con dos puertas: una daba al jardín interior donde estaba el roble y la otra a uno de los laterales de la casa. Las paredes de un tono similar al papel de arroz envejecido junto con las puertas de madera de nogal y hermosos dibujos de árboles y garzas, daban a la estancia un aire acogedor. Disponía además, de varios muebles y una mesa también de nogal. Chizuoka la invitó a tomar asiento a su lado, otorgándole el honor de compartir sus lecciones; le entregó varios sobrantes de tela de diversos colores, una aguja y una madeja de hilo.
-¿Sabrás hilvanar una aguja, verdad? –preguntó condescendiente-.
-Sí…
Hitomi cogió sus útiles de un caja de madera y sin mediar una palabra, comenzó a coser. Las dos pequeñas, de unos doce y siete años esperaron a que su madre les diera lo que necesitaban antes de comenzar a pelearse por los colores de los paños. Chizuoka las reprendía con paciencia, explicándoles como hacer los puntos. Parecía otra persona totalmente distinta, o al menos así le pareció a Isono, observando como dirigía miradas indulgentes a las dos pequeñas. Tal vez la hermana de su padre no fuera tan mala como le había parecido; quizás, no debería haber renegado tan pronto de la familia y había pecado de desconfiada.
-Mamá, este color no me gusta… -comentó Aya, la más pequeña con sus ojazos oscuros y su boquita de piñón; era una niña preciosa, de piel blanca y cabello como la noche, de palabra dulce y gestos ingenuos-. Keiko, ¿me lo cambias por ese? Es que este no me gusta; me gusta el rosa… ¿Me lo cambias, Kei-chan?
Keiko, de ojos rasgados y melena castaña se dedicó a mirar con indiferencia a su hermana, dirigiéndose de la niña al paño de hito en hito decidiendo si el cambio le resultaba provechoso.
-Ese color tampoco me gusta. Dile a Hitomi que te lo cambie –concluyó centrándose de nuevo en sus remiendos-. O peor, dile a Isono que te dé el suyo. Ella tiene un paño rosa y más bonito que el que tiene Hitomi.
-Sí, Aya pídeselo a Isono –sentencio Hitomi con el ceño fruncido-.
La pequeña Aya miró entonces a una enajenada Isono.
-¿Me cambias el paño… Isono? –preguntó casi temerosa, al tiempo que le ofrecía ese que no le gustaba-. Te lo cambio por este… Es que el color este no me gusta… Me gusta el rosa…
La manita regordeta de la niña se estiró para darle el trozo de tela que tan poco le gustaba, inclinándose sobre la mesa para poder estar al alcance de Isono. La muchacha, intimidada por las miradas de las dos hermanas cortó la distancia para que la niña no perdiera pie.
-Claro, Aya-chan –respondió; la niña la miró con ojos brillantes mientras sus mejillas redondas se ruborizaban-. Tengo otro rosa, es más oscuro. ¿Te gusta?
Aya casi chilló de alegría al ver que conseguía los colores que le gustaban y al final, terminó sentándose al lado de Isono, entusiasmada. La pequeña amenizó con su parloteo constante el tenso silencio de la sala, hablando de cualquier cosa. Su madre, vigilante, miraba de vez en cuando como si no terminara de fiarse de aquella peculiar amistad que su hija acaba de encontrar en la distante Isono. Nobu y Takeshi estaban disgustados con Kagetsu por la presencia de la muchacha a la que idealizaban como el perfecto estorbo familiar; sin embargo, no veía semejante cosa. Aunque cohibida y algo temerosa, Isono parecía tener más paciencia con la pequeña que sus propias hermanas. La observaba absorta en sus cavilaciones sin percatarse de la mirada que la muchacha había posado en ella. Sus ojos esquivos iban de la mesa a sus manos, y de ahí a ella.
-Ehm… no sé como hacer esto… -dijo mostrándole un trozo de paño deshilado justo por donde tenía que unirlo a otro-.
Chizuoka sintió la tentación de darle un desplante, regañarla por no saber algo que incluso su hija menor sabía hacer, pero no salió ni una sola palabra hostil de sus labios. Tomó la tela y la aguja de las manos de la muchacha de forma que pudiera ver lo que iba a hacer. Y durante un segundo, como si fuera una más, le enseñó a hacer el remiendo, paciente e indulgente. La mañana transcurrió tranquila. Isono permaneció en compañía de Chizuoka y sus hijas hasta que escuchó a su padre y a los demás llegar, justo cuando la señora dio por finalizada la lección de costura.

Isono, seguida por una incansable Aya fue a recibir a su padre. Kagetsu le sonrió al verla en mitad del pasillo, por delante de sus dos hermanos y Hatsu, quien con rostro fatigado evitó mirarla. El cabeza de familia la sujetó por uno de los hombros y la guió hasta el patio trasero.
-Hazme un poco de compañía, hija –pidió con voz cansada-. Ha sido una mañana dura. ¿Qué has estado haciendo sin nosotros?
-¡Ha estado cosiendo conmigo y mamá, Oji-san! ¡Y me ha dado sus paños de color rosa! ¡Y le he enseñado a unir dos paños!¡Y hemos cogido un melocotón del árbol y nos lo hemos comido! –se apresuró en responder la pequeña Aya, quien como un pollito los había seguido-. ¡Y mañana vamos a ir comprarme un kimono nuevo, y I-chan vendrá con nosotras!
-Parece que habéis estado ocupadas… ¿Ha ido todo bien? –volvió a preguntar Kagetsu-.
-Sí, no te preocupes –respondió Isono; sabía que las respuestas de la niña habrían podido despertar la preocupación de su padre-. No sabía que hacer y Chizuoka-san me invitó a pasar la mañana con ellas… No podía decirle que no…
El anciano asintió con un gesto de cabeza. Los tres se dirigieron entonces al silencioso dojo; tomando un manojo de llaves, cada una con un grabado distinto, Kagetsu abrió la pesada puerta de madera. La luz se colaba por los altos ventanucos dejando la espaciosa estancia en un estado de semi penumbra. La vocecita de Aya mostró su asombro al ver aquella sala en la que nunca había puesto un pie. Kagetsu e Isono, custodiada por Aya pasaron la tarde distendida y perezosa, hablando en la delicada penumbra del dojo; sentados frente al pequeño altar que presidía la estancia, dejando que las disputas al otro lado de la puerta no los molestase. Kagetsu se afanó en amenizar la tarde con relatos de viejos y olvidados guerreros, de cuyas espadas se hablaba como si fueran dioses que se habían quedado atrapados en la tierra de los mortales mientras dos pares de ojos se esforzaban por no perderle el hilo. Sólo cuando la voz de Nanami los llamó para la cena, abandonaron el dojo. Aquella noche, tranquila y perezosa, Chizuoka invitó a Isono a cenar a su lado.
***

-No me había percatado de ello, Hatsuhiko –contestó Kagetsu caminando al lado del protector de la familia-. Últimamente ha habido demasiadas tensiones con mis hermanos y no he tenido todo tiempo, ni la paciencia para fijarme en sus progresos.
-Pensé que debía comentárselo, Sama –repuso Hatsu en su habitual tono forma y neutro-.
-No, no… Te lo agradezco –afirmó el maestro cerrando la pesada puerta tras de sí; el jardín delantero apareció ante él con su vibrante verde primaveral-. Todavía me quedan muchos asuntos que solventar antes de poder estar tranquilo. Me reconforta saber que cuidas de mi hija, aunque yo mismo esté delante.
-Es… es mi deber, Sama –añadió habiéndosele cortado un poco el tono-.
Entraron de esta guisa en los aposentos de Kagetsu, amplios y luminosos; a diferencia de otros miembros de la casa, al hermano mayor de los Otsuka le gustaba el jardín trasero más que el principal, por lo que su habitación daba para allí. La habitación era sobria, decorada con parcos muebles de madera casi negra: un par de armarios, una mesa de té y un pequeño altar eran cuanto había. Sobre la superficie lacada del pequeño resguardado altar, había varias fotos de dos mujeres, una de cabello oscuro y rostro de porcelana, acompañado por la fotografía de una niña de melena abundante y negra, de grandes ojos felinos y mirada traviesa. Hatsu se permitió mirarlos un segundo antes de centrarse en su señor. Él nunca llegó a conocer del todo a la esposa de su señor, era demasiado pequeño para poder guardar un solo recuerdo; ni siquiera los tenía de Konoha.
Kagetsu lo invitó a sentarse junto a la mesa.
-Voy a enviar a Isono a la Academia de Shinigamis. Quiero asegurarme de que tiene un futuro cuando yo no esté presente y ser shinigami es la opción más viable –anunció el señor sin previo aviso-.
Los ojos grises de Hatsu se abrieron de par en par, sorprendido. Había algo que no le gustaba en todo el asunto pues Kagetsu nunca se desembarazaría de Isono sin una buena razón; es más, aquellas palabras habían sonado como un mal presagio como si la muchacha no tuviera un futuro en la familia.
-Es sólo para que pueda vivir sin depender de esto… He tomado muchas decisiones recientemente, decisiones que nos afectarán a todos cuando llegue el día. Por el momento están a buen cuidado, por lo que no molestarán; pero quiero salvaguardar mejor a mi hija –continuo explicando Kagetsu-.
-¡Sama! ¿Por qué va a alejar a su hija? ¿Qué es lo que teme? –preguntaba atropellándose consigo mismo, sin recato ni decoro-. No debe temer nada, estoy dispuesto a proteger a Isono-san de la misma forma que juré hacerlo con usted. No he fallado nunca en mi cometido…
-Lo sé, Hatsu, lo sé. Confió en tu lealtad más que en mi propia sombra, no dudo que sepas proteger a mi hija. Sin embargo, es lo que será. Isono entrará en la Academia dentro de unos meses cuando haya acabado su instrucción. Quiero que sea autosuficiente, Hatsuhiko –confesó Kagetsu con las manos apoyadas sobre la mesa, los dedos cruzados y la mirada determinada-. Dile a Nanami que esta noche cenaré en mi habitación, estaré ocupado hasta tarde.
El joven abandonó la habitación cerrando con cuidado al dejar la puerta a su espalda. No sabía muy bien como tomar aquella noticia. No es que Isono fuera en absoluto especial ni nada por el estilo, pero estaba demasiado acostumbrado a ella y desde luego, notaría su ausencia. ¿A quién iba a chinchar? ¿A quien iba a usar como saco para pruebas? ¿A quién iba a contemplar como un idiota en mitad del pasillo? ¿Cómo demonios iba a soportar no malgastar el aliento discutiendo con ella? ¿Cómo iba a no extrañar el olor que dejaba por los pasillos? ¿O el brillante color de su pelo? Observaba quieto como una estatua la ondulante melena rojiza que tenía delante, hipnotizado por el brillo y el suave vaivén que daban el movimiento de las piernas a su cadera. De repente todo se quedó quieto, incluso el aire. Sintió la verde mirada felina de la muchacha sobre sí mismo y como el rubor subía por su cuello. Durante un segundo no pudo apartar los ojos de aquella muchacha, incapaz de moverse o decir nada.
-Hatsu… ¿Hatsu? –inquirió Isono girándose hasta tenerlo de frente-. ¿Qué haces ahí parado? Nanami se va a poner hecha una fiera si tiene que volver a llamarnos a la mesa. Vamos.
La fugaz sonrisa de Isono lo embistió como un rinoceronte en estampida, obligándolo a seguir sus pasos, titubeante. Caminó hasta la cocina, donde la muchacha colocaba los platos de comida mientras la sirvienta salía con una bandeja. Isono iba vestida con un yukata color grana y pequeñas flores de cerezo en un tono blanco nacarado, junto a un obi del mismo color; no recordaba ese vestido nuevo.
-Te sienta bien ese color… -murmuró en voz alta al sentarse junto a la mesa-.
-¡Gracias, Hatsu! Qué amable por tu parte, ¿estás enfermo? –preguntó con una sonrisa divertida en los labios-. Hace unos días que fuimos con Chizuoka-san a comprarle un kimono a Aya, y me lo regaló. Es precioso.
Hatsu asintió distraído. Cuando vio a Nanami aparecer por la puerta no tardó en darle el recado del señor, sólo para darse la excusa de no mirar al frente. Comió deprisa, nervioso y alterado no sólo por la presencia de la muchacha, sino por los pensamientos que se le agolpaban en la cabeza. No podía permitirse semejante lujo.
***

La casa estaba en silencio. Las luces se habían apagado hacia un buen rato y reinaba la más absoluta calma. El melocotonero estaba florecido, aunque muchas de sus flores pálidas habían caído al suelo. Hatsu estaba sentado debajo de sus ramas, con la espalda pegada al tronco demasiado preocupado para dormir. No comprendía desde cuando le turbaba tanto Isono. Siempre había sido una niña, la hija del señor no una mujer y mucho menos, una mujer a la que pudiera acercarse. Sin embargo, la idea de no verla había hecho que todo ese caos floreciera.
Unos pasos, discretos y pequeños resonaron por las escaleras que conducían a la cocina; la puerta pareció abrirse pero se quedó a medio camino.
-¿Hatsu? –susurró una voz desde en entarimado-. Es tarde, ¿estás bien?
Escuchaba los pasos acercarse; de soslayo dirigió una mirada hastiada hacia los pies descalzos que se iban acercando.
-Deberías estar durmiendo… -masculló amargo, retirándose el pelo de la cara-.
-Tú también. Sólo he bajado a beber un poco de agua –respondió la muchacha acomodándose a su lado-. ¿Te encuentras bien? Has estado muy serio durante la cena, más que de costumbre.
Hatsu no respondió. Observó el pálido rostro de aquella joven con semblante abatido. Cuanta frustración le guardaba el camino largo y sinuoso de ahora en adelante; cuan complicada iba a ser la rutina y su sola presencia. Despreocupado, le pasó un brazo sobre los hombros y la atrajo hacia sí mismo.
-Muchas cosas van a cambiar I-chan, más de las que crees… Más de las que me gustarían –musitó; los ojos sorprendidos de la muchacha lo miraban fijamente. Tan cerca y tan lejos. Desplazó la mano hasta su nuca sintiendo la suavidad de su cabello y la atrajo hacia sí. Fue un beso perezoso y amargo, impregnado de resignación y sin embargo, tuvo la dulzura del deseo anhelado. Los titubeantes labios de la joven no correspondieron a su beso, aunque se dejaron acariciar; quizás demasiado confusa para reaccionar. Hatsu la miró-. Vete a dormir.
Y la alejó de sí.


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Padre Sol y Golondrina [Flashback] Empty Re: Padre Sol y Golondrina [Flashback]

Mensaje por Otsuka Isono Lun Mar 07, 2011 11:38 am

Chapter 6...



-Cuando Golondrina torció el camino-

Los días comenzaron a transcurrir lentos, casi agónicos. La primavera dio paso a un lánguido y tibio verano, cuyas noches eran invadidas por el canto constante de los grillos. Durante las largas mañanas, las puertas de la casa se abrían de par en par para refrescar el interior sofocante de las habitaciones; los pasillos se vieron invadidos por una súbita actividad de gente sentada cerca de los bordes hablando más que en todo el año restante; incluso por las noches las conversaciones se alargaban hasta la madrugada con el fin de no entrar en las habitaciones.
Isono sobrellevaba el verano como siempre. Por las mañanas y tardes, acudía a los entrenamientos con su padre y un cada vez más silencioso Hatsu; practicando en la asfixiante atmósfera del dojo, no sólo por el calor sino por la tensión. Ninguno de los dos había vuelto a dirigirse la palabra desde aquella noche extraña. Realmente, la muchacha no sabía como interpretarlo porque aunque la hubiera besado al instante siguiente la echó de su lado, sin más. Así que, se había impuesto una dura rutina hasta que llegase el día en que tuviera que comenzar la Academia. Su padre le contó pocos días después del incidente, sus planes para ella. Al principio acogió la idea con entusiasmo, que fue decayendo poco a poco hasta no ser más que unan labor corriente en su día a día. Ni siquiera los comentarios oportunos y fortuitos que oía en la casa hacían mella en su autoestima, demasiado confusa y abatida por el rechazo de Hatsu.

-¿No te agrada la idea de ser shinigami, Isono? –inquirió Kagetsu tras haberle dado un largo sorbo al té-. Últimamente no te veo demasiado animada ante la perspectiva y no dejo de preguntarme, si es que no te agrada en realidad el arreglo.
La muchacha agachó la cabeza.
-No es eso, padre… Me gusta la idea pero no sé, supongo que no estoy animada. No tienes que preguntarle el porqué, ni yo misma sé la razón –sonrió vagamente intentando disimular su embuste mientras jugueteaba con la taza de arcilla cocida.
Miró de reojo a su padre intentando averiguar si había pillado su mentira, pero en lugar de eso descubrió que la mirada con aquellos profundos ojos negros. Intimidada ante su reacción inesperada, Isono no sabía que hacer, si realmente debía contarle lo que sucedía o no; no deseaba volver a poner una mentira en su boca y menos frente a su padre. Sin embargo, Kagetsu le sonrió antes de volver a beber de su taza.
-Ven –dijo el anciano dejando la taza sobre la mesa de ébano de su dormitorio-. Hace tiempo que no entramos en la habitación de las armaduras.

La puerta, de madera de roble permanecía sellada por una de las cientos de llaves que cerraban algunas de las estancias de la casa. Un delicado cerrojo con el grabado de de cinco plumas enlazadas conformaban el misterioso sello que guarda uno de los pocos tesoros familiares. Kagetsu introdujo su respectiva llave y abrió despacio, dejando que la muchacha entrase primero y abriera la siguiente puerta corredera. La habitación, de papel ocre oscuro y sin ventana alguna que diera luz y calor, mantenía un fuerte olor a madera vieja, papel de arroz y años acumulados. Junto a las paredes que daban longitud a la sala, había ocho panoplias; cuatro a cada lado cada una portando una orgullosa armadura conjuntada propia de un samurai. Al final de la sala había un pequeño entarimado que lucía sobre él, no sólo el extenso árbol familiar sino dos conjuntos: uno oscuro, de pechera y placas tintadas de negro y cosidas con gruesos cordones de seda verde oscuro, el casco de los mismos colores destacaba por un cubreboca con la forma del mentón de un akuma, lacada y negra; la otra, era cobriza y brillante, sujeta con gruesos cordones ambarinos y verdes enlazados entre sí, cuya máscara a modo de tapabocas era igual a los finos labios de una mujer de mentón prominente y majestuoso. Una de ellas era visiblemente más pequeña que la otra.
La presencia de aquella estancia era sobrecogedora y peculiar, íntima y soberbia a partes iguales. Ambos se sentaron sobre el suelo sobre sus talones frente a las armaduras que presidían la sala, observando aquellas dos magníficas piezas de artesanía.
-Algún día tú tendrás una. Me encargaré de ello –afirmó Kagetsu mirándola condescendiente-. Konoha no llegó nunca a lucir la suya, y aunque sea una sóla vez, quiero que la lleves. Algo en apariencia tan inservible puede demostrarnos lo dura que se puede presentar la vida, Isono. No sabemos que nos depara el mañana; ni siquiera podemos vislumbrar lo que sucederá ante nuestros ojos al instante siguiente de nuestras palabras, pero está claro que sucederá, lo queramos o no.
“Quiero que estés preparada para lo ha de venir, Isono; y si por ello debo permitir que te alejes un tiempo, lo haré complacido. Ojala pudiera prometerte que esto seguirá como hasta ahora, en esta frágil calma; pero deseo ser prudente y salvaguardar nuestro futuro. Esta casa necesitará que alguien mantenga los pies sobre el suelo, que transmita lo que yo he hecho durante años. Estará bien alguien traiga algo de respeto y parte de su vieja gloria a los Otsuka –concluyó el anciano-. Esta sala es el recuerdo de nuestro pasado, un fugaz vistazo a lo que una vez fuimos. Gratificante pese a todo. No me gustaría que muriese.

La noche llegó a su fin cuando Kagetsu cerró de nuevo la puerta de aquella sala. Regresando a su habitación, descubrió a Hatsu en el jardín sentado sobre el entarimado, pero no le dijo nada. Subió las escaleras y dejó que un día nuevo apareciera.

***
-I-chan, ¿te gusta ese o éste? –preguntó Aya con su vocecita aguda, tirándole de la manga del kimono intentado atraer su atención-. Mira, éste tiene el obi rosa y también las flores. ¿Te gusta?
Pero Isono no prestaba demasiada atención. Aquella misma mañana y tras desayunar, Chizuoka le había propuesto que la acompañase junto a sus tres hijas a ir al Rukongai en busca de un kimono. Poco antes de dejar la casa, Kagetsu había insistido en que Hatsu fuera con ellas… por si acaso. Llevaban buena parte de la mañana en la misma sastrería escogiendo kimonos, probando y charlando de trivialidades. No había cruzado ni dos palabras, como si fueran dos completos extraños y eso era algo que Isono no llevaba demasiado bien. Le hacía sentir mal.
Hatsu permanecía a una distancia más que prudencial de ellas, sin mirarlas siquiera; alejado de todo aquel embrollo de sedas y colores; apoyado sobre el quicio de la puerta. Isono no dejaba de preguntarse qué era lo que había sucedido para que estuviera así con ella; si ni siquiera había sido cosa suya el arrastrarse a esa situación. Escuchaba el rumor de las demás como un murmullo distorsionado, asintiendo de forma mecánica a cada respuesta.
-¿Isono?
La pregunta la sacó de su enajenación. Chizuoka la mirada esperando algo, mientras sostenía un kimono azul oscuro. Parpadeó confusa.
-Le decía a Hitomi que este color no le favorece –planteaba la mujer con expresión disgustada mirando la prenda-. Este color es tan… triste para una jovencita…
La muchacha asintió con parquedad. Suspiró, sintiéndose súbitamente agobiada. Necesitaba dejar de pensar durante un rato, dejar de lado aquel condenado asunto. Siguiendo el ejemplo de las demás se decantó por mirar kimonos, interesándose por el corte y demás cosas que en realidad, no le interesaban demasiado. Sin embargo, uno la dejó embelesada: era verde amarillento, sutil y elegante, de seda y finos bordados en un intenso color granate que esbozaban magnolias hasta la mitad de la pierna; el obi era un pálido y deslucido tono rosado, que intensificaba sin sepultar el hermoso verde.
-Muy favorecedor… -musitó Chizuoka a su espalda-. Elegante sin duda, y muy fino. Es precioso… Y caro… Pronto podremos celebrar otro año desde que llegaste, quizás puedas decirle a mi hermano que te lo regale… Ya eres una mujer y necesitas ropas adecuadas. Hablaré con él.
Y dejó el tema estar. Isono siguió contemplando el kimono.

Chizuoka parecía haberle tomado aprecio a la muchacha. Se mostraba condescendiente e incluso, dulce con ella como una hija más. Le hubiera gustado mostrarse indiferente pero no podía quitar los ojos de encima a ninguna de ellas. Isono había estado vagando de un lado a otro toda la mañana, sin saber muy bien qué hacer en aquella situación; casi parecía desanimada. Hatsu no se equivocaba al pensar que había cometido un grave error al besarla aquella noche, imponiendo ese error como la razón de que Isono estuviera así. Era joven y no había conocido a más hombres; casi se sentía un caradura por haberle robado algo así.
Entonces, Chizuoka mencionó aquella particular y no muy frecuente celebración que Kagetsu hacía siempre que no estaba demasiado agobiado por sus hermanos. La veía mirar con ojos brillantes aquel vestido, acariciando la seda con sus dedos largos mientras una sonrisa y un leve rubor le cubrían las mejillas. Casi se volvió loco. Embaucado por una magnitud que jamás había creído posible, abrumadora y caótica.

“Sólo es una niña…”, pensaba desviando la mirada de la muchacha. Y sin embargo, era lo único que deseaba de todo aquel mundo. Cuando las cuatro abandonaron la sastrería continuó a una distancia de ellas, observando cada gesto, cada movimiento; agobiado.
***

-Era precioso, Kagetsu pero caro para sus ahorros. Ya es una mujercita… Sería un pequeño capricho que bien se merece, ¿no crees? La has educado tan severamente que no sabe como estar con otras mujeres –decía Chizuoka sentada junto a su hermano, tomando el té-. No descuidará sus obligaciones por un kimono…
-Lo sé… Parece que éste año será propicio para una cena familiar, al menos –afirmó Kagetsu-. Veré que puedo hacer… Tenía guardadas desde hacía tiempo un regalo… Pero al decirme esto, no sé si será apropiado…
***

El sol comenzaba a descender. Pronto las puertas de los comercios cerrarían dando por finalizada una jornada más. Corría cuanto le permitían sus piernas, buscando a un ritmo frenético aquella maldita sastrería donde las llevó la mañana anterior. Estaba decidido aunque fuera un grave error. Tenía que conseguirlo como fuese, era lo mínimo que podía ofrecerle.
Corría con los pulmones abrasándole el pecho, hasta que vislumbró el lugar. Abrió la puerta con más brusquedad de la que pretendía, provocando que la dueña de la tienda lo mirase con ojos iracundos. Buscó en derredor, pero demasiado preocupado por creerlo vendido, optó por asaltar a la mujer.
-Estoy buscando un kimono verde… Con bordados en color granate o rojo oscuro… -explicaba haciendo memoria, mientras la mujer lo miraba tratando de entender a qué kimono se refería. Hatsu intentaba explicarse como podía, pero no había demasiado bien el vestido; suspiró-. Ayer vino una muchacha de pelo rojo con una mujer y tres niñas… Estuvieron observando un kimono así…
-Ah, claro, sé a quien te refieres… Un kimono elegante. Es éste –dijo dirigiéndose a una estantería repleta de cuidados estuches donde aguardar los kimonos; sacó uno de ellos y se lo enseñó-. La señora y esa muchacha parecían muy interesadas en este kimono. No podría equivocarme, no todos los días veo a una jovencita con esa melena tan poco común…
Hatsu sonrió aliviado.
-¿Es su prometida? Será un regalo maravilloso –comentó la mujer mirándolo con una sonrisa en unos labios delgados y curtidos-.
-No… no es mi prometida… -negó aturullado-. ¿Cuándo… cuesta?
La cifra estuvo a punto de tirarlo de espaldas. No importaba cuantas veces contase los yenes de su bolsa que no alcanzaba ni la mitad de lo que la sastre pedía por él. Tampoco funcionó que intentase regatearle, la mujer se mostró implacable hasta que se tuvo que marchar con las manos vacías. Deambuló por el Rukongai, buscando alguna solución. En su desaforada decisión no había pensando en profundidad lo que implicaba llevar a cabo su plan; era simple e inocente, o interesando en función de quien interpretase sus intenciones. Pero lo cierto, es que sólo quería aclarar con Isono lo sucedido. Debía ser condenadamente estúpido y no haberse dado cuenta hasta ese momento, pero le dolía ver a la chica así. Sólo quería sincerarse, nada más.
Pero su ingenua y pacífica intención de hacer un presente quedaba cada vez más lejos. El kimono había sido un inesperado revés y ahora no tenía alternativas. Miraba cada cosa que encontraba en el Rukongai pero nada terminaba de gustarle, nada era lo bastante significativo para Isono; ni lo bastante especial. Casi todas las tiendas comenzaban a cerrar conforme la oscuridad de la noche iba apareciendo; guardaban las mercancías y los puestos de comida se llenaban de gente. Dio a parar a las mercancías de una tienda pequeña y discreta, perdida en un callejón del Rukongai. La dueña, una anciana encorvaba y arrugada como una pasa, recogía con cuidado los objetos que habitaban sus estantes.
-¿Quiere algo, joven? –preguntó al verlo acercarse-. Iba a cerrar ya, me duelen las rodillas a estas horas del día; pero si has visto algo, puedo esperar un rato más.
-Sólo miraba…
Hatsu ojeó durante un rato los trastos que almacenaba la anciana en sus estanterías cubiertas de una fina capa de polvo. Había de todo: libros, figuras, cajitas y enseres, estuches, tocados, peinetas y joyas, e incluso algunas prendas de ropa y espadas de kendo. Curioseó largo rato hasta que la voz ajada de la anciana lo sacó de su ensimismamiento.
-¿De verdad que no necesitas ayuda? –preguntó de nuevo, sentada en una pequeña silla con una manta de lana sobre las piernas-.
-Ehm… Estaba… Quiero hacer un regalo a una persona…
-¿Una mujer? –inquirió con una sonrisa tranquila; Hatsu la miró incómodo-. Soy vieja, no tonta, hijo. Dime, ¿cómo es?
-Bueno… es una magnífica espadachín, ¿sabe? Posee una gracia natural al moverse, como si estuviera bailando… -silencio. ¿Acaso era lo mejor que podía decir de Isono? Hatsu se quedó pensativo-. En realidad, es la criatura más extraña que he visto jamás… No sé como describirla sin que resulte tosco; estas cosas no son lo mío… Quería comprarle algo que no fuera tan vulgar como lo soy yo; necesito que entienda… eso…
La anciana, con gestos vagos y algo torpes, le indicó que cogiera una caja de madera sobre una de las estanterías más alejadas. Era un paquete de papel cartón, bastante más pesado de lo que aparentaba. Al entregárselo, la anciana quitó la tapa y desenvolvió una caja laca de color verde tostado con delicados dibujos de unas magnolias en blanco y rosa; tenía un poco de polvo pero al girar una diminuta llave, una musiquilla suave y delicada comenzó a salir de la caja. Embelesado, no dudó en comprarle la caja de música a la anciana. No era lo que a él le hubiera gustado, pero tenía la sensación de que era algo peculiar.
***

La cena transcurrió tranquila, sin sobresaltos ni tensiones. Hatsu permanecía sentado junto a la puerta principal, esperando el momento de que la cena se diera por terminada y pudiera hablar a solas con Isono. Sin embargo, se sintió súbitamente irritado cuando Takeshi se acercó a ella con un paquete en las manos que dejó ante ella. Isono titubeó un poco, pero instada por el menor de los Otsuka deshizo el nudo y quitó la tapa. Aquel condenado kimono verde apareció ante sus ojos y la mirada asombrada de la muchacha. En un exultante bullicio, instaron a que se lo pusiera y al cabo de unos minutos, apareció Isono con su kimono nuevo en una visión embriagadora.

Se marchó. Abandonó la sala sin más. Después de aquello no tenía ganas de entregarle nada ni de aparecer ante ella de nuevo. ¿Cómo demonios iba a decirle nada si no tenía nada que ofrecerle? Estaba decepcionado, furioso… ¡Cómo odiaba en aquel momento a esa familia! Demasiado frustrado consigo mismo terminó refugiándose en un miserable cuartucho, donde el futón ocupaba casi todo el espacio y sólo tenía una triste ventana alta. Abrió con desgana la puerta del armario donde guardó la caja de música. Sabía que esa caja se quedaría allí mucho tiempo. Demasiado herido en su orgullo…

… se sobresaltó. No se había dado cuenta del silencio de la casa.
-… ¿puedo pasar?
La voz susurrante de Isono al otro lado le hizo ponerse nervioso. Apartó la caja de música a un lado y abrió con cuidado la puerta para no hacer ruido. Y allí estaba, vestida con un yukata blanco y el cabello cayéndole hacia delante. Dio un paso dentro de la pequeña estancia y se sentó a escasa distancia de la puerta. Estaba incómoda, miraba de un lado a otro buscando algo que hacer o decir.
-Te fuiste pronto… -susurró jugueteando con los dedos-. Yo… me preguntaba qué te pasa… conmigo…
Hatsu clavó los ojos en el suelo…
-No debes darle importancia a eso… Yo… -dudo-… no sé si me equivoqué… Tenía… algo para ti, como perdón por… no sé, por todo…
Con manos temblorosas le tendió la caja de música. Isono la cogió con cuidado pero no le dio cuerda. Miró con los ojos encendidos aquel presente tan carente de razón, y lo dejó a un lado.
-¿Puedo quedarme contigo? Sólo hoy… -rogó acercándose un poco más-.
Hatsu la miró con los ojos desencajados. Todo un caos se desató de repente en su fuero interno, doloroso y placentero al mismo tiempo. No dijo nada, ni se dio tiempo para recapacitar esa exaltación amorosa, simplemente la atrajo hacia sí como si la vida le fuera en ello. Notó las manos de Isono rodearle la cintura, aceptar lo mismo que él quería; aquel roce delicioso y su piel bajo las manos…
***

La brisa matinal se colaba por las rendijas de la ventana, fresca. Hatsu terminaba de anudar el cinturón que sujetaba el yukata, lamentando perder de vista esa piel sedosa. La retuvo un poco más entre sus brazos desnudos, aspirando el olor de su pelo, recorriendo despacio su cuello…
-… vete, Nanami no tardará en despertarse… -murmuró-.
-… todavía no… un poquito…
-¡Isono! –masculló en voz baja-. Ya nos las apañaremos… Ahora vete… no quiero que Nanami te vea aquí…
-¿Contigo desnudo? –rió dirigiéndose a la puerta-.
Cerró con cuidado. Estuvo atento a cada sonido, pero ni siquiera la escuchó a ella subir.


OFF: Dedicado a Hotaru y a Renshu, por leer el flashback y pedirme que siguiera con él... Marujis!
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Padre Sol y Golondrina [Flashback] Empty Re: Padre Sol y Golondrina [Flashback]

Mensaje por Otsuka Isono Mar Mar 22, 2011 10:32 am

OFF: Chapter 7... suma y sigue y esto no parece terminar nunca...



-Cuando Golondrina se fue al Risco y Halcón se quedó solo-

Kagetsu observaba complacido la escena que se desarrollaba ante sus ojos, recordando las palabras que días atrás Hatsu le hubiera sido con respecto a su hija. Y lo cierto, es que no pudo ser más acertado. Había insistido tanto a su hija en llevarla por un camino concreto que le pasó desapercibido las cualidades propias de la muchacha. Tal como dijo su guardián, Isono poseía una gracia natural en sus movimientos que la hacían rápida y certeza, mucho más que él o Hatsu. Ahora comprendía esas dificultades para detener sus golpes y recomponerse. Observaba como se enfrentaba a Hatsu, que mucho más instruido y más pesado, tenía serias dificultades para impactarle; se movía rápido y con gracia desencadenaba un movimiento tras otro, dejando al hombre con problemas para predecir su siguiente golpe. Pese a todo, Isono no podría derribar a Hatsu, quien con los talones bien apoyados soportaba cada remedita.
-Rezaré para que todos los días deis tanto como hoy. Casi siento la tentación de preguntarle a Nanami que os ha dado de comer –rió Kagetsu dirigiéndose a la puerta-. Recoged esto, por hoy hemos terminado.
Abandonó el dojo dejándolos con la pesada tarea de limpiar el suelo, labor rigurosa para evitar que se formasen costras o el barniz se quebrase. Al saberse solos en el dojo, ambos dejaron la tensión a un lado. Ninguno se había imaginado lo complicado que iba a resultar mantener las apariencias; ni lo duro que se haría estar frente a Kagetsu.
-Si se entera estamos muertos –musitó Isono escurriendo un paño-.
-Permíteme… Estoy muerto; tú sales fuera de la ecuación, I-chan –corrigió Hatsu al pasar a su lado mientras limpiaba el suelo-. Ten por seguro que el pato lo pagaré yo: soy el ajeno a la familia y el que empezó todo este embrollo. Así que procura ser discreta si en algo aprecias mi cabeza.
La muchacha rió.
-Tranquilo, seré discreta –afirmó con la risa en los labios para quedarse pensativa unos instantes después-. ¿Qué se supone que ha de pasar ahora? ¿Qué vamos a hacer? Me iré en pocos días y no sé cuando podré venir aquí… No sé que es lo que se supone que ha de pasar ahora…
Hatsu la miró, serio y tranquilo. No podía exigirle saberlo todo, ni cómo funcionaba el mundo o su gente; Isono tenía una idea muy vaga de cómo era todo fuera de los muros de la casa, pero nunca estuvo tras ellos más que esos años de infancia que habían caído en el olvido. No era quien para exigirle que se comportase como él quisiera, cuando esas simples palabras le recordaban casi con vergüenza, que no era más que una muchacha. Alargó el brazo, dejando a un lado el trapo para asirla con suavidad por la nuca y atraerla hacia sí.
-No te preocupes –susurró a su oído cuando la tuvo cerca; atento a los movimientos que pudieran asomar por la puerta-. Simplemente irá bien.
***

Suave y aterciopelado. Sus manos no dejaban de manosear uno de los pocos melocotones que habían caído del árbol; abstraído en el tacto, absorto en sus cavilaciones. Isono llevaba apenas unos días fuera de la casa y ya la estaba echando de menos; no se hubiera sentido mejor con el triste y patético consuelo, de verse refugiado en el escaso tiempo que habían pasado juntos. Apenas nada desde aquella noche. Por lo que él mismo se insistía en que era irónico que extrañase a una mujer en tan poco tiempo; aunque la realidad, es que si por él hubiera sido, la misma mañana que se fue la hubiera secuestrado y se la habría llevado lejos. Sin embargo, esos pensamientos pueriles le hacían sentirse aún más irritado.
Con su ausencia, había entrado en un estado de inactividad que no llevaba demasiado bien. Entrenaba, desde luego, pero siempre lo hacía sólo y durante poco tiempo antes de que alguien lo reclamase para alguna tarea insignificante. Kagetsu estaba especialmente dedicado a los negocios familiares, ocupándose de todas las cuentas e incluso, visitando el gran almacén donde se guardaban las mercancías. Hatsu no alcanzaba a vislumbrar las razones de su señor para semejante actividad tan de improviso; para dejar la casa temprano y mantenerse ocupado todo el día. Por decoro y respeto, nunca llegaba a preguntar a qué se debía semejante cambio pese a que, por dentro creía intuir sus motivos. Tanto Nanami, como la pequeña Aya y Chizuoka extrañaban la presencia de la muchacha; él más que ninguna por motivos muy diferentes, que le permitían la licencia de ponerse en el pellejo del anciano. Otra, era que aquella actividad incansable distaba mucho de su añoranza por su hija.
Kagetsu se comportaba con normalidad, siempre fiel a su aire formal y severo; nadie en la casa se preguntaba qué sucedía o a que venía tanto movimiento. Hatsu lo acompañaba a diario al almacén, lleno de olores por todas partes gracias a las especias con las que comerciaba la familia, a los tintes y demás artículos algo difíciles de conseguir. Los Otsuka tal vez no fueran una de las cuatro grandes familia, ni siquiera era una vaga sombra de lo que un día fue, pero se las apañaba lo bastante bien y con suficiente destreza como para mantener su buen nivel de vida. Cada vez que entraba allí, lleno de cajas y sacos, se mantenía a la suficiente distancia como para no entrometerse en los asuntos de su señor.
No obstante, aquella mañana lluviosa y plomiza, resguardado bajo el saliente del tejado, no pudo resistir el estirar un poco el cuello y observar qué hacia Kagetsu. Se permitió el lujo de adentrarse un poco más en el almacén convenciéndose de su necesidad de resguardarse de la lluvia. Descubrió a Kagetsu en una pequeña habitación llena de estanterías repletas de libros desgastados y una mesa central, donde el anciano leía con detenimiento un ajado puñado de hojas de papel amarillento. Los ojos apagados del anciano no abandonaban aquellos pliegos, demasiado absortos hasta que los guardó en un libro de tapas verdes y se lo colocó bajo el keikogi marrón oscuro que llevaba puesto. Hatsu retrocedió, avergonzado y sorprendido.
-¿Sigue lloviendo? –preguntó Kagetsu al salir de la habitación tras haber apagado la luz y cerrado la puerta-.
-Sí, Sama –respondió, lacónico-. Podemos esperar a que alivie un poco la tromba antes de ir a casa.
Pero Kagetsu no quiso esperar. Caminaron bajo un denso chaparrón de agua helada con paso firme y rápido, aunque no lo suficiente para evitar calarse hasta los huesos. El pelo se le había pegado a la cara mientras molestas gotas le resbalaban por las mejillas, caminando no dejaba de pensar en lo extraño de aquello, de Kagetsu y su repentino interés en el negocio de la familia. Nunca prestó más atención de la necesaria a esos números emborronados mientas alguien pudiera hacerlo por él, ocupado eternamente en el dojo y la herencia familiar. Kagetsu se estaba callando algo.
Cuando llegaron a la casa, Kagetsu no tardó en retirarse a su habitación, dejándolo en mitad del pasillo con la ropa chorreando agua y la inquietante sensación de que algo había vuelto a torcerse. Una vez en su pequeña habitación, se cambió la pesada ropa por otra seca. Demasiado inquieto, demasiado preocupado como para tener que esforzarse por mantener las apariencias. Sacó el futón del armario y lo extendió sobre el tatami, estirando las arrugas meditabundo; divagando en los malos presagios que intuía cercanos, como si aquella muchacha fuera la clave de todas las desgracias de la familia. Isono nunca fue demasiado bien recibida, ni siquiera desde su más tierna infancia; todos y cada uno de ellos la había visto como una amenaza contra su comodidad y privilegios. Incluso para él, cuyos primeros años no soportaba a aquella chiquilla nerviosa y rebelde.
Si Isono estuviera aquí… pensaba tumbándose sobre el futón, cabizbajo, desconcertado y anhelante. Si Isono hubiera seguido en la casa, ¿qué diferencias podrían haberse apreciado? ¿Por qué iba a suponer nada? Fuera lo que estuviera pasando lejos de las finas paredes de su habitación, aquel Halcón desplumado notaba el vacío de ese espacio como un yunque sobre la espalda, agobiante y pesado. El estómago amenazaba con revolvérsele cada vez que un pensamiento fugaz asomaba por su cabeza; sentía el ánimo opaco y fangoso, demasiado desganado para esforzarse, demasiado insatisfecho para considerar nada. Hatsu rara vez se había sentido de tal forma gracias a una mujer, y mucho menos, ante una muchacha que apenas alcanzaba la veintena; sentimiento que se le clavaba en el pecho como una punzada, rezumante de culpabilidad. Y sin embargo, sabía que sólo ella haría que ese malestar desapareciera. Esa noche, silenciosa tajante a duras penas logró saciar sus ansias de Isono. Preocupado por el ruido o ser descubiertos, Hatsu contuvo lo que en ese momento llegó incluso, a asustarle. Excesivamente intenso, lo más probable es que hubiera conseguido asustar a una inexperta Isono. El recuerdo aún vivo como ascuas candentes, hacían que rememorase el tacto, el olor y el sabor de aquella perdición de cabellos rojos y ojos felinos.
Cabreado y hastiado, ni siquiera se molestó en buscar la cena esa noche. Una de muchas de los meses venideros.
***

Llamaban a la puerta. El sonido, persistente y brusco, se repetía con irritante insistencia. Hatsu se revolvió bajo las mantas adormilado y molesto por la intrusión. Sacó un pie con intención de levantarse mientras aquel insistente invitado continuaba llamando. Logró ponerse el yukata a duras penas y abrir la puerta. El sueño se le desvaneció de golpe. Delante suyo, con cara de pocos amigos y un habitual aire de enfado, el único hijo varón de Chizuoka dejó de llamar en cuanto lo vio aparecer. Algo más alto que Isono, delgado y de piel pálida, Tohiro, le mostraba su peor semblante; enfurruñado, agrio como si estuviera allí a la fuerza. Era idéntico a su madre: de cabello oscuro recogido en una coleta sin gracia, pálido, ojos negros, labios delgados y una escasa pelusilla que bajaba por sus patillas y brotaba en el mentón. Contaba con un par de años más que Isono.
-Tohiro-san… ¿Qué sucede? –preguntó enderezándose, aunque su poca dignidad se había esfumado al salir con el yukata-.
-Ten, no tengo porqué explicártelo –respondió al tiempo que le tendía un papel doblado-.
Hatsuhiko lo cogió casi con recelo. La letra era de Kagetsu y estaba firmada con el sello de los Otsuka, en ella explicaba de formas someras que desde ese mismo día Otsuka Tohiro comenzaría a recibir lecciones de espada bajo su tutela. Sorprendido, tuvo que releerlo un par de veces más, incapaz de creerlo.
-Déme unos segundos, señor –solicitó, retirándose al interior de su habitación-.
Se vistió a toda prisa, enfundándose en el hakama todo lo rápido que pudo. La carta tenía tintes de contrato así que antes de empezar tenía que hablar y confirmárselo a Kagetsu antes de comenzar nada.
“Tohiro con una espada… Qué cambio más repentino; además bajo mi cuidado… Menudo marrón” pensaba sujetándose bien los pantalones. Tohiro nunca sintió anhelos ni tuvo ensoñaciones con espadas, era un muchacho tranquilo, pasivo más dado a debatir y discutir como su tío Nobu a verse en mitad de largos y a menudo tediosos, días de entrenamiento. Fuera seguía aquel niño consentido, esperando a que saliera. Hatsu se detuvo en seco antes de salir; a cada segundo sentía que algo no iba bien.
-Lamento haberle hecho esperar, vayamos a ver a Kagetsu-sama –indicó al cerrar la puerta de su habitación-.

Caminaron en el más tenso silencio posible hasta llegar a la habitación del cabeza de familia. Llamó con prudencia, notando la mirada taladrante de Tohiro en la nuca, quien no había abierto la boca desde que dejasen atrás la zona del servicio de la casa. Kegatsu le dio paso.
-Buenos días, señor –saludó Hatsu sentándose a un metro de la puerta-. Tohiro-san me ha entregado esta carta hace unos momentos…
-Claro, claro… La redacté anoche apresuradamente –respondió cortándole la palabra-. Mi sobrino quiere aprender, como habrás leído… Aunque es algo tardió, no dudo de que podrás ponerlo al día en su forma física. Serás su mentor; yo no tengo tanto tiempo como antes para dedicárselo, pero tú sí. Así que te otorgo libertad para aleccionarlo como creas apropiado.
Hatsu hizo amago de insistir. Tenía demasiadas preguntas en la cabeza, pero una mirada tajante de Kagetsu bastó para hacerle desistir. Cerró la puerta, meditabundo. Demasiado forzado hasta para alguien como su señor. Tantos pensamientos le daban vueltas en la cabeza que no tuvo más remedio que dejarlos a un lado y centrarse en las lecciones de Tohiro. Lo guió hasta el dojo, de cuya puerta tenía el privilegio de poseer una copia de la llave; y lo invitó a pasar no sin antes haber aireado la estancia un poco y encender una pizca de incienso. Normalmente, era Isono quien hacía esas cosas.
-Te buscaré un hakama y un keikoji, no puedes entrenar el yukata –le dijo mirando la ropa que llevaba puesta; rebuscó en uno de los armarios hasta dar con un uniforme intacto de Isono, pensó que no sería buena idea decirle que esa prenda estaba destinada a una chica-. Ten. Ve a cambiarte.
Hatsu lo observó salir del dojo con las ropas bajo el brazo. No estaba molesto, pero sí se había guardado varios reproches para sí mismo que jamás conocería Kagetsu. Instruir al único varón de la siguiente generación iba a ser más duro y complicado de lo que intuía; Tohiro estaba demasiado mimado y protegido por su familia, demasiado acomodado para recibir golpes sin rechistar y mantener una rutina rigurosa e inflexible. Aunque contase con la libertad que Kagetsu bien había señalado, no podría enseñarle como él lo hizo con Isono.
“Ya podrías haberme dejado la instrucción de Isono y quedarte la suya” pensó algo cabreado.
Cuando Tohiro apareció por la puerta al cabo de unos minutos, la primera lección de Hatsu fue enseñarle a colocarse bien el hakama. El día fue pesado, tedioso y cargado de tensión, entre refunfuños, amenazas veladas y frustración casi palpable. La bendita paciencia de Hatsu estuvo a punto de quebrarse ante la impertinencia de Tohiro, tras sus constantes negativas y el poco interés que mostraba. Al caer el sol, Hatsu estaba tan hastiado que la última gota hizo estallar el vaso.
-¿Cuándo vas a enseñarse con una espada de verdad? Esto es una sandez… Dar golpes al aire como un memo. Ni siquiera Isono hacia eso a mi edad –se quejaba Tohiro sujetando un shinai como si fuera una rata putefracta-. Mañana quiero que comencemos con las lecciones de verdad, quiero que me enseñes las técnicas que sabe mi tío; las mismas que le has enseñado a Isono. Además, será oportuno que me busquéis un juego propio de katanas, acorde a mi personalidad y mi posición en la familia.
-Mañana seguiremos con las mismas repeticiones –respondió Hatsu, dejando lo demás al margen-.
-No, mañana me enseñarás más técnica; no estoy dispuesto a malgastar todo el día como hoy en hacer tonterías de éstas –obejtó el muchacho dejando el arma sobre el suelo para cruzar los brazos-. Soy un Otsuka, no un cualquiera para hacer semejantes cosas. Durante generaciones mi familia ha dado a muchos grandes espadachines y yo no seré menos.
-Tienes razón, tu familia puede sentirse orgullosa de tener a muchos y grandes luchadores en su historia, pero ninguno nació sabiendo. Entrenaron día y noche para alcanzar una técnica y refinarla hasta hacerla arte; sabían de las exigencias de la espada y la aceptaron sin reservas, de ahí su orgullo –explicaba Hatsu apoyando el shinai sobre el suelo-. Si quieres lo mismo, tendrás que esforzarte y ganarte ese privilegio.
Los ojos de Tohiro se entrecerraron con ira.
-Soy un Otsuka, lo llevo en la sangre. No necesito que un nadie como tú me dé lecciones. ¿Has leído sobre algún Najikina en la historia? ¡No! ¡Estás aquí porque mi tío no tiene tiempo, pero no eres nadie! Sólo un miserable que vive de la generosidad de mi familia y que pretende darme lecciones como un inferior… Soy mil veces mejor que tú…
-Demuéstramelo –masculló Hatsu, encarándolo-. Quiero que me enseñes lo capaz de eres frente a un nadie como yo.
-Yo… Mañana, hoy no tengo ganas…
-¡Qué me lo demuestres! –le gritó alzando el arma de bambú-.
Tohiro sostuvo el arma, confuso; veía los ojos grises de aquel hombre fijos en él, con la expresión fruncida mientras sujetaba el shinai con aquellas manos más grandes que las suyas. El orgullo se apoderó de él. No necesitaba fuerza, ni tener la complexión de aquel mero sirviente. Resopló con indignación y sorna, para después lanzarse hacia Hatsu con el arma en alto. Lo tenía todo calculado: cambiaría la trayectoria en el último momento y le asestaría el golpe en el costado para dejarlo sin respiración. El impulso lo lanzó hacia delante con fuerza; veía a su objetivo, quieto con el arma alzada. Cuando el aire se le fue de los pulmones y notaba como chocaba contra el suelo con violencia. El dolor se le extendió hasta la espalda desde la cadera y pequeñas gotitas de sangre caían sobre el tatami desde su nariz. Se giró hacia Hatsu, desorientado. Sin embargo, aquel hombre no se había movido ni un palmo de la posición en que estaba.
-Da gracias de que no tuviera un bokken en la mano, o te habría partido la cadera de un golpe; imagina que hubiera pasado si esto hubiera tenido un filo de acero… Ahora, tendría que estar limpiando tus tripas de las paredes –decía Hatsu, calmado-. Mañana vendrás y seguirás con las repeticiones, cuando me derrotes de un solo golpe, seré yo quien le pida a Kagetsu que te instruya. Ahora lárgate.

Tohiro abandonó el dojo torcido, demasiado dolorido para poder caminar derecho. Le había golpeado con saña, debía admitirlo, pero jamás se sintió mejor. Hatsu nunca hizo acopio de nada, aguantó cuanto le pusieron delante sin rechistar… no iba a dejar que un niño le dijera que era después de tantos años. Estaba seguro, de que podría vencer a Kagetsu en combate, aunque era una opción que no le interesaba lo más mínimo.
***


El cuchillo se movía con rapidez y destreza sobre las verduras; las manos, nudosas y llenas de callos, se afanaban en su minuciosa labor, que mal recompensada nunca recibía elogios ni felicitaciones. Nanami estaba acostumbrada a eso. Era la sirviente invisible de la casa: silenciosa, indolente y sacrificada. Nunca nadie reparaba en ella, salvo aquella criatura que se asomaba por la puerta que daba al jardín, sonriente y luminosa como rayo de sol. Sus palabras siempre hacían que su chispa nunca muriese por el cansancio y el desaliento; siempre vibrante y jovial. No la había oído llegar tan concentrada como estaba en la cena, que sólo cuanto estuvo bajo la puerta reparó en ella. Vestida con un hakama rojo y un keikoji blanco, no dudó en dejar el cuchillo sobre la mesa y correr a estrecharla en sus brazos, ansiosa como una madre al ver a su más preciada hija.
Habían pasado varios meses desde que se marchase por primera vez a la Academia, meses largos y tediosos. Nanami la contemplaba absortar en sus palabras medidas y templadas, contenidas en feliz emoción al estar en el hogar; y se sintió abrumada al verla distinta. Sus gestos, aquellos ligeros ademanes, la voz; todo parecía haber madurado un poco lejos de la casa, como si el sol del mundo exterior fuera más fuerte y brillante del que caía sobre el jardín. Isono relataba a su niñera aquellos meses, intensos y agotadores; aturullándose entre pensamientos y recuerdos que iban y venían.
-Ve a darte un baño antes de cenar –le dijo Nanami al verla finalizar todas sus proezas cotidianas-. Los hombres están fuera pero no deberían tardar demasiado. La señora Chizuoka y los niños no vendrán hasta la noche; han ido de visita a ver a unos viejos amigos de la familia.
Y eso hizo. El remojón no duró demasiado, nerviosa y excitada por ver a su padre y a Hatsu. Se cepilló el pelo atropellándose los dedos; y tuvo que recolocarse el kimono antes de bajar mientras Nanami la llamaba para unirse a la mesa. Se había puesto un ligero kimono de un intenso tono melocotón y bordados de campánulas en tono verde oscuro; el obi del mismo color verdoso iba anudado con una cinta roja. Cenó en compañía de su padre y sus tíos antes de verse fuera de aquella comitiva de tres.
Cuando al fin se pudo marchar del comedor, era noche cerrada. Había grillos canturreando entre las hierbas del jardín acompañado por el chapoteo esporádico de las carpas en el pequeño estanque. El silencio había invadido poco a poco la casa, salvo un rumor distante y apocado lejos de la casa. Isono había buscado a Hatsu desde que la cena terminase, pero no había logrado dar con él. Salió al patio y descubrió la luz del dojo encendida y la puerta abierta. Se dirigió hacia allí con pasos pequeños, intrigada. Hatsu estaba en el centro del dojo, corrigiendo con insistencia los ademanes de Tohiro, quien se esforzaba por mantener la tensión de espalda, brazos y piernas sin que todo el cuerpo le temblase. No escuchó nada durante la cena así que le sorprendió ver a su primo recibir patadas en su delicado orgullo. Permaneció bajo la puerta, escondida mientras observaba el espectáculo. Hatsu permanecía de pie, serio, corrigiendo incansable a un Tohiro cada vez más frustrado hasta que se percató de su presencia. Al instante bajó el arma, molesto por la intrusión y comenzó a protestar porque lo habían estado observando. Al girarse sobre los talones y encontrarse de frente con Isono, Hatsu tuvo que contenerse para no lanzarse sobre ella.
-Isono-san… -musitó recordando como debía hablarle delante de los demás-. ¿Cuándo has llegado?
-Poco antes de la cena. Tengo un par de días libres –anunció con una sonrisa de oreja a oreja-. ¿Qué tal, Tohiro-san? Me alegra verte practicando; Hatsuhiko es un buen maestro, puedo asegurartelo.
Hatsu farfulló ante el comentario. Como le molestaba que estuviera allí ese individuo petulante cuando más ganas tenía de estar a solas con ella. Estaba preciosa con aquel kimono anaranjado y verde.
-¡Hatsu! –le espetó Tohiro, sacándolo de la inopia-. Ahora que está aquí Isono, podría enfrentarme a ella y ver mis progresos.
-No te confíes tan rápido, aquí donde la ves puede que nos dé una paliza a los dos si se lo propone –comentó el hombre invitando a Isono a entrar en el dojo con un ademán de la mano-. ¿No, señorita shinigami? Además, no es apropiado que una señorita con kimono.
-Bueno, el kimono no pesa tanto… Podría probar –afirmó la muchacha-.
Pero Hatsu no quiso ni oír hablar de ello. Dejó el asunto estar bajo una mirada intransigente a los dos. El entrenamiento no tardó en darse por finalizado, no sin insistirle a Tohiro en que al día siguiente lo estaría esperando temprano. El joven Otsuka se marchó del dojo sin decir ni media palabra de más.
-¿Días libres? –inquirió Hatsu mientras recogía los bokkens y los guardaba en el armario-.
-Sí… Ya era hora, necesitaba venir a casa y veros a ti y a mi padre –contestó Isono deambulando detrás del hombre-. Parece que han cambiado algunas cosas, nunca me imaginé a Tohiro con una espada en la mano.
-Ni yo –coincidió Hatsu-. Pero no me preguntes, no sé más que tú. Sama dejó muy claro que no iba a dar respuestas.
Isono torció el gesto.
-No te preocupes, no pasa nada. Supongo que será presión familiar o algo parecido… -trató de aliviar Hatsu al ver como la preocupación asomaba al rostro de la muchacha-. Las cosas no van mal.
-¿Y tú?
-¿Yo?...
El silencio se quedó en tensión unos segundos. El hombre enganchó los dedos en el cinturón del hakama, mucho más tranquilo que días anteriores; lo notaba en el humor, en cuyos últimos cinco segundos había sufrido una total relajación, mucho mejor que cualquier sesión de acupuntura.
-Estoy bien si es lo que te interesa –murmuró acercándose un paso, mirando de soslayo la entrada al dojo-. Mucho mejor ahora…
Un último vistazo a la puerta y nada impidió que Hatsu se acercase a Isono. Alargó los brazos para cogerla de las manos y tirar de ella con suavidad, hasta tenerla lo bastante cerca como para poder reavivar ese perenne olor a melocotón junto al tacto suave de sus manos. Los meses habían sido demasiado largos, demasiado grises y demasiado lentos en pasar, pero la espera le merecía la pena. Hatsu no podía exigirle a Isono nada más que eso: encuentros fortuitos, a escondidas y breves. No obstante, y pese a todos los sentimientos enfrentados que le suponía estar así, no encontraba mejor razón para aguantar en aquella casa que esos ojos verdes. No había error del que fuera más consciente y en el que jamás quiso caer tantas veces como ese, a sabiendas de las repercusiones, de todos esos días de espera para no tener mayor recompensa que una mirada esquiva.
-Sólo uno –musitó pasándole el brazo por la cintura-. Si nos ven estamos muertos.
Isono le echó los brazos al cuello con las mejillas encendidas y el corazón agitado, tan nerviosa como si fuera el primero. Pero no lo fue, y aquel le supo a gloria. Demasiado embelesado por los labios de la muchacha o tal vez, comportándose como el hombre con defectos que era, Hatsu se dejó llevar hasta el olvido más sencillo arrastrado por esa musa anhelante, que no se percató de la sombra fugaz que pasó cercana a la puerta.
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Padre Sol y Golondrina [Flashback] Empty Re: Padre Sol y Golondrina [Flashback]

Mensaje por Otsuka Isono Vie Jun 10, 2011 11:39 am

Chapter 8....


-Cuando Halcón comenzó a hundirse en el fango-

Tohiro mejoraba a marchas forzadas, había que tirarle como un asno terco y quisquilloso pero el esfuerzo comenzaba a dar frutos, no sólo en su aspecto físico, menos endeble; sino también en su carácter, más serio y menos reacio a obedecer. Habían hecho falta unos cuantos palos para conseguir eso y no pocas advertencias, pero al menos, Hatsu ya podía permitirse el lujo de respirar tranquilo mientras duraban las lecciones. Cada mañana al despertar, cogía la llave del dojo y se encaminaba hacia aquella sala blanca y luminosa de la que no volvía salir hasta bien entrada la tarde. Hatsu disponía de poco tiempo por lo que no se percató de la vida dentro de la casa.
Fue una lluviosa mañana, mientras reparaba una gotera del tejado del dojo cuando se dio cuenta de ello. Estaba encaramado al tejado mientras cambiaba las tejas de barro cocido que se habían desgastado por otras nuevas cuando la voz de Nanami llamó su atención.

-¡Hatsu! –le gritaba desde el pasillo techado-. Está arreciando, deberías bajar ya de ahí.

Y eso hizo en cuanto notó como la lluvia caía con mayor insistencia sobre su espalda ya mojada. Desplazó los pies con cuidado sobre las telas mojadas y resbaladizas hasta dar con el canalón de desagüe y bajar por él de un salto. Aterrizó sobre la hierba del jardín como un saco, pesado y torpe. Nanami estaba en la cocina como siempre, atareada mientras limpiaba el pescado para el almuerzo. Al verlo entrar chorreando agua, dejó el cuchillo sobre la mesa.

-No voy a dejarte andar así por los pasillos, así que ve a cambiarte antes de ayudarme aquí –le ordenó la sirvienta con gesto implacable-.

Sin nada que objetar, Hatsu regresó al cabo de unos minutos con ropa seca puesta. Nanami le pidió que mantuviera el fuego de los fogones vivo ya que con la lluvia y el viento, había numerosas corrientes de aire en la casa. Con un abanico de papel y en cuclillas, el hombre agitaba el brazo para mantener las brasas al rojo mientras la niñera iba de un lado a otro de la cocina.

-Hatsu… ¿Isono te ha dicho algo de cómo le va en la Academia? –preguntó Nanami, distante como si algo le hubiera hecho enfadar-.
-No, aunque me imagino que si no dice nada es que no le va mal… ¿Por qué? –inquirió intrigado-.
-No me comenta nada últimamente; me saluda como es normal pero ya no me cuenta sus cosas –explicaba la mujer cortando verduras para la sopa-. He llegado a pensar que tal vez haya conocido a alguien allí; ya sabes… un chico. No encuentro otra explicación para su comportamiento.
-Mmmm, no sé Nanami –respondió Hatsu intento no mostrarse nervioso por la insinuación-.

El repiqueteo cesó. Hatsu giró la vista hasta la sirvienta, cuyos ojos oscuros lo escrutaban sin escrúpulos; una sensación de agobio comenzó a invadirle en cuanto la mujer clavó el cuchillo en la mesa y acercó a él, con semblante serio.

-¿Crees que no me he dado cuenta? –inquirió colocándose delante suyo con los brazos en jarras-. ¡Os vi! ¡Os vi en el dojo! ¿Qué demonios te pasa, Hatsuhiko? ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Es la hija de tu señor, idiota! ¿Crees que puedes hacer lo que te venga en gana con ella?

-¿Qué? –inquirió confuso, sin terminar de creer lo que le estaba contando-.

Entonces Nanami, conteniendo las ganas de gritar y el rostro rojo de rabia le contó lo que vio la última vez que la muchacha estuvo en la casa. Sólo fue a preguntar porqué se retrasaban tanto en entrar y se encontró con la escena. Había callado durante algunos días pero aquella noche no pudo aguantar más. Sujetaba el cuchillo con furia contenida, observando al hombre como si fuera un completo extraño.

-Nos estás exponiendo a todos, Hatsuhiko con tu comportamiento infantil… ¿Qué pasará si se entera el señor? ¿Cuánto crees que permaneceremos aquí cuando sepan lo que has hecho? Nos echarán a la calle y se acabó. Dejarás a Isono en una posición complicada frente a su familia; ahora es cuando tendrán la excusa perfecta para hacer lo que no han podido en estos años… ¿Qué habrás conseguido aparte de arruinar su vida? –inquirió Nanami en un tono hiriente-. Vas a estropear años… esfuerzos… sacrificios… todos a la basura… Hatsuhiko…

-No se va a estropear nada Nanami… -masculló Hatsu sentado aún sobre los escalones que bajaban a las cocinas-. No tiene que pasar nada si dejas de gritar como una loca y no haces que nos escuche toda la casa.

-Es que se enterarán, Hatsuhiko. Estás paredes tienen oídos y no harán una excepción por ti –se contenía Nanami, evitando alzar la voz-.

-Pues cállate –masculló Hatsu poniéndose en pie-.

-Kagetsu-sama montará en cólera cuando se entere… Hatsu… ¿Cómo se te ha ocurrido hacer algo así? ¿Es que no has pensado en las consecuencias? ¿Es que no te dabas cuenta de es Isono con quien estás jugando?

-Las cosas surgen Nanami…

-Las cosas no pasan cuando no se quiere; podías haberlo evitado. Haberla rechazado y no montar esta escena en esta casa. Isono no está hecha para ti Hatsuhiko; llegará un momento en que Kagetsu tendrá que decidir qué hacer con ella y tú, desde luego no entras en esos planes. No eres más que un sirviente, no está a tu alcance –comentaba la ama de llaves, relajando la tensión del ambiente-. Además Isono es joven, está lejos de casa y quien sabe cuánto tardará en cansarse de ti… Estas cosas funcionan así.

El hombre clavó los ojos en ella, rezumando odio. Por si no era lo bastante complicado dejarse arrollar por Nanami, aquella gota era la que colmaba el vaso. Conocían, ambos a Isono lo bastante como para saber que Kagetsu no la había educado para ser una niñita malcriada. Que Nanami hablase con semejante rapidez de la muchacha lo enfadaba, no sólo por la mala impresión que comenzaba a tener de la sirvienta sino porque no estaba dispuesto a oír ni media palabra en contra de la chica.
Cansado de discutir, se acercó a la puerta para marcharse; llovía así que no iría muy lejos.

-En el caso de que pasara algo, yo me responsabilizaré de todo, pero tú… -advirtió mirándola con frialdad-. No abras la boca. Si realmente la quieres como dices, más te vale que no me entere de que cuentas nada.

-La quiero más de lo que tú podrías hacerlo jamás, mocoso… No has crecido en estos años, ni lo más mínimo –respondió Nanami sin temor a las advertencias del hombre-.

-Lo que tú digas, Nanami… Estoy cansado de esta casa, de sus normas y de las víboras que viven bajo este techo; estoy harto de lo mismo, de callar y agachar la cabeza. Antes podía soportarlo mejor, pero ahora… no. No quiero aguantar más estupideces y ella… tampoco tiene porqué soportar el desprecio de esta maldita familia… Eres tan egoísta como yo: miras por ti, no por ella.

Hatsu cerró la puerta corredera tras de sí. Con el humor sombrío y pocos lugares donde sentirse cómodo, se refugió de nuevo en el dojo. La gotera parecía estar solventada, pero no inundaba el ambiente de siempre aquel lugar. Los días de prácticas con Isono se habían terminado poniendo fin a una buena etapa; ni siquiera Kagetsu pisaba el dojo como antes; el sol de aquellos días se había esfumado con el tiempo dejando sólo una estela de nubes plomizas. Necesitaba salir de allí, alejarse y perder de vista la casa algunos días. Debía hablar con Isono y contarle lo sucedido; prevenirla para lo que pudiera pasar… pero no sabía cuando la vería de nuevo. Demasiado agobiado, se dejó caer sobre el suelo de madera y dejó que el tiempo pasara.
***

La angustia de Hatsu lo obligaba a salir siempre que podía de la casa. El aire fresco y las calles llenas de gente desconocida aliviaban la tensión que iba acumulando día tras día; caminar lo ayudaba a pensar con mayor tranquilidad sus pasos. Debía dar con Isono antes de que ella fuera de regreso a la casa y poder hablar sin la presión de Nanami sobre su pescuezo. Se había detenido varias veces cerca de la puerta del Seireitei, con la esperanza de verla salir pero no se dio el caso; tampoco podía pedir que la fueran a buscar y mucho menos a un shinigami. De todas las opciones posibles, aquella era la que más probabilidad de éxito tenía. Deambulaba por el Rukongai con ideas absurdas revoloteándole en la cabeza, todas a la espera angustiosa de toparse con Isono.
Pero las oportunidades arreciaban tanto como el ambiente en la casa de los Otsuka. Como la tormenta que comienza a relampaguear desde el horizonte, Hatsu comenzó a notar como los ánimos de la familia no parecían especialmente cordiales. Algunas noches había oído voces alzadas, aunque no se había cercado ni agudizado el oído por temor a escuchar algo que no deseaba.
Una de esas noches intranquilas, mientras se estrujaba los sesos pensando en qué hacer, Kagetsu lo mandó llamar. Notó como un yunque le caía sobre la espalda, seguro de que el señor iba a echarlo de la casa porque había descubierto algo. Avanzó por el pasillo evitando arrastrar los pies, conteniendo el sudor frío que notaba en la frente hasta que alcanzó la puerta y llamó con un par de golpecitos discordantes. La voz neutra y profunda de Kagetsu lo invitó a entrar.
Cuando entró lo vio limpiando las hojas de un juego de katanas. Eran de hoja clara y pulcra, ligeramente curvadas; la tsuba de un tono cobrizo mostraba una forma redondeada y tenía un grabado que no alcanzaba a distinguir; la tsuka negra estaba trenzada con cintas de color verde pardusco, el mismo que mostraba la vaina. Sobre la madera laca se esbozaban unas finas y delicadas líneas que iban mostrando una flor llena de pétalos. Parecía un arma distinta a las normales, más ligera; sobria aunque de un aspecto más amable. Kagetsu las dejó sobre la mesa de su estancia cuando el hombre entró.

-Mi hija va a ser shinigami y ni siquiera me había molestado en darle sus propias espadas… Todos los Otsuka que han pasado por el dojo de la familia han sido obsequiados con una, pero se me había olvidado las de Isono. Como has visto, estoy demasiado ocupado estos días, Hatsuhiko –comentó el hombre sentado en seiza junto a la mesa-. No dispongo de demasiado tiempo para ocuparme de todo, de lo contrario me hubiera hecho cargo yo de Tohiro.

-No es molestia, Sama –se apresuró a añadir Hatsu-.

-Chizuoka me ha comentado que su hijo no hace más que quejarse de lo lento que va en su progreso, y de las trabas que le pones para avanzar más rápidamente –dijo Kagetsu clavando la mirada en los ojos grises de Hatsu-. Me gustaría que me dieras una respuesta satisfactoria, Hatsuhiko.

-Sama… -se detuvo un par de segundos; enderezó la espalda-. No puedes pedirle a un árbol que crezca más deprisa y tampoco puedes estirar su tronco. Tohiro necesita cultivar muchos aspectos antes de seguir creciendo; tiene que echar raíces en lugar de ansiar obtener frutos. Necesita madurar. Un arma puede ser peligrosa en manos impacientes –respondió; Tohiro no era el mejor alumno que se podía tener, y aunque se esforzaba durante las lecciones, esos comentarios hacían que sus apreciaciones degradasen un poco-.

El ajado hombre de cabellos grises se llevó una mano al barbudo mentón. Demasiados años cultivando a ese hombre como para no esperar una respuesta así, honesta y algo dura para tratarse de un familiar tan cercano; señal de que el muchacho confiaba en su criterio y en el respeto que se había implantado hacia años entre ellos como mentor y discípulo. De haber podido, Kagetsu lo hubiera nombrado maestro en su propio dojo pero los lazos familiares tan lejanos no lo permitían. Bajó la mirada antes de ponerse en pie y con pasos lentos y medidos, se acercó a un mueble de madera oscura. De un cajón pequeño, sacó una cajita de papel cartón que depositó sobre la mesa. Al abrirla, una llave de hierro, pequeña y de aspecto pesado apareció junto a otra exactamente igual. En la cabeza de la llave se había grabado una intrincada y minuciosa filigrana de nudos; casi todas las llaves de la casa mostraban esa misma peculiaridad. La mano nudosa y fuerte de Kagetsu depositó la llave frente a Hatsu.

-Guárdala –ordenó con tono tranquilo y autoritario-. No le digas a nadie que tienes la llave, ni a Nanami… ni siquiera a Isono. Guárdala en algún lugar donde ni siquiera yo sea capaz de encontrarla.

La pequeña pieza metálica pesaba un poco más de lo que parecía. Observó con semblante preocupado la llave, pensando en qué demonios estaría pasando en la casa para que Kagetsu estuvieran andándose con tanto secretismo. ¿Qué guardaba aquella llave? ¿Qué tenía que ocultar?... Había mencionado a Isono, ¿sabría algo? De ser así, ¿por qué habría callado?

-Esta mañana Nanami me hizo llevar una carta… -anunció poniéndose en pie de nuevo; apoyó las manos sobre las rodillas, esforzándose por levantarse; un bufido discreto escapó de sus labios delgados. Cogió una delgada carta de papel de arroz y se la entregó-. Creo que es de los padres de tu madre… Puedes tomarte unos días libres para ir a verlos. Si mal no recuerdo, hace años que no los ves.

-Sí, es cierto, pero Sama… -comenzó a decir-.

-Alejarte unos días no perjudicará en la casa. No te he visto con demasiados ánimos estos días… A menudo esta casa es más perniciosa de lo que parece. Así que, vete, descansa y volverás a retomar tus obligaciones con mejor humor –repuso Kagetsu-.

Con un ademán de cabeza, dio por terminada la reunión. Hatsu salió de los aposentos de su señor con una extraña sensación. Había guardado la llave en la manga del keikogi antes de salir, debía ponerla en un lugar seguro antes de leer la misiva. Tal como afirmaba Kagetsu la carta era de los pocos familiares que aún le quedaban; sus abuelos vivían bastante alejados de la casa de los Otsuka en una casita en alguno de los distritos intermedios del Rukongai. Se sentó en los escalones de la cocina a leer la carta. Sus abuelos, Gendo y Masako Ioshi, el nombre de la familia de su madre, le rogaban de forma cordial y casi lastimera que les fuera a ayudar con algunas reparaciones en la casa, que tras las últimas lluvias casi habían provocado que el techo se hundiera.
Suspiró resignado. Marcharse algunos días no le irían del todo mal pero temía que Isono apareciera por allí y no poder verla; tampoco podía contar con el apoyo de Nanami, que persistía en su enfado. No demasiado convencido, marchó a su habitación donde preparó un petate con algunas mudas de ropa.

-¿Te vas? –preguntó Nanami desde su espalda-.

Se giró para mirarla. Parecía preocupada y durante un segundo, más conciliadora que otros días. Todavía cargaba con las compras que había estado haciendo para las comidas; su habitación no estaba muy lejos de la cocina, así que Nanami debía haberlo visto desde la entrada al pasillo.

-Sí, me marcho unos días con unos familiares –respondió lacónico-. Necesito pensar.

Nanami no dijo nada más.
Antes de marcharse, Hatsu avisó a Kagetsu de que estaría tres días fuera, el tiempo que tardase en reparar lo que fuera que le esperaba. El hombre asintió complacido, e incluso se mostró generoso al darle la mitad que correspondía a su sueldo para los gastos que pudieran surgirle estando fuera. Sin demasiadas dilaciones, Hatsu dejó atrás aquella casa susurrante.
***

El sol había acompañado los primeros dos días, brillando con fuerza. La pequeña casita de los Ioshi tenía unas goteras que casi parecían caños de agua, señal de que la estructura del techo no estaba en buenas condiciones. Tras los primeros intentos, Gendo y Hatsu decidieron que lo mejor sería cambiar las tejas del techo por otras nuevas. Al atardecer el segundo día el trabajo estaba casi terminado. La sencillez de esa rutina había sacado a Hatsu del mutismo de la casa de los Otsuka de la misma forma que una nube se esfumaba con el viento; las preocupaciones seguían así, pero no tenía tiempo que dedicarles y eso, lo ayudó a no pensar en ideas absurdas. Incluso Isono llegó a pasar a un segundo plano.
Durante años había sido fácil convivir en aquel lugar bajo la sencilla premisa de no tener nada mejor a lo que aspirar; con la muerte de su padre, su madre había ido a ver a sus parientes más cercanos, los Otsuka en busca de cobijo. Najikina Hideka tenía un hijo pequeño, así que eso facilitó las cosas para que aquella reservada familia les permitiera entrar. Hatsu no había conocido otro hogar salvo aquella casa. Había sido sencillo vivir allí durante esos años de tierna infancia. Su madre ayudaba a Nanami con las labores de la casa, mientras una dulce e infantil Konoha se hacia cargo de él día tras día, hasta que Kagetsu decidió que el muchacho tendría que hacer algo en el futuro. Sucedió poco después del incidente de Konoha, cuando Hatsu, con apenas seis o siete años, comenzó a recibir clases. Entonces no había tantos problemas, o al menos no los recordaba hasta esa tarde en el Rukongai de regreso a casa, cuando la vieron en el descampado pegándose con un niño. Y el tiempo comenzó a pasar sin que nadie lo impidiera, la niña se hizo mujer, y regresaron los problemas.
Hatsu no comprendía del todo como sus prioridades habían cambiado en tan poco tiempo. De estar satisfecho y tranquilo en una posición cómoda, había pasado a atormentarse pensando qué necesitaba otras cosas. Estaba a la mitad de la veintena, no tenía nada que pudiera considerar suyo salvo la espada que colgaba de su cinto; la necesidad de independencia que había dormido tantos años comenzaba a devorar terreno a esa vida lenta y serena. El problema, era que Isono ocupaba un lugar esencial en toda la urdimbre; la necesitaba cerca y la necesitaba ya.

“Parece que te estás haciendo viejo…” pensó mientras se acicalaba en el baño tras pasar toda la mañana y buena parte de la tarde apuntillando tejas. El agua no estaba demasiado caliente por lo que no tardó demasiado en salir, justo para oír voces en la casa. Se vistió extrañado y no sin recelar de la situación. Se dirigió a la sala de estar, hacia donde iba su abuela cargando con una bandeja con un par de tazas de té y la propia tetera. Al llegar a la sala, se quedó clavado en el suelo. Masako dejó las cosas sobre la mesa para servir más cómodamente al recién llegado, quien con una sonrisa amable y gestos comedidos, dirigía miradas intermitentes hacia Hatsu.
-¿Tú también quieres un poco de té, Hatsu-kun? –preguntó la anciana de ojos entrecerrados y expresión beatífica-.
La anciana desapareció en el pasillo en busca de una taza más, dejándolo solo con la visita. De dos zancadas, Hatsu se acercó y la aplastó en un abrazo. Aquel olor… suave y dulce melocotón… El pulso volvió a acelerársele sabiendo que aquel cuerpo pequeño y delicado no se le iba a escapar. Rebuscó entre sus cabellos carmesíes hasta besarle el cuello y la oreja antes de refugiarse de nuevo en un abrazo.

-¿Qué haces aquí? –preguntó sin separarla-.

-Fui a casa a pasar unos días, pero no estabas así que… Le dije a padre que sólo iba a pasar una noche allí antes de volver al Seireitei. Nanami me dijo donde encontrarte –respondió Isono acurrucada-.

-¿Nanami te dijo que estaba aquí? –inquirió Hatsu mostrando su escepticismo; creía que Nanami seguía enfadada-.

-Sí… bueno, después de echarme la bronca y eso… Me contó lo que pasó en el dojo y que estaba muy enfadada conmigo, pero supongo que en el fondo no pudo resistirse. Me dijo donde vivían tus abuelos… y vine –añadió la muchacha-. Espero que no te importe…

-Claro que no le va a importar, hija –dijo la anciana Masako regresando a la sala-. Hatsu no me había dicho nada de ti, el muy pillo… jijiji

Como si de un resorte se tratase, ambos se alejaron del otro. Masako sirvió el té sin darle la más mínima importancia a la estampa que había presenciado a duras penas gracias a su desastrosa visión; era demasiado vieja como para no oler algo así. La chica era demasiado bonita para ir a buscar a su marido, así que no le quedaban muchas opciones.

-La juventud de ahora es un poquito tonta, ¿sabéis? Tal vez en mis tiempos, pero ahora… Ruborizarse porque un hombre te mira… Estirarse como un bicho muerto porque una chica te coge de la mano… Es ridículo –decía Masako mientras soplaba de hito en hito al té-. Ay, si yo fuera joven…

Tras la cena y cuando las luces se apagaron, Hatsu se escurrió hasta la habitación donde dormía Isono, a sabiendas de que lo estaría esperando. Se escurrió bajo el edredón, aferrándose a la delgada cintura de la muchacha. La casa estaba en absoluto silencio; nada rompía la calma de la noche salvo un par de susurros y el roce de las sábanas.
***

Hacia poco que el sol había despuntado por el horizonte, iluminando con luz tímida la pequeña parcela de tierra de los abuelos. Algunos gorriones inquietos comenzaban a picar desde algún árbol, componiendo la melodía perfecta para el recuerdo de una noche demasiado anhelada. Hatsu permanecía sentado sobre el entarimado, apoyando la espalda sobre uno de los pilares de madera que sujetaba el techo que cubría el estrecho pasillo. Llevaba allí sentado desde que amaneció y la figura de Isono comenzó a perderse por el camino en dirección al Seireitei. Habían despertado temprano, atolondrados y empalagosos; Isono decidió irse temprano para no toparse con nadie por el camino de regreso. Tras un beso rápido, la muchacha se alejó dejándolo amilanado, casi sedado sentado sobre la tarima.
Era demasiado temprano para que los abuelos se hubieran puesto en pie. Parecía que iba a ser una mañana tranquila y tibia, de tímido sol y brisa perezosa. El cielo comenzaba a tomar un tono celeste cuando Hatsu se puso al fin en pie; iba siendo hora de dejar las cosas listas antes de regresar con los Otsuka. Se desperezó con una sonrisa relajada en los labios antes de dejar caer los brazos con un suspiro. Entonces se percató.
Había un hombre junto a la cerca de la entrada. Iba vestido con ropas oscuras, aunque no tenía rasgos demasiado marcados ni una complexión particularmente llamativa. Sin embargo, la empuñadura de una katana lo hizo ponerse en guardia. Se acercó a la valla con pasos firmes y espalda recta.

-¿Najikina? –preguntó cuando lo tuvo a escasos metros-. Tengo un mensaje para ti.

Sacó del interior del keikogi una carta de papel algo arrugada, que entregó al hombre. Tras una mirada adusta comenzó a marcharse. Hatsu esperó largo rato hasta que lo hubo perdido de vista, receloso. Deshizo el nudo casi temeroso de ver qué demonios había en esa misiva; estiró los pliegues…

“Pronto tendremos que hablar… Hatsu”

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Mensaje por Otsuka Isono Sáb Jun 11, 2011 4:48 am

Chapter 9....



-Cuando las estaciones pasaron oscuras-

Día tras día, durante tantos que el tiempo pasaba inmutable y las estaciones se iban sucediendo, Hatsuhiko esperó el momento de encontrarse con el emisor de aquella extraña carta. Hubo días de nerviosismo tras aquella misiva que fueron apagándose conforme el tiempo pasaba y no había señales ni nada que dijera la proximidad del angustioso momento. Pasaron años desde la llegada de aquel trozo de papel, tantos, que Hatsu se olvidó de su existencia.
Las estaciones lentas y tediosas a veces, fueron pasando a su lado siempre entre las paredes de aquella silenciosa casa. Había hecho del dojo casi un santuario; acudía a él a diario para aleccionar a un cada día más parco, aunque obediente Tohiro hasta que al anochecer, regresaba sólo para admirar el juego de espadas que Kagetsu regaló a Isono un par de años atrás. Las había dejado guardadas en un armario adyacente al del equipo, por lo que Hatsu se pasaba horas mirando la delicadeza de esas armas mientras la imagen de la muchacha acudía a su memoria. Isono cada día pasaba menos por la casa debido a las incursiones que hacían en el mundo humano con los estudiantes de la Academia y a todas las cosas que según ella, ocupaban la totalidad de su tiempo. Volvía a veces al anochecer para regresar a las pocas horas de nuevo al Seireitei. Casi envidiaba aquel ritmo de vida. Incluso Isono había cambiado en ese tiempo; la influencia de los shinigamis habían sosegado ese ímpetu a menudo descontrolado del que hacía gala por un temple más sereno, parecía más reflexiva y hablaba con más seguridad. Isono maduraba y él, se iba dando cuenta de esos cambios.
Se las habían apañado para mantener a salvo aquel pequeño secreto, no sin rogarle a Nanami que mantuviera aquel estoico silencio. La ama de llaves aceptó a regañadientes, más motivada por los ojillos suplicantes de la muchacha que por la tensa persistencia de Hatsuhiko. Sin embargo, terminó por ablandarse ante viejos recuerdos que se iba avivando al ver a aquella pareja torpe e indecisa.
Hatsu hizo acopio de paciencia para no marcharse de la casa de los Otsuka, sólo con la excusa de meditar mejor sus opciones de cara a un mañana. Bajo el armario de su habitación había creado un pequeño hueco donde iba guardando lo poco que podía permitirse ahorrar, quizás con la perspectiva de romper las ataduras que lo unían a esa familia cuando Isono terminase su formación en la Academia. No lo pensaba el voz alta, pero sabía porqué estaba guardado dinero bajo el suelo del armario.
Trataba por todos los medios mantenerse ocupado, bien con Tohiro o vigilando los almacenes y el negocio de la familia. Acompañaba a Kagetsu gran parte de la mañana, cuando éste salía hacia el Rukongai a tratar sus asuntos comerciales; regresaba a la casa antes de la media mañana para empezar las clases con Tohiro; continuaba hasta el anochecer y a menudo, se iba a hacer guardias por las noches. Y al día siguiente, casi la misma rutina.
***

El anochecer trajo consigo aguas fuertes y abundantes. Hatsu había cerrado el dojo con llave cuando Tohiro lo abandonó minutos antes. La lluvia y el cielo plomizo vaticinaban una tarde aburrida y pesarosa con bien poco que hacer, o eso creía Hatsu. Se paseaba por la casa intentando matar el tiempo hasta que cayese la noche y pudiera marcharse a hacer la guardia del almacén, cuando al principio de uno de los pasillos que desembocaban al patio interior, observó la figura delgada y pálida de Nobu. Con un lento ademán con la mano, le indicó que fuera a donde estaba. Con paso rápido, Hatsuhiko se adentró en las misteriosas habitaciones de los dos hermanos menores. No trataba mucho con ellos, y cuando lo hacía era porque querían que se encargase de algún asunto. Con la lluvia cayendo, estaba seguro de que le iba a pedir que saliera al Rukongai en busca de cualquier cosa.

La estancia iluminada por algunas lámparas no tenía ventanas que dieran al exterior salvo la puerta que conducía al pasillo, que normalmente solía estar cerrada. Dibujos de elegantes garzas oscuras y estilizadas decoraban las paredes de papel y madera.

-Hatsuhiko… -lo llamó Nobu estando junto a una mesa oscura de madera-. Siéntate, hay algo que necesito comentarte.

La mirada de Hatsu se desvió de la mesa al hombre, y del hombre de nuevo a la mesa. Se sentó no demasiado cómodo sobre el tatami, desconfiando de aquel hombre distante. Poco después apareció Takeshi. El menor de los Otsuka no era el colmo de su devoción. Altanero y belicoso, mostraba el carácter más disparar entre sus hermanos. Aquello comenzaba a no gustarle lo más mínimo.

-Han sido unos años muy tranquilos, ¿verdad? Has disfrutado de la generosidad de ésta familia, así que ha llegado el momento de que hablemos algunas cosas importantes… He sido indulgente contigo durante estos seis años, ya era hora de que hablásemos… tal como te dije…

Tragó con fuerza. Se había confiado… ¿Cómo demonios se le había escapado esa opción? Hatsu maldijo mil veces su despreocupación, ahora que se veía entre la espalda y la pared.

-Eres un hombre admirable, Hatsu… Leal, honesto, sacrificado… discreto. El guardián perfecto para un hombre importante como mi hermano Kagetsu. Confía ciegamente en ti y no sin valiosas razones, pero se te ha dado mucho, Hatsuhiko… ¿Prefieres que te llame Hatsu? –inquirió adoptando un tono de voz más relajado-. Me gusta la formalidad… Es el trato idóneo entre personas rectas. Como decía, Hatsuhiko, la generosidad de Kagetsu ha sido abundante durante muchos años; se ha dado más de lo que hemos recibido y ha llegado el momento de saldar deudas, mi buen amigo.

Takeshi se acomodó junto a su hermano con una sonrisa burlona en los labios.

-Hablaré con Kagetsu-sama…

-No no no no no… No Hatsuhiko… Verás, estás en un pequeño problema que Kagetsu ignora… Estoy seguro de que entenderás, por el bien de mi hermano mayor… Que esta deuda tiene que quedar entre nosotros –comentó Nobu con ligeros ademanes-. Esto que debemos…

-No, disculpad Nobu-san, pero si hay algo que deba hablar con Kagetsu-sama…

-¿Qué vas a decirle, eh? –preguntó Takeshi tomando parte en la conversación-. Me encantará ver como le dices que te has estado acostando con la zorrita que se trajo de la calle. ¡Ja! No te culpo, hasta hubiera pagado porque esos labios jugueteasen conmigo un rato…

Takeshi no se lo vio venir. Enfurecido, Hatsu se abalanzó sobre el hombre. Con una rodilla aplastándole el pecho, Takeshi poco podía hacer salvo agitarse bajo el peso de Hatsu y notar como el puño se le hundía en el rostro varias veces. Hatsuhiko lo golpeó hasta que los nudillos se le llenaron de sangre y el chasquido de un hueso lo obligaron a parar.

-¡¡¡No vuelvas a hablar así de Isono!!! ¿Me oyes? Al infierno la nobleza, estoy harto de vosotros –vociferó el guardián furioso-. Una palabra más, y te juro que tardarás días en encontrar todos tus pedazos, cretino.

-No eres más que un miserable –gritó Takeshi sentado con las piernas cruzadas, tapándose la nariz-.

La mano de Hatsu se cernió sobre la empuñadura de su katana. Takeshi se sobresaltó. La nariz le sangraba en abundancia.

-Hatsu…

-¡No! No vas a usar eso para chantajearme. Hablaré con Kagetsu y yo mismo le contaré…

-Hatsu… Habla con Kagetsu y te prometo, que mañana vendrá un shinigami a decirnos que tu querida Isono está muerta. ¿Es eso lo que quieres? –preguntó Nobu-.

No se había movido del sitio. Sus ojos oscuros y rasgados eran dos fuentes de puro odio. Odio hacia él, hacia Isono e incluso, hasta su familia. Ordenó con palabras gélidas a Takeshi que se fuera a limpiar y trajera algo de sake para brindar el futuro acuerdo.

-Estaba seguro de que eras un hombre razonable –afirmó Nobu, mirándolo con aquellos ojos oscuros-. Verás, las cosas no marchan bien en la familia aunque se pueden solucionar, claro está. El único problema eres tú. Sí sí, tú, el más insignificante de los que viven en esta casa… El trato es muy sencillo.
***

-Hitomi, aléjate de la puerta –ordenó Chizuoka a su hija mayor-.

La muchacha, de la misma edad que Isono, escuchaba con la oreja pegada a la puerta mientras sus hermanos se arremolinaban junto a su madre.

-Madre, cállate, no me entero de que está hablando Nobu-san –respondió la muchacha de cabellos castaños-.

Chizuoka se puso en pie y sin mediar una sola palabra le asestó un bofetón a su hija.

-Yo no he te he criado para que seas una entrometida, Hitomi-murmuró la mujer acariciándose la palma de la mano-.

-Esto nos incumbe, madre –repuso la muchacha-.

-No… Eso no nos incumbe en absoluto, hija. Yo no busco esto, Hitomi… Quiero a mis hermanos, por ello no me meto… y tú tampoco.
***

El mismo Nobu sirvió el sake. Dejó que el líquido llevase el pequeño vasito de barro para tendérselo. Hatsu había palidecido.

-Por los hombres leales –brindó Nobu alzando un poco el vaso-.

El líquido caliente resbaló por su gaznate dejándole un sabor dolorosamente amargo. Dejó el vasito con cuidado sobre la mesa, evitando que el temblor descontrolado de sus manos lo hicieran caer al suelo. Se puso en pie con movimientos pesados y se marchó de la habitación. El aire frío que arrastraba la lluvia lo golpeó con crudeza y sin embargo sólo sirvió para que el sake comenzase a sentarle mal. Las piernas comenzaron a temblarle y un sudor frío y doloroso resbalaba por su frente; se sentía pesado y torpe como si estuviera a punto de perder el conocimiento. Caminó por los pasillos de la casa apoyándose en la pared con una mano, dando pasos lentos y temblorosos. Notaba el estómago a punto de darle un vuelco… Nanami lo iba a matar… Aunque bien pensando, después de todo… ¿Qué no merecía?

Estaba cerca de su habitación cuando chocó con alguien.

-Lo… lo siento… -musitó pasándose la mano por la frente húmeda-.

Entrecerró los ojos para afinar la vista. La cara hosca y pálida de Hitomi apareció frente a él.

-Lo siento… Hitomi-san…

-¿Te encuentras bien? Tienes muy mala cara… -repuso la muchacha a su espalda-.

-Sí… no… no se preocupe…

Pero Hitomi lo siguió hasta que se dejó caer sobre el futón como un saco. La puerta se cerró al instante siguiente. Le costaba respirar por la fatiga y la desorientación; era como temer algo pesado encima. El sudor pegajoso empapó las sábanas.
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Mensaje por Otsuka Isono Dom Jun 12, 2011 1:02 am

Chapter 10...



-Cuando los malos tiempo no tocaron fin-

Sentía un martilleo intenso en las sienes, oprimiéndole el cerebro. Notaba los músculos entumecidos y la espalda completamente agarrotada, como si hubiera estado durmiendo toda la noche destapado y hubiera cogido algo de frío. Se apoyó sobre un codo, un poco confuso. Hizo ademán de incorporarse cuando se dio cuenta de que el keikogi lo tenía abierto y el hakama completamente deshecho. Extrañado, se tocó al bajo vientre al ver algo raro. Tenía algo blancuzco, pastoso y reseco pegado a la piel. Parpadeó confuso intentando recordar qué demonios había hecho.

“El sake te sentó mal… Iba a echar el maldito estómago, me choqué con Hitomi… Me siguió para evitar que me cayese… y… caí sobre el futón…” recapitulaba acariciándose las sienes, demasiado confuso y abotargado como para unir cabos demasiado rápido. “No… No, no no… mierda…” pensaba dándose cuenta, quizás de lo que creía que había pasado anoche. “Estoy muerto…”

Se vistió como alma que lleva el diablo, limpiándose el sudor y aquella cosa pastosa. ¿Qué demonios iba a hacer? Salió al pasillo, directo a la cocina; Nanami lo iba a desollar pero necesitaba hablar con alguien y poner las cosas en claro. Cerró la puerta tras de sí con urgencia, giró sobre los talones y marchándose por el pasillo, descubrió a Hitomi con la pequeña Aya. Hatsu clavó los pies en el suelo. El pulso se le disparó mientras la muchacha lo observa y esbozaba una sonrisa. Esos ojos oscuros no presagiaban nada bueno. Había odio en su rostro, incomprensible y atroz. Avanzó por el pasillo confirmando sus peores sospechas. Ahora sí estaba muerto… Si Nanami no lo hacía, sería Isono.

-¡Nana! –masculló al entrar en la cocina-. Ha pasado algo…

-Hatsu… ¿qué sucede? Qué mala cara traes –comentó la mujer sujetándolo por la barbilla, observando minuciosamente su rostro-.

El hombre se dejó caer sobre los escalones que bajaban a la cocina y se tapó la cara con las manos. Las cosas se habían torcido tanto en los últimos días, que era imposible que saliera entero de toda aquella urdimbre miserable. Las cartas se estaban poniendo sobre la mesa, se destapaban las jugadas y se comenzaban a vislumbrar a los perdedores. Habían sido diestros, tanto que resultaba aterrador.

-Empiezas a asustarme… Cuentame –dijo Nanami mostrándose conciliadora, sentándose a su lado-.

Y Hatsu habló. Como si no quisiera otra cosa en su vida más que aquel momento. Contó a la sirvienta cuanto había pensado en esos años, sus planes y sus anhelos, los miedos con los que había aprendido a convivir y el terrible error de la noche anterior. No recordaba absolutamente nada de lo sucedido, aunque estaba seguro, de que no lo hubiera consentido de haber estado consciente. Hitomi no era nadie y sin embargo, sabía que Isono no le perdonaría algo así. Su confianza se rompería en mil pedazos, pero se lo contaría. Mejor él a que la víbora esa fuera a decirle nada. No obstante, no le dijo nada sobre su conversación con Nobu esa misma noche. Aquello no tendría perdón jamás.

-Es lo más acertado, Hatsuhiko… Habla con ella y díselo tal como me lo has contado a mí –afirmó Nanami-. No puedo creer que esa niña haya hecho algo así… Ha conseguido estropear años de esfuerzo en una sola noche…

Nanami tenía razón, Hitomi lo había estropeado todo… Hatsu alzó la cabeza. La respuesta vino a su cabeza con tanta claridad que casi sentía que estaba perdiendo la razón. Aquello no había sido el capricho de una noche; Hitomi lo había hecho adrede, a sabiendas de que dificultaría las cosas y… no tendría más opciones que llevar a cabo el acuerdo con su tío. “Maldita zorra…” pensó Hatsu. Estaba bien cogido.

Pasó la mañana esperando que pasara el tiempo con la esperanza de que ocurriera algo que cambiase las tornas. Algún golpe de suerte o el arranque suficiente como para replantearse las cosas y cortar de una maldita vez, la influencia de esos bastardos. “Toda tu vida has estado aquí, Hatsuhiko y nunca te has amilanado por algo así… Claro, que Isono nunca entró en la ecuación durante demasiado tiempo… Ella cambia las cosas” meditaba mientras observaba a Tohiro realizar katas con el bokken. “Lo vas a perder todo si no te decides a hacer algo… Debería decírselo y esperar que me perdone… Si es que está dispuesta a ello. Entonces diría adiós a esta casa, a su miseria y sus traiciones; la sacaré de aquí y no tendrá que volver a sentirse en la diana de todos estos cretinos… No querría dejar a su padre; él tanto o más importante que yo es su vida… Si le cuentas todo, absolutamente todo lo que ha pasado ella misma entenderá que propia familia no juega limpio… Sencillamente debería decirle que no la quiero dejar aquí y no irme por las ramas” pensaba sin darse cuenta de las incorrecciones de Tohiro.

Con la caída de la tarde, Hatsu se vio sin nada que hacer, deambulando por el jardín trasero o la zona de servicio; no se atrevía a adentrarse en la casa temeroso de toparse con alguien indeseado. Daba su décima vuelta por el pasillo cuando descubrió la puerta de la habitación de Kagetsu abierta.

-Hatsuhiko –lo llamó el cabeza de familia sentado junto a la mesa-. Ven.

Aparentando normalidad, Hatsu entró en la habitación, quedándose sentado junto a la puerta. Había numerosos libros de cuentas sobre la mesa en los que Kagetsu parecía estar trabajando.

-Necesito que empieces a hacer guardias diurnas en el almacén. Me estoy encontrando con algunos problemas en los libros que no me gustan lo más mínimo y quiero que vigiles al contable mientras yo negocio con los mercaderes y superviso las entradas de mercancía –explicaba rascándose el entrecejo con gesto cansado-. Te daré las llaves de las cajas y la puerta del almacén.

-Si lo desea, Sama, puedo ir esta noche y ver qué hace antes de irse –sugirió Hatsu viendo las puertas del cielo abiertas ante esa sugerencia-.

Estar lejos de la casa por la noche evitaría nuevos incidentes y lo mantendría alejado de los dos hermanos. Al menos le daría tiempo a reafirmarse en su decisión. Kagetsu le entregó el manojo de llaves de hierro.

-Hay dos cajas, una donde se guarda la recaudación del día y otra donde se aparta un porcentaje para inversión. De esa caja solo tengo yo la llave. Cuando el contable termine, cuenta la recaudación y asegúrate de que los números coinciden; luego aparta dos terceras partes y guárdalas en la segunda caja –explicó Kagetsu apartándose de los libros un segundo-.

Tomó las llaves y con algo de alivio, se marchó hacia el Rukongai ansioso por pasar una noche tranquilo. Cuando llegó al almacén, sólo quedaban unos pocos trabajadores y el contable. Su presencia puso nervioso a más de uno a sabiendas de que era la mano derecha del jefe y que si estaba allí, era por algo. El contable, un hombre canijo y lapiño, se mostró colaborador. Le indicó las ganancias del día y los porcentajes a repartir como habitualmente hacía; le entregó la caja de la recaudación para que contase y extrañamente todo concordaba. El almacén se quedó vacío en pocos minutos. Cenó rápido la comida que Nanami le había dejado en la tartera antes de ponerse a inspeccionar los amplios espacios del almacén. Kagetsu estaba preocupado porque tenía que alguien se estuviera llevando dinero de la recaudación, pero el contable no parecía ser el culpable. Quien estuviese robando el dinero, lo estaba haciendo bien.

Entonces, la puerta se abrió con un sonoro estruendo.
***

Caía una leve llovizna esa mañana, suficiente para empapar las ropas y los cabellos. Había recorrido las calles del Rukongai a paso ligero ansiosa por llegar a casa y quitarse las sandalias húmedas y embarradas. Se escurrió rápido por la puerta y corrió hasta la entrada de la casa.

-¡He llegado! –saludó nada más entrar-.

Deshizo los nudos de las waragi y las dejó en el recibidor hasta que se cambiase y se pusiera a limpiarlas un poco. Nadie respondió a su saludo. Los pasillos estaban silenciosos, como si no hubiera nadie en la casa. Con los calcetines en la mano, fue hasta la zona de servicio donde sabía que Nanami estaría. Había algunas luces encendidas en otras habitaciones, así que la casa no estaba desierta. Sin embargo, todo era tan raro. Encontró a Nanami sentada en el desnivel que bajaba a los fogones, con un pañuelo limpiándose la cara y un temblor sacudiendo sus hombros.

-Nana… ¿qué pasa? –preguntó bajando de un saltito, colocándose frente a la agotada mujer-.

Los ojos llorosos de Nanami se posaron en ella un segundo antes de volver a estallar en un descontrolado llanto. Se cernió sobre ella en un aplastante abrazo, presa de la histeria. Lloró largo rato mientras Isono la sostenía sin saber qué estaba pasando. El silencio estático de la casa y el llanto de la mujer comenzaban a asustarla. Con un gesto delicado la separó de ella.

-¿Qué sucede, Nanami? ¿Qué está pasando? –inquirió de nuevo controlando el nerviosismo de la voz-. ¿Dónde están todos?

-Han entrado a robar esta noche en el almacén de tu padre, Isono… Estaba todo revuelto cuando tu padre llegó…

-Vamos, Nana, no es la primera vez que roban o… lo intentan –intentó tranquilizarla, aunque estaba ansiosa por salir corriendo e ir a ver a su padre-.

-¡Isono! Hatsu estaba de guardia allí esta noche… Lo encontró tumbado en el suelo…

El corazón se le detuvo. Durante un instante agónico el aire se negó a entrar en sus pulmones; boqueó un par de veces mientras los ojos se le humedecían y todo el cuerpo se le aflojaba. Se quedó completamente en blanco, quieta como una estatua. Nanami contó lo mismo que el trabajor dijo cuando llegó asfixiado a la casa. Con las primeras luces, cuando Kagetsu llevó la puerta estaba abierta, había grandes destrozos. Cuando el hombre llegó, Kagetsu estaba sentado en la entrada al despacho cerca al cuerpo sin vida de Hatsu, completamente inmóvil llorando en silencio. Habían encontrado al guardián tumbado bocabajo, con una herida en la cabeza y otra en el pecho, según las manchas de sangre; el arma estaba cerca y se dio cuenta de que alguien le había atravesado la mano. Faltaba el dinero de la caja principal. Llegó corriendo a avisar a los hermanos de Kagetsu quienes se marcharon al instante. Aún no habían regresado ninguno de los tres.

-Mi niña… vamos, reacciona… -sollozaba Nanami sujetándola por las mejillas-.

Pero Isono no se movía. Exhalaba bocanadas de aire interrumpidas y quebradas; con los brazos fláccidos a cada lado, con los ojos anegados en lágrimas que no parecían querer caer. El ruido de la puerta al abrirse, la sacó de su bloqueo como un resorte. Nanami intentó detenerla, pero la muchacha era demasiado rápida y se le escurrió de los brazos. Corrió por el pasillo como un rinoceronte en embestida hasta que vio a Takeshi junto a la puerta de la habitación de su padre. La cogió por el brazo, pero la muchacha se soltó sin demasiados miramientos.

-No quiere ver a nadie –protestó su tío-.

La muchacha irrumpió en la habitación. Kagetsu estaba sentado en mitad de la estancia, con la cabeza hundida sobre los hombres, gacha. Tenía pequeñas manchas de sangre en las mangas del keikogi.

-Ven, Isono –musitó con la voz rota-.

Con los párpados hinchados y enrojecidos, Kagetsu la sujetó con ambas manos y tembloroso, depositó un suave y doloroso beso en su frente antes de caer sobre su hombro y romper a llorar. Aguantó el peso muerto de aquel enorme hombre, escuchando los sollozos ahogados; viendo sin ver como se rompía una vez más. Con las lágrimas de su padre mojándole el hombro, Isono se contuvo para no llorar. Alguien debía sostener el pilar que unía la casa y allí sólo estaba ella.
***

Los días siguientes sumieron la casa en un estado oscuro y denso. Kagetsu apenas salía de su habitación e Isono, pasó sus pocos días libres a la espera de que saliera o hiciera algo. Cada día, Isono se limitaba a guardar las escasas pertenencias de Hatsu en su habitación, pisaba el silencioso dojo o se refugiaba bajo la tenue sombra del melocotonero; cuando la noche caía, Nanami esperaba escuchar el llanto para subir, pero en su lugar sólo la melodía tenue y frágil de la caja de música invadía la casa.
***

Nanami estaba en el jardín, limpiando la hojarasca húmeda que cubría la hierba tras días de lluvia. Llevaba días preocupada por el estado de Isono, pero no se atrevía a hablar con ella y preguntarle directamente; la muchacha no había abierto la boca en esos días y salvo la compañía de su padre, no quería a nadie más cerca. Rastrillaba el suelo arrastrando las hojas cuando un rumor agitado en el interior la sacó de sus pensamientos. Reconocía la voz de Kagetsu y la de sus hermanos allí dentro. Si estaban, hablando no parecía que fuera de muy buenas maneras. Dejó el rastrillo apoyado sobre uno de los pilares que sujetaba el tejadillo del pasillo, agudizando el oído para escuchar qué pasaba.

-Hermano, no estás en condiciones de seguir llevando el negocio. Estás ausente y desde luego no creo que sea buena cosa que dejes todo al cargo de ese hombre al que llamas encargado –explicaba Nobu-. Cédeme el cargo y yo me encargaré de las mercancías.

-No, Nobu… Estaré bien en pocos días -replicó Kagetsu con voz cansada-. He perdido a un buen hombre, dejadme algo de tiempo.

-Sabes que lamentamos tu pérdida, pero los ingresos comenzarán a bajar si no haces nada –añadió Nobu sacando un papel del interior de su keikogi gris-. Mira, solo es una cesión temporal hasta que te repongas.

Nobu extendió el papel sobre la mesa. Kagetsu no se molestó ni en echarle un vistazo antes de apartarlo de su vista.

-Deberías centrarte, hermano. Tu familia necesita que las cosas vuelvan a su rutina habitual –dijo Chizuoka entrando en la discusión-. Las personas fallecen, es algo inevitable. Llora por su familia cuando debas, no por un hombre cualquiera.

-Hatsu no era un cualquiera, creció aquí. Era casi como un hijo más –repuso Kagetsu sin demasiados ánimos-.

La mirada de Chizuoka se torció en un gesto ofendido. Miró de soslayo a sus hermanos, como si no creyera lo que estaba oyendo.

-Pues tu amado hijo, no merecía ese trato. Era un pervertido que abusó de mi hija. Se merece estar muerto –sentenció la mujer poniéndose en pie-.

La discusión no se hizo de esperar. Cabreado por la revelación y las palabras de Chizuoka, Kagetsu abofeteó a Chizuoka. Los gritos invadieron la cada, provocando que los cimientos temblasen y la tormenta estallase. Isono esperaba junto a la puerta de la cocina con Nanami, quien la sujetaba para que no se metiese en esos asuntos. Tras varios minutos de agonía, el silencio volvió a la casa roto solo por algún murmullo.

Isono corrió hacia la habitación. Encontró a su padre tumbado en el suelo con una herida por debajo de la clavícula; sangraba abundantemente pero por suerte, seguía vivo. Gritó a Nanami que se hiciera cargo mientras buscaba ayuda. Salía de la casa cuando vio, por el rabillo del ojo como sus tíos preparaban sus cosas. Pasó de largo. Encontró a un matasanos no demasiado lejos, al que casi arrastró por el camino.
***

Los tiempos tocaban a su fin. Tras la finalización de su estancia en la Academia, Isono regresó a la casa familiar. Con su padre herido y sin nadie más que Nanami para encargarse de todo, la joven shinigami se vio contra las cuerdas y no le quedó más opción que ayudar más activamente. La herida era grave y sanaría, aunque muy lentamente. La medicación dejaba a Kagetsu tan amilanado y enajenado que no era capaz de hacer nada solo. No hacía falta ver, que aquello que estaba devorando a su padre no eran los medicamentos ni esa traicionera herida. La pérdida de Hatsu y el abandono de sus hermanos, aquel golpe bajo… Lo habían superado. Día tras día se ausentaba más, perdiéndose en alguna parte de su memoria donde parecía encontrar mayor alivio que en el presente. Kagetsu dejó de salir de su habitación, comenzó a comer poco hasta marchitarse como una flor. Isono, sin tregua ni descanso, contemplaba esos días grises permitiéndose llorar por dentro cuando nadie miraba. La ausencia de Hatsu hacía las cosas demasiado complicadas.

-Vamos padre, estira este dedo –musitaba a Kagetsu; le tenía la mano sujeta, instándole a recuperar parte de la movilidad que había perdido con la herida-. Venga, un poco más.

Kagetsu observaba su mano con expresión vacía. Movía los dedos casi por inercia. Notaba el tacto de otra mano sobre la piel, indulgente y paciente. Y sentía pena. La culpabilidad de haberla arrastrado a esa situación, se acomodó entre otras muchas vivencias pesarosas y terminó por aplastarlo.

-¿Dónde está mi hija? –inquirió con voz vacía-. ¿Sabes dónde está Konoha?

Los dedos de la muchacha se quedaron quietos sobre la mano de aquel hombre perdido. Apretó los labios. No había nada que la hubiera preparado para eso, ni fuerzas para soportar el dolor que sentía por dentro. Podría aguantar el frío que invadía la casa, la ausencia de aquel joven, el silencio de su padre, pero el olvido…

-Pronto… vendrá pronto… -susurró-.

Aquella fue la primera y última lágrima que Isono pudo permitirse.


- FIN -


OFF: Gracias a todos por leer el flashback; sobretodo a mis marujis que sé que lo han seguido capítulo por capítulo y lo han pasado mal conforme las cosas se iban poniendo turbias. Sé que es una historia trágica, pero creo que el pasado de los personajes realmente insufla vida a los mismos y hacen que sean más complejos. Esta historia es la única razón para que Isono sea como es.

Gracias a todos.
Otsuka Isono
Otsuka Isono

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