Conectarse
Últimos temas
El fuego y la miel de la Dama de Hierro (La verdadera historia de la capitana del Sexto Escuadrón)
2 participantes
Página 1 de 1.
El fuego y la miel de la Dama de Hierro (La verdadera historia de la capitana del Sexto Escuadrón)
Muchos de los shinigamis del Sexto Escuadrón no conocían del todo a su capitana, aunque no parecía una mujer reservada, había una parte de ella que no deseaba mostrar. Por ello no era de extrañar que muchos de ellos no supiesen que la siempre exigente Izumi Kaori a veces abandonaba con nocturnidad y premeditación sus dominios, vestida como una civil para mezclarse con la gente del Rukongai. La joven había optado aquella noche por un fino kimono verde azulado y recogerse el cabello en una simple trenza ladeada, a veces hacía ese tipo de cosas de chica refinada y no terminaba de entender la razón que la llevaba a ello. No sabía que aquella noche sería cuando lo descubriría todo, incluso porque era tan cáustica.
Tsuki no Hanshakou iba sujeta su cintura, pero no llamaba demasiado la atención, pues no era nada extraño que en los barrios más bajos de la Sociedad de las Almas las mujeres portasen armas, a fin de cuentas, una chica sola tenía que poder defenderse. Esbozó una traviesa sonrisa (desde que era capaz de recordar nunca había sido frágil) y se miró las manos, libres de sus mitones, acababan de partírsele los últimos y consideró que era buen momento para ir a su proveedor habitual. Con la cabeza alta y las luces de las calles decorando la zona, la mujer avanzó con paso decidido hasta el cuchitril donde adquiría sus característicos guantes sin dedos. No tardó demasiado en hacerse con unos nuevos que automáticamente se colocó y que fue amoldando a base de abrir y cerrar los dedos, tendría que darles un poco de movimiento, pero pronto estarían a su gusto.
Una vez subsanado el asunto de la moda (no era para nada imaginativa, siempre usaba el mismo modelo en similar gama de colores) decidió ir a beber un poco de sake y comer sushi, era una mezcla que le encantaba. Aunque prefería no acudir aquella noche al local del viejo Tanaka, en esta ocasión tomó la decisión de innovar y buscar un lugar alternativo, se sentía juguetona. Apretó el paso y se encaminó a una de las calles más iluminadas, nadie le hizo el menor caso, cosa que le venía bien, pues su ánimo no permitía socializar.
Alzó los ojos, tan oscuros y rasgados como siempre, y fijó la mirada en una de las casas que se encontró por el camino, había llegado a la zona acomodada, de ahí la buena iluminación y la limpieza. Frunció las cejas, malditas clases altas, siempre con todo solucionado, no habían tenido que hacer nada para ganárselo, mientras que otras personas no tenían más remedio que luchar por cada grano de arroz. Desvió la mirada, pero algo hizo que volviese a centrarla de nuevo en aquella dirección, una niña pequeña la saludaba desde el interior de una de las viviendas, a través de los postes de madera que conformaban la puerta, y pese a ser uno de esos ricos a los que había estado insultando mentalmente, no pudo evitar sonreírle y devolverle el saludo. La tormenta llegó al segundo siguiente.
Movida por un resorte, la Dama de Hierro se acercó hasta la pequeña y se acuclilló frente a ella, mirándola con curiosidad. La niña, de piel clarísima y un curioso cabello cobrizo con toques dorados la observó a su vez y le enseñó algo que llevaba en la mano: era un lazo color celeste. Kaori no sabía muy bien que pensar, de modo que le dijo que era muy bonito, la niña volvió a tendérselo, sin media una palabra, pero la capitana no se atrevía a cogerlo. La parte de ella que había corriendo por la parte más pobre del Rukongai no podía evitar mostrarse desconfiada.
- ¡Kana!- llamaron a la niña- deja en paz a esa señorita- lo acababa de decir una joven de aproximadamente la edad de Kaori y muy parecida a la niña- perdónela por favor, es demasiado comunicativa- la chiquilla continuaba con la mano alzada, de modo que su madre, supuso la capitana, le pidió que lo aceptase.
Tras un intercambio de impresiones, la Dama de Hierro acabó por quedarse con el presente y se despidió de la niña y de su madre. Se fue de allí con la duda pintada en el rostro y la cinta en la mano. Allí había pasado algo, algo realmente extraño, se acercó la cinta a los ojos y la estudió, la pequeña había escrito en hiragana su nombre y por alguna extraña razón a la Dama de Hierro ese nombre le trajo muchos recuerdos: Kana… Kana… Kana… sintió que la cabeza le daba vueltas y tuvo que apoyarse en una de las farolas que daban luz a la zona más limpia del Rukongai. Se le nubló la vista y, a pesar de su fuerza de voluntad, acabó siendo presa de una extraña visión.
Tsuki no Hanshakou iba sujeta su cintura, pero no llamaba demasiado la atención, pues no era nada extraño que en los barrios más bajos de la Sociedad de las Almas las mujeres portasen armas, a fin de cuentas, una chica sola tenía que poder defenderse. Esbozó una traviesa sonrisa (desde que era capaz de recordar nunca había sido frágil) y se miró las manos, libres de sus mitones, acababan de partírsele los últimos y consideró que era buen momento para ir a su proveedor habitual. Con la cabeza alta y las luces de las calles decorando la zona, la mujer avanzó con paso decidido hasta el cuchitril donde adquiría sus característicos guantes sin dedos. No tardó demasiado en hacerse con unos nuevos que automáticamente se colocó y que fue amoldando a base de abrir y cerrar los dedos, tendría que darles un poco de movimiento, pero pronto estarían a su gusto.
Una vez subsanado el asunto de la moda (no era para nada imaginativa, siempre usaba el mismo modelo en similar gama de colores) decidió ir a beber un poco de sake y comer sushi, era una mezcla que le encantaba. Aunque prefería no acudir aquella noche al local del viejo Tanaka, en esta ocasión tomó la decisión de innovar y buscar un lugar alternativo, se sentía juguetona. Apretó el paso y se encaminó a una de las calles más iluminadas, nadie le hizo el menor caso, cosa que le venía bien, pues su ánimo no permitía socializar.
Alzó los ojos, tan oscuros y rasgados como siempre, y fijó la mirada en una de las casas que se encontró por el camino, había llegado a la zona acomodada, de ahí la buena iluminación y la limpieza. Frunció las cejas, malditas clases altas, siempre con todo solucionado, no habían tenido que hacer nada para ganárselo, mientras que otras personas no tenían más remedio que luchar por cada grano de arroz. Desvió la mirada, pero algo hizo que volviese a centrarla de nuevo en aquella dirección, una niña pequeña la saludaba desde el interior de una de las viviendas, a través de los postes de madera que conformaban la puerta, y pese a ser uno de esos ricos a los que había estado insultando mentalmente, no pudo evitar sonreírle y devolverle el saludo. La tormenta llegó al segundo siguiente.
Movida por un resorte, la Dama de Hierro se acercó hasta la pequeña y se acuclilló frente a ella, mirándola con curiosidad. La niña, de piel clarísima y un curioso cabello cobrizo con toques dorados la observó a su vez y le enseñó algo que llevaba en la mano: era un lazo color celeste. Kaori no sabía muy bien que pensar, de modo que le dijo que era muy bonito, la niña volvió a tendérselo, sin media una palabra, pero la capitana no se atrevía a cogerlo. La parte de ella que había corriendo por la parte más pobre del Rukongai no podía evitar mostrarse desconfiada.
- ¡Kana!- llamaron a la niña- deja en paz a esa señorita- lo acababa de decir una joven de aproximadamente la edad de Kaori y muy parecida a la niña- perdónela por favor, es demasiado comunicativa- la chiquilla continuaba con la mano alzada, de modo que su madre, supuso la capitana, le pidió que lo aceptase.
Tras un intercambio de impresiones, la Dama de Hierro acabó por quedarse con el presente y se despidió de la niña y de su madre. Se fue de allí con la duda pintada en el rostro y la cinta en la mano. Allí había pasado algo, algo realmente extraño, se acercó la cinta a los ojos y la estudió, la pequeña había escrito en hiragana su nombre y por alguna extraña razón a la Dama de Hierro ese nombre le trajo muchos recuerdos: Kana… Kana… Kana… sintió que la cabeza le daba vueltas y tuvo que apoyarse en una de las farolas que daban luz a la zona más limpia del Rukongai. Se le nubló la vista y, a pesar de su fuerza de voluntad, acabó siendo presa de una extraña visión.
Izumi Kaori- Post : 584
Re: El fuego y la miel de la Dama de Hierro (La verdadera historia de la capitana del Sexto Escuadrón)
Un hombre de mediana edad llevaba a una chiquilla sobre los hombros, podría tener alrededor de tres años y vestía un yukata azul manchado de algún tipo de salsa, su piel era muy clara y sus ojos negros (como su cabello liso) y rasgados. La persona que la sujetaba era su padre, había nacido su hermana pequeña e iban a conocerla. En un determinado momento la dejó en el suelo (estaban frente a la habitación de su haha) y le pidió que esperase. La chiquitina era bastante impaciente, así que se cruzó de brazos y empezó a resoplar, dando golpes con sus pequeños pies en el suelo. Tras un rato de aburrimiento y desesperación la puerta volvió a correr y su padre, el imponente Kazuya apareció con algo envuelto en un trozo de tela rosado que le tendió para que lo viese. La niña se acercó y observó la carita de su hermana, estaba dormida, pero parecía feliz. Aunque era bastante pequeña, se parecía a ella, la misma piel y pelo.
- Hermanita- susurró la niña, acariciando con ternura la mano de la recién nacida.
- Se llama Kana, repítelo, Kaori chan.
- Ka… na ¡Kana, Kana, Kana!
El padre sonrió, orgulloso. Podía dar gracias a los Dioses, tanto su mujer como sus dos pequeñas estaban bien y las tenía consigo. Su heredero, el errático Kamui, ni siquiera parecía tener interés en conocer al nuevo miembro de su familia. Suspiró, tan sólo esperaba que cambiase un poco con el tiempo.
***
- ¡Kaori, Kaori!- la pequeña Kana volvía a buscar a su hermana, que se había encerrado en el dojo por enésima vez esa semana y no quería salir. Había discutido de nuevo con su hermano mayor, el orgulloso Kamui, y para calmar su cólera se escondía allí y rompía todo lo que tenía a mano. Cuando se encontraba en ese estado tan explosivo, sólo Kana era capaz de sosegarla y hacerla ver las cosas de otro modo. En el momento en el que la mayor descorrió la puerta se encontró con el rostro de su hermana pequeña, que la miraba bastante preocupada. Kaori vestía un hakama rojo y parecía exhausta por el ejercicio.
- Neesan, no deberías hacer caso a Kamui kun, sólo lo hace para fastidiarte.
- Pues lo hace bastante bien, es insoportable. Eso de ser el heredero le tiene trastornado.
- Cuando sea el jefe de la casa se comportará de otra manera, estoy segura que se parecerá un poco más a papá- susurró la niña, apretando la mano de la mayor.
- Tienes diez años, Kana, no sé como eres capaz de hablar de una manera tan adulta ¿no serás una bruja disfrazada, verdad?- y empezó a hacerle cosquillas, mientras la niña se dejaba caer en el suelo de madera, muerta de risa.
Aquellos eran los mejores momentos para las dos hermanas, que se adoraban, a pesar de lo diferentes que eran. Mientras que la hermana mayor era pura energía, la pequeña era tranquila y delicada como una flor, era obvio que siendo así, Kaori no pudiera dejar de chocar con su hermano mayor, Kamui. El heredero acababa de cumplir los veinte y se pavoneaba todo el día. Además una de sus aficiones era molestar a la treceañera recordándole una y otra vez lo que una mujer no podía ni debía hacer.
- Quiero ser como tú- aseguró la niña, rodando y apoyando su cabeza en las piernas de Kaori, ella dejó escapar una carcajada y le revolvió el cabello, que llevaba sujeto con una cinta, no deseaba que su hermana fuera así, debía ser ella misma- y casarme con Kamiya-san- Kaori bufó, la conversación había dejado de parecerle placentera.
- No pienso casarme con ese imbécil de Mamoru, si Kamui se comporta como un creío, él es un bebé.
- Sabía que dirías eso- y cerró los ojos, contenta, para acabar quedándose dormida sobre su hermana mayor.
***
Kamui nunca fue el hijo que el señor Kazuya hubiera deseado: era hosco, orgulloso y siempre deseaba tener la última palabra. Cuando tenía nueve años cuando comenzó a interesarse por cosas que su padre no hubiera aprobado de haberlo sabido. Desde los anales de la historia, el clan había tenido ciertas habilidades especiales que los mandatarios del clan intentaban ignorar por todos los medios pero que siempre acababan saliendo a la luz: en la familia eran capaces de ver a los muertos. Kamui descubrió este don siendo muy joven y se empecinó en sacar algo a cambio. Tal y como su hermana había pronosticado, el chico resultó ser “insoportable”, y así lo fue hasta el día de su muerte.
Aquella tarde había estado entrenando más duramente de lo habitual y tomaba un largo baño, dentro de nada sería el señor del dominio, de manera que le gustaba que le tratasen como tal. Las criadas lo mimaban hasta decir basta (en todos los sentidos que uno pudiese imaginar), su padre pasaba por alto muchas de sus salidas de tono y lo pasaba en grande molestando a Kaori-chan. Kana era harina de otro costal, porque siempre se ponía del lado de la rebelde muchacha y sus provocaciones no significaban nada para ella. Se sonrió a sí mismo con suficiencia y salió del baño.
Mientras tomaba un poco de té y dejaba que su largo cabello oscuro se secase al aire tuvo una nueva visita del otro lado, últimamente estaban un poco persistentes. Volvió el rostro y observó al recién llegado: un hombre que vestía de modo elegante y tenía una cadena colgada del cuello, no era la primera vez que el joven veía aquello en el cuerpo de alguno de sus extraños visitantes, otras veces había visto a personajes fantásticos vestidos de negro y a monstruos que hubiera preferido no ver. El caballero parecía un señor de algún dominio y le observaba con gesto serio, parecido al de su padre.
- ¿Cuál es tu nombre, joven señor?- le preguntó directamente.
- Me llamo Hanamaru Kamui, soy el heredero del dominio.
- Mi nombre es Ninomiya Hiroshi.
Kamui conocía ese nombre, era el del señor de las tierras del este, que había desaparecido recientemente. El suspicaz muchacho hizo una reverencia y su curiosidad se encendió de golpe, ¿qué hacía aquel daimio en su habitación? Hiroshi sonrió y comenzó a contarle su historia.
***
- ¡Kaori!- gritó su madre, cuando vio que su hija mayor aún no había terminado de vestirse, llevaba el peinado a medio hacer y sólo se había puesto el kimono interior, además estaba comiendo dulces, como si tal cosa. A su lado, la hermosa Kana estaba impecable, con todos los complementos y en una pose digna de una señorita. Suspiró, llamó a las criadas y entre todas trabajaron a toda velocidad. Cuando estuvo lista la hicieron caminar como una auténtica dama de alta alcurnia y la lanzaron a la habitación donde la esperaba su prometido: el esbelto Kamiya Mamoru, un chico de la misma edad que la muchacha, de ojos grises y cabello negro que hacía soñar a más de una joven, a todas menos a la chica que tenía en frente. Hana y la madre les acompañaron después.
- Está realmente hermosa, Hanamaru-san. Su belleza sólo es comparable con la de su madre y su hermana- Kana se sonrojó, era el ejemplo perfecto de cómo debía ser una dama oriental, y Kaori sonrió gélidamente. Odiaba todas esas chorradas y así se lo hizo saber a Mamoru.
- Nos conocemos desde que nacimos, ¿de verdad crees necesario llamarme así?
- ¡Kaori!- volvió a rugir su progenitora, pero el joven se echó a reír y observó a su prometido con picardía, en el fondo le divertía su forma de ser.
- Estoy de acuerdo, Kaori-chan, ¿quieres pasear?
- ¿Por qué no?, Kana, ¿vienes con nosotros?
Al rato Kaori, Momoru y Kana paseaban por el jardín. La más joven iba detrás y observaba con cierta envidia como su hermana bromeaba con su futuro esposo, podía decir lo que quisiera sobre Mamoru, pero su prometido no le era del todo indiferente. Todo parecía ir viento en popa hasta que Kamiya decidió dar un paso más, con delicadeza pasó su mano por la espalda de su hermana y ella se sonrojó violentamente (nada típico de ella) cuando el chico acarició su mejilla y pronunció su nombre de aquel modo tan cercano, la pequeña pensó que iba a pegarle, pero Kaori se quedó quieta, paralizada. El joven comprendió que había metido la pata.
- Va a ser mejor que me vaya- y si más preámbulo se dirigió hasta la puerta de salida. La joven se tocó el rostro, algo confusa, y salió corriendo en dirección contraria. Kana se quedó allí en medio, sin saber que hacer, se cruzó de brazos y decidió ir tras su hermana, ¿qué demonios había pasado?
***
Cuando murió el cabeza de familia de los Hanamaru, Kamui ya tenía 23 años y asumió el poder de modo natural, tanto que ni siquiera derramó una sola lágrima por el señor Kazuya, que había sido un ejemplo de nobleza, honestidad y bondad. No lo hizo ni cuando estuvo en soledad, era más frío que el acero. Ocupó su lugar como si estuviera haciéndolo durante años y cambió el consejo de su padre por una nueva generación de guerreros entre los que se encontraba el hijo de Ninomiya Hiroshi, un muchacho hosco llamado Ikki. El tal Ikki quedó prendado enseguida de la joven Kana, que ya era una muchacha de 13 años y como Kamui era quien mandaba los prometió, aunque decidió que el matrimonio tendría lugar cuando la chica hubiese cumplido los 20, así se aseguraba el favor del guerrero y la obediencia de Kana. El joven señor tenía muchas cosas en mente, cosas que sólo podría hacer él y que le habían empujado a propiciar el “accidente” en el que su padre había perdido la vida. Había llegado la hora de hacer cambios, él sería (sin lugar a dudas) mucho mejor que el viejo, o al menos era lo que se decía en los escasos momentos en los que le asaltaban los remordimientos.
- Enséñame a luchar, hermana- le pidió a Kaori cuando estuvieron solas, tenía tanto miedo de su futuro esposo que necesitaba encontrar una manera de defenderse y entrenar con su hermana era lo único que se le ocurría. Durante meses trabajaron para convertir a la dócil Kana en una luchadora tan experta como Kaori. No fue fácil, porque la chiquilla era más bien delicada y tranquila, pero dio su mejor esfuerzo y consiguió tener la suficiente habilidad como para evitar a un prometido borracho.
***
La boda de Kaori (que ya tenía 19 años) fue todo un acontecimiento en el dominio, la hosca muchacha iba a casarse con el apuesto Kamiya-san y pese a las reticencias de la explosiva joven, había acabado por sucumbir a los encantos de su amigo de la infancia y se había enamorado de él, de ahí los nervios que se respiraban en sus aposentos mientras la ayudaban a vestirse. Su hermana pequeña Kana era quien más la extrañaría y también quien mayor envidia sentía por ella, Mamoru era atento, dulce y la amaba. Ella debía casase con el bruto de Ikki, que lo único que parecía querer era desnudarla con la mirada. Suspiró, resignada, pero no le prestaron demasiada atención, pues ese día la protagonista era su hermana.
Kaori se admiró en el espejo de cuerpo entero que habían colocado en su habitación y sintió que el corazón iba a estallarle en mil pedazos, cuando una lágrima rozó su mejilla se sintió idiota, fuera de lugar. Se la arrancó con un ademán y se juró que ni una de aquellas debía mostrar más allá de esas cuatro paredes. Llevaba el típico atuendo sintoista, pues la celebración tendría lugar en un templo cercano: vestía completamente de blanco (lo que representaba su pureza frente a los dioses). Además, como no podía ser de otro modo su cabeza estaba tocada por la capucha blanca, el wataboshi, cuyo fin es cubrir el elaborado peinado que las damas de la casa le habían hecho y que incluía los “cuernos de los celos” de la novia, que la convertirían en una esposa dulce y dispuesta. La joven hubiera prescindido de ellos, pero era la tradición y a su madre (que no paraba de llorar) iba a darle algo si se la saltaba.
- Kana, pásame el abanico- le pidió a su hermana y ella la abrazó, colocando el objeto en sus manos. La pequeña sabía lo que significaba todo aquello para su hermana, que deseaba ser la mujer de Mamoru, pero no quería dejarla al cuidado de su diabólico hermano mayor y sus secuaces. Mientras observaba a la hermosa joven en sus brazos una idea cruzó su mente y la compartió con su hermana, con una voz muy tenue- Kamui aún no me ha hecho un regalo de bodas y sé que voy a pedirle, no va a poder negarse.
- ¿De qué hablas, neesan?- le preguntó la otra.
- Que sea una sorpresa- y por fin la comitiva se dirigió al templo que había en el jardín.
Kamiya Mamoru vestía también del modo tradicional, con un kimono oscuro, y se había peinado el cabello en una cola de cabello que hacía que sus ojos grises destacasen aún más. Aunque no su rostro no expresó nada, sus ojos se iluminaron cuando vieron a la que iba a convertirse en su esposa, que caminaba con elegancia. La ceremonia fue sencilla y los novios sólo estuvieron acompañados por sus familiares y sus amigos más cercanos, como es habitual en este tipo de celebraciones. Una vez concluyó, se llevó a cabo el banquete, en el que la novia (tal y como le comentó a su hermana) pidió su regalo de boda al cabeza de familia. Lo que para el resto de los invitados fue un simple detalle, para los tres hermanos supuso una especie de combate, pues la mayor de las chicas le había pedido a Kamui que Kana fuera a vivir con ella y su marido hasta que cumpliese los veinte. El joven no pudo negarse, sería ponerse en evidencia ante una mujer frente a sus subordinados, y su hermana ganó la partida, pero los ojos del heredero le decían que no iba a ser por mucho tiempo, que encontraría la forma de vengarse por aquella afrente. La locura que en aquel momento las dos hermanas atisbaron en los ojos de Kamui fue una especie de presagio…
***
Dos años más tarde, la dulce Kana seguía viviendo con su hermana y su cuñado. Además, el hogar de los Kamiya había sido bendecido con la llegada de Hideaki, el primer hijo de la pareja y el heredero del dominio. Kaori y Kana entrenaban todos los días y aunque aún faltaban dos años para que la hermana pequeña se casase, no terminaban de sentirse tranquilas del todo, mucho menos la mayor, que volvía a estar embarazada y se preocupaba más de la cuenta. A pesar de su estado de buena esperanza, no era un problema para ella y se sentía en condiciones de hacer cualquier cosa, el futuro de su hermana era lo que más pesaba sobre sus hombros.
Un día de primavera Kaori, con Hideaki en brazos, acudió al cuarto de su hermana para preguntarle sobre un arreglo floral, pero no la encontró, en lugar de eso dio con un diario escrito con la letra que su hermana que no pudo evitar leer. El pequeño Hideaki casi se cae de sus brazos, pues lo que su inocente hermana había escrito ahí consiguió sacar lo peor de la volcánica Kamiya Kaori.
Dejó al niño con una de las criadas y acudió a la sala de entrenamiento, donde Mamoru les enseñaba a varios vasallos a manejar la katana, que su hermana estuviese allí le vino de perlas para soltar todo lo que tenía dentro. Echó a los estudiantes sin ningún miramiento y se quedó a solas con su esposo y con Kana. Cuando ésta vio el diario, su rostro perdió el escaso color que solía adornarlo e intentó explicarse, pero su hermana la silenció con una bofetada. Su marido se levantó y se puso en medio, lo que aumentó la ira de la celosa joven.
- Mamoru, no me digas que tú…
- Sólo es una niña, Kaori, ¿qué ha podido hacer para qué la trates así?
Kana sintió que se partía algo en su interior, pero mantuvo el rostro bajo, deseando que a su hermana no se le ocurriese llegar un paso más.
- Enamorarse de ti- lo había dicho. Se había atrevido a hacerlo y rezumaba odio por los cuatro costados. Kana sabía que no debería haber escrito aquello, pero no podía hablar con nadie, aquella era la única manera que había encontrado para desahogarse. Mamoru miró a las dos hermanas, confuso y tomó una mano de su mujer, con dulzura.
- No te pongas así, mi amor, estoy seguro que es algo pasajero, a fin de cuentas no hay muchos chicos de su edad por aquí. No se lo tengas en cuenta- eso no era, ni mucho menos, lo que ella pensaba.
- Vete de mi casa- susurró la embarazada, apretando los dedos de su esposo y clavando una mirada de hiel en su hermana pequeña, que había empezado a llorar- no quiero volver a verte nunca, jamás.
A pesar de lo mucho que hizo el jefe del dominio para que su mujer cambiase de idea. Ni ella ni Kana dieron el brazo a torcer y la muchacha (aunque aquello era lo que habían querido evitar con todas sus fuerzas) regresó al hogar familiar, donde sólo la esperaban su anciana madre, el pervertido de su prometido y el déspota de su hermano. Las cosas no habían cambiado mucho en dos años, aunque si ella, que ahora además de saberse no correspondida por Mamoru, tendría que vivir con el odio de Kaori.
Al menos eso era lo que creía la joven Kana, pues mucho de los hombres de su hermano pertenecían al grupo de Ninomiya Ikki, algo si que era distinto. A pesar de que Kamui seguía siendo el líder, casi todos los muchachos que ahora paseaban por la casa como si fuera suya no eran soldados entrenados por los Hanamaru, algo olía muy mal, aunque ni la madre ni la hija supieron nada de lo que se avecinaba hasta que fue demasiado tarde.
***
Kamui se había casado y tenía dos hijos, pero su obsesión por ser mejor estratega y mejor guerrero que su padre le consumía, le volvía loco. Las palabras del fantasma de Ninomiya Hiroshi siempre volvían a él cuando desfallecía: “tu padre fue un traidor, ganó su puesto con argucias”. No podía dejar de pensar en ello, él sería mejor que su padre, tenía que serlo. Además, si lo que Hiroshi e Ikki le habían dicho era cierto, ni siquiera era hijo del señor Hanamaru, sino el hermano mayor de Ikki. Él no quería nada de los Ninomiya, sólo que aquel hombre sufriese, pues le había quitado su verdadero origen, le había mentido toda su vida, él jamás haría eso, de ahí que en cierta medida quisiese enmendar el error de su padre para con sus vecinos. Tal era el caso que estaba dispuesto a vender a su hermana pequeña como simple mercancía.
Aunque ni siquiera la trató como eso. Desde que llegó a la casa la ignoró por completo y quiso mantenerla al margen de cualquier cosa, pues la joven era muy inteligente, probablemente se diese cuenta que algo pasaba, que su hermano estaba diferente. Aquel día la mandó con las criadas de compras y aquel gesto (que la muchacha se tomó como el enésimo desprecio) fue lo que precipitó, en cierta medida lo que estaba por venir.
Kaori se sentía mal por lo que había hecho con su hermana, pero los celos habían sido poderosos, mucho más fuertes que ella y había acabado llevándola a empujar a Kana contra aquello con lo que había luchado. Ni corta ni perezosa decidió enmendar su error un par de semanas después de haberla mandado a la casa familiar e ir a buscarla. Lo que no sabía aún era que aquel sería su último viaje en la tierra de los vivos.
***
Cuando la esposa de Mamoru llegó a su hogar no encontró a ninguno de sus hermanos. Su madre estaba ya muy enferma y no le convenía recibir demasiadas visitas, de manera que se dedicó a vagar por la casa, como hacía cuando era pequeña. Acostumbrada a tocar todo y a abrir cualquier mueble que le viniese en gana, se encontró en una de las habitaciones de los hombres de Kamui, mirando cosas que no tendría que haber mirado, porque descubrió- cosa que ya sospechaba- que su hermano era un tonto de remate. Era la segunda vez en dos semanas que había tocado algo que no era suyo, parecía que el destino tuviese ganas de jugar.
En letra pulcra, la señora Kamiya leyó la correspondencia entre dos hombres. Según pudo interpretar uno de esos hombres iba a hacerse con el Dominio de los Hanamaru para destruirlo y el primogénito había sido tan idiota que se había creído todos los embustes que le habían contado, había sido tan imbécil que incluso había propiciado la muerte de su propio padre. La joven sintió que las fuerzas le faltaban, ¿cómo había estado su hermano tan ciego? Si ella hubiera sido el hombre de la casa… su hijo, en su abdomen le dio una patada, recordándole que estaba ahí, que era una mujer, y ella se acarició el vientre.
Cuando se dio la vuelta, dispuesta a marcharse ya, el propio Ikki en persona estaba allí y sin mediar palabra descargó un golpe contra ella, que vio las estrellas y empezó a notar como el mundo se fundía en negro. Unas horas después, cuando la casa era pasto de las llamas, fue Kamui quien la encontró e hizo esfuerzos por sacarla de allí.
***
Kana llegó corriendo, pues la casa se estaba quemando. Al primero que vio fue a Mamoru, que tenía la cara teñida de hollín y las lágrimas bañaban su apuesto rostro, era la primera vez que le veía así. Algo muy grave había tenido que pasar para que se encontrase de aquella guisa.
- Dios mio, Kaori…- no había otra explicación para que el muchacho
- No se puede entrar, Kana- el joven le puso una mano en la espalda, para darle la tranquilidad que él también necesitaba. Cuando intentó acariciarle la mejilla, la joven ya entraba a toda prisa en la casa, buscando a su hermana. Aunque más bien se encontró con su prometido, que salía de una de las habitaciones principales con la espada manchada de sangre. Kana no era dada a la beligerancia, a su hermana se le daba mejor, pero esta vez un reguero de ira recorrió su espina dorsal y la espada corta que siempre ocultaba en su manga hizo su aparición.
- Mi querida prometida…
- Cállate- y arremetió contra él, que la detuvo con su katana. Aunque la muchacha no se amedrentó y usó una de las técnicas que su hermana le había enseñado, se acercó lo suficiente al guerrero, para hacerle creer que tenía una oportunidad, y le empotró la rodilla en la entrepierna. Cuando cayó al suelo, la hermana pequeña acercó su espada corta hasta su cuello- desembucha, no tengo todo el día.
- No pienso hacerlo, ¿vas a matarme?- y contra todo pronóstico, la apacible Kana clavó su arma en el hombro de Ikki, que chilló como un condenado- sólo… estoy cumpliendo la venganza de mi padre, el señor Hanamaru le quitó todo: sus tierras en un combate, a tu madre… todo su linaje debía pagar. La señora Hanamaru ha sido la segunda, la siguiente serás tú.
- ¿La segunda, qué has hecho con Kaori?- tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por focalizar y no pensar en su pobre madre.
- Todavía nada, pero no puedo asegurarte que tu hermano no se cebe.
Con la espada de Ikki en la mano y su prometido inmovilizado, Kana recorrió las estancias llenas de humo como si le fuera la vida en ello, tenía razón, aunque no era su vida lo que estaba en peligro, sino la de Kaori y su bebé.
Su hermano iba a ser el hazmerreír de aquellas tierras si le dejaba con vida. Había sido tan idiota que se había dejado engañar como un niño de pecho y había puesto el feudo por el que su padre tanto trabajó en manos de unos psicópatas. Cuando al fin dio con sus hermanos mayores poco le faltó para saltar contra Kamui. Éste tiraba de una Kaori embarazada que no paraba de quejarse. Sus ojos se convirtieron en sendas rendijas negras y caminó hasta él, que tenía el rostro bañado de sudor.
- Kana, menos mal que has venido, ayúdame…
La joven no le dejó terminar, sino que le lanzó un golpe con la empuñadura de la espada que le dejó la cara marcada. El señor la miró, completamente estupefacto y la encaró, agarrándola por el codo con fuerza.
- Tu hermana mayor está muy grave, ¿de qué va esto, imouto?
- Nos has vendido, imbécil. Lo único que quería Ikki era destruirnos, llevar a cabo su venganza, te han estado utilizando para hacer esto.
- No, Kana, este fuego debe tener una explicación.
- No…- susurró Kaori desde el suelo y les contó a ambos lo que había leído en las cartas que había encontrado. El rostro de Kamui se convirtió en puras cenias.
- Me dijo… que Kazuya no era mi padre, por eso yo… lo envenené.
Una risa extraña se apoderó del joven unos instantes después y desenvainó su espada. Kana se levantó a su vez y sostuvo la de Ikki frente a su cara, estaba muerta de miedo, sobre todo por Kaori, que no paraba de gimotear con las manos en la abultada tripa. Para colmo de males el fuego y el humo habían empezado a penetrar en la habitación por todos lados, miró a sus dos hermanos, los ojos de Kamui ahora presentaban una textura diferente, como si viese a través de un enrejado, como si la cordura le hubiera abandonado definitivamente al enterarse de lo que había hecho realmente. La señal que las hermanas vieron en sus ojos durante el enlace de la mayor parecía haber evolucionado a algo más profundo.
- No voy a poder rencarnarme- Kamui hablaba de religión y Kana no supo que decirle, nunca había tenido una relación muy estrecha con él, pero era su hermano y verlo así la alteraba- así que ya no me importa llevarme a lo que queda del clan Hanamaru al infierno conmigo.
- Niisan, detente, por favor. Aún podemos arreglarlo, reconstruiremos la casa, por favor. Kaori esté embarazada, tiene un hijo pequeño…
La primera estocada hizo sangrar el brazo de la muchacha, que quedó descolocada, nunca había tenido un combate real y su hermano era el heredero y se había visto envuelto en miles de conflictos, no había forma humana que pudiese ganar. Apretó los dientes e intentó pensar, mientras Kaori cada vez se quejaba menos, el siguiente golpe que lanzó su hermano lo esquivó por poco y le rasgó una pierna, aunque él no se detuvo y continuó avanzando. En pocos minutos, Kana estaba empapada en sangre y notaba la vista nublada, no quería morir así. Si este fue el pensamiento que la espoleó o no, no puedo estar segura, lo único que sé es que en el siguiente cruce la espada inexperta de la joven atravesó los ropajes de su hermano a la altura del pecho y lo hizo caer al suelo. Ella recibió una estocada bastante profunda en el estómago durante el proceso y la sangre de los tres hermanos comenzó a mancharlo todo.
Kamui fue el primero en dejar de moverse, aunque Kaori tenía pintas de ser la próxima, había tenido una hemorragia y movía la mano hacia su hermana, que se arrastraba por el suelo para llegar a ella. El corte en el estómago le estaba haciendo perder mucha sangre, pero hizo un esfuerzo por alcanzar la mano de su querida hermana mayor.
- Siento haberte echado de casa, Kana. No tendría que haberte golpeado.
- Fue culpa mía, estabas en tu derecho a enfadarte- sollozó- ¿qué clase de persona se fija en el marido de su hermana mayor?
- Eso ya no importa…- el último gesto de Kaori fue apretar la mano de Kana, que también había sido herida de muerte.
- Kaori… Kaori… Kaori…
***
- Kaori… Kaori… Kaori…- seguía repitiendo Kana cuando se materializó en el Rukongai con la forma de una niña pequeña, sin recordar nada más.
- ¿Te llamas Kaori?- preguntó la señora que la encontró y la recogió. Ella se encogió de hombros, pues no estaba segura de cuál era su nombre, no sabía nada- tienes que tener un nombre, así que usaremos ese de momento- la anciana vistió a la niña con un remendado yukata y la observó- yo soy Izumi Nanase, como no tienes apellido o no lo recuerdas podrías usar el mío, ¿qué te parece, Izumi Kaori?
- Vale- contestó la niña y así empezó su periplo, el que la llevó a convertirse en la temible Dama de Hierro. Durante años había usado el nombre de su querida hermana mayor sin saberlo.
- Hermanita- susurró la niña, acariciando con ternura la mano de la recién nacida.
- Se llama Kana, repítelo, Kaori chan.
- Ka… na ¡Kana, Kana, Kana!
El padre sonrió, orgulloso. Podía dar gracias a los Dioses, tanto su mujer como sus dos pequeñas estaban bien y las tenía consigo. Su heredero, el errático Kamui, ni siquiera parecía tener interés en conocer al nuevo miembro de su familia. Suspiró, tan sólo esperaba que cambiase un poco con el tiempo.
***
- ¡Kaori, Kaori!- la pequeña Kana volvía a buscar a su hermana, que se había encerrado en el dojo por enésima vez esa semana y no quería salir. Había discutido de nuevo con su hermano mayor, el orgulloso Kamui, y para calmar su cólera se escondía allí y rompía todo lo que tenía a mano. Cuando se encontraba en ese estado tan explosivo, sólo Kana era capaz de sosegarla y hacerla ver las cosas de otro modo. En el momento en el que la mayor descorrió la puerta se encontró con el rostro de su hermana pequeña, que la miraba bastante preocupada. Kaori vestía un hakama rojo y parecía exhausta por el ejercicio.
- Neesan, no deberías hacer caso a Kamui kun, sólo lo hace para fastidiarte.
- Pues lo hace bastante bien, es insoportable. Eso de ser el heredero le tiene trastornado.
- Cuando sea el jefe de la casa se comportará de otra manera, estoy segura que se parecerá un poco más a papá- susurró la niña, apretando la mano de la mayor.
- Tienes diez años, Kana, no sé como eres capaz de hablar de una manera tan adulta ¿no serás una bruja disfrazada, verdad?- y empezó a hacerle cosquillas, mientras la niña se dejaba caer en el suelo de madera, muerta de risa.
Aquellos eran los mejores momentos para las dos hermanas, que se adoraban, a pesar de lo diferentes que eran. Mientras que la hermana mayor era pura energía, la pequeña era tranquila y delicada como una flor, era obvio que siendo así, Kaori no pudiera dejar de chocar con su hermano mayor, Kamui. El heredero acababa de cumplir los veinte y se pavoneaba todo el día. Además una de sus aficiones era molestar a la treceañera recordándole una y otra vez lo que una mujer no podía ni debía hacer.
- Quiero ser como tú- aseguró la niña, rodando y apoyando su cabeza en las piernas de Kaori, ella dejó escapar una carcajada y le revolvió el cabello, que llevaba sujeto con una cinta, no deseaba que su hermana fuera así, debía ser ella misma- y casarme con Kamiya-san- Kaori bufó, la conversación había dejado de parecerle placentera.
- No pienso casarme con ese imbécil de Mamoru, si Kamui se comporta como un creío, él es un bebé.
- Sabía que dirías eso- y cerró los ojos, contenta, para acabar quedándose dormida sobre su hermana mayor.
***
Kamui nunca fue el hijo que el señor Kazuya hubiera deseado: era hosco, orgulloso y siempre deseaba tener la última palabra. Cuando tenía nueve años cuando comenzó a interesarse por cosas que su padre no hubiera aprobado de haberlo sabido. Desde los anales de la historia, el clan había tenido ciertas habilidades especiales que los mandatarios del clan intentaban ignorar por todos los medios pero que siempre acababan saliendo a la luz: en la familia eran capaces de ver a los muertos. Kamui descubrió este don siendo muy joven y se empecinó en sacar algo a cambio. Tal y como su hermana había pronosticado, el chico resultó ser “insoportable”, y así lo fue hasta el día de su muerte.
Aquella tarde había estado entrenando más duramente de lo habitual y tomaba un largo baño, dentro de nada sería el señor del dominio, de manera que le gustaba que le tratasen como tal. Las criadas lo mimaban hasta decir basta (en todos los sentidos que uno pudiese imaginar), su padre pasaba por alto muchas de sus salidas de tono y lo pasaba en grande molestando a Kaori-chan. Kana era harina de otro costal, porque siempre se ponía del lado de la rebelde muchacha y sus provocaciones no significaban nada para ella. Se sonrió a sí mismo con suficiencia y salió del baño.
Mientras tomaba un poco de té y dejaba que su largo cabello oscuro se secase al aire tuvo una nueva visita del otro lado, últimamente estaban un poco persistentes. Volvió el rostro y observó al recién llegado: un hombre que vestía de modo elegante y tenía una cadena colgada del cuello, no era la primera vez que el joven veía aquello en el cuerpo de alguno de sus extraños visitantes, otras veces había visto a personajes fantásticos vestidos de negro y a monstruos que hubiera preferido no ver. El caballero parecía un señor de algún dominio y le observaba con gesto serio, parecido al de su padre.
- ¿Cuál es tu nombre, joven señor?- le preguntó directamente.
- Me llamo Hanamaru Kamui, soy el heredero del dominio.
- Mi nombre es Ninomiya Hiroshi.
Kamui conocía ese nombre, era el del señor de las tierras del este, que había desaparecido recientemente. El suspicaz muchacho hizo una reverencia y su curiosidad se encendió de golpe, ¿qué hacía aquel daimio en su habitación? Hiroshi sonrió y comenzó a contarle su historia.
***
- ¡Kaori!- gritó su madre, cuando vio que su hija mayor aún no había terminado de vestirse, llevaba el peinado a medio hacer y sólo se había puesto el kimono interior, además estaba comiendo dulces, como si tal cosa. A su lado, la hermosa Kana estaba impecable, con todos los complementos y en una pose digna de una señorita. Suspiró, llamó a las criadas y entre todas trabajaron a toda velocidad. Cuando estuvo lista la hicieron caminar como una auténtica dama de alta alcurnia y la lanzaron a la habitación donde la esperaba su prometido: el esbelto Kamiya Mamoru, un chico de la misma edad que la muchacha, de ojos grises y cabello negro que hacía soñar a más de una joven, a todas menos a la chica que tenía en frente. Hana y la madre les acompañaron después.
- Está realmente hermosa, Hanamaru-san. Su belleza sólo es comparable con la de su madre y su hermana- Kana se sonrojó, era el ejemplo perfecto de cómo debía ser una dama oriental, y Kaori sonrió gélidamente. Odiaba todas esas chorradas y así se lo hizo saber a Mamoru.
- Nos conocemos desde que nacimos, ¿de verdad crees necesario llamarme así?
- ¡Kaori!- volvió a rugir su progenitora, pero el joven se echó a reír y observó a su prometido con picardía, en el fondo le divertía su forma de ser.
- Estoy de acuerdo, Kaori-chan, ¿quieres pasear?
- ¿Por qué no?, Kana, ¿vienes con nosotros?
Al rato Kaori, Momoru y Kana paseaban por el jardín. La más joven iba detrás y observaba con cierta envidia como su hermana bromeaba con su futuro esposo, podía decir lo que quisiera sobre Mamoru, pero su prometido no le era del todo indiferente. Todo parecía ir viento en popa hasta que Kamiya decidió dar un paso más, con delicadeza pasó su mano por la espalda de su hermana y ella se sonrojó violentamente (nada típico de ella) cuando el chico acarició su mejilla y pronunció su nombre de aquel modo tan cercano, la pequeña pensó que iba a pegarle, pero Kaori se quedó quieta, paralizada. El joven comprendió que había metido la pata.
- Va a ser mejor que me vaya- y si más preámbulo se dirigió hasta la puerta de salida. La joven se tocó el rostro, algo confusa, y salió corriendo en dirección contraria. Kana se quedó allí en medio, sin saber que hacer, se cruzó de brazos y decidió ir tras su hermana, ¿qué demonios había pasado?
***
Cuando murió el cabeza de familia de los Hanamaru, Kamui ya tenía 23 años y asumió el poder de modo natural, tanto que ni siquiera derramó una sola lágrima por el señor Kazuya, que había sido un ejemplo de nobleza, honestidad y bondad. No lo hizo ni cuando estuvo en soledad, era más frío que el acero. Ocupó su lugar como si estuviera haciéndolo durante años y cambió el consejo de su padre por una nueva generación de guerreros entre los que se encontraba el hijo de Ninomiya Hiroshi, un muchacho hosco llamado Ikki. El tal Ikki quedó prendado enseguida de la joven Kana, que ya era una muchacha de 13 años y como Kamui era quien mandaba los prometió, aunque decidió que el matrimonio tendría lugar cuando la chica hubiese cumplido los 20, así se aseguraba el favor del guerrero y la obediencia de Kana. El joven señor tenía muchas cosas en mente, cosas que sólo podría hacer él y que le habían empujado a propiciar el “accidente” en el que su padre había perdido la vida. Había llegado la hora de hacer cambios, él sería (sin lugar a dudas) mucho mejor que el viejo, o al menos era lo que se decía en los escasos momentos en los que le asaltaban los remordimientos.
- Enséñame a luchar, hermana- le pidió a Kaori cuando estuvieron solas, tenía tanto miedo de su futuro esposo que necesitaba encontrar una manera de defenderse y entrenar con su hermana era lo único que se le ocurría. Durante meses trabajaron para convertir a la dócil Kana en una luchadora tan experta como Kaori. No fue fácil, porque la chiquilla era más bien delicada y tranquila, pero dio su mejor esfuerzo y consiguió tener la suficiente habilidad como para evitar a un prometido borracho.
***
La boda de Kaori (que ya tenía 19 años) fue todo un acontecimiento en el dominio, la hosca muchacha iba a casarse con el apuesto Kamiya-san y pese a las reticencias de la explosiva joven, había acabado por sucumbir a los encantos de su amigo de la infancia y se había enamorado de él, de ahí los nervios que se respiraban en sus aposentos mientras la ayudaban a vestirse. Su hermana pequeña Kana era quien más la extrañaría y también quien mayor envidia sentía por ella, Mamoru era atento, dulce y la amaba. Ella debía casase con el bruto de Ikki, que lo único que parecía querer era desnudarla con la mirada. Suspiró, resignada, pero no le prestaron demasiada atención, pues ese día la protagonista era su hermana.
Kaori se admiró en el espejo de cuerpo entero que habían colocado en su habitación y sintió que el corazón iba a estallarle en mil pedazos, cuando una lágrima rozó su mejilla se sintió idiota, fuera de lugar. Se la arrancó con un ademán y se juró que ni una de aquellas debía mostrar más allá de esas cuatro paredes. Llevaba el típico atuendo sintoista, pues la celebración tendría lugar en un templo cercano: vestía completamente de blanco (lo que representaba su pureza frente a los dioses). Además, como no podía ser de otro modo su cabeza estaba tocada por la capucha blanca, el wataboshi, cuyo fin es cubrir el elaborado peinado que las damas de la casa le habían hecho y que incluía los “cuernos de los celos” de la novia, que la convertirían en una esposa dulce y dispuesta. La joven hubiera prescindido de ellos, pero era la tradición y a su madre (que no paraba de llorar) iba a darle algo si se la saltaba.
- Kana, pásame el abanico- le pidió a su hermana y ella la abrazó, colocando el objeto en sus manos. La pequeña sabía lo que significaba todo aquello para su hermana, que deseaba ser la mujer de Mamoru, pero no quería dejarla al cuidado de su diabólico hermano mayor y sus secuaces. Mientras observaba a la hermosa joven en sus brazos una idea cruzó su mente y la compartió con su hermana, con una voz muy tenue- Kamui aún no me ha hecho un regalo de bodas y sé que voy a pedirle, no va a poder negarse.
- ¿De qué hablas, neesan?- le preguntó la otra.
- Que sea una sorpresa- y por fin la comitiva se dirigió al templo que había en el jardín.
Kamiya Mamoru vestía también del modo tradicional, con un kimono oscuro, y se había peinado el cabello en una cola de cabello que hacía que sus ojos grises destacasen aún más. Aunque no su rostro no expresó nada, sus ojos se iluminaron cuando vieron a la que iba a convertirse en su esposa, que caminaba con elegancia. La ceremonia fue sencilla y los novios sólo estuvieron acompañados por sus familiares y sus amigos más cercanos, como es habitual en este tipo de celebraciones. Una vez concluyó, se llevó a cabo el banquete, en el que la novia (tal y como le comentó a su hermana) pidió su regalo de boda al cabeza de familia. Lo que para el resto de los invitados fue un simple detalle, para los tres hermanos supuso una especie de combate, pues la mayor de las chicas le había pedido a Kamui que Kana fuera a vivir con ella y su marido hasta que cumpliese los veinte. El joven no pudo negarse, sería ponerse en evidencia ante una mujer frente a sus subordinados, y su hermana ganó la partida, pero los ojos del heredero le decían que no iba a ser por mucho tiempo, que encontraría la forma de vengarse por aquella afrente. La locura que en aquel momento las dos hermanas atisbaron en los ojos de Kamui fue una especie de presagio…
***
Dos años más tarde, la dulce Kana seguía viviendo con su hermana y su cuñado. Además, el hogar de los Kamiya había sido bendecido con la llegada de Hideaki, el primer hijo de la pareja y el heredero del dominio. Kaori y Kana entrenaban todos los días y aunque aún faltaban dos años para que la hermana pequeña se casase, no terminaban de sentirse tranquilas del todo, mucho menos la mayor, que volvía a estar embarazada y se preocupaba más de la cuenta. A pesar de su estado de buena esperanza, no era un problema para ella y se sentía en condiciones de hacer cualquier cosa, el futuro de su hermana era lo que más pesaba sobre sus hombros.
Un día de primavera Kaori, con Hideaki en brazos, acudió al cuarto de su hermana para preguntarle sobre un arreglo floral, pero no la encontró, en lugar de eso dio con un diario escrito con la letra que su hermana que no pudo evitar leer. El pequeño Hideaki casi se cae de sus brazos, pues lo que su inocente hermana había escrito ahí consiguió sacar lo peor de la volcánica Kamiya Kaori.
Dejó al niño con una de las criadas y acudió a la sala de entrenamiento, donde Mamoru les enseñaba a varios vasallos a manejar la katana, que su hermana estuviese allí le vino de perlas para soltar todo lo que tenía dentro. Echó a los estudiantes sin ningún miramiento y se quedó a solas con su esposo y con Kana. Cuando ésta vio el diario, su rostro perdió el escaso color que solía adornarlo e intentó explicarse, pero su hermana la silenció con una bofetada. Su marido se levantó y se puso en medio, lo que aumentó la ira de la celosa joven.
- Mamoru, no me digas que tú…
- Sólo es una niña, Kaori, ¿qué ha podido hacer para qué la trates así?
Kana sintió que se partía algo en su interior, pero mantuvo el rostro bajo, deseando que a su hermana no se le ocurriese llegar un paso más.
- Enamorarse de ti- lo había dicho. Se había atrevido a hacerlo y rezumaba odio por los cuatro costados. Kana sabía que no debería haber escrito aquello, pero no podía hablar con nadie, aquella era la única manera que había encontrado para desahogarse. Mamoru miró a las dos hermanas, confuso y tomó una mano de su mujer, con dulzura.
- No te pongas así, mi amor, estoy seguro que es algo pasajero, a fin de cuentas no hay muchos chicos de su edad por aquí. No se lo tengas en cuenta- eso no era, ni mucho menos, lo que ella pensaba.
- Vete de mi casa- susurró la embarazada, apretando los dedos de su esposo y clavando una mirada de hiel en su hermana pequeña, que había empezado a llorar- no quiero volver a verte nunca, jamás.
A pesar de lo mucho que hizo el jefe del dominio para que su mujer cambiase de idea. Ni ella ni Kana dieron el brazo a torcer y la muchacha (aunque aquello era lo que habían querido evitar con todas sus fuerzas) regresó al hogar familiar, donde sólo la esperaban su anciana madre, el pervertido de su prometido y el déspota de su hermano. Las cosas no habían cambiado mucho en dos años, aunque si ella, que ahora además de saberse no correspondida por Mamoru, tendría que vivir con el odio de Kaori.
Al menos eso era lo que creía la joven Kana, pues mucho de los hombres de su hermano pertenecían al grupo de Ninomiya Ikki, algo si que era distinto. A pesar de que Kamui seguía siendo el líder, casi todos los muchachos que ahora paseaban por la casa como si fuera suya no eran soldados entrenados por los Hanamaru, algo olía muy mal, aunque ni la madre ni la hija supieron nada de lo que se avecinaba hasta que fue demasiado tarde.
***
Kamui se había casado y tenía dos hijos, pero su obsesión por ser mejor estratega y mejor guerrero que su padre le consumía, le volvía loco. Las palabras del fantasma de Ninomiya Hiroshi siempre volvían a él cuando desfallecía: “tu padre fue un traidor, ganó su puesto con argucias”. No podía dejar de pensar en ello, él sería mejor que su padre, tenía que serlo. Además, si lo que Hiroshi e Ikki le habían dicho era cierto, ni siquiera era hijo del señor Hanamaru, sino el hermano mayor de Ikki. Él no quería nada de los Ninomiya, sólo que aquel hombre sufriese, pues le había quitado su verdadero origen, le había mentido toda su vida, él jamás haría eso, de ahí que en cierta medida quisiese enmendar el error de su padre para con sus vecinos. Tal era el caso que estaba dispuesto a vender a su hermana pequeña como simple mercancía.
Aunque ni siquiera la trató como eso. Desde que llegó a la casa la ignoró por completo y quiso mantenerla al margen de cualquier cosa, pues la joven era muy inteligente, probablemente se diese cuenta que algo pasaba, que su hermano estaba diferente. Aquel día la mandó con las criadas de compras y aquel gesto (que la muchacha se tomó como el enésimo desprecio) fue lo que precipitó, en cierta medida lo que estaba por venir.
Kaori se sentía mal por lo que había hecho con su hermana, pero los celos habían sido poderosos, mucho más fuertes que ella y había acabado llevándola a empujar a Kana contra aquello con lo que había luchado. Ni corta ni perezosa decidió enmendar su error un par de semanas después de haberla mandado a la casa familiar e ir a buscarla. Lo que no sabía aún era que aquel sería su último viaje en la tierra de los vivos.
***
Cuando la esposa de Mamoru llegó a su hogar no encontró a ninguno de sus hermanos. Su madre estaba ya muy enferma y no le convenía recibir demasiadas visitas, de manera que se dedicó a vagar por la casa, como hacía cuando era pequeña. Acostumbrada a tocar todo y a abrir cualquier mueble que le viniese en gana, se encontró en una de las habitaciones de los hombres de Kamui, mirando cosas que no tendría que haber mirado, porque descubrió- cosa que ya sospechaba- que su hermano era un tonto de remate. Era la segunda vez en dos semanas que había tocado algo que no era suyo, parecía que el destino tuviese ganas de jugar.
En letra pulcra, la señora Kamiya leyó la correspondencia entre dos hombres. Según pudo interpretar uno de esos hombres iba a hacerse con el Dominio de los Hanamaru para destruirlo y el primogénito había sido tan idiota que se había creído todos los embustes que le habían contado, había sido tan imbécil que incluso había propiciado la muerte de su propio padre. La joven sintió que las fuerzas le faltaban, ¿cómo había estado su hermano tan ciego? Si ella hubiera sido el hombre de la casa… su hijo, en su abdomen le dio una patada, recordándole que estaba ahí, que era una mujer, y ella se acarició el vientre.
Cuando se dio la vuelta, dispuesta a marcharse ya, el propio Ikki en persona estaba allí y sin mediar palabra descargó un golpe contra ella, que vio las estrellas y empezó a notar como el mundo se fundía en negro. Unas horas después, cuando la casa era pasto de las llamas, fue Kamui quien la encontró e hizo esfuerzos por sacarla de allí.
***
Kana llegó corriendo, pues la casa se estaba quemando. Al primero que vio fue a Mamoru, que tenía la cara teñida de hollín y las lágrimas bañaban su apuesto rostro, era la primera vez que le veía así. Algo muy grave había tenido que pasar para que se encontrase de aquella guisa.
- Dios mio, Kaori…- no había otra explicación para que el muchacho
- No se puede entrar, Kana- el joven le puso una mano en la espalda, para darle la tranquilidad que él también necesitaba. Cuando intentó acariciarle la mejilla, la joven ya entraba a toda prisa en la casa, buscando a su hermana. Aunque más bien se encontró con su prometido, que salía de una de las habitaciones principales con la espada manchada de sangre. Kana no era dada a la beligerancia, a su hermana se le daba mejor, pero esta vez un reguero de ira recorrió su espina dorsal y la espada corta que siempre ocultaba en su manga hizo su aparición.
- Mi querida prometida…
- Cállate- y arremetió contra él, que la detuvo con su katana. Aunque la muchacha no se amedrentó y usó una de las técnicas que su hermana le había enseñado, se acercó lo suficiente al guerrero, para hacerle creer que tenía una oportunidad, y le empotró la rodilla en la entrepierna. Cuando cayó al suelo, la hermana pequeña acercó su espada corta hasta su cuello- desembucha, no tengo todo el día.
- No pienso hacerlo, ¿vas a matarme?- y contra todo pronóstico, la apacible Kana clavó su arma en el hombro de Ikki, que chilló como un condenado- sólo… estoy cumpliendo la venganza de mi padre, el señor Hanamaru le quitó todo: sus tierras en un combate, a tu madre… todo su linaje debía pagar. La señora Hanamaru ha sido la segunda, la siguiente serás tú.
- ¿La segunda, qué has hecho con Kaori?- tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por focalizar y no pensar en su pobre madre.
- Todavía nada, pero no puedo asegurarte que tu hermano no se cebe.
Con la espada de Ikki en la mano y su prometido inmovilizado, Kana recorrió las estancias llenas de humo como si le fuera la vida en ello, tenía razón, aunque no era su vida lo que estaba en peligro, sino la de Kaori y su bebé.
Su hermano iba a ser el hazmerreír de aquellas tierras si le dejaba con vida. Había sido tan idiota que se había dejado engañar como un niño de pecho y había puesto el feudo por el que su padre tanto trabajó en manos de unos psicópatas. Cuando al fin dio con sus hermanos mayores poco le faltó para saltar contra Kamui. Éste tiraba de una Kaori embarazada que no paraba de quejarse. Sus ojos se convirtieron en sendas rendijas negras y caminó hasta él, que tenía el rostro bañado de sudor.
- Kana, menos mal que has venido, ayúdame…
La joven no le dejó terminar, sino que le lanzó un golpe con la empuñadura de la espada que le dejó la cara marcada. El señor la miró, completamente estupefacto y la encaró, agarrándola por el codo con fuerza.
- Tu hermana mayor está muy grave, ¿de qué va esto, imouto?
- Nos has vendido, imbécil. Lo único que quería Ikki era destruirnos, llevar a cabo su venganza, te han estado utilizando para hacer esto.
- No, Kana, este fuego debe tener una explicación.
- No…- susurró Kaori desde el suelo y les contó a ambos lo que había leído en las cartas que había encontrado. El rostro de Kamui se convirtió en puras cenias.
- Me dijo… que Kazuya no era mi padre, por eso yo… lo envenené.
Una risa extraña se apoderó del joven unos instantes después y desenvainó su espada. Kana se levantó a su vez y sostuvo la de Ikki frente a su cara, estaba muerta de miedo, sobre todo por Kaori, que no paraba de gimotear con las manos en la abultada tripa. Para colmo de males el fuego y el humo habían empezado a penetrar en la habitación por todos lados, miró a sus dos hermanos, los ojos de Kamui ahora presentaban una textura diferente, como si viese a través de un enrejado, como si la cordura le hubiera abandonado definitivamente al enterarse de lo que había hecho realmente. La señal que las hermanas vieron en sus ojos durante el enlace de la mayor parecía haber evolucionado a algo más profundo.
- No voy a poder rencarnarme- Kamui hablaba de religión y Kana no supo que decirle, nunca había tenido una relación muy estrecha con él, pero era su hermano y verlo así la alteraba- así que ya no me importa llevarme a lo que queda del clan Hanamaru al infierno conmigo.
- Niisan, detente, por favor. Aún podemos arreglarlo, reconstruiremos la casa, por favor. Kaori esté embarazada, tiene un hijo pequeño…
La primera estocada hizo sangrar el brazo de la muchacha, que quedó descolocada, nunca había tenido un combate real y su hermano era el heredero y se había visto envuelto en miles de conflictos, no había forma humana que pudiese ganar. Apretó los dientes e intentó pensar, mientras Kaori cada vez se quejaba menos, el siguiente golpe que lanzó su hermano lo esquivó por poco y le rasgó una pierna, aunque él no se detuvo y continuó avanzando. En pocos minutos, Kana estaba empapada en sangre y notaba la vista nublada, no quería morir así. Si este fue el pensamiento que la espoleó o no, no puedo estar segura, lo único que sé es que en el siguiente cruce la espada inexperta de la joven atravesó los ropajes de su hermano a la altura del pecho y lo hizo caer al suelo. Ella recibió una estocada bastante profunda en el estómago durante el proceso y la sangre de los tres hermanos comenzó a mancharlo todo.
Kamui fue el primero en dejar de moverse, aunque Kaori tenía pintas de ser la próxima, había tenido una hemorragia y movía la mano hacia su hermana, que se arrastraba por el suelo para llegar a ella. El corte en el estómago le estaba haciendo perder mucha sangre, pero hizo un esfuerzo por alcanzar la mano de su querida hermana mayor.
- Siento haberte echado de casa, Kana. No tendría que haberte golpeado.
- Fue culpa mía, estabas en tu derecho a enfadarte- sollozó- ¿qué clase de persona se fija en el marido de su hermana mayor?
- Eso ya no importa…- el último gesto de Kaori fue apretar la mano de Kana, que también había sido herida de muerte.
- Kaori… Kaori… Kaori…
***
- Kaori… Kaori… Kaori…- seguía repitiendo Kana cuando se materializó en el Rukongai con la forma de una niña pequeña, sin recordar nada más.
- ¿Te llamas Kaori?- preguntó la señora que la encontró y la recogió. Ella se encogió de hombros, pues no estaba segura de cuál era su nombre, no sabía nada- tienes que tener un nombre, así que usaremos ese de momento- la anciana vistió a la niña con un remendado yukata y la observó- yo soy Izumi Nanase, como no tienes apellido o no lo recuerdas podrías usar el mío, ¿qué te parece, Izumi Kaori?
- Vale- contestó la niña y así empezó su periplo, el que la llevó a convertirse en la temible Dama de Hierro. Durante años había usado el nombre de su querida hermana mayor sin saberlo.
Izumi Kaori- Post : 584
Re: El fuego y la miel de la Dama de Hierro (La verdadera historia de la capitana del Sexto Escuadrón)
Cuando la visión la devolvió a su realidad, precisamente en el Rukongai, tenía las mejillas completamente húmedas por haber estado llorando y alguien la sujetaba, tal vez para evitar que se estampase contra el suelo, pues durante el trance, sus piernas habían dejado de cumplir su función. Cuando sus ojos enfocaron a la persona dueña de los brazos que la envolvían sintió que sus lágrimas se multiplicaban, que todo aquello que durante años había olvidado la golpeaba con fuerza. Cuando apoyó la cabeza en el ancho pecho de aquella persona fue como si se abriese una compuerta, una que había estado tanto tiempo completamente cerrada, que era incapaz de controlarla.
Quien la abrazaba con fuerza era Liang, el tercer oficial del Séptimo Escuadrón.
Quien la abrazaba con fuerza era Liang, el tercer oficial del Séptimo Escuadrón.
Izumi Kaori- Post : 584
Re: El fuego y la miel de la Dama de Hierro (La verdadera historia de la capitana del Sexto Escuadrón)
La noche surgió tranquila y apacible; soplaba una brisa fresca que aliviaba el bochorno propio del otoño, cuando el calor del verano aún se resistía a marchar y llegaban las primeras lluvias de la estación. El olor a humedad, a hojarasca y especias agradaban al oficial. Sus caminatas incesantes por el Rukongia sólo tenían ese motivo: disfrutar de la tranquila rutina de aquel lugar. Pese a todo el tiempo que llevaba allí, los entresijos y callejuelas del mercado, de las casas, sus jardines pero sobretodo, las bastas extensiones de tierra sin poblar, donde los cultivos de arroz y cereal se extendían como mares de verde y oro, eran lo que realmente atraían a Liang como un imán.
La visión de algo tan grande hacía que reviviera un incomprendido sentimiento de nostalgia, aunque no supiera porqué.
Aquella noche su nombre no figuraba en la lista de guardias, por lo que pudo permitirse huir del escuadrón en cuanto terminaron sus tareas. Pese a ser un simple oficial, comenzaba a sentir más peso del que hubiera deseado en un primer momento. La carencia de teniente y la figura invisible del capitán, lo obligaban a tomar más decisiones internas de las que creía que estaban en sus competencias. No le agradaba en demasía, pues, aunque estaba en su deber como oficial, no deseaba lo más mínimo que aquella toma voluntaria de responsabilidades le pasase factura. Comenzaba a sentirse agobiado.
Había salido del escuadrón con el fin de evadir esa creciente desazón que lo carcomía por dentro cuando pasaba demasiado tiempo entre paredes. Su espíritu le pedía aire y silencio, demasiado últimamente.
Oyes una llamada que no sabes como responder, muchacho, musitó Yushuna-kipa. Colgaba de su cinto, austera y sobria. Liang no iba de uniforme, no quería que algún shinigami de guardia le llamase la atención o le preguntase cualquier estupidez. No gustaba de llevar hakama cuando salía del Gotei, a cambio deun basto pantalón de grueso hilo remachado con cuero, cinto, jubón y keikogi de colores oscuro. En conjunto, parecía un extranjero. Alguien natural de otras tierras y costumbres. Sus pisadas, rotundas y firmes definidas por sus habituales botas de cuero, lo dirigían por callejuelas anónimas del Rukongai.
¿Llamada? No oígo nada, salvo la presión de estar en el escuadrón. Si te refieres a eso, creo que es justo el sentimiento opuesto, Yushuna, pensó para sí mismo el shinigami.
No, no es ese sentimiento de ahogamiento que sufres. Es el hecho inconsciente de que tus pies siempre te lleven a los mismo lugares. El camino despejado, las bastas extensiones de tierra, la soledad y el silencio. Todo eso te llama, tanto como me llama a mí. Sé cual es la razón que te aflije
Pues dímela de una condenada vez , espetó para sí mismo el oficial.
Algún día hablaremos de eso, pero no es el momento, ni estás preparado, musitó la hosca zampakutou.
Liang gruñó. A cada nuevo paso, su humor se iba agriando. Caminó sin rumbo hasta llegar a una zona más acomodada del Rukongai. Normalmente no solía pasar por allí demasiado tiempo: los precios que se estilaban en aquellas tabernas iban más allá de sus posibilidades. Iba a dar un cambio de rumbo, cuando algo llamó su atención. En un primer instante no supo qué pensar, ni siquiera estaba seguro de quien era, pero en el preciso instante en que vió como el cuerpo le fallaba, se lanzó a cogerla.
Apenas notó el peso muerto. Liang no terminaba de creer nada. Jamás en su vida hubiese imaginado ver tal cosa, ni ser él quien debiese estar allí; nadie hubiese imaginado que la Dama de Hierro también tenía lágrimas. La rodeó con un brazo pasándolo por debajo de los omóplatos, apoyando la mano en su brazo en un intento por mantenerla en pie, mientras su hábil zurda se debatía en qué hacer. No había nadie en derredor, ni muescas en el suelo que dieran a entender que la hubiesen atacado; no había manchas de sangre... Nada.
La capitana miró un breve instante a Liang; un fugaz destello de reconocimiento antes de esconder el rostro y ahogarse en sus propias lágrimas. El shinigami aspiró con fuerza cerrando la mano con fuerza sobre la pequeña capitana. Aguardó... aguardó hasta que la tristeza se tornase tranquila, con la paciencia de aquel que arroja sus propios problemas a un lado de una patada; con la calma de un férreo guardián que pese al olvido de la memoria, lo impulsa a mantener su deber más allá de una vida desvanecida.
-Venga, Izumi-san... La llevaré a un lugar más resguardado -musitó bajando el rostro hasta el oído de la mujer-.
Liang se encorvó un poco hasta deslizar la zurda tras las corbas de la shinigami, cogiendola en bolandas. Miró en derredor, tratando de ubicar en qué punto exacto del Rukongai estaban. Puede que Liang no recordase ni un ápice de su anterior vida, pero la memoria tras su muerte no le fallaba. Tras orientarse, echó a andar con la Dama de Hierro en brazos.
La visión de algo tan grande hacía que reviviera un incomprendido sentimiento de nostalgia, aunque no supiera porqué.
Aquella noche su nombre no figuraba en la lista de guardias, por lo que pudo permitirse huir del escuadrón en cuanto terminaron sus tareas. Pese a ser un simple oficial, comenzaba a sentir más peso del que hubiera deseado en un primer momento. La carencia de teniente y la figura invisible del capitán, lo obligaban a tomar más decisiones internas de las que creía que estaban en sus competencias. No le agradaba en demasía, pues, aunque estaba en su deber como oficial, no deseaba lo más mínimo que aquella toma voluntaria de responsabilidades le pasase factura. Comenzaba a sentirse agobiado.
Había salido del escuadrón con el fin de evadir esa creciente desazón que lo carcomía por dentro cuando pasaba demasiado tiempo entre paredes. Su espíritu le pedía aire y silencio, demasiado últimamente.
Oyes una llamada que no sabes como responder, muchacho, musitó Yushuna-kipa. Colgaba de su cinto, austera y sobria. Liang no iba de uniforme, no quería que algún shinigami de guardia le llamase la atención o le preguntase cualquier estupidez. No gustaba de llevar hakama cuando salía del Gotei, a cambio deun basto pantalón de grueso hilo remachado con cuero, cinto, jubón y keikogi de colores oscuro. En conjunto, parecía un extranjero. Alguien natural de otras tierras y costumbres. Sus pisadas, rotundas y firmes definidas por sus habituales botas de cuero, lo dirigían por callejuelas anónimas del Rukongai.
¿Llamada? No oígo nada, salvo la presión de estar en el escuadrón. Si te refieres a eso, creo que es justo el sentimiento opuesto, Yushuna, pensó para sí mismo el shinigami.
No, no es ese sentimiento de ahogamiento que sufres. Es el hecho inconsciente de que tus pies siempre te lleven a los mismo lugares. El camino despejado, las bastas extensiones de tierra, la soledad y el silencio. Todo eso te llama, tanto como me llama a mí. Sé cual es la razón que te aflije
Pues dímela de una condenada vez , espetó para sí mismo el oficial.
Algún día hablaremos de eso, pero no es el momento, ni estás preparado, musitó la hosca zampakutou.
Liang gruñó. A cada nuevo paso, su humor se iba agriando. Caminó sin rumbo hasta llegar a una zona más acomodada del Rukongai. Normalmente no solía pasar por allí demasiado tiempo: los precios que se estilaban en aquellas tabernas iban más allá de sus posibilidades. Iba a dar un cambio de rumbo, cuando algo llamó su atención. En un primer instante no supo qué pensar, ni siquiera estaba seguro de quien era, pero en el preciso instante en que vió como el cuerpo le fallaba, se lanzó a cogerla.
Apenas notó el peso muerto. Liang no terminaba de creer nada. Jamás en su vida hubiese imaginado ver tal cosa, ni ser él quien debiese estar allí; nadie hubiese imaginado que la Dama de Hierro también tenía lágrimas. La rodeó con un brazo pasándolo por debajo de los omóplatos, apoyando la mano en su brazo en un intento por mantenerla en pie, mientras su hábil zurda se debatía en qué hacer. No había nadie en derredor, ni muescas en el suelo que dieran a entender que la hubiesen atacado; no había manchas de sangre... Nada.
La capitana miró un breve instante a Liang; un fugaz destello de reconocimiento antes de esconder el rostro y ahogarse en sus propias lágrimas. El shinigami aspiró con fuerza cerrando la mano con fuerza sobre la pequeña capitana. Aguardó... aguardó hasta que la tristeza se tornase tranquila, con la paciencia de aquel que arroja sus propios problemas a un lado de una patada; con la calma de un férreo guardián que pese al olvido de la memoria, lo impulsa a mantener su deber más allá de una vida desvanecida.
-Venga, Izumi-san... La llevaré a un lugar más resguardado -musitó bajando el rostro hasta el oído de la mujer-.
Liang se encorvó un poco hasta deslizar la zurda tras las corbas de la shinigami, cogiendola en bolandas. Miró en derredor, tratando de ubicar en qué punto exacto del Rukongai estaban. Puede que Liang no recordase ni un ápice de su anterior vida, pero la memoria tras su muerte no le fallaba. Tras orientarse, echó a andar con la Dama de Hierro en brazos.
Liang- Oficial Meiyo
- Post : 151
Edad : 38
Re: El fuego y la miel de la Dama de Hierro (La verdadera historia de la capitana del Sexto Escuadrón)
Desde que los ojos de la capitana más dura de toda la Sociedad de las Almas volvieron a enfocar el presente todo se hizo muy confuso para ella, durante unos segundos interminables permaneció con el rostro oculto en el pecho de Liang, era incapaz de vocalizar o dejar de llorar, era como si una tenaza invisible se hubiera convertido en carcelera de su garganta y no la dejase hablar, era como si se hubiese transformado en alguien a quien no conocía. Se sentía impotente y ante ello, poco podía hacer, sólo dejar que la desesperación aflorase y se perdiese, al menos por unos momentos. Sintiéndose así, sólo el brazo de aquel chico (al que había tratado con tan poca delicadeza en su primer encuentro) rodeando su tembloroso cuerpo le recordaba que aún estaba viva, que el descubrimiento que acababa de hacer no había terminado por destruirla.
Apretó la mano en la que aún tenía la cinta que le acababa de regalar su tocaya y sintió como si miles agujas se hubiesen puesto de acuerdo para clavársele en el corazón. Cuando el oficial bajó su rostro para comunicarle que la llevaría a un sitio más resguardado sus piernas se transformaron en flan, pero no cayó, pues él acababa de acomodarla en sus brazos y la cargaba como si fuese una muchacha en apuros. El hecho de que en lugar de llamarla capitana usará la partícula “san” ni siquiera la importó, fue como si no le escuchase, su mente sólo recordaba una y otra vez como su hermano había cometido traición contra todos ellos, como su hermana había muerto sin podre criar a su hijo. Su hermana, Kaori, la verdadera Kaori. Cerró los ojos y un sollozo lastimero escapó de sus labios, estaba completamente aniquilada.
- Kaori-sama- la llamó la silenciosa Tsuki no Hanshakou, la espada era plenamente consciente de lo que estaba ocurriendo y la capitana la oyó cantar, era algo que hacía cuando quería rendir su homenaje a las almas de los caídos en combate, que decidiese entonar su melodía justo en ese momento multiplicó las convulsiones del cuerpo de la pálida shinigami, que sólo era consciente de que se movía, pero no estaba segura de a dónde la podían estar llevando ni tampoco le importaba- todos merecemos nuestro duelo, mi señora, pero no te tomes demasiado tiempo- la joven ni siquiera era capaz de hilar dos pensamientos seguidos, era como si le hubiera caído un rayo y se hubiera llevado su energía, su disciplinada forma de ver la vida y su agresividad.
Si alguien más la viese de aquella guisa sería muy malo para su reputación, imaginar al imbécil de Chiesa o a cualquiera de los capitanes sabiendo que ella también era vulnerable hubiera sido espantoso, sin dudas. Sin embargo, era como si nada importase ya, como si todo se hubiera diluido con su pasado en el mundo humano. Nunca había sido una guerrera, simplemente había aprendido por necesidad, para que el energúmeno de su prometido no se aprovechase de ella cuando quisiese. Había matado a su hermano, se había enamorado de su cuñado y había tomado la identidad de su hermana, ¿qué clase de persona era ella?
- La Dama de Hierro- volvió a hablar su zampakutoh, aunque fue lo último que dijo. Al parecer Kaori y Liang habían llegado a algún sitio, pero aún no se atrevió a levantar el rostro del pecho del estratega. Había dejado de sollozar como una estúpida y derramaba lágrimas en silencio, pero una parte de su mente le decía que no era buen momento para enfrentarse con el rostro agraciado del muchacho. No estaba preparada, no podía. “Deja de llorar” se pidió más de diez veces, recordándose que llevaba un haori, que no era una niña pequeña, aunque nada de eso parecía funcionar. Lo que de verdad quería era que el muchacho que ahora la sostenía la abrazase, le dijese que todo iba a estar bien, que… descubrir que tras cientos de años eres otra persona no podía cambiarte. La última lágrima silenciosa recorrió sus carillos por fin se atrevió a levantar los ojos y buscar los de él, parecía que habían llegado a su destino…
Apretó la mano en la que aún tenía la cinta que le acababa de regalar su tocaya y sintió como si miles agujas se hubiesen puesto de acuerdo para clavársele en el corazón. Cuando el oficial bajó su rostro para comunicarle que la llevaría a un sitio más resguardado sus piernas se transformaron en flan, pero no cayó, pues él acababa de acomodarla en sus brazos y la cargaba como si fuese una muchacha en apuros. El hecho de que en lugar de llamarla capitana usará la partícula “san” ni siquiera la importó, fue como si no le escuchase, su mente sólo recordaba una y otra vez como su hermano había cometido traición contra todos ellos, como su hermana había muerto sin podre criar a su hijo. Su hermana, Kaori, la verdadera Kaori. Cerró los ojos y un sollozo lastimero escapó de sus labios, estaba completamente aniquilada.
- Kaori-sama- la llamó la silenciosa Tsuki no Hanshakou, la espada era plenamente consciente de lo que estaba ocurriendo y la capitana la oyó cantar, era algo que hacía cuando quería rendir su homenaje a las almas de los caídos en combate, que decidiese entonar su melodía justo en ese momento multiplicó las convulsiones del cuerpo de la pálida shinigami, que sólo era consciente de que se movía, pero no estaba segura de a dónde la podían estar llevando ni tampoco le importaba- todos merecemos nuestro duelo, mi señora, pero no te tomes demasiado tiempo- la joven ni siquiera era capaz de hilar dos pensamientos seguidos, era como si le hubiera caído un rayo y se hubiera llevado su energía, su disciplinada forma de ver la vida y su agresividad.
Si alguien más la viese de aquella guisa sería muy malo para su reputación, imaginar al imbécil de Chiesa o a cualquiera de los capitanes sabiendo que ella también era vulnerable hubiera sido espantoso, sin dudas. Sin embargo, era como si nada importase ya, como si todo se hubiera diluido con su pasado en el mundo humano. Nunca había sido una guerrera, simplemente había aprendido por necesidad, para que el energúmeno de su prometido no se aprovechase de ella cuando quisiese. Había matado a su hermano, se había enamorado de su cuñado y había tomado la identidad de su hermana, ¿qué clase de persona era ella?
- La Dama de Hierro- volvió a hablar su zampakutoh, aunque fue lo último que dijo. Al parecer Kaori y Liang habían llegado a algún sitio, pero aún no se atrevió a levantar el rostro del pecho del estratega. Había dejado de sollozar como una estúpida y derramaba lágrimas en silencio, pero una parte de su mente le decía que no era buen momento para enfrentarse con el rostro agraciado del muchacho. No estaba preparada, no podía. “Deja de llorar” se pidió más de diez veces, recordándose que llevaba un haori, que no era una niña pequeña, aunque nada de eso parecía funcionar. Lo que de verdad quería era que el muchacho que ahora la sostenía la abrazase, le dijese que todo iba a estar bien, que… descubrir que tras cientos de años eres otra persona no podía cambiarte. La última lágrima silenciosa recorrió sus carillos por fin se atrevió a levantar los ojos y buscar los de él, parecía que habían llegado a su destino…
Última edición por Izumi Kaori el Lun Oct 29, 2012 9:37 am, editado 1 vez
Izumi Kaori- Post : 584
Re: El fuego y la miel de la Dama de Hierro (La verdadera historia de la capitana del Sexto Escuadrón)
Los pasos del oficial continuaron hasta alejarse de aquel distrito del Rukongai, que tan poco le agradaban. No era dado a pasear por aquellos lugares más acomodados, donde le costaba sentirse realmente cómodo.Por suerte, conocía lo bastante bien el Rukongai como para saber una ruta de escape rápida del aquel sitio; demasiadas horas frente a sus adorados mapas como para sufrir un lapsus de memoria justo ahora. Pese a lo inusual de ver a la gélida capitana, cuya fama la precedía como una pesada estela de rumores, acertados o no; los nervios de Liang se mantenían templados y la mente lejos de divagaciones absurdas.
Cargó con la capitana hasta sacarla de los más céntricos distritos, hasta los lugares mejor escondidos del Rukongai, donde los campos de arroz y los hogares más modestos se alzaban entre luces distantes sobre mares de serena plata. La extensa zona de cultivo iban más allá de la vista, divida en segmentos más o menos iguales, aunque de líneas tímidamente torcidas; más lejos, un denso bosque de copas altas y redondeadas. El aire olía a agua y tierra húmeda.
Buscó un lugar resguardado de corrientes de aire donde poder dejar a la capitana y aguardar a que el sofoco se le hubiera pasado. Realmente, no era consciente de qué hacer cuando la mujer estuviese preparada para hablar; no estaba seguro de como debía proceder, ni que palabras apropiadas decirle si ni siquiera sabía qué le ocurría, aunque visto el estado de la joven shinigami, dudaba de lo acertado de preguntar. Con Kaori aún en brazos, se aproximó hasta un viejo sauce, de hojas largas y deslucidas que rozaban a penas el reborde embarrado de uno de los segmentos de cultivo. Bajo las larguísimas hojas, un par de gruesos troncos, enmohecidos se ofrecían como el lugar perfecto para dejar que la capitana recuperase la compostura.
La sentó con toda la delicadeza que le permitían sus ásperas manos. Aspiró con fuerza, posando una mano sobre el hombro de la capitana para acto seguido alejarse de ella varios pasos.
No seas invasivo. Has tratado poco con ella como para tomarte confianzas aunque sea... en una situación como esta... Mantente lejos, sé educado y dale espacio, pensó para sus adentros clavando la vista en la capitana. Qué guapa es... Liang resopló, frotándose los ojos. Céntrate, imbécil.
Mejor, mantente al margen, muchacho. No olvides que es un superior, sea mujer o no, masculló el arisco Yushuna-kipa. Liang contuvo un gruñido de frustración.
A un par de metros de la capitana, Liang acomodó los pies.
-Izumi-taicho, la he traido a las afueras, lejos de miradas indiscretas. ¿Cómo se encuentra? -preguntó-.
Frunció el ceño acto seguido, consciente de lo estúpida que sonaba la pregunta cuando era evidente, por el llanto y el silencio, que no estaba desde luego bien. Pasándose una mano por la cara, aguardó a la reacción de la capitana.
Cargó con la capitana hasta sacarla de los más céntricos distritos, hasta los lugares mejor escondidos del Rukongai, donde los campos de arroz y los hogares más modestos se alzaban entre luces distantes sobre mares de serena plata. La extensa zona de cultivo iban más allá de la vista, divida en segmentos más o menos iguales, aunque de líneas tímidamente torcidas; más lejos, un denso bosque de copas altas y redondeadas. El aire olía a agua y tierra húmeda.
Buscó un lugar resguardado de corrientes de aire donde poder dejar a la capitana y aguardar a que el sofoco se le hubiera pasado. Realmente, no era consciente de qué hacer cuando la mujer estuviese preparada para hablar; no estaba seguro de como debía proceder, ni que palabras apropiadas decirle si ni siquiera sabía qué le ocurría, aunque visto el estado de la joven shinigami, dudaba de lo acertado de preguntar. Con Kaori aún en brazos, se aproximó hasta un viejo sauce, de hojas largas y deslucidas que rozaban a penas el reborde embarrado de uno de los segmentos de cultivo. Bajo las larguísimas hojas, un par de gruesos troncos, enmohecidos se ofrecían como el lugar perfecto para dejar que la capitana recuperase la compostura.
La sentó con toda la delicadeza que le permitían sus ásperas manos. Aspiró con fuerza, posando una mano sobre el hombro de la capitana para acto seguido alejarse de ella varios pasos.
No seas invasivo. Has tratado poco con ella como para tomarte confianzas aunque sea... en una situación como esta... Mantente lejos, sé educado y dale espacio, pensó para sus adentros clavando la vista en la capitana. Qué guapa es... Liang resopló, frotándose los ojos. Céntrate, imbécil.
Mejor, mantente al margen, muchacho. No olvides que es un superior, sea mujer o no, masculló el arisco Yushuna-kipa. Liang contuvo un gruñido de frustración.
A un par de metros de la capitana, Liang acomodó los pies.
-Izumi-taicho, la he traido a las afueras, lejos de miradas indiscretas. ¿Cómo se encuentra? -preguntó-.
Frunció el ceño acto seguido, consciente de lo estúpida que sonaba la pregunta cuando era evidente, por el llanto y el silencio, que no estaba desde luego bien. Pasándose una mano por la cara, aguardó a la reacción de la capitana.
Liang- Oficial Meiyo
- Post : 151
Edad : 38
Re: El fuego y la miel de la Dama de Hierro (La verdadera historia de la capitana del Sexto Escuadrón)
La muchacha levantó la mirada y la clavó en Liang, que ya la dejaba delicadamente en el suelo, apoyada en el tronco de un árbol. Cuando él se alejó, las manos enguantadas de la joven rodearon sus rodillas y clavó la vista en sus pies, que se movían nerviosos sobre la hierba del bosque. Sus lágrimas, algunas ya secas sobre su rostro de porcelana, otras comenzando a fluir desde sus ojos, oscuros y tumultuosos, daban fe de cuan impresionada había quedado con ello. La Kaori de la Sociedad de las Almas, la incombustible Dama de Hierro no era una mujer dada a llorar. Cuando murió la capitana Valeria lo hizo a menudo, pero desde entonces su coraza había ido ganando cierres y candados. Aunque ahora parecían haber caído, mostrando toda su fragilidad, todo lo que siempre había odiado.
En cualquier caso, ahora estaba algo más tranquila, aunque continuaba con los ojos húmedos y enrojecidos, ya no sollozaba como una histérica. Con dedos algo más firmes que hacía unos momentos agarró la trenza que caía sobre uno de sus hombros y se la llevó a los dedos para jugar con la punta, negra como el azabache. Estaba tan metida en acariciar su trenza que no se dio cuenta que Liang la observaba, aunque tampoco era para entrar en cólera. A fin de cuentas la había encontrado hecha un despojo, era lógico que se sorprendiera que la mujer tuviese sentimientos. Sobre todo con lo mal que lo había tratado en su primer encuentro, era tan borde…
Un rato más permaneció la joven con el pelo entre los dedos, bajo la atenta mirada del oficial y probablemente así hubiera seguido (hasta el infinito, a ser posible) si él no se hubiera dirigido a ella y le hubiese preguntado como se encontraba. En un gesto más propio de algún animal acorralado que el de una shinigami de alto rango, la joven se encogió sobre sí misma y se rodeó con los brazos, como si sintiese un frío intenso. Y en cierta medida lo percibía, en el alma.
Durante minutos, lo único que hizo fue tiritar, como si el invierno hubiera llegado de pronto y estuviera nevando. Apretó los dientes hasta que su mandíbula crujió, maldijo e intentó recuperar algo de su capacidad de mando, de su arrogancia. Cuando el ataque cesó, volvió a levantar la mirada y observó al oficial, que se había posicionado a un par de metros de ella, con el ceño fruncido. Cuando al fin habló, su voz sonó rígida, con una cadencia que apenas reconoció como suya. Lo que más le extrañó a ella misma fue el tono, había hablado en susurros y no estaba segura que su interlocutor la hubiese escuchado. Esa no era Izumi Kaori.
- Estoy asustada- de todo lo que había podido decir, fue aquello lo que eligió y sonó tan raro como si le hubiese asegurado al oficial que de noche se enfundaba una capa negra y se convertía en una justiciera enmascarada.
La vergüenza fue el siguiente invitado de aquella particular fiesta sin sentido. La joven se tapó el acalorado rostro con las manos e intentó respirar con normalidad, aunque todos sus esfuerzos se estaban yendo por el retrete, porque el aire no terminaba de llegarle a los pulmones, ¿tan pronto se había convertido en Kana? Cerró los ojos, no, no, no. Izumi-taichou existía, había paseado con Yoruko, había discutido con Chiesa, había pasado una velada con Noriko, Isono y Hotaru en el Rukongai, Liang le había traído un paquete equivocado… ¿Liang?
Recuperó parte de su antiguo aplomo y sus ojos, brillantes y llenos de dolor, se clavaron en él como dos flechas de ónice. Había sido muy amable con ella y debía decírselo. “Vamos, Kaori, o quien seas, dale las gracias y vuelve al escuadrón, puedes hacerlo” se dijo, pero de sus labios escaparon otras palabras. Era como sino tuviera el control y eso, era algo que no llevaba demasiado bien (o eso creía).
- Lo siento- gimió, con la voz a un suspiro de volver a partirse- lo siento mucho…
En cualquier caso, ahora estaba algo más tranquila, aunque continuaba con los ojos húmedos y enrojecidos, ya no sollozaba como una histérica. Con dedos algo más firmes que hacía unos momentos agarró la trenza que caía sobre uno de sus hombros y se la llevó a los dedos para jugar con la punta, negra como el azabache. Estaba tan metida en acariciar su trenza que no se dio cuenta que Liang la observaba, aunque tampoco era para entrar en cólera. A fin de cuentas la había encontrado hecha un despojo, era lógico que se sorprendiera que la mujer tuviese sentimientos. Sobre todo con lo mal que lo había tratado en su primer encuentro, era tan borde…
Un rato más permaneció la joven con el pelo entre los dedos, bajo la atenta mirada del oficial y probablemente así hubiera seguido (hasta el infinito, a ser posible) si él no se hubiera dirigido a ella y le hubiese preguntado como se encontraba. En un gesto más propio de algún animal acorralado que el de una shinigami de alto rango, la joven se encogió sobre sí misma y se rodeó con los brazos, como si sintiese un frío intenso. Y en cierta medida lo percibía, en el alma.
Durante minutos, lo único que hizo fue tiritar, como si el invierno hubiera llegado de pronto y estuviera nevando. Apretó los dientes hasta que su mandíbula crujió, maldijo e intentó recuperar algo de su capacidad de mando, de su arrogancia. Cuando el ataque cesó, volvió a levantar la mirada y observó al oficial, que se había posicionado a un par de metros de ella, con el ceño fruncido. Cuando al fin habló, su voz sonó rígida, con una cadencia que apenas reconoció como suya. Lo que más le extrañó a ella misma fue el tono, había hablado en susurros y no estaba segura que su interlocutor la hubiese escuchado. Esa no era Izumi Kaori.
- Estoy asustada- de todo lo que había podido decir, fue aquello lo que eligió y sonó tan raro como si le hubiese asegurado al oficial que de noche se enfundaba una capa negra y se convertía en una justiciera enmascarada.
La vergüenza fue el siguiente invitado de aquella particular fiesta sin sentido. La joven se tapó el acalorado rostro con las manos e intentó respirar con normalidad, aunque todos sus esfuerzos se estaban yendo por el retrete, porque el aire no terminaba de llegarle a los pulmones, ¿tan pronto se había convertido en Kana? Cerró los ojos, no, no, no. Izumi-taichou existía, había paseado con Yoruko, había discutido con Chiesa, había pasado una velada con Noriko, Isono y Hotaru en el Rukongai, Liang le había traído un paquete equivocado… ¿Liang?
Recuperó parte de su antiguo aplomo y sus ojos, brillantes y llenos de dolor, se clavaron en él como dos flechas de ónice. Había sido muy amable con ella y debía decírselo. “Vamos, Kaori, o quien seas, dale las gracias y vuelve al escuadrón, puedes hacerlo” se dijo, pero de sus labios escaparon otras palabras. Era como sino tuviera el control y eso, era algo que no llevaba demasiado bien (o eso creía).
- Lo siento- gimió, con la voz a un suspiro de volver a partirse- lo siento mucho…
Izumi Kaori- Post : 584
Temas similares
» Izumi Kaori - La Dama de Hierro
» La Presentación de la Capitana.
» Esperando a la capitana
» El cuartel del 9º Escuadrón
» PNJs del Escuadrón Rei
» La Presentación de la Capitana.
» Esperando a la capitana
» El cuartel del 9º Escuadrón
» PNJs del Escuadrón Rei
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Jue Abr 30, 2015 3:40 am por Kenta
» Ethernia Ehlysea {Afiliación Élite}
Dom Mayo 25, 2014 7:56 am por Invitado
» Foro RPG Naruto (Élite) (caida de botones)
Dom Mayo 25, 2014 6:04 am por Invitado
» holau gente ^^
Lun Mayo 12, 2014 6:03 am por taider kend
» Foro RPG Naruto (Élite)
Sáb Mayo 03, 2014 7:20 am por Invitado
» School of devil way [Elite]
Dom Mar 23, 2014 7:39 am por Invitado
» Attack On Titan ;; Reapertura [Cambio de Botón - Normal.]
Mar Ene 14, 2014 1:09 pm por Invitado
» Anime Rol [Élite]
Dom Dic 08, 2013 3:51 pm por Invitado
» I Want Candy! {Invitación}
Lun Nov 11, 2013 9:54 am por Invitado
» Homines Hortum || Élite [Yaoi]
Dom Oct 20, 2013 2:42 pm por Invitado