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Así que aquí estabas - Privado
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Así que aquí estabas - Privado
Poco importaba que Chris Renoir, el guerrero más silencioso de todo Hueco Mundo, fuera la mano derecha de uno de los líderes de los arrancars, siempre habría una parte de él que amase el Desierto por encima de todas las demás cosas. Notar como sus botas se hundían en la arena, como debía acompasar sus dos pies para avanzar con rapidez suponía para nuestro amigo de ojos verdes una auténtica delicia.
Aunque no era lo único que le animaba a adentrarse en aquellos parajes, ni mucho menos, al mosquetero le gustaba guarecerse en cualquier lugar y esperar hasta que apareciese una presa adecuada a la que acechar y volver loca. A veces usaba sus poderes arrancar para acosar a la pobre víctima hasta que no sabía qué hacer. Sólo entonces se colocaba frente a ella y desenfundaba su Centinela Oscura, a pesar de lo poco expresivas que solían ser esas alimañas del Desierto no podían evitar gritar o pedir clemencia. Canto de sirenas…
Cuando guardaba la espada tras aquellos encuentros tenía que limpiarla en la arena, pues no era agradable volver a guardarla toda manchada de sangre, mucho menos si había decidido liberar su Resurrección, era temible. En esta ocasión no optó por mostrar su verdadera forma, sino que merodeó a un par de hollows con aspecto de insectos que cayeron tras varias horas de jugueteo. Aquel día había disfrutado mucho, de modo que decidió regresar, o eso había hecho de no haber notado algo: un reiatsu que le era sumamente conocido.
Levantó la cabeza y olisqueó el aire, ese aroma… lo había notado antes en la nariz, lo sabía. Apretó los dientes y estuvo a punto de soltar una sarta de maldiciones en su lengua materna, pero se mordió los labios y siguió el olor que tan bien conocía. Sus botas (que le llegaban hasta casi las rodillas) se pusieron nuevamente en movimiento y los sonidos no se hicieron esperar. Renoir se convirtió en un borrón que se desplazaba por el cielo a toda velocidad, mientras su mente no paraba de maquinar, ¿por qué demonios no lo he notado antes?, se preguntaba.
Y la respuesta llegó, como un eco de su pasado reciente, que le recordaba el trabajo del Amanecer, las interrupciones… Aumentó su energía y corrió más, odiaba no haberse dado cuenta de aquello, perderse algo de aquel lugar no le gustaba nada y pensaba hacer algo al respecto en ese mismo instante.
Continuó su camino, sin detenerse. Nunca había pensado que tuviera que hacer aquello y se odió por mostrarse blando o poco capaz, chasqueó la lengua con estrépito y se dijo que hacía lo que estaba a punto de hacer sólo por comodidad, no había más razones. Continuó siguiendo la conocida energía y finalmente aterrizó en una zona cercana a una enorme montaña. Lo que le quedaba lo hizo andando, necesitaba despejarse, debía tener todos sus sentidos a punto si, efectivamente, tenía que enfrentarse con aquello.
Unos minutos después llegó a una cueva anclada en aquel paisaje monótono. Apretó la mano sobre su zampakutoh y se adentró en la zona, no sabía en qué estado lo encontraría, de manera que debía tomar precauciones. Silencioso como un gato, penetró finalmente en la caverna y se dejó guiar hasta una zona que parecía algo más iluminada. Con todos los sentidos alerta entró en uno de los recovecos, lo que encontró no fue precisamente de su agrado, pero no había ido hasta allí para ver cosas bonitas. Sin pestañear se sacó la espada del cinto y encaró al tipo que allí estaba, tosió (menudo disgusto tener que hacer aquello, esperaba que ese idiota se lo agradeciese) y lo llamó por su nombre.
- Folk, ¿eres tú?
Aunque no era lo único que le animaba a adentrarse en aquellos parajes, ni mucho menos, al mosquetero le gustaba guarecerse en cualquier lugar y esperar hasta que apareciese una presa adecuada a la que acechar y volver loca. A veces usaba sus poderes arrancar para acosar a la pobre víctima hasta que no sabía qué hacer. Sólo entonces se colocaba frente a ella y desenfundaba su Centinela Oscura, a pesar de lo poco expresivas que solían ser esas alimañas del Desierto no podían evitar gritar o pedir clemencia. Canto de sirenas…
Cuando guardaba la espada tras aquellos encuentros tenía que limpiarla en la arena, pues no era agradable volver a guardarla toda manchada de sangre, mucho menos si había decidido liberar su Resurrección, era temible. En esta ocasión no optó por mostrar su verdadera forma, sino que merodeó a un par de hollows con aspecto de insectos que cayeron tras varias horas de jugueteo. Aquel día había disfrutado mucho, de modo que decidió regresar, o eso había hecho de no haber notado algo: un reiatsu que le era sumamente conocido.
Levantó la cabeza y olisqueó el aire, ese aroma… lo había notado antes en la nariz, lo sabía. Apretó los dientes y estuvo a punto de soltar una sarta de maldiciones en su lengua materna, pero se mordió los labios y siguió el olor que tan bien conocía. Sus botas (que le llegaban hasta casi las rodillas) se pusieron nuevamente en movimiento y los sonidos no se hicieron esperar. Renoir se convirtió en un borrón que se desplazaba por el cielo a toda velocidad, mientras su mente no paraba de maquinar, ¿por qué demonios no lo he notado antes?, se preguntaba.
Y la respuesta llegó, como un eco de su pasado reciente, que le recordaba el trabajo del Amanecer, las interrupciones… Aumentó su energía y corrió más, odiaba no haberse dado cuenta de aquello, perderse algo de aquel lugar no le gustaba nada y pensaba hacer algo al respecto en ese mismo instante.
Continuó su camino, sin detenerse. Nunca había pensado que tuviera que hacer aquello y se odió por mostrarse blando o poco capaz, chasqueó la lengua con estrépito y se dijo que hacía lo que estaba a punto de hacer sólo por comodidad, no había más razones. Continuó siguiendo la conocida energía y finalmente aterrizó en una zona cercana a una enorme montaña. Lo que le quedaba lo hizo andando, necesitaba despejarse, debía tener todos sus sentidos a punto si, efectivamente, tenía que enfrentarse con aquello.
Unos minutos después llegó a una cueva anclada en aquel paisaje monótono. Apretó la mano sobre su zampakutoh y se adentró en la zona, no sabía en qué estado lo encontraría, de manera que debía tomar precauciones. Silencioso como un gato, penetró finalmente en la caverna y se dejó guiar hasta una zona que parecía algo más iluminada. Con todos los sentidos alerta entró en uno de los recovecos, lo que encontró no fue precisamente de su agrado, pero no había ido hasta allí para ver cosas bonitas. Sin pestañear se sacó la espada del cinto y encaró al tipo que allí estaba, tosió (menudo disgusto tener que hacer aquello, esperaba que ese idiota se lo agradeciese) y lo llamó por su nombre.
- Folk, ¿eres tú?
Chris Renoir- Post : 144
Edad : 40
Re: Así que aquí estabas - Privado
¿Un día? ¿Un mes? ¿Un año?
Folk estaba desubicado, perdido en su bestia interna, controlado por su hollow. Tenía días mejores, y días que no sabía lo que hacía. El combate con Alastor había sido destructivo, y sacado de juego durante el mismo, debían haberle dado por muerto. No pasaban más de diez minutos de conscienca y su resurrección afloraba descontrolada.
Habitaba en una cueva, y la humedad se apoderaba de las frágiles articulaciones arácnidas de aquella bestia. Cuando tenía hambre, salía a comerse lo que encontrase, y era letal en su zona.
Tras el mortífero combate contra el antiguo cuarto espada despertó prácticamente muerto en el linde más alejado del bosque de menos, y poco a poco se había ido moviendo por éste, perdido. Cuando su interior le controlaba, despertaba en otro lugar, más lejos incluso, y era imposible para él volver a El Amanecer por más que lo intentó, abandonandose finalmente a su suerte.
Se sujetaba de manera precaria entre varias ramas, en un árbol de cuarzo negro, frío como el metal, acechante a una presa cercana. Una enorme araña deforme de varios metros de altura, camuflada en la altura de la vegetación. Un hollow de tamaño medio cruzó justo por debajo suya. Parecía un lagarto, un dragón de komodo con ojos rojos. Se detuvo, miró atrás, sabía que le acechaban, pero no desde donde. El instinto de caza del arácnido se retorcía en su interior, impaciente por incarle el diente. Llegó el momento, un despiste, un descuido, y antes de que retomase la marcha, Tejedora cayó sobre el raptil, inutilizándole las extremidades en el momento. Aún vivo, por miedo a su desaparición, comenzó a devorarlo, y los huesos crujían en la controvertida boca del monstruo de ocho patas.
Terminado, su forma se revirtió, y el mayordomo, de ropas ajadas recobró la consciencia, joven como pocas veces se había visto. No debía aparentar más de quince años, y sus guantes se habían visto reducidos a harapos anudados a las muñecas. En el dorso de su mano ensangretada se dejaba ver el fragmento de hueso que conservaba de su antigua vida Hollow.
Renqueante, arrastró su cuerpo hasta la montaña más cercana y en el interior, a salvo de depredadores como él, se desplomó. No supo cuanto tiempo transcurrió hasta que oyó pasos. El tiempo ya no tenía cabida en la vida del antes puntual mayordomo inglés. Y el vello de su espalda se erizó preparado para el combate inminente. Una figura se acercó a contraluz por la claridad del exterior de la cueva y ya brotaban de sus costados dos de las patas de su resurrección. Su cuerpo se comenzó a quebrar de manera bizarra, su cara se retorció, y sus huesos crujieron en plena transformación inconsciente. Lo último que llego a oír antes de perder el conocimiento fue su voz.
Aquella voz que, deliciosa, nunca se había dirigido hacia él, y ahora aquellos labios sellados pronunciaban su nombre. - "¿Chris?" - atinó a pensar. ¿Podría salvarle de su locura el mosquetero? Algo en su interior se mutó en algo menos salvaje, menos desagradable, menos monstruoso... Esperanza.
Folk estaba desubicado, perdido en su bestia interna, controlado por su hollow. Tenía días mejores, y días que no sabía lo que hacía. El combate con Alastor había sido destructivo, y sacado de juego durante el mismo, debían haberle dado por muerto. No pasaban más de diez minutos de conscienca y su resurrección afloraba descontrolada.
Habitaba en una cueva, y la humedad se apoderaba de las frágiles articulaciones arácnidas de aquella bestia. Cuando tenía hambre, salía a comerse lo que encontrase, y era letal en su zona.
Tras el mortífero combate contra el antiguo cuarto espada despertó prácticamente muerto en el linde más alejado del bosque de menos, y poco a poco se había ido moviendo por éste, perdido. Cuando su interior le controlaba, despertaba en otro lugar, más lejos incluso, y era imposible para él volver a El Amanecer por más que lo intentó, abandonandose finalmente a su suerte.
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Se sujetaba de manera precaria entre varias ramas, en un árbol de cuarzo negro, frío como el metal, acechante a una presa cercana. Una enorme araña deforme de varios metros de altura, camuflada en la altura de la vegetación. Un hollow de tamaño medio cruzó justo por debajo suya. Parecía un lagarto, un dragón de komodo con ojos rojos. Se detuvo, miró atrás, sabía que le acechaban, pero no desde donde. El instinto de caza del arácnido se retorcía en su interior, impaciente por incarle el diente. Llegó el momento, un despiste, un descuido, y antes de que retomase la marcha, Tejedora cayó sobre el raptil, inutilizándole las extremidades en el momento. Aún vivo, por miedo a su desaparición, comenzó a devorarlo, y los huesos crujían en la controvertida boca del monstruo de ocho patas.
Terminado, su forma se revirtió, y el mayordomo, de ropas ajadas recobró la consciencia, joven como pocas veces se había visto. No debía aparentar más de quince años, y sus guantes se habían visto reducidos a harapos anudados a las muñecas. En el dorso de su mano ensangretada se dejaba ver el fragmento de hueso que conservaba de su antigua vida Hollow.
Renqueante, arrastró su cuerpo hasta la montaña más cercana y en el interior, a salvo de depredadores como él, se desplomó. No supo cuanto tiempo transcurrió hasta que oyó pasos. El tiempo ya no tenía cabida en la vida del antes puntual mayordomo inglés. Y el vello de su espalda se erizó preparado para el combate inminente. Una figura se acercó a contraluz por la claridad del exterior de la cueva y ya brotaban de sus costados dos de las patas de su resurrección. Su cuerpo se comenzó a quebrar de manera bizarra, su cara se retorció, y sus huesos crujieron en plena transformación inconsciente. Lo último que llego a oír antes de perder el conocimiento fue su voz.
Aquella voz que, deliciosa, nunca se había dirigido hacia él, y ahora aquellos labios sellados pronunciaban su nombre. - "¿Chris?" - atinó a pensar. ¿Podría salvarle de su locura el mosquetero? Algo en su interior se mutó en algo menos salvaje, menos desagradable, menos monstruoso... Esperanza.
Alexander Folk- Desaparecido
- Post : 262
Edad : 35
Re: Así que aquí estabas - Privado
[FDI: Aviso por aquí que tengo el permiso de Folk para hacer esto y si le parece mal, fijo que ya me lo comunicará de alguna manera xD]
Los ojos de Chris refulgieron cuando por fin encontró a su antiguo compañero, allí dentro, en aquella cueva escasamente iluminada, aunque era más bien poco lo que quedaba de él, pues se estaba transformado en un una especie de araña, su resurrección. El mosquetero clavó su verde mirada en él y desenvainó a su fiel Centinela Oscura, lo que (pese a las circunstancias en las que se encontraban) le produzco cierta satisfacción. Con un movimiento de muñeca colocó la espada con la punta hacia abajo y la arrastró por el duro y sucio suelo, haciendo un desagradable estruendo, lo que hizo que aquella cosa que había sido Folk le observase nervioso, haciendo crujir toda su anatomía.
Verle así era como si estuviese mirándolo a través de un cristal distorsionado, aunque tal vez esa barrera no existiese y aquel fuera el verdadero Alexander, sin trampa ni cartón. El mosquetero chasqueó la lengua y se riñó mentalmente, se dijo que debía dejarlo ahí, que sino había tenido la fuerza de sobreponerse a aquella bestia lastimera no se merecía que lo recogiese. En cualquier caso, también pensó que el mayordomo solía actuar como su intérprete y asintió, la decisión estaba tomada.
Además aquella también era una excusa para comparar niveles. Chris se sabía más experto en el manejo de la espada, era uno de los mejores espadachines de todo Hueco Mundo, pero podía jurar que Folk le superaría en otras técnicas, estaba convencido que en combate cuerpo a cuerpo podría ser mejor que él. Aunque, si lo pensaba bien, en esas circunstancias el mayordomo no sería rival para él, sus reservas de reiatsu iban y venían, como su transformación, que oscilaba entre una bestia deforme y la cara angustiada de la antigua fracción.
Si hubiera sido otra persona se habría mostrado compasivo, le habría dicho, aunque fuesen, unas palabras de ánimo, ¿él?, si claro, y al día siguiente se metería a cura. En lugar de eso, usó un sonido y se colocó sobre la criatura, que chillaba histéricamente, aún tenía los ojos de Folk: violetas y muy abiertos. El mosquetero ignoró cualquier cosa que pudiera interponerse en el combate y bajó su zampakutoh, con todas sus fuerzas…
Sólo que en lugar de cargar con la hoja, golpeó a aquel engendro a medio transformar en la base del cráneo con la empuñadura. Se oyó un ruido desagradable, como de crujido, y el ser bajó la cabeza, que chocó contra el suelo. Chris se hizo a un lado y observó como la bestia iba perdiendo sus rasgos animales para pasar a ser el que había sido cordial mayordomo de la señora Okami, o eso parecía, porque tenía la cara empotrada contra el suelo. En cualquier caso, el joven pudo darse cuenta que parecía más ligero, un tanto más joven. Lo que no dejaba de ser positivo para él, porque tendría que cargarlo hasta el Amanecer y cuanto menos pesase, tanto mejor.
Con gesto inexpresivo, como sino acabase de tumbar a un compañero con un certero golpe no exento de crueldad, se guardó su espada en el cinto y le dio un puntapié a Alexander, para ver si se movía. No, nada, respiraba, pero no parecía ser una amenaza, de modo que se agachó junto a él, lo levantó (si, parecía tener quince años, vaya cosas raras le pasaban a ese tío) y se lo colocó en el hombro derecho.
De esta guisa, con un adolescente en uno de sus hombros y con la cabeza alta, la fracción Chris Renoir salió de la cueva en la que había tenido lugar el corto combate y observó el cielo. Seguir cazando ya no era una opción, así que decidió regresar al Edificio Blanco donde residía. Una vez llegase allí, que se encargarán los especialistas del mayordomo, dejaría de ser su responsabilidad.
Probablemente el silencioso arrancar no supiese nunca lo que el chico que llevaba sobre el hombro sentía realmente por él, sus anhelos secretos, ni el asesino francés era lo suficiente imaginativo, ni tampoco Alexander había hecho nada que denotase su interés frente a su antiguo compañero.
A tener de esto, hay una pregunta que no para de revolotear en mi mente (supongo que aunque sea mi creación no termino de comprenderlo del todo): ¿se comportaría de modo diferente?, ¿el hermético y sensual Renoir podría ser más cortante con los que le rodeaban, con Folk? No preguntéis, creo que es mejor no saberlo…
Los ojos de Chris refulgieron cuando por fin encontró a su antiguo compañero, allí dentro, en aquella cueva escasamente iluminada, aunque era más bien poco lo que quedaba de él, pues se estaba transformado en un una especie de araña, su resurrección. El mosquetero clavó su verde mirada en él y desenvainó a su fiel Centinela Oscura, lo que (pese a las circunstancias en las que se encontraban) le produzco cierta satisfacción. Con un movimiento de muñeca colocó la espada con la punta hacia abajo y la arrastró por el duro y sucio suelo, haciendo un desagradable estruendo, lo que hizo que aquella cosa que había sido Folk le observase nervioso, haciendo crujir toda su anatomía.
Verle así era como si estuviese mirándolo a través de un cristal distorsionado, aunque tal vez esa barrera no existiese y aquel fuera el verdadero Alexander, sin trampa ni cartón. El mosquetero chasqueó la lengua y se riñó mentalmente, se dijo que debía dejarlo ahí, que sino había tenido la fuerza de sobreponerse a aquella bestia lastimera no se merecía que lo recogiese. En cualquier caso, también pensó que el mayordomo solía actuar como su intérprete y asintió, la decisión estaba tomada.
Además aquella también era una excusa para comparar niveles. Chris se sabía más experto en el manejo de la espada, era uno de los mejores espadachines de todo Hueco Mundo, pero podía jurar que Folk le superaría en otras técnicas, estaba convencido que en combate cuerpo a cuerpo podría ser mejor que él. Aunque, si lo pensaba bien, en esas circunstancias el mayordomo no sería rival para él, sus reservas de reiatsu iban y venían, como su transformación, que oscilaba entre una bestia deforme y la cara angustiada de la antigua fracción.
Si hubiera sido otra persona se habría mostrado compasivo, le habría dicho, aunque fuesen, unas palabras de ánimo, ¿él?, si claro, y al día siguiente se metería a cura. En lugar de eso, usó un sonido y se colocó sobre la criatura, que chillaba histéricamente, aún tenía los ojos de Folk: violetas y muy abiertos. El mosquetero ignoró cualquier cosa que pudiera interponerse en el combate y bajó su zampakutoh, con todas sus fuerzas…
Sólo que en lugar de cargar con la hoja, golpeó a aquel engendro a medio transformar en la base del cráneo con la empuñadura. Se oyó un ruido desagradable, como de crujido, y el ser bajó la cabeza, que chocó contra el suelo. Chris se hizo a un lado y observó como la bestia iba perdiendo sus rasgos animales para pasar a ser el que había sido cordial mayordomo de la señora Okami, o eso parecía, porque tenía la cara empotrada contra el suelo. En cualquier caso, el joven pudo darse cuenta que parecía más ligero, un tanto más joven. Lo que no dejaba de ser positivo para él, porque tendría que cargarlo hasta el Amanecer y cuanto menos pesase, tanto mejor.
Con gesto inexpresivo, como sino acabase de tumbar a un compañero con un certero golpe no exento de crueldad, se guardó su espada en el cinto y le dio un puntapié a Alexander, para ver si se movía. No, nada, respiraba, pero no parecía ser una amenaza, de modo que se agachó junto a él, lo levantó (si, parecía tener quince años, vaya cosas raras le pasaban a ese tío) y se lo colocó en el hombro derecho.
De esta guisa, con un adolescente en uno de sus hombros y con la cabeza alta, la fracción Chris Renoir salió de la cueva en la que había tenido lugar el corto combate y observó el cielo. Seguir cazando ya no era una opción, así que decidió regresar al Edificio Blanco donde residía. Una vez llegase allí, que se encargarán los especialistas del mayordomo, dejaría de ser su responsabilidad.
Probablemente el silencioso arrancar no supiese nunca lo que el chico que llevaba sobre el hombro sentía realmente por él, sus anhelos secretos, ni el asesino francés era lo suficiente imaginativo, ni tampoco Alexander había hecho nada que denotase su interés frente a su antiguo compañero.
A tener de esto, hay una pregunta que no para de revolotear en mi mente (supongo que aunque sea mi creación no termino de comprenderlo del todo): ¿se comportaría de modo diferente?, ¿el hermético y sensual Renoir podría ser más cortante con los que le rodeaban, con Folk? No preguntéis, creo que es mejor no saberlo…
Chris Renoir- Post : 144
Edad : 40
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