Problemas de mando (Hayato)

Después de pensárselo mucho, Suna decidió esperar en el pasillo a Kobayashi para hablar un poco de lo que pensaban hacer. Por un lado, temía que se hubiese enemistado con algún shinigami, ya que el espectáculo de prepotente que había hecho, no creía que sentase muy bien a muchos de la sala que tenían más edad y experiencia. No quería que la cosa se fuese al traste por un problema con los superiores. Además, quería aclarar un poco los puntos de la misión, ya que no tenía mucho sentido ir al mundo humano a por la chica secuestrada, para luego marcarse si la cosa se ponía fea. Ella siempre había creído que por encima de la seguridad de la seguridad propia, estaba proteger a las almas y si puede ser, a los compañeros. No podían irse y dejar en el mundo humano a un espada y tres fracciones sueltos y campando a sus anchas, tenían que matarlos.

La pelirroja se apoyó en la pared y espero a su compañero cerca de la puerta.

-Hayato ¿Podemos hablar?

Hayato miró a Suna con incredulidad. Una nerviosa mirada enfrente, tras la que sus ojos volvieron a la chica, denotó claramente sus ansias de incorporarse a la batalla sin más dilación. Estaban a punto de enfrentarse a Okami y dos de sus fracciones. ¿Qué podía querer la shinigami en un momento como ese?

Algo en su interior le recordó que no podía perder el tiempo: si, como se temía, la aparición de los arrancar constituía el cebo de una trampa, tenía miedo de lo que aquella panda de cabezas calientes -entre los que se contaban el irresponsable de Chiesa, el impulsivo de Kato y una retahilla de shinigamis indisciplinados y mal educados- podían hacer si se les dejaba a su antojo. No estaba la situación en la Sociedad de Almas como para que se pudieran permitir más bajas.

-Dime, Suna, ¿qué quieres? -lanzó una nueva mirada inquieta hacia el Dangai. Sentía que cada segundo que pasaba era más de lo que podía permitirse-. Pero que sea rápido, por favor.

Ya se habían ido todos los que habían asistido la reunión y sólo quedaban los dos shinigamis en el pasillo. Tras escuchar las palabras del joven, la pelirroja le cogió con delicadeza del brazo para que no lo tomase como un gesto autoritario y le miró directamente a los ojos. Normalmente la gente rehuía su mirada, pero los años de confianza que les unía habían acostumbrado al capitán a los ojos aparentemente vacíos de la joven.

-No sé si ha sido muy inteligente mostrarte tan autoritario con el resto de capitanes- se escuchó un crujido de madera y la pelirroja se giró, pero como no sintió ningún reiatsu muy cercano continuó hablando-. Entiendo que lo puedas ser con otros shinigamis de bajo rango, pero aún así, llevas poco tiempo como caipitán. Deberías mostrar esa dureza en combate y mostrar allí que eres un buen líder-le soltó el brazo-. Ahora será difícil que alguien siga tu estrategia, la cual es algo…contradictoria. Si vamos a por la shinigami, es absurdo irnos si la cosa se tuerce… No creo que sea tan complejo mandar más shinigamis si resulta que aparecen más arrancars. La vida de esa shinigami vale tanto como la mía o la tuya y no podeos dejar a arrancars campando en el mundo humano como si nada porque sea posible que nos vayan a dar una paliza.

Suna miró unos instantes a Hayato y recordó a aquel chiquillo que en su primera misión vivió mucho más que shinigamis con más experiencia. Su rostro ahora era el de un adulto, pero su mirada todavía era ligera, vital. Todo era mucho más fácil cuando estaban en la academia como amigos. Salían de juerga e incluso un día llegó a emborrachar por primera vez al joven. Parecían ya muy lejanos esos días y últimamente debido a su rango le era más complicado verle. Qué largas se podían hacer dos semanas. A ella le había parecido casi dos años.

Los ojos de Hayato se abrieron mucho ante las últimas palabras de Suna. Ella no lo entendía. Ella no podía entenderlo, porque en la Batalla de Hueco Mundo no había sido su escuadrón el que había sido rodeado y aislado de los demás por una última decisión irreflexiva de su capitán. No había sido ella la que formaba parte de un escuadrón a punto de ser masacrado, ni la que se había visto obligada a dar la orden de abandonar el cuerpo del capitán Tsukiho Raho en las desesperadas llanuras de Hueco Mundo, para salvar lo que quedaba de la división. Sabía que algunos de sus hombres todavía no le habían perdonado lo que consideraban un deshonor, pero también sabía que ni uno solo de ellos habría sobrevivido a aquel día si no lo hubiera hecho.

Sacudió la cabeza negativamente.

-No me arriesgaré a caer en una trampa, Suna. Espero con todas mis fuerzas que no lo sea, y que podamos rescatar a esa chica, pero, si lo es, es estúpido dejarles fijar los términos de la lucha. No estoy hablando de abandonar el mundo humano a su suerte, sólo de replegarnos para volver a atacar con nuestras condiciones.

Su voz sonaba firme, pero Suna le conocía desde hacía muchos años, más de los que podía durar una vida humana, y sabía que no le pasaría por alto el brillo cansado en los ojos.

-Siento tener que sonar autoritario, pero un ejército no funciona sin disciplina. Si no se la enseñan en sus divisiones, de algún modo tendrán que aprenderla -replicó, recordando la chiquillada que había cometido el entonces todavía Teniente Shihouin Kato en su último descenso al mundo humano. De no haber sido por su falta de disciplina, por su incapacidad para poner los intereses de su bando por encima de los suyos propios, aquel combate podía haber tenido un desenlace muy distinto. Cada vez le extrañaba menos el carácter monstruoso de su predecesor en el cargo: no quería convertirse en algo como él, pero si era la única forma de conseguir que se le hiciera caso, lo haría.