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雪 - Yuki (nieve)
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Souls&Swords - Foro interpretativo inspirado en Bleach :: Sociedad de Almas :: Instituto Shinō de Artes Espirituales :: Zona Libre
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雪 - Yuki (nieve)
Nevaba. Y no era la típica tormenta pasajera a la que estaban acostumbrados los habitantes de la Sociedad de las Almas. En esta ocasión aquello era todo un vendaval de nieve que parecía no tener fin. Los tejados de los edificios estaban coronados de blanco y el suelo se había convertido en una hermosa pista de patinaje al servicio de todos. Era una estampa navideña, solo faltaban los niños cantando villancicos y toda la parafernalia, renos y panzudos borrachos incluidos. Aún así no vamos a centrarnos en el hermoso paisaje nevado que podía verse desde las ventanas de los lugares calientes. Prefiero hablaros de lo que pasaba en cierto complejo donde los jóvenes aspirantes a shinigami pasaban sus horas aprendiendo todo tipo de técnicas y conocimientos. En ese lugar es donde se desarrollan los hechos que a continuación os relataré, espero que sean de vuestro agrado…
Aquello no era lo habitual en una persona como Yuka. Ir corriendo de una clase a otra no era lo que más le gustaba a hacer a la futura profesora de Historia. Pero en esas estaba, llegando tarde al aula donde se impartía Sociedad y Cultura del Mundo Humano, que era de sus favoritas. Corría como una loca por los pasillos, dejando que su larga melena dorada flotase a su espalda cargada con cuantos libros y pergaminos podía llevar en las manos sin que peligrara la estabilidad de la pila. Se había entretenido leyendo unos documentos sobre kidoh y cuando quiso darse cuenta de la hora ya habían pasado diez minutos desde el comienzo de la clase e iba a ser la primera vez en su vida que tuviese que introducirse furtivamente en un aula, ¡seguro que la terminaban pillando! Apretó un poco más el paso, ligero como nunca. Ya casi estaba llegando, le faltaba atravesar un par de pasillos, en menos de un minuto estaría allí, contaba con ello. Mas de pronto, sintió un fuerte golpe en el hombro y salió despedida de espaldas contra el suelo. Se golpeó contra una columna mal intencionada y las gafas salieron volando de su rostro. El montón de papeles que sostenían sus manos corrieron la misma suerte y un intenso dolor se apoderó de sus riñones. La chica dejó escapar un gemido ahogado de puro dolor y se llevó una mano a la zona dolorida, que parecía estar hinchándose por momentos. Luego buscó las gafas, las tomó en las manos y se las colocó sobre el puente de la nariz con delicadeza.
Lo primero que vio, por estar en el suelo y tener la vista sobre éste, fueron sus papeles y libros, todos desperdigados por el suelo. Con un pequeño fruncimiento de cejas estiró las manos y comenzó a recoger las cosas con desorden y aguantando el dolor. No le gustaba tratar de ese modo sus pertenencias, pero el tiempo apremiaba. Fue tal su precipitación que se cortó con uno de los folios que acababa de coger casi con violencia. Soltó un pequeño gritito y se llevó el dedo, que sangraba un poco, a la boca para que la pequeña hemorragia disminuyese, entonces, cuando iba a acercarse hasta el trozo de papel caído vio la parte de debajo de un uniforme masculino. Con el índice aún en la boca fue subiendo la mirada, primero un cuerpo fibroso, delgado, una silueta bastante bonita, después un cuello bien formado y finalmente un rostro hermoso, enmarcado por una melena lisa y suave, de color azul pálido, a juego con las fracciones angulosas y los ojos, claros y algo fríos. La joven se sacó el dedo de la boca a toda velocidad, olvidando la sangre y el dolor de espalda e hizo una reverencia y siguió recogiendo papeles, a toda velocidad. Con la mala fortuna que éstos volvieron a caer contra la madera a sus pies. Suspiró y finalmente decidió que no le daba tiempo llegar a clase. De manera que volvió a su labor, esta vez tomándose el tiempo que fuera preciso. Era la primera vez que faltaba. Aunque estaba segura de poder conseguir los apuntes y ponerse al día. A los pies del chico había llegado un cuaderno color carmesí que la joven utilizaba para hacer esquemas. Estaba demasiado lejos para estirar la mano y le parecía un poco extraño no decirle al chico junto a ella que se lo acercase. De modo que le dedicó una sonrisa deslumbrante y estiró la mano que no había sido cortada por el papel.
- Shinigami-san, ¿te importaría pasarme el cuaderno qué tienes a tus pies?-la sonrisa se ensanchó en los labios de la heredera de los Akiyama. En el fondo se estaba preguntando que clase de persona sería ese joven que tenía más o menos su edad, a qué se dedicaría dentro de la Academia y cuales serían sus asignaturas favoritas, pero en lugar de eso, como chica educada que era, continuó sonriendo, a la espera de recibir el cuaderno- ¿por favor?
[FDI: Queridos administradores, queremos una academia, gracias ^^]
Aquello no era lo habitual en una persona como Yuka. Ir corriendo de una clase a otra no era lo que más le gustaba a hacer a la futura profesora de Historia. Pero en esas estaba, llegando tarde al aula donde se impartía Sociedad y Cultura del Mundo Humano, que era de sus favoritas. Corría como una loca por los pasillos, dejando que su larga melena dorada flotase a su espalda cargada con cuantos libros y pergaminos podía llevar en las manos sin que peligrara la estabilidad de la pila. Se había entretenido leyendo unos documentos sobre kidoh y cuando quiso darse cuenta de la hora ya habían pasado diez minutos desde el comienzo de la clase e iba a ser la primera vez en su vida que tuviese que introducirse furtivamente en un aula, ¡seguro que la terminaban pillando! Apretó un poco más el paso, ligero como nunca. Ya casi estaba llegando, le faltaba atravesar un par de pasillos, en menos de un minuto estaría allí, contaba con ello. Mas de pronto, sintió un fuerte golpe en el hombro y salió despedida de espaldas contra el suelo. Se golpeó contra una columna mal intencionada y las gafas salieron volando de su rostro. El montón de papeles que sostenían sus manos corrieron la misma suerte y un intenso dolor se apoderó de sus riñones. La chica dejó escapar un gemido ahogado de puro dolor y se llevó una mano a la zona dolorida, que parecía estar hinchándose por momentos. Luego buscó las gafas, las tomó en las manos y se las colocó sobre el puente de la nariz con delicadeza.
Lo primero que vio, por estar en el suelo y tener la vista sobre éste, fueron sus papeles y libros, todos desperdigados por el suelo. Con un pequeño fruncimiento de cejas estiró las manos y comenzó a recoger las cosas con desorden y aguantando el dolor. No le gustaba tratar de ese modo sus pertenencias, pero el tiempo apremiaba. Fue tal su precipitación que se cortó con uno de los folios que acababa de coger casi con violencia. Soltó un pequeño gritito y se llevó el dedo, que sangraba un poco, a la boca para que la pequeña hemorragia disminuyese, entonces, cuando iba a acercarse hasta el trozo de papel caído vio la parte de debajo de un uniforme masculino. Con el índice aún en la boca fue subiendo la mirada, primero un cuerpo fibroso, delgado, una silueta bastante bonita, después un cuello bien formado y finalmente un rostro hermoso, enmarcado por una melena lisa y suave, de color azul pálido, a juego con las fracciones angulosas y los ojos, claros y algo fríos. La joven se sacó el dedo de la boca a toda velocidad, olvidando la sangre y el dolor de espalda e hizo una reverencia y siguió recogiendo papeles, a toda velocidad. Con la mala fortuna que éstos volvieron a caer contra la madera a sus pies. Suspiró y finalmente decidió que no le daba tiempo llegar a clase. De manera que volvió a su labor, esta vez tomándose el tiempo que fuera preciso. Era la primera vez que faltaba. Aunque estaba segura de poder conseguir los apuntes y ponerse al día. A los pies del chico había llegado un cuaderno color carmesí que la joven utilizaba para hacer esquemas. Estaba demasiado lejos para estirar la mano y le parecía un poco extraño no decirle al chico junto a ella que se lo acercase. De modo que le dedicó una sonrisa deslumbrante y estiró la mano que no había sido cortada por el papel.
- Shinigami-san, ¿te importaría pasarme el cuaderno qué tienes a tus pies?-la sonrisa se ensanchó en los labios de la heredera de los Akiyama. En el fondo se estaba preguntando que clase de persona sería ese joven que tenía más o menos su edad, a qué se dedicaría dentro de la Academia y cuales serían sus asignaturas favoritas, pero en lugar de eso, como chica educada que era, continuó sonriendo, a la espera de recibir el cuaderno- ¿por favor?
[FDI: Queridos administradores, queremos una academia, gracias ^^]
Akiyama Yuka- Raso Rei
- Post : 116
Edad : 40
Re: 雪 - Yuki (nieve)
Hirase-sensei, movido por las quejas que se escuchaban en el aula, abandonó un momento a los estudiantes para ir a cerrar la puerta que dejaba filtrar el aire glaciar del exterior hasta los pasillos. Preguntándose quién habría sido el despistado en dejarla abierta, echó una ojeada al patio, y allí pudo ver a los muchachos agrupados bajo la ventisca, golpeándose los unos a los otros con espadas de bambú y los pies hundidos en el blanco manto que cubría el suelo.
Agitó la cabeza con desaprobación y los llamó a gritos, ordenándoles entrar. Muchos de ellos aún reían a carcajadas, con el cabello mojado por el aguanieve y las mejillas rojas del frío.
-¿Estáis mal de la cabeza o qué? Muraoka-sensei canceló las prácticas de zanjutsu por el mal tiempo y se os ocurre salir a hacer el bruto; y además agitando el shinai sin disciplina ni ceremonia alguna, como si fuera una vulgar rama... ¡Vamos, id a estudiar o a practicar como es debido donde no molestéis a nadie!
Pasaron a su lado apenas manteniendo la compostura, dejando un rastro de huellas húmedas sobre la madera. Cuando el profesor regresó para continuar su clase, algo ceñudo y molesto, los chicos retomaron la sonrisa y bromearon sobre lo aburridas que resultaban algunas lecciones y lo estricto que era el profesorado. Kyuusei caminaba entre sus compañeros sin decir nada, aunque todos conocían ya lo que él opinaba sobre el tema. Recordaba que al principio del curso se habían metido con él. No caía bien a los demás porque era demasiado atento con los profesores y le gustaba estudiar. Pero con el tiempo, y a pesar de que seguía manteniéndose igual de aplicado que al principio, consiguió ganarse el afecto de aquellos chicos y raras eran las ocasiones en las que no se les veía a todos juntos.
-Eh, Yuki. Vamos a ir a ver a Akane-chan; le dijo a Hiroshi que algunas amigas suyas quieren conocernos - hablaba alegremente Soun a su izquierda, frotándose las manos. Una sonrisa pícara y contagiosa iluminaba los semblantes de sus amigos- Seguro que son muy guapas. ¿Vienes?
-Aaaamh... no, lo siento. Creo que voy a aprovechar para leer un poco. Quizá en otra ocasión, chicos. ¿Podríais dejar mi shinai en el almacén?
-Claro, nos viene de paso- contestó el otro de inmediato, cogiendo la espada de entrenamiento. Aunque le apenaba que no quisiera acompañarles, ya había aprendido a no insistirle en esos temas- Nos veremos más tarde entonces, y te contaremos qué tal nos fue. ¡Hasta luego, Yuki, no te aburras demasiado!
Una vez solo, se dedicó a vagar tranquilamente por la academia, buscando un sitio tranquilo donde no fuera molestado. En esas estaba, dándole un mordisco a la manzana que había sacado de su zurrón, cuando vio que una chica se acercaba a todo correr por el pasillo. La observó con cierta curiosidad hasta que, por despiste y por las prisas, ésta chocó contra un pilar y sufrió una aparatosa caída. Preocupado por si se había hecho daño, Yukihiro apresuró sus pasos hasta quedar frente al papeleo que se le había desparramado por el suelo.
Abrió la boca para decir algo, quizá preguntarle si estaba bien o si necesitaba su ayuda, pero lo había olvidado. Se quedó contemplando bobamente a la jovencita, que aparentaba tener una edad similar a la suya. Todo en ella era armonioso: los ojos, la nariz, los labios entreabiertos apretando el dedo que se había cortado. Y enmarcado ese rostro proporcionado, una melena dorada y lustrosa, tan extensa que algunos mechones acariciaban el entarimado cuando se inclinaba para recoger sus pertenencias. Permaneció de pie, sintiéndose estúpido cuando respondía la reverencia de la estudiante a shinigami, de una forma un poco exagerada a causa de los nervios.
-Eeeh, yo...- balbuceó, sin comprender al instante sus palabras. Había quedado hipnotizado por la forma en la que las pestañas de la joven se cerraban sobre sus hermosos ojos azules, sorprendentemente claros. La miró hasta que fue consciente de que le estaba pidiendo ayuda, y entonces se agachó rápidamente, tomando el cuaderno y alcanzándoselo-. Lo siento, ¿se encuentra bien? La caída fue algo... - comenzó, atropelladamente, pero se interrumpió al pensar que no sería muy cortés comentar aquel tropiezo por si la dama se avergonzaba- Quiero decir... Bueno, deje que la ayude a recoger todo esto.
Agachado frente a ella, Kyuusei dejó la manzana mordida en el suelo y se limpió las manos contra el hakama blanco. La miró de reojo y avergonzado, deseando ver de nuevo aquella sonrisa tan bonita mientras sus dedos se afanaban en recolectar hasta la última hoja.
Se aclaró la voz, notándose la boca pastosa.
- ¿Se encuentra mejor? ¿Quiere que la acompañe a la enfermería, señorita...?- interrogó educadamente, interesado por conocer su nombre. Tenía las pupilas clavadas en los trazos limpios y fluídos que componían la escritura de unos apuntes que había reunido y ahora ordenaba. Desconocía el motivo, pero le causaba apuro que sus miradas coincidiesen.- Parecía tener usted mucha prisa...
Agitó la cabeza con desaprobación y los llamó a gritos, ordenándoles entrar. Muchos de ellos aún reían a carcajadas, con el cabello mojado por el aguanieve y las mejillas rojas del frío.
-¿Estáis mal de la cabeza o qué? Muraoka-sensei canceló las prácticas de zanjutsu por el mal tiempo y se os ocurre salir a hacer el bruto; y además agitando el shinai sin disciplina ni ceremonia alguna, como si fuera una vulgar rama... ¡Vamos, id a estudiar o a practicar como es debido donde no molestéis a nadie!
Pasaron a su lado apenas manteniendo la compostura, dejando un rastro de huellas húmedas sobre la madera. Cuando el profesor regresó para continuar su clase, algo ceñudo y molesto, los chicos retomaron la sonrisa y bromearon sobre lo aburridas que resultaban algunas lecciones y lo estricto que era el profesorado. Kyuusei caminaba entre sus compañeros sin decir nada, aunque todos conocían ya lo que él opinaba sobre el tema. Recordaba que al principio del curso se habían metido con él. No caía bien a los demás porque era demasiado atento con los profesores y le gustaba estudiar. Pero con el tiempo, y a pesar de que seguía manteniéndose igual de aplicado que al principio, consiguió ganarse el afecto de aquellos chicos y raras eran las ocasiones en las que no se les veía a todos juntos.
-Eh, Yuki. Vamos a ir a ver a Akane-chan; le dijo a Hiroshi que algunas amigas suyas quieren conocernos - hablaba alegremente Soun a su izquierda, frotándose las manos. Una sonrisa pícara y contagiosa iluminaba los semblantes de sus amigos- Seguro que son muy guapas. ¿Vienes?
-Aaaamh... no, lo siento. Creo que voy a aprovechar para leer un poco. Quizá en otra ocasión, chicos. ¿Podríais dejar mi shinai en el almacén?
-Claro, nos viene de paso- contestó el otro de inmediato, cogiendo la espada de entrenamiento. Aunque le apenaba que no quisiera acompañarles, ya había aprendido a no insistirle en esos temas- Nos veremos más tarde entonces, y te contaremos qué tal nos fue. ¡Hasta luego, Yuki, no te aburras demasiado!
Una vez solo, se dedicó a vagar tranquilamente por la academia, buscando un sitio tranquilo donde no fuera molestado. En esas estaba, dándole un mordisco a la manzana que había sacado de su zurrón, cuando vio que una chica se acercaba a todo correr por el pasillo. La observó con cierta curiosidad hasta que, por despiste y por las prisas, ésta chocó contra un pilar y sufrió una aparatosa caída. Preocupado por si se había hecho daño, Yukihiro apresuró sus pasos hasta quedar frente al papeleo que se le había desparramado por el suelo.
Abrió la boca para decir algo, quizá preguntarle si estaba bien o si necesitaba su ayuda, pero lo había olvidado. Se quedó contemplando bobamente a la jovencita, que aparentaba tener una edad similar a la suya. Todo en ella era armonioso: los ojos, la nariz, los labios entreabiertos apretando el dedo que se había cortado. Y enmarcado ese rostro proporcionado, una melena dorada y lustrosa, tan extensa que algunos mechones acariciaban el entarimado cuando se inclinaba para recoger sus pertenencias. Permaneció de pie, sintiéndose estúpido cuando respondía la reverencia de la estudiante a shinigami, de una forma un poco exagerada a causa de los nervios.
-Eeeh, yo...- balbuceó, sin comprender al instante sus palabras. Había quedado hipnotizado por la forma en la que las pestañas de la joven se cerraban sobre sus hermosos ojos azules, sorprendentemente claros. La miró hasta que fue consciente de que le estaba pidiendo ayuda, y entonces se agachó rápidamente, tomando el cuaderno y alcanzándoselo-. Lo siento, ¿se encuentra bien? La caída fue algo... - comenzó, atropelladamente, pero se interrumpió al pensar que no sería muy cortés comentar aquel tropiezo por si la dama se avergonzaba- Quiero decir... Bueno, deje que la ayude a recoger todo esto.
Agachado frente a ella, Kyuusei dejó la manzana mordida en el suelo y se limpió las manos contra el hakama blanco. La miró de reojo y avergonzado, deseando ver de nuevo aquella sonrisa tan bonita mientras sus dedos se afanaban en recolectar hasta la última hoja.
Se aclaró la voz, notándose la boca pastosa.
- ¿Se encuentra mejor? ¿Quiere que la acompañe a la enfermería, señorita...?- interrogó educadamente, interesado por conocer su nombre. Tenía las pupilas clavadas en los trazos limpios y fluídos que componían la escritura de unos apuntes que había reunido y ahora ordenaba. Desconocía el motivo, pero le causaba apuro que sus miradas coincidiesen.- Parecía tener usted mucha prisa...
Kyuusei Yukihiro- Raso Jin
- Post : 103
Edad : 34
Re: 雪 - Yuki (nieve)
La chica aceptó el cuaderno que le tendía el recién llegado y lo unió a la pila que poco a poco se iba formando en sus manos, esta vez tuvo cuidado de ordenar el peso teniendo en cuenta el centro de gravedad. El muchacho se unió a su actividad y juntos terminaron la labor antes de lo previsto. Por fin los apuntes de Yuka estuvieron completos y ordenados. El joven a su lado parecía levemente turbado, aunque la futura profesora de Historia no entendía muy bien la razón de aquel alborozo. Lo que si comprendió fue que él le preguntaba como se encontraba. Ella negó con la cabeza, no era necesario ir a la enfermería, había sido un golpe tonto, digno de una comedia mala. Había sido un accidente absurdo, le dolería un par de días, pero nada que un poco de calor en la zona contusionada y una buena lectura no arreglarse. Por no hablar del dedo cortado, que volvía a sangrar, y tuvo que volver a llevárselo a los labios, para evitar aquello.
- Estoy bien. Iba demasiado rápido y apenas prestaba atención a mi alrededor, menudo descuido…- contestó, ruborizándose levemente. Ambos en cuclillas estaban francamente divertidos, quizás fue esa postura la que hizo que la rubia heredera viese la manzana a medio morder que aquel estudiante había depositado en el suelo de madera. Ya no le dijo su nombre, su apellido y su curso quedaron relegados a un segundo plano. Fue una exclamación lo que escapó de los labios de Akiyama y se estiró, justo por delante del atractivo joven, para tomar la fruta, acababa de dejar los libros en una pila, en el suelo, y comenzar a limpiarla, incluso sopló para quitarle la suciedad.
- Se ha estropeado por mi culpa, no tendría que haberte hecho agachar para darme el cuaderno- farfullo y meneó la dorada melena en un gesto de desazón, ni siquiera se había percatado que había empezado a tutear al desconocido- debido a su petición la manzana había rodado por el suelo y presentaba pelusa justo donde los dientes del muchacho habían mordido- me siento fatal, ¿me dejarás que te invite a otra, por favor?- la joven rebuscó en sus bolsillos para ver si tenía suelto, llevaba unas cuantas cosas bastante dispares: un par de plumas, un bote de tinta, varios trozos de papel, algunas monedas sueltas (que daban al menos para un par de manzanas) unas llaves, una pulsera, un espejo y una cinta de pelo rosada.
La estudiante se sentía en deuda con aquel chico que acababa de aparecer de la nada. No solo la había ayudado a recoger sus pertenencias, que no eran pocas, sino que también se había preocupado por su estado físico. No estaba acostumbrada a ese comportamiento. Las estiradas clases altas no solían ser tan atentos, ni siquiera con sus semejantes. En ocasiones había tropezado accidentalmente con alguno (si, debo reconocer que la chica era algo torpe cuando llevaba prisas) y no habían tenido el más mínimo detalle con ella. No sabía nada de aquel joven de ojos celestes, quizás perteneciese a una de las familias de alta alcurnia que también conocía y simplemente se tratase de una excepción, como ella misma. Normalmente las chicas jóvenes de clase alta solo se preocupaban de verse hermosas y encontrar un marido que estuviese a la altura que se requería. Yuka no. Prefería leer y entrenar antes que hacer esas cosas a las que no les encontraba sentido, ¡si casi nunca se cambiaba el parinado! Ni siquiera tenía prometido, ni tampoco lo quería. Tenía de sobra con sus libros, sus largas jornadas en el dojo y con las clases que tanto adoraba. Volvió a la realidad cuando su sonrisa fue nuevamente dirigida a su compañero de pasillo. Se levantó de un salto, recolocando un poco el montón de libros y legajos que volvía a cargar.
- ¿Vamos a la despensa?- preguntó de pronto. Aquel no era su proceder habitual, normalmente habría dado las gracias y se hubiera sentido contenta. Sin embargo había echado a perder una hermosa y brillante manzana y se sentía en la obligación de reparar el daño. No le parecía adecuado alejarse sin más, y mucho menos darle el importe de la fruta. No quería por nada del mundo parecerse a esas señoritingas a las que tango odiaba. Gracias a los dioses, Yuka no era como las demás.
- Me llamo Akiyama Yuka, ¿y tú?- y le tendió la mano, con cierta indecisión. Siempre le decían que era muy tímida, y ella era la primera en reconocerlo.
- Estoy bien. Iba demasiado rápido y apenas prestaba atención a mi alrededor, menudo descuido…- contestó, ruborizándose levemente. Ambos en cuclillas estaban francamente divertidos, quizás fue esa postura la que hizo que la rubia heredera viese la manzana a medio morder que aquel estudiante había depositado en el suelo de madera. Ya no le dijo su nombre, su apellido y su curso quedaron relegados a un segundo plano. Fue una exclamación lo que escapó de los labios de Akiyama y se estiró, justo por delante del atractivo joven, para tomar la fruta, acababa de dejar los libros en una pila, en el suelo, y comenzar a limpiarla, incluso sopló para quitarle la suciedad.
- Se ha estropeado por mi culpa, no tendría que haberte hecho agachar para darme el cuaderno- farfullo y meneó la dorada melena en un gesto de desazón, ni siquiera se había percatado que había empezado a tutear al desconocido- debido a su petición la manzana había rodado por el suelo y presentaba pelusa justo donde los dientes del muchacho habían mordido- me siento fatal, ¿me dejarás que te invite a otra, por favor?- la joven rebuscó en sus bolsillos para ver si tenía suelto, llevaba unas cuantas cosas bastante dispares: un par de plumas, un bote de tinta, varios trozos de papel, algunas monedas sueltas (que daban al menos para un par de manzanas) unas llaves, una pulsera, un espejo y una cinta de pelo rosada.
La estudiante se sentía en deuda con aquel chico que acababa de aparecer de la nada. No solo la había ayudado a recoger sus pertenencias, que no eran pocas, sino que también se había preocupado por su estado físico. No estaba acostumbrada a ese comportamiento. Las estiradas clases altas no solían ser tan atentos, ni siquiera con sus semejantes. En ocasiones había tropezado accidentalmente con alguno (si, debo reconocer que la chica era algo torpe cuando llevaba prisas) y no habían tenido el más mínimo detalle con ella. No sabía nada de aquel joven de ojos celestes, quizás perteneciese a una de las familias de alta alcurnia que también conocía y simplemente se tratase de una excepción, como ella misma. Normalmente las chicas jóvenes de clase alta solo se preocupaban de verse hermosas y encontrar un marido que estuviese a la altura que se requería. Yuka no. Prefería leer y entrenar antes que hacer esas cosas a las que no les encontraba sentido, ¡si casi nunca se cambiaba el parinado! Ni siquiera tenía prometido, ni tampoco lo quería. Tenía de sobra con sus libros, sus largas jornadas en el dojo y con las clases que tanto adoraba. Volvió a la realidad cuando su sonrisa fue nuevamente dirigida a su compañero de pasillo. Se levantó de un salto, recolocando un poco el montón de libros y legajos que volvía a cargar.
- ¿Vamos a la despensa?- preguntó de pronto. Aquel no era su proceder habitual, normalmente habría dado las gracias y se hubiera sentido contenta. Sin embargo había echado a perder una hermosa y brillante manzana y se sentía en la obligación de reparar el daño. No le parecía adecuado alejarse sin más, y mucho menos darle el importe de la fruta. No quería por nada del mundo parecerse a esas señoritingas a las que tango odiaba. Gracias a los dioses, Yuka no era como las demás.
- Me llamo Akiyama Yuka, ¿y tú?- y le tendió la mano, con cierta indecisión. Siempre le decían que era muy tímida, y ella era la primera en reconocerlo.
Akiyama Yuka- Raso Rei
- Post : 116
Edad : 40
Re: 雪 - Yuki (nieve)
Akiyama Yuka era candorosa y pura, como una majestuosa azucena que se niega a marchitarse a pesar de la crudeza del invierno. Kyuusei no podía apartar los ojos de ella, del suave resplandor que se avivaba al fondo de sus pupilas, de los delicados rasgos de su hermoso rostro, los caprichosos reflejos de la dorada cabellera y las rizadas pestañas, que parecían el revoloteo de una mariposa cada vez que parpadeaba.
Ignoraba a qué se debía aquella cálida y burbujeante sensación que notaba por vez primera en el estomágo, pero sospechaba que aquella estudiante de aspecto adolescente tenía algo que ver.
-Ah... no se preocupe...- comenzó a decir en voz baja, viendo los bártulos que sacaba de los bolsillos y sorprendiéndose por la cantidad de cosas que una chica parecía necesitar llevar siempre encima. Fijándose mejor, se dio cuenta de que, quitando el coletero y alguna otra cosa más, el resto de objetos eran los mismos que él siempre tenía a mano en su faltriquera. Y los libros, los libros y cuadernos que ahora formaban una pila en el suelo... O bien sus profesores le mandaban muchas tareas en su tiempo libre, o a esa jovencita le gustaba estudiar tanto como a él.
Yuki se animó notablemente, ilusionado por la posibilidad de que tuvieran algo en común y pudieran hablar acerca de ello. Normalmente sus compañeros de curso estaban más entusiasmados por aprender pronto a usar el kidô, o preferían el zanjutsu a las clases teóricas. No les culpaba por eso, la acción también era emocionante para él, pero a veces echaba de menos alguien con quien compartir sus inquietudes intelectuales.
-Kyuusei Yukihiro- se presentó a tiempo, llevando su mano para estrechar la de Yuka. Un escalofrío le pasó de forma inadvertida por la columna al sentir el contacto tibio de su piel. El gesto de saludo se prolongó lo necesario, pero el chico notaba un calor en las mejillas al que estaba poco acostumbrado.
Miró de reojo la manzana, cuya carne blanca había comenzado a adquirir un color oxidado allá donde estaba el mordisco. La verdad era que, con lo nervioso que se había puesto, no le apetecía comer nada más.
-No es necesario que me compre otra manzana, Akiyama-san- dijo, como si se sintiera un ser vil por permitir que la rubia se gastase el dinero en aquello.- Aunque...- se frotó la nuca con suavidad, algo azorado pero manteniendo la mirada puesta en ella- Si a usted le apeteciera descansar un poco... me... me gustaría que tomásemos un té juntos.
Aguardó unos instantes que se le hicieron larguísimos. No sabía si mirarla, si sonreír, marcharse o qué diablos. Seguramente tendría algo mejor que ir aceptando la invitación de un novato que apenas estaba en primer curso.
De pronto el montón de libros que había en el suelo debió hacérsele irresistible, porque lo observó como si acabara de percatarse que las cubiertas eran de oro o algo parecido.
-Tanto si acepta como sino, espero que me permita ayudarla a cargar con todo eso- se ofreció mientras se colocaba un fino mechón de cabello azul tras la oreja-. No me sentiría tranquilo si existiera la posibilidad de que se volviera a hacer daño por llevar demasiado peso. Mi clase de zanjutsu se suspendió por el mal tiempo, así que estaría encantado si puedo serle de alguna ayuda.
Ignoraba a qué se debía aquella cálida y burbujeante sensación que notaba por vez primera en el estomágo, pero sospechaba que aquella estudiante de aspecto adolescente tenía algo que ver.
-Ah... no se preocupe...- comenzó a decir en voz baja, viendo los bártulos que sacaba de los bolsillos y sorprendiéndose por la cantidad de cosas que una chica parecía necesitar llevar siempre encima. Fijándose mejor, se dio cuenta de que, quitando el coletero y alguna otra cosa más, el resto de objetos eran los mismos que él siempre tenía a mano en su faltriquera. Y los libros, los libros y cuadernos que ahora formaban una pila en el suelo... O bien sus profesores le mandaban muchas tareas en su tiempo libre, o a esa jovencita le gustaba estudiar tanto como a él.
Yuki se animó notablemente, ilusionado por la posibilidad de que tuvieran algo en común y pudieran hablar acerca de ello. Normalmente sus compañeros de curso estaban más entusiasmados por aprender pronto a usar el kidô, o preferían el zanjutsu a las clases teóricas. No les culpaba por eso, la acción también era emocionante para él, pero a veces echaba de menos alguien con quien compartir sus inquietudes intelectuales.
-Kyuusei Yukihiro- se presentó a tiempo, llevando su mano para estrechar la de Yuka. Un escalofrío le pasó de forma inadvertida por la columna al sentir el contacto tibio de su piel. El gesto de saludo se prolongó lo necesario, pero el chico notaba un calor en las mejillas al que estaba poco acostumbrado.
Miró de reojo la manzana, cuya carne blanca había comenzado a adquirir un color oxidado allá donde estaba el mordisco. La verdad era que, con lo nervioso que se había puesto, no le apetecía comer nada más.
-No es necesario que me compre otra manzana, Akiyama-san- dijo, como si se sintiera un ser vil por permitir que la rubia se gastase el dinero en aquello.- Aunque...- se frotó la nuca con suavidad, algo azorado pero manteniendo la mirada puesta en ella- Si a usted le apeteciera descansar un poco... me... me gustaría que tomásemos un té juntos.
Aguardó unos instantes que se le hicieron larguísimos. No sabía si mirarla, si sonreír, marcharse o qué diablos. Seguramente tendría algo mejor que ir aceptando la invitación de un novato que apenas estaba en primer curso.
De pronto el montón de libros que había en el suelo debió hacérsele irresistible, porque lo observó como si acabara de percatarse que las cubiertas eran de oro o algo parecido.
-Tanto si acepta como sino, espero que me permita ayudarla a cargar con todo eso- se ofreció mientras se colocaba un fino mechón de cabello azul tras la oreja-. No me sentiría tranquilo si existiera la posibilidad de que se volviera a hacer daño por llevar demasiado peso. Mi clase de zanjutsu se suspendió por el mal tiempo, así que estaría encantado si puedo serle de alguna ayuda.
Kyuusei Yukihiro- Raso Jin
- Post : 103
Edad : 34
Re: 雪 - Yuki (nieve)
Así que aquel era su nombre, Yukihiro. Yuki… parecía un capricho del destino. La chica de cabello dorado no pudo evitar levantar la mirada y clavarla en una de las ventanas que daban al exterior. Por unos momentos, se quedó muda, preguntándose si aquel manto blanco y puro tendría tanto que ver con el joven frente a ella como su nombre insinuaba. Negó con la cabeza, “vuelvo a pensar demasiado”. El tacto de la piel del chico en su mano había sido más bien cálido, quizás no tuviere nada que ver con el invierno. Solo entonces, sus claros ojos volvieron hacía el chico nieve, que en esos momentos se retiraba un mechón del rostro. Era realmente adorable, delicado, pero sin parecer a punto de romperse en mil pedazos, de ojos fríos que sin embargo no la helaban, no a ella. Era… interesante. Le producía unas sensaciones curiosas y nuevas. Su parte investigadora le pedía a gritos que desentrañase aquel rompecabezas de cara bonita, mientras que su decoro la sujetaba por las muñecas para que no se precipitase. No tenía ni idea de que hacer, y eso no era algo que soliera pasarle. Suspiró, e imitando a su compañero, se acomodó la bella melena rubia a un lado del cuerpo, con elegancia.
Fue entonces cuando Yukihiro se ofreció a compartir el peso que la futura profesora de Historia tenía al lado de los pies. La joven dudó, por bastante tiempo, si os tengo que ser del todo sincera, pero luego le tendió a su compañero una pequeña parte de sus pertenencias y le dedicó una sonrisa embarazosa. Se sentía mal por hacerle llevar sus cosas, pero el joven parecía ser todo un caballero (aspecto de eso tenía, con aquellos maravillosos ojos celestes) y no deseaba herirle rechazando su amabilidad. Cuando le pasó algunos de los libros que continuaban depositados en el entarimado de madera le rozó una mano, casi por accidente. Y aunque ya la había tocado anteriormente, esta vez sintió algo muy distinto, algo inesperado. Se sonrojó de golpe, y con lentitud, retiró sus dedos de los de él, sintiendo que el corazón le latía a cien por hora. Jugó con la manzana mordida, para disimular, y cuando recuperó la voz ésta tomó un tono chillón, cosa que ocurría cuando se ponía nerviosa, parecía una pequeña rata.
-Me apetece mucho un té con…- “no puedo decirle que me encantaría ir con él con tanta facilidad, sería muy vergonzoso”, se riñó mentalmente e improvisó, para finalizar la contestación que había quedado en el aire, igual que la pregunta, que tanto había tardado en responder-… limón. Me encanta el té con limón. Es el mejor té, ¿verdad?- no tenía ni idea de porqué había dicho eso. Como tampoco sabía que pensaría aquel muchacho misterioso, pero si conocía sus sentimientos y se sentía abochornada, estúpida. Ya no solo era lo absurdo de sus palabras, que algo de eso había, ahora se trataba también de que acababa de darse cuenta que el estudiante le había hablado de usted desde que se encontraron y ella no había tenido tal detalle. Se estrujó los sesos, pensando en que decir para subsanar su error, y cuando no encontró nada, optó por lo más sencillo, que en el fondo solo podía significar meter la pata, hasta el fondo.
- Háblame de tú, por favor. Llámame Yuka.
Seguro que aquello no era lo que esperaba Kyuusei. A veces se comportaba como una idiota, tanto que ni siquiera había analizado el apellido de su nuevo amigo. No le sonaba a familia noble, pero eso ya había dejado de tener importancia. La joven Akiyama se estaba tomando demasiada confianza con alguien que acababa de conocer, eso no era correcto, y muchos menos para una persona tan extremadamente tímida y reservada como ella. Le costaba horrores hacer amigos, era de personalidad más bien cerrada y pasaba la mayor parte del tiempo sola, leyendo. Pero con el chico nieve todo parecía diferente. Fácil. Y además estaba aquel halo de misterio que le envolvía, a Yuka le parecía interesantísimo.
Muchos de vosotros ya os habréis percatado que nuestra amiga tienda a dar muchos rodeos innecesarios y a reflexionar de los detalles más nimios. Si, era bastante metódica en sus razonamientos, pedante si me permitís. Pero todo ese raciocinio no servía de nada para otro tipo de cosas, para este tipo de cosas, más bien. Lo que le ocurría con Yuki (enseguida comenzaría a dirigirse a él con un cariño más que especial) era lo más básico del mundo. Le gustaba. En aquella época solo desde un punto de vista físico, pues apenas se conocían, pero pronto ese muchacho de ojos claros se convertiría en alguien insustituible para ella, en su compañero, en su confidente, en el hombro donde lloraba… y también en la persona que más quería en el mundo. Pero por aquel entonces no lo entendía (quizás aún a día de hoy no termine de comprenderlo del todo que siente por Yuki). No sabía que pensar del fuerte latido de su corazón o de su interés por él. También sería porque en aquella época aún estaba embrujada con el mayor de los Hokori, de modo que enamorarse de otro no entraba en su cabeza.
Si supierais todo lo que vivieron estos dos juntos después de aquel primer encuentro, quizás opinarais como la hizo Yuka en su momento: el encuentro con Yuki solo podía estar guiado por las manos del destino.
Fue entonces cuando Yukihiro se ofreció a compartir el peso que la futura profesora de Historia tenía al lado de los pies. La joven dudó, por bastante tiempo, si os tengo que ser del todo sincera, pero luego le tendió a su compañero una pequeña parte de sus pertenencias y le dedicó una sonrisa embarazosa. Se sentía mal por hacerle llevar sus cosas, pero el joven parecía ser todo un caballero (aspecto de eso tenía, con aquellos maravillosos ojos celestes) y no deseaba herirle rechazando su amabilidad. Cuando le pasó algunos de los libros que continuaban depositados en el entarimado de madera le rozó una mano, casi por accidente. Y aunque ya la había tocado anteriormente, esta vez sintió algo muy distinto, algo inesperado. Se sonrojó de golpe, y con lentitud, retiró sus dedos de los de él, sintiendo que el corazón le latía a cien por hora. Jugó con la manzana mordida, para disimular, y cuando recuperó la voz ésta tomó un tono chillón, cosa que ocurría cuando se ponía nerviosa, parecía una pequeña rata.
-Me apetece mucho un té con…- “no puedo decirle que me encantaría ir con él con tanta facilidad, sería muy vergonzoso”, se riñó mentalmente e improvisó, para finalizar la contestación que había quedado en el aire, igual que la pregunta, que tanto había tardado en responder-… limón. Me encanta el té con limón. Es el mejor té, ¿verdad?- no tenía ni idea de porqué había dicho eso. Como tampoco sabía que pensaría aquel muchacho misterioso, pero si conocía sus sentimientos y se sentía abochornada, estúpida. Ya no solo era lo absurdo de sus palabras, que algo de eso había, ahora se trataba también de que acababa de darse cuenta que el estudiante le había hablado de usted desde que se encontraron y ella no había tenido tal detalle. Se estrujó los sesos, pensando en que decir para subsanar su error, y cuando no encontró nada, optó por lo más sencillo, que en el fondo solo podía significar meter la pata, hasta el fondo.
- Háblame de tú, por favor. Llámame Yuka.
Seguro que aquello no era lo que esperaba Kyuusei. A veces se comportaba como una idiota, tanto que ni siquiera había analizado el apellido de su nuevo amigo. No le sonaba a familia noble, pero eso ya había dejado de tener importancia. La joven Akiyama se estaba tomando demasiada confianza con alguien que acababa de conocer, eso no era correcto, y muchos menos para una persona tan extremadamente tímida y reservada como ella. Le costaba horrores hacer amigos, era de personalidad más bien cerrada y pasaba la mayor parte del tiempo sola, leyendo. Pero con el chico nieve todo parecía diferente. Fácil. Y además estaba aquel halo de misterio que le envolvía, a Yuka le parecía interesantísimo.
Muchos de vosotros ya os habréis percatado que nuestra amiga tienda a dar muchos rodeos innecesarios y a reflexionar de los detalles más nimios. Si, era bastante metódica en sus razonamientos, pedante si me permitís. Pero todo ese raciocinio no servía de nada para otro tipo de cosas, para este tipo de cosas, más bien. Lo que le ocurría con Yuki (enseguida comenzaría a dirigirse a él con un cariño más que especial) era lo más básico del mundo. Le gustaba. En aquella época solo desde un punto de vista físico, pues apenas se conocían, pero pronto ese muchacho de ojos claros se convertiría en alguien insustituible para ella, en su compañero, en su confidente, en el hombro donde lloraba… y también en la persona que más quería en el mundo. Pero por aquel entonces no lo entendía (quizás aún a día de hoy no termine de comprenderlo del todo que siente por Yuki). No sabía que pensar del fuerte latido de su corazón o de su interés por él. También sería porque en aquella época aún estaba embrujada con el mayor de los Hokori, de modo que enamorarse de otro no entraba en su cabeza.
Si supierais todo lo que vivieron estos dos juntos después de aquel primer encuentro, quizás opinarais como la hizo Yuka en su momento: el encuentro con Yuki solo podía estar guiado por las manos del destino.
Akiyama Yuka- Raso Rei
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Edad : 40
Re: 雪 - Yuki (nieve)
Yukihiro, de pie y tan inmóvil como los nervios le permitían permanecer, aguardaba alguna respuesta a su ofrecimiento. Deseaba seguir hablando con aquella chica -si bien hasta ahora él apenas había hecho poco más que balbucear-, descubrir qué materias se le daban mejor, si le gustaba leer tanto como a él mismo y, de ser así, qué tipo de textos eran sus preferidos. Dominó el hormigueo que se paseaba por su cuerpo, y especialmente en su barriga, preguntándose si aquel interés que experimentaba por aquella joven era el mismo que le asaltaba cada vez que conocía a alguien nuevo.
"Bueno, mis compañeras de clase no se parecen en nada a ella", razonaba el chico en su fuero interno, "no son tan amables, ni les preocupan tanto los estudios. Desde luego que no las he visto nunca revisando los apuntes, al menos no hasta la tarde previa al examen." Mientras trataba de justificarse, una calidez desconocida crecía en su corazón, subiendo, como agua puesta a hervir. "Y tampoco son tan... tan boni... tan interesantes... tan interesantes, sí. Tan..." Aquello era más complicado que invocar kidō avanzado. "En fin, que... que es una chica bonita. Lo es porque ninguno de sus rasgos son feos, y el azul de sus ojos armoniza con los cabellos, tan bien cuidados." Tampoco ignoraba aquellos ademanes, tan distinguidos y cadenciosos, como los de una bailarina. Yuki agradecía a los dioses que la joven Akiyama no pudiera leerle los pensamientos, porque de ser así, se habría muerto de vergüenza.
Mientras tanto, la réplica se hacía esperar, y el silencio comenzaba a adquirir un tinte incómodo. Podía ver que la estudiante dudaba, y aunque le hubiera gustado convencerla con alguna frase ingeniosa, como a veces había visto hacer a Soun cuando quería que Hisae aceptara dar un paseo a solas con él, se veía incapaz de poner en práctica cualquier intento de coqueteo. Yuki no insistió, contuvo su impaciencia y se preparó para el rechazo que se veía venir. Por eso mismo, cuando la rubia le cedió una ración del peso que cargaba, su sonrisa no pudo ser más amplia ni radiante. "No me lo puedo creer, ¡ha aceptado!...¿Ha aceptado? ¡Sí!"
En el momento en que sus pieles volvieron a coincidir en un fugaz contacto, se dijo a sí mismo que no le importaría que aquello se volviera una costumbre.
-Ah, entonces debes ser una persona creativa y que valora lo genuino. Tampoco te gusta forzar a los demás, pero defiendes tus opiniones sin titubeos. Y además...- había comenzado a decir mientras caminaban, muy animado por poder tomar algo juntos, pero se interrumpió de súbito en sus palabras. Había bastado con que ella se lo pidiera para que él comenzara a hablarle de una forma más cercana, y con tal naturalidad que le hacía sorprenderse por su atrevimiento. Se apresuró en dar una explicación al comentario anterior- Quiero decir... Algunas personas son de la opinión de que los sabores que preferimos están ligados a nuestra personalidad. Pero claro, puede gustarte el té con limón sin más, la relación no tiene ninguna base científica...
Soltó una risilla nerviosa, esperando no haber metido la pata tan pronto; no sería la primera vez que alguien torcía el gesto al oírle decir uno de sus peculiares comentarios. Debía reconocer que no siempre estaban equivocados los que solían tildarle de "rarito".
Tuvieron que guardar silencio al pasar ante una de las aulas, donde la poderosa voz de un profesor explicaba el procedimiento de algún kidō curativo. Esa magia estaba muy lejos del alcance de Yuki, que apenas había comenzado sus estudios en la Academia. "Es sorprendene que los shinigamis puedan hacer algo así. Ojalá yo también sea capaz de ayudar a la gente algún día, aunque sea de otro modo."
El suelo de madera discurrió bajo sus pies enfundados en calcetines blancos, hasta que la lección se convirtió en un murmullo lejano.
-Ehm, Yuka- paladeó el nombre, que le gustó pronunciar- ¿Puedo preguntarte a dónde ibas con todos estos... cuadernos, pergaminos...? En primer curso los controles no necesitan tanta preparación cuando te acostumbras, casi todo es recordar lo dado en clase. ¿Qué año estás estudiando aquí?
Se atrevió a preguntarle algo personal, al fin.
Más adelante, alejada de las habitaciones donde se impartían las asignaturas teóricas, había una estancia que cumplía las funciones de cafetería, de menor tamaño que el comedor donde almorzaban cada mañana, pero acojedora y dispuesta para que los alumnos pudiesen conversar tranquilamente o relajarse junto a una bebida caliente en sus horas libres. Al acceder a su interior a través de las puertas corredizas blancas, el ambiente cálido que se conseguía mediante los braseros encendidos les dio la bienvenida.
Kyuusei señaló una de las mesas bajas de madera, donde podrían charlar sin molestar a nadie. Había más gente que otros días, dado que se habían suspendido algunas prácticas al aire libre, pero todos hablaban en un tono educado, sin alzar de forma molesta el volúmen de su voz.
-No suelo venir mucho por aquí, pero tengo entendido que es un buen sitio- explicó, dejando los libros y cuadernos a un lado, sobre la mesa, alejados cautelosamente de cualquier peligro futuro de que se les derramase un líquido encima. No tardó en venir una mujer de rostro afable, en cuyo moño podían verse algunas canas plateadas. El chico la saludó con una cortés inclinación de la cabeza y aguardó a que Yuka ordenase primero su bebida, para después él pedir una taza de té negro con miel. Una vez volvieron a estar solos, se removió algo inquieto sobre el almohadón en el que se hallaba sentado. -Uhm... antes no puede evitar ver, mientras reuníamos los documentos, un par de anotaciones sobre hadōs. Parecían bastante complicados de conjurar. ¿En vuestra clase ya os enseñan cosas así?
"Bueno, mis compañeras de clase no se parecen en nada a ella", razonaba el chico en su fuero interno, "no son tan amables, ni les preocupan tanto los estudios. Desde luego que no las he visto nunca revisando los apuntes, al menos no hasta la tarde previa al examen." Mientras trataba de justificarse, una calidez desconocida crecía en su corazón, subiendo, como agua puesta a hervir. "Y tampoco son tan... tan boni... tan interesantes... tan interesantes, sí. Tan..." Aquello era más complicado que invocar kidō avanzado. "En fin, que... que es una chica bonita. Lo es porque ninguno de sus rasgos son feos, y el azul de sus ojos armoniza con los cabellos, tan bien cuidados." Tampoco ignoraba aquellos ademanes, tan distinguidos y cadenciosos, como los de una bailarina. Yuki agradecía a los dioses que la joven Akiyama no pudiera leerle los pensamientos, porque de ser así, se habría muerto de vergüenza.
Mientras tanto, la réplica se hacía esperar, y el silencio comenzaba a adquirir un tinte incómodo. Podía ver que la estudiante dudaba, y aunque le hubiera gustado convencerla con alguna frase ingeniosa, como a veces había visto hacer a Soun cuando quería que Hisae aceptara dar un paseo a solas con él, se veía incapaz de poner en práctica cualquier intento de coqueteo. Yuki no insistió, contuvo su impaciencia y se preparó para el rechazo que se veía venir. Por eso mismo, cuando la rubia le cedió una ración del peso que cargaba, su sonrisa no pudo ser más amplia ni radiante. "No me lo puedo creer, ¡ha aceptado!...¿Ha aceptado? ¡Sí!"
En el momento en que sus pieles volvieron a coincidir en un fugaz contacto, se dijo a sí mismo que no le importaría que aquello se volviera una costumbre.
-Ah, entonces debes ser una persona creativa y que valora lo genuino. Tampoco te gusta forzar a los demás, pero defiendes tus opiniones sin titubeos. Y además...- había comenzado a decir mientras caminaban, muy animado por poder tomar algo juntos, pero se interrumpió de súbito en sus palabras. Había bastado con que ella se lo pidiera para que él comenzara a hablarle de una forma más cercana, y con tal naturalidad que le hacía sorprenderse por su atrevimiento. Se apresuró en dar una explicación al comentario anterior- Quiero decir... Algunas personas son de la opinión de que los sabores que preferimos están ligados a nuestra personalidad. Pero claro, puede gustarte el té con limón sin más, la relación no tiene ninguna base científica...
Soltó una risilla nerviosa, esperando no haber metido la pata tan pronto; no sería la primera vez que alguien torcía el gesto al oírle decir uno de sus peculiares comentarios. Debía reconocer que no siempre estaban equivocados los que solían tildarle de "rarito".
Tuvieron que guardar silencio al pasar ante una de las aulas, donde la poderosa voz de un profesor explicaba el procedimiento de algún kidō curativo. Esa magia estaba muy lejos del alcance de Yuki, que apenas había comenzado sus estudios en la Academia. "Es sorprendene que los shinigamis puedan hacer algo así. Ojalá yo también sea capaz de ayudar a la gente algún día, aunque sea de otro modo."
El suelo de madera discurrió bajo sus pies enfundados en calcetines blancos, hasta que la lección se convirtió en un murmullo lejano.
-Ehm, Yuka- paladeó el nombre, que le gustó pronunciar- ¿Puedo preguntarte a dónde ibas con todos estos... cuadernos, pergaminos...? En primer curso los controles no necesitan tanta preparación cuando te acostumbras, casi todo es recordar lo dado en clase. ¿Qué año estás estudiando aquí?
Se atrevió a preguntarle algo personal, al fin.
Más adelante, alejada de las habitaciones donde se impartían las asignaturas teóricas, había una estancia que cumplía las funciones de cafetería, de menor tamaño que el comedor donde almorzaban cada mañana, pero acojedora y dispuesta para que los alumnos pudiesen conversar tranquilamente o relajarse junto a una bebida caliente en sus horas libres. Al acceder a su interior a través de las puertas corredizas blancas, el ambiente cálido que se conseguía mediante los braseros encendidos les dio la bienvenida.
Kyuusei señaló una de las mesas bajas de madera, donde podrían charlar sin molestar a nadie. Había más gente que otros días, dado que se habían suspendido algunas prácticas al aire libre, pero todos hablaban en un tono educado, sin alzar de forma molesta el volúmen de su voz.
-No suelo venir mucho por aquí, pero tengo entendido que es un buen sitio- explicó, dejando los libros y cuadernos a un lado, sobre la mesa, alejados cautelosamente de cualquier peligro futuro de que se les derramase un líquido encima. No tardó en venir una mujer de rostro afable, en cuyo moño podían verse algunas canas plateadas. El chico la saludó con una cortés inclinación de la cabeza y aguardó a que Yuka ordenase primero su bebida, para después él pedir una taza de té negro con miel. Una vez volvieron a estar solos, se removió algo inquieto sobre el almohadón en el que se hallaba sentado. -Uhm... antes no puede evitar ver, mientras reuníamos los documentos, un par de anotaciones sobre hadōs. Parecían bastante complicados de conjurar. ¿En vuestra clase ya os enseñan cosas así?
Kyuusei Yukihiro- Raso Jin
- Post : 103
Edad : 34
Re: 雪 - Yuki (nieve)
Yuka no sabía que un sabor pudiese dar fe de cómo eran las personas que estaban relacionadas con él. Aquello era francamente muy interesante. Tanto que, como alumna aplicada que era, casi obsesiva, tomó notas sobre eso. Un momento que tuviese libre sería suficiente para ir a la biblioteca a informarse de la relación entre la personalidad y los diferentes sabores, ¿qué tipo de personas serían las que adoraban el té rojo, por ejemplo, qué te pediría el chico frente a ella, quizás le fueran los sabores dulces? Guardó el trozo de pergamino entre sus ropajes (en ocasiones se sentía estúpida por este tipo de comportamientos, pero la curiosidad le ganaba) y entonces se dio cuenta que él parecía un poco turbado, no lo entendía, si aquello que decía era muy interesante, mucho más que cualquier conversación de sus compañeros de clase, que parecían solo interesados en determinadas cosas, con ¡lo interesante qué era el mundo en su totalidad! Y también lo del té con limón, que tuviera o no base científica no le quitaba la curiosidad, al menos eso era lo que pensaba la aspirante a shinigami. Aún así prefirió no darle vueltas al asunto, no de momento. Aunque cualquier cosa nueva le producía una gran curiosidad, no podía evitarlo. Y así se lo hizo saber a su nuevo amigo, no quería que pensase… vaya usted a saber qué- me ha gustado eso que has dicho de los sabores- sonrió y se subió un poco las gafas en el puente de la nariz, la verdad es que algo veía sin ellas, no era una cegata total, pero se sentía más cómoda pudiendo ver todos los detalles de las cosas a su alrededor y no perderse nada- aunque no sé si cumplo todas las características- y con la mano, de dedos largos y delicados, sobre la boca dejó escapar una risita un tanto avergonzada. Tenía claras las cosas, pese a no ser una gran oradora, y además le gustaba lo genuino. Era muy divertido descubrir que el limón la definía así.
Ya caminaban juntos cuando Yuki le lanzó aquella nueva pregunta y la rubia titubeó un momento. Si confesaba que era una rata de biblioteca tal vez él (como casi todos los amigos que había hecho en la academia anteriormente) decidiera darle de lado, pero tampoco podía fingir ser lo que no era. A fin de cuentas, su interés por todas las materias que se daban en aquella escuela eran más que evidentes, solo había que verla. Iba tan cargada como para estudiar seis meses y acababa de tomar notas sobre la relación personalidad- sabor. Era imposible no darse cuenta de sus maneras. Se encogió de hombros y encaró los ojos clases del amable joven a su lado.
- Estoy en tercero- susurró finalmente, con su suave voz, a juego con el resto de su aspecto. Al parecer solo distaban dos cursos entre ellos, y eso, en cierta medida entristecía a la futura Akiyama-sensei, porque había congeniado a las mil maravillas con Yukihiro y si pudieran encontrarse también en clase, quizás pudieran hacerse buenos amigos. Aunque teniendo en cuenta el currículum de la tímida chica, mejor no pensar en esa posibilidad. Desde que Hokori- san entró en su vida no había tenido mente para nadie más. Le daba tanto miedo… salir herida o hacerle daño a los demás… Aún así siguió charlando con el novato- la verdad es que tercero es solo algo más complicado que primero, pero es que…- dudó, turbada, pero como ya había tomado la decisión mejor soltarlo- me gusta ampliar el temario- concluyó, justo cuando llegaban a la cafetería.
Se notaba que hacía mal tiempo, el personal que habitualmente se reunía en aquella zona parecía haberse duplicado, sino triplicado. Si lo pensaba bien, el calor de las estufas tendría también algo que ver. Por recomendación del chico nieve tomaron asiento en una mesa baja que ocupaba un agradable rincón. Con las pertenencias de las chicas colocadas sobre la mesa, la heredera observó a su alrededor. Hacía dos años que no acudía acompañada a aquella zona y aunque el recuerdo era un poco doloroso, no podía evitar sentirse bien por volver a hacerlo. Suspiró, contenta y asintió ante el comentario de Yuki. Aquel sitio era muy agradable. La estudiante solía frecuentarlo en soledad cuando no le apetecía encerrarse en la biblioteca y quería seguir estudiando. Encargó el consabido té con limón y prestó atención al pedido de su compañero: Te negro con miel, ¿significaba eso qué era un chico dulce? No podía saberlo, de manera que se abstuvo de hacer comentario alguno y despidió a la señora que les había tomado nota con un movimiento de su dorada melena. Habían vuelto a quedar solos.
El chico nieve se revolvió en el almohadón donde aposentaba sus posaderas y la estudiosa Yuka acomodó su largo cabello a un lado. Le gustaba llevarlo muy largo, pero en ocasiones era un engorro, como entonces. Cuando terminó su tarea, su amigo la miraba, con otra interrogación que también insistía en conocerla un poco más. La chica cuadró los hombros y luego los relajó para acercarse un poco al chico y hablar en voz queda.
- Tal vez te sonará raro, pero son algunos conjuros que estoy aprendiendo por mi cuenta- y se encogió de hombros- lo cierto es que siempre estoy estudiando más de lo necesario. Aunque no te creas que solo hago eso- movió la mano, de izquierda a derecha, para darle más énfasis a sus palabras- también me gusta entrenar al aire libre, el té de limón- sonrió de nuevo, con las mejillas coloradas- y leer. Me apasiona la lectura- y sus manos volvieron a su falda, tímidas de nuevo- ¿te gusta leer a ti, Yuki? - era la primera vez que le llamaba por su nombre, era realmente bonito. Pero estaba tan interesada en la respuesta que ni siquiera se había dado cuenta que se había dirigido a él por un diminutivo, sin preguntarle si aquello era adecuado.
Ya caminaban juntos cuando Yuki le lanzó aquella nueva pregunta y la rubia titubeó un momento. Si confesaba que era una rata de biblioteca tal vez él (como casi todos los amigos que había hecho en la academia anteriormente) decidiera darle de lado, pero tampoco podía fingir ser lo que no era. A fin de cuentas, su interés por todas las materias que se daban en aquella escuela eran más que evidentes, solo había que verla. Iba tan cargada como para estudiar seis meses y acababa de tomar notas sobre la relación personalidad- sabor. Era imposible no darse cuenta de sus maneras. Se encogió de hombros y encaró los ojos clases del amable joven a su lado.
- Estoy en tercero- susurró finalmente, con su suave voz, a juego con el resto de su aspecto. Al parecer solo distaban dos cursos entre ellos, y eso, en cierta medida entristecía a la futura Akiyama-sensei, porque había congeniado a las mil maravillas con Yukihiro y si pudieran encontrarse también en clase, quizás pudieran hacerse buenos amigos. Aunque teniendo en cuenta el currículum de la tímida chica, mejor no pensar en esa posibilidad. Desde que Hokori- san entró en su vida no había tenido mente para nadie más. Le daba tanto miedo… salir herida o hacerle daño a los demás… Aún así siguió charlando con el novato- la verdad es que tercero es solo algo más complicado que primero, pero es que…- dudó, turbada, pero como ya había tomado la decisión mejor soltarlo- me gusta ampliar el temario- concluyó, justo cuando llegaban a la cafetería.
Se notaba que hacía mal tiempo, el personal que habitualmente se reunía en aquella zona parecía haberse duplicado, sino triplicado. Si lo pensaba bien, el calor de las estufas tendría también algo que ver. Por recomendación del chico nieve tomaron asiento en una mesa baja que ocupaba un agradable rincón. Con las pertenencias de las chicas colocadas sobre la mesa, la heredera observó a su alrededor. Hacía dos años que no acudía acompañada a aquella zona y aunque el recuerdo era un poco doloroso, no podía evitar sentirse bien por volver a hacerlo. Suspiró, contenta y asintió ante el comentario de Yuki. Aquel sitio era muy agradable. La estudiante solía frecuentarlo en soledad cuando no le apetecía encerrarse en la biblioteca y quería seguir estudiando. Encargó el consabido té con limón y prestó atención al pedido de su compañero: Te negro con miel, ¿significaba eso qué era un chico dulce? No podía saberlo, de manera que se abstuvo de hacer comentario alguno y despidió a la señora que les había tomado nota con un movimiento de su dorada melena. Habían vuelto a quedar solos.
El chico nieve se revolvió en el almohadón donde aposentaba sus posaderas y la estudiosa Yuka acomodó su largo cabello a un lado. Le gustaba llevarlo muy largo, pero en ocasiones era un engorro, como entonces. Cuando terminó su tarea, su amigo la miraba, con otra interrogación que también insistía en conocerla un poco más. La chica cuadró los hombros y luego los relajó para acercarse un poco al chico y hablar en voz queda.
- Tal vez te sonará raro, pero son algunos conjuros que estoy aprendiendo por mi cuenta- y se encogió de hombros- lo cierto es que siempre estoy estudiando más de lo necesario. Aunque no te creas que solo hago eso- movió la mano, de izquierda a derecha, para darle más énfasis a sus palabras- también me gusta entrenar al aire libre, el té de limón- sonrió de nuevo, con las mejillas coloradas- y leer. Me apasiona la lectura- y sus manos volvieron a su falda, tímidas de nuevo- ¿te gusta leer a ti, Yuki? - era la primera vez que le llamaba por su nombre, era realmente bonito. Pero estaba tan interesada en la respuesta que ni siquiera se había dado cuenta que se había dirigido a él por un diminutivo, sin preguntarle si aquello era adecuado.
Akiyama Yuka- Raso Rei
- Post : 116
Edad : 40
Re: 雪 - Yuki (nieve)
[OffRol]: Gomeeen por la tardanza! Yuki ya está aquí *o*
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¿Nunca os ha sucedido que, al conocer a una persona, sin saber por qué, sentís una fuerte atracción y lo único que podéis hacer es sonreír? ¿Os ha pasado nunca que érais incapaces de dejar de contemplarle, sin saber qué decir, mientras una cálida sensación anidaba en vuestro estómago? ¿Habéis tenido la impresión de conocer a alguien idéntico a vosotros?
A medida que escuchaba a la chica de cabellos rubios, con los codos apoyados en la mesa y los dedos entrelazados, Yukihiro se convencía de que era demasiado bueno como para ser verdad. Y es que sus sospechas parecían confirmarse.
Aquella revelación sobre el interés de Yuka por los estudios despertó una explosión de júbilo en su corazón. El joven estudiante, que solía llevarse bien con todo el mundo y evitaba causar problemas, nunca había tenido la oportunidad de conocer a alguien de edad y gustos parecidos a los suyos. Soun y los chicos habían acabado por aceptarle en el grupo, consintiendo sus rarezas de ratón de biblioteca y animándole poco a poco a que se integrara en la clase. Y aunque eran personas agradables y se esforzaban por hacerle sentir cómodo entre ellos, era consciente de que no llegaban a comprenderle.
-Los libros son mi vida- respondió nada más Yuka le hubo formulado la pregunta. Lo había hecho con tal convicción y entusiasmo que el posterior embarazo que sintió a consecuencia de aquel impulso se manifestó en forma de suave rubor en sus mejillas. Cerró los puños sobre el regazo, tratando de no perder la compostura por algo tan tonto.- Cuando era pequeño, mi tío Hyouga me enseñó que podía viajar donde yo quisiera, conocer otros mundos sin salir del nuestro- con la añoranza pintada en los ojos, prosiguió-. No tuve mucho trato con los niños del barrio, pero no me importaba; tenía muchos amigos en aquellas páginas. Amigos que estaban dispuestos a contarme una y otra vez sus vidas, a dejarme que les acompañara en sus aventuras. Eran mis confidentes y mis consejeros. Y aunque lamentaba su partida cada vez que terminaba una novela, sabía que podría volver a verles siempre que quisiera, que me visitarían todas las veces que yo lo necesitara.
Después de guardar silencio unos instantes y contemplar la superficie pulida del mueble de madera con aire nostálgico, Kyuusei alzó la mirada nuevamente. La expresión a la vez sosegada y remota de su rostro se hizo visible para la joven heredera de los Akiyama.
-Luego descubrí que los libros también eran capaces de ocupar el papel de maestros; fue sencillamente increíble. Aprendí de ellos sin necesitar de nadie más. Ciencias, historia, política... Todo el conocimiento estaba allí, aguardando con paciencia a que deseara obtenerlo.- El jovencito se mordió los labios y sonrió con timidez.- Creo que te entiendo, Yuka. Te entiendo muy bien porque soy como tú.
No sabía qué le había llevado a afirmarlo de aquel modo. Apenas acababa de conocer a Yuka Akiyama, una chica maravillosa que estaba dos cursos por encima de él en la Academia de Artes Espirituales, que estudiaba y leía por placer en sus ratos libres y además le gustaba el toque ácido del limón en el té. Era lo único que sabía de ella y, no obstante, creía conocerla a la perfección.
-Cuando llegué aquí fue como un sueño. Me moría por experimentar en carne propia todas las emociones que conocí a través de los relatos y poemas que me mantenían despierto hasta bien tarde. Estaba muy contento porque por fin podría ser yo mismo, llevar la vida que eligiera...- emitió un prolongado suspiro, pasándose la palma de la mano derecha por el cabello.- Luego no tardé en darme cuenta de que era muy diferente a la mayoría de la gente que me rodeaba. La verdad es que no les caí nada bien al principio. Era el bicho raro que prefería quedarse leyendo antes que conocer al resto de compañeros, el que además de sacar buenas notas era amable con los profesores... Entonces llegué a plantearme si en realidad este era mi sitio. - Por un momento, un recuerdo desagradable, como una sombra pasajera, enturbió sus ojos claros. Luego la sonrisa más sincera y agradable curvó las comisuras de su boca, quedándose un buen rato ahí.- Todavía sigo ofreciéndome voluntario para los ejercicios y adelantándome al temario de la clase; es algo que simplemente no puedo evitar, porque soy así. Sé que hay a quien le da rabia que me comporte de ese modo o no me entiende, pero...
Dejó la frase suspendida en el aire, sin terminarla.
Estaba muy sorprendido consigo mismo. Jamás había hablado de una forma tan abierta con nadie, ni siquiera con su querido tío. Pensó que era muy agradable poder hacerlo, y es que en verdad comenzaba a sentirse bastante cómodo en compañía de aquella joven. Sólo esperaba que sus palabras no la hubieran hecho sentir incómoda.
-Te pido disculpas si te estoy aburriendo con tanta palabrería. No tengo mucha práctica hablando con los demás- se sinceró. Decidió conducir la conversación hacia un tema que quizá resultase más ameno-. En cuanto al kidō... He de decir que la mayoría de mis resultados han sido más bien pobres. Por lo poco que he visto de tus notas, estás muy por delante de mí, aunque seguramente tu nivel sea incluso superior al de tercer curso, ¿cierto?
A base de lánguidos pasitos, la mujer que había atendido la comanda de los dos estudiantes se aproximaba con una bandeja en las manos. De las tazas de té, se elevaban pequeños soplos de vapor, como nubecillas de seda.
Yuki se apresuró a sacar unas monedas de su bolsa y pagar la consumición de ambos, agradeciendo amablemente a la señora su servicio. Dejó que sus manos se calentasen rodeando el recipiente que contenía la humeante bebida mientras observaba alejarse la figura de andar cansado.
Cuando se volvió hacia Yuka, no pudo evitar preguntarle con palpable curiosidad.
-¿Alguien te ayuda a entrenar o haces progresos sola?
---
¿Nunca os ha sucedido que, al conocer a una persona, sin saber por qué, sentís una fuerte atracción y lo único que podéis hacer es sonreír? ¿Os ha pasado nunca que érais incapaces de dejar de contemplarle, sin saber qué decir, mientras una cálida sensación anidaba en vuestro estómago? ¿Habéis tenido la impresión de conocer a alguien idéntico a vosotros?
A medida que escuchaba a la chica de cabellos rubios, con los codos apoyados en la mesa y los dedos entrelazados, Yukihiro se convencía de que era demasiado bueno como para ser verdad. Y es que sus sospechas parecían confirmarse.
Aquella revelación sobre el interés de Yuka por los estudios despertó una explosión de júbilo en su corazón. El joven estudiante, que solía llevarse bien con todo el mundo y evitaba causar problemas, nunca había tenido la oportunidad de conocer a alguien de edad y gustos parecidos a los suyos. Soun y los chicos habían acabado por aceptarle en el grupo, consintiendo sus rarezas de ratón de biblioteca y animándole poco a poco a que se integrara en la clase. Y aunque eran personas agradables y se esforzaban por hacerle sentir cómodo entre ellos, era consciente de que no llegaban a comprenderle.
-Los libros son mi vida- respondió nada más Yuka le hubo formulado la pregunta. Lo había hecho con tal convicción y entusiasmo que el posterior embarazo que sintió a consecuencia de aquel impulso se manifestó en forma de suave rubor en sus mejillas. Cerró los puños sobre el regazo, tratando de no perder la compostura por algo tan tonto.- Cuando era pequeño, mi tío Hyouga me enseñó que podía viajar donde yo quisiera, conocer otros mundos sin salir del nuestro- con la añoranza pintada en los ojos, prosiguió-. No tuve mucho trato con los niños del barrio, pero no me importaba; tenía muchos amigos en aquellas páginas. Amigos que estaban dispuestos a contarme una y otra vez sus vidas, a dejarme que les acompañara en sus aventuras. Eran mis confidentes y mis consejeros. Y aunque lamentaba su partida cada vez que terminaba una novela, sabía que podría volver a verles siempre que quisiera, que me visitarían todas las veces que yo lo necesitara.
Después de guardar silencio unos instantes y contemplar la superficie pulida del mueble de madera con aire nostálgico, Kyuusei alzó la mirada nuevamente. La expresión a la vez sosegada y remota de su rostro se hizo visible para la joven heredera de los Akiyama.
-Luego descubrí que los libros también eran capaces de ocupar el papel de maestros; fue sencillamente increíble. Aprendí de ellos sin necesitar de nadie más. Ciencias, historia, política... Todo el conocimiento estaba allí, aguardando con paciencia a que deseara obtenerlo.- El jovencito se mordió los labios y sonrió con timidez.- Creo que te entiendo, Yuka. Te entiendo muy bien porque soy como tú.
No sabía qué le había llevado a afirmarlo de aquel modo. Apenas acababa de conocer a Yuka Akiyama, una chica maravillosa que estaba dos cursos por encima de él en la Academia de Artes Espirituales, que estudiaba y leía por placer en sus ratos libres y además le gustaba el toque ácido del limón en el té. Era lo único que sabía de ella y, no obstante, creía conocerla a la perfección.
-Cuando llegué aquí fue como un sueño. Me moría por experimentar en carne propia todas las emociones que conocí a través de los relatos y poemas que me mantenían despierto hasta bien tarde. Estaba muy contento porque por fin podría ser yo mismo, llevar la vida que eligiera...- emitió un prolongado suspiro, pasándose la palma de la mano derecha por el cabello.- Luego no tardé en darme cuenta de que era muy diferente a la mayoría de la gente que me rodeaba. La verdad es que no les caí nada bien al principio. Era el bicho raro que prefería quedarse leyendo antes que conocer al resto de compañeros, el que además de sacar buenas notas era amable con los profesores... Entonces llegué a plantearme si en realidad este era mi sitio. - Por un momento, un recuerdo desagradable, como una sombra pasajera, enturbió sus ojos claros. Luego la sonrisa más sincera y agradable curvó las comisuras de su boca, quedándose un buen rato ahí.- Todavía sigo ofreciéndome voluntario para los ejercicios y adelantándome al temario de la clase; es algo que simplemente no puedo evitar, porque soy así. Sé que hay a quien le da rabia que me comporte de ese modo o no me entiende, pero...
Dejó la frase suspendida en el aire, sin terminarla.
Estaba muy sorprendido consigo mismo. Jamás había hablado de una forma tan abierta con nadie, ni siquiera con su querido tío. Pensó que era muy agradable poder hacerlo, y es que en verdad comenzaba a sentirse bastante cómodo en compañía de aquella joven. Sólo esperaba que sus palabras no la hubieran hecho sentir incómoda.
-Te pido disculpas si te estoy aburriendo con tanta palabrería. No tengo mucha práctica hablando con los demás- se sinceró. Decidió conducir la conversación hacia un tema que quizá resultase más ameno-. En cuanto al kidō... He de decir que la mayoría de mis resultados han sido más bien pobres. Por lo poco que he visto de tus notas, estás muy por delante de mí, aunque seguramente tu nivel sea incluso superior al de tercer curso, ¿cierto?
A base de lánguidos pasitos, la mujer que había atendido la comanda de los dos estudiantes se aproximaba con una bandeja en las manos. De las tazas de té, se elevaban pequeños soplos de vapor, como nubecillas de seda.
Yuki se apresuró a sacar unas monedas de su bolsa y pagar la consumición de ambos, agradeciendo amablemente a la señora su servicio. Dejó que sus manos se calentasen rodeando el recipiente que contenía la humeante bebida mientras observaba alejarse la figura de andar cansado.
Cuando se volvió hacia Yuka, no pudo evitar preguntarle con palpable curiosidad.
-¿Alguien te ayuda a entrenar o haces progresos sola?
Kyuusei Yukihiro- Raso Jin
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Edad : 34
Re: 雪 - Yuki (nieve)
Yuki era tan… a la joven rubia no le llegaban las palabras para describirle, solo veía virtudes en él. Era atento, era misterioso, una persona de sobras inteligente y parecía tan preparado… Para colmo de males era atractivo, tenía unos ojos preciosos que la futura profesora no se cansaba de mirar mientras hablaban. Y le daba un poco de miedo, por no decir que se sentía aterrada. Nunca había sido una persona espontánea o sociable, por eso encontrar a alguien así era una bendición de los cielos y sabía que los milagros no eran para ella. Nunca había tenido demasiados amigos, y los que había encontrado en la Academia habían terminado por darle de lado. Cierto era que sus antiguos amigos poco a nada tenían que ver con ella y siempre se sentía un poco fuera de lugar, a fin de cuentas era inteligente, lo bastante para darse cuenta que las relaciones que había entre ellos eran mucho más profundas que la amistad superficial que le procesaban y aunque aquello la lastimaba un poco, se conformaba. Con tener aunque fueran las migajas se sentía más que satisfecha. Nunca había tenido amigos y con los de la Academia se sentía a gusto. Hasta que los perdió a todos. No le gustaba recordar eso, pero era inevitable mirando al Chico Nieve. Si se hacían amigos de verdad, ¿acabaría perdiéndole también a él? Prefería no pensarlo, no de momento. Porque se sentía francamente feliz escuchando como el apuesto Yuki le hablaba de su amor por los libros y por los estudios. ¡Eran tan parecidos! Hablar de almas gemelas es tan cursi que se me queman los dedos al escribirlo, pero mentiría si dijera que aquel concepto no se le pasó a la rubia heredera por la cabeza. Aunque en esos momentos, creía que aquello que acababa de descubrir del muchacho no tenía nada que ver con algo más allá de la sana amistad. Si se equivocaba o no, solo el tiempo podría decirlo.
En cualquier caso, no podía dejar de escucharlo. Se sentía maravillada por la hermosa cadencia de su voz, por sus gestos elegantes y sus sabias palabras. Le gustaban también sus rasgos afilados y la forma de sus labios, finos y precisos. En cualquier caso, esta vez prefirió darle prioridad a las palabras y escucharlas, con gran atención. Dando algunas opiniones cuando debía hacerlo. La primera revelación de su nuevo amigo le sacó una gran sonrisa, que le regaló al chico. ¡Le gustaba leer como a ella! Aquello la hacía tan feliz… tanto que ni siquiera él podía imaginarlo. Aunque quizás si, porque la inocente Yuka acababa de rodearle la muñeca, toda ilusionada por sus palabras. Se sentía como una niña que acaba de describir algo fantástico e irrepetible.
- ¿En serio?, quizás podríamos comentar libros que hayamos leído o intercambiar nuestros favoritos- ojala pudieran hacer muchas cosas juntos, ojala. Le soltó la mano entonces, no debía tomarse tantas confianzas, no era de buena educación, y mucho menos para una señorita como ella. De ahí su rubor, a juego con las mejillas encarnadas de su compañero. Asintió ante el nuevo chorro de información. Ella había conocido los libros de un modo parecido. Pero no había sido un tío quien se los hubiera enseñado, sino su querido Saito-ojiisama, y así se lo hizo saber a Yuki- en mi caso, fue mi abuelo quien me mostró los libros. Me enseñó a escribir y a leer y se preocupó de mi educación. Cuando murió, me pasé días enteros en la biblioteca, fue muy triste- pero lo hizo un gesto para que continuase. No quería aburrirle con historias del pasado. Quería saber todo de él, todo.
El siguiente tema a tratar fue la labor didáctica de los libros. Yuka entendía de eso. A veces sentía que las clases a las que asistía no eran del todo satisfactorias y tenía que documentarse por sí misma, satisfacer sus necesidades, por decirlo de algún modo. Tanto que a veces era hasta enfermizo. Si un tema le interesaba mucho, era capaz de dejar de dormir para empaparse al respecto. Y aunque no quería dar demasiadas respuestas en clase, porque prefería pasar desapercibida en su rincón, si manejaba el tema no dejaba de hablar al respecto. Muchas veces había hecho esfuerzos por no corregir a sus compañeros y profesores, ¿es qué nadie se interesaba por las materias? De ahí que obtuviera siempre las máximas calificaciones y en más de una ocasión le hubieran propuesto saltarse algún curso. Siempre se había negado. La Academia era su vida, y aunque sabía que en cualquier escuadrón con un mínimo de buen ambiente se sentiría a gusto, no tenía prisa por marcharse. No iba a resultarle nada fácil abandonar esos pasillos. Pero lo que más iba a echar de menos, sin duda. Iba a ser la biblioteca. Y a Yuki. Pero no quiero adelantarme. Será en otra ocasión en la que os contemos sobre ello. De la Academia precisamente le hablaba su nuevo amigo. De haber tenido algo en las manos se le habría caído. Yuki estaba describiéndose tal y como lo habría hecho ella si hubiera estado en su lugar. Tenía razón cuando decía que eran iguales. Lo eran, por todos los Dioses, si que lo eran. Ella también se adelantaba al temario y era atenta con sus maestros. Aunque decir que ella seguía siendo un bicho raro hacía la historia distinta. Le devolvió a su amigo la sonrisa, tímidamente y abrió los ojos. ¿Por qué le pedía disculpas? Ella negó con la cabeza. No debía hacerlo.
- Me gusta mucho hablar contigo-- resumió sus pensamientos - no tengo nadie alrededor con el que poder charlar de estas cosas. En realidad no tengo nadie alrededor- se encogió de hombros - no se me da bien la gente. Aunque el kidoh sí- sonrió, sin ganas, hablar de amistades y de relaciones sociales no era nada divertido. Cuanto más teniendo en cuenta el fin que le esperaba. Casarse con un idiota que no le gustaría y convertirse en una dócil ama de casa. Ojala hubiera nacido en una familia humilde. Así al menos podría elegir enamorarse y no someterse. Pero no iba a quejarse sobre ello. Haría lo que se esperaba de ella. Era la heredera de los Akiyama y actuaría como tal. Buscó entre la pila de libros y le mostró en el que estudiaba hechizos varios- me lo compraron mis padres por mi cumpleaños. Creo que es el que siguen los alumnos de quinto- ¡ahí estaba toda su pedantería, directa hacia la cara del Chico Nieve! Bajó la cabeza. Una cosa era que tuvieran gustos en común y otra que tuviera que aguantar sus accesos de sapiencia. Eso era demasiado. Menos mal que llegaron las tazas de té, que el considerado Yuki pagó- muchas gracias- porque sino se habría escapado corriendo. La chica levantó la mirada cuando él observó a la señora que les había servido y volvió a maravillarse. Era realmente guapo. Cuando él volvía la mirada ella le dio un trago al té. Casi se quema la lengua, pero la sacó al exterior un par de veces y no hubo más consecuencias. Solo una pregunta. Una más.
- No. Yo… siempre estoy sola. -
Intentó explicarlo. Pero no era nada fácil, ¿cómo debía decirle al Chico Nieve qué sus amigos habían muerto durante una misión y ella no había podido hacer nada?, ¿cómo debía explicarle qué la amiga qué le quedaba no quería ni verla por no haber sido capaz de defender a los demás? Cerró los ojos, aquel recuerdo no era el mejor que tenía. Y sin saber cómo, notó que las mejillas se le humedecían. Pero… ¿qué? Ella no solía llorar en público. De hecho no hacía nada en público. Siempre estaba sola. Buscó en sus bolsillos, en busca de un pañuelo, pero esta vez no lo había traído, de modo que se conformó con arrancarse las lágrimas con los dedos. Colocó las gafas sobre la mesa, para no mojarlas y encaró a su nuevo amigo- yo… dos de mis amigos murieron en una misión… Nao y Keii. Nos separaron en el campo de batalla- hizo un esfuerzo para no llorar abiertamente y continuó su historia- y cuando volví a la Academia, mi otra amiga dejó de hablarme. De eso hace ya dos años.
Para quitarse los malos rollos de la cabeza tomó la taza de té en las manos y le dio un sorbo (ya estaba menos caliente, podía beberse)
- Este té con limón está delicioso.
En cualquier caso, no podía dejar de escucharlo. Se sentía maravillada por la hermosa cadencia de su voz, por sus gestos elegantes y sus sabias palabras. Le gustaban también sus rasgos afilados y la forma de sus labios, finos y precisos. En cualquier caso, esta vez prefirió darle prioridad a las palabras y escucharlas, con gran atención. Dando algunas opiniones cuando debía hacerlo. La primera revelación de su nuevo amigo le sacó una gran sonrisa, que le regaló al chico. ¡Le gustaba leer como a ella! Aquello la hacía tan feliz… tanto que ni siquiera él podía imaginarlo. Aunque quizás si, porque la inocente Yuka acababa de rodearle la muñeca, toda ilusionada por sus palabras. Se sentía como una niña que acaba de describir algo fantástico e irrepetible.
- ¿En serio?, quizás podríamos comentar libros que hayamos leído o intercambiar nuestros favoritos- ojala pudieran hacer muchas cosas juntos, ojala. Le soltó la mano entonces, no debía tomarse tantas confianzas, no era de buena educación, y mucho menos para una señorita como ella. De ahí su rubor, a juego con las mejillas encarnadas de su compañero. Asintió ante el nuevo chorro de información. Ella había conocido los libros de un modo parecido. Pero no había sido un tío quien se los hubiera enseñado, sino su querido Saito-ojiisama, y así se lo hizo saber a Yuki- en mi caso, fue mi abuelo quien me mostró los libros. Me enseñó a escribir y a leer y se preocupó de mi educación. Cuando murió, me pasé días enteros en la biblioteca, fue muy triste- pero lo hizo un gesto para que continuase. No quería aburrirle con historias del pasado. Quería saber todo de él, todo.
El siguiente tema a tratar fue la labor didáctica de los libros. Yuka entendía de eso. A veces sentía que las clases a las que asistía no eran del todo satisfactorias y tenía que documentarse por sí misma, satisfacer sus necesidades, por decirlo de algún modo. Tanto que a veces era hasta enfermizo. Si un tema le interesaba mucho, era capaz de dejar de dormir para empaparse al respecto. Y aunque no quería dar demasiadas respuestas en clase, porque prefería pasar desapercibida en su rincón, si manejaba el tema no dejaba de hablar al respecto. Muchas veces había hecho esfuerzos por no corregir a sus compañeros y profesores, ¿es qué nadie se interesaba por las materias? De ahí que obtuviera siempre las máximas calificaciones y en más de una ocasión le hubieran propuesto saltarse algún curso. Siempre se había negado. La Academia era su vida, y aunque sabía que en cualquier escuadrón con un mínimo de buen ambiente se sentiría a gusto, no tenía prisa por marcharse. No iba a resultarle nada fácil abandonar esos pasillos. Pero lo que más iba a echar de menos, sin duda. Iba a ser la biblioteca. Y a Yuki. Pero no quiero adelantarme. Será en otra ocasión en la que os contemos sobre ello. De la Academia precisamente le hablaba su nuevo amigo. De haber tenido algo en las manos se le habría caído. Yuki estaba describiéndose tal y como lo habría hecho ella si hubiera estado en su lugar. Tenía razón cuando decía que eran iguales. Lo eran, por todos los Dioses, si que lo eran. Ella también se adelantaba al temario y era atenta con sus maestros. Aunque decir que ella seguía siendo un bicho raro hacía la historia distinta. Le devolvió a su amigo la sonrisa, tímidamente y abrió los ojos. ¿Por qué le pedía disculpas? Ella negó con la cabeza. No debía hacerlo.
- Me gusta mucho hablar contigo-- resumió sus pensamientos - no tengo nadie alrededor con el que poder charlar de estas cosas. En realidad no tengo nadie alrededor- se encogió de hombros - no se me da bien la gente. Aunque el kidoh sí- sonrió, sin ganas, hablar de amistades y de relaciones sociales no era nada divertido. Cuanto más teniendo en cuenta el fin que le esperaba. Casarse con un idiota que no le gustaría y convertirse en una dócil ama de casa. Ojala hubiera nacido en una familia humilde. Así al menos podría elegir enamorarse y no someterse. Pero no iba a quejarse sobre ello. Haría lo que se esperaba de ella. Era la heredera de los Akiyama y actuaría como tal. Buscó entre la pila de libros y le mostró en el que estudiaba hechizos varios- me lo compraron mis padres por mi cumpleaños. Creo que es el que siguen los alumnos de quinto- ¡ahí estaba toda su pedantería, directa hacia la cara del Chico Nieve! Bajó la cabeza. Una cosa era que tuvieran gustos en común y otra que tuviera que aguantar sus accesos de sapiencia. Eso era demasiado. Menos mal que llegaron las tazas de té, que el considerado Yuki pagó- muchas gracias- porque sino se habría escapado corriendo. La chica levantó la mirada cuando él observó a la señora que les había servido y volvió a maravillarse. Era realmente guapo. Cuando él volvía la mirada ella le dio un trago al té. Casi se quema la lengua, pero la sacó al exterior un par de veces y no hubo más consecuencias. Solo una pregunta. Una más.
- No. Yo… siempre estoy sola. -
Intentó explicarlo. Pero no era nada fácil, ¿cómo debía decirle al Chico Nieve qué sus amigos habían muerto durante una misión y ella no había podido hacer nada?, ¿cómo debía explicarle qué la amiga qué le quedaba no quería ni verla por no haber sido capaz de defender a los demás? Cerró los ojos, aquel recuerdo no era el mejor que tenía. Y sin saber cómo, notó que las mejillas se le humedecían. Pero… ¿qué? Ella no solía llorar en público. De hecho no hacía nada en público. Siempre estaba sola. Buscó en sus bolsillos, en busca de un pañuelo, pero esta vez no lo había traído, de modo que se conformó con arrancarse las lágrimas con los dedos. Colocó las gafas sobre la mesa, para no mojarlas y encaró a su nuevo amigo- yo… dos de mis amigos murieron en una misión… Nao y Keii. Nos separaron en el campo de batalla- hizo un esfuerzo para no llorar abiertamente y continuó su historia- y cuando volví a la Academia, mi otra amiga dejó de hablarme. De eso hace ya dos años.
Para quitarse los malos rollos de la cabeza tomó la taza de té en las manos y le dio un sorbo (ya estaba menos caliente, podía beberse)
- Este té con limón está delicioso.
Akiyama Yuka- Raso Rei
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Edad : 40
Re: 雪 - Yuki (nieve)
Dejó reposar la humeante taza sobre la mesa, deshaciéndose del contacto ardiente de la cerámica contra la yema de sus dedos. El aroma de la miel derretida se elevaba junto a cada bocanada de vaho, prometedoramente dulce, pero esperaría a que la temperatura de la infusión disminuyera antes de dar el primer sorbo.
-¿Puedo echarle un vistazo?- preguntó, consideradamente, antes de tomar entre sus manos el libro sobre el que hablaban. Sus ojos se entretuvieron menos de lo que hubiera deseado sobre las líneas de tinta que condensaban toda aquella información, pasando con suavidad las páginas. Apenas necesitaba detenerse unos segundos en algún renglón para darse cuenta de que esos conocimientos estaban muy por encima de los suyos, algo que, lejos de incomodarle, despertaba en él una gran admiración hacia Yuka. No se lamentaba de su propia ignorancia, sino que le entusiasmaba haber conocido a alguien con una mente tan brillante y ávida de instrucción; seguro que a una chica tan aplicada como ella le estaría reservado un futuro prometedor dentro del Gotei 13.
Había abierto la boca para decir algo, seguramente algún elogio hacia la inteligencia de la rubia, pero aquella frase que escuchó de labios de la misma, levemente trémula y vacilante, le hizo erguir la cabeza y observarla con incipiente preocupación, presintiendo que algo iba mal.
Las lágrimas rodaban hacia las mejillas de la joven, dejando un rastro húmedo en su piel. Yukihiro sintió una terrible angustia y una presión gélida en la zona del pecho al ver aquel cambio tan drástico en su expresión. Aunque no lo había hecho intencionadamente, podía intuír que sus preguntas habían provocado aquella reacción en la estudiante, llevándola a recordar algún suceso desagradable.
La escuchó mientras se la veía esforzarse por no abandonarse al llanto, incapaz de encontrar alguna palabra de consuelo que poder darle. Lo que le contaba Yuka lo dejó afectado, especialmente porque le parecía sorprendente que una chica como ella, tan cándida y capaz de iluminar la tarde más oscura con una de sus sonrisas, hubiera pasado por una experiencia tan terrible como lo era perder a unos amigos durante el combate. ¿Se sentiría culpable?
Resultaba inevitable que la muerte de un ser querido afectase a su entorno, especialmente si es de forma inesperada o violenta... ¿Pero pensaría Yuka a menudo en lo que pudo o no pudo hacer para evitarlo? ¿Creería que era responsabilidad suya?
Quería ayudarla. Quería ayudarla pero no sabía cómo.
Tanteó el bolsillo que tenía en la zona interior de la chaqueta de su uniforme, hasta que dio con el pañuelo que buscaba. La tela, limpia y bien doblada, mantenía atrapada en su tejido parte de la temperatura corporal del chico, resultando cálida al tacto. Kyuusei alargó el brazo por encima de la mesa y se lo ofreció, sin decir nada todavía.
El comentario de la joven Akiyama, que buscaba claramente desviar la atención de lo sucedido, provocó que el chico vacilara un poco. Nunca nadie le había preparado para una situación así, no tenía ni idea de cómo actuar. Sabía lo que quería conseguir, pero desconocía el método para lograrlo.
De buen grado habría cambiado todo lo que sabía y poseía con tal de saber qué hacer para que la rubia se sintiera mejor.
-Yuka -comenzó, mirándola con gravedad. Dioses. No sabía qué decirle. No tenía la menor idea, pero era incapaz de mirar hacia otro lado, de ignorar lo que pasaba.- Sé que no puedo cambiar lo que sucedió en el pasado, ni hacer que olvides todas esas cosas desagradables, ni siquiera puedo prometerte que no volverá a sucederte nada parecido en el futuro... Pero sí puedo escucharte, y ayudarte cuando lo necesites, y darte mi apoyo si me lo llegas a pedir-. Hizo una pausa, buscando los ojos azules de ella con los suyos, para demostrarle que lo decía muy en serio, a pesar de no ser nadie, de no ser nada para ella-. Lo que quiero decir es que... cuando me necesites, aquí estaré. No tienes porqué volver a estar sola nunca más.
Se dio cuenta de que todavía tenía el libro de kidoh avanzado abierto en una de sus manos. Lo cerró en el aire y lo colocó sobre el espacio que quedaba libre en la mesa, en mitad de los dos.
"Sólo tienes que pedírmelo, Yuka. Me quedaré a tu lado si lo deseas."
Al menos él lo deseaba.
-¿Puedo echarle un vistazo?- preguntó, consideradamente, antes de tomar entre sus manos el libro sobre el que hablaban. Sus ojos se entretuvieron menos de lo que hubiera deseado sobre las líneas de tinta que condensaban toda aquella información, pasando con suavidad las páginas. Apenas necesitaba detenerse unos segundos en algún renglón para darse cuenta de que esos conocimientos estaban muy por encima de los suyos, algo que, lejos de incomodarle, despertaba en él una gran admiración hacia Yuka. No se lamentaba de su propia ignorancia, sino que le entusiasmaba haber conocido a alguien con una mente tan brillante y ávida de instrucción; seguro que a una chica tan aplicada como ella le estaría reservado un futuro prometedor dentro del Gotei 13.
Había abierto la boca para decir algo, seguramente algún elogio hacia la inteligencia de la rubia, pero aquella frase que escuchó de labios de la misma, levemente trémula y vacilante, le hizo erguir la cabeza y observarla con incipiente preocupación, presintiendo que algo iba mal.
Las lágrimas rodaban hacia las mejillas de la joven, dejando un rastro húmedo en su piel. Yukihiro sintió una terrible angustia y una presión gélida en la zona del pecho al ver aquel cambio tan drástico en su expresión. Aunque no lo había hecho intencionadamente, podía intuír que sus preguntas habían provocado aquella reacción en la estudiante, llevándola a recordar algún suceso desagradable.
La escuchó mientras se la veía esforzarse por no abandonarse al llanto, incapaz de encontrar alguna palabra de consuelo que poder darle. Lo que le contaba Yuka lo dejó afectado, especialmente porque le parecía sorprendente que una chica como ella, tan cándida y capaz de iluminar la tarde más oscura con una de sus sonrisas, hubiera pasado por una experiencia tan terrible como lo era perder a unos amigos durante el combate. ¿Se sentiría culpable?
Resultaba inevitable que la muerte de un ser querido afectase a su entorno, especialmente si es de forma inesperada o violenta... ¿Pero pensaría Yuka a menudo en lo que pudo o no pudo hacer para evitarlo? ¿Creería que era responsabilidad suya?
Quería ayudarla. Quería ayudarla pero no sabía cómo.
Tanteó el bolsillo que tenía en la zona interior de la chaqueta de su uniforme, hasta que dio con el pañuelo que buscaba. La tela, limpia y bien doblada, mantenía atrapada en su tejido parte de la temperatura corporal del chico, resultando cálida al tacto. Kyuusei alargó el brazo por encima de la mesa y se lo ofreció, sin decir nada todavía.
El comentario de la joven Akiyama, que buscaba claramente desviar la atención de lo sucedido, provocó que el chico vacilara un poco. Nunca nadie le había preparado para una situación así, no tenía ni idea de cómo actuar. Sabía lo que quería conseguir, pero desconocía el método para lograrlo.
De buen grado habría cambiado todo lo que sabía y poseía con tal de saber qué hacer para que la rubia se sintiera mejor.
-Yuka -comenzó, mirándola con gravedad. Dioses. No sabía qué decirle. No tenía la menor idea, pero era incapaz de mirar hacia otro lado, de ignorar lo que pasaba.- Sé que no puedo cambiar lo que sucedió en el pasado, ni hacer que olvides todas esas cosas desagradables, ni siquiera puedo prometerte que no volverá a sucederte nada parecido en el futuro... Pero sí puedo escucharte, y ayudarte cuando lo necesites, y darte mi apoyo si me lo llegas a pedir-. Hizo una pausa, buscando los ojos azules de ella con los suyos, para demostrarle que lo decía muy en serio, a pesar de no ser nadie, de no ser nada para ella-. Lo que quiero decir es que... cuando me necesites, aquí estaré. No tienes porqué volver a estar sola nunca más.
Se dio cuenta de que todavía tenía el libro de kidoh avanzado abierto en una de sus manos. Lo cerró en el aire y lo colocó sobre el espacio que quedaba libre en la mesa, en mitad de los dos.
"Sólo tienes que pedírmelo, Yuka. Me quedaré a tu lado si lo deseas."
Al menos él lo deseaba.
Kyuusei Yukihiro- Raso Jin
- Post : 103
Edad : 34
Re: 雪 - Yuki (nieve)
Cuando la futura profesora tomó de las manos del que sería su mejor amigo el suave pañuelo, éste estaba cálido, pues el estudiante acababa de sacarlo de la parte interior de su chaqueta de uniforme. Yuka le dio las gracias tímidamente y se pasó el delicado trozo de tela por las húmedas mejillas. Aquello se le estaba yendo de las manos, se le escapaba, se convertía en polvo frente a sus ojos. Los apretó, mientras las lágrimas continuaban cayendo, e hizo un intento por recordar como había llegado a esa penosa situación. Se sentía tan vulnerable… tanto que el recuerdo de lo que había pasado en un pasado tan cercano le parecía lejano, como si hubiera ocurrido un siglo antes. Aún así, su bien entrenado cerebro fue capaz de recordar todo. Se habían encontrado en el pasillo, todas sus pertenencias habían acabado tiradas por el suelo y para terminar, ambos habían decidido tomar algo juntos. Luego le había enseñado al chico nieve un libro que le habían regalado sus padres. Hasta ahí todo normal. El asunto comenzó a desmadrarse cuando él le había preguntado sobre sus formas de entrenamiento. Sabía perfectamente que su acompañante no había tenido la culpa de nada, simplemente se había interesado por sus progresos, había sido educado. Entonces… ¿por qué demonios había tenido qué reaccionar como una niña pequeña?, ¿a qué se debía qué se hubiera abierto tanto con un extraño? Apretó el pañuelo empapado contra la mejilla y suspiró, a la espera de cualquier movimiento por parte de su interlocutor.
Y lo que él hizo fue observarla, con aquellos ojos hechiceros, mágicos, y ella enrojeció de nuevo, ¿qué estaría pensando en esos momentos de ella, la repudiaría, como ocurrió cuando llegó con las malas noticias en el pasado, o simplemente actuaría de modo frío, cerrando cualquier posibilidad de encontrarse en el futuro? Ojala no fuera así, porque ella quería verlo de nuevo, necesitaba volver a verle, aunque aún no lo sabía. Bajó la cabeza, sintiéndose pequeña y miserable, y aguardó. Esperó a que él se marchase con una excusa manida y volver a quedarse sola, en silencio con sus libros, pero no fue así. Ni mucho menos.
- …puedo escucharte, y ayudarte cuando lo necesites, y darte mi apoyo si me lo llegas a pedir. Lo que quiero decir es que... cuando me necesites, aquí estaré. No tienes porqué volver a estar sola nunca más-dijo él, y para la heredera fue como si el corazón le estallase en el pecho de pura felicidad.
- ¿De verdad?-preguntó la muchacha de larga cabellera rubia, con un hilillo de voz-yo…- no tuvo más remedio que cubrirse la boca con la mano, pues ahora no fueron solo lágrimas lo que cubrieron el ambiente. Esta vez los sollozos aparecieron en escena y Yuka se sintió todavía peor, ¿cómo era posible qué un chico como aquel, y aún sabiendo lo que había ocurrido, le propusiese algo así? No sabía ni qué decir. Quizás por eso, sus dedos se movieron sobre la mesa hasta el libro entre ellos y se lo llevó al pecho, como quien sostiene con eterno cariño a un cachorrito indefenso- gracias, muchas gracias.
Y lo que él hizo fue observarla, con aquellos ojos hechiceros, mágicos, y ella enrojeció de nuevo, ¿qué estaría pensando en esos momentos de ella, la repudiaría, como ocurrió cuando llegó con las malas noticias en el pasado, o simplemente actuaría de modo frío, cerrando cualquier posibilidad de encontrarse en el futuro? Ojala no fuera así, porque ella quería verlo de nuevo, necesitaba volver a verle, aunque aún no lo sabía. Bajó la cabeza, sintiéndose pequeña y miserable, y aguardó. Esperó a que él se marchase con una excusa manida y volver a quedarse sola, en silencio con sus libros, pero no fue así. Ni mucho menos.
- …puedo escucharte, y ayudarte cuando lo necesites, y darte mi apoyo si me lo llegas a pedir. Lo que quiero decir es que... cuando me necesites, aquí estaré. No tienes porqué volver a estar sola nunca más-dijo él, y para la heredera fue como si el corazón le estallase en el pecho de pura felicidad.
- ¿De verdad?-preguntó la muchacha de larga cabellera rubia, con un hilillo de voz-yo…- no tuvo más remedio que cubrirse la boca con la mano, pues ahora no fueron solo lágrimas lo que cubrieron el ambiente. Esta vez los sollozos aparecieron en escena y Yuka se sintió todavía peor, ¿cómo era posible qué un chico como aquel, y aún sabiendo lo que había ocurrido, le propusiese algo así? No sabía ni qué decir. Quizás por eso, sus dedos se movieron sobre la mesa hasta el libro entre ellos y se lo llevó al pecho, como quien sostiene con eterno cariño a un cachorrito indefenso- gracias, muchas gracias.
Akiyama Yuka- Raso Rei
- Post : 116
Edad : 40
Re: 雪 - Yuki (nieve)
El chico apretó las manos sobre el regazo, intentando no desviar la mirada de la hermosa joven de cabellos rubios. La elección de sus palabras tal vez no hubiera sido la mejor, pero había hablado de corazón, y eran sinceras. No obstante, temía no saber llegar hasta ella y aliviar su dolor...
La emotiva reacción de Yuka le despertó un suave hormigueo en la boca del estómago, provocando que un gesto suave, afectuoso, se deslizase por sus labios. Tal vez sonase absurdo, porque la acababa de conocer, pero no era simple compasión lo que le movía a querer estar a su lado. Por algún motivo -que él no sabría explicar en palabras en aquel momento, ni tampoco más adelante- sentía un gran cariño por esa casi desconocida, y se sentía impulsado a obrar de tal modo que pudiera conservar su preciosa sonrisa y alejarla de sus pesares. Muchos podrían pensar que tanta literatura y la ingenuidad de la adolescencia habían efectuado que en la conciencia del aprendiz a shinigami se forjase una tendencia a actuar como pretendido héroe en pos de los intereses de una dama en dificultades, y tal vez fuera cierto. Sin embargo, Yukihiro no sentía en aquellos momentos la seguridad en uno mismo que poseían los supuestos salvadores, ni tampoco ambicionaba ser ante los ojos de la joven Akiyama una persona que no era. Simplemente, desde sus posibilidades como modesto muchacho salido del Rukongai, su insignificancia de entusiasmo juvenil y franca lealtad, deseaba estar junto a ella para que no tuviera que volver a estar sola ni triste nunca más.
Y secretamente, aunque no lo quisiera reconocer, tenía la esperanza de poder llegar a ser algún día la causa de aquellas sonrisas, que acabarían iluminando sus días más que el propio sol.
-Yuka -pronunció su nombre con delicadeza, esperando pacientemente a que ella se tranquilizara y se sintiera mejor-. Por las tardes... no tengo gran cosa que hacer después de las lecciones de zanjutsu, y me preguntaba si... Si te apetecería que nos viéramos para tomar algo, hablar sobre libros, o lo que te aptezca. Por favor, no te sientas en la obligación de aceptar, todo estará bien aunque digas que no.
Le costó decir todo aquello sin que el temblor asomase en su pequeño discurso, tan nervioso como estaba. Por primera vez se sentía terriblemente vulnerable tras haber reunido el valor para expresar su deseo de volver a ver alguien, pero realmente quería seguir relacionándose con Yuka, y aunque ella rechazara su compañía, no iba a sentirse arrepentido.
-Tal vez te resulte repentino, pero... me gustaría que pudiéramos considerarnos amigos en un futuro.
La emotiva reacción de Yuka le despertó un suave hormigueo en la boca del estómago, provocando que un gesto suave, afectuoso, se deslizase por sus labios. Tal vez sonase absurdo, porque la acababa de conocer, pero no era simple compasión lo que le movía a querer estar a su lado. Por algún motivo -que él no sabría explicar en palabras en aquel momento, ni tampoco más adelante- sentía un gran cariño por esa casi desconocida, y se sentía impulsado a obrar de tal modo que pudiera conservar su preciosa sonrisa y alejarla de sus pesares. Muchos podrían pensar que tanta literatura y la ingenuidad de la adolescencia habían efectuado que en la conciencia del aprendiz a shinigami se forjase una tendencia a actuar como pretendido héroe en pos de los intereses de una dama en dificultades, y tal vez fuera cierto. Sin embargo, Yukihiro no sentía en aquellos momentos la seguridad en uno mismo que poseían los supuestos salvadores, ni tampoco ambicionaba ser ante los ojos de la joven Akiyama una persona que no era. Simplemente, desde sus posibilidades como modesto muchacho salido del Rukongai, su insignificancia de entusiasmo juvenil y franca lealtad, deseaba estar junto a ella para que no tuviera que volver a estar sola ni triste nunca más.
Y secretamente, aunque no lo quisiera reconocer, tenía la esperanza de poder llegar a ser algún día la causa de aquellas sonrisas, que acabarían iluminando sus días más que el propio sol.
-Yuka -pronunció su nombre con delicadeza, esperando pacientemente a que ella se tranquilizara y se sintiera mejor-. Por las tardes... no tengo gran cosa que hacer después de las lecciones de zanjutsu, y me preguntaba si... Si te apetecería que nos viéramos para tomar algo, hablar sobre libros, o lo que te aptezca. Por favor, no te sientas en la obligación de aceptar, todo estará bien aunque digas que no.
Le costó decir todo aquello sin que el temblor asomase en su pequeño discurso, tan nervioso como estaba. Por primera vez se sentía terriblemente vulnerable tras haber reunido el valor para expresar su deseo de volver a ver alguien, pero realmente quería seguir relacionándose con Yuka, y aunque ella rechazara su compañía, no iba a sentirse arrepentido.
-Tal vez te resulte repentino, pero... me gustaría que pudiéramos considerarnos amigos en un futuro.
Kyuusei Yukihiro- Raso Jin
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Edad : 34
Re: 雪 - Yuki (nieve)
Y así fue como el Chico Nieve y la heredera de los Akiyama se hicieron amigos. Ocurrió de un modo tan natural, tan dulce e inesperado, que ninguno de los dos puso obstáculos para que el otro penetrase en el escudo del otro, para darse a conocer sin tapujos. El tiempo que compartieron en la Academia fue mágico, la rubia se sentía completamente arropada por su amigo Yuki (su mejor y único amigo). El tiempo que pasó la futura profesora en el Quinto Escuadrón le mandaba todos los días cartas a su querido Yuki, preguntándole como estaba, como le iban las cosas y si la echaba de menos. Esto siempre lo escribía con el corazón azorado, pues por razones que se le escapaban, había preguntas que consideraba peliagudas. Aún así se veían siempre que podían y sus encuentros siempre eran agradables. Tomaban té, paseaban, o simplemente se sentaban a hablar de libros y de estudios, temas ambos muy importantes para los dos.
Para Yuka, el muchacho de ojos claros se convirtió en alguien imprescindible para todo lo que hacía o lo que dejaba de hacer. Tal era así, que muchos pensaban que eran algo más que amigos, que estaban enamorados e incluso que salían juntos, aunque como nunca se lo dijeron directamente, no se dio cuenta de nada. No lo hubiera entendido ni aunque lo hubiera tenido encima. Sobre todo porque aún no era capaz de darle nombre a lo que sentía por el Chico Nievo. Lo disfrazaba de amistad, pero en ocasiones se preguntaba sino era todo un engaño.
El siguiente paso en la vida profesional de la rubia fue cambiarse del Quinto al Octavo Escuadrón (y con ello, la preciosa biblioteca) y de allí, de cabeza a las clases de nuevo, aunque esta vez desde el otro lado. Yuki cursaba su penúltimo año en la Academia, y aunque no coincidieron mucho, podían verse siempre que quisieran. La muchacha no podía pedirle más a la vida. O eso pensaba, hasta que recibió la invitación al omiai que cambiaría su vida para siempre. Ni lo leyó, solo con el apellido se dio por vencida, y ese fue su primer error. El segundo fue ir corriendo a decírselo a Yuki.
Querido Yuki:
Necesito hablar contigo, ¿podemos vernos en el aula de Historia después de la última clase?
Te estaré esperando.
Yuka
Le costó más que nunca dar la clase de aquella tarde, pero dio su mejor esfuerzo y solo cuando los alumnos se hubieron marchada se dejó llevar por los nervios. Dio vueltas por toda la clase, dibujó en la pizarra (aquello no es que tuviese mucho sentido, ¿una casa?) y cuando llegó Yuki le faltaron pies para correr y lanzársele al cuello. Y cuando olió el suave perfume de su amigo sintió que se le iban las fuerzas, que algo se calentaba en su interior como un volcán. Se separó de él con cuidado (sonrojada a más no poder) y se disculpó torpemente. Luego le hizo tomar asiendo en uno de los bancos y se sentó a su lado. No sabía ni por donde empezar. Tomó aire y hablaron durante un momento de cosas triviales, las clases, los entrenamientos y algún que otro libro. Yuka se acordó y le devolvió un ensayo que le había prestado y ya no pudo aguantar más.
-Yuki- soltó, con las manos sobre el regazo. Le había hablado a alguna vez de su especial interés en el mayor de los Hokori, supuso que se alegraría por ella. Aún así, sentía cierta vergüenza por contárselo. Retorció las manos sobre las rodillas y sintió que el arrobo tomaba sus pálidas mejillas- tú ¿crees qué…? Yo… que vergüenza, por Dios- se recolocó las gafas sobre el puente de la nariz y luego se acomodó el cabello a un lado del cuerpo- lo diré sin más- y observó los hermosos ojos celestes de su acompañante- me voy a casar, me ha llegado una invitación a un omiai en tres días- y sonrió, ocultando los labios con una de sus delicadas manos de muñeca de porcelana- ¡con Hokori Ansei!- no podía creerlo, era simplemente increíble, por una vez en la vida iba a tener suerte.
Después de eso se levantó como una loca y se asomó a una de las ventanas. No estaba segura de que pensar o sentir. En cualquier caso, debía ponerse realmente hermosa para el próximo evento: si, se quitaría las gafas, y el kimono, ¡rojo, debía ser rojo!, seguro que resaltaría su cabello rubio. En cuanto llegase a la casa familiar se lo diría a la costurera de su madre y el cabello, recogido, tenía que estar hermosa.
- Yuki- se le acercó corriendo y le hizo mirarla, definitivamente no se daba cuenta de nada, o al menos no entonces, porque aquel no era, sin dudas, el mejor modo de actuar. Se quitó las gafas y se recogió el cabello con las manos- ¿me queda bien así?, me voy a poner un kimono rojo, ¿qué te parece?- algo había cambiado en los ojos de su amigo, pero ella estaba tan exultante que ni lo había visto - pero dime algo, ¿no estás contento por mí?
Para Yuka, el muchacho de ojos claros se convirtió en alguien imprescindible para todo lo que hacía o lo que dejaba de hacer. Tal era así, que muchos pensaban que eran algo más que amigos, que estaban enamorados e incluso que salían juntos, aunque como nunca se lo dijeron directamente, no se dio cuenta de nada. No lo hubiera entendido ni aunque lo hubiera tenido encima. Sobre todo porque aún no era capaz de darle nombre a lo que sentía por el Chico Nievo. Lo disfrazaba de amistad, pero en ocasiones se preguntaba sino era todo un engaño.
El siguiente paso en la vida profesional de la rubia fue cambiarse del Quinto al Octavo Escuadrón (y con ello, la preciosa biblioteca) y de allí, de cabeza a las clases de nuevo, aunque esta vez desde el otro lado. Yuki cursaba su penúltimo año en la Academia, y aunque no coincidieron mucho, podían verse siempre que quisieran. La muchacha no podía pedirle más a la vida. O eso pensaba, hasta que recibió la invitación al omiai que cambiaría su vida para siempre. Ni lo leyó, solo con el apellido se dio por vencida, y ese fue su primer error. El segundo fue ir corriendo a decírselo a Yuki.
Querido Yuki:
Necesito hablar contigo, ¿podemos vernos en el aula de Historia después de la última clase?
Te estaré esperando.
Yuka
Le costó más que nunca dar la clase de aquella tarde, pero dio su mejor esfuerzo y solo cuando los alumnos se hubieron marchada se dejó llevar por los nervios. Dio vueltas por toda la clase, dibujó en la pizarra (aquello no es que tuviese mucho sentido, ¿una casa?) y cuando llegó Yuki le faltaron pies para correr y lanzársele al cuello. Y cuando olió el suave perfume de su amigo sintió que se le iban las fuerzas, que algo se calentaba en su interior como un volcán. Se separó de él con cuidado (sonrojada a más no poder) y se disculpó torpemente. Luego le hizo tomar asiendo en uno de los bancos y se sentó a su lado. No sabía ni por donde empezar. Tomó aire y hablaron durante un momento de cosas triviales, las clases, los entrenamientos y algún que otro libro. Yuka se acordó y le devolvió un ensayo que le había prestado y ya no pudo aguantar más.
-Yuki- soltó, con las manos sobre el regazo. Le había hablado a alguna vez de su especial interés en el mayor de los Hokori, supuso que se alegraría por ella. Aún así, sentía cierta vergüenza por contárselo. Retorció las manos sobre las rodillas y sintió que el arrobo tomaba sus pálidas mejillas- tú ¿crees qué…? Yo… que vergüenza, por Dios- se recolocó las gafas sobre el puente de la nariz y luego se acomodó el cabello a un lado del cuerpo- lo diré sin más- y observó los hermosos ojos celestes de su acompañante- me voy a casar, me ha llegado una invitación a un omiai en tres días- y sonrió, ocultando los labios con una de sus delicadas manos de muñeca de porcelana- ¡con Hokori Ansei!- no podía creerlo, era simplemente increíble, por una vez en la vida iba a tener suerte.
Después de eso se levantó como una loca y se asomó a una de las ventanas. No estaba segura de que pensar o sentir. En cualquier caso, debía ponerse realmente hermosa para el próximo evento: si, se quitaría las gafas, y el kimono, ¡rojo, debía ser rojo!, seguro que resaltaría su cabello rubio. En cuanto llegase a la casa familiar se lo diría a la costurera de su madre y el cabello, recogido, tenía que estar hermosa.
- Yuki- se le acercó corriendo y le hizo mirarla, definitivamente no se daba cuenta de nada, o al menos no entonces, porque aquel no era, sin dudas, el mejor modo de actuar. Se quitó las gafas y se recogió el cabello con las manos- ¿me queda bien así?, me voy a poner un kimono rojo, ¿qué te parece?- algo había cambiado en los ojos de su amigo, pero ella estaba tan exultante que ni lo había visto - pero dime algo, ¿no estás contento por mí?
Akiyama Yuka- Raso Rei
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Edad : 40
Re: 雪 - Yuki (nieve)
Estaba nervioso. Tenía las manos sudorosas y el corazón le palpitaba frenéticamente en el pecho, como si pretendiera escapar y huir a algún lado. Uno de sus pies se movía inquieto, cruzado a la altura del tobillo sobre el otro, reflejando la inquietud del chico. No sabía cuánto tiempo llevaban hablando de las clases y de sus últimas lecturas, pero intuía que debía tener paciencia y aguardar a que su amiga le contara qué era aquello tan importante que tenía que decirle, para lo que le había citado allí.
La miró con disimulo. Estaba guapísima, como siempre, con el largo cabello rubio reflejando las luces que se colaban por la ventana del aula, el rosado pálido de su piel resaltado por las ropas oscuras y las gafas de montura metálica, colocadas sobre el puente de su graciosa nariz. Yuka le devolvió la mirada. Espléndida, cálida, maravillosa... como siempre. Él no podía evitar sentirse emocionado cada vez que lo miraba así, aunque se sintiera también culpable por saber que veía en ella algo más que una buena amiga. Habría preferido que esos sentimientos no existieran, pero era incapaz de ignorarlos.
En todos esos años, Yuka se había convertido en una figura a la que admirar, una persona muy importante para él; una parte ireemplazable en su vida, como podía serlo un amigo muy querido o un miembro de su familia. Y justamente pretendía verla de ese modo: como a una hermana de la que cuidar y con la que poder compartir todos sus secretos. Pero la realidad era otra.
Tuvo que reconocer que no era normal aquel comezón en el estómago, el nudo que se formaba en su garganta cada vez que la joven Akiyama hablaba de Hokori Ansei, con los ojos brillantes de entusiasmo y un leve rubor en las mejillas. Hokori Ansei. El noble, el miembro de la cámara de los 46, el perfecto caballero por el que todo el mundo sentía admiración. Hokori Ansei, ÉL. El hombre del que Yuka estaba enamorada...
Bueno, Kyuusei había leído muchas novelas en las que se hablaba del amor, y le gustaban, aunque sus conocimientos sobre el tema se limitaban a la teoría. Por eso le había costado tanto tiempo admitir que sentía celos hacia aquel hombre por el que su querida amiga sonreía y suspiraba, el que protagonizaba los sueños y las fantasías de la chica. Convivir con aquellos sentimientos se le hacía una tarea difícil a Yukihiro, que no quería renunciar a la amistad que tenían, pero tampoco era capaz de sincerarse. Al fin y al cabo, ella pertenecía a una casa Noble, mientras que él no era más que un joven salido de un modesto barrio del Rukongai; incluso ser amigos podría considerarse que era mucho pedir, dada tal diferencia.
Ese día, sin embargo, Yuka había querido quedar a solas con él en el aula de Historia, en vez de salir a dar un paseo o tomar algo en la cafetería, como solían hacer. Parecía emocionada y algo nerviosa, y aunque se sentía estúpido por hacerse ilusiones, Yuki no podía dejar de comparar aquel peculiar encuentro con las escenas de la literatura romántica. Se mareaba sólo de pensar que podía pasar algo entre ellos dos, aunque su amiga nunca hubiera dado muestras de estar interesada en él de esa forma. Sin embargo, aquella mezcla de euforia absoluta y optimismo estúpido que provoca el amor, le instaba a albergar alguna esperanza, por diminuta que fuera.
Y llegó el ansiado momento. Por un instante fue como si el mundo entero brillara solo para ellos dos, para luego teñirse de cruel ironía y estallar como un espejo roto en mil pedazos. Yuki tardó unos segundos en reaccionar, buscándole sentido a las palabras que había escuchado. Cuando lo hizo, todavía impactado por el desenlace del encuentro, miró a su amiga como si ésta le hubiese arrojado un vaso de agua helada a la cara.
"Se va a casar. Con Hokori Ansei. Se va a casar... la he perdido." La belleza de la chica, bañada por la luz del atardecer junto a la ventana, le parecía hasta dolorosa. Se giró hacia él, tal vez algo confusa ante su silencio. "Espera mi enhorabuena... claro."
Yuka sonrió. Yukihiro sonrió. Y todo parecía fantástico. Sólo que no lo era.
-Claro... me alegro mucho por ti, Yuka. Es estupendo. Es... es genial, ¿verdad? Vaya... Sí que lo es. Lo es y... y yo estoy muy contento por ti. Lo estoy de veras. Francamente encantado de verte... de verte feliz, Yuka- se obligó a responder, parpadeando y volviendo su mirada huidiza de aquellos ojos azules y bondadosos. Dioses... iba a perderla, iba a perderla si no hacía nada. ¡Tenía que decirle algo!- Yuka...
No... No podía hacerle eso. No podía estropearle el día.
Volvió a ensayar una sonrisa, la más convincente que logró esbozar.
-Estarás preciosa con el kimono rojo.
Las noches siguientes fue incapaz de abandonarse a un sueño tranquilo, mientras que por el día se arrastraba sin entusiasmo de aula en aula, como un autómata incapaz de sacar voluntad de ningún lado. La noticia que le había dado Yuka estaba afectando severamente a su concentración y su ánimo, y allá por donde iba parecía abatido, apático y deprimido. Incluso en algunas clases le dejaron retirarse a su dormitorio, pensando que su estado se debía a algun resfriado que estuviera incubando.
Por su parte, Yukihiro no podía sentirse más miserable. Estaba enfadado consigo mismo por culpar de su tristeza al joven Hokori, por estar desilusionado con Yuka. Sabía que era injusto hacerlos responsables de nada, pero no podía evitar sentirse de aquel modo. También era consciente de que él tampoco había hecho nada por dar a conocer a su amiga lo que sentía por ella, que él mismo había preferido conformarse con lo que tenían, porque lo suyo era simplemente imposible.
Era el día del Omiai de Yuka. Aunque no tenía ningunas ganas, sabía lo que debía hacer: actuar como un buen amigo.
Tras cumplir con los deberes en la Academia se arrastró hasta el punto en el que había acordado con la rubia que se verían, para que ésta le contase con todo lujo de detalles cómo había sido la ceremonia, qué magnífico aspecto tenía su prometido y lo felices que estaban ambas familias de aquella unión.
"Tú te lo has buscado", se decía, tragándose su angustia y mentalizándose de que debía mostrarse sinceramente contento por la suerte de su amiga. "Ella no tiene la culpa de que estés... ¡En todo caso tú serías el que traiciona vuestra amistad, sintiendo por Yuka lo que no debes! Cuando antes te hagas a la idea de cuál es tu lugar, mejor."
Alzó la cabeza sólo para ver cómo las nubes pasaban rápidas por el cielo. De pronto, recordó con ironía otro de los significados que poseía la palabra "Yuki":
La miró con disimulo. Estaba guapísima, como siempre, con el largo cabello rubio reflejando las luces que se colaban por la ventana del aula, el rosado pálido de su piel resaltado por las ropas oscuras y las gafas de montura metálica, colocadas sobre el puente de su graciosa nariz. Yuka le devolvió la mirada. Espléndida, cálida, maravillosa... como siempre. Él no podía evitar sentirse emocionado cada vez que lo miraba así, aunque se sintiera también culpable por saber que veía en ella algo más que una buena amiga. Habría preferido que esos sentimientos no existieran, pero era incapaz de ignorarlos.
En todos esos años, Yuka se había convertido en una figura a la que admirar, una persona muy importante para él; una parte ireemplazable en su vida, como podía serlo un amigo muy querido o un miembro de su familia. Y justamente pretendía verla de ese modo: como a una hermana de la que cuidar y con la que poder compartir todos sus secretos. Pero la realidad era otra.
Tuvo que reconocer que no era normal aquel comezón en el estómago, el nudo que se formaba en su garganta cada vez que la joven Akiyama hablaba de Hokori Ansei, con los ojos brillantes de entusiasmo y un leve rubor en las mejillas. Hokori Ansei. El noble, el miembro de la cámara de los 46, el perfecto caballero por el que todo el mundo sentía admiración. Hokori Ansei, ÉL. El hombre del que Yuka estaba enamorada...
Bueno, Kyuusei había leído muchas novelas en las que se hablaba del amor, y le gustaban, aunque sus conocimientos sobre el tema se limitaban a la teoría. Por eso le había costado tanto tiempo admitir que sentía celos hacia aquel hombre por el que su querida amiga sonreía y suspiraba, el que protagonizaba los sueños y las fantasías de la chica. Convivir con aquellos sentimientos se le hacía una tarea difícil a Yukihiro, que no quería renunciar a la amistad que tenían, pero tampoco era capaz de sincerarse. Al fin y al cabo, ella pertenecía a una casa Noble, mientras que él no era más que un joven salido de un modesto barrio del Rukongai; incluso ser amigos podría considerarse que era mucho pedir, dada tal diferencia.
Ese día, sin embargo, Yuka había querido quedar a solas con él en el aula de Historia, en vez de salir a dar un paseo o tomar algo en la cafetería, como solían hacer. Parecía emocionada y algo nerviosa, y aunque se sentía estúpido por hacerse ilusiones, Yuki no podía dejar de comparar aquel peculiar encuentro con las escenas de la literatura romántica. Se mareaba sólo de pensar que podía pasar algo entre ellos dos, aunque su amiga nunca hubiera dado muestras de estar interesada en él de esa forma. Sin embargo, aquella mezcla de euforia absoluta y optimismo estúpido que provoca el amor, le instaba a albergar alguna esperanza, por diminuta que fuera.
Y llegó el ansiado momento. Por un instante fue como si el mundo entero brillara solo para ellos dos, para luego teñirse de cruel ironía y estallar como un espejo roto en mil pedazos. Yuki tardó unos segundos en reaccionar, buscándole sentido a las palabras que había escuchado. Cuando lo hizo, todavía impactado por el desenlace del encuentro, miró a su amiga como si ésta le hubiese arrojado un vaso de agua helada a la cara.
"Se va a casar. Con Hokori Ansei. Se va a casar... la he perdido." La belleza de la chica, bañada por la luz del atardecer junto a la ventana, le parecía hasta dolorosa. Se giró hacia él, tal vez algo confusa ante su silencio. "Espera mi enhorabuena... claro."
Yuka sonrió. Yukihiro sonrió. Y todo parecía fantástico. Sólo que no lo era.
-Claro... me alegro mucho por ti, Yuka. Es estupendo. Es... es genial, ¿verdad? Vaya... Sí que lo es. Lo es y... y yo estoy muy contento por ti. Lo estoy de veras. Francamente encantado de verte... de verte feliz, Yuka- se obligó a responder, parpadeando y volviendo su mirada huidiza de aquellos ojos azules y bondadosos. Dioses... iba a perderla, iba a perderla si no hacía nada. ¡Tenía que decirle algo!- Yuka...
No... No podía hacerle eso. No podía estropearle el día.
Volvió a ensayar una sonrisa, la más convincente que logró esbozar.
-Estarás preciosa con el kimono rojo.
~*~
Las noches siguientes fue incapaz de abandonarse a un sueño tranquilo, mientras que por el día se arrastraba sin entusiasmo de aula en aula, como un autómata incapaz de sacar voluntad de ningún lado. La noticia que le había dado Yuka estaba afectando severamente a su concentración y su ánimo, y allá por donde iba parecía abatido, apático y deprimido. Incluso en algunas clases le dejaron retirarse a su dormitorio, pensando que su estado se debía a algun resfriado que estuviera incubando.
Por su parte, Yukihiro no podía sentirse más miserable. Estaba enfadado consigo mismo por culpar de su tristeza al joven Hokori, por estar desilusionado con Yuka. Sabía que era injusto hacerlos responsables de nada, pero no podía evitar sentirse de aquel modo. También era consciente de que él tampoco había hecho nada por dar a conocer a su amiga lo que sentía por ella, que él mismo había preferido conformarse con lo que tenían, porque lo suyo era simplemente imposible.
Era el día del Omiai de Yuka. Aunque no tenía ningunas ganas, sabía lo que debía hacer: actuar como un buen amigo.
Tras cumplir con los deberes en la Academia se arrastró hasta el punto en el que había acordado con la rubia que se verían, para que ésta le contase con todo lujo de detalles cómo había sido la ceremonia, qué magnífico aspecto tenía su prometido y lo felices que estaban ambas familias de aquella unión.
"Tú te lo has buscado", se decía, tragándose su angustia y mentalizándose de que debía mostrarse sinceramente contento por la suerte de su amiga. "Ella no tiene la culpa de que estés... ¡En todo caso tú serías el que traiciona vuestra amistad, sintiendo por Yuka lo que no debes! Cuando antes te hagas a la idea de cuál es tu lugar, mejor."
Alzó la cabeza sólo para ver cómo las nubes pasaban rápidas por el cielo. De pronto, recordó con ironía otro de los significados que poseía la palabra "Yuki":
Esperanza.
Kyuusei Yukihiro- Raso Jin
- Post : 103
Edad : 34
Re: 雪 - Yuki (nieve)
[FDI. Espero que te guste, con todo mi corazón para ti <3]
Esperanza. Sueños. Futuro.
Todo se partió para Yuka, todas sus ilusiones se hicieron pedazos y se convirtieron en arena para que las arrastrase el viento cuando fue a su fiesta de compromiso. Nada la había preparado para eso, ni su educación ni sus capacidades.
Pero si seguimos a los clásicos, a aquellos que nos enseñaron a hacer historia, todo cuento (por muy triste que éste sea) sigue una estructura que yo no me atrevería a desmerecer: principio, trama y desenlace. Y como nuestro orden es el clásico, va a ser mejor que no os adelante ningún acontecimiento, que seáis vosotros mismos quienes veáis a través de los ojos claros de nuestra amiga Yuka. Volvamos, pues, al momento en el que la rubia heredera se despidió de su gran amigo, el Chico Nieve. La profesora no era tan despistada como para no darse cuenta que algo le ocurría a él. Su rostro había cambiado un poco cuando le dijo lo del compromiso. Y ella creía saber porqué. Estaba segura que el estudiante pensaba que iba a perderla, que no podrían ser amigos nunca más, que su marido no lo permitiría. Sentada frente al tocador de su habitación en casa de los Akiyama y cepillándose con parsimonia el cabello supo que siempre sería amiga de Yuki, pasase lo que pasase. Sería capaz de enfrentarse al mismísimo comandante en persona si a Ansei se le ocurría prohibirle ver a su mejor amigo. Agarró el cepillo como si se tratara de su zanpakutoh, la terrorífica Akuma no Hon, que descansaba junto al tocador, apoyada contra una pared, y encaró su reflejo. Se sonrió a sí misma, iba a casarse con el hombre que la había fascinado desde que se conocieron en el campo de batalla. ¡Qué maravilla!
Terminó de atusarse la dorada caballera a toda velocidad y se echó sobre la enorme cama que tenía en su dormitorio, como si de una niña pequeña se tratase. Casi no podía aguantar los nervios, de ahí las risillas nerviosas que escapaban de sus labios a cada momento. Fue tal el alboroto que llegó a armar ella sola con sus propios pensamientos que una de las sirvientas de la casa se acercó hasta su habitación para ver si se encontraba bien. En última instancia apareció su madre con un poco de té para calmarle los nervios, pero fueron estos mismos los que acabaron por rendirla y se quedó dormida. La señora Akiyama le quitó las gafas, que la joven se había dejado puestas y apagó las lámparas a su alrededor. Su hija se iba a casar con el cabeza de familia de los Hokori, aquello era una satisfacción, sobre todo porque parecía contenta con la elección. ¡Dioses!, lo que podía dar de sí una confusión.
A la mañana siguiente, la rubia chica estaba todavía más nerviosa. Aún así, tomó té hasta que se le salió por las orejas e hizo un esfuerzo por aguantar al séquito de profesionales que había contratado la madre de la futura Hokori y dejarse hacer. Aprovechó ese tiempo para pensar y decidir como iba a actuar durante el omiai. Su madre la había preparado durante años para ello, pero por alguna extraño razón sentía que faltaba algo, iba a culpar a los nervios, pero su espada le dio una pista:
- Como siempre, eres débil- susurró el demonio- esto no va a salir bien- la chica apretó las manos en las rodillas pero no le contestó. Maldita fuese, era la peor espada que podía haberle tocado en suerte, tan altanera y pagada de sí misma. Suspiró, dispuesta a ignorar cualquier palabra que el arma decidiera ofrecerle, pero de momento ésta calló, y coincidió con que las jóvenes habían acabado su trabajo. La rubia heredera levantó la mirada y se observo en el espejo, completamente emocionada. Aquellas muchachas habían hecho un buen trabajo.
Para la comida de compromiso ambas familias habían elegido un lugar neutral, la casa de una familia amiga de los padres de los prometidos. Era un hermoso lugar, con toda su madera oscura y su penetrante olor a pino, a la novia le encantaron los muebles, elegidos con un gusto sobrio pero sofisticado. El jardín era exquisito, pero la futura esposa no observó nada y caminó con modestia sin hacer ruido. Entonces sus padres y ella fueron conducidos hasta la sala donde se llevaría a cabo la reunión, Yuka ocupó el sitio que debía ser el de la novia y esperó, con una pose femenina y elegante. Sus padres asintieron, satisfechos. Y entonces los nervios pasaron a un segundo plano como por arte de magia, los Hokori habían llegado. La joven Yoruko, hermosa como una flor, la señora de la casa, muy elegante y distinguida y los tres hermanos mayores: Kin'iro, el cabeza de familia, tan rubio como Yuka, Shikyo, uno de los miembros más jóvenes de la Cámara de los 46 y Ansei, el juez, el hombre por el que suspiraba la joven desde hacía tanto tiempo. Los saludos fueron perfectos, como si todos hubieran ensayado una coreografía y no hubiera habido en ella error alguno. Mas las palabras de Akuma no Hon se hicieron enseguida reales en la mente de la profesora. No fue su querido Ansei quien se sentó frente a ella como mandaba la tradición, sino el cabeza de familia, el dorado Kin'iro. La muchacha actuó con presteza y le hizo una reverencia hasta el suelo al que estaba destinado a ser su esposo y se mostró tan encantadora como lo habría estado con el hermano mayor. Él ni siquiera la miró o recordó conocerla.
- Estoy segura que tendremos unos preciosos nietos de cabello rubio, Hokori-san- le oyó decir a su madre entonces y sonrió, tapándose con un abanico rojo a juego con su espléndido kimono, como si realmente sintiese vergüenza ante aquella posibilidad que más bien la horrorizaba. “Ojala Yuki estuviera aquí, cuanto le echo de menos” se dijo muchas veces, y aunque de modo consciente aún tardaría unas horas en decidirlo, su pragmático cerebro ya empezaba a convencerla de lo pronto que olvidaría a Ansei, aunque también de que nunca amaría a su esposo. Aunque fue un evento relativamente corto por las responsabilidades que cada cual tenía que atender, para la novia fue toda una vida. Y no por Kin'iro, era un chico cariñoso, atento y muy atractivo. Además parecía mirarla con interés, pero ella se sentía incapaz de sentir algo por él. Nunca lo conseguiría. Lo intentaría, haría todo lo humanamente imposible por enamorarse de él, pero jamás funcionaría. Tras la última reverencia (empezaba a dolerle el cuello) al fin pudo retirarse. Subió al suntuoso carro donde había venido acompañada de sus padres y les pidió que la dejasen en la Academia. Tenía que ver a Yuki, necesitaba verle enseguida. Su madre no le puso muy buena cara, mucho menos cuando se colgó la zanpakutoh al cinto, por eso se dirigió a su padre que si se lo permitió. A fin de cuentas había actuado como se esperaba de ella en el omiai, ¿por qué no darle una compensación y permitirle ir a su trabajo con aquel hermoso conjunto? Saltó de la carreta sin pena y sin gloria y caminó hasta el jardín, soñando con que Yuki hubiera llegado antes que ella.
Muchos fueron los que la miraron caminar con resolución y aquellas hermosas vestiduras que le daban un aire de lo más encantador. Los ignoró, estaba demasiado enfadada consigo mismo y con sus padres como para tener en cuenta lo que decían de ella. Enfiló los pasillos como si la llevasen los demonios y por fin llegó hasta los jardines. Solo entonces dejó de correr y buscó a su amigo con la mirada. Por un segundo temió que fuera demasiado temprano, que hubiera acelerado más de la cuenta, pero no, allí estaba él, sentado en un banco y mirando las nubes. La rubia se descubrió espiándole, como si le viera por primera vez, y su corazón lleno de tristeza comenzó a bombear sangre a toda velocidad. Sus mejillas se sonrojaron y fue como si volviese a la vida. “Yuki…” El último tramo que le separaba de su amigo lo hizo corriendo, aún más rápido que cuando había llegado a la Academia, y lo terminó en sus brazos, como si de una promesa silenciosa se tratase. Promesa que pronto tomó forma en los labios de la muchacha.
- Nunca me voy a separar de ti, lo juro- seguía creyendo que estaba raro por creer que no iban a verse tanto como siempre, y dos lágrimas enormes aparecieron en sus mejillas tan bien maquilladas, pero las ocultó abrazando aún más fuerte a su Chico Nieve- mi prometido no es Ansei, es Kin'iro, el cabeza de familia- susurró, con la voz a punto de quebrársele de puro llanto- pero Ansei va a dejar de importarme muy pronto, lo sé. No fue más que un capricho de adolescente- necesitaba soltarlo, dejar caer todo su peso y olvidar, olvidar y centrarse en el futuro- me casaré con Kin'iro, lo haré porque es mi destino, porque así se me ordena, pero jamás voy a quererle, no importa lo que haga ni cuanto me esfuerce, nunca voy a amarle… jamás- y dejó que todo lo que se había tragado durante la comida estallase en mil pedazos.
[FDI2: Así iba vestida Yuka]
Esperanza. Sueños. Futuro.
Todo se partió para Yuka, todas sus ilusiones se hicieron pedazos y se convirtieron en arena para que las arrastrase el viento cuando fue a su fiesta de compromiso. Nada la había preparado para eso, ni su educación ni sus capacidades.
Pero si seguimos a los clásicos, a aquellos que nos enseñaron a hacer historia, todo cuento (por muy triste que éste sea) sigue una estructura que yo no me atrevería a desmerecer: principio, trama y desenlace. Y como nuestro orden es el clásico, va a ser mejor que no os adelante ningún acontecimiento, que seáis vosotros mismos quienes veáis a través de los ojos claros de nuestra amiga Yuka. Volvamos, pues, al momento en el que la rubia heredera se despidió de su gran amigo, el Chico Nieve. La profesora no era tan despistada como para no darse cuenta que algo le ocurría a él. Su rostro había cambiado un poco cuando le dijo lo del compromiso. Y ella creía saber porqué. Estaba segura que el estudiante pensaba que iba a perderla, que no podrían ser amigos nunca más, que su marido no lo permitiría. Sentada frente al tocador de su habitación en casa de los Akiyama y cepillándose con parsimonia el cabello supo que siempre sería amiga de Yuki, pasase lo que pasase. Sería capaz de enfrentarse al mismísimo comandante en persona si a Ansei se le ocurría prohibirle ver a su mejor amigo. Agarró el cepillo como si se tratara de su zanpakutoh, la terrorífica Akuma no Hon, que descansaba junto al tocador, apoyada contra una pared, y encaró su reflejo. Se sonrió a sí misma, iba a casarse con el hombre que la había fascinado desde que se conocieron en el campo de batalla. ¡Qué maravilla!
Terminó de atusarse la dorada caballera a toda velocidad y se echó sobre la enorme cama que tenía en su dormitorio, como si de una niña pequeña se tratase. Casi no podía aguantar los nervios, de ahí las risillas nerviosas que escapaban de sus labios a cada momento. Fue tal el alboroto que llegó a armar ella sola con sus propios pensamientos que una de las sirvientas de la casa se acercó hasta su habitación para ver si se encontraba bien. En última instancia apareció su madre con un poco de té para calmarle los nervios, pero fueron estos mismos los que acabaron por rendirla y se quedó dormida. La señora Akiyama le quitó las gafas, que la joven se había dejado puestas y apagó las lámparas a su alrededor. Su hija se iba a casar con el cabeza de familia de los Hokori, aquello era una satisfacción, sobre todo porque parecía contenta con la elección. ¡Dioses!, lo que podía dar de sí una confusión.
A la mañana siguiente, la rubia chica estaba todavía más nerviosa. Aún así, tomó té hasta que se le salió por las orejas e hizo un esfuerzo por aguantar al séquito de profesionales que había contratado la madre de la futura Hokori y dejarse hacer. Aprovechó ese tiempo para pensar y decidir como iba a actuar durante el omiai. Su madre la había preparado durante años para ello, pero por alguna extraño razón sentía que faltaba algo, iba a culpar a los nervios, pero su espada le dio una pista:
- Como siempre, eres débil- susurró el demonio- esto no va a salir bien- la chica apretó las manos en las rodillas pero no le contestó. Maldita fuese, era la peor espada que podía haberle tocado en suerte, tan altanera y pagada de sí misma. Suspiró, dispuesta a ignorar cualquier palabra que el arma decidiera ofrecerle, pero de momento ésta calló, y coincidió con que las jóvenes habían acabado su trabajo. La rubia heredera levantó la mirada y se observo en el espejo, completamente emocionada. Aquellas muchachas habían hecho un buen trabajo.
Para la comida de compromiso ambas familias habían elegido un lugar neutral, la casa de una familia amiga de los padres de los prometidos. Era un hermoso lugar, con toda su madera oscura y su penetrante olor a pino, a la novia le encantaron los muebles, elegidos con un gusto sobrio pero sofisticado. El jardín era exquisito, pero la futura esposa no observó nada y caminó con modestia sin hacer ruido. Entonces sus padres y ella fueron conducidos hasta la sala donde se llevaría a cabo la reunión, Yuka ocupó el sitio que debía ser el de la novia y esperó, con una pose femenina y elegante. Sus padres asintieron, satisfechos. Y entonces los nervios pasaron a un segundo plano como por arte de magia, los Hokori habían llegado. La joven Yoruko, hermosa como una flor, la señora de la casa, muy elegante y distinguida y los tres hermanos mayores: Kin'iro, el cabeza de familia, tan rubio como Yuka, Shikyo, uno de los miembros más jóvenes de la Cámara de los 46 y Ansei, el juez, el hombre por el que suspiraba la joven desde hacía tanto tiempo. Los saludos fueron perfectos, como si todos hubieran ensayado una coreografía y no hubiera habido en ella error alguno. Mas las palabras de Akuma no Hon se hicieron enseguida reales en la mente de la profesora. No fue su querido Ansei quien se sentó frente a ella como mandaba la tradición, sino el cabeza de familia, el dorado Kin'iro. La muchacha actuó con presteza y le hizo una reverencia hasta el suelo al que estaba destinado a ser su esposo y se mostró tan encantadora como lo habría estado con el hermano mayor. Él ni siquiera la miró o recordó conocerla.
- Estoy segura que tendremos unos preciosos nietos de cabello rubio, Hokori-san- le oyó decir a su madre entonces y sonrió, tapándose con un abanico rojo a juego con su espléndido kimono, como si realmente sintiese vergüenza ante aquella posibilidad que más bien la horrorizaba. “Ojala Yuki estuviera aquí, cuanto le echo de menos” se dijo muchas veces, y aunque de modo consciente aún tardaría unas horas en decidirlo, su pragmático cerebro ya empezaba a convencerla de lo pronto que olvidaría a Ansei, aunque también de que nunca amaría a su esposo. Aunque fue un evento relativamente corto por las responsabilidades que cada cual tenía que atender, para la novia fue toda una vida. Y no por Kin'iro, era un chico cariñoso, atento y muy atractivo. Además parecía mirarla con interés, pero ella se sentía incapaz de sentir algo por él. Nunca lo conseguiría. Lo intentaría, haría todo lo humanamente imposible por enamorarse de él, pero jamás funcionaría. Tras la última reverencia (empezaba a dolerle el cuello) al fin pudo retirarse. Subió al suntuoso carro donde había venido acompañada de sus padres y les pidió que la dejasen en la Academia. Tenía que ver a Yuki, necesitaba verle enseguida. Su madre no le puso muy buena cara, mucho menos cuando se colgó la zanpakutoh al cinto, por eso se dirigió a su padre que si se lo permitió. A fin de cuentas había actuado como se esperaba de ella en el omiai, ¿por qué no darle una compensación y permitirle ir a su trabajo con aquel hermoso conjunto? Saltó de la carreta sin pena y sin gloria y caminó hasta el jardín, soñando con que Yuki hubiera llegado antes que ella.
Muchos fueron los que la miraron caminar con resolución y aquellas hermosas vestiduras que le daban un aire de lo más encantador. Los ignoró, estaba demasiado enfadada consigo mismo y con sus padres como para tener en cuenta lo que decían de ella. Enfiló los pasillos como si la llevasen los demonios y por fin llegó hasta los jardines. Solo entonces dejó de correr y buscó a su amigo con la mirada. Por un segundo temió que fuera demasiado temprano, que hubiera acelerado más de la cuenta, pero no, allí estaba él, sentado en un banco y mirando las nubes. La rubia se descubrió espiándole, como si le viera por primera vez, y su corazón lleno de tristeza comenzó a bombear sangre a toda velocidad. Sus mejillas se sonrojaron y fue como si volviese a la vida. “Yuki…” El último tramo que le separaba de su amigo lo hizo corriendo, aún más rápido que cuando había llegado a la Academia, y lo terminó en sus brazos, como si de una promesa silenciosa se tratase. Promesa que pronto tomó forma en los labios de la muchacha.
- Nunca me voy a separar de ti, lo juro- seguía creyendo que estaba raro por creer que no iban a verse tanto como siempre, y dos lágrimas enormes aparecieron en sus mejillas tan bien maquilladas, pero las ocultó abrazando aún más fuerte a su Chico Nieve- mi prometido no es Ansei, es Kin'iro, el cabeza de familia- susurró, con la voz a punto de quebrársele de puro llanto- pero Ansei va a dejar de importarme muy pronto, lo sé. No fue más que un capricho de adolescente- necesitaba soltarlo, dejar caer todo su peso y olvidar, olvidar y centrarse en el futuro- me casaré con Kin'iro, lo haré porque es mi destino, porque así se me ordena, pero jamás voy a quererle, no importa lo que haga ni cuanto me esfuerce, nunca voy a amarle… jamás- y dejó que todo lo que se había tragado durante la comida estallase en mil pedazos.
[FDI2: Así iba vestida Yuka]
Akiyama Yuka- Raso Rei
- Post : 116
Edad : 40
Re: 雪 - Yuki (nieve)
Off: Me ha gustado mucho tu post T^T Con un poco de retraso, pero aquí está el mío:
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La luz del sol caía dulce y suavemente sobre las briznas de hierba que se mecían al compás de la templada brisa. El canto de las aves emergía de entre las frondosas ramas de hermosos colores, aligerando el dolor que oprimía su pecho, como una baldosa helada. Antes de que su amiga llegara, Yuki había tenido tiempo para darle vueltas a la cabeza, reflexionar y autocompadecerse un poco más.
En la soledad de su banco, aguardando con una angustiosa ansiedad a que Yuka apareciera, calibraba los cambios que habrían en adelante en su relación. Es cierto que nunca había esperado ser correspondido en sus sentimientos, mas siempre había existido la ilusión, fantasiosa e improbable, de que eso cambiara con el tiempo. Pero ahora no sólo debía resignarse a que jamás despertaría un interés romántico en la joven profesora, sino que era posible que ella acabase alejándose todavía más de él. Porque, ¿qué pintaría ahora en su vida un don nadie que ni se había graduado todavía en la Academia Shinigami? ¿Cómo podría siquiera pretender competir contra Ansei por su atención? El maldito Hokori era perfecto lo mirase por donde lo mirase, tanto que ni capaz era el pobre de Kyuusei de encontrar un sólo rasgo en él que fuera digno de censura. Y de encontrarlo daría lo mismo, porque Yuka lo amaba, y eso era lo único que importaba en realidad.
Sintió una punzada en el estómago. Qué desagradables resultaban los celos.
"Tal vez podría, ahora que no sólo está enamorada de otro, sino que se va a casar con él, arrancármela del pensamiento de una vez por todas, como debería haber hecho mucho antes... Tengo que hacerlo, porque esto no es sano. No es sano querer a alguien de este modo, de una forma tan egoísta, en la que ni siquiera puedo alegrarme de que ella sea feliz. Es horrible, ¿verdad? Pero es cierto. Quizás una parte de mi sí lo haga, porque en el fondo sé que es lo mejor para ella, que yo de todos modos no he tenido nunca el derecho a reclamarla... ¿Pero, por qué me pasa esto? No deja de ser injusto. Yo no pedí que esto sucediera, nunca lo busqué, y sin embargo estoy pagándolo como si tuviera la culpa, como si hiciera algo malo."
Siempre había pensado que viviría su primera experiencia como algo bello y admirable, que sería un regalo valioso aunque no fuera correspondido. Ahora le parecía que el amor era algo terrible, una especie de maldición que hacía empalidecer la belleza que le rodeaba, que provocaba sentimientos poco nobles en él; era humillante y era doloroso.
No, no lo quería sentir, si era de este modo.
Alzó la mirada, repentinamente empañada, hacia el correr de las nubes en la bóveda celeste. Intentaba evitar ceder a sus emociones, ser tan débil, algo que estaba demostrando ser imposible. Le tembló el labio inferior, pero se negó a llorar y exteriorizar lo lamentable que era. "Tengo la sensación de que hoy nos vamos a despedir."
El dolor le atenazaba la garganta, tanto que costaba creer que sólo fuera tristeza.
"En fin. Sé... sé que no podré impedir que te alejes de mí. Sabía que pasaría algún día, ¿no? Lo sabía. Toda esta situación me molesta, pero al menos..." Tomó una bocanada de aire, porque sentía que se ahogaba, y dio un gran suspiro. "Estaré aquí por si algún día decides volver. Yuka; desearé que seas feliz, aunque esto duela."
Los árboles en flor susurraban como antaño, como cada día, cuando paseaba bajo ellos junto a su estimada amiga, sólo que ahora iban a ser testigos de algo que, estaba casi seguro, no le iba a gustar recordar más adelante.
Algo le hizo despegar las pupilas del cielo y dirigirlas hacia el espacio que había a su derecha. Y ahí estaba. Ella.
Una repentina lengua de fuego le lamió el vientre y estalló en su pecho. Con un movimiento preciso y lento se puso en pie y la observó. La miraba con ojos anhelantes y atentos, incapaz de ser él quien decidiera acercarse. Desde la lejanía, estudió cada elemento sin perderse detalle. "Está preciosa..." pensó, empujando el aire hacia sus pulmones y sientiendo que le flaqueaban las piernas al verla aproximarse. Cuando la tuvo entre sus brazos no pudo controlar el espasmo que hizo temblar todo su cuerpo, mientras sus sentimientos se debatían entre las ganas de echarse a llorar y las de ponerse a dar botes de alegría.
En ese momento todo lo que había a su alrededor habia desaparecido, únicamente tenía ojos para la que era su mejor amiga. Un destello de razón le atravesó, recordándole que no podía hacerse más ilusiones, y que ahora, ella estaba prometida con el único hombre que amaba.
No obstante, sus palabras le hicieron muy feliz cuando le dijo que jamás se separarían, y entendió que lo único que necesitaba era estar al lado de ella, aunque sólo fuera como amigo.
No tuvo mucho tiempo para experimentar el poco alivio que pudiera darle aquella promesa, porque lo que le contó la joven Akiyama a continuación, simplemente lo dejó roto. Y lo dejó roto porque él hubiera estado dispuesto a hacerse a un lado y fingir que no le importaba mientras ella obtuviera lo que siempre había deseado, porque todo dolor sería aceptable mientras al menos ella fuera feliz. Pero eso...
¿Qué clase de broma cruel era aquella?
Yukihiro siempre había sido una persona que se acababa resignando con la suerte que repartía el destino, alguien que entendía que existía una razón que justificaba cada desgracia y miseria que tuvieran que sufrir las personas. Aquello simplemente carecía de sentido, de justicia y de humanidad; algo planeado por algún Dios desalmado que se divertía a costa de las penas por las que hacía pasar a sus marionetas, un tramposo que encontraba el mismo regocijo sádico que un niño arrancándole las alas a un insecto.
No fue capaz de articular palabra, y de haberlo hecho, estaba seguro de que se desmoronaría delante de ella. Sus brazos reaccionaron envolviendo el cuerpo de la chica para abrazarlo, estrechándola de un modo reconfortante. En momentos así sabía que era él quien debía mostrarse fuerte, aunque por dentro estuviera hecho pedazos. Yuka le necesitaba.
"Te juro que hubiera deseado que te quedases con él para que no estuvieras triste. Lo habría aceptado si el único que tuviera que pasarlo mal fuera yo... Te quiero, Yuka. Te quiero tanto que ojalá hubiera sido Ansei quien se sentara hoy a tu lado, así yo me tuviera que morir de celos."
Una de sus manos se adelantó para acariciarle el pelo, con una atención más bien tierna. Su cabello rubio, de miel, era increíblemente suave al tacto. Sin apartarse agachó la mirada, admirando con tristeza la rosada palidez del lóbulo de su oreja, la perfección tierna y cálida de su largo cuello. Los delicados hombros eran estrechos bajo la sedosa envoltura del kimono rojo, que resaltaba la belleza de un cuerpo que parecía forjado en fina porcelana. Era preciosa, sí, y ojalá sólo la quisiera por ello, porque sería más fácil olvidarla. Pero era por mucho, por mucho más que su belleza por lo que se había enamorado de Yuka.
-Sé que puede parecer que estos sentimientos nos aniquilan, que este sufrimiento monstruoso que se retuerce es difícil de llevar. Todo puede parecerte terriblemente duro ahora mismo, y quizás creas que nada se merezca que sonrías, pero te equivocas- su voz era un susurro, y mientras le decía eso, no sabía si ella siquiera estaría prestándole atención entre sus lágrimas.- Aunque él no esté... Yo sí. Yo estaré a tu lado.
Enterró los dedos entre las ondas de oro claro, las apretó con suavidad, y luego las apartó cuidadosamente para sentir el tacto aterciopelado de su nuca con las yemas, deslizándolas en una lenta caricia.
-Me tendrás aquí, pase lo que pase.- Estrecho aún más su abrazo, tanto que el aire cobró el aroma del perfume de Yuka.- Siempre.
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La luz del sol caía dulce y suavemente sobre las briznas de hierba que se mecían al compás de la templada brisa. El canto de las aves emergía de entre las frondosas ramas de hermosos colores, aligerando el dolor que oprimía su pecho, como una baldosa helada. Antes de que su amiga llegara, Yuki había tenido tiempo para darle vueltas a la cabeza, reflexionar y autocompadecerse un poco más.
En la soledad de su banco, aguardando con una angustiosa ansiedad a que Yuka apareciera, calibraba los cambios que habrían en adelante en su relación. Es cierto que nunca había esperado ser correspondido en sus sentimientos, mas siempre había existido la ilusión, fantasiosa e improbable, de que eso cambiara con el tiempo. Pero ahora no sólo debía resignarse a que jamás despertaría un interés romántico en la joven profesora, sino que era posible que ella acabase alejándose todavía más de él. Porque, ¿qué pintaría ahora en su vida un don nadie que ni se había graduado todavía en la Academia Shinigami? ¿Cómo podría siquiera pretender competir contra Ansei por su atención? El maldito Hokori era perfecto lo mirase por donde lo mirase, tanto que ni capaz era el pobre de Kyuusei de encontrar un sólo rasgo en él que fuera digno de censura. Y de encontrarlo daría lo mismo, porque Yuka lo amaba, y eso era lo único que importaba en realidad.
Sintió una punzada en el estómago. Qué desagradables resultaban los celos.
"Tal vez podría, ahora que no sólo está enamorada de otro, sino que se va a casar con él, arrancármela del pensamiento de una vez por todas, como debería haber hecho mucho antes... Tengo que hacerlo, porque esto no es sano. No es sano querer a alguien de este modo, de una forma tan egoísta, en la que ni siquiera puedo alegrarme de que ella sea feliz. Es horrible, ¿verdad? Pero es cierto. Quizás una parte de mi sí lo haga, porque en el fondo sé que es lo mejor para ella, que yo de todos modos no he tenido nunca el derecho a reclamarla... ¿Pero, por qué me pasa esto? No deja de ser injusto. Yo no pedí que esto sucediera, nunca lo busqué, y sin embargo estoy pagándolo como si tuviera la culpa, como si hiciera algo malo."
Siempre había pensado que viviría su primera experiencia como algo bello y admirable, que sería un regalo valioso aunque no fuera correspondido. Ahora le parecía que el amor era algo terrible, una especie de maldición que hacía empalidecer la belleza que le rodeaba, que provocaba sentimientos poco nobles en él; era humillante y era doloroso.
No, no lo quería sentir, si era de este modo.
Alzó la mirada, repentinamente empañada, hacia el correr de las nubes en la bóveda celeste. Intentaba evitar ceder a sus emociones, ser tan débil, algo que estaba demostrando ser imposible. Le tembló el labio inferior, pero se negó a llorar y exteriorizar lo lamentable que era. "Tengo la sensación de que hoy nos vamos a despedir."
El dolor le atenazaba la garganta, tanto que costaba creer que sólo fuera tristeza.
"En fin. Sé... sé que no podré impedir que te alejes de mí. Sabía que pasaría algún día, ¿no? Lo sabía. Toda esta situación me molesta, pero al menos..." Tomó una bocanada de aire, porque sentía que se ahogaba, y dio un gran suspiro. "Estaré aquí por si algún día decides volver. Yuka; desearé que seas feliz, aunque esto duela."
Los árboles en flor susurraban como antaño, como cada día, cuando paseaba bajo ellos junto a su estimada amiga, sólo que ahora iban a ser testigos de algo que, estaba casi seguro, no le iba a gustar recordar más adelante.
Algo le hizo despegar las pupilas del cielo y dirigirlas hacia el espacio que había a su derecha. Y ahí estaba. Ella.
Una repentina lengua de fuego le lamió el vientre y estalló en su pecho. Con un movimiento preciso y lento se puso en pie y la observó. La miraba con ojos anhelantes y atentos, incapaz de ser él quien decidiera acercarse. Desde la lejanía, estudió cada elemento sin perderse detalle. "Está preciosa..." pensó, empujando el aire hacia sus pulmones y sientiendo que le flaqueaban las piernas al verla aproximarse. Cuando la tuvo entre sus brazos no pudo controlar el espasmo que hizo temblar todo su cuerpo, mientras sus sentimientos se debatían entre las ganas de echarse a llorar y las de ponerse a dar botes de alegría.
En ese momento todo lo que había a su alrededor habia desaparecido, únicamente tenía ojos para la que era su mejor amiga. Un destello de razón le atravesó, recordándole que no podía hacerse más ilusiones, y que ahora, ella estaba prometida con el único hombre que amaba.
No obstante, sus palabras le hicieron muy feliz cuando le dijo que jamás se separarían, y entendió que lo único que necesitaba era estar al lado de ella, aunque sólo fuera como amigo.
No tuvo mucho tiempo para experimentar el poco alivio que pudiera darle aquella promesa, porque lo que le contó la joven Akiyama a continuación, simplemente lo dejó roto. Y lo dejó roto porque él hubiera estado dispuesto a hacerse a un lado y fingir que no le importaba mientras ella obtuviera lo que siempre había deseado, porque todo dolor sería aceptable mientras al menos ella fuera feliz. Pero eso...
¿Qué clase de broma cruel era aquella?
Yukihiro siempre había sido una persona que se acababa resignando con la suerte que repartía el destino, alguien que entendía que existía una razón que justificaba cada desgracia y miseria que tuvieran que sufrir las personas. Aquello simplemente carecía de sentido, de justicia y de humanidad; algo planeado por algún Dios desalmado que se divertía a costa de las penas por las que hacía pasar a sus marionetas, un tramposo que encontraba el mismo regocijo sádico que un niño arrancándole las alas a un insecto.
No fue capaz de articular palabra, y de haberlo hecho, estaba seguro de que se desmoronaría delante de ella. Sus brazos reaccionaron envolviendo el cuerpo de la chica para abrazarlo, estrechándola de un modo reconfortante. En momentos así sabía que era él quien debía mostrarse fuerte, aunque por dentro estuviera hecho pedazos. Yuka le necesitaba.
"Te juro que hubiera deseado que te quedases con él para que no estuvieras triste. Lo habría aceptado si el único que tuviera que pasarlo mal fuera yo... Te quiero, Yuka. Te quiero tanto que ojalá hubiera sido Ansei quien se sentara hoy a tu lado, así yo me tuviera que morir de celos."
Una de sus manos se adelantó para acariciarle el pelo, con una atención más bien tierna. Su cabello rubio, de miel, era increíblemente suave al tacto. Sin apartarse agachó la mirada, admirando con tristeza la rosada palidez del lóbulo de su oreja, la perfección tierna y cálida de su largo cuello. Los delicados hombros eran estrechos bajo la sedosa envoltura del kimono rojo, que resaltaba la belleza de un cuerpo que parecía forjado en fina porcelana. Era preciosa, sí, y ojalá sólo la quisiera por ello, porque sería más fácil olvidarla. Pero era por mucho, por mucho más que su belleza por lo que se había enamorado de Yuka.
-Sé que puede parecer que estos sentimientos nos aniquilan, que este sufrimiento monstruoso que se retuerce es difícil de llevar. Todo puede parecerte terriblemente duro ahora mismo, y quizás creas que nada se merezca que sonrías, pero te equivocas- su voz era un susurro, y mientras le decía eso, no sabía si ella siquiera estaría prestándole atención entre sus lágrimas.- Aunque él no esté... Yo sí. Yo estaré a tu lado.
Enterró los dedos entre las ondas de oro claro, las apretó con suavidad, y luego las apartó cuidadosamente para sentir el tacto aterciopelado de su nuca con las yemas, deslizándolas en una lenta caricia.
-Me tendrás aquí, pase lo que pase.- Estrecho aún más su abrazo, tanto que el aire cobró el aroma del perfume de Yuka.- Siempre.
Kyuusei Yukihiro- Raso Jin
- Post : 103
Edad : 34
Re: 雪 - Yuki (nieve)
[FDI: Que sepas que me encanta este tema, ¡qué adorable es Yuki! *O*]
Cuando los sollozos que había ocultado en su garganta salieron al exterior supo que ya no iba a poder parar de llorar, que iba a refugiarse en los brazos de su amigo y que necesitaría más que unas palmaditas para poder calmarse. Se sentía tan sucia, tan poca cosa, como si no fuera más que una mercancia. Sus padres la habían vendido como se vende un trozo de carne en el mercado, como si no tuviera más utilidad que casarse con alguien de igual rango y tener bebés como una -perdonadme la burda comparación- coneja cualquiera. La idea de que su prometido fuera Ansei había encendido su imaginación, sus ilusiones habían cobrado vida. Ya se veía junto a él, en las reuniones de los nobles, sirviéndole el té y cuidando de los niños. Ese había sido su sueño desde hacía años, pero todo había acabado por convertirse en una cruel pesadilla que la cogía entre sus garras y volvía a repetirle lo poco que valía, que solo tenía su físico y su nombre. Y no era solo que no fuera a casarse con quien soñaba, era que debería verle con su esposa (si le estaban buscando una esposa a Kin'iro era porque sus hermanos mayores ya habrían concertado sendos matrimonios) en cualquier ocasión que se preciase. Estaba convencida que los Akiyama serían invitados de honor a todas las bodas de la familia, ¡ella también iba a convertirse pronto en una Hokori!, y eso hizo que comenzase a temblar como una hoja de papel entre los brazos de Yuki. Quizás por eso no notó el espasmo que sacudió a su amigo cuando se colgó de su pecho. Y tras unos momentos, momentos en que el joven asimilaba lo que su amiga le contaba, la abrazó, la apretó contra sí con una dulzura máxima, con una determinación y un sentimiento que no dejaba dudas.
En momentos como aquel, en esos momentos en los que tu corazón está roto, en los que no sabes a quien o a qué recurrir, es cuando aparece la naturaleza oculta de las personas, cuando se ve que hay tras las envolturas de carne, tras la fuerza y la pose aparentes. Y la profesora acababa de abrirse en dos, de sacar lo más íntimo, lo más personal. Cuando El Chico Nieve le tocó el pelo sintió que se moría, que aquella garra de hierro que se empecinaba en arañar sus entrañas apretaba más fuerte, ¿o quizás por otro tipo de sentimiento sin nombre? Dejó escapar un quejido y hundió el rostro en su hombro de Yuki, moviendo la cabeza arriba y abajo, para sentir mejor el tacto de su mano en el moño medio deshecho. Mano que pronto dejó de estar donde se apoyaba para bajar hasta su nuca, y aunque no fuera el momento ni el lugar, entre tantas lágrimas y pesar, se estremeció, entera, como solo haría una mujer en los brazos de un hombre. Notó que una sensación desconocida se apoderaba de su cuerpo y que la hacía sentir las rodillas flojas. Pero se resistió a ella, y no fue solo por lo mucho que lloraba, por lo incapaz de era de dejar de hacerlo. Fue porque, simplemente no podía hacerlo, no debía. Y para apartar aquello de sí misma pensó en las palabras de su mejor amigo. “Yo estaré a tu lado. Me tendrás aquí, pase lo que pase. Siempre.” Los trozos del destrozado corazón de la shinigami parecieron vibrar todos a la vez cuando oyó eso. Solo entonces alzó un poco su azulada mirada y la clavó en Yukihiro. Sin gafas no terminaba de ver bien del todo, pero aunque se las pusiera, dudaba que las lágrimas la dejaran hacerlo, por eso continuaron en su kimono, pero las palabras si llegaron, alta y claras- no me dejes, no me dejes nunca- y se dejó caer en el banco, tirando de su amigo tras de sí.
Cuando aterrizaron se tomó la licencia de apoyar la mejilla en su hombro y tomó su brazo, para colocárselo alrededor de los suyos. Por una vez en su vida, necesitaba que alguien le recordara que era algo más que la heredera de la familia Akiyama, la obediente hija, la esposa perfecta. Quería ser solo ella, solo Yuka. Y eso, nunca podría serlo, no en su casa, y mucho menos cuando fuera una mujer casada. Ojala pudiera dejar de ser lo que era y convertirse en una chica normal. Daría todo lo que tenía, hasta el kimono que llevaba puesto, por no tener que sonrojase cada vez que alguien la llamaba señorita o por no acaparar la atención de aquellos que conocían a sus padres. Aquello no era vida, nunca lo había sido, aunque solo ahora era capaz de verlo con claridad, ahora que iba a convertirse en un florero en el pasillo, en una fábrica de bebés. Lo único que deseaba ella en esos momentos, cuando solo le quedaba el dolor, era ser profesora para siempre, pasar el tiempo entrenando en el Escuadrón y viendo a Yuki en cualquier momento. No quería más. Pero la ropa que llevaba, todo ese maquillaje falso, le recordaba una y otra vez a que mundo pertenecía, que nunca podría escapar.
- ¿Sabes qué es lo peor?- dijo por fin, con la voz gangosa, preñada de lágrimas- que cuando me case, voy a convertirme en un adorno, en un simple objeto decorativo para enseñar a los demás, porque él no me ama, ni yo le amo a él. Y yo no quiero ser eso, Yuki, no quiero dejar el escuadrón, ni las clases, no quiero dejarte a ti- había matrimonios perfectos, que se compenetraban y que decidían juntos, como sus padres, pero no todos eran así. En algunas casas nobles había visto como trataban a las mujeres y no le gustaba en absoluto, no quería sentirse alguien inútil. Kin´iro parecía una buena persona, dudaba que la molestase mucho, pero conocía a la casta noble de la Sociedad de las Almas, y no quería vivir algo así. Se apretó más contra Yuki y le observó de reojo, desde abajo. Parecía tan serio, tan confiable, que la rubia se sentía siempre protegida con él, acompañada.
Cerró los ojos y dos enormes lagrimones se desplazaron lánguidamente por sus mejillas, que de tanto lloro, empezaban a irritarse. Ojala al día siguiente todo resultase ser un mal sueño. No habría existido ningún omiai, no se habría sentido como un trofeo expuesto en una vitrina. Jamás le habrían roto el corazón de ese modo, seguiría intacto. Y en vez de estar abrazada a su amigo como si le fuera la vida en ello estarían tomando té y charlando sobre las clases, riendo y haciendo bromas. Pero aquel no era el caso. Cuando abrió los ojos, tenía las pestañas húmedas y se sentía como si le hubiera pasado un camión por encima, uno bien grande. Aunque aquello no era lo peor, ojala lo hubiera sido. Lo más triste de todo era la visión de las rojas y caras vestiduras y de la manicura perfecta, que le recordaban una y otra vez cuanto se había emocionado con el compromiso, cuanto lo había deseado. Daba igual que su marido fuera a ser Ansei, sería concertado, no por amor. Se odió a sí misma por permitirlo, por permitirlo todo, y apretó los dientes, para estallar en un arrebato. Se arrancó todo lo que llevaba en el cabello y lo dejó caer todo, al suelo. La larga melena de Yuka hizo de nuevo su aparición y se limpió el rostro en una manga para recuperar sus gafas.
- No voy a llorar más. Me han educado para esto, debería estar preparada. Pero no importa, aún queda mucho para la boda, tengo tiempo. Me haré a la idea, pero que no se le ocurra creer a nadie que voy a enamorarme de Hokori Kin'iro, jamás. Lo sé- y aunque aún no conociera la razón, buena parte de ello tenía que ver con como se acababa de sentir en los brazos de su amigo, le había abrazado de un modo… de una manera que la joven profesora nunca sería capaz de olvidar. Y pronto, pronto entendería todo. La luz se haría en su cerebro, y el miedo, la obstinación y la sensación de que nunca conseguiría lo que en realidad deseaba de todo corazón se harían sus amigos inseparables.
Cuando los sollozos que había ocultado en su garganta salieron al exterior supo que ya no iba a poder parar de llorar, que iba a refugiarse en los brazos de su amigo y que necesitaría más que unas palmaditas para poder calmarse. Se sentía tan sucia, tan poca cosa, como si no fuera más que una mercancia. Sus padres la habían vendido como se vende un trozo de carne en el mercado, como si no tuviera más utilidad que casarse con alguien de igual rango y tener bebés como una -perdonadme la burda comparación- coneja cualquiera. La idea de que su prometido fuera Ansei había encendido su imaginación, sus ilusiones habían cobrado vida. Ya se veía junto a él, en las reuniones de los nobles, sirviéndole el té y cuidando de los niños. Ese había sido su sueño desde hacía años, pero todo había acabado por convertirse en una cruel pesadilla que la cogía entre sus garras y volvía a repetirle lo poco que valía, que solo tenía su físico y su nombre. Y no era solo que no fuera a casarse con quien soñaba, era que debería verle con su esposa (si le estaban buscando una esposa a Kin'iro era porque sus hermanos mayores ya habrían concertado sendos matrimonios) en cualquier ocasión que se preciase. Estaba convencida que los Akiyama serían invitados de honor a todas las bodas de la familia, ¡ella también iba a convertirse pronto en una Hokori!, y eso hizo que comenzase a temblar como una hoja de papel entre los brazos de Yuki. Quizás por eso no notó el espasmo que sacudió a su amigo cuando se colgó de su pecho. Y tras unos momentos, momentos en que el joven asimilaba lo que su amiga le contaba, la abrazó, la apretó contra sí con una dulzura máxima, con una determinación y un sentimiento que no dejaba dudas.
En momentos como aquel, en esos momentos en los que tu corazón está roto, en los que no sabes a quien o a qué recurrir, es cuando aparece la naturaleza oculta de las personas, cuando se ve que hay tras las envolturas de carne, tras la fuerza y la pose aparentes. Y la profesora acababa de abrirse en dos, de sacar lo más íntimo, lo más personal. Cuando El Chico Nieve le tocó el pelo sintió que se moría, que aquella garra de hierro que se empecinaba en arañar sus entrañas apretaba más fuerte, ¿o quizás por otro tipo de sentimiento sin nombre? Dejó escapar un quejido y hundió el rostro en su hombro de Yuki, moviendo la cabeza arriba y abajo, para sentir mejor el tacto de su mano en el moño medio deshecho. Mano que pronto dejó de estar donde se apoyaba para bajar hasta su nuca, y aunque no fuera el momento ni el lugar, entre tantas lágrimas y pesar, se estremeció, entera, como solo haría una mujer en los brazos de un hombre. Notó que una sensación desconocida se apoderaba de su cuerpo y que la hacía sentir las rodillas flojas. Pero se resistió a ella, y no fue solo por lo mucho que lloraba, por lo incapaz de era de dejar de hacerlo. Fue porque, simplemente no podía hacerlo, no debía. Y para apartar aquello de sí misma pensó en las palabras de su mejor amigo. “Yo estaré a tu lado. Me tendrás aquí, pase lo que pase. Siempre.” Los trozos del destrozado corazón de la shinigami parecieron vibrar todos a la vez cuando oyó eso. Solo entonces alzó un poco su azulada mirada y la clavó en Yukihiro. Sin gafas no terminaba de ver bien del todo, pero aunque se las pusiera, dudaba que las lágrimas la dejaran hacerlo, por eso continuaron en su kimono, pero las palabras si llegaron, alta y claras- no me dejes, no me dejes nunca- y se dejó caer en el banco, tirando de su amigo tras de sí.
Cuando aterrizaron se tomó la licencia de apoyar la mejilla en su hombro y tomó su brazo, para colocárselo alrededor de los suyos. Por una vez en su vida, necesitaba que alguien le recordara que era algo más que la heredera de la familia Akiyama, la obediente hija, la esposa perfecta. Quería ser solo ella, solo Yuka. Y eso, nunca podría serlo, no en su casa, y mucho menos cuando fuera una mujer casada. Ojala pudiera dejar de ser lo que era y convertirse en una chica normal. Daría todo lo que tenía, hasta el kimono que llevaba puesto, por no tener que sonrojase cada vez que alguien la llamaba señorita o por no acaparar la atención de aquellos que conocían a sus padres. Aquello no era vida, nunca lo había sido, aunque solo ahora era capaz de verlo con claridad, ahora que iba a convertirse en un florero en el pasillo, en una fábrica de bebés. Lo único que deseaba ella en esos momentos, cuando solo le quedaba el dolor, era ser profesora para siempre, pasar el tiempo entrenando en el Escuadrón y viendo a Yuki en cualquier momento. No quería más. Pero la ropa que llevaba, todo ese maquillaje falso, le recordaba una y otra vez a que mundo pertenecía, que nunca podría escapar.
- ¿Sabes qué es lo peor?- dijo por fin, con la voz gangosa, preñada de lágrimas- que cuando me case, voy a convertirme en un adorno, en un simple objeto decorativo para enseñar a los demás, porque él no me ama, ni yo le amo a él. Y yo no quiero ser eso, Yuki, no quiero dejar el escuadrón, ni las clases, no quiero dejarte a ti- había matrimonios perfectos, que se compenetraban y que decidían juntos, como sus padres, pero no todos eran así. En algunas casas nobles había visto como trataban a las mujeres y no le gustaba en absoluto, no quería sentirse alguien inútil. Kin´iro parecía una buena persona, dudaba que la molestase mucho, pero conocía a la casta noble de la Sociedad de las Almas, y no quería vivir algo así. Se apretó más contra Yuki y le observó de reojo, desde abajo. Parecía tan serio, tan confiable, que la rubia se sentía siempre protegida con él, acompañada.
Cerró los ojos y dos enormes lagrimones se desplazaron lánguidamente por sus mejillas, que de tanto lloro, empezaban a irritarse. Ojala al día siguiente todo resultase ser un mal sueño. No habría existido ningún omiai, no se habría sentido como un trofeo expuesto en una vitrina. Jamás le habrían roto el corazón de ese modo, seguiría intacto. Y en vez de estar abrazada a su amigo como si le fuera la vida en ello estarían tomando té y charlando sobre las clases, riendo y haciendo bromas. Pero aquel no era el caso. Cuando abrió los ojos, tenía las pestañas húmedas y se sentía como si le hubiera pasado un camión por encima, uno bien grande. Aunque aquello no era lo peor, ojala lo hubiera sido. Lo más triste de todo era la visión de las rojas y caras vestiduras y de la manicura perfecta, que le recordaban una y otra vez cuanto se había emocionado con el compromiso, cuanto lo había deseado. Daba igual que su marido fuera a ser Ansei, sería concertado, no por amor. Se odió a sí misma por permitirlo, por permitirlo todo, y apretó los dientes, para estallar en un arrebato. Se arrancó todo lo que llevaba en el cabello y lo dejó caer todo, al suelo. La larga melena de Yuka hizo de nuevo su aparición y se limpió el rostro en una manga para recuperar sus gafas.
- No voy a llorar más. Me han educado para esto, debería estar preparada. Pero no importa, aún queda mucho para la boda, tengo tiempo. Me haré a la idea, pero que no se le ocurra creer a nadie que voy a enamorarme de Hokori Kin'iro, jamás. Lo sé- y aunque aún no conociera la razón, buena parte de ello tenía que ver con como se acababa de sentir en los brazos de su amigo, le había abrazado de un modo… de una manera que la joven profesora nunca sería capaz de olvidar. Y pronto, pronto entendería todo. La luz se haría en su cerebro, y el miedo, la obstinación y la sensación de que nunca conseguiría lo que en realidad deseaba de todo corazón se harían sus amigos inseparables.
Akiyama Yuka- Raso Rei
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Edad : 40
Re: 雪 - Yuki (nieve)
Ambos continuaron abrazados bajo la mirada indiferente de un sol que se ocultaba en el horizonte, ajeno a sus sentimientos y flaquezas, ajeno a la historia de amor imposible que había empezado una tarde de invierno en los pasillos de la Academia Shinigami, unos años atrás. Desde ese día habían permanecido juntos, consolidando con el tiempo unos lazos de amistad que los dos sólo habían conocido hasta entonces a través de las amarillentas páginas de un libro, o que habían aprendido a envidiar silenciosamente de terceros. Porque aunque la joven Akiyama y el mismo Kyuusei contasen con un carácter agradable y una mente ágil, la popularidad era algo ajeno, algo que les sucedía a los demás. No a ellos.
Más tarde descubrirían que aunque su talento social siguiera siendo el mismo, para ambos estaba bien así mientras se tuvieran el uno al otro.
Pero ese plácido bienestar se había empañado con los sucesos recientes.
Al enterarse de que su amiga iba a prometerse en matrimonio con un joven de casa noble, esta noticia se había llevado consigo gran parte de la voluntad de Yukihiro, casi convirtiéndolo en un reflejo pálido y roto de él mismo. Ahora que se había revelado además que a su infelicidad se iba a unir la de la hermosa profesora, la poca entereza que le quedaba amenazaba con hacerse añicos. Por eso, mientras la rodeaba entre sus brazos y trataba de darle consuelo con sus palabras, se juraba a sí mismo mientras que lo pronunciaba en voz alta que permanecería a su lado pasara lo que pasara, que juntos superarían aquella adversidad y las que pudieran venir. Y puede ser que Yuki no fuera excesivamente valiente, ni el hombre con mayor fortaleza del mundo, pero cuando hacía una promesa de corazón, estaba dispuesto a cumplirla al precio que fuera.
Justo cuando hubo terminado de hacer su juramento, Yuka alzó la mirada hacia a él. Cuando lo observaba así, tan significativamente, con tanta franqueza, las sombras que acechaban su interior parecían replegarse. Aquella demanda tan directa le sacudió en lo más hondo, y apenas le dio tiempo a reaccionar e impedir que la rubia se dañara en su descenso hacia el banco. Se acomodó como pudo en el limitado espacio que ofrecía el asiento, notándola más cerca de lo que nunca había estado de ninguna mujer. En aquel momento cualquiera que los observase en aquellas circunstancias podría haber pensado quién sabe qué, pero su amiga estaba mal, y no iba a ser él quien le negase el consuelo que necesitaba, aunque fuera en una posición tan comprometida.
La escuchó sin saber muy bien qué decir, sin aclararse con ese amasijo de sentimientos que le asaltaban desordenadamente, sin darle tregua.
Murmuró su nombre sin fuerza, contemplando cómo se deshacía de los adornos que habían decorado su cabello. El maquillaje también había comenzado a sufrir los efectos de las lágrimas. Una sensación dolorosa lo asaltó mientras la observaba, con su larga cabellera ahora suelta, y las gafas sobre el puente de su preciosa nariz. Le gustaba más así; le quedaban genial.
Aunque estaba enfadado con el mundo en general, y con las familias nobles en concreto, había algo de lo que estaba seguro.
Se incorporó ligeramente, con un codo apoyado sobre la madera del banco, y habló muy sinceramente a Yuka, a quien ahora miraba, notando cómo la tristeza había dejado espacio al enfado y la determinación en su juvenil rostro.
-Tus padres te quieren, Yuka. Tu mundo es tan diferente del mío como para que hayan muchas cosas que no sepa o comprenda, pero el amor de unos padres hacia su hija no entiende de clases sociales-. Le había costado decir aquello, porque estaba furioso con los señores Akiyama y sus costumbres, pero más esfuerzo le iba a suponer afirmar lo siguiente- Tu esposo debe de ser un gran hombre, o no lo habrían elegido para entregarle lo más preciado que tienen: A ti. Y cuando él te conozca, te amará, como todos los que te conocemos...- tragó saliva y agachó un instante la mirada, notando cómo la garganta se le cerraba de la angustia. Sabía que todo lo que estaba diciendo era cierto, o al menos él no podía creer en otra cosa. Aun así, dolía tener que convencer a la persona que amas de que estará bien con otro hombre.- Te tratará bien... No vas a tener que renunciar a las clases ni a nada que te haga feliz. Tu familia no habría tomado una decisión que te hiciera sentir desgraciada. Necesitarás un tiempo, pero ya verás como todo estará bien...
Se dio cuenta de que su mano izquierda, con voluntad propia, había tomado una de las de Yuka y la mantenía agarrada, acariciando el dorso de ésta con el dedo pulgar. No estaba acostumbrado a este tipo de demostraciones afectivas, y aunque la había estado abrazando y acariciando los últimos minutos, seguía sin estar seguro de que fuera muy correcto permanecer tumbados y agarrados de la mano. La soltó sin demasiado descaro y carraspeó suavemente, haciendo uso de la flexibilidad obtenida en los entrenamientos para ponerse en pie sin tirar a su amiga del banco o acabar protagonizando una escena embarazosa.
Le dio la espalda y contempló el cielo, que ya oscurecía. Todo lo que había dicho tal vez no la había ayudado a sentirse mejor, pero, ¿qué otra cosa podría hacer? Él, que no tenía nada más que ofrecer que su amistad incondicional, no podía salvar a Yuka de su situación, por mucho que lo deseara. Su única opción era trabajar duro para llegar a convertirse en Shinigami y así estar cerca de la profesora, distraerla con el fin de hacerle toda la situación más llevadera. Y, por mucho que le doliera, rezar para que el matrimonio con el Hokori saliera bien y se enamorase de su marido.
Se frotó el cuello, molesto. Cada vez que imaginaba a Yuka con otro hombre, era como tener fuego líquido en la espina dorsal.
Quizá, con el tiempo, llegara a acostumbrarse a esa sensación.
-Ya se hace tarde. Imagino que tendrás que regresar- dijo, volviéndose hacia la chica. No le apetecía nada tener que despedirse tan pronto de ella-. Estoy pensando en que hoy habrá luna llena y... bueno, los jardines iluminados por su luz se convierten en un buen lugar para pasear. ¿Qué me dices, Yuka? ¿Les damos una oportunidad antes de volver?
Y algo tímidamente, pero luciendo una franca sonrisa, le tendió su mano. Al día siguiente volverían a la rutina de las clases, a las preocupaciones acerca de su futuro y a la incertidumbre de si sería posible mantener su promesa de permanecer siempre juntos, pero esa noche les pertenecía. Eran Yuka y Yuki, dos grandes amigos, que hablarían sobre las cosas que más les gustaban mientras el tiempo pasaba sin que se dieran cuenta. Eso era lo único que importaba y, lo demás, podía esperar perfectamente hasta mañana y dejarles disfrutar de esta pequeña tregua.
Más tarde descubrirían que aunque su talento social siguiera siendo el mismo, para ambos estaba bien así mientras se tuvieran el uno al otro.
Pero ese plácido bienestar se había empañado con los sucesos recientes.
Al enterarse de que su amiga iba a prometerse en matrimonio con un joven de casa noble, esta noticia se había llevado consigo gran parte de la voluntad de Yukihiro, casi convirtiéndolo en un reflejo pálido y roto de él mismo. Ahora que se había revelado además que a su infelicidad se iba a unir la de la hermosa profesora, la poca entereza que le quedaba amenazaba con hacerse añicos. Por eso, mientras la rodeaba entre sus brazos y trataba de darle consuelo con sus palabras, se juraba a sí mismo mientras que lo pronunciaba en voz alta que permanecería a su lado pasara lo que pasara, que juntos superarían aquella adversidad y las que pudieran venir. Y puede ser que Yuki no fuera excesivamente valiente, ni el hombre con mayor fortaleza del mundo, pero cuando hacía una promesa de corazón, estaba dispuesto a cumplirla al precio que fuera.
Justo cuando hubo terminado de hacer su juramento, Yuka alzó la mirada hacia a él. Cuando lo observaba así, tan significativamente, con tanta franqueza, las sombras que acechaban su interior parecían replegarse. Aquella demanda tan directa le sacudió en lo más hondo, y apenas le dio tiempo a reaccionar e impedir que la rubia se dañara en su descenso hacia el banco. Se acomodó como pudo en el limitado espacio que ofrecía el asiento, notándola más cerca de lo que nunca había estado de ninguna mujer. En aquel momento cualquiera que los observase en aquellas circunstancias podría haber pensado quién sabe qué, pero su amiga estaba mal, y no iba a ser él quien le negase el consuelo que necesitaba, aunque fuera en una posición tan comprometida.
La escuchó sin saber muy bien qué decir, sin aclararse con ese amasijo de sentimientos que le asaltaban desordenadamente, sin darle tregua.
Murmuró su nombre sin fuerza, contemplando cómo se deshacía de los adornos que habían decorado su cabello. El maquillaje también había comenzado a sufrir los efectos de las lágrimas. Una sensación dolorosa lo asaltó mientras la observaba, con su larga cabellera ahora suelta, y las gafas sobre el puente de su preciosa nariz. Le gustaba más así; le quedaban genial.
Aunque estaba enfadado con el mundo en general, y con las familias nobles en concreto, había algo de lo que estaba seguro.
Se incorporó ligeramente, con un codo apoyado sobre la madera del banco, y habló muy sinceramente a Yuka, a quien ahora miraba, notando cómo la tristeza había dejado espacio al enfado y la determinación en su juvenil rostro.
-Tus padres te quieren, Yuka. Tu mundo es tan diferente del mío como para que hayan muchas cosas que no sepa o comprenda, pero el amor de unos padres hacia su hija no entiende de clases sociales-. Le había costado decir aquello, porque estaba furioso con los señores Akiyama y sus costumbres, pero más esfuerzo le iba a suponer afirmar lo siguiente- Tu esposo debe de ser un gran hombre, o no lo habrían elegido para entregarle lo más preciado que tienen: A ti. Y cuando él te conozca, te amará, como todos los que te conocemos...- tragó saliva y agachó un instante la mirada, notando cómo la garganta se le cerraba de la angustia. Sabía que todo lo que estaba diciendo era cierto, o al menos él no podía creer en otra cosa. Aun así, dolía tener que convencer a la persona que amas de que estará bien con otro hombre.- Te tratará bien... No vas a tener que renunciar a las clases ni a nada que te haga feliz. Tu familia no habría tomado una decisión que te hiciera sentir desgraciada. Necesitarás un tiempo, pero ya verás como todo estará bien...
Se dio cuenta de que su mano izquierda, con voluntad propia, había tomado una de las de Yuka y la mantenía agarrada, acariciando el dorso de ésta con el dedo pulgar. No estaba acostumbrado a este tipo de demostraciones afectivas, y aunque la había estado abrazando y acariciando los últimos minutos, seguía sin estar seguro de que fuera muy correcto permanecer tumbados y agarrados de la mano. La soltó sin demasiado descaro y carraspeó suavemente, haciendo uso de la flexibilidad obtenida en los entrenamientos para ponerse en pie sin tirar a su amiga del banco o acabar protagonizando una escena embarazosa.
Le dio la espalda y contempló el cielo, que ya oscurecía. Todo lo que había dicho tal vez no la había ayudado a sentirse mejor, pero, ¿qué otra cosa podría hacer? Él, que no tenía nada más que ofrecer que su amistad incondicional, no podía salvar a Yuka de su situación, por mucho que lo deseara. Su única opción era trabajar duro para llegar a convertirse en Shinigami y así estar cerca de la profesora, distraerla con el fin de hacerle toda la situación más llevadera. Y, por mucho que le doliera, rezar para que el matrimonio con el Hokori saliera bien y se enamorase de su marido.
Se frotó el cuello, molesto. Cada vez que imaginaba a Yuka con otro hombre, era como tener fuego líquido en la espina dorsal.
Quizá, con el tiempo, llegara a acostumbrarse a esa sensación.
-Ya se hace tarde. Imagino que tendrás que regresar- dijo, volviéndose hacia la chica. No le apetecía nada tener que despedirse tan pronto de ella-. Estoy pensando en que hoy habrá luna llena y... bueno, los jardines iluminados por su luz se convierten en un buen lugar para pasear. ¿Qué me dices, Yuka? ¿Les damos una oportunidad antes de volver?
Y algo tímidamente, pero luciendo una franca sonrisa, le tendió su mano. Al día siguiente volverían a la rutina de las clases, a las preocupaciones acerca de su futuro y a la incertidumbre de si sería posible mantener su promesa de permanecer siempre juntos, pero esa noche les pertenecía. Eran Yuka y Yuki, dos grandes amigos, que hablarían sobre las cosas que más les gustaban mientras el tiempo pasaba sin que se dieran cuenta. Eso era lo único que importaba y, lo demás, podía esperar perfectamente hasta mañana y dejarles disfrutar de esta pequeña tregua.
Kyuusei Yukihiro- Raso Jin
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