Luna de verano

Aunque la luz de las lamparillas se traslucía tras los paneles de las puertas shōji el pasillo se encontraba traicioneramente oscuro, y Hotaru no llevaba consigo ninguna luz, tan sólo su determinación habitual para ir hacia donde le diera la gana. Incapaz de recordar si habían armas amontonadas contra la pared que pudieran formar un estrépito si ella tropezaba, se movió lentamente a través del angosto corredor, guiándose con la mano que deslizaba sobre el muro y le indicaba hacia dónde torcer sus pasos. La cocina debía estar en algún lugar hacia su izquierda, y sin tener que andar mucho más sus dedos descubrieron la ansiada entrada, que cruzó tras lograr abrirla. A diferencia de la mayoría de la casa, casi sumida en la más completa oscuridad, la cocina se hallaba en penumbra gracias al pálido resplandor de la oronda luna que se extendía en el cielo y arrojaba su luz a través de las ventanas. De este modo pudo buscar cómodamente sin tener que preocuparse de encender ninguna lámpara, descubriendo una reserva de ciruelas doradas -de las cuales unas pocas fueron a parar a sus bolsillos- y algunas nueces que le servirían para practicar su puntería con los borrachos que se cruzaría más tarde por la calle, de vuelta al Seireitei. Sin embargo y para frustración suya, no encontró más alcohol en la despensa ni en los armarios. Fallada su misión pero al menos no con las manos vacías, la mujer volvió por donde había venido y vagó por la casa ya acostumbrada a la poca iluminación, silenciosa como un gato al acecho. Su mano diestra seguía palpando la pared, mientras ella masticaba una de las ciruelas que se había llevado de la cocina. Las voces de los otros ocupantes de la morada apenas eran un susurro lejano, pero a medida que se distanciaba de tal sonido su oído captaba uno nuevo que no tardó en identificar. Otra persona en su lugar habría dado media vuelta, o al menos habría tenido un mínimo de vergüenza para no seguir avanzando y acaso escuchar a escondidas. Ella no. Lamiéndose el zumo dulzón de la comisura, Hotaru rastreó aquel ruido y caminó a tientas en su dirección.

Ni siquiera se habían tomado el tiempo de cerrar adecuadamente. Apenas alzando un rumor al deslizarla, Hotaru abrió otro poco más la puerta del dormitorio y se asomó, descubriendo a las dos figuras enredadas sobre el futón deshecho, él encima de ella, haciendo que pareciera diminuta e indefensa. Sin ser descubierta todavía, o tal vez sí pero no suponiendo suficiente distracción, la shinigami se apoyó en el marco de la puerta para observar lo que la pobre claridad procedente del exterior le permitía. Estaban de espaldas a ella, o bueno, más bien él, pues lo que alcanzaba a ver de la mujer eran sus piernas, blancas como columnas de marfil, y una mano pequeña crispada sobre el tatami. Lo que salía de sus bocas era confuso: una maraña de suspiros, palabras entrecortadas y jadeos. Los ojos verdes de Hotaru dejaron de prestar atención a los espasmos que se habían apoderado de las extremidades de la mujer y se deslizaron por la espalda de su amante hasta la parte más baja de ésta. Mordió el fruto que sostenía casi con indiferencia y se despegó del marco de madera oscura.

— Hey, se ha acabado el sake y me aburro— dijo en voz alta, delatando su presencia si es que no había sido ya advertida—. Ve terminando rápido o me largo sola. Te espero afuera.

Retrocedió un paso y cerró la puerta, sin importarle haberles interrumpido en un momento así. De hecho se lo merecían por haberla dejado sin el alcohol ni la distracción suficientes para pasar el rato.

El recorrido hacia la salida fue mucho más sencillo y hasta allí se dirigió despreocupadamente. Hotaru salió sin despedirse de nadie y se sentó en las escaleras a esperar unos minutos, jugando con una de sus sandalias, haciendo sonar su suela de madera contra el suelo de piedra cada vez que subía y bajaba el pie. Había arrojado el hueso de la ciruela hacia los arbustos que rodeaban la vivienda e iba ya por la segunda, escuchando el canto de los grillos y el ladrido de algún perro callejero. Por suerte era una noche agradablemente fresca para ser verano.

Sus movimientos eran lentos y acompasados, siguiendo un continuo y fluido vaivén siempre que su amante le permitiera seguir el ritmo marcado, pues éste siempre podía ser cortado por algún mordisco traicionero en el cuello o algún profundo arañazo en los brazos o espalda. 

Sin embargo, se estaba volviendo viejo, o quizás un tanto anticuado. Ya le daba cierto reparo el tener sexo salvaje en habitaciones como esas, donde las paredes son de papel y los gemidos y gritos femeninos demasiados escandalosos podían escucharse en toda la manzana.
O quizás era la continua exigencia de ser capitán y guardar las apariencias lo que le había vuelto precavido y temeroso de su intimidad. Con la de veces que había asaltado a jóvenes chicas, y quizás no tan jóvenes, en cualquier lugar, ya fuera un almacén, un cuartucho de limpieza del Gotei o incluso cualquier arbusto del camino que no hiciera que aquel acto fuera demasiado explícito. 

Chiesa notaba como una gota de sudor caía por su rostro, pero cuando estaba a punto de caer, ella le acarició el rostro con abrupta dulzura. Él empezó a besarle la mano, siguiendo por todo el brazo hasta quedar a pocos centímetros de su rostro, notando su cálida y húmeda respiración y viendo con claridad sus ojos entrecerrados. De repente, realizó un movimiento y un beso, ambos profundos, que hicieron que el cuerpo de la chica se estremeciera aún más.

En medio de aquel juego cruel de dulces retiradas y placenteras emboscadas, escuchó una voz a su espalda, incitándole a terminar. Sin querer, arqueó su ceja izquierda, como medida de desaprobación, aunque con aquella oscuridad, aquel movimiento reflejo era, además, inútil. 

En otra época quizás habría pasado de aquello. Actuar egoístamente no era nada nuevo para el, por suerte o por desgracia. Pero parece ser que se había rehabilitado. ¡Dios!, la rehabilitación es tan aburrida. Ahora solo podía pensar en lo que quedaba por hacer, su cuerpo seguía dispuesto a aquella tarea, pero su mente había viajado un poco más lejos. Y odiaba cuando eso pasaba. Con un par de copas de sake más no le habría pasado eso, habría dejado su mente en blanco con más facilidad.

Pero no era un novato, y el estar pensando en otra cosa no iba a impedir que aquella actuación se terminara demasiado pronto. Quizás esa actuación no entrara dentro de su top 10, pero estaba decidido a que si entrara en el de la chica.


Tras unos minutos, una vez vuelto a vestir, se dispuso a salir de aquella habitación. El aire fresco que notó nada más salir fue refrescante y revitalizador, despertándole después del amodorramiento propio del acto. Su piel caliente agradecía aquella sensación y sus músculos se tensaban con ello, en busca de acción rápida.

Así que nada más ver a su teniente, quien se hallaba fuera desde hace un rato, sentada en las escaleras que servían de entrada a la casa, fue hacia ella y le dio una leve patada en el trasero.

- Por tu culpa me he visto obligado a usar mi movimiento especial - El tono era de leve y cómico reproche, pero la voz era serena y calmada. A pesar de que su cuerpo se encontraba listo, su mente todavía se encontraba bajo los efectos de aquella relajación que se producía tras un agradable encuentro. Miró a las estrellas que se agolpaban en el cielo y volvió de nuevo a su teniente. - Ya que te has bebido todo el sake, ¿donde hay que ir ahora para emborracharse, pequeño pozo sin fondo?

Fuera de la casa el cielo era oscuro con tonos azules que empalidecían hasta obtener el matiz del acero cuanto más cerca parecía encontrarse la tierra, salpicado por las diminutas perlas que eran las constelaciones y el gran foco de luz redonda que era la luna. Apenas habían nubes, y estas eran suaves, de aspecto vaporoso, como si fueran humo. Chiesa tuvo la suerte de que a su Teniente le gustara contemplar el cielo, porque de otro modo se habría marchado en cuanto venció el corto plazo de tiempo que le había dado para salir de la habitación. Se habría ido sin el menor remordimiento, se dijo, pues ya lo había hecho en anteriores ocasiones. Pero para ser francos, desde hacía un tiempo las veces que volvían juntos al Seireitei, tal como habían salido de éste, se habían vuelto más frecuentes; durante las noches solían tomar caminos separados en algún momento, pues no lograban ponerse de acuerdo del todo en algunas actividades que llevar a cabo, pero al final uno de los dos buscaba al otro y regresaban juntos al Escuadrón, conversando sobre cualquier estupidez que sólo les hiciera gracia a ellos dos o apurando alguna botella de sake que amenizara el camino. Hotaru no creía en que hubiera una confianza ciega entre ellos, pero a su manera se entendían bastante bien y se aceptaban, por lo que estaba moderadamente contenta con el cambio de División, aunque solía quejarse con frecuencia y echarle las culpas de todo a su Capitán.

Un suave golpe la hizo volverse con el ceño fruncido y un insulto a punto de desenredársele en la lengua, pero al ver de quién se trataba relajó el semblante y en su lugar lució su habitual sonrisa burlona.

— Ambos sabemos que te hice un favor—. Se puso en pie y llevó una mano hasta la ropa del hombre, dando un pequeño tirón en la tela para acomodarla mejor sobre el pecho de éste. En realidad sólo quería secarse los dedos húmedos por el jugo de la ciruela sin que fuera algo demasiado evidente—. Así que de nada por evitarte los minutos innecesarios de quedarte tumbado a su lado mirándola a los ojos y las mentiras que quería escuchar para sentirse un poco menos puta.

Soltó una risita de cruel diversión, dando la vuelta para comenzar a andar, haciendo ondular las mangas de su kimono.

— Podemos ir al centro del distrito. Hay puestos ambulantes de comida y bebida, y peleas de grillos. ¿Tienes algo de dinero para apostar?

Mientras atravesaba el patio se giró para comprobar que el otro la seguía, y redujo la velocidad en sus pasos para dejarse alcanzar por él. Entre que no había podido beber gran cosa y la brisa fresca que soplaba, tenía la cabeza demasiado bien despejada y bastante energía para quemar. Probablemente resolvería ambas cosas dentro de un rato.
Pronto dejaron atrás la casa, que por encontrarse hacia las afueras era algo solitaria. Pasaron junto a un estanque que durante la noche parecía hecho de obsidiana. Los sapos, algo tímidos, dejaron de croar al escuchar a los shinigamis.

— Oye, Bastian— dijo ella de improviso, tras haber pasado un rato callada—. Quitando a los de nuestro Escuadrón, ¿dirías que los shinigamis saben de verdad cómo desenvolverse en el Mundo Humano?

No era muy frecuente que hablasen de trabajo cuando salían a divertirse, pero a veces lo hacían. Realmente hasta podía ser el mejor momento para hablar de según qué cosas, ya que su condición de shinigamis solía pasar inadvertida cuando no llevaban los uniformes y se comportaban como cualquier desvergonzado más del Rukongai.

— La experiencia de muchos se limita a las expediciones que se hacen en la Academia durante los últimos cursos, y puede que muchos después de graduarse hayan pasado años sin ver un hollow antes de que los ataques a la Sociedad de Almas se volvieran más frecuentes— una fina línea marcó la frente de la joven al fruncir el ceño—. Cuanto más lo piensas, más cuenta te das de que estamos organizados como el culo. Hemos tenido suerte de que a los Arrancar se les de peor que a nosotros eso de trabajar en equipo.  

A pesar del golpe, el ánimo de Hotaru parecía más calmado que de costumbre. Por mucho que le fuera capitán, hubiera protestado por aquella manera de avisarle de que ya estaba allí o por que hubiera tardado con aquella chica, aunque realmente el tiempo que había pasado desde su intromisión no había sido tanto. Por lo menos no desde su perspectiva, quizás el estar ocupado en menesteres de cama hacía que el tiempo se le hubiera acortado más de lo que realmente era. 

Sin embargo, a pesar de la muestra de aquella ligera dulzura, por llamarlo de alguna manera, la pequeña teniente seguía siendo un barril de pólvora que podía estallar sin ningún factor externo. Así que a pesar de que podía y quería haber defendido su honor de caballero, como siempre solía hacer, se lo creyera o no, prefirió callarse, pues no habría conseguido nada. O por lo menos nada bueno. Y estaba relajado, no quería ir protestando, por lo menos hasta que pasara un par de minutos más. 

Chiesa observó los movimientos de su teniente. A pesar de su actitud rebelde e independiente, muchas veces se veía tan solo como una niña que solo quería reír y jugar con el viento en su kimono. Aunque realmente después retorciera las cosas hasta un extremo que el capitán todavía no se había aventurado a descubrir, seguramente viviría mejor y más feliz sin saberlo.

 - Claro que tengo dinero. Las pagas de capitanes son buenas y todavía estamos al principio del mes. - Respondió a su interlocutora todavía de pié, estático, mientras ella iba alejándose. Pero como veía que ella no le prestaba atención a nada y su movimiento iba por libre, decidió que era hora de empezar el paseo. - Las de teniente tampoco están nada mal, pero supongo que ya habrás gastado la tuya pagando deudas del mes pasado o del anterior. 


El paseo siguió tranquilo. La brisa le acariciaba el rostro, haciendo que su piel enfriara todo el calor retenido durante el día y parte de la noche. Él era un hijo del verano y del fuego. Y nada resultaba más placentero que una fresca noche con suaves olores y tranquilos sonidos. Y sobre todo, bebida y juego por venir. Aunque la noche todavía era oscura y brillante, no tardarían en llegar a las brillantes luces con las que los puestos ambulantes intentaban engatusar a los que eran débiles ante las tentaciones. Así que por mucho que parecieran estar en un paseo sereno, en consonancia con la naturaleza y por encima del bien y del mal, sabía que cuando llegaran al primer puesto con algo de comida o una carrera de caracoles, acabarían perdiendo la cabeza como unos niños pequeños.

Pero de repente, Hotaru empezó a hablar, rompiendo el silencio que habían creado las ranas al cesar su croar. Chiesa la escuchaba atentamente mientras planteaba su pregunta. A pesar de la mala fama que había tenido, sabía que realmente se preocupaba por la Sociedad de Almas, y también que su manera de pensar era diferente a la de los demás. O por lo menos diferente a la de su capitán. Y además, no le importaba el orden establecido y si las cosas eran de una manera, no había razón para que fueran de otra. 
Y cuando quieres cambiar todo, te sobra el dejar las cosas por fuerza de la costumbre. 

Escuchó con una ceja alzada críticamente las imitaciones de Chiesa de los dos antiguos Capitanes y dejó ver un asomo de sonrisa al imaginar la absurda escena que no llegó a darse con el pecho de la anónima camarera. Pero dejando a un lado esos detalles triviales, aquello de la despersonalización le dio que pensar. No era del tipo de palabras que frecuentaran su lenguaje, pero el concepto no le era desconocido, dándose cuenta de que efectivamente los shinigamis eran conducidos a pensar en los hollows como un grupo totalmente diferenciado a ellos, con el fin de que les fuera más fácil combatirlos. Nunca se había detenido a reflexionarlo, ya que para ella, poco dada a experimentar la duda o remordimientos ante un asesinato, le resultaba innecesario. La ejecución de Hollows, Plus, e incluso otros Shinigamis llegado el caso, ante sus ojos y su ética era totalmente aceptable y prácticamente no encontraba gran distinción entre ellos más allá de lo que imponía el juego de leyes que existía en la Sociedad de Almas. Hotaru tuvo que hacer un esfuerzo para tratar de contemplarlo desde la perspectiva de los demás con el fin de comprender las circunstancias y necesidades del colectivo y no solamente las suyas. Un ejercicio que le resultaba bastante desagradable.

— Tiene algo de sentido— reconoció a regañadientes. No quedando contenta, añadió—: Pero no me parece lo mejor. Es la típica idea de mierda que se le ocurriría a un noble, otra manipulación más de la realidad a favor de sus intereses. ¿Qué conveniente, verdad? Tener una excusa que convierta el asesinato en algo socialmente aceptado, civilizado. Qué buena idea esa la de poder considerar que la matanza es justificable, porque estamos velando por el bien común...— dijo sonriendo ácidamente, sintiendo que la rabia la ahogaba por dentro— Mientras estemos hablando de lo que es bueno para todos, será correcto y aceptable. Pero, ¿no es gracioso que cuando se trata del provecho individual de alguien ya deje de serlo?

Quizá por eso era el tipo de persona que no encajaba dentro de la homogeneidad del Gotei. Hotaru prácticamente vivía sólo para sí misma, tenía demasiado ego y si participaba dentro de una comunidad era por supervivencia, pero al menos podía decirse que era honesta consigo misma y no como la mayoría de la gente, que hablaban de actuar por el bien común cuando realmente se movían por el suyo propio. Lo que la molestaba tanto era esa hipocresía y el pretender que eran mejores que ella, que sus motivaciones eran más nobles que las suyas. Y de una forma más inconsciente quizá, la enfurecía que los demás se exculparan de sus impulsos más elementales valiéndose de coartadas aprobadas socialmente sólo por tener mejor concepto de sí mismos.

Emitió un suspiro irritado y se dispuso a explicar mejor su punto de vista, ya que se había ido un poco por las ramas.

— Vale, es fácil con los hollow. Su forma apenas recuerda ya a la de un ser humano, a simple vista parecen monstruos y hasta cuesta distinguirlos. Nadie se siente mal por combatirlos, nadie se siente identificado con ellos, porque aparentemente no tienen nada en común con nosotros. En su caso lo que decía Orokamono-taichô es bastante útil, al menos para la gente que no piensa ni se hace preguntas, que simplemente necesita sentir que hace lo correcto— agitó la mano en un ademán inmpaciente, concediéndole eso—. Los hollows son más desorganizados y primitivos, en la mayoría de sus apariciones solamente buscan destruír y devorar, así que tampoco te quedan muchas alternativas frente a eso. Lo matas y punto. Pero— su voz perdió aspereza, volviéndose a su vez algo más grave y pausada— no es lo mismo un hollow corriente que un Arrancar. Invéntate lo que quieras para reducir los frenos morales que pueda tener alguien a la hora de matar, pero más de uno vacilará al ver que contra lo que se enfrenta más parece un reflejo distorsionado de nosotros que una bestia.

Ante un viejo recuerdo la Teniente sintió como si una garra invisible le atenazara el estómago y se lo retorciera, pero no alteró la expresión de su rostro. Aspiró el aroma estival en el aire y se obligó a no perder el hilo de sus pensamientos.

— Somos la gente de los barrios bajos los que posiblemente menos restricciones tengamos al estar frente a uno, porque nos hemos cobrado más sangre de la que corre por nuestras venas, y a diferencia de los nobles, o de los que han pasado su vida aislados de los marginados y los delincuentes, nosotros sí somos conscientes del peso de una vida igual a la nuestra. Cuando no tienes una familia o una comunidad respaldándote conviertes a todo el mundo en tu enemigo, y nunca más volverás a engañarte para poder acabar con alguien, porque ya sabes la verdad, la única verdad que existe: matas o mueres.

A eso se reducía todo. La prioridad era la propia supervivencia por encima de todas las cosas, por encima de cualquier otra vida. El que negara eso se estaba negando a sí mismo, no era más que un cadáver que todavía no ha caído en la cuenta de que ya está muerto.

Deslizó la mirada hasta Chiesa, observando el rostro del Capitán con seriedad.

— Quien no lo entienda no lo tendrá fácil. Un Arrancar puede hacernos algo peor que intentar matarnos.