Un pequeño respiro {Libre}

Aquélla era su casa: un palacio grande, opresivo, encallado en mitad del mar de dunas de Hueco Mundo. Sus muros eran tan blancos como el hueso, pulidos por las fuertes corrientes de aire que lo azotaban durante las tormentas. Los jirones de nubes a veces colgaban de las torres más altas, donde anidaban los cuervos albinos, y su jardín eran toneladas de arena salada, sin un solo árbol de cuarzo a la vista, ni ninguna criatura que osara acercarse. El recuerdo de ese hogar era el que la acompañaba durante los días que pasaba en el Mundo Humano, mientras cumplía con sus obligaciones como miembro de la Sección Sinister. ¿Qué hacía alguien como Elayne en la vanguardia? Detestaba tener que moverse entre los vivos, escuchar sus conversaciones sin sentido, ver sus muecas vacías, tanto sonido y color, tantos corazones latiendo llenos de emociones y esperanzas. Ella habría preferido encerrarse en los laboratorios, pero en todo momento sus deseos eran lo último a considerar por sus superiores. Además, permanecer en el palacio mientras cada soldado era examinado con lupa en busca de signos de traición suponía demasiado peligro, por lo que mantenerse un tiempo alejada de sus alarmas conspiranoicas podría venirle hasta bien.

— ¡Cómo te había echado de menos!— exclamó a nada en particular, sino al mismo lugar en sí, extendiendo los brazos cuanto podía y girando sobre sus propios talones mientras sus ojos recorrían los muros del interior. Había estado fuera tres semanas, tres semanas rastreando débiles almas humanas atrapadas para convertirlas en alimento hollow. Había pasado algunos momentos divertidos, ¡toda cacería lo es! pero para un Arrancar normal el contraste era abrumador y Elayne pasó los últimos días llena de ansiedad por regresar a El Amanecer. De no haber llegado hoy por fin, seguramente habría hecho alguna estupidez como abrir una Garganta sin permiso y le habrían separado la cabeza de los hombros al descubrir su falta—. Un poco de descanso— suspiró, interrumpiendo la acción inconsciente de frotarse el cuello— ¡Bieeeeen!

Por suerte no había nadie en aquel momento para verla correr como una niña por los pasillos, con el pelo rubio revoloteándole a causa de la carrera y las corrientes de aire que entraban por las ventanas sin cristales. Sus pasos resonaron en un ritmo cada vez más pausado hasta que se detuvo en una de las tantas salas de uso común, vacía seguramente por no encontrarse cerca de los sectores más concurridos del edificio. Al no ver a nadie allí su sonrisa vaciló un instante, pues había esperado tener un poco de suerte y ver a... ¿A quién? Realmente no tenía a nadie que pudiera estar aguardando su regreso. Eso era un poco desalentador.
Cuatro butacas, dos sillones y una mesa baja y rectangular formaban un espacio ideal para conversar en grupo. La joven se metió las manos en los bolsillos y caminó alrededor de los asientos, invocando en su mente el recuerdo de algunos compañeros que no habían sido demasiado desagradables con ella, y se imaginó que todos entrarían por la puerta de un momento a otro y se sentarían para compartir noticias y hablar sobre sus intereses. Porque eso era lo que hacía la gente, ¿no? Se encogió de hombros. Sus conocimientos al respecto se basaban en observar a escondidas a otros Arrancar y las escenas que proyectaban los televisores de los escaparates de los humanos. Confiaría en que su información fuera suficiente para elaborar una fantasía que la complaciera.

— Pondré algo de música como acompañamiento— informó al aire, pues dentro de los bolsillos de su pantalón había dado con un pequeño juguete que había traído consigo de la última ciudad que habían visitado. Tras darle cuerda a la figura con forma de mono, lo colocó sobre la mesa y miró encantada cómo hacía sonar los platillos que sostenía en sus manitas simiescas. Vestía un chaleco rojo y un gorro muy raro, y aunque se veía divertido con ello se le ocurrió que podría tratar de coserle un mini uniforme Arrancar y buscarle algo que pudiera servirle como máscara. Eso sí que sería desternillante.
Conseguido ya el ambiente apropiado, Elayne ocupó un lugar frente a la mesa y se imaginó paso por paso lo que sería una tarde normal de ocio. A falta de amistades, ¿qué más apropiado que inventárselas una misma?