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Mensaje por Kyuusei Yukihiro Sáb Nov 24, 2012 6:13 am

Las luces de los faroles ya comenzaban a encenderse, pues el sol se había puesto para el Distrito 6 Oeste del Rukongai. La actividad regresaba a las calles durante las celebraciones nocturnas del festival, y en esta en concreto, la que cerraría la ceremonia de aquel año, iba a ser despedida por cientos de almas que habían acudido para disfrutar de los postreros entretenimientos que ofrecía. Los puestos de comida exhalaban sus vapores cargados de especias, tentando a los primeros visitantes que se dejaban ver, demasiado impacientes por disfrutar del Higanbana no Saku Yoru ni desde principio a fin.

Las barcas, engalanadas con flores de papel y guirnaldas de hermosos colores, surcaban pacíficas las aguas de los canales que comunicaban los pasadizos de calles y escaleras que conformaban la barriada, transportando a los pasajeros a través de una ennsoñación de luces, música y personajes pintorescos. Los dulces se vendían a manos llenas, y las máscaras y las cometas parecían ser el producto estrella entre los niños.

Minna! Kochi kochi!

Una chica hacía señas desde el último peldaño de una escalera, sonriendo al grupo de jóvenes que se abrían paso entre las filas de personas que iban y venían en todas direcciones. Cuando consiguieron llegar a su altura no les dio tregua y los guió apresurada hasta el resto, que se encontraba disfrutando de sus bebidas en una terraza cercana. Procedió a las presentaciones con gran entusiasmo, y tras un tímido intercambio de palabras entre los estudiantes, pagaron su consumición y se marcharon para buscar alguna actividad con la que entretenerse en conjunto.
Yuki caminaba entre Mashiro y Takano, tratando de mantener siempre una sonrisa en el rostro y poder conversar agradablemente con los demás. No terminaba de sentirse del todo cómodo viniendo, pero por una parte se sentía en deuda con las amistades que conservaba de su curso y finalmente había accedido acudir con sus compañeros de clase al festival. Takano había quedado con su novia y las amigas de esta, organizando una especie de cita grupal entre los alumnos de sexto año y las chicas de quinto. Hablaron de lo típico: sus gustos, sus familias, en qué Escuadrón les gustaría ingresar en cuanto se graduasen; uno de los chicos aprovechó para tratar de impresionar a las jovencitas con el temario que entraba en el próximo examen.

Parece muy complicado, ¡y eso que solo nos separa un curso!— exclamó una de ellas, abriendo los ojos exageradamente en una expresión de sorpresa.

No sabéis lo afortunadas que sois al estar en quinto. El último año lo vais a pasar estudiando y llenas de moratones por los entrenamientos.

Esa mezcla de entusiasmo, nervios y risa era agradable, pero el chico de ojos azules no terminaba de sentirse parte de ello, como si hubiese pasado demasiado tiempo alejado y ya no pudiera participar de la misma manera que los demás. Preferiría estar en su habitación, leyendo o preparándose para las pruebas, y pensaba que por añorar la soledad algo en él no debía funcionar correctamente. Quizá era solo desilusión; había estado planeando ir al festival con Yuka, a solas, mostrarle todas las cosas que había descubierto él cuando asistía a la celebración de pequeño, cuando le llevaba su tío. Era triste notar cómo el tiempo y las circunstancias de cada uno los iban alejando.
Sintió unas palmaditas en el hombro, sacándolo de sus pensamientos. Uno de los chicos de su clase le estaba mirando como si no tuviese remedio.

Hay un tragafuegos haciendo trucos con las llamas, ¡vamos a verlo!

Yuki sonrió y se dejó llevar por el grupo, aceptando que debía conformarse con una noche distinta a la que había planeado en un principio.

_______________

OFF: Ropa que lleva Yuki:
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Mensaje por Akiyama Yuka Vie Dic 07, 2012 4:25 am

Las pestañas de la joven profesora, más tupidas que nunca gracias al maquillaje, caían sobre sus almendrados ojos azules como un par de mariposas perezosas, sin demasiado interés en volver a levantar el vuelo, ya que su mirada iba clavada en el suelo, esquivando pies y piernas. Sus manos, pálidas y de perfectas uñas rosas, las llevaba escondidas con elegancia en las mangas del yukata púrpura que cubría su cuerpo. Sus labios, pintadas en un destello de rosa en vez de aniñarla, hacía contraste con sus ojos y, todo ello, le daba cierta madurez a su aspecto, tan fresco en cualquier ocasión. El cabello era una auténtica obra de arte, ondas brillantes y doradas como el sol habían sido recogidas parcialmente para mostrar el rostro de la dulce shinigami, que se mostraba inexpresivo y circunspecto. No quería estar allí, no con su prometido, que parecía disfrutar enseñándole todo lo que veía.

Ella, por su parte, asentía, sonreía cuando debía, pero no era capaz de nada más, que su madre les hubiese propuesto ir hasta allí fue como un hachazo en toda regla, una nueva venganza por parte de su progenitora. La heredera quería acudir a aquel precioso festival con su mejor amigo, no con un hombre que a pesar de ser encantador no le decía absolutamente nada. Yuka sonrió ante su última ocurrencia y continuaron caminando hasta un puesto donde el heredero Hokori le compró una manzana que fue comiendo mientras caminaban. “Está demasiado dulce” pensó, pero se lo agradeció y pescaron unos peces que el rubio llevaba en una bolsa. Probablemente eso era lo que le gustaba al resto de chicas, a ella no, no era como las otras chicas, nunca lo había sido. La Diosa de la Muerte hubiera preferido la compañía de Yuki, hablar de todo y de nada y reírse sinceramente. Pese a sus ganas de soltar un suspiro, se lo guardó para sí misma y observaron las cometas, estaba anocheciendo.

La mujer las miró durante un segundo y sintió cierta envidia. A pesar de que estaban sujetas a una cuerda, las cometas podían ver algo de mundo, no como ella, que se veía aprisionada por las normas sociales. Debía ser la esposa de alguien sólo por un contrato entre dos familias, era horrible, espantoso, casi trágico. La gente tiende a pensar que los nobles tienen una vida fácil, por todas sus comodidades, sus caprichos y sus criados, pero la docente no pensaba así, para ella lo auténtico, lo que de verdad deseaba con todas sus fuerzas, estaba fuera de su alcance. Hubiera dado todo lo que poseía, todos esos vestidos, joyas y estupideces materiales por seguir dando clases, siendo shinigami y mirando a Yukihiro a los ojos, pero no podía. Se casaría cuando fuera necesario con un hombre apuesto que ni siquiera le producía deseo. Se pasó la lengua por los labios y dio un nuevo mordisco a la manzana, roja y pegajosa.

Kin´iro la tomó de la mano entonces, sin previo aviso, y tiró de ella. Aquel muchacho era demasiado impulsivo para su gusto, durante la comida no había dejado de lanzarle miradas cargadas de significado y ahora, sin mediar palabra, la agarraba y la hacía correr como si fuese una niña del Rukongai. La muchacha se dejó hacer sin entusiasmo, dejando caer la manzana de caramelo al suelo, todos los miraban. Al fin pararon y la maestra tuvo que hacer un esfuerzo para no rodar por el suelo, se encontraban en un hermoso puente que servía como enlace entre dos orillas de un estanque en el que brillaban hermosas luciérnagas. La muchacha se asomó y vio a los diminutos animalitos brillando en el agua oscura, la risa le salió sola, como si de verdad volviera a ser la pequeña Yuka con sus yukatas rosas.


- Es precioso, Hokori-san- y se asomó para ver mejor el espectáculo, su prometido la observó y cuando volvió a centrarse en él la miró con cierta expectación en sus ojos azules y cálidos. La heredera se temió lo peor, pero se mantuvo recta, jugando con su sombrilla oscura, que ya no servía para nada.
- Me alegro que le guste… verá, como seremos marido y mujer, me preguntaba si podría empezar a llamarla Yuka y a tutearla.
La profesora sintió tal alivio que le concedió su deseo sin apenas planteárselo, esperaba que le pidiese un beso o que le permitiese llevarla de la mano. No eso no, se juró, justo allí, que no harían nada de eso hasta que estuvieran casados.
- Siempre que pueda llamarte por tu nombre yo también.
- Claro, Yuka-san, ¿qué te apetece hacer ahora?


Lo cierto es que le apetecía irse al escuadrón y quejarse con su mejor amigo de cuanto había tenido que fingir aquel día, pero como aquello no era posible le pidió que siguiesen paseando. El Rukongai estaba a reventar de gente, el aire era festivo, y plus de diferentes estatus social se mezclaban con los shinigamis, y los que estaban estudiando para serlo, que habían decidido acercarse hasta allí para disfrutar con tranquilidad de todo lo que aquella celebración pudiese ofrecerles. “Ojala todo fuese tan sencillo” , se dijo la heredera, y mientras recordaba los acontecimientos del día, se preguntaba qué vida hubiera tenido si fuera una shinigami salida de cualquier otro estrato de la sociedad.

Esa mañana, Yuka se había levantado temprano, dispuesta a hacer llamar a uno de sus sirvientes de confianza para que le trajese un par de atuendos medianamente bonitos desde su casa, que no pisaba desde el último encontronazo con su madre. Después de desayunar en la academia, salió al jardín y se encontró con Junko chan, que venía para ayudarla a vestirse. En previsión a su enfado, la señora Akiyama había pensado en todo, aunque no en la falta de vergüenza de la fiel muchacha. Su madre había elegido dos kimonos en tonos pastel, pero la doncella había ido un paso más y se había convertido en cómplice en la salida de tono que Yuka pensaba cometer. Normalmente se dejaba aconsejar por esa bruja, pero desde su último encuentro, algo había cambiado dentro de ella y Junko lo sabía. También sabía que la señorita haría lo que debía, pero le encantaba animarla con este tipo de pequeñas venganzas.

El obi, de color vino le sentaba bastante bien y cuando le pidió a la muchacha que la maquillara de un modo diferente ambas sonrieron. No su madre, que cuando la vio casi entra en pánico. Los hermanos Hokori no parecieron darle tanta importancia, pues todos le dijeron lo hermosa que estaba, al igual que su padre, que la felicitó por haber elegido aquel conjunto. Cuando su madre les dijo a ella y a Kin´iro ir a dar una vuelta por el festival tuvo deseos de estrangularla, pero se contuvo y le regaló una reverencia llena de dobles intenciones. Su prometido no había parado de mirarla durante todo el tiempo que duró el “feliz” encuentro.

De vuelta al presente, se acercaron hacia una muchedumbre que parecía observar un espectáculo, ambos se detuvieron y observaron a su vez, se trataba de un tragafuegos. La joven nunca había visto uno, de manera que quedó fascinada, su estúpida zampakutoh era de ese elemento y ella estaba familiarizada con él, pero le parecía increíble que alguien pudiera algo como aquello, su “novio” lo observó también y entonces Yuka oyó su nombre, pero no como lo diría el heredero Hokori o alguien cercano, oyó (claramente además) “Akiyama-sensei”.

Se volvió para ubicar la voz y vio a varias de sus alumnas del grupo de quinto que la saludaban desde el otro lado del circulo que se había formado para ver al artista. Les devolvió el saludo, con una sonrisa pintada en los labios, pero esta se esfumó cuando se dio cuenta quién iba con ellas, con un yukata azul y un haori negro, el Chico Nieve resplandecía, como un cometa, era como si brillase con luz propia. Yuka se lo quedó mirando un rato, tal vez con más intensidad de la que debiese, y sintió que el corazón se le desbocaba, sin capacidad de detenerse: no es sólo que aquel color le sentase como anillo al dedo, estaba… hermoso por sí mismo, sus rasgos parecían pintados por un artista que había sido capaz de plasmar toda aquella belleza.

Instintivamente la joven se tocó el cabello, comprobando que todo estuviese en su sitio y observó de reojo a su compañero, que la miraba divertido.
- ¿Quiénes son?
- Alumnos de la Academia- improvisó.
- Preséntamelos, quiero conocerlos.
- No creo que sea necesario…
Pero Kin´iro tenía sus propias ideas y tiró de ella para acercarse a los estudiantes. Probablemente hiciese aquello para demostrarle a su futura esposa que podía interesarse por su trabajo en la Academia, para Yuka suposo un tormento que más tarde entendería en toda su amplitud.

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Mensaje por Kyuusei Yukihiro Sáb Dic 08, 2012 1:58 am

¡Damas y Caballeros, acérquense a la hoguera,
salten sin vacilaciones al horno
y prepárense para ser impresionados!


¡Corred, que nos quedamos sin sitio!

La curiosidad había apremiado a los transeúntes a formar un corro alrededor del espectáculo, constituyendo una barrera de cuerpos apretados, un telar colorido donde las mariposas, las flores y demás bordados colaboraban para dibujar un insólito paisaje. El grupo de estudiantes se abrió paso a base de pequeños empujones y sonrisas de disculpa, consiguiendo llegar a ocupar un puesto en la primera fila.
En el centro del círculo había un hombre con el aspecto más impresionante que Yuki jamás hubiese visto: era alto y robusto como un oso, tenía el torso desnudo y no había ninguna armadura que le protegiera del traicionero elemento con el que maniobraba, tan sólo unos simples pantalones de cuero desgastado y unos brazales de bronce en las muñecas. El pelo castaño claro, casi rubio, le caía sobre la espalda como la melena de un león, salpicada de diminutas trenzas adornadas con abalorios brillantes, y en lo alto de su cabeza, a ambos costados, surgían unos cuernos con las puntas vueltas hacia atrás. Sus ojos grises, enfatizados por el maquillaje que le aportaba aún más ferocidad si cabe a su rostro, recorrieron el público una sola vez. El hombrecillo que lo anunciaba, casi un enano comparado con el formidable tragafuegos, tenía a pesar de su aspecto una voz potente que sabía cómo seducir a la audiencia. Iba recorriendo la primera fila con unos pasos que casi parecían danza, envuelto en los vistosos ropajes de carmín y dorado.


Admiren al tragafuegos y su dominio de las llamas;
contemplen cómo danza con ellas,
cómo las hace obedecer sus caprichos.


El tragafuegos llevaba una antorcha en la mano. El calor que desprendía lo hacía sudar y la pintura comenzaba a difuminarse en algunos puntos, a deslizarse como si se estuviera derritiendo. La luz se proyectaba sobre su cuerpo, destacando la forma de su musculatura.
Le tendió la tea encendida al presentador y tomó algo que parecían dos bolas de cuero atadas a unas correas. Al acercarlas al fuego, se prendieron de inmediato.

¡Es increíble!— exclamó la chica que observaba el espectáculo al lado de Yuki, pero éste se veía incapaz de apartar los ojos del hombre para descubrir de cuál de ellas se trataba. El artista manejaba ambas esferas en llamas como si fueran extensiones de sus brazos, haciéndolas surcar el aire, donde dejaban una estela naranja brillante que parecía rasgar el papel oscuro del cielo nocturno. Sus pies se movían sobre el escenario callejero en una coreografía precisa y regia, mientras los dibujos que trazaba mediante las llamas casi parecían rozar los cuernos de atrezzo que llevaba sobre la cabeza. Era tan minucioso en la ejecución de su número, que aquella danza más se asemejaba a un ejercicio militar que a una simple función.
La gente estaba como encantada, hipnotizada por aquella exhibición de habilidad. El tragafuegos demostraba con sus trucos que podía manejar dicho elemento como si se tratase de un mago que dominase tales artes. Por un momento logró convencer a los corazones de quienes le presenciaban, que la magia existía.

¡Deslúmbrense por el fulgor!
¡Embriáguense por el calor!
Y déjense encantar por el movimiento
rítmico e hipnótico de las flamas.

¡Akiyama-sensei!

El grito consiguió arrancar a Yukihiro del hermoso sueño. Se sacudió las últimas motas del hechizo con un parpadeo y sus ojos, malditos fueran, apenas tardaron un segundo en encontrarla. Al otro lado de la rueda de personas, saludando con una sonrisa en su dirección, como si no lo hubiera visto, parecía otra persona totalmente distinta a la Yuka que conocía. Llevaba un yukata exquisito de tonos oscuros, el largo cabello lucía radiante con el elaborado peinado, dejando a la vista sus armoniosas facciones. Su belleza lo dejó sin aliento, pero también le pareció terrible y dolorosa; apenas podía reconocer a su amiga entre aquellas ropas, pinturas y ornamentos. Se sintió como si estuviera viendo a otra Yuka que no conocía, la persona que era cuando estaba lejos de la Academia, con su familia y su prometido, la refinada mujer que pertenecía a la nobleza... la Yuka en cuyo universo no había cabida para alguien como Kyuusei Yukihiro.
Se hubiera ido de allí en ese preciso instante, pero la suerte hizo que la joven profesora se percatara precisamente de su presencia. Los ojos azules de la chica lo tenían sometido, no podía moverse, no podía reaccionar. Tan sólo podía pensar, y lo único que hacía era preguntarse qué pasaría por la cabeza de ella en ese momento.

Los cuchicheos emocionados de las estudiantes eran un zumbido inteligible. Pronto se vio caminando con el resto en dirección a la profesora y su acompañante, sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Sus pies se movían, pero se sentía como si hubiera volado fuera de su cuerpo.

¡Sensei, qué hermosa está!— exclamaba una de sus pupilas en cuanto ambos grupos coincidieron. Las chicas se movían entusiasmadas alrededor de la profesora de Historia, como gallinas enloquecidas ante granos de maíz. No paraban de adular su aspecto, de decirle lo bien que le sentaba aquel color, aquel peinado, que estaba muy bonita sin las gafas y con un poco de maquillaje, porque así resaltaban más sus ojos.

¡No sabíamos que iba a venir! Por cierto, sensei, ¿quién es su acompañante? ¡Es muy apuesto!

Las risitas traviesas le cayeron como un puñal. Ahora parte de la atención se centraba en Kin'iro, tan rubio, tan noble, tan apuesto que provocaba que el resto de hombres que hubiera a su alrededor dejaran de existir a ojos femeninos. Yuki se negaba a mirar a ninguno de los dos. Parecía que la visión de sus sandalias negras era mucho más grata para él.

¡Vengan al incendio como la polilla a la brasa!
¡Permítanle encender sus corazones esta noche!
¡Únanse a él en este Infierno!

El tragafuegos escupió una llamarada y el público aplaudió con energía. La voz del presentador taladraba la cabeza de Yuki.

Pero recuerden mantener su distancia,
porque aquellos que juegan con fuego
pueden salir quemados...

Kyuusei Yukihiro
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Mensaje por Akiyama Yuka Lun Dic 10, 2012 3:46 am

Los chicos habían decidido recorrer la mitad del camino que les separaba, la mano de Kin´iro en su antebrazo era como una tenaza, como una promesa de lo que estaba por venir, como un horrible lamento. El atractivo Hokori pronto se convirtió en el centro de atención, y la soltó, lo que le dio unos segundos a la profesora para encontrar los ojos de su amigo, cosa que no consiguió, pues él parecía mucho más interesado en observar el suelo que en intercambiar una mirada cómplice con ella. Yuka palideció, a pesar del maquillaje con el que Junko-chan había cubierto sus mejillas, se la veía carente de color, como una rosa blanca abandonada bajo una tormenta de nieve. Se mordió el brillante labio pintado de rosa y se dio cuenta que sus estudiantes le habían preguntado quién era aquel guapísimo joven que la acompañaba. Aquellas chicas le gustaban más antes, cuando sólo hablaban de su peinado o su ropa. Hizo una elegante reverencia y decidió presentarles al que estaba destinado a ser su esposo.

- Os presento a Hokori Kin´iro- algunos soltaron exclamaciones, era obvio que conocían (al menos de oídas) a la poderosa familia noble a la que pertenecía su novio. Sabía que lo peor estaba por llegar, pues iba a decir las palabras mágicas (o quizás malditas, según se mire) - es mi prometido.
Las chicas empezaron a hablar todas a la vez, como si el tragafuego y su elocuente presentador hubieran pasado de un plumazo a un discreto segundo plano. Las preguntas no se hicieron esperar, y aunque la rubia heredera las contestó con una sonrisa en los labios, no pudo evitar sentirse violenta: no, no sabían aún cuando sería el enlace, si, seguiría dando clases después, se cambiaría el apellido, claro (¿qué otro remedio tenía?). Ante aquella avalancha de cuestiones, el prometido de Akiyama dejó escapar una carcajada y los encaró.
- Yuka no dejará de ser vuestra maestra- aseguró y la aludida retiró el rostro, completamente avergonzada, acababa de permitirle usar su nombre de pila y ya se tomaba semejantes confianzas, era demasiado extrovertido, la agotaba, ella prefería más bien… sus ojos viajaron de nuevo hasta su amigo, que insistía en no mirarla.

Apretó la sombrilla con fuerza, tanta que la oyó crujir. Los sonidos a su alrededor se multiplicaban, la mareaban, quería marcharse, esconderse… desaparecer, pero no podía. Sus responsabilidades eran algo de obligado cumplimiento, continuó riéndose como sino pasara nada y se dio cuenta que la mandíbula iba a quebrarse, tal y como el paraguas que tenía en las manos. No iba a poder soportar aquello mucho más, menos cuando las chicas trataban a su futuro marido como si fuese un dios, ¿tan guapo era Kin´iro? La muchacha nunca había pensado en ello, objetivamente hablando era un buen ejemplar de hombre: alto, de espadas anchas, brillante cabello dorado y ojos azules, además tenía buen temperamento, pero… no. Yuka no podía sentir nada por él, era como si algo se interpusiera entre ellos, algo… “aquí no” censuró Yuka a su corazón y se reintegró en la conversación, a la que había asistido como oyente.

- Es la mejor profesora de la Academia- musitaba una chica, ante las cabezadas de sus compañeras- y además es guapísima, mucho más vestida como hoy. Seguro que usted tiene mucha competencia, señor Hokori.
- Eso no deberíamos hablarlo aquí…- quiso interrumpir la sensei, totalmente ofendida por las confianzas que se estaban tomando las muchachas, pero Kin´iro la detuvo con una mano en su hombro y una negación de cabeza, no era para tanto.

- ¿Por qué no me presentas a tus estudiantes, Yuka-san?
No les daba clase a todos, por lo cual no conocía a todos, pero con la ayuda de sus estudiantes (iba a ponerles un trabajo extra tan largo que se arrepentirían de haber bromeado de aquel modo delante de su prometido, claro que si lo haría) fue capaz de poner nombre y apellidos a todos los chicos, a Yuki lo dejó para al final, pues no estaba segura de que pensaría el alto Hokori de su relación con su adorado Chico Nieve. Finalmente decidió ser sincera con él y ante la sorpresa general (dudaba que muchos de aquellos chicos supiesen que la profesora y el estudiante se conocían más allá de lo estrictamente profesional) lo presentó con mucho cariño, con aprecio sincero.
- Él es Kyuusei Yukihiro, hemos sido amigos desde que estudiaba en la Academia.
Como la joven estaba esperando que su amigo levantase de una vez la cabeza del suelo no se percató como su inminente esposo apretaba los dientes levemente. En lugar de eso, oyó su jovial voz de siempre.
- ¿Un amigo de Yuka?, no había coincidido con ninguno antes, es un placer conocerte.
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