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Mensaje por Narrador Mar Oct 23, 2012 9:48 am

Karakura, a salvo
De vuelta a la Sociedad de Almas



El campo de batalla se había dispuesto y, tras el juego iniciado por los arrancars, los shinigamis llegaban con rapidez y celeridad al punto de encuentro. Pues, mientras que para los arrancars la situación era un divertimento, un mero pasatiempo; el bando de la Sociedad de Almas se lo había tomado como un reto, algo personal en el que muchos de ellos debían demostrar aquello de lo que habían carecido en otros momentos o que la fuerza de sus ideales debía de llegar por encima.

Y tras los preámbulos de toda batalla, se procedieron a los emparejamientos. Pues a pesar de que el objetivo de los shinigamis era simplemente recuperar a la shinigami que había sido raptada por los arrancars, la extraña disposición, y porque no decirlo, el simple hecho de que estuvieran allí jugando, hacía que la estrategia fuera algo más compleja que el empezar todos a lanzar espadazos a diestro y siniestro.

El grupo formado por Isono, Hotaru y Regis fueron los encargados de ir a por una de las fracciones, Alexander Folk, llevándose a cabo un combate en el que intentaron tantearse mutuamente. Casi todos los ataques se trataban de intentos lejanos, que medían más la distancia y poder de ataque que el poder del rival, por lo cual apenas se había llegado al momento en el que la batalla parecía algo real, cuando se mandó la información de que la shinigami ya había sido recogida de nuevo y ya estaba a salvo en la Sociedad de Almas, lo que hacía que ambas partes se retiraran sin mucho más que hacer.

Y es que el grupo que se había dirigido a la recuperación de la shinigami del 9º escuadrón había actuado con especial eficacia, siendo rápidas las acciones de ataques dirigidas por Hayato. El ataque de Suna antes de que la fracción Chris Renoir pudiera moverse con facilidad y tranquilidad había hecho que la estrategia fuera más fácil, pues al estar centrando la atención del callado arrancar, hizo que el posterior ataque, llegado en segunda instancia, del capitán Kobayashi y de Daigo Kimura le entorpeciera más que suficientemente como para que Suna, quien ya se había acercado a la shinigami desaparecida, pudiera llevar a cabo el objetivo de la misión, tras lo cual, la siguieron ambos shinigamis.

El primer frente en ponerse en guerra y el último en romperse era el más poderoso, pues el enfrentamiento de dos espadas y dos capitanes era algo digno de ver.
Mas en aquellas circunstancias, aquello pareció más un juego, una cata de lo que podía haber sido. Los capitanes se encontraban en una situación que tendía a calificar de defensiva, ateniéndose a ver los movimientos de sus contrincantes, mientras que los espadas parecían estar en un parque de atracciones en vez de una misión o en una batalla. Sus movimientos eran juguetones y despreocupados, lo que ocasionó que ninguna de las partes, liberara su poder.
Aun así, una vez escaparon los demás, todavía seguían en aquel simulacro de batalla, en el que ni tan siquiera se había producido un shikai o una liberación, pero tampoco duró mucho.

Al poco Okami y Yoel pusieron tierra de por medio con los capitanes Kato y Chiesa, quienes tampoco hicieron mucho por seguirles. La misión estaba cumplida y eso era lo principal.
Pero antes de irse por el portal, Okami se despidió de ambos capitanes con una amplia sonrisa y un gesto de mano.
Kato y Chiesa se miraron antes de volver a la Sociedad de Almas. No sabía el que, pero aquel esperpento de situación casi surrealista les había dejado con una sensación extraño.

Pero lo importante es que la shinigami se encontraba a salvo. Por fin.


Última edición por Narrador el Jue Nov 01, 2012 8:24 am, editado 2 veces
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Mensaje por Narrador Miér Oct 24, 2012 8:44 am

La curiosidad mató al gato
Mise Shuseki, ¿un traidor?

La curiosidad mató al gato y probablemente este fue el principal pecado que cometió el Capitán del Octavo Escuadrón, el apacible Mise Shuseki. Sus constantes viajes (¿cuántos habían sido en los últimos dos meses, tres tal vez?) y su falta de atención hacía sus disciplinados shinigamis ya había producido más de un quebradero de cabeza a los que se quedaban en las dependencias de la división. Aquello era una constante confusión y algunos incluso estaban planteándose la posibilidad de enviar una petición formal (por escrito, por supuesto, la burocracia era algo que los chicos siempre tenían en cuenta) al honorable comandante general, Koyuki Ryoto, para que tomara cartas en el asunto, pero Mise reapareció de nuevo, aunque esta vez las dudas fueron mayores entre sus subordinados, sobre todo entre aquellos que estuvieron tentados a hablar con las altas esferas, de ahí que los acontecimientos terminaran por precipitarse del modo más inesperado.

Era una fría mañana de enero, algunos de los árboles que rodeaban las dependencias del escuadrón se habían helado y pese a la ingrata temperatura, era una estampa digna de admirarse. El Capitán, a pesar de su siempre tranquilo talente, se mostraba esquivo, nervioso, como si tuviera prisa por ir a un sitio importante. La parte de sus hombres que no era tan suspicaz achacó aquel estado anímico al encuentro de algún nuevo libro o cualquier estudio que Mise tuviere en mente, puesto que eran las típicas cosas que podían producir cambios en él. Este sector nada dijo cuando lo vio salir hacia el jardín como si corriese, los desconfiados no tuvieron tanta fe y le siguieron. Iba tan acelerado que ni siquiera se dio cuenta de que varios de sus hombres iban tras él. Con su eterno libro bajo el brazo caminó a toda velocidad por las calles del Rukongai y finalmente llegó a una explanada nevada, donde se encontró con dos hombres que vestían con capuchas y no dejaban ver sus rostros.

Pese a la distancia, los shinigamis que habían corrido tras su jefe, entre los que se encontraba Kamenashi Lei, uno de los guerreros mejor cualificados del escuadrón, pudieron oír extractos de la conversación. Al parecer Mise-taichou les entregaba unos legajos a cambio de algo “de vital importancia” para él. En cuanto los hombres de oscuro sacaron lo que llevaban en sus ropajes, el impetuoso Lei se lanzó a por ellos y todo quedó desperdigado por el suelo, desde los manuscritos de su capitán hasta la pequeña caja de madera que llevaban aquellos dos, que se lanzaron a la carrera sin pensárselo dos veces. La mitad de los perseguidores fueron tras ellos mientras el resto, incluido Kamenashi, se quedaron con el Capitán, que no ofreció resistencia alguna, parecía resignado, como si aquello que llegase fuera algo que esperaba. Los hombres misteriosos no fueron encontrados, daba la sensación que se los había tragado la tierra.

Mise fue onducido por los shinigamis primero al Sexto Escuadrón, donde lo mantuvieron en una de las celdas que allí había durante unas horas, y después a la Primera División. Allí se decidió que el apacible Mise debía comparecer ante la Cámara de los 46, que no se mostró excesivamente benevolente (aunque tampoco le castigaron de un modo ejemplar) y optaron por encerrarlo en la Prisión de Baja Seguridad del escuadrón de la justicia, donde a día de hoy aún permanece, pues no ha querido dar su versión sobre los legajos que intentó intercambiar y la extraña caja sellada que fue arrebatado a los encapuchados y que aún nadie sabe que oculta.
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Mensaje por Narrador Jue Oct 25, 2012 8:17 am

Lluvia de Pitapollos
Akira perdió la cabeza. ¿Acaso alguien lo dudaba?

Shuyin Akira nunca había sido un tipo popular. Ni se llevaba bien con el resto de Capitanes, ni tenía especial afecto por ninguno de los shinigamis que estaban a sus órdenes, tal vez la única a la que le tenía cierto cariño era a Erienne, quien había sido Teniente del Treceavo, pero que había desaparecido sin dar muchas explicaciones. Estando solo (o al menos más de lo habitual) la mente del Capitán más estrafalario del Seireitei echó a rodar. Sin malas interpretaciones, se volvió completamente loco.

Ya era conocido por su forma de ser, era capaz de sacar a quicio a cualquiera que no tuviera una paciencia infinita y además resultaba muy siniestro. Nadie dudaba de que estuviese perturbado, cómo tomaba decisiones, su manera de hacer las cosas y sobre todo su forma de dirigirse a los demás le habían granjeado más de un enemigo, aunque a él todo eso le daba igual, iba a lo suyo y su cargo se lo permitía, aunque no siempre tenía porqué salir bien.

Tras varios meses de estudios y pruebas con diferentes animales de granja y varios especímenes de otro tipo, el intratable Akira había creído llegar a buen puerto con sus cálculos. Tan contento estaba que esta vez no dudó en echar a todos sus subordinados (normalmente los hacía presenciar los experimentos, aunque tal vez lo más correcto sería que les dejaba participar, y no siempre como ayudantes, vosotros me entendéis) de allí. No hubo quejas, mejor estar fuera cuando el Capitán quería estar en el laboratorio.

Después de la misión ‘pitapollos’ no había nadie en toda la Sociedad de las Almas que no hubiera oído hablar de las ideas tan absurdas que se le ocurrían a Shuyin-taichou. Las noticias sobre su nuevo plan corrieron como la pólvora y no fueron pocos los que se acercaron hasta las puertas de las instalaciones médicas para ver si se enteraban de algo.

- ¿Qué ocurre?- se preguntaban unos a otros.

- El Capitán está investigando de nuevo- decían algunos, pero nadie sabía exactamente de que iba el asunto. Cuando las enormes hojas blancas se abrieron no se oyó ni un sonido, nadie respiraba, como si realmente no fuera necesario, pero no ocurrió nada, sólo una risa histérica que se oía en el techo del edificio. Akira volvía a hacer una de las suyas y esta vez parecía disfrutar de verdad con tener público. En sus ojos rojizos, siempre bañados de cierto halo de caos, se había pintado la locura real, probablemente ni siquiera sabía dónde se encontraba. Despeinado, con una sonrisa extraña en los labios y sin nada que ocultar llamó la atención de todos con un aparato que había inventado y con el que se ampliaban los sonidos.

- Gracias a todos por venir, me alegro mucho de veros- y acarició su pecho, como si guardara algo realmente importante en el haori- me muero de ganas por enseñaros mi nuevo invento- algunas de las personas que estaban abajo esperaban expectantes la demostración, otros daban por seguro que aquello sería un desastre, aunque nadie se movió. Por eso cuando el lunático aquel (las veces que había parecido una persona medianamente normal ahora desaparecían sin más) sacó el interruptor que guardaba y lo pulsó, todos los ojos estaban pendientes de él. No es de extrañar que muchos no viesen aquel animal tan extraño hasta que no lo tuviesen encima, pues por eso había abierto Shuyin-taichou el portón principal.

Era una especie de ave (podría decirse que guardaba leve parecido con un avestruz) amarilla, del tamaño aproximado de un asno pequeño, y con dos enormes patas anaranjadas, su cabeza era grande en comparación con su cuerpo y tenía dos ojos enormes y azules que no se paraban mucho en los shinigamis que ya había arrollado. Su pico, grotesco y ancho, daba la sensación de sonreír y sus alas y cola no parecían muy apropiadas para volar, aunque lo hizo en cuanto el Capitán silbó. Arrojando por el suelo a más soldados, tomó impulso y con un vuelo más bien torpe y poco glamouroso llegó junto a su amo, que le hizo una carantoña.

Unos shinigamis del Sexto Escuadrón, que se habían acercado al ver el barullo quisieron entrar en la División y detener al Capitán, pero las puertas volvieron a cerrarse. Lo intentaron también subiendo hasta el tejado, pero Shuyin-taichou había sido lo bastante listo como para colocar protecciones de diversa clase y echarse a reír al ver los patéticos intentos de los protectores de la justicia de acercarse.

- No tengo tiempo que perder con vosotros- aseguró y subió al animal, como si se tratase de un caballo y echaron a volar. Aunque eso no fue todo, cuando hombre y pájaro surcaban el cielo, el científico volvió a pulsar el botón de su aparato y una enorme nube color limón cubrió el cielo, a los pocos segundos empezaron a caer formas amarillas del cielo, se parecían un poco a la montura en la que cabalgaba el loco, aunque algo más pequeñas. Una chica que miraba el cielo los reconoció.

-¡Pitapollos!- chilló y todos fueron a esconderse donde mejor pudieron. Algunos crearon barreras y la situación se salvó con varios heridos y un jardín echado a perder.
Del Capitán de la División Científica no ha vuelto a saberse nada...
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Mensaje por Narrador Vie Oct 26, 2012 8:25 am

Efecto colateral
Sobrepoblación Hollow


Salvajes. Puro instinto animal. En aquel desierto de arenas albas, como en toda jungla, la supervivencia dependía del más fuerte. O el más listo. Entre los escalafones evolutivos más bases de los monstruos de Hueco Mundo, los hollows no destacaban precisamente por su intelecto, pero, no por ello, el instinto de supervivencia era menos vívido en sus primitivas almas.

El ser humano y el shinigami, como protector natural de éste, tiende a ver Hueco Mundo y sus hollows como un lugar de locura y abominación atestado de monstruos. Sin embargo, los desiertos de este mundo, los bosques subterráneos y la infinidad de galerías formaban un hábitat, un ecosistema tan real y funcional como los de la madre naturaleza en el mundo de los vivos. Hueco Mundo, por tanto, estaba regido por las mismas leyes naturales que cualquier otro paradigma y las estrategias que sus seres adoptaban también se asemejaban a cualquier grupo animal terrícola.

Era ya un grito a voces que entre las níveas arenas del desierto de Hueco Mundo se cocía algo. Para los habitantes y defensores de “El Amanecer” al menos sí, los cuales acabaron por comprobarlo, sufrirlo en sus propias carnes, de la mano de la insurrección y el caos. Sin embargo, estas evidentes hechos no constaban en los reportes shinigamis, y en la Sociedad de Almas vivían desconocedores de las penurias por las que sus rivales pasaban.

El daño colateral de todo aquello, como siempre, recaía sobre las cabezas de los seres más débiles. Esas alimañas que se escondían temerosas al ver un arrancar o adjucha pasar, esos hollow de poca monta que sólo se preocupaban por su subsistencia, fueron poco a poco convirtiéndose en los más castigados por los sucesos de Hueco Mundo. Tanto hollow poderoso emergente, las cada vez más numerosas guerrillas de adjuckas, los incipientes grupos rebeldes, ansiosos de poder y notoriedad, arrasaban las arenas de aquel vasto desierto, despojando del recurso más preciado de los hollows menores: la comida.

Desprovistos de la abundancia normal en sus alimentos, estos hollows se fueron viendo forzados a recurrir a otras estrategias vitales. La migración, cada vez más osada, tanto al Mundo Humano como a la Sociedad de Almas, se tornó en normalidad. Los dominantes adjuckas y gillians desplazaron a estos hollows, por tanto, los cuales, temerosos de su propia supervivencia, se mostraron cada vez más atrevidos. Su número crecía sin parar en aquellos dos territorios. En la Sociedad de Almas, incluso, se llegaron a aventurar en distritos del Rukongai donde nunca un hollow se había dejado ver.

Los shinigamis, sin la información de la rebelión contra los arrancars entre sus manos, formularon infinidad de hipótesis. La explicación, sin embargo, daba un poco igual en aquellos momentos. El problema real era la cuasi invasión hollow en el Mundo Humano y en el Mundo Shinigami. Los Dioses de la Muerte no habían tenido ningún periodo de respiros. Aún en periodo de posguerra, aún en intentos de paliar las numerosas bajas de la contienda, los shinigamis se habían topado con cantidad de ataques arrancars y demás rompecabezas. Aquella amenaza constante había mermado su capacidad de reestructuración y ahora, con el continuo crecimiento de las poblaciones hollows que se aventuraban dentro de sus dos mundos, los shinigamis se veían casi impotentes.

El Gotei se enfrentaba a una amenaza que no debían tomar a la ligera. Aunque inferiores en poder, los hollows estaban comenzando a alcanzar un número preocupante y los shinigamis no daban abasto para contener los ataques que se sucedían. Mientras en los Espadas de Hueco Mundo se encontraban ocupados en extinguir la rebelión, los Capitanes del Seireitei se unieron activamente en la lucha contra la sobrepoblación hollow. Frecuentemente se organizaban batidas, partidas de caza en masa en el Rukongai. A veces, incluso, grupos de shinigamis recibían la misión de defender asentamientos o pequeñas poblaciones de plus que sufrían el asedio de los numerosos monstruos de Hueco Mundo. Más de lo mismo ocurría en el Mundo de los Vivos, donde a cada distrito humano se le llegó a adjudicar uno o dos shinigamis más, frente al único Dios de la Muerte que se asignaba antaño. Shinigamis de alto nivel fueron necesarios ahí abajo para ayudar a los rasos a combatir a los hollows, que se habían visto totalmente superados por la numerosidad de esos monstruos.

Bajo aquel estrés constante que pendía sobre el Gotei, la atención y esfuerzo de los shinigamis se centró en su rol vital principal: la defensa del débil. En esas circunstancias, con la concentración focalizada fuera de las murallas del Gotei, nadie podía sospechar, menos averiguar, que algo se urdía en su interior. Con el amparo de los fatigados shinigamis, ocupados en otras preocupaciones, poco a poco se fue forjando una pesada y lustrosa Espada de Damocles, tan vigorosa y henchida de poder, que incluso aun pendiendo sobre la cabeza de quien lo hacía, su descenso se antojaba implacable. El destino de la Sociedad de Almas, el aciago sino del Gotei y de su máximo mandatario, se tejía con cautela y precisión en las mismas entrañas del mundo shinigami, sin la sospecha de ninguno de estos.
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Mensaje por Narrador Sáb Oct 27, 2012 8:06 am

El Curandero
Llamada urgente desde el Primer Escuadrón

El Capitán Aoki (aunque no venga especificado en su historia, después de la guerra tuvo que ostentar el puesto de máximo dirigente del Cuarto Escuadrón) siempre fue una persona peculiar, tal era el caso que prefería que todos le llamasen por su nombre de pila a que usasen el estirado “Murakami taichou”, aunque fue precisamente así como se dirigieron a él cuando le encomendaron la vital misión que debía llevar a cabo y que se convertiría en la más importante de su carrera.

Aoki se encontraba en una de las salas de recuperación de su División, junto a un joven shinigami que había tenido un percance cuando entrenaba y trataba de consolar al recién licenciado con alguna que otra broma.

- Esto que ha ocurrido no es tan raro- le decía mientras aplicaba un poco de su reiatsu curativo en el brazo descoyuntado del muchacho- no eres el primero y no serás el último que tenga un accidente de este estilo. Somos guerreros, es algo normal, no te preocupes y piensa mejor en buscarte una chica guapa, a mí me gustan especialmente con gran…

- Murakami Taichou- el rostro del siempre jovial Aoki se ensombreció, aunque no contestó ni se volvió hacia el recién llegado hasta que no dejó al chico descansando y con el brazo vendado sobre el pecho. Sólo entonces se dio la vuelta, despacio, para recordar a quien fuera que no le gustaba que se dirigieran a él por el apellido. No pudo, era el segundo al mando del Primer Escuadrón, en persona. El alto shinigami se levantó e hizo una reverencia, había estado a punto de cometer un error garrafal.

No era habitual que alguien como Mizugame Zanshiro se hubiera tomado la molestia de acudir al encuentro de Aoki, pero ahí estaba, serio, distinguido y con un rictus de preocupación tatuado a fuego en su rostro. El sorprendido capitán lo acompañó hasta una sala anexa, que hacía las veces de despacho. El espigado y tranquilo Zanshiro parecía nervioso, como si algo terrible acabase de ocurrir y no supiese que hacer con las manos. Se llevó una a las gafas que adornaban su sereno semblante y asintió, colocando bien el distintito que llevaba en el brazo y que lo identificaba como el teniente y al fin encaró al enorme Capitán.

- Debe venir inmediatamente a las habitaciones privadas del comandante.

- ¿Puedo preguntar qué ha ocurrido?

- Lo sabrá cuando lo vea- y ambos se desplazaron hasta el lugar en el que descansaba el mandatario de la Sociedad de las Almas.

Tanto Aoki como el aplicado Mizugame-fukutaichou fueron raudos en partir. Encadenando una serie de shunpos se personaron enseguida en la Primera División. Aunque el Capitán del Escuadrón especializado en Medicina descubrió todo un mundo de la mano del Teniente, pues le conducía por pasillos que nunca había pisado. A decir verdad, sólo había estado en la sala de reunión de Tenientes, en la de Capitanes y poco más del enorme edificio. Por ello, clavaba los ojos en cada pared y en cada pieza de artesanía que veía en su recorrido tras el siempre servicial Mizugame. Después de haber cruzado una serie de habitaciones que Aoki no había visto en su vida dejaron atrás la cocina, donde varias muchachas cuchichearon al entrar el enorme shinigami. Él sonrió a todas pero nunca perdió de vista a su anfitrión. Si realmente tenía que llegar a las habitaciones del Sotaichou es que algo muy grave pasaba. Ni siquiera él tenía tiempo para coquetear en ese momento.

Nuevas estancias, corredores, escaleras y algunas habitaciones ante las que el curandero se rascó la cabeza atada con la extraña cinta, pues no tenía ni idea de qué podían servir aquellos extraños artefactos, el elegante shingami que le precedía se detuvo, carraspeó y golpeó suavemente con los nudillos en una enorme hoja de madera oscura que parecía bien antigua. Una voz cascada dio permiso para cruzar la puerta y Aoki lo hizo tras el hombre que le había llevado allí. Lo que vio no pudo sino trastornarle: en una enorme cama, desnudo de cintura para arriba y con unas heridas que estaban a medio camino entre quemaduras y desgarramientos, se encontraba el Jefe Supremo de la Sociedad de las Almas, el gran Koyuki Ryoto.

Su rostro estaba lívido, como si no hubiera salido al exterior en más de cien años y sus ojeras, casi moradas bajo sus oscuras pupilas, relucían con fuerza. Con el cabello suelto sobre la almohada y un aspecto realmente desmejorado, el Sotaicho ni siquiera fue capaz de moverse para saludar al Capitán. Este hizo una profunda reverencia y se acercó a su lado, Mizugame se quedó donde estaba, a los pies de la cama y no le explicó nada a Aoki. Había acudido él en persona a avisarle porque se lo había ordenado su señor, no debía decir nada más ni el recién llegado tampoco tenía porqué preguntar. El curandero no lo hizo y observó al Comandante, que parecía un anciano allí prostrado.

- Koyuki-sotaichou- murmuró, pidiendo permiso para ver aquel estropicio. Las heridas que tatuaban el cuerpo de la máxima autoridad en la Sociedad de las Almas eran aterradoras, profundas y debían ser dolorosas, aunque nada de eso se podía ver en el cansado rostro del mandatario, parecía llevar bien el dolor. Una vez superado el estupor inicial Aoki quedó fascinado ante todo lo que captaban sus ojos, porque era la primera vez que veía algo así, el reiatsu que escapaba de aquellas marcas era algo a lo que jamás se había enfrenado, no sabía si podría hacer algo si no tomaba pronto una decisión, sino ponía todo su tesón- Comandante- quizás lo que estaba a punto de pedir era arriesgado, pero teniendo en cuenta como estaban las cosas, no podía hacer otra cosa- solicito permiso para que cesen todas mis actividades a cargo del Cuarto Escuadrón y dedicarme por entero al cuidado de sus heridas.

Zanshiro y Ryoto intercambiaron una mirada y el Teniente cabeceó, si el enorme Capitán consideraba que aquel era el único modo, no tenían porqué discutirlo. Aquello no era habitual, pero tampoco lo era el ataque que había dejado al Comandante en aquel estado, de modo que la excedencia podía permitirse. El Sotaichou hizo un gesto con la mano y su ayudante se marchó a llevar a cabo las dirigencias que fueran precisas. Probablemente se lo encargaría a algún shinigami competente del Octavo Escuadrón.

- Capitán Aoki- llamó al muchacho, tal y como sabía que le gustaba ser conocido y éste le observó, con una lúgubre mirada- es grave, ¿verdad?

- Si debo serle sincero, nunca había visto este tipo de heridas- aunque tampoco se atrevía a preguntar qué o quién se las había producido.

- Creo que si vas a ser tú quien se encargue de mi curación, debes saber como ha ocurrido el desastre- y comenzó a contarle una historia que dejó a Aoki totalmente descolocado. Definitivamente iba a tener que echar mano de todo su saber para ayudar al Comandante a reponerse.
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Mensaje por Narrador Miér Oct 31, 2012 8:18 am

Grano a grano
Construyendo el futuro de la Sociedad de Almas

La noche era profunda y oscura cuando una sombra se dirigía al imponente edificio donde se alojaban las periódicas reuniones de la Cámara de los 46. Aquella figura, apenas distinguible, entraba furtivamente en uno de los emplazamientos más seguros del Seiterei y casi de la Sociedad de Almas.
Pero aquella presencia, que quería parecer invisible, no estaba allí para ninguna acción punible, por lo menos por la legalidad que había creado la misma Cámara.

Tras cruzar varias puertas llegó a su destino, donde varios encapuchados más esperaban su llegada. El lugar indicado era una de las salas más recónditas del edificio, solo reservabas a reuniones de los 6 Jueces de la Cámara de los 46.

Y aquello era, ni más ni menos lo que se estaba produciendo. Pero todos tenían el suficiente conocimiento y experiencia en la política para saber que aquella reunión no sería bien vista a los ojos de la opinión pública y eso sería un suicidio que dejaría sin ninguna probabilidad de éxito aquel plan.

Tras deshacerse de las capuchas, una súplica fue lo primero en escucharse.

- Siento la tardanza - Comentó en voz baja y de forma formal Hokori Ansei.

- ¡Divina juventud! - Respondió, de manera amigable Hiromashi Akiwuno, de la manera que solo pueden hacer los ancianos a quienes todavía están en la flor de la vida, con esa mezcla de envidia y esperanza. Pero todo aquello fue roto por un carraspeo que quería cortar toda la charla innecesaria en aquel marco de discreción.

- Por favor, no necesitamos actos innecesarios. Atengámonos al objetivo de la reunión. - La voz de Shihoin Musashi añadió algo de tranquilidad al momento, dentro de lo nervioso del ambiente, debido a la clandestinidad con que estaban tratando el asunto. - Solo debemos de ver la ruta a seguir por la Cámara. Intentemos ser precisos.

La risa de Aiwata Shoru resonó por toda aquella sala que intentaba guardar un silencio sepulcral.

- Estad tranquilos, los nervios no son adecuados para esta ocasión. - Habló con fuerza, sin el disimulo y el tono susurrante de sus compañeros. - Se que alguno de vosotros estáis intranquilos, pues tenéis miedo de que os descubran los shinigamis y miembros de vuestras familias se os pongan en contra. Pero precisamente vuestra debilidad puede transformarse en nuestra fortaleza. Debéis hablar con ellos, convencedles de que esto es lo mejor. Sin el comandante, no hay cabeza visible en el Gotei. Ni tan siquiera un Capitán con experiencia que pueda suplirle.
Sin embargo, nosotros tenemos experiencia más que suficiente. Shihoin Musashi y Kuchiki Kyoudai, vuestros hijos os escucharán. Les habéis enseñado muchas cosas y escucharán vuestra voz autoritaria y sabia pero a la vez paternal y acogedora. Un Capitán y un Teniente con los que dominaremos los Escuadrones Quinto y Noveno. Hokori Ansei, tu hermana pequeña te ha tenido como ejemplo, debido a que eres una figura intachable. Seguro que escuchará los consejos y recomendaciones de su querido hermano mayor. Y gracias a ello, convenceremos también al Segundo Escuadrón. Y si ya pudieras hablar con tu hermano para que convenciera a su prometida, podríamos tener suficientes apoyos en el Octavo.

- Sin embargo, los demás Escuadrones son peligrosos. - Le cortó Kuchiki Kyoudai, con la elegancia y tranquilidad que marcado a su familia durante incontables generaciones. Para proseguir en un tono más susurrante, volviendo a la intención de pasar desapercibidos del principio. - Izumi Kaori, Kobayashi Hayato y Bastian Chiesa son Capitanes que se opondrán a un liderazgo de la Cámara de los 46.

Aiwata Shoru solo miró a Hiromashi Akiwuno, como única respuesta a las palabras del juez Kuchiki de la Cámara. Éste fue el que explicó el marco de acción que habían planeado.

- Mañana me acercaré a la reunión de Capitanes que se celebrará en el Primer Escuadrón. - Comentó a los sorprendidos Jueces. - Solo iré a tantear el terreno, pero creo que la enunciación del deber de los shinigamis podría convencer a Izumi-taichô de que nuestro bando es el mejor para la estabilidad y seguridad de todos. - Comentaba mientras ojeaba las hojas donde se habían recogido unos informes referentes a los díscolos Capitanes. - Los otros elementos serán más difíciles de controlar. Sin embargo, Kobayashi-taichô, al igual que Tsukiho-taichô, es soberbio en demasía. Si logramos convencerle mediante algún subterfugio de que el plan más lógico pasa por nosotros, podremos tenerle de nuestro lado. Mientras tanto, al contrario que con nosotros, las debilidades de Chiesa-taichô, sí serán su debilidad. Y todo el mundo ya conoce cuáles son; no será difícil atacarlo.

Los demás miembros de la Cámara escucharon atentamente el plan que ya estaba sobre la mesa, tan solo esperando que se pusieran en marcha para, grano a grano, hacer una montaña de arena que les diera el control sobre el Gotei, y sobre todo, sobre toda la Sociedad de Almas.

Aquel momento era decisivo, los nobles volverían a tener el poder completo, que era lo que necesitaban todas las almas de aquel sitio en aquel momento.
Lo que siempre habían necesitado.
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Mensaje por Narrador Jue Nov 01, 2012 8:25 am

Siete Virtudes
Reunión de Capitanes


Sala de Reuniones de Capitanes. Una estancia célebre aunque austera, como el resto del Primer Escuadrón. Aquellas cuatro paredes habían acogido a multitud de shinigamis de muy diversas personalidades. Alrededor de esa mesa se habían sucedido airadas conversaciones, debates inagotables y alguna que otra pequeña celebración. Bajo ese techo se habían vivido momentos de máxima tensión, momentos ceremoniosos y pocos instantes de relajación. Allí se habían tomado decisiones, se había resuelto el rumbo del Gotei, se había escrito la historia de la Sociedad de Almas. Esas cuatro paredes habían escuchado de todo, porque sobre todo voces, discursos y discusiones habían reinado aquella cámara, retumbando en cada rincón como un eco incansable.

Ahora nada oían esos tabiques, nada salvo el solemne repiqueteo de los más poderosos corazones shinigamis aunados en un largo y eterno silencio.

La ponzoñosa neblina del silencio se había extendido por la cámara después de que la noticia se hiciera pública. El pilar maestro de toda la jerarquizada estructura shinigami se había quebrado. Noticia de por sí insólita, pero las circunstancias de estos hechos, o más bien la falta de detalles de éstas, envolvían a lo sucedido con un halo de misterio que infundía temor hasta en los más fieros soldados del frente shinigami. Y cómo no iban a atemorizar a alguien algo que pudo acabar con el shinigami más poderoso de todos los tiempos, el fundador del Gotei 13 y la referencia de todo el ejército de la Sociedad de Almas, de un solo ataque, sin dar opción a defenderse. Poco más se conocía de lo sucedido salvo el resultado final y éste era que el Sotaicho se encontraba en su cama, gravemente herido, y que nada se sabía del agresor, ni había ningún rastro de él.

La más portentosa biblioteca del mundo se venía abajo. El universo se colapsaba todo él sobre un punto. Cada pilar del panteón cedía al peso de toda la estructura. Todo se desmoronaba, todo los principios lógicos en los que había basado su carrera y su vida, se hacían añicos. Su mundo languidecía en su interior, pero fuera nada mostraba. Si pocos podían atisbar algo en su mirada, sólo uno podría alcanzar a leerla y éste se hallaba postrado, incapaz, en su lecho. Mizugame Zanshiro-fukutaicho carraspeó, tomando las riendas de aquel malogrado paisaje para romper de una vez la mudez de tan suntuosa sala.

— Caballeros. — Su voz se antojaba clara, ausente de emoción. — Sobra decir que nos enfrentamos a una situación sin precedentes. — Hizo una pausa para pasear su mirada por todos los presentes. — Koyuki-sotaicho, fundador de este Gotei, se encuentra incapacitado y la defensa de la Sociedad de Almas recae ahora sobre nuestros hombros. — expresó, firme, decidido.

El crujir de la gruesa madera del pórtico interrumpió las palabras de teniente. Tras ellas, una encorvaba figura atrajo las fascinadas miradas de los allí presentes. Cada Capitán en activo se encontraba en la sala, sólo rompiendo la monotonía el acallado teniente, que hacía las veces de Comandante en funciones para aquella reunión. Nadie debía perturbar esa asamblea, nada ni nadie podía atravesar el umbral bajo el que aquella torcida, aunque honorable figura se encontraba. Bajo una melena tan gris como una tormenta, dos pálidos ojos escrutaban a todos los allí presentes, enérgicos a la par que ancianos. Una esbelta nariz conducía a unos labios surcados en arrugas que se extendían por todo su rostro como mala hierba en un cultivo. Su sonrisa, torcida y diminuta, no inspiraba simpatía alguna. Respeto quizá, pero tan inquietante mueca no podía preceder nada agradable.

— Soy Hiromashi Akiwuno y vengo en representación de la honorable Cámara de los 46. — se presentó. Su voz se hacía notar lenta, tal y como los pasos que le acercaban al resto. — Dados los desgraciados acontecimientos acaecidos sobre la célebre figura de Koyuki-sama, la Cámara toma el control momentáneo de las decisiones del Gotei 13 hasta que la situación de la Sociedad de Almas vuelva a la normalidad.

— Inaceptable. — irrumpió una voz de uno de los capitanes allí presentes.

— Esto va en contra de todo códido shinigami, de todo protocolo. — añadió otro, más sosegado que el anterior.

El distinguido intruso dio otro paso al frente, haciéndose notar. Su testa parecía desproporcionada en tamaño con respecto a su escueto cuerpo, aunque quizá su quebrado dorso podría engañar. Vestía de manera impecable, con telas nobles de estampados dorados sobre un solemne fondo morado. Carraspeó, devolviendo el silencio otrora reinante, y lo dejó estar por unos instantes.

El Gotei ha sido decapitado. Su ineficacia ha sido más que probada. Debéis acatar los designios de la Cámara. — exhortó, aunque a todos les quedó un agrio sabor a orden en sus oídos.

— ¡Esto es inaudito! — exclamó un tercer capitán. — No sólo irrumpes en este sagrado acto sino que vienes aquí, a nuestra casa, a insultarnos.

La desazón crecía en el ambiente y, de no ser contenida por los curtidos caracteres allí presentes, esta hacía tiempo que había transformado en ira. Sin embargo, Mizugame-fukutaicho continuaba mostrándose tan pétreo como al comienzo del encuentro, pareciendo ser el único de todos los shinigamis al que aquella intromisión no había importunado. Sólo se giró para decir dejar escapar una única palabra:

— Guardias.

Tras sendos shunpos, dos shinigamis aparecieron a ambos costados del anciano noble. Sonriente, tal como irrumpió, éste abandonó la sala, escoltado. A sus espaldas los shinigamis clamaban justicia y su detención. En el grupo de capitanes, de casi obligada diversidad, se encontraban y enfrentaban dispares opiniones en cuanto cualquier tema que incluyera a las nobiliarias familias saliera a la palestra. Aun sin la presencia del pequeño personaje, la Cámara de los 46 ya había logrado sembrar la semilla de la disputa entre las más poderosas mentes shinigamis. Mas el tema pronto volvió al camino que tan urgentemente necesitaba de toda su atención y cada oveja, con él, a su redil.

— Puede que tenga razón. — añadió el teniente del Primer Escuadrón, tras unos segundos de mutismo. Al unísono, todos los capitanes ahogaron un grito de asombro, incrédulos. Pero él agitó su cabeza y se hizo entender.

Explicó que el Gotei y la sociedad shinigami pedía un cambio de rumbo a gritos y todos, tras breves titubeos, acabaron por darle la razón. Tras la pasada, aunque no tan atrás en el tiempo, Guerra contra el bando arrancar, los problemas habían ido en aumento, más que solventarse los ya implantados. Aún acuciaban las bajas en batalla, no tanto por el número de éstas, sino por los problemas estructurales que habían originado en la jerarquía de los escuadrones. Estas fallas acarreaban un mal funcionamiento de estos, a la vez que significaban una inestable base sobre la que edificar la defensa de la Sociedad de Almas. Todos, sin excepción, secundaban aquellas premisas, las primeras a solucionar.

Hubo quien llegó a atreverse a calificar aquel sistema como arcaico, incapaz de funcionar eficazmente en la actualidad. Otros apuntaban hacia la escasez de shinigamis experimentados para razonar los problemas del Gotei. Todos, de nuevo sin excepción, se mostraron decididos a renovar el Ejército Shinigami desde su base, colocando cada ladrillo sobre firmes cimientos en pos de la prosperidad de la Sociedad de Almas.

En el fragor del ir y venir de ideas, un Capitán llegó a sugerir que había un excedente de puestos vacantes, que debían buscar una solución a esto primero. Otros indicaron que la actual cantidad de Dioses de la Muerte no era suficiente para que cada División cumpliera sus funciones más básicas. Pronto se llegó a la conclusión que la solución que solventaba todos aquellos problemas de un solo tajo era la unificación de escuadrones, pues así se paliaba la falta de líderes competentes para encabezar los escuadrones, y estos se fusionaban, aumentando sus efectivos.

Tras la vigilia, plagada de debates e ideas que iban, venían y se perfilaban, con la madrugada, la élite del Gotei había llegado a un acuerdo. Como todos habían coincidido, debían volver a sus orígenes, a la base de todo shinigami, para recrear desde la base todo el paradigma del Gotei. Se eligió, como sugirieron, reunir los Escuadrones, emparejándolos por actividades comunes, hasta dejarlos en siete. Siete serían ahora los Capitanes, pues. Siete, como siete eran las virtudes del Camino del Samurai. Rectitud, Coraje, Benevolencia, Respeto, Honestidad, Honor y Lealtad serían los nuevos siete elementos, los siete pilares donde un nuevo Gotei debía resurgir, más fuerte, eficiente y poderoso que el anterior.
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