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La última copa

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Mensaje por Chris Renoir Jue Ago 02, 2012 6:32 am

La suave brisa del atardecer mecía sus cabellos castaños mientras saboreaba la última copa del vino del día, apoyado en una de las balaustradas de los múltiples balcones que tanto había insistido don Marcus en colocar a lo largo de todo el recinto. Hacía tiempo que no se sentía bien del todo, una especie de molestia en el pecho, como si algo horrible estuviese a punto de ocurrir. Con la mano libre, que tenía apoyada de modo casi casual sobre la empuñadura de Centinela Oscuro, se manoseó el lugar donde debería haber estado su corazón y sintió el helado roce de la nada. Por hacer algo con los dedos los llevó hasta el pañuelo que cubría el enorme desgarrón que la cadena había erosionado en su blanco cuello y lo acarició con delicadeza. Aquel era el mejor regalo que la vida (o la no vida, la muerte o lo que fuese) le había dado y pronto, más pronto de lo que cualquiera pudiera pensar o desear estaría aún más alto en la jerarquía de Hueco Mundo.

No es que quisiera un cargo, nunca lo había querido, ¡que los dioses lo librasen de ello! Y no se debía sólo a sus carencias sociales (lo de no hablar era una elección, pero nunca había sido lo suficientemente ducho en eso de llevarse bien con el resto y forjar amistades, camaradería y todas esas tonterías que parecían gustarle a los humanos), el asunto estribaba en el poder. Aquello era lo que movía la existencia del mosquetero, si tener que ser espada (ya era fracción y no llevaba tan mal el asunto, hacía lo que le apetecía y por alguna razón Okami le trataba algo mejor que a Folk, aún no le había abierto el pecho en canal) venía incluido en el pack, no iba a rechazarlo.

Dio un nuevo trago a su bebida color sangre y levantó la copa de cristal, mientras su otra mano regresaba a su arma, dejando que los últimos rayos del sol moribundo lo atravesaran de parte a parte. Lo observó durante un segundo y una sonrisa torcida se dibujó en sus labios, tal vez algo que acabase con todo lo que conocía estuviese a punto de llegar, pero había un refrán que decía que siempre “debe hacerse de la necesidad, virtud”. Él estaba dispuesto a encontrar su beneficio, y si esto tenía que ver con ir pisando cabezas, no tenía ningún problema. Sólo respetaba de verdad a dos personas de aquella sociedad: la señora Okami y don Marcus. Por no hablar de Folk, su voz en aquel mundo silencioso que tan a gusto había elegido.

- Bon Appétit- susurró, con su voz ronca y se ventiló de un solo trago lo que quedaba de vino. A continuación se pasó la lengua por los labios y dejó la copa junto a la botella, en el suelo. Con ambas manos se apoyó esta vez en la baranda y observó como la oscuridad acababa con todo. Era difícil vivir en la luz cuando se había pasado dos vidas acechando desde las tinieblas. A veces se preguntaba porqué recordaba tan bien su pasado en la Francia de la Revolución, tan vívidamente como si hubiera pasado hacía dos días y no cientos de años. Las dudas surgieron de nuevo, mientras sus ojos sobrenaturales brillaban a pesar de la escasa luz del crepúsculo, ¿no podía olvidar o es qué simplemente no quería?, ¿algo había hecho que los recuerdos de su vida como asesino francés estuvieran intactos?, ¿había alguna razón? “Siempre hay una razón” le dijo una voz en su interior, una que tal vez le llegase de sus tiempos de mundano.

Negó con la cabeza. Normalmente, cuando tenía ganas de escapar, se dedicaba a cazar, le encantaba la sensación de acechar a la presa, de perseguirla y acosarla hasta que rogase por su vida. El chispazo animal que se apoderaba de su columna vertebral cada vez que iba de caza acababa de dar su primer latigazo, denso, casi con volumen real, físico. De un salto ágil, propio del felino que era, se puso de pie en la balaustrada para luego acuclillarse y soltar un rugido que nació de lo más hondo de su garganta. Centinela Oscuro parecía vibrar, pedir que la liberase y estuvo a punto de hacerlo, sus labios se preparaban para formar las palabras, sus ojos se almendraban y su rostro de porcelana se desfiguraba por momentos.

Su atención y su capacidad de rastreador fueron lo que le salvaron de enseñar a otro arrancar sus cartas, pues sintió la presencia antes de que llegase y rehizo su aspecto, se puso de pie en la barandilla y cruzó los brazos, como si llevara horas en la misma pose. La presencia penetró entonces en sus demonios, pero Chris Renoir ni siquiera se volvió.
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Mensaje por Karatoraba Lun Ago 06, 2012 3:59 am

— Un velero surcando el mar.
— Un cuello siendo degollado.
— Un árbol junto a un río.
— Una serpiente engullendo su presa.

Las escasas nubes de El Amanecer, aunque escasas, invitaban a la imaginación. El humo que se escapaba de sus labios se confundía a veces con ellas, dándole matices a cada cuadro que su mente creaba. Añoraba la tranquilidad de la madrugada y el silencio de las noches del Mundo Humano. Eran tan relajantes que hasta su alter ego parecía tranquilizarse un poco y Karatoraba podía así disfrutar de un buen tabaco bajo la turbada luz del atardecer.

Si bien podría encontrar, en la infinidad de las arenas blancas que rodeaban el castillo, algún remanso de paz, el desierto de Hueco Mundo se había convertido en los últimos tiempos en un lugar más peligroso de lo habitual. Bajar la guardia allí y dejar ir a su mente mientras perdía su mirada en el cielo podría ser fatal. Por ello se había decidido a buscar el silencio bajo el amparo de las murallas de Marcus, tarea nada sencilla. Tarea que le había llevado casi una hora, pero que al final había concluido…

— ¡Te voy a arrancar la puta cabeza!

Dos figuras aparecieron de repente. Ambas vestían el blanco y ambas sostenían sus armas en alto. Luchaban a muerte, seguramente por algún problema trivial que no necesitaría ninguna riña para solucionarse, mucho menos sangre. Al arrancar del sombrero no le importaban los motivos de la contienda, pero sí que su silencio se hubiera esfumado. Restalló su lengua y se levantó.

Un Sonido. Dos chasquidos metálicos. Un par de pinceles moviéndose al unísono en simétrica trayectoria. El piano corte del aire, el in crescendo desgarrar de la carne y el allegro surcar de dos testas por el cielo. Y al final de todo, como siempre, el colofón del brotar de la sangre. Arte, el más perfecto arte.

Lamentablemente, ambos sujetos conservaron sus cabezas y la metafísica máscara de Karatoraba siguió en su rostro, reteniendo al encolerizado Pasajero Oscuro tras de sí.



***********************

Los contrincantes eran ahora dos meras motas de polvo, dos pequeños insectos desde aquella altura. En la búsqueda de otro espacio de tranquilidad, Karatoraba se había elevado, intentando localizar el más aislado y silencioso de los numerosos balcones que moteaban las falladas de El Amanecer. En su ascensión, uno de llamó su atención, solitario y silencioso como ninguno. Sin embargo, cuando estaba a punto de alcanzarlo, un rugido rasgó el cielo y supo que debía seguir subiendo en busca de la tan ansiada soledad. Mas cuando estuvo a su altura y sintió su reiatsu, su curiosidad lo forzó a detenerse.

“Uno de los perros de Okami”, pensó para sí tras identificar su aura. Fue precisamente eso lo que llamó su atención. Si su fino oído y su pesquisa no le engañaban, se trataba de una de las Fracciones de la lobuna Espada, y juraría por su preciado sombrero que se trataba del enmudecido arrancar. “Pero el rugido…”, reflexionó mientras elevaba su visera para confirmara con sus ojos lo que ya sabía.

Convencido de que aquel estruendoso sonido no podría haberse originado en tan silencioso arrancar, sino en alguien que acabase de morir en sus manos, en todo caso, Karatoraba dejó caer su cuerpo para posarse sobre la baranda junto a Chris, al otro extremo del balcón. Hastiado de buscar el silencio de la soledad, supuso que debía conformarse con el silencio de la mudez de la Fracción.

— Buenas tardes. — saludó cordialmente, a la par que daba un pequeño salto para ponerse a su altura, aunque aun manteniendo las distancias.

Sabía de sobra que, de no haber confundido al arrancar con otro, éste ni se molestaría en saludar o pocas palabras más añadiría. Por ello no esperó obrarse ningún milagro y, tras el protocolario gesto, escurrió su mano bajo el keikogi para sacar su pipa de nuevo. Con calma, rellenó la cazuela meticulosamente con aquel nuevo tabaco que había conseguido, dejándose embriagar por el exótico aroma de sus hojas secas. Prendió éstas e inhaló con fuerza para extender la llama, exhalando una densa nube de humo gris que pronto se perdió en la oscuridad de la noche que se cernía sobre sus cabezas.

No pudo haber encontrado mejor compañía en todo El Amanecer.
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Mensaje por Chris Renoir Jue Sep 20, 2012 8:20 am

[FDI: Me ha dicho el compi que se quiere agregar que podemos darle otra vuelta a esto, así que si te parece bien… ¡vamos a ello!]

Acababa de llegar su compañía, se trataba de un arrancar con el que nunca había tenido la oportunidad de compartir escenario y que le saludó con cortesía, con un somero “buenas tardes”, Chris respondió al gesto con una cabezada lánguida y escrutó al recién llegado desde la distancia que les separaba, que era de varios metros. Vestía el típico uniforme que todos los habitantes del Amanecer usaban y sobre su testa se aposentaba un curioso sombrero (probablemente oriental, pues el mosquetero no había visto uno similar con anterioridad) en forma de pico, para dar a su aspecto un poco de dramatismo, sus ojos estaban cubiertos por una visera blanca. Por lo demás, parecía un hombre normal y corriente de cabello castaño corto y barba descuidada.

Definitivamente Renoir no conocía a aquel tipo, o si alguna vez se habían cruzado no lograba recordarlo. Se encogió de hombros, a fin de cuentas poco podía hacerse con esa cuestión. Al menos el arrancar había tenido el detalle de no presionarle para empezar una conversación, simplemente había encendido su pipa – el olor de aquel tabaco no había dejado indiferentes a los sentidos del felino- y se había colocado a una prudente distancia, tal vez aquello no fuese tan malo después de todo. Aquel hombre parecía tan silencioso como él, de manera que con mirar el horizonte, asentir si se daba el caso y seguir pensando en sus cosas tendría de sobra, y eso era precisamente lo que iba a hacer. Recuperó la copa y la botella del suelo y se sirvió una nueva ración (agradecía no haber tirado ambas cosas por el balcón en su ataque animal).

Cuando la botella volvió a su lugar intentó retomar de nuevo sus pensamientos donde los había dejado: el poder, ascender. Aquel había sido su sueño desde que no era más que un cachorro y llegó a Hueco Mundo, lo recordaba a la perfección. Huir nunca había supuesto para la fracción un signo de cobardía, a fin de cuentas, los animales sentían mucha estima su propia vida y el instinto de conservación era algo muy valioso para ellos, como Chris era medio animal no tenía problema alguno con ello. Tras ir adquiriendo cierta relevancia y pasar por algunas de las fases de su transformación hasta ser la letal mano derecha de Okami, aquello lo supo a poco. A decir verdad, en cierto sentido ahora se sentía así, pues aunque respetaba a su señora por encima de muchas cosas, no podía dejar de pensar en dar un paso más.

No es que fuese ambicioso o quisiese un cargo (menuda pérdida de tiempo) era que a pesar del escaso tiempo que había ostentado el rango de segundo al mando, se sentía estancado, quería más poder. Aunque liderar una sección era algo que le traía sin cuidado… negó con la cabeza, no quería volver a divagar sobre el mismo asunto, a fin de cuentas, si quería más poder tendría que conseguirlo por sus propios medios, como había hecho desde que alcanzaba a recordar. Se echó el cabello hacía atrás con la mano y la colocó sobre el mango de su espada, después bebió un poco de vino y fijó la vista en el fumador que se encontraba unos metros de él.

La quietud se había convertido para ambos en la protagonista y el esbelto asesino francés no pudo más que complacerse con todo aquello. El mundo estaba perfecto así, la ausencia de las conversaciones, la brisa del viento acariciando su rostro y diversos sonidos que se oían en distintos puntos del Desierto que se abría a sus pies. Los remolinos de arena blanca y su dulce melodía al ponerse en movimiento debían hacer frente a los gritos de alguna pelea y al sonido de las pisadas y las carreras. Los ojos del joven se rasgaron un poco y enfocó unos metros más adelante, un grupo de hollows parecía estar teniendo entre manos una batalla campal. “Pobres ilusos” pensó el mosquetero, volviendo a saborear de nuevo la bebida que tenía entre manos y que estaba realmente deliciosa. Era una lástima que el ganador de aquel combate pronto fuera a convertirse en su cena, apretó los labios un segundo para luego relajarse, ya que había conseguido memorizar el aroma de los más fuertes de aquel grupo, quien saliese vencedor sería devorado…
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Mensaje por Hohquim Accipitrem Lun Oct 08, 2012 8:03 pm

La pequeña pelea que se había creado abajo de la edificación poco a poco fue ganando volumen. Los hollows podían ser algo débiles, pero su número iba en aumento. Tanto es así que de todas partes del desierto comenzaban a aparecer más y más; hasta el punto de que la batalla campal podía compararse a cualquier lago infestado de pirañas en el que se soltase un trozo de carne. La única diferencia es que allí no había un premio que disputarse. El único incentivo para triunfar era la supervivencia en sí. Sin contar el gusto de esos ''Bichos'' de probar su poder desmembrándose unos a otros. Sin embargo, en un solo instante, todos esos ensordecedores gritos de batalla, de sufrimiento y hasta los sonidos mismos de los golpes y ralladuras que se propinaban unos a otros, cesaron muy bruscamente. Todo ese jolgorio de violencia tan ruidoso que inundaba el aire instantáneamente se enmudeció. Haciendo que el vasto silencio del desierto se hiciera presente otra véz.

Nuevamente en el balcón, esa situación pudo notarse muy rápidamente. Pero los arrancars que se encontraban en él apenas tuvieron tiempo para preguntarse que pasó antes de que una sombra se precipitara sobre ellos. Esa sombra se dirigió rápidamente a la actual Fracción de la sexta sección, comenzando a tomar forma y verse como otro arrancar. Sin embargo, mientras más se acercaba, más podía distinguirse que este era bastante pequeño. Aunque esa silenciosa presentación rápidamente perdió el rango de ''silenciosa'' por un ruidoso grito con tintes de alegría que provino de ese arrancar.
-¡¡¡Calladito-Nichan!!!- Se escuchó antes de que el arrancar, ahora con una forma muy diferenciada de un niño, se abalanzase sobre la fracción, para luego treparse por su espalda hasta reposarse de barriga sobre su hombro derecho. -¡¡¡No esperaba verte aquí Nichan!!! ¿¡Quieres jugar conmigo!?- le dijo muy alegre ahora, mientras soltaba cortas carcajadas al igual que un niño emosionado.

En realidad se trataba sólo de un niño, y justamente un niño arrancar de la sexta sección. El cual podía verse completamente infantil y hasta inofensivo. Pero si alguien se asomara desde el balcón podría ver por qué ese grupo de hollows se calló tan repentinamente. En realidad todos se encontraban muertos sobre la, ahora roja, arena del desierto. Algunos presentaban algunos cortes, mientras que otros ya estaban tan descuartizados que eran irreconocibles... Y todo por culpa del aburrimiento de ese niño.
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Mensaje por Karatoraba Mar Oct 30, 2012 5:18 am

La traquilidad, en aquel reino, era un bien tan preciado como efímero. Tras que la marabunta que se había tornado en pelea, cesara, el susurro que allí arriba llegaba, a aquel balcón, terminó y ambos silenciosos arrancars pudieron disfrutar del momento. Aunque por muy poco tiempo.

Un torbellino de ruidos y movimientos innecesarios, encarnados en la figura de un delicado niño, se posó en el balcón y perturbó para siempre la quietud del lugar. La forma de referirse a la Fracción de Okami casi le hizo reír, pero cuando contempló la cómica escena donde aquel chiquillo se subía a la espalda del callado arrancar, no pudo contener una, aunque sutil y corta, carcajada. El humo se escapó de sus vías con fiereza, por ello, como si se expeliera de un tren en marcha a toda máquina.

Dejando a un lado a la pareja, y ahora que su oído se había reactivado al sonido, se centró más en la base del edificio que los sostenía. No se oía nada. Ni siquiera su fino oído alcanzaba a escuchar el menor movimiento ahí abajo. “¿Están todos muertos?” se preguntó, comenzando a comprender lo que había pasado. Su mirada bailó desde el terreno hacia arriba, de nuevo, para posarse sobre el niño, en apariencia inofensivo. Si él había sido la causa de tantas bajas en tan corto tiempo, tampoco era mayor sorpresa. En Hueco Mundo nadie era lo que parecía ser, Karatoraba era prueba viviente de ello. Pero por un momento vio con ojos humanos a aquel chaval. Por un momento sintió repulsión y orgullo al mismo tiempo. Su Máscara se asqueaba por la matanza, su Pasajero Oscuro sintió admiración.

Volviendo a la escena, expectante por lo que Chris pudiera hacer, Karatoraba decidió permanecer en silencio y ver como el perro de Okami se encargaba de aligerar ese peso que había recaído sobre sus hombros. Se centró, pues, en seguir inhalando y exhalando humo, esperando divertirse con la resolución de aquella comedia que se había dibujado frente a sus ojos.
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Mensaje por Chris Renoir Sáb Nov 03, 2012 1:40 am

Chris Renoir no era un bromista. De hecho, cualquiera que lo haya tratado durante más de dos minutos os dirá que era un trozo de hierro forjado. El combate, la sangre y el rastreo eran para él tan importantes como podría ser para un padre de familia cuidar de sus hijos o para un industrial sacar su negocio adelante.

Amor, afán de superación, simpatía… esas palabras para el mudo arrancar no significaban nada, eran solo letras que se escribían unas detrás de otras y que dejaban de tener sentido en cuanto se materializaban, por ello una broma no es que fuera lo que más le gustaba al atractivo joven de ojos verdes.

Intimar con Chris nunca era una buena idea y aquel niño había llegado a unos niveles muy por encima del tope del francés. La forma de dirigirse a él (calladito-niichan, el colmo del ridículo) y la carcajada del arrancar del sombrero tampoco ayudó mucho a la reacción que tuvo el arisco mosquetero.

Alzó el brazo derecho, agarró al chiquillo de sus ropajes blancos y con un movimiento fluido se sacó al chico de la espalda (por algo era fracción, y aunque la fuerza no fuese su característica más destacada podía con el peso de un niño de siete años) y lo lanzó unos metros más allá, hacia la balconada. No es que no hubiese deseado hacer llegar a ese insensato al desierto, pero sabía que las fuerzas arrancars no pasaban su mejor momento, de ahí que finalmente cambiase de opinión y lo dejase caer en tierra firme. Para dar más fuerza a su argumento se volvió, para tocar su zampakutoh, la letal Centinela Oscuro.

Aquel niño podría ser un arrancar de pleno derecho, pero había cosas que no estaban permitidas, y no iba a ser él quien ofreciese la parte ancha del embudo, ¡ni en un millón de años! Siempre hay una cosa que debe quedar clara: poder. El francés estaba donde estaba por varias razones: era uno de los espadachines más versados de Hueco Mundo y era rápido como una centella. Era una persona difícil, bien lo sabía, pero no tenía intención de cambiar y ser la niñera de un mocoso era algo que no entraba en sus planes. Ni siendo humano pensó en tener hijos (probablemente dejase algún que otro bastardillo en las calles de París) pero aquel no era el caso.

Una vez hecha la advertencia volvió al horizonte, no tenía necesidad de ser paciente, si debía pelear con aquel chiquillo, fuese. Pero prefería no mostrar sus cartas frente a ningún arrancar si podía evitarlo. No estaba el asunto precisamente para lanzar cohetes y mostrarse tal y como era, prefería que las batallas tuvieran algo de sorprendente, sino perdían el encanto…
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Mensaje por Hohquim Accipitrem Dom Nov 04, 2012 5:34 pm

A pesar de que había sido arrojado con sumo desprecio, el pequeño arrancar no sintió dolor alguno; ni física ni psicológicamente. Ni bien estaba por llegar al suelo, se incorporó y encorbó su piernas girando sobre sí para dar unas vueltas cual pelota en el aire. Tan parecido a una pelota era que rebotó de forma natural contra el piso para luego pararse sobre el barandal del balcón al lado opuesto de donde estaba la fracción.

-Ouch...- Se quejaba mientras frotaba su cabeza, ya que había rebotado sobre ella. Como había rebotado con tanto impulso, el dolor era lo suficientemente agudo como para tener que frotarse vigorosamente para poder suprimirlo. Pero por toda la agitación, perdió el balance y se tambaleó unos largos pocos segundos hasta que su cuerpo se venció hacia el lado de precipicio.
Sin embargo, en el último momento logró pegar un salto y se paró nuevamente en el barandal, pero ahora con sus manos. De ese mismo modo, caminó gran parte del barandal hasta que terminó por aburrirse de ese pequeño juego y, de un salto, se incorporó de pié nuevamente dentro del balcón.

Fue entonces recién cuando volvió a ver al mosquetero y comenzó a caminar hacia él con la misma expresión de alegría que tenía la primera vez. Pareciera que se hubiera olvidado de que este no le quería... y tal vez así era. Pero en su camino, vio una estela de humo gris que se ganó su atención por el momento. De a saltos, comenzó a seguirla hasta su origen, donde se sorprendió enormemente al encontrarse con otro arrancar. A pesar de que este no se esforzaba por esconder su presencia (aunque tampoco trataba de mostrarla) el niño no se había dado cuenta de que estaba allí hasta ese momento.

Sin embargo, cuando estaba por dirigirle la palabra, pudo notar que tenía los ojos tapados. Entonces, sin poder contener su curiosidad, se acercó de una manera bastante directa y poco disimulada y agitó su mano frente al rostro del arrancar, cómo para verificar que este realmente no pudiera verlo.

Tras esto, rápidamente se dio la vuelta y cambió su actitud completamente para verse mucho más serio. Con pasos muy firmes y mostrando una gran determinación, aparecida de forma espontánea, se dirigió directamente hasta el centro del balcón y miró detenidamente a ambos arrancars para luego estirarse y bostezar.

-¡Tengo sueño!- Dijo de repente y cayó sobre sus espaldas para ponerse a dormir en el instante.
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Mensaje por Karatoraba Lun Nov 05, 2012 5:32 am

El talante del arrancar del sombrero de paja le precedía, pero en ese preciso momento estaba haciendo grandes esfuerzos por no reír. Que dos caracteres tan dispares como el de aquellos dos arrancar se encontrasen era digno de la mejor de las comedias, pero su Código le reclamaba educación, más frente a la mano derecha de Okami.

La osada acción del niño arrancar se había resuelto como Karatoraba había supuesto, aunque quizá Chris había sido demasiado benévolo. Que el menudo arrancar compartiera sección con el espadachín seguro que lo había librado de una muerte lenta y dolorosa. El chaval voló por los aires y la Fracción, sin mediar palabra, claro, amenazó a su compañero con un sutil gesto. Éste, sin perder ni pizca de su entusiasmo, se revolvió en el suelo y tras unos cuantos y desafortunados saltos se posó sobre la baranda del balcón, quejándose.

— ¿Estás bien…? — comenzó a decir Karatoraba, movido por el instinto de su Máscara.

El chiquillo, sin embargo, pareció hacer oídos sordos, pues continuó con sus piruetas para acabar rendido sobre el suelo, dormido. Ese último trazo cómico en tan improvisada obra obligó al arrancar cegado a llevarse su pipa a la boca e inhalar aquel cálido humo gris con el que esperaba apagar la carcajada que se cocía en su garganta.

Tras un par de caladas, el silencio que reinaba minutos atrás volvió a hacer acto de presencia en el escenario improvisado de tan excéntrica comedia. Salvo por la profunda respiración del arrancar durmiente, Karatoraba ahora recordaba porqué había subido tan alto en aquel edificio y porqué había elegido tan callada compañía. Silencio y tranquilidad, esos bienes tan escasos como agua en el desierto. De pronto, tras percatarse del nuevo elemento destructor de paz, la tenue sonrisa que aún sostenía en su rostro se borró. Ya no le parecía tan cómica la situación, sino incómoda. El pequeño arrancar, que por momentos había sentido simpatía por él tras luchar con tan estoica y seria piedra como era Chris, ahora comenzaba a disgustarle.

La pesada respiración, demasiado pesada para un cuerpo tan corto, comenzaba a molestarle. Por un instante pensó en abandonar aquel balcón en busca de otro reducto de paz en aquella jungla, pero… ¿qué sitio sería más tranquilo que aquel junto al arrancar espadachín? Ninguna, así que giró sobre sí mismo y se dirigió al pequeño arrancar. Le dio un par de puntapiés en una pierna, leves, con intención de despertarle y no de lastimarle:

— ¿Querías algo? — cuestionó.

Si había venido a buscar algo, nada más lo encontrara se marcharía, supuso Karatoraba. Qué mejor manera para recuperar la paz del lugar que haciendo desaparecer al pequeñajo, aun cuando tuviera que echarle una mano si hiciera falta.

— “Existe una segunda opción.” — intervino su Pasajero Oscuro. — “Silenciarlo para siempre.”

Karatoraba, sin que sirva de precedente, coincidía con su sombrío compañero, pero estaba claro que no era una opción válida. Ni sería un rival sencillo, después de la matanza de ahí abajo, ni Chris le permitiría escarmentar a su propio subordinado, por mucho que anhelara la misma paz que Karatoraba acechaba.
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Mensaje por Chris Renoir Vie Nov 09, 2012 4:44 am

El camino trae a extraños compañeros, de eso no había dudas y como muestra un botón: un fumador, un niño y un mudo. Si, el mundo estaba lleno de cosas que aunque no tuvieren mucho sentido juntas se empecinaban en permanecer unidas a toda costa. El chico al que había lanzado por los aires acabó por rodar y caer en una de las barandas, junto al arrancar que llevaba aquel sombrero tan curioso, tampoco pretendía hacerle daño a la criatura, sólo darle una pequeña lección. Así que el asunto no estaba nada mal, aunque el chiquillo acabó por quejarse de un golpe en la cabeza. Tal vez si seguía comportándose de aquel modo Chris le daría una paliza, pero mientras molestase al otro invitado en la reunión, no tenía problemas.

Desde su posición, a unos metros más allá, pudo ver como el chico se paseaba por el balcón, como un demente, movía la mano frente al arrancar que estaba allí fumando tranquilamente y luego se paraba para quedarse dormido (o hacerse el dormido) uno ya no sabía a qué atenerse. El mosquetero se encogió de hombros, probablemente si fuese una persona más explosiva habría siseado y le habría dicho lo estúpido de su comportamiento, pero no había necesidad, el arrancar de la cara tapada ya se dirigía a él.

“¿Estás bien”?, había preguntado, a pesar de no haber recibido respuesta. Luego le dio un par de puntapiés al niño (eso estaba mucho mejor, a ver si espabilaba la piltrafa aquella) y le preguntó si quería algo. Tal vez con aquello consiguiese algo, vaya usted a saber. El joven volvió a su copa de vino, la verdad era que en aquel lugar, hermoso a su manera, le apetecía disfrutar de la belleza del lugar, ya no tenía posibilidad de marcharse sin mostrar sus cartas, al menos podría tomar su bebida favorita.

Acarició el mango de Centinela Oscuro en un acto reflejo y la apretó con fuerzas, no se quedaría mucho tiempo allí. Algo dentro de él (quizás ese animal de ojos verdes que lo había definido durante años) rugía, se moría por salir a cazar, pero era bastante racional, podría aguantar un rato. Se pasó la lengua por los labios, en un único movimiento, y pensó en otras cosas que también le apetecían: nada era muy legal.

Volvió la vista hasta sus compañeros, ¿qué demonios pasaría a continuación? Tal vez fuese el arrancar del sombrero de paja el que perdiese los estribos y decidiera darle a aquel niño su merecido, o puedo que no. En ocasiones, hay cosas que no son lo que parecen, sonrió para sí, estaba desando verlo.
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Mensaje por Hohquim Accipitrem Vie Nov 16, 2012 7:08 am

Tras algunos minutos de silencio profundo en los que todos los arrancars quedaron enmudecidos, el del sombrero se acercó al niño y, pateándolo de firma leve, le preguntó si necesitaba algo. Inmediatamente se escucharon estas palabras, y sin ninguna anticipación, el pequeño arrancar se paró de un salto y miró nuevamente al rostro cercano de su compañero fumador.
-¡Diversión!- dijo y se dirigí hacia la baranda del balcón. -Me pareció divertido ese grupo de hollows de allí abajo... pero me harté de ellos luego de un rato...-

Al llegar al final y echar un vistazo hacia el desierto que se encontraba muy por debajo, la escena era por demás macabra. Todos los cuerpos descuartizados de los ruidosos hollows que tanto habían llamado la atención del lugar por su intensa pelea sin sentido más que el de supervivencia yacían esparcidos a lo largo y ancho de la ahora roja arena. Todas sus entrañas estaban al aire libre y comenzaban a atraer a los pájaros carroñeros. El olor de toda esa escena ya había dejado de ser el de la adictiva sangre que tanto buscan los monstruos sedientos de batalla. Ahora esa vista carecía de gusto... era simplemente grotesca.
Sin embargo, el rostro del niño culpable de todo eso no demostraba emoción alguna a demás de decepción.
-¡¡Aburiiiiiidooos!!- Gritó con cierto desanimo antes de saltar rápidamente sobre la baranda y dar media vuelta hacia sus compañeros.
-¡¡Pero ahora apodemos divertirnos todos juntos!!- Gritó muy entusiasmado mientras mostraba su adorable sonrisa de siempre. Acto siguiente pegó un gran salto de espaldas hacia el vacío, pero con un impulso suficiente como para elevarse varios metros por encima del balcón.

Señaló con su dedo al ahora algo distante sitio donde aguardaban sus ''compañeros de juego'', mientras de él comenzaba a desprenderse un resplandor verde -¡¡¡Espero que nos divirtamos mucho!!!- Dijo antes de lanzar un cero relativamente débil en pelea, pero lo suficientemente fuerte como para volar el balcón entero.
Hohquim Accipitrem
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Arrancar Sinister
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