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El nido del basilisco
Souls&Swords - Foro interpretativo inspirado en Bleach :: Sociedad de Almas :: Seireitei :: Lugares de entrenamiento
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El nido del basilisco
- Spoiler:
- Nota: La cafeína no me sienta bien, porque escribo cosas como este texto extraño, pero bueno. Con lo poco que llevo de rol con Yuki nunca había aparecido ese ser que tanto adora tocarle la moral, así que este tema será íntegramente para él. Espero continuarlo, por no dejar otra cosa más sin terminar, ehiem.
__________
Era una noche fría y sin luna, una noche llena de un silencio expectante. Todavía puedo recordar con nitidez la escena al cerrar los ojos: la oscura y húmeda habitación en la que desperté, la rigidez de las sábanas envolviéndome como un sudario, y el techo, tan oscuro que parecía inexistente. Yo sentía la presencia de algo extraño acompañándome, si bien no se escuchaba ningún sonido, y cuando digo ninguno quiero decir que era como si por aquel lugar evitasen pasearse hasta las alimañas. No obstante, y aunque no podía ver ni oir nada, sabía que no estaba solo.
Resuelto a encontrarle el sentido a la situación traté de ponerme en pie e investigar la primera pista que me indicase dónde me hallaba, pero las alarmas asaltaron mi mente al percatarme de que me encontraba inmovilizado por algun tipo de droga. El terror, al igual que un espontáneo incendio que nace de una chispa errática, prendió en mí. Como no podía moverme opté por gritar, y al ver que ésto también era inútil, pues la voz parecía haberme abandonado junto a mis fuerzas, me conformé con mirar horrorizado el lienzo oscuro que pendía sobre mi cabeza, hasta que los narcóticos o el cansancio provocaron que volviera a dormirme.
Cuando desperté temblaba a causa del frío, con la agradable sorpresa de que mi cuerpo volvía a obedecer los dictados de mi voluntad. Arranqué las ásperas telas que me cubrían y pude observar la habitación, que le resultó totalmente ajena a mi memoria. La atmósfera de suciedad y dejadez indicaba que debía tratarse de algún edificio abandonado. Me levanté. Sonó entonces un graznido por todo el cuarto. A la nota estridente se le sumaron otras dos iguales, y después unas veinte, hasta que el sonido se volvió tan insoportable que me llevé las manos a los oídos y retrocedí de espaldas a la pared, a tiempo de ver como toda una bandada de cuervos se colaba por la ventana y volaba en mi dirección.
-¡Tenemos hambre!- chillaban, envolviéndome en un torbellino de plumas negras y arañándome la piel con sus garras- ¡Danos tus ojos! ¡Tenemos hambre! ¡Tenemos hambre!
Caí de cara al suelo, notando que habían rasgado la tela que cubría mi espalda y castigaban la carne expuesta con sus picos, repitiendo la misma exigencia a voz de coro. Las heridas que me causaban habían comenzado a sangrar y los pájaros, con sus lenguas que parecían gusanos, comenzaron a beber de ellas. Impulsado por el miedo y convencido de que esas bestias iban a devorarme, me arrastré como pude bajo el lecho sobre el que había dormido momentos antes y me hice un ovillo, confiando en que así no me alcanzarían. En unos angustiosos minutos que se arrastraron como horas, aguardé, pero para mi sorpresa los aleteos habían cesado.
No pude resistirme a asomar la cabeza para mirar.
Como si nada de lo anterior hubiese ocurrido, la estancia se encontraba vacía, sin que una sola pluma evidenciara que lo que había vivido era real. Abandoné mi escondrijo, recorriendo las mangas impolutas de mi vestimenta con la mirada, consciente de que la sensación de dolor había desaparecido de mi cuerpo. ¿Acababa de sufrir una alucinación?
Estuve a punto de llorar de alivio, hasta que al girar sobre mis talones le vi. A él.
La primera impresión que me causó fue contradictoria, pues me sentí esperanzado al ver que ya no era la única persona que estaba ahí, al mismo tiempo que surgió en mi mente el pensamiento de que eso no tenía que ser algo necesariamente bueno. Lo primero que observé, porque se encontraba dándome la espalda, fue su considerable estatura, y que su vestimenta era diferente a la moda que se seguía en el mundo al que yo pertenecía. Girándose muy lentamente, como si de forma deliberada quisiera darme tiempo a que estudiase su aspecto al detalle, fui descubriendo el llamativo cabello bicolor, las manos enguantadas que se frotaban mutuamente y ese inquietante rostro de cera que me obsequiaba con una sonrisa contenida, que no enseñaba los dientes. Retrocedí instintivamente al ver sus ojos, sin entender cómo no habían llamado mi atención antes.
-¿Quién eres?- pregunté, sin caer en ese momento en que había recuperado mágicamente la capacidad de hablar. El desconocido se acercó unos pasos, caminando con un pie delante del otro, con la elegancia de un mayordomo veterano. Ensanchó su sonrisa, esta vez sí, dejando expuesta la dentadura. Di un salto hacia atrás y ahogué un grito, con la alocada certeza de que le había robado los colmillos a un tiburón para decorarse las encías con ellos.-¿Q-quién eres?
Quise seguir retrocediendo, pero la pared me lo impedía. Se detuvo, aunque sospecho que no porque se hubiera dado cuenta de que me tenía aterrorizado.
-Puedes llamarme "Pepito Grillo"- contestó, con una voz mucho más agradable de la que imaginaba para él, y empezó a reírse con ganas, tan súbitamente que me sobresaltó más de lo que ya estaba. Al captar la expresión de mi rostro, que no dudo que debía ser muy cercana a la de pánico, cortó las carcajadas y se enderezó, mirándome con curiosidad, luego desconcertado-. No, en serio... ¿es que no lo sabes?-. Mi negativa silenciosa no debió ser de su agrado, pues percibí claramente los cambios que iba sufriendo su rostro, que se contrajo del mismo modo que lo haría si hubiera recibido una bofetada. Tomó aire y lo retuvo en los pulmones unos instantes, dejándolo ir muy lentamente entre los labios, lo que produjo un curioso siseo. Cuando volvió a hablar su voz no me pareció tan inofensiva como al principio; ésta le identificaba mejor-. Pues qué mal, Yuki... porque eras tú el que me había llamado. ¿Cómo es posible que no lo sepas, eh? ¿Me estás tomando el pelo? ¿O es que sueles tratar así a tus amigos?
En ese momento no me paré a pensar cómo era que conocía mi nombre, o a qué se refería con todo lo que estaba diciendo. Estaba más preocupado en mirar de reojo el candelabro de plata que había en el suelo, cerca de mis pies, y de sopesar las posibilidades que tenía de agarrarlo y golpearle con él para luego huír. Pero mi desconcertante amigo resultó ser más rápido de lo que hubiera podido imaginar. Le bastó con seguir mi recorrido visual para darse cuenta de las intenciones que tenía.
Desplazó el objeto de una suave patada a unos metros de mi posición, allá donde nunca podría cogerlo antes que él. Sus ojos de serpiente volvían a clavarse en los míos.
-Oye... me decepcionas-. Su mano, que de pronto parecía enorme dentro del guante de terciopelo, se enredó en mi pelo, dando un tirón brutal. Antes de que pudiera defenderme ya me había inmovilizado con la otra. Me debatía atrapado en su sólida presa, inútilmente-. ¿Cómo? ¿Acabas de venir y ya quieres irte? Qué visita tan corta, Yuki. ¡Ni siquiera nos ha dado tiempo de conocernos mejor!
Riéndose como un lunático, me arrastró hacia la ventana y me empujó hacia ella, exponiéndome a una caída fatal. Mientras yo no dejaba de gritar y arañar la chaqueta de su traje azul, este peligroso sujeto me sostenía de un solo brazo y se entretenía meciéndome hacia los lados como a un muñeco. Pensé que esa sería la última visión que tendría en mi vida: la de sus terribles ojos verdes y el cielo plomizo de fondo.
-Hagamos una cosa- dijo, alzando la voz para que se le escuchara por encima de mis gritos. Se llevó el dedo índice de la mano izquierda a los labios, lo que al aguantarme ahora solamente con una provocó que yo me resbalara unos centímetros hacia abajo y comenzara a chillar más histéricamente-. Shh... calla, calla. ¿No ves que así no puedo hablar? Déjame decirte que tengo algo pensado para ti... Aunque has sido un grosero, ¿sabes? Pero lo haré por la amistad que nos une.
Y me soltó, despidiéndose con la mano en lo que para él, supongo, era un bonito detalle de cortesía.
El aire pareció abandonar mis pulmones durante la caída, y recé para perder el conocimiento antes de estrellarme contra el suelo. El rugido del viento silenciaba todo lo demás.
Siempre había leído que los momentos en los que uno cree que va a morir se suceden con una angustiosa lentitud, y es cierto; en cambio, no vi las secuencias de mi vida como una colección de imágenes congeladas. Lo que yo vi, cuando me despedía apresuradamente del mundo, fue el rostro de una persona. De la única persona que lo ha significado todo para mí.
Me disponía a invocar su rostro cuando de pronto noté que algo tiraba violentamente de mis ropas. Entre la confusión, se me ocurrió mirar hacia arriba.
-Hellooooo- me saludó el tipo de antes, que a pesar de haberse lanzado del edificio detrás de mí y caer a gran velocidad, parecía muy contento de verme. Esbozó una sonrisa llena de diversión y todo él comenzó a dividirse en pequeñas sombras que, a su vez, se iban convirtiendo en cuervos. En este punto asumí que había terminado por perder la razón o me había muerto, así que soporté bastante estoicamente a que la bandada de aves que antes había tratado de arrancarme los ojos se enganchasen a mis vestiduras y me llevasen volando a un lugar seguro.
Kyuusei Yukihiro- Raso Jin
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Edad : 34
Re: El nido del basilisco
-¡Tenemos hambre! ¡Danos tus ojos!
Habíamos aterrizado en la azotea de un edificio, desde donde se obtenía una buena panorámica de aquella ciudad gris y desolada. Yo, que tenía el pulso acelerado y las piernas demasiado flojas para sostenerme en pie, permanecía sentado de forma muy poco elegante en el suelo, mientras que el excéntrico hombre que tenía el poder de transformarse en pájaros seguía dando vueltas a mi alrededor y agitando los brazos como si fueran alas, parodiando los graznidos de los cuervos y riéndose de mí. Según él, todo lo de antes había sido una broma para romper el hielo.
No tardé en exigirle que me revelase su identidad, y ésto no le gustó. Al igual que la vez anterior, cuando me vi incapaz de reconocerle, su cara cambió y adoptó un aire amenazador.
-¿Por qué tienes que estropearlo? Estoy haciendo un esfuerzo por llevarnos bien, pero casi parece que me provocas intencionadamente, chico-. Se arrodilló ante mi y cerró una de sus manos sobre mi nuca. Me pareció que se debatía entre golpearme o dejarlo todo en una advertencia. Inesperadamente, me hizo pucheros, lamentándose-. No te estás portando bien conmigo.
Me tenían muy preocupado sus cambios drásticos de humor, que fuera tan imprevisible. Lo miré alejarse y pasearse nervioso de un lado al otro de la azotea, preguntándome qué haría conmigo. Preferí ser prudente y esperar esta vez a que fuera él quien hablase antes de preguntarle nada.
Cuando volvió parecía exultante, como un niño que acaba de descubrir un juego nuevo.
-Escúchame bien, Yuki. He pensado en cómo arreglar esto- soltó una risilla traviesa, que aún a día de hoy me provoca escalofríos-. Estoy seguro de que no querías ser desagradable, solamente estabas nervioso. ¿Cómo iba a saber yo que iba demasiado deprisa? Eres un chico tradicional. Oh, no, no te preocupes, es algo que me gusta de ti... Estoy ansioso por intimar contigo, pero iremos más despacio-. Se agachó para agarrarme del keikogi y ponerme en pie, sacudiéndome el polvo del traje mientras hablaba-. He pensado que podemos pasarlo bien jugando un rato, para estrechar lazos, ya sabes. Así que vamos a disfrutar, dejando los malentendidos a un lado, ¿vale? Y las preguntas, claro. Todavía no hay confianza. ¡Pero la habrá, tranquilo!
Chasqueó los dedos y una de las enormes baldosas del suelo se levantó sola, como si tirasen de ella hilos invisibles. El hombre me animó a acercarme al hueco con un empujoncito amistoso.
-Este es el edificio más alto de toda mi ciudad, así que llegar hasta la planta baja te costará un tiempo, pero si lo haces, consideraré que hemos dado un paso importante en nuestra relación y te diré mi nombre.
Entonces no me pareció algo muy difícil, aunque la tarea pudiese llevarme un par de días. Me tendió la mano y yo se la estreché, pensando que, después de todo, las cosas empezaban a arreglarse y pronto podría regresar a casa.
Cuando ya estaba bajando por la abertura se acordó de cierto detalle.
-¡Ay, se me olvidaba! Por el camino habrán varios obstáculos.
Me detuve y le miré, sospechandoo que la información de última hora no me iba a hacer ninguna gracia.
-¿Qué clase de obstáculos?
Le restó importancia con un gesto de la mano.
-Naderías. Monstruos que intentarán devorarte, y esas cosas. Será mejor que no te pares a dormir. Y bueno, si ves que te persigo y trato de matarte no te lo tomes a mal, ¿vale? No quiero que nos peleemos por una tontería de juego-. Mi rostro debía ser de total estupefacción, y creo que atiné a preguntar si estaba bromeando.- No, no, es verdad, así son las reglas. Hombre, no pensarías que iba a ser tan fácil como bajar unas escaleras, ¿verdad? ¡Pero qué ocurrencias tienes, Yuki! Me gusta tu sentido del humor. Y ahora vete. Se hace tarde.
Plantó su pie en mi pecho y empujó, sonriente, viendo cómo me hundía en la oscuridad.
Habíamos aterrizado en la azotea de un edificio, desde donde se obtenía una buena panorámica de aquella ciudad gris y desolada. Yo, que tenía el pulso acelerado y las piernas demasiado flojas para sostenerme en pie, permanecía sentado de forma muy poco elegante en el suelo, mientras que el excéntrico hombre que tenía el poder de transformarse en pájaros seguía dando vueltas a mi alrededor y agitando los brazos como si fueran alas, parodiando los graznidos de los cuervos y riéndose de mí. Según él, todo lo de antes había sido una broma para romper el hielo.
No tardé en exigirle que me revelase su identidad, y ésto no le gustó. Al igual que la vez anterior, cuando me vi incapaz de reconocerle, su cara cambió y adoptó un aire amenazador.
-¿Por qué tienes que estropearlo? Estoy haciendo un esfuerzo por llevarnos bien, pero casi parece que me provocas intencionadamente, chico-. Se arrodilló ante mi y cerró una de sus manos sobre mi nuca. Me pareció que se debatía entre golpearme o dejarlo todo en una advertencia. Inesperadamente, me hizo pucheros, lamentándose-. No te estás portando bien conmigo.
Me tenían muy preocupado sus cambios drásticos de humor, que fuera tan imprevisible. Lo miré alejarse y pasearse nervioso de un lado al otro de la azotea, preguntándome qué haría conmigo. Preferí ser prudente y esperar esta vez a que fuera él quien hablase antes de preguntarle nada.
Cuando volvió parecía exultante, como un niño que acaba de descubrir un juego nuevo.
-Escúchame bien, Yuki. He pensado en cómo arreglar esto- soltó una risilla traviesa, que aún a día de hoy me provoca escalofríos-. Estoy seguro de que no querías ser desagradable, solamente estabas nervioso. ¿Cómo iba a saber yo que iba demasiado deprisa? Eres un chico tradicional. Oh, no, no te preocupes, es algo que me gusta de ti... Estoy ansioso por intimar contigo, pero iremos más despacio-. Se agachó para agarrarme del keikogi y ponerme en pie, sacudiéndome el polvo del traje mientras hablaba-. He pensado que podemos pasarlo bien jugando un rato, para estrechar lazos, ya sabes. Así que vamos a disfrutar, dejando los malentendidos a un lado, ¿vale? Y las preguntas, claro. Todavía no hay confianza. ¡Pero la habrá, tranquilo!
Chasqueó los dedos y una de las enormes baldosas del suelo se levantó sola, como si tirasen de ella hilos invisibles. El hombre me animó a acercarme al hueco con un empujoncito amistoso.
-Este es el edificio más alto de toda mi ciudad, así que llegar hasta la planta baja te costará un tiempo, pero si lo haces, consideraré que hemos dado un paso importante en nuestra relación y te diré mi nombre.
Entonces no me pareció algo muy difícil, aunque la tarea pudiese llevarme un par de días. Me tendió la mano y yo se la estreché, pensando que, después de todo, las cosas empezaban a arreglarse y pronto podría regresar a casa.
Cuando ya estaba bajando por la abertura se acordó de cierto detalle.
-¡Ay, se me olvidaba! Por el camino habrán varios obstáculos.
Me detuve y le miré, sospechandoo que la información de última hora no me iba a hacer ninguna gracia.
-¿Qué clase de obstáculos?
Le restó importancia con un gesto de la mano.
-Naderías. Monstruos que intentarán devorarte, y esas cosas. Será mejor que no te pares a dormir. Y bueno, si ves que te persigo y trato de matarte no te lo tomes a mal, ¿vale? No quiero que nos peleemos por una tontería de juego-. Mi rostro debía ser de total estupefacción, y creo que atiné a preguntar si estaba bromeando.- No, no, es verdad, así son las reglas. Hombre, no pensarías que iba a ser tan fácil como bajar unas escaleras, ¿verdad? ¡Pero qué ocurrencias tienes, Yuki! Me gusta tu sentido del humor. Y ahora vete. Se hace tarde.
Plantó su pie en mi pecho y empujó, sonriente, viendo cómo me hundía en la oscuridad.
Kyuusei Yukihiro- Raso Jin
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Edad : 34
Re: El nido del basilisco
Por más que empujara la puerta seguía trabada. Había atravesado el pasillo y había regresado, demasiado preocupado por los sonidos que se dejaban oír desde el final del corredor, oscuro como un pozo sin fondo. Giré el rostro hacia allí al escuchar un aullido, con la mano todavía aferrada sobre el pomo y la piel erizada por un escalofrío. Esperé, pero no vino nada. En cambio se me congeló la sangre en las venas cuando volví la mirada al frente.
-¿Tienes algún problema?
El hombre de traje estaba plantado delante de la puerta, tan cerca de mí que al agacharse su cabello me hizo cosquillas en la frente. Sus pupilas se encogieron; dos diminutos alfileres hundiéndose en el verde inflamado de sus aterradores ojos.
-Que si tienes algún problema -repitió, al no encontrar más respuesta que mi postura congelada por el miedo y el sudor frío que me brillaba en la frente-.Tienes que intentar bajar, no volver sobre tus pasos. Creí que eras inteligente y eso lo habías entendido.
Arqueó las cejas, luego cruzó los brazos y se quedó esperando que dijera algo, sin comprender por él mismo que todo eso era una locura y que yo no quería participar.
-No... Sí. Sí que tengo un problema. No quiero estar aquí, ni cruzar ese pasillo. Quiero volver a mi casa.
Ladeó la cabeza, frunciendo el ceño y apretando los labios. Parecía perplejo.
-Pero, ¿por qué no quieres?
-¿Que por qué...? ¡Porque es peligroso! -parpadeé, estupefacto al darme cuenta de que eso no le aclaraba nada. Todavía se escuchaban los inquietantes murmullos que procedían del otro extremo del pasillo, una unión de berridos y voces antinaturales que no podían significar nada bueno.- ¿No te das cuenta? No sé lo que hay allí. Podría ser.... podría ser cualquier cosa. Podría pasarme algo realmente malo, podría... ¡podría morir! Cielos...
Me aparté y apoyé la espalda en la pared, sintiéndome realmente enfermo. Por más que lo intentaba era incapaz de recordar cómo había llegado a ese lugar, ni se me ocurría cómo de lejos podría estar del Seireitei. Porque aquello seguiría siendo la Sociedad de Almas... ¿verdad?
Comprobé de un vistazo que aquel curioso personaje seguía de pie, acaso reflexionando en mi respuesta. Desconocía cómo era capaz de transformarse en cuervos y de hacer todas esas cosas que hacía, pero poco me importaban sus trucos. Mi único deseo era volver al Escuadrón, olvidarme de toda esa pesadilla y recuperar mi vida.
-¡Ahá! Ya lo sé- chasqueó los dedos y se acercó, sonriendo ampliamente, ignorando mis esfuerzos por conservar la mayor distancia posible entre ambos.- Tienes miedo. Todo esto te asusta porque no estás acostumbrado, no sabes lo que te espera al otro lado, pero... ¡Vaya! En eso consisten las sorpresas, Yuki. En que pueden ser cualquier cosa.
Rió alegremente, con ganas, como liberado de una preocupación cuyo remedio se halla en las soluciones sencillas. Su risa cesó de pronto y se me quedó mirando de forma pícara, al modo de los niños que planean travesuras. Entonces se produjo un temblor, y luego otro... y el ruído cobró fuerza, cada vez más, acercándose.
Acercándose...
-¿Que...? ¿¡Qué estás haciendo!? ¿Los has llamado? ¿¡Cómo se te ocurre!?
A veces uno necesita ver algo para saber que es peligroso, que puede ser mortal. A mí me bastaba con escucharlo para saberlo muy bien, y no tenía ninguna intención de quedarme a comprobarlo.
Se hizo tranquilamente a un lado cuando me lancé a la puerta, tratando de derribarla a patadas, luego tomando carrerilla para intentar echarla abajo. Por más que me esforzaba, ni siquiera lograba hacerla temblar un poco.
-Sólo te harás daño...- me advirtió él, sin inmutarse por la mirada desesperada que le lancé-. Nunca podrás volver por las puertas que ya has cruzado.
-¿Y eso por qué?
Sus labios eran una línea curvada con deleite cuando señaló hacia la entrada por la que había venido. Lo vi y quise morirme.
-Porque son paredes, chico. Si quieres una nueva salida, tendrás que encontrarla. Pero recuerda que solamente la podrás usar una vez.
Me dió la espalda y echó a caminar hacia delante, hacia el coro de voces que se aproximaba.
-¡Espera! ¿Dónde... dónde puedo encontrarla?
Giró lo justo para observarme, algo incrédulo pero conservando su expresión de regocijo.
-Solamente hay un camino, Yuki.
Tragué saliva. No podía estar hablando en serio.
-Pero... pero por ahí están llegando...
Sus pasos volvieron a cobrar ritmo, adentrándose sin prisas y de forma despreocupada hacia ese extraño túnel que tanto me asustaba.
-Entonces solo tienes dos opciones: ir en su encuentro o esperarles. De todos modos... no creo que tarden mucho.
Aún tuvo tiempo de hacer escuchar su risa una vez más, antes de que aquella cantinela de sobrenaturales voces enmudeciera cualquier otro sonido.
-¿Tienes algún problema?
El hombre de traje estaba plantado delante de la puerta, tan cerca de mí que al agacharse su cabello me hizo cosquillas en la frente. Sus pupilas se encogieron; dos diminutos alfileres hundiéndose en el verde inflamado de sus aterradores ojos.
-Que si tienes algún problema -repitió, al no encontrar más respuesta que mi postura congelada por el miedo y el sudor frío que me brillaba en la frente-.Tienes que intentar bajar, no volver sobre tus pasos. Creí que eras inteligente y eso lo habías entendido.
Arqueó las cejas, luego cruzó los brazos y se quedó esperando que dijera algo, sin comprender por él mismo que todo eso era una locura y que yo no quería participar.
-No... Sí. Sí que tengo un problema. No quiero estar aquí, ni cruzar ese pasillo. Quiero volver a mi casa.
Ladeó la cabeza, frunciendo el ceño y apretando los labios. Parecía perplejo.
-Pero, ¿por qué no quieres?
-¿Que por qué...? ¡Porque es peligroso! -parpadeé, estupefacto al darme cuenta de que eso no le aclaraba nada. Todavía se escuchaban los inquietantes murmullos que procedían del otro extremo del pasillo, una unión de berridos y voces antinaturales que no podían significar nada bueno.- ¿No te das cuenta? No sé lo que hay allí. Podría ser.... podría ser cualquier cosa. Podría pasarme algo realmente malo, podría... ¡podría morir! Cielos...
Me aparté y apoyé la espalda en la pared, sintiéndome realmente enfermo. Por más que lo intentaba era incapaz de recordar cómo había llegado a ese lugar, ni se me ocurría cómo de lejos podría estar del Seireitei. Porque aquello seguiría siendo la Sociedad de Almas... ¿verdad?
Comprobé de un vistazo que aquel curioso personaje seguía de pie, acaso reflexionando en mi respuesta. Desconocía cómo era capaz de transformarse en cuervos y de hacer todas esas cosas que hacía, pero poco me importaban sus trucos. Mi único deseo era volver al Escuadrón, olvidarme de toda esa pesadilla y recuperar mi vida.
-¡Ahá! Ya lo sé- chasqueó los dedos y se acercó, sonriendo ampliamente, ignorando mis esfuerzos por conservar la mayor distancia posible entre ambos.- Tienes miedo. Todo esto te asusta porque no estás acostumbrado, no sabes lo que te espera al otro lado, pero... ¡Vaya! En eso consisten las sorpresas, Yuki. En que pueden ser cualquier cosa.
Rió alegremente, con ganas, como liberado de una preocupación cuyo remedio se halla en las soluciones sencillas. Su risa cesó de pronto y se me quedó mirando de forma pícara, al modo de los niños que planean travesuras. Entonces se produjo un temblor, y luego otro... y el ruído cobró fuerza, cada vez más, acercándose.
Acercándose...
-¿Que...? ¿¡Qué estás haciendo!? ¿Los has llamado? ¿¡Cómo se te ocurre!?
A veces uno necesita ver algo para saber que es peligroso, que puede ser mortal. A mí me bastaba con escucharlo para saberlo muy bien, y no tenía ninguna intención de quedarme a comprobarlo.
Se hizo tranquilamente a un lado cuando me lancé a la puerta, tratando de derribarla a patadas, luego tomando carrerilla para intentar echarla abajo. Por más que me esforzaba, ni siquiera lograba hacerla temblar un poco.
-Sólo te harás daño...- me advirtió él, sin inmutarse por la mirada desesperada que le lancé-. Nunca podrás volver por las puertas que ya has cruzado.
-¿Y eso por qué?
Sus labios eran una línea curvada con deleite cuando señaló hacia la entrada por la que había venido. Lo vi y quise morirme.
-Porque son paredes, chico. Si quieres una nueva salida, tendrás que encontrarla. Pero recuerda que solamente la podrás usar una vez.
Me dió la espalda y echó a caminar hacia delante, hacia el coro de voces que se aproximaba.
-¡Espera! ¿Dónde... dónde puedo encontrarla?
Giró lo justo para observarme, algo incrédulo pero conservando su expresión de regocijo.
-Solamente hay un camino, Yuki.
Tragué saliva. No podía estar hablando en serio.
-Pero... pero por ahí están llegando...
Sus pasos volvieron a cobrar ritmo, adentrándose sin prisas y de forma despreocupada hacia ese extraño túnel que tanto me asustaba.
-Entonces solo tienes dos opciones: ir en su encuentro o esperarles. De todos modos... no creo que tarden mucho.
Aún tuvo tiempo de hacer escuchar su risa una vez más, antes de que aquella cantinela de sobrenaturales voces enmudeciera cualquier otro sonido.
Kyuusei Yukihiro- Raso Jin
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Re: El nido del basilisco
-¡Un momento! ¿No vas a ayudarme? ¿Qué se supone que tengo que hacer cuando lleguen?
Pero antes de que él pudiera contestarme las notas de ese sobrecogedor coro reverberaron en el pasillo. Yo no acertaba a discernir de quién o qué podría proceder todo aquel ruido, pero la oscuridad no hacía más que henchirse de gañidos y jadeos de perro moribundo, hasta el punto de sentirme rodeado de ellos. En vano traté de aislarme de aquel tremendo escándalo tapándome los oídos, avanzando hacia delante mientras las rodillas se me doblaban a cada paso. La figura del hombre no se distinguía en la negra lejanía que se abría ante mis ojos, pero tal y como él dijera, no había más que un camino a seguir, por lo que continué la marcha sin saber muy bien a qué atenerme.
Después de un rato, súbitamente, el estruendo cesó hasta dejarlo todo en el más absoluto silencio, por lo que me detuve, razonablemente alarmado. No se veían nada más que las frías paredes acompañándome, y una luz grisácea que pretendía guiarme con su débil parpadeo hacia delante. No me quedaba más opción que seguirla.
Caminé por mucho tiempo, pero tenía la sensación de no avanzar apenas, de que la escena se había congelado y yo seguía en el mismo punto en el que las voces dejaron de escucharse. Tampoco tenía noción de mi propio cuerpo. Durante unos minutos fantaseé con que mi mente desprendía sus tentáculos invisibles de todo lo que hacía funcionar y se alejaba flotando hacia el techo, que se iba, atravesaba el hormigón y se escapaba como un globo por el cielo, subiendo todavía más, hasta traspasar la atmósfera y evaporarse. Suspiré y parpadeé confuso una vez hube regresado a la realidad -o a lo que yo creía que era real en ese momento-, encontrándome delante de una puerta cerrada. ¿Cómo había llegado hasta ahí?
Los rayos de pálida luz se colaban por el hueco de debajo, alcanzándome hasta los tobillos. Como no podía ser de otro modo, entré.
La nieve se hundió bajo mis pies, los copos se me prendieron en el cabello y el uniforme, mientras avanzaba bajo el edredón azul cobalto que era el cielo. La luna y las incontables estrellas se reflejaban en el grueso manto de nieve inmaculada, y la helada brisa jugaba creando pequeños remolinos de escarcha cuando no los colaba en la escasa vegetación que resistía al invierno. Por primera vez desde que llegara a aquel extraño mundo me sentía tranquilo, acaso por la sensación familiar que despertaba en algún rincón de mis recuerdos. Paseé con las manos en los bolsillos, sin encontrar nada de turbio ni de amenazador en aquel hermoso paisaje. "Quizás ya haya salido del edificio", pensé, aunque el rascacielos me pareció en un primer momento enorme, y tampoco tenía la impresión de haber avanzado tanto. Pero yo no tenía mucha prisa por irme, recordando las desagradables experiencias que había sufrido hasta el momento, así que me quedé allí, con la excusa de averiguar de qué me sonaba tanto ese lugar cuando en realidad lo único que hacía era esconderme de las aberrantes criaturas que caminaban bajo el cielo plomizo de la ciudad de cemento, y en especial de ese ser extraño vestido de azul.
Deslicé la mirada sobre la curva de las cumbres nevadas, de los árboles desnudos de ramas apretadas y el brillo celeste de los carámbanos. El viento sonaba como una flauta, entonando una canción que yo conocía. No suelo hacerlo mucho, pero en ese momento recordé con cierta nostalgia algunos momentos de mi infancia, instantáneas que se sobreponían a otros momentos amargos y terribles, por los que no tendría que pasar ningún niño. A menudo suelo pensar en mi tío, pero pocas veces en mi madre. Aunque esa vez...
Ella era muy hermosa, incluso cuando estaba triste. En realidad podría decir que era especialmente bonita cuando lloraba, porque con la piel tan pálida, el cabello y los ojos azules, que brillaban como el cristal tallado, parecía una estatua de hielo derritiéndose. También sus movimientos eran lentos, precisos, y a veces parecía tan frágil que daba miedo que se rompiera. Sin embargo, cuando extendía sus brazos y te daba cobijo entre ellos, cuando se acordaba de ser madre y su enfermedad nos daba un respiro, toda su gélida envoltura se fundía, se convertía en algo inocente y cálido, algo que no sé explicar, pero que era puro y lleno de luz, que sentaba bien, que necesitaba... Y que ahora se echa de menos.
Por eso, cuando me acuerdo de ella de ese modo, se vuelve tan doloroso que aparezca en mis alucinaciones. Como precisamente estaba ocurriendo en ese instante.
Yo estaba de pie frente a la superficie helada de un pequeño lago. Me había acercado por mera curiosidad, entretenido en el pasado, sin darme cuenta de que no era mi propio reflejo lo que estaba observando en el agua inmóvil, sino el rostro lívido y fantasmal de mi madre, surcado de venas del color del zafiro. Y la herida... la herida mortal en su cuello, oscurecida por la sangre que ya no fluía. Movió los labios, articulando palabras que no llegué a oír.
Me di la vuelta y no dejé de andar hasta haber encontrado una puerta que me sacara de allí, y después de eso todavía seguí caminando un poco más, a paso ligero, para sacarme aquella sensación de frío de encima que no tenía nada que ver con la nieve o el viento, sino con lo que acababa de ver.
Desde hace años me pasa. El cadáver de mi madre es una figura recurrente en mis alucinaciones, y a veces incluso pruebo a hablar con ella, aunque sé que no es conveniente para mi salud; dependiendo de la ocasión soy capaz de razonar y disipar esas visiones sin gran dramatismo, pero otras lo paso realmente mal.
Estoy seguro de que por mucho que lo intente jamás será algo a lo que pueda acostumbrarme...
Pero antes de que él pudiera contestarme las notas de ese sobrecogedor coro reverberaron en el pasillo. Yo no acertaba a discernir de quién o qué podría proceder todo aquel ruido, pero la oscuridad no hacía más que henchirse de gañidos y jadeos de perro moribundo, hasta el punto de sentirme rodeado de ellos. En vano traté de aislarme de aquel tremendo escándalo tapándome los oídos, avanzando hacia delante mientras las rodillas se me doblaban a cada paso. La figura del hombre no se distinguía en la negra lejanía que se abría ante mis ojos, pero tal y como él dijera, no había más que un camino a seguir, por lo que continué la marcha sin saber muy bien a qué atenerme.
Después de un rato, súbitamente, el estruendo cesó hasta dejarlo todo en el más absoluto silencio, por lo que me detuve, razonablemente alarmado. No se veían nada más que las frías paredes acompañándome, y una luz grisácea que pretendía guiarme con su débil parpadeo hacia delante. No me quedaba más opción que seguirla.
Caminé por mucho tiempo, pero tenía la sensación de no avanzar apenas, de que la escena se había congelado y yo seguía en el mismo punto en el que las voces dejaron de escucharse. Tampoco tenía noción de mi propio cuerpo. Durante unos minutos fantaseé con que mi mente desprendía sus tentáculos invisibles de todo lo que hacía funcionar y se alejaba flotando hacia el techo, que se iba, atravesaba el hormigón y se escapaba como un globo por el cielo, subiendo todavía más, hasta traspasar la atmósfera y evaporarse. Suspiré y parpadeé confuso una vez hube regresado a la realidad -o a lo que yo creía que era real en ese momento-, encontrándome delante de una puerta cerrada. ¿Cómo había llegado hasta ahí?
Los rayos de pálida luz se colaban por el hueco de debajo, alcanzándome hasta los tobillos. Como no podía ser de otro modo, entré.
La nieve se hundió bajo mis pies, los copos se me prendieron en el cabello y el uniforme, mientras avanzaba bajo el edredón azul cobalto que era el cielo. La luna y las incontables estrellas se reflejaban en el grueso manto de nieve inmaculada, y la helada brisa jugaba creando pequeños remolinos de escarcha cuando no los colaba en la escasa vegetación que resistía al invierno. Por primera vez desde que llegara a aquel extraño mundo me sentía tranquilo, acaso por la sensación familiar que despertaba en algún rincón de mis recuerdos. Paseé con las manos en los bolsillos, sin encontrar nada de turbio ni de amenazador en aquel hermoso paisaje. "Quizás ya haya salido del edificio", pensé, aunque el rascacielos me pareció en un primer momento enorme, y tampoco tenía la impresión de haber avanzado tanto. Pero yo no tenía mucha prisa por irme, recordando las desagradables experiencias que había sufrido hasta el momento, así que me quedé allí, con la excusa de averiguar de qué me sonaba tanto ese lugar cuando en realidad lo único que hacía era esconderme de las aberrantes criaturas que caminaban bajo el cielo plomizo de la ciudad de cemento, y en especial de ese ser extraño vestido de azul.
Deslicé la mirada sobre la curva de las cumbres nevadas, de los árboles desnudos de ramas apretadas y el brillo celeste de los carámbanos. El viento sonaba como una flauta, entonando una canción que yo conocía. No suelo hacerlo mucho, pero en ese momento recordé con cierta nostalgia algunos momentos de mi infancia, instantáneas que se sobreponían a otros momentos amargos y terribles, por los que no tendría que pasar ningún niño. A menudo suelo pensar en mi tío, pero pocas veces en mi madre. Aunque esa vez...
Ella era muy hermosa, incluso cuando estaba triste. En realidad podría decir que era especialmente bonita cuando lloraba, porque con la piel tan pálida, el cabello y los ojos azules, que brillaban como el cristal tallado, parecía una estatua de hielo derritiéndose. También sus movimientos eran lentos, precisos, y a veces parecía tan frágil que daba miedo que se rompiera. Sin embargo, cuando extendía sus brazos y te daba cobijo entre ellos, cuando se acordaba de ser madre y su enfermedad nos daba un respiro, toda su gélida envoltura se fundía, se convertía en algo inocente y cálido, algo que no sé explicar, pero que era puro y lleno de luz, que sentaba bien, que necesitaba... Y que ahora se echa de menos.
Por eso, cuando me acuerdo de ella de ese modo, se vuelve tan doloroso que aparezca en mis alucinaciones. Como precisamente estaba ocurriendo en ese instante.
Yo estaba de pie frente a la superficie helada de un pequeño lago. Me había acercado por mera curiosidad, entretenido en el pasado, sin darme cuenta de que no era mi propio reflejo lo que estaba observando en el agua inmóvil, sino el rostro lívido y fantasmal de mi madre, surcado de venas del color del zafiro. Y la herida... la herida mortal en su cuello, oscurecida por la sangre que ya no fluía. Movió los labios, articulando palabras que no llegué a oír.
Me di la vuelta y no dejé de andar hasta haber encontrado una puerta que me sacara de allí, y después de eso todavía seguí caminando un poco más, a paso ligero, para sacarme aquella sensación de frío de encima que no tenía nada que ver con la nieve o el viento, sino con lo que acababa de ver.
Desde hace años me pasa. El cadáver de mi madre es una figura recurrente en mis alucinaciones, y a veces incluso pruebo a hablar con ella, aunque sé que no es conveniente para mi salud; dependiendo de la ocasión soy capaz de razonar y disipar esas visiones sin gran dramatismo, pero otras lo paso realmente mal.
Estoy seguro de que por mucho que lo intente jamás será algo a lo que pueda acostumbrarme...
Kyuusei Yukihiro- Raso Jin
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