Amor propio Vol.1 Investigación

Estaba atardeciendo, durante todo el día Saeki había estado organizando esta misión para los shinigamis llamados. Estaba en las puertas del 10º escuadrón esperando al grupo. Tenía encima algunos informes que había elaborado entre los conocimientos de los shinigamis del 13º escuadrón y del 4º escuadrón. Estaba allí firme con las piernas cruzadas y de pie, leyendo una de las tantas hojas que llevaba encima.

Los pétalos de flor de cerezo caían en el suelo que hace poco habían estado barriendo. Las puertas estaban cerradas, frente a ellas dos guardias custodiaban a todo aquel que entraba y salía por ella.
El pañuelo blanco cubría totalmente el cuello y parte de la boca de Saeki ondeando con el viento al igual que su melena que ahora estaba algo despeinada.

- Deberías peinarte, con esos pelos no creas que das una buena imagen
- ¿Crees que es momento de hablar del físico cuando hay un compañero en peligro?

Escuchaba pasos a lo lejos, quizás el primer shinigami ya había llegado, le faltaba un par de líneas por leer de la hoja, así que le hizo un gesto sin mirarle para que se esperara unos segundos. Terminada las dos líneas dobló las hojas para meterselas dentro de su Obi.

- Gracias por acudir a mi llamada - dijo sin mirar al shinigami, estaba ocupado intentando que el Obi no se le cayese mientras intentaba introducir los papeles

En cuanto el shinigami recibió el mensaje un escalofrío recorrió su espalda. Su hermana le pedía ayuda, y ese era un deber ineludible. Tenía que cumplir por encima de todo.

Leía un libro sobre estrategias militares del siglo XVII, cortesía del octavo escuadrón. Tomó una tira alargada de un papel que le dieron como marcapáginas, lo colocó en su sitio y soltó el libro sobre el escritorio. Extrajo de un pequeño armario junto a su cama sus tres armas, y las colocó en su cinto con maestría. Luego, abandonó el escuadrón a la carrera.

Cuando salió, comprobó que atardecía, y que no tardaría en ceñirse la noche sobre sus cabezas, lo cual le incitó a acudir aún más rápido, si es que le era posible - que tratándose de su hermana, por descontado que lo era - a el encuentro con su hermana. Tras recorrer medio seireitei a base de shumpos, le agradó ver que aún no había nadie, y que su hermana estaba allí plantada, frente a la puerta de su escuadrón, leyendo unos papeles.

Se acercó deprisa, y al comprobar que aún no había reparado en él, y que de hecho, le saludó con un saludo tan seco como el que le daría al resto de individuos que participarían en la misión, decidió sorprenderla, colocándo su mano sobre su cabeza y alborotándole el pelo más de lo que ya lo tenía. Quizá así, se preocupase por adecentárselo un poco. Después de todo, algo de mujer debía de quedarle tras las vendas que le oprimían el abultado pecho.

- Veo que soy el primero. Me alegra verte hermani...to. Ya sabes que yo no podía faltar. - y le dedicó una espléndida sonrisa. Ella no tenía la mejor cara de su vida, pero una de sus labores como hermano era apoyarla y animarla en todo momento. Se apartó una distancia prudente, para que nadie pensase nada sobre su cercanía, aunque siendo hermanos tampoco importaría tanto, y lanzó la pregunta. - ¿A cuántos más esperamos? -

Le había llegado un mensaje. Un shinigami del 10º Escuadrón había sido gravemente herido, y aunque no compartiese escuadrón con el sujeto, la falta de trabajo y las ganas de ayudar la propulsaron a aceptar esta misión.

Sabía bien poco de la situación. Algún informe rápido había llegado al 6º Escuadrón pero no había tenido tiempo de leerlo. Recogió su habitación rápidamente y se vistió apropiadamente para su cometido—aunque realmente no sabía cual era—.

—El 10º Escuadrón está a tiro de shumpo—Pensó.

Así que, como asumió que el tiempo premiaba, usó la susodicha técnica para desplazarse por los tejados lo más rápido posible, justo en línea recta hacia la puerta del 10º Escuadrón. Mientras "sobrevolaba" los tejados pensaba—Esta será la primera vez que bajo al mundo humano en misión oficial...—pero no suponía ninguna presión para ella, ya que usó la técnica del autoconvencimiento por repetición bajo la premisa de que no podría ser tan distinto a las expediciones de prácticas con los alumnos de la academia, a los que había dirigido en numerosas ocasiones.


Dio el último salto justo para caer frente a dos shinigamis que ya estaban esperando frente a la puerta. Uno de ellos era un chico con el pelo negro y largo. El otro...bueno realmente no sabía si era chico o chica así que haciendo gala de su mano izquierda para el trato con las personas preguntó:

—Etto...perdona.—Dijo señalando a Saeki sin contemplaciones—¿Tu eres un chico o una chica?—Y ahí se quedó esperando una respuesta durante un rato, omitiendo un "Hola soy Takeda Lisanna del 6º Escuadrón, encantada", por ejemplo.

Se le hacía tremendamente raro llevar aquel uniforme blanco y negro. Se pasaba los días en un cuartucho, coordinando misiones y asesorando shinigamis a millones de kilómetros de distancia. Casi siempre solo, en un cubículo que a penas pisaba su Capitán, o algún oficial. Por ello, la mayor parte de tiempo llevaba su propia ropa de calle, pero aquel día se dirigía, para variar, hacia una misión en la que participaría activamente, así que uniformó como mandan los cánones. Sólo se permitió el lujo de conservar las geta que solía calzar de vez en cuando. Le daba unos cuantos centímetros a su corta estatura, y ello le hacía verse más imponente, iluso él.

La madera de aquel calzado resonaba sobre las baldosas del Seireitei, con un musical repiqueteo. Su zanpakutō al cinto, casi arrastraba normalmente, pero ahora se movía con gracia, un palmo sobre el suelo, con cada trote del pequeño shinigami. Kotta iba mirando a su alrededor, con una jovial sonrisa en su rostro, observando el caer de los pétalos de sakura y como el sol, casi en su ocaso, dibujaba reflejos carmesí sobre estos.

Para cuando llegó a la entrada del Décimo Escuadrón, tres shinigamis ya esperaban allí. Kotta, restando algunos de su propio escuadrón y otros tantos del Undécimo, conocía pocas caras y había tenido poco trato con los shinigamis, dada sus dilatadas estancias en el Mundo Humano. Sin embargo, en su memoria residían los datos más superficiales de cada shinigami del Gotei, cuyos expedientes e información iban a parar, tarde o temprano, a la Octava División.

Parado frente a las puertas, había un shinigami que parecía ser el anfitrión del resto. Portaba unos documentos en sus manos, pero Kotta los obvió, pues su cara mostraba rasgos tanto masculinos como femeninos, y su silueta no daba ninguna pista para discernir tal misterio. La miró con gesto torcido, confuso, durante un segundo mientras se seguía acercando, para luego posar su vista en el siguiente sujeto. Era alto y fornido, con una larga cabellera negra. Kotta supuso que habría cierta confianza entre él y el otro shinigami, ya que el mayor le estaba revolviendo el pelo. El tercero, una baja shinigami -aunque mayor que Kotta-, que había aparecido tras un shunpo, no pudo hilar mejor saludo que aquella pregunta. El pequeño shinigami peliblanco tuvo que llevarse una mano a la boca para contener la risotada, pues ya estaba junto a ellos.

— Buenas tardes, soy Sarutobi Kotta, Octavo Escuadrón. — informó, con tono alegre, mientras le sonreía a todos. — Creo que necesitan mi asesoramiento en el Mundo Humano, ¿hay algún informe que pueda ir leyendo? — preguntó.

La verdad es que poca información le habían dado, sólo que se requería su ayuda. Supuso que aquella pequeña reunión tenía como fin informar a todos los participantes y que cada volvería a sus puestos tras ella. Estaba deseando volver a su cubil, quitarse aquellas incómodas y austeras vestimentas y sentarse sobre sus silla, frente a sus pantallas... y tuitear un rato mientras el resto cruzaba el Dangai.