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Mensaje por Kobayashi Hayato Vie Jun 10, 2011 8:13 am

Los pasos resonaban en el vacío de la enorme sala. Hayato sonrió, cerrando los ojos por un instante. Le gustaba aquella sensación, aquel silencio tan perfecto en que hasta el más leve movimiento era audible. Incluso la sangre pulsando en sus venas parecía querer resonar en el techo abovedado de la estancia.

Si existía una definición mejor de "tranquilidad", Hayato no la conocía.

Le gustaba ir a la biblioteca a primera hora de la mañana, antes de que comenzara a llenarse y aquel silencio inmaculado se viera irremisiblemente alterado por conversaciones susurradas, andares amortiguados y el pasar de hojas; cuando las enormes salas llenas de libros amanecían vacías y solemnes, como si formaran parte de un templo consagrado a la sabiduría, y los primeros rayos de sol se colaban prácticamente horizontales por los grandes ventanales del edificio. Hasta hacía poco no se había dado cuenta de lo útil que era su nuevo rango de capitán para ello: como portador del haori blanco, gozaba de entrada libre a la biblioteca. No sabía quién había instaurado aquella norma en el pasado, pero le estaba infinitamente agradecido.

Tal vez fuera deformación profesional, pero adoraba la sección de artes combativas. Con el tiempo, había ido recopilando una pequeña biblioteca en su despacho, pero, si bien su puesto de capitán le daba para vivir holgadamente, sus orígenes humildes tampoco le permitían costearse una gran colección de libros. La Biblioteca era su único modo de continuar leyendo cosas nuevas sin tener que arruinarse por el camino. Aunque eso era algo que su orgullo le impedía reconocer en público: la explicación oficial debía seguir siendo que le gustaba la tranquilidad de sus monumentales salas por la mañana.

Aquel día, Hayato estaba indeciso. Había terminado un excelente tratado sobre el uso del kidou en batallas a gran escala el día anterior, y, como tenía por costumbre hacer cuando un libro le hacía reflexionar, había preferido no comenzar una nueva lectura hasta la siguiente jornada. Ahora paseaba de uno a otro lado por delante de las estanterías, dejando que su mirada recorriera libremente los lomos de los libros, sin prestarles verdadera atención, sólo dejando que vagara de un título a otro, a la espera de que alguna combinación de caracteres llamara su interés.

Era como volver a ser un niño en una tienda de juguetes.
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Mensaje por Akiyama Yuka Mar Jun 14, 2011 8:00 am

- ¿Necesita ayuda con eso, capitán?- la voz a las espaldas de Hayato provenía de una mujer alta, en el término medio entre la veintena y la treintena que usaba pequeñas gafas de finas monturas y tenía un rostro agraciado, con una graciosa nariz sonrosada en el centro. La joven vestía el atuendo típico de cualquier shinigami raso, sin ningún adorno que lo hiciera especial, y sostenía en las delicadas manos blancas un grueso volumen de genealogía. Observaba a Kobayashi taichou desde unos expresivos ojos celestes y parecía ser una persona cordial, pues en sus labios, que no presentaban ni el mínimo rastro de maquillaje, se había dibujado una sonrisa conciliadora, cálida, como de bienvenida. Pero, sin lugar a dudas, el rasgo que más destacaba de su persona, o mejor dicho de toda su anatomía, su mejor baza, era la brillante melena dorada que caía a un lado de su cuerpo de modo elegante, como una cascada de miel.

Sin muchos preámbulos (una sutil reverencia para presentarse, o quizás como muestra de respeto, cualquiera podía saber con un gesto tan escasamente delatador) se acercó a la estantería delante de la cual se había detenido el líder de la séptima división y dejó que su mirada viajase también por los títulos, muchos de los cuales eran evocadores. No había demasiada literatura occidental, pero había un título que sin dudas, debía leer (si es que no lo había hecho ya, a primera vista parecía un hombre culto) había sido escrito hacía mucho tiempo en el mundo humano, en Italia, sino recordaba mal la profesora, pero para muchos aún seguía siendo un referente. Con el dedo apuntando a los lomos fue buscando a una velocidad de vértigo hasta que dio con él. Alzó el brazo y lo atrapó con la mano que tenía libre. Se lo tendió al capitán para que pudiese leer el título: El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo. Aquel diminuto tomo había sido un adelanto para su tiempo. En él, el autor había reflejado un pensamiento irreverente, polémico, un tanto irónico. Un modo de vivir que podía llevarse a todos los ámbitos de la vida, también, como era el caso del capitán, la táctica.

- Es un libro muy interesante, pero quizás usted ya lo haya leído, Kobayashi-taichou-san- lo devolvió a su lugar, nuevamente, ante los ojos del joven de cabellos oscuros, por si le apetecía leerlo en otro momento. Soltó en una de las mesas cercanas también el que ella llevaba encima, era muy pesado y empezaban a dolerle las muñecas. Se las masajeó un poco, para aliviar la tirantez y volvió a mirar a su acompañante, para hacerle esta vez una reverencia más formal- soy Akiyama Yuka, shinigami rasa de este mismo escuadrón y profesora de Historia en la Academia, ¿está buscando algún volumen en particular? Conozco esta biblioteca como la palma de mi mano- aquello no era presumir, no el caso de la rubia heredera. Ella y Yuki habían pasado tantas horas allí que algunas sillas tenían las marcas de sus cuerpos, por ejemplo las de la zona donde había depositado el libro- y si puedo serle de utilidad, solo dígamelo.
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Mensaje por Kobayashi Hayato Dom Jul 01, 2012 1:07 am

Inesperada, una voz a su espalda le devolvió repentinamente a la realidad y le hizo dar un respingo, del que se avergonzó al instante... Aunque ya demasiado tarde. Todavía vuelto hacia la pared, y alegrándose de que sólo los libros estuvieran en situación de contemplar la cara de estúpido que debía de tener en esos momentos, cerró los ojos en un intento por controlar el fuego que trepaba por sus mejillas.

El capitán encargado de la seguridad del Seiretei sorprendido fácilmente por la espalda..., pensó, con una punzada de dolor, que vino a añadirse a la vergüenza. Si la seguridad de este lugar tiene que depender de mí... estamos vendidos.

Se volvió tratando de no pensar si ella se habría dando cuenta. Claro que se habría dado cuenta, idiota. Aunque sólo hubiera sido un instante, tenía que haber visto su súbito encogimiento de hombros, y también el algo menos perceptible descenso de su cabeza, remachando su culpabilidad. Sin embargo, se las arregló para recomponerse y saludar a la desconocida con una sonrisa y una inclinación de la cabeza, reflejo de la suya. La cortesía ante todo.

Se alegró de que la chica también fuera cortés. Por lo menos, lo suficiente como para no humillarle aún más con ninguna referencia al altercado, sino desviar la tensión del momento hacia los libros que les contemplaban desde sus respectivos puestos en los estantes. Mientras ella buscaba, Hayato estudió de reojo su perfil enmarcado en oro, buscando un gesto delator, un brillo burlón en los ojos, la traza de una sonrisa... Pero, si ella mostró alguno, le pasó desapercibido.

Bueno... No sería lo primero que ocurre hoy de lo que no te das cuenta, ¿verdad?, se burló amargamente de sí mismo. A veces le costaba distinguir su propia voz mental de la de Genma... En lugar de una rubia mona podría haber sido un elefante tocando el trombón, o un Espada, y tú ni siquiera lo hubieras notado. Apestaba detestando reiatsus. Nunca había sido muy bueno con el tema, pero mientras había estado al lado Tsukiho-taichou, y éste le había indicado lo que ver y en lo que fijarse, no se había sentido nunca tan desamparado. Ahora era más consciente que nunca de sus limitaciones, se sentía ciego, y eso no ayudaba a que terminara de acostumbrarse a aquel puesto de Capitán que seguía sintiendo demasiado grande para él.

El Príncipe, leyó, cuando ella le tendió el libro. Le sonaba. Había oído hablar de él, había leído referencias en otras obras... pero nunca había posado sus ojos en él. Otra de sus carencias, suponía. En fin, no venía de una.

-No, no tengo ese placer... -dijo, siguiéndolo con los ojos mientras ella lo devolvía a su lugar, como si aquel lomo ejerciera alguna clase de atracción sobre él. Un ruido sordo le hizo volver la mirada hacia donde estaba ella. Sólo entonces se percató del enorme libro que había estado cargando todo aquel tiempo, y que ahora abultaba sobre la mesa. Definitivamente, estaba hecho un lince-. Supongo que debería hacerlo... algún día.

-Hajime mashite, Akiyama-san -la saludó-. Es un placer conocerla. Aunque veo que no hace falta que me presente... -Soy Kobayashi Hayato, el Capitán Desastre- Debe de ser una maravilla, trabajar en este lugar... -comentó, para sacarle algo de tensión a la situación. De reojo, recorrió las líneas del monumental techo de la estancia.
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Mensaje por Akiyama Yuka Miér Jul 18, 2012 7:39 am

La profesora de Historia no pudo evitar la sonrisa que se dibujó en sus labios ante las últimas palabras del recién llegado capitán Kobayashi. Aquel sitio se había convertido en uno de sus favoritos en todo el mundo, ni siquiera la biblioteca del abuelo Saito podía compararse con ella y eso que su querido mentor había tenido una colección que hacías las delicias de casi todas las familias nobles. Acarició la portada del libro que acababa de colocar sobre la mesa y leyó su título en voz baja: “Historia y Genealogía de la Sociedad de las Almas”. Tras varios minutos en su propio mundo se dio cuenta que el capitán estaba esperando una respuesta, frunció las cejas un poco y pensó que sería más correcto decir, aunque no le salió nada coherente y terminó por decir lo que estaba pensando, sin pelos en la lengua.

- Es lo mejor que me ha pasado- susurró para luego añadir- las clases en la Academia y estar en este escuadrón me hacen realmente feliz- y se colocó el cabello a un lado del cuerpo, con su siempre presente elegancia. Luego unió su mirada a la del taichou, que estudiaba las dimensiones de la estancia. Realmente, observar la inmensidad de la sala, en completo silencio era algo absolutamente pacificador. Dejó escapar un suspiro y después de hacer una reverencia tomó asiento en una mesa cercana, donde había depositado el libro de Genealogía, esperaba poder hacer un resumen medianamente decente para que sus chicos de quinto estuvieran al tanto de aquello. Sacó sus útiles de escritura de sus vestiduras y los distribuyó ordenadamente sobre la mesa.

Volvió entonces la cabeza hasta el capitán Kobayashi y decidió levantarse de nuevo, tal vez había sido poco educada al no poder ayudarle, de modo que decidió volver a preguntarle si necesitaba algo más. Esbozó una tímida sonrisa y por fin se acercó de nuevo hasta él, que continuaba donde le había dejado. Carraspeó con delicadeza e intentó que el shinigami volviera a prestarle atención.
- Kobayashi taichou- dijo, con voz clara- ¿está buscando algo, quiere qué le recomiendo algún libro?- y movió la cabeza para abarcar un poco más de aquella hermosa sala que tanto le gustaba. Sus ojos se detuvieron un segundo en la zona dedicada a la Medicina, aunque se alegró de que fuera momentáneo y de que el hombre que estaba a su lado no la conociese lo suficiente para hacerse una idea de lo que se le pasaba por la cabeza. Suspiró e intentó quitarse la idea de los pensamientos. El problema era que cada vez que dejaba de pensar en ese asunto había otro que también era peliagudo y que solía sustituir al primero: su matrimonio.

Ya se había hecho a la idea de que iba a casarse con Hokori Kin´iro, era un hecho y había acabado por aceptarlo, no le quedaba otra. Eran otras cosas las que rondaban su rubia cabeza las que realmente le preocupaban. Ya no sólo era que todos esperasen que le diera un heredero a su esposo (sólo pensarlo hacía que se le atorase la garganta y sintiese un miedo atroz) era que si se casaba con el prometido elegido por sus padres renunciaría definitivamente a lo que su corazón le dictaba. Aquello era un desastre, porque cuando fuese una mujer totalmente comprometida ya no habría vuelta atrás, no podría hacer nada, pero tampoco se atrevía a dar ningún paso, no quería que le partieran el corazón antes de su boda. Menuda ironía, siempre pensó que no le importaría casarse con cualquier hombre, a fin de cuentas era una chica solitaria, poco le importaba uno que otro. Así había sido desde que había llegado la Nieve…

¡Oh, no!, había vuelto a perder la noción del tiempo. Últimamente le pasaba a menudo, era como si sus ensoñaciones cada vez fueran más parte de su realidad y aquello no iba nada bien, sobre todo porque tenía una zampakutou en su cadera que le recordaba lo inútil que era. Recompuso su sonrisa y volvió a mirar a Hayato. Ojalá no se hubiera dado cuenta de lo distraída que estaba.
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Mensaje por Kobayashi Hayato Lun Ago 06, 2012 5:51 am

Si no se lo hubiera impedido la más elemental cortesía, Kobayashi Hayato se habría reído de buena gana. Se habría reído hasta que no le quedara aire en los pulmones y, sólo entonces, se habría detenido. Sin embargo, hizo un esfuerzo por contenerse. No porque fuera una risa maliciosa, ni mucho menos, pero ya había suficientes actos suyos que se habían malinterpretado últimamente como para añadir uno más a la lista.

Por primera vez en su vida, el capitán Kobayashi había encontrado alguien todavía más distraído que él mismo. La hubiera abrazado, de no impedírselo las mismas razones que le hacían contener la risa.

-Nada, gracias -dijo, con una sonrisa que amenazaba con escapar de su control y convertirse en esa misma carcajada que intentaba reprimir-. Ya he encontrado lo que necesitaba.

Toda su preocupación anterior se diluyó en el esfuerzo de aguantar la risa. Todo el resto palideció y perdió importancia ante aquella carcajada que pretendía escapar de su pecho y le tensaba las comisuras de los labios en su intento por conseguir la libertad. Hayato se llevó la mano frente a la boca en un intento por conservar las formas y esconder sus contorsiones faciales, pero poco podía hacer por esconder algo tan obvio. Y, sin embargo, aquella chica -Yuka, había dicho que se llamaba-, seguía mirando al infinito, sin darse cuenta de nada... Y aquello no hacía más que empeorar las cosas y darle todavía más ganas de reír.

Finalmente, estalló.

Hacía días, semanas, incluso meses, que no se reía de aquella forma, que ni siquiera oía alguien reír así: fue la carcajada más alegre, sincera e inocente que Hayato hubiera soltado desde que había dejado de ser un niño y el entrenamiento se había convertido en lo más importante para él, en lo único importante en su vida. Varias cabezas se giraron, indignadas, y alguien hizo un ruido pidiendo silencio, pero no había nada que Hayato pudiera hacer para volver a tragarse la risa, una vez escapada. Más aliviado que avergonzado, se secó las lágrimas con los nudillos del índice derecho y procedió a disculparse con la chica:

-Lo siento. Lo siento mucho, Akiyama-san. De verdad, no era mi intención ser descortés... -incluso mientras lo decía, podía sentir sus labios curvándose hacia arriba en una nueva sonrisa incontrolada. ¿Qué credibilidad podía tener un Capitán en aquella situación?-. Sé que no es forma de comportarse para alguien de mi rango, y aún menos en una biblioteca... Mis más sinceras disculpas. Lo siento.

Se dejó caer en la silla que estaba frente a ella, sin saber muy bien qué cara poner. ¿Se lo habría tomado mal? Si era así, estaba en todo su derecho. Aquel comportamiento era impropio e intolerable, y no le habría extrañado nada que la chica se levantara de su propio asiento con la cara roja de rabia y le echara de la biblioteca a gritos. Y, sin importar quién llevara o no el haori de capitán, hubiera tenido que obedecerla. Cada bibliotecario era un rey en su propia biblioteca.

-Lo siento... -repitió, por falta de algo mejor que decir.
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Mensaje por Akiyama Yuka Mar Ago 07, 2012 10:52 pm

Podía haber esperado muchas cosas, de hecho podía esperar de todo a esas alturas, así la había preparado la vida y más los recientes acontecimientos en los que se había visto envuelta. Pero la clara risa del capitán del séptimo escuadrón no era precisamente una de ellas, según había escuchado Yuka, Kobayashi-taichou era un hombre responsable, que amaba la estrategia y que se daba aires de grandeza en cualquier lugar al que fuese. La prepotencia, la pedantería y el orgullo eran los adjetivos que más frecuentemente escuchaba la muchacha cuando alguien describía al joven capitán. Por eso, en un primer momento, la muchacha se quedó en silencio, incapaz de reaccionar, con la mirada clavada en el hombre con el que había estado hablando hacía escasos minutos, sin terminar de creerse lo que estaba ocurriendo.

Había intercambiado varias frases y el capitán le había parecido bastante correcto, pero de ahí a lo que acababa de hacer, había un trecho. Sabía que había sido por su culpa, había estado tan distraída que era digna de risa, aunque aquella reacción no podía más que parecerle desmedida, ridícula… Pero más ridículo fue encontrarse ella misma con una mano en la boca, haciendo un esfuerzo descomunal por no echarse a reír con el capitán. Movió la otra mano frente a la cara de Kobayashi taichou, instándole a que guardara silencio, pero era inútil, pues ambos estaban riéndose a mandíbula batiente, como si les fuera la vida en ello, como sino existiese un mañana. Ni las miradas mal intencionadas de algunos de los que se encontraban también allí ni la propia conciencia de la futura señora Hokori, que la empujaba para que guardase silencio podía con las risas de la profesora y el capitán.

Cuando Hayato se detuvo y le pidió perdón, Akiyama sensei seguía apretando los labios, llevándose las manos al estómago y explotando a cada pocos minutos con un ruido cristalino y franco. Eso debió animar a su acompañante, que rió a su vez y por fin, poco a poco fue perdiendo fuelle y se dejó caer en una de las sillas que había en la mesa en la que se había sentado la shinigami rubia. Ella se había quitado las gafas y se secaba los ojos con un pañuelo que había recuperado de sus vestiduras, por fin el escape de ambos cesó y se encontraron sentados en la mesa. Yuka aún soltaba alguna sonrisilla, pero al menos había dejado de hacer escándalo, había sido una manera genial de liberar algo de energía.

La fecha de la boda se acercaba inminentemente y no había tenido demasiado tiempo para estar tranquila, su madre la presionaba cada día un poco más y ella no hacía más que reñirse a sí misma, por no haber encontrado aún el valor suficiente para decirle a Yuki lo que sentía por él, si seguía así, sería una mujer casada y debería conformarse con verle de vez en cuando. Un poco de esparcimiento nunca venía mal a nadie, y aunque había sido en la biblioteca del octavo escuadrón (que era como una catedral para la profesora de Historia) no podía dejar de agradecer que hubiera ocurrido.
- Eso ha estado mal, no puede volver a repetirse- susurró Yuka, abriendo el volumen que había traído consigo y leyendo un pasaje al azar - una biblioteca no es un sitio para armar escándalo, es un lugar de estudio, de serenidad- y pese a su intento, volvió a sonreírle capitán del Séptimo Escuadrón.

Aquello no estaba bien, no era bueno comportarse de esa manera en aquel lugar, de manera que Yuka optó por lo más sencillo: marcharse. Y si quería que la medida tuviese efecto debía llevarse al shinigami del haori con ella. Aunque, claro, aquello era más complicado de lo que parecía, porque no estaría nada bien que le diese órdenes. Se echó el cabello hacía un lado del cuerpo y consideró la mejor forma de decirlo.
- Kobayashi-taichou- susurró - ¿le gustaría pasear conmigo?- aquella parecía la forma más adecuada de hacerlo, no era demasiado brusco, ¿qué pensaría Hayato al respecto?
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Mensaje por Kobayashi Hayato Jue Ene 24, 2013 6:14 am

Su padre decía a veces que se puede conocer lo esencial de una persona sólo por su risa. Si su padre tenía razón, entonces –y en sus más de doscientos años de chambelán había tenido ocasión de tratar con todo tipo de personas, por lo que debía de tenerla–, la joven bibliotecaria debía de ser una de las personas más abiertas y sinceras que conocía, y también una de las más dulces. Su risa era contagiosa, divertida, y, una vez te atrapaba, era imposible librarse de ella.

Hayato rió de buena gana, sintiendo como el alegre resonar de sus carcajadas entremezcladas disipaba cualquier rastro de vergüenza o culpabilidad, llevándoselas muy lejos de aquella estancia. No dejaba de ser consciente, sin embargo –¿Ahora sí? También tenía delito–, de las miradas y gestos reprobatorios del resto de presentes, pero aquello no hacía más que aumentar sus ganas de reír. En efecto, la imagen de Yuka haciéndole señas para que se callara mientras ella misma se reía a carcajada limpia era demasiado para él.

Cuando por fin se detuvieron, parecía que hubiera pasado un día entero. Estaba cansado como si hubiera estado peleando y su estómago y sus mejillas protestaban por el esfuerzo, pero era una molestia que se llevaba con gusto. No pudo evitar sonreír mientras aceptaba la reglamentaria reprimenda de la bibliotecaria. Tenía toda la razón del mundo, pero su tono y expresión hacían difícil que se arrepintiera. Más bien al contrario.

–Cierto, cierto –admitió–. Os pido disculpas si mi comportamiento os puede dar problemas. Aunque... Debo admitir que ha sido un verdadero placer. –añadió, con una sonrisilla traviesa. No podía evitarlo: por primera vez en mucho tiempo se había librado de la tensión y podía volver a divertirse como lo había hecho antes de ser nombrado capitán. No iba a desperdiciar eso.

Su oferta le cogió por sorpresa. Es decir, después de la escena que acababan de montar, él mismo sentía el apremiante impulso de huir del lugar de los hechos –y probablemente no regresar en una buena temporada–, pero que ella le ofreciera acompañarlo no era algo que se esperara. Ya había abierto la boca para responder cuando su nombre volvió a su mente como un flash. Soy Akiyama Yuka. Akiyama...

–¿Sería eso apropiado? –preguntó, descolocado. Dándose cuenta de su torpeza de inmediato, matizó:– Quiero decir, claro que me gustaría. Me encantaría. Pero no quisiera meteros en más problemas. ¿No se os vería con malos ojos por abandonar vuestro puesto de trabajo e ir a pasear con un capitán, incluso uno tan apuesto como yo? –bromeó, para quitarle hierro al asunto. De repente, había tomado consciencia de la distancia que les separaba: los rangos de cada uno no tenían ninguna importancia, ella seguía siendo la niña de casa noble y él un sirviente que acababa de protagonizar un bochornoso espectáculo en público con ella. Sabía que era algo que los Akiyama no aprobarían. Y, muy probablemente, los Hokori tampoco.
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