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Contacto en el Rukongai
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Contacto en el Rukongai
[OFF: Hilo reservado a Hattori Hideyoshi y Kawasumi Hotaru]
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Rukongai.
Un día cualquiera. Una mañana cualquiera.
Los haces del sol caían con ortogonalidad sobre las calles de tierra sin pavimentar, evaporando los restos encharcados de la lluvia del día anterior. El ambiente era cálido, como de un día de verano. Los pájaros piaban alegremente desde sus nichos, la mayoría de ellos entre los resquicios de tejados mal construidos.
Minoru sonreía, feliz. Aquel día había conseguido firmar un contrato de suministros con una gran casa de tejidos, perteneciente a una familia noble; lo que posiblemente le aseguraría un buen trabajo y precio por sus productos de por vida, si todo iba bien. “Una razón de más para ser optimista”, se dijo, y con una sonrisa en los labios, continuó su trayecto a casa despreocupadamente. Y es que aquel día todo parecía brillar más que nunca: las calles, el cielo, el sol, y hasta aquel saco de monedas que cargaba entre sus enseres, oculto a la luz del día; anticipo de sus nuevas relaciones comerciales con los tales nobles.
Todo. Todo era perfecto. Aquel día, dorado bajo el radiante astro, nada podía borrar su felicidad. Ni siquiera el ingente peso de los fardos que cargaba sobre la espalda; trabajo que se llevaba de vuelta a casa, para completar un pedido por adelantado y recibir así la prima que por ello le habían ofrecido.
Nada. Nada podía cambiar su ánimo.
Tampoco las botas que se hundían en charcos de barro y salpicaban en cada charca, empapando los bajos de sus pantalones y llenándole de limo negruzco hasta las rodillas.
No. Nada cambiaría aquella felicidad. Nada podía frustrarle ahora que toda su vida se desarrollaba idílicamente frente a sus ojos. Ahora que casi podía tomar la felicidad en su mano y palparla. Ahora que había conseguido todo lo que cualquier padre desearía para su hermosa mujer y recién adoptado hijo. Continuó su camino, transitando calles ajetreadas, repletas del bullicio de mercaderes y viandantes. La vida le sonreía. No había nada que más desease que regresar al hogar y contarle a su esposa las nuevas. De hecho, estaba impaciente por hacerlo; por abrazarla y compartir su gozo con ella.
Atravesó una última calle ancha, tras la cual el bullicio parecía empezar a desaparecer. Ya casi había llegado a la zona de congregación de viviendas: un barrio humilde, pero relativamente seguro dentro de los límites del Rukongai. Se internó en una pequeña callejuela, estrecha como para no permitir el paso, al mismo tiempo, de más allá de dos o tres hombres anchos. El suelo aparecía embarrado, en parte por culpa de las fluctuaciones del arroyuelo que pasaba por allí cerca, y que frecuentaban las mujeres para acudir a lavar la ropa, al modo tradicional. No era algo que le preocupase. En cualquier caso, a aquellas alturas no podía ensuciarse más de lo que ya estaba. Acabó de entrar en el pasaje. Ya en el interior, las sombras proyectadas por las cornisas de los tejados daban un respiro frente al caluroso astro. Una brisa de aire fresco, podría decirse. “Quizás hasta frío”, pensó Minoru, sin dejar de caminar. De todas formas, en unos segundos habría vuelto a salir a la luz del sol, y minutos después se encontraría en casa, a punto para dar cuenta del almuerzo que Yoshiko, su mujer, ya debía estar calentando en el fuego.
Dio unos cuantos pasos más, encontrándose ya justo a medio camino del final del angosto pasaje. Algo sonó entonces. Un ruido antinatural, extraño, indescriptible. Minoru quedó quieto, atento, intentando discernir la fuente de tal extraño sonido. Pero nada. No había nada más en las inmediaciones que él, su fardo con las mercancías, y aquel barro frío que se le filtraba por las botas mal remendadas. De pronto tuvo frío; sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Respiró hondo, y trató de tranquilizarse. Aquel día, nada malo podía pasarle.
Dio un paso más. Y otro. Respiró aliviado. Nada sucedió. Con el corazón en un puño, y sin dejar de mirar adelante y atrás, prosiguió la marcha. Dio un tercer paso, y notó como al instante algo frío y punzante le atravesaba el pie derecho. Miró hacia debajo de inmediato, gritando aterrado. La sangre manaba tibia desde la herida de puñal en su pie.
Petrificado, trató de levantar el pie del limo, separarlo de la torva cuchilla negra que le atravesaba la bota. Dolor. Gritó de dolor al sentir la carne rebanarse contra el curvo filo del puñal. No podía escapar. No al menos sin cercenarse el pie por la mitad, a lo largo de la longitudinal. Gritó de nuevo, esta vez por puro pánico. Trató de mover el pie izquierdo, que mantenía atrasado e indemne. Pero no reaccionó. Rápidamente, redirigió la mirada hacia atrás, al cúmulo de limo que rodeaba su bota izquierda.
De pronto, empalideció; perdió el poco aire que le quedaba. El pavor le impedía incluso respirar. La mueca en su rostro se volvió grotesca, deformada por el miedo. “Esto es una locura…¡es una locura…!”, lloró. La imagen de ver unas pálidas manos de hombre, surgidas desde el lodo, y que agarraban su pie, era demasiado para él. Aquello no podía estar pasando. No a él. No aquel día. A lo lejos, creyó oír el ruido de una multitud aterrorizada, como corriendo por sus vidas. Pero algo más cercano aún tomó toda su atención:
Frente a él; de bajo el barro junto a sus piernas, comenzó a surgir una figura, en apariencia humana. Primero los cabellos, inexplicablemente limpios, lisos y blanquecinos, aún salidos del lodo. La cabeza estaba agachada. Luego los hombros, cubiertos por una túnica blanca como la nieve, y que revelaban una complexión fuerte, aunque sumamente versátil. También surgió el pecho del suelo, hasta quedar casi descubierto a la altura de la cintura. De pronto, se paró. Y el resto sucedió todo demasiado rápido como para que el joven artesano pudiera llegar a comprenderlo:
La fuerza sobre su pie se intensificó sobremanera, cerrándose la tenaza en torno a la extremidad. El crujido del hueso al quebrarse resonó en el callejón. Minoru trató de gritar, de ahuyentar el dolor; pero no quedaba ya más aire en sus pulmones. El lodo se tiñó de sangre. Y la tenaza entonces tiró hacia abajo, hundiendo la pierna en el suelo más allá de la rodilla, y obligando a la víctima a postrarse como pudo en el suelo; doblando la rodilla derecha y desgarrando en el movimiento un par de centímetros más de la correspondiente planta del pie. Y entonces la tenaza sobre la extremidad izquierda se aflojó, pues ya no había más necesidad de ella. Al instante siguiente, la figura acabó de emerger:
En su rostro, ahora visible al artesano dada la diferencia de alturas, se dibujaba una sonrisa sádica, infame, casi carnívora. Y aquellos ojos…Dios…aquellos ojos oscuros que le miraban desde las puertas de la locura y que helaban la misma alma… No podía sostener la mirada. No podía creer que aquello le estuviera pasando a él.
La figura tomó entonces algo de entre sus ropajes; algo que antes parecería imposible que hubiera estado allí, pues ningún bulto lo había delatado. Sacó pues, algo parecido a una masa informe, orgánica. Palpitante. Acentuó la sonrisa, y la miró satisfecho, sobre la palma de su mano.
— Hora de comer, Quimera…
Rukongai.
Un día cualquiera. Un mediodía cualquiera.
Los haces del sol caían con toda verticalidad sobre las calles ya tranquilas del distrito. El ataque hollow había terminado, y la mayoría de shinigamis destinados a acabar con el ataque sobre los plus ya habían vuelto a sus tareas en el interior del Seireitei. Nadie entendía cómo, o por qué, habían aparecido de pronto docenas de hollows en el mismo distrito del Rukongai.
Nadie, excepto la figura encapuchada que deambulaba, sin rumbo aparente, por las silenciosas calles del distrito. Un mero vagabundo, a primera vista. Sin rastro de reiatsu perceptible, como cualquier plus que pudiera encontrarse en las inmediaciones. Otro de tantos encapuchados, cubiertos con un manto negruzco y roído, que perdían el tiempo yendo de un lado para otro, buscando una vieja taberna que, por solidaridad, le diese de comer los restos de comida de otros clientes. Sólo que esta figura cargaba una bolsa repleta de monedas, anticipo de un acuerdo comercial firmado hacía apenas unas horas. Y no pensaba escatimar en comida, o diversión…
El Noble Roído. Taberna famosa entre las tabernas. Conocida por su bajo precio e ingente cantidad en cada plato; por su oyakodon, y por su sake servido en grandes cuencos. Famosa también por la gentileza y modestia de sus empleados, y por el perenne ambiente discernido que se podía respirar fuera cual fuese la hora del día en que se visitase.
Aquel día, en especial, el Noble Roído estaba casi a rebosar. Las camareras iban de un lado a otro, con las bandejas por lo alto y esquivando hábilmente a uno y otro cliente, sirviendo siempre con una sonrisa en los labios. Por su parte, desde cocina no dejaban de llegar las órdenes de los cocineros, trabajando a destajo para servir a tiempo todos y cada uno de los pedidos.
En el exterior, un extraño personaje se detuvo. Llevaba una larga venda rodeándole la cabeza, cubriendo el perfil izquierdo casi en su totalidad. Portaba; sobre cualesquiera que fuesen los atuendos que llevaba, un manto fino, negro y roído, con la capucha cubriéndole los largos cabellos entre blanquecinos y purpúreos. Nada se atisbaba de las prendas que vestía bajo la oscura tela. Nada sospechoso, para cualquiera acostumbrado a las gentes del Rukongai. Excepto quizás el tintineo de las monedas entrechocando entre sí, proveniente de una abultada bolsa que llevaba, sin reparos, agarrada en el puño izquierdo. No parecía preocupado porque se la pudieran robar.
El personaje detenido frente a la tumultuosa taberna sonrió. Sus ojos antinaturales permanecían cerrados. No los necesitaba. Meditó durante un segundo. Al instante siguiente, y con un encogimiento de hombros, reanudó el paso. En apenas unos pasos, recorrió la distancia que le separaba de la entrada de la taberna. Tuvo que hacer un esfuerzo para atravesar la puerta como las personas normales. Una vez dentro, una chica joven, de aspecto jovial, y ataviada con los atuendos de camarera se le acercó, y comentó amablemente:
— Bienvenido, señor, al Noble Roído. Nuestro plato del día es el especial de oyakodon, dos por uno y tamaño extra grande. — sonrió con gracia. — Puede tomar asiento en aquella mesa de la esquina. Por favor, siéntase como en casa.
La figura hizo como le sugirieron, dedicó unos minutos a pasear la vista distraídamente sobre el menú. Después, volvió a aparecer otra camarera; esta vez distinta y, si cabe, aún más encantadora.
-— Bienvenido al Noble Roído. Mi nombre es Mizune. — hizo una leve reverencia, para a continuación preguntar: — ¿Sabe ya lo que va a comer hoy?
La sonrisa en el rostro del cliente se acentuó más allá de lo natural.
— ¿Comer…? — inquirió, mostrando unos colmillos inusualmente largos, mientras depositaba sonoramente la bolsa de monedas sobre la mesa. — De todo…
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Rukongai.
Un día cualquiera. Una mañana cualquiera.
Los haces del sol caían con ortogonalidad sobre las calles de tierra sin pavimentar, evaporando los restos encharcados de la lluvia del día anterior. El ambiente era cálido, como de un día de verano. Los pájaros piaban alegremente desde sus nichos, la mayoría de ellos entre los resquicios de tejados mal construidos.
Minoru sonreía, feliz. Aquel día había conseguido firmar un contrato de suministros con una gran casa de tejidos, perteneciente a una familia noble; lo que posiblemente le aseguraría un buen trabajo y precio por sus productos de por vida, si todo iba bien. “Una razón de más para ser optimista”, se dijo, y con una sonrisa en los labios, continuó su trayecto a casa despreocupadamente. Y es que aquel día todo parecía brillar más que nunca: las calles, el cielo, el sol, y hasta aquel saco de monedas que cargaba entre sus enseres, oculto a la luz del día; anticipo de sus nuevas relaciones comerciales con los tales nobles.
Todo. Todo era perfecto. Aquel día, dorado bajo el radiante astro, nada podía borrar su felicidad. Ni siquiera el ingente peso de los fardos que cargaba sobre la espalda; trabajo que se llevaba de vuelta a casa, para completar un pedido por adelantado y recibir así la prima que por ello le habían ofrecido.
Nada. Nada podía cambiar su ánimo.
Tampoco las botas que se hundían en charcos de barro y salpicaban en cada charca, empapando los bajos de sus pantalones y llenándole de limo negruzco hasta las rodillas.
No. Nada cambiaría aquella felicidad. Nada podía frustrarle ahora que toda su vida se desarrollaba idílicamente frente a sus ojos. Ahora que casi podía tomar la felicidad en su mano y palparla. Ahora que había conseguido todo lo que cualquier padre desearía para su hermosa mujer y recién adoptado hijo. Continuó su camino, transitando calles ajetreadas, repletas del bullicio de mercaderes y viandantes. La vida le sonreía. No había nada que más desease que regresar al hogar y contarle a su esposa las nuevas. De hecho, estaba impaciente por hacerlo; por abrazarla y compartir su gozo con ella.
Atravesó una última calle ancha, tras la cual el bullicio parecía empezar a desaparecer. Ya casi había llegado a la zona de congregación de viviendas: un barrio humilde, pero relativamente seguro dentro de los límites del Rukongai. Se internó en una pequeña callejuela, estrecha como para no permitir el paso, al mismo tiempo, de más allá de dos o tres hombres anchos. El suelo aparecía embarrado, en parte por culpa de las fluctuaciones del arroyuelo que pasaba por allí cerca, y que frecuentaban las mujeres para acudir a lavar la ropa, al modo tradicional. No era algo que le preocupase. En cualquier caso, a aquellas alturas no podía ensuciarse más de lo que ya estaba. Acabó de entrar en el pasaje. Ya en el interior, las sombras proyectadas por las cornisas de los tejados daban un respiro frente al caluroso astro. Una brisa de aire fresco, podría decirse. “Quizás hasta frío”, pensó Minoru, sin dejar de caminar. De todas formas, en unos segundos habría vuelto a salir a la luz del sol, y minutos después se encontraría en casa, a punto para dar cuenta del almuerzo que Yoshiko, su mujer, ya debía estar calentando en el fuego.
Dio unos cuantos pasos más, encontrándose ya justo a medio camino del final del angosto pasaje. Algo sonó entonces. Un ruido antinatural, extraño, indescriptible. Minoru quedó quieto, atento, intentando discernir la fuente de tal extraño sonido. Pero nada. No había nada más en las inmediaciones que él, su fardo con las mercancías, y aquel barro frío que se le filtraba por las botas mal remendadas. De pronto tuvo frío; sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Respiró hondo, y trató de tranquilizarse. Aquel día, nada malo podía pasarle.
Dio un paso más. Y otro. Respiró aliviado. Nada sucedió. Con el corazón en un puño, y sin dejar de mirar adelante y atrás, prosiguió la marcha. Dio un tercer paso, y notó como al instante algo frío y punzante le atravesaba el pie derecho. Miró hacia debajo de inmediato, gritando aterrado. La sangre manaba tibia desde la herida de puñal en su pie.
Petrificado, trató de levantar el pie del limo, separarlo de la torva cuchilla negra que le atravesaba la bota. Dolor. Gritó de dolor al sentir la carne rebanarse contra el curvo filo del puñal. No podía escapar. No al menos sin cercenarse el pie por la mitad, a lo largo de la longitudinal. Gritó de nuevo, esta vez por puro pánico. Trató de mover el pie izquierdo, que mantenía atrasado e indemne. Pero no reaccionó. Rápidamente, redirigió la mirada hacia atrás, al cúmulo de limo que rodeaba su bota izquierda.
De pronto, empalideció; perdió el poco aire que le quedaba. El pavor le impedía incluso respirar. La mueca en su rostro se volvió grotesca, deformada por el miedo. “Esto es una locura…¡es una locura…!”, lloró. La imagen de ver unas pálidas manos de hombre, surgidas desde el lodo, y que agarraban su pie, era demasiado para él. Aquello no podía estar pasando. No a él. No aquel día. A lo lejos, creyó oír el ruido de una multitud aterrorizada, como corriendo por sus vidas. Pero algo más cercano aún tomó toda su atención:
Frente a él; de bajo el barro junto a sus piernas, comenzó a surgir una figura, en apariencia humana. Primero los cabellos, inexplicablemente limpios, lisos y blanquecinos, aún salidos del lodo. La cabeza estaba agachada. Luego los hombros, cubiertos por una túnica blanca como la nieve, y que revelaban una complexión fuerte, aunque sumamente versátil. También surgió el pecho del suelo, hasta quedar casi descubierto a la altura de la cintura. De pronto, se paró. Y el resto sucedió todo demasiado rápido como para que el joven artesano pudiera llegar a comprenderlo:
La fuerza sobre su pie se intensificó sobremanera, cerrándose la tenaza en torno a la extremidad. El crujido del hueso al quebrarse resonó en el callejón. Minoru trató de gritar, de ahuyentar el dolor; pero no quedaba ya más aire en sus pulmones. El lodo se tiñó de sangre. Y la tenaza entonces tiró hacia abajo, hundiendo la pierna en el suelo más allá de la rodilla, y obligando a la víctima a postrarse como pudo en el suelo; doblando la rodilla derecha y desgarrando en el movimiento un par de centímetros más de la correspondiente planta del pie. Y entonces la tenaza sobre la extremidad izquierda se aflojó, pues ya no había más necesidad de ella. Al instante siguiente, la figura acabó de emerger:
En su rostro, ahora visible al artesano dada la diferencia de alturas, se dibujaba una sonrisa sádica, infame, casi carnívora. Y aquellos ojos…Dios…aquellos ojos oscuros que le miraban desde las puertas de la locura y que helaban la misma alma… No podía sostener la mirada. No podía creer que aquello le estuviera pasando a él.
La figura tomó entonces algo de entre sus ropajes; algo que antes parecería imposible que hubiera estado allí, pues ningún bulto lo había delatado. Sacó pues, algo parecido a una masa informe, orgánica. Palpitante. Acentuó la sonrisa, y la miró satisfecho, sobre la palma de su mano.
— Hora de comer, Quimera…
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Rukongai.
Un día cualquiera. Un mediodía cualquiera.
Los haces del sol caían con toda verticalidad sobre las calles ya tranquilas del distrito. El ataque hollow había terminado, y la mayoría de shinigamis destinados a acabar con el ataque sobre los plus ya habían vuelto a sus tareas en el interior del Seireitei. Nadie entendía cómo, o por qué, habían aparecido de pronto docenas de hollows en el mismo distrito del Rukongai.
Nadie, excepto la figura encapuchada que deambulaba, sin rumbo aparente, por las silenciosas calles del distrito. Un mero vagabundo, a primera vista. Sin rastro de reiatsu perceptible, como cualquier plus que pudiera encontrarse en las inmediaciones. Otro de tantos encapuchados, cubiertos con un manto negruzco y roído, que perdían el tiempo yendo de un lado para otro, buscando una vieja taberna que, por solidaridad, le diese de comer los restos de comida de otros clientes. Sólo que esta figura cargaba una bolsa repleta de monedas, anticipo de un acuerdo comercial firmado hacía apenas unas horas. Y no pensaba escatimar en comida, o diversión…
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El Noble Roído. Taberna famosa entre las tabernas. Conocida por su bajo precio e ingente cantidad en cada plato; por su oyakodon, y por su sake servido en grandes cuencos. Famosa también por la gentileza y modestia de sus empleados, y por el perenne ambiente discernido que se podía respirar fuera cual fuese la hora del día en que se visitase.
Aquel día, en especial, el Noble Roído estaba casi a rebosar. Las camareras iban de un lado a otro, con las bandejas por lo alto y esquivando hábilmente a uno y otro cliente, sirviendo siempre con una sonrisa en los labios. Por su parte, desde cocina no dejaban de llegar las órdenes de los cocineros, trabajando a destajo para servir a tiempo todos y cada uno de los pedidos.
En el exterior, un extraño personaje se detuvo. Llevaba una larga venda rodeándole la cabeza, cubriendo el perfil izquierdo casi en su totalidad. Portaba; sobre cualesquiera que fuesen los atuendos que llevaba, un manto fino, negro y roído, con la capucha cubriéndole los largos cabellos entre blanquecinos y purpúreos. Nada se atisbaba de las prendas que vestía bajo la oscura tela. Nada sospechoso, para cualquiera acostumbrado a las gentes del Rukongai. Excepto quizás el tintineo de las monedas entrechocando entre sí, proveniente de una abultada bolsa que llevaba, sin reparos, agarrada en el puño izquierdo. No parecía preocupado porque se la pudieran robar.
El personaje detenido frente a la tumultuosa taberna sonrió. Sus ojos antinaturales permanecían cerrados. No los necesitaba. Meditó durante un segundo. Al instante siguiente, y con un encogimiento de hombros, reanudó el paso. En apenas unos pasos, recorrió la distancia que le separaba de la entrada de la taberna. Tuvo que hacer un esfuerzo para atravesar la puerta como las personas normales. Una vez dentro, una chica joven, de aspecto jovial, y ataviada con los atuendos de camarera se le acercó, y comentó amablemente:
— Bienvenido, señor, al Noble Roído. Nuestro plato del día es el especial de oyakodon, dos por uno y tamaño extra grande. — sonrió con gracia. — Puede tomar asiento en aquella mesa de la esquina. Por favor, siéntase como en casa.
La figura hizo como le sugirieron, dedicó unos minutos a pasear la vista distraídamente sobre el menú. Después, volvió a aparecer otra camarera; esta vez distinta y, si cabe, aún más encantadora.
-— Bienvenido al Noble Roído. Mi nombre es Mizune. — hizo una leve reverencia, para a continuación preguntar: — ¿Sabe ya lo que va a comer hoy?
La sonrisa en el rostro del cliente se acentuó más allá de lo natural.
— ¿Comer…? — inquirió, mostrando unos colmillos inusualmente largos, mientras depositaba sonoramente la bolsa de monedas sobre la mesa. — De todo…
Hideyori Taira- Desaparecido
- Post : 574
Edad : 32
Re: Contacto en el Rukongai
El aire suspiraba lánguidamente entre los árboles, y las pequeñas flores de durazno caían en los charcos producidos por la lluvia del día anterior. Agradada por el canto mañanero de los pájaros, Sumiko hacía sonar la madera de sus zuecos sobre uno de los senderos empedrados del jardín principal, notando en los tobillos la caricia de la hierba que se inclinaba hacia ella desde los bordes del camino. A paso sereno, internó en cierta área del edén particular, donde la arboleda se volvía un poco más densa e impedía casi por completo que la luz se filtrase entre el follaje. Se ató la melena lisa y castaña con un trozo de tela blanca y procedió a barrer las hojas secas para adecentar la moqueta natural de césped verde. Los gestos con los que agarraba la escoba, la guiaba sobre el suelo como un pincel y la volvía a apartar, arrastrando la vegetación muerta con cada movimiento y dejando un menguante rastro de pétalos marchitos cada vez, eran lentos y estudiados, y ella se movía, doblando la cintura y enderezándose después, con la misma lentitud y concentración. En su rostro se había formado para entonces una plácida expresión, con los párpados entornados sobre los ojos grises y la pequeña línea de sus labios curvada en una inconsciente sonrisa; en aquellos momentos, en esas pequeñas cosas, era donde encontraba más paz.
Conservó el ritmo que marcaba su trabajo sin dejar que nada la distrajera; ni el rumor de las ramas sobre su cabeza ni el zumbido de las abejas que buscaban la miel de las flores conseguía que interrumpiera su rutina. Tampoco el ajetreo de la hostería, que le llegaba desde alguna puerta o ventana abierta, podría lograr que se detuviera y prestara oídos a los sirvientes y huéspedes que se preparaban para el desayuno. La joven criada conocía las costumbres de la casa, que desde muy temprano necesitaba que se hicieran cargo de ella. La misma Sumiko se levantaba cada mañana antes de que saliera el sol para acomodar los salones y fregar los pasillos, y sólo cuando había terminado con esas tareas y el alba comenzaba a despuntar en el cielo, podía dar cuenta del desayuno a base de arroz, té y sopa de miso que le esperaba en la cocina. Su mayor recompensa era hacerse cargo del enorme jardín, que si bien exigía mucha dedicación por su parte, la colmaba con el fresco aroma de la hierba y los vivos colores de la vegetación.
Distraída en sus quehaceres, ni se percató de la botella que yacía en el suelo. Sólo cuando la empujó sin querer con la escoba y la hizo rodar, despertando un suave murmullo en el césped, miró en aquella dirección. Extrañada ante el hallazgo, aparcó su labor y fue a recoger el objeto, ignorando que sus ojos tropezarían con una visión que la dejaría bien perpleja.
A la sombra solemne de un árbol viejo, se encontraba recostada una persona de pelo blanquísimo y alborotado. Tenía un brazo apoyado sobre la rodilla que mantenía flexionada y el otro doblado encima del pecho, abrazando la espada más larga que Sumiko hubiera visto jamás. La figura desconocida mantenía la cabeza gacha y no se movía, mientras que los rayos del sol trataban de besar sus ropas a través de las hojas de los árboles. Por un momento, la humilde muchacha temió encontrarse ante un cadáver, y el terror que le sobrevino tras la sorpresa la dejó muda y clavada en el sitio durante unos largos y angustiosos segundos que se le hicieron eternos. Sólo al reconocer el shihakushō -las ropas negras y blancas que vestían los shinigamis- fue capaz de reunir valor para acercarse.
Descubrió con alivio que respiraba.
-¿Ho...hola?- pronunció tímidamente, alargando una de sus temblorosas manos hasta el cuerpo, que agitó con suavidad. Le respondieron con un gruñido perezoso, y el rostro pálido que se alzó, la observó con ojos verdes y adormilados.- ¿S-se encuentra bien... shinigami-san?
La shinigami -pues a esa corta distancia quedaba bien claro que era una mujer- parpadeó un par de veces y después bostezó. Sumiko la observaba casi boquiabierta y algo pasmada, no sólo por el susto que se había dado al encontrar a un dios de la muerte durmiendo en el jardín de la hostería en la que trabajaba, sino porque ¡acababa de darse cuenta de que apestaba a alcohol!
-Tranquila, encanto... solamente tengo una resaca monumental.
Después de incorporarse penosamente del lecho de hojas secas y abandonar los dominios de la pensión, donde dejó a una pobre chica confundida y sin saber qué pensar ya sobre el respetable colectivo shinigami, Hotaru decidió sacarse el polvo y la pesadez que llevaba encima en una casa de baños, donde permaneció un largo rato en remojo mientras observaba los suntuosos decorados del techo y de las paredes, que se encontraban adornados con escenas típicas del paisaje natural. Allí se entretuvo también conversando con una señora muy habladora que aprovechó para intentar cotillear, sin éxito, la vida de la joven, y que le aconsejó encarecidamente que encontrase un marido bien pronto.
Para cuando hubo salido de los baños, limpia y despejada, ya debía ser la hora de comer, así que buscó entre el distrito, bien conocido por sus tabernas y posadas, una que ofertara un menú a buen precio. Curiosamente, no recordó de inmediato que había estado allí antes, quizá porque aquella vez era de noche, y el ambiente era bien distinto, o porque tenía la cabeza en otras cosas. Por eso mismo, cuando pasó frente al Noble Roído, echándole un superficial vistazo como a los demás locales, y sintió que aquel sitio le era familiar de algun modo, detuvo sus pasos y se quedó mirando el edificio con el ceño fruncido, tratando de hacer memoria. Al caer en la cuenta, una máscara de inexpresividad cubrió su rostro, transportándose mentalmente a aquel incidente, ocurrido diez años atrás.
Logró esbozar una sonrisa que terminó pareciéndose más a una mueca cruel, ensombreciendo sus delicados rasgos. Rió perversamente entre dientes y caminó hacia la entrada del mesón.
Entre el bullicio, las mesas atestadas de clientes y las camareras que iban de un lado para otro portando los pedidos, debía estar ella. La inútil que tenía por defensor a aquel pretencioso tipo del Noveno Escuadrón.
Había dejado que pasasen los años sin hacer nada, sin devolverle a Hattori Hideyoshi el golpe traidor y humillante que le había dado cierta noche lluviosa en un callejón del Rukongai, dejando aquel asunto sin resolver como una espinita clavada en su orgullo. Y en ese tiempo, la espina había acabado por infectarse.
No tenía ningún plan, ni siquiera había pensado seriamente cómo hacérsela pagar a aquel odioso hombre, pero el destino había conducido sus pasos hasta aquella taberna, y eso tenía que ser una señal. Si de verdad existían esos seres caprichosos a los que llamaban dioses, entonces debían estar de su lado, y querían que actuase aquel día. "Oh, sí. Saben muy bien que lo merezco".
Apoyada en la barra, sintió unos ojos clavados en ella, y volteó el rostro para buscarlos. El dueño del local, del cual no recordaba el nombre, la había reconocido y seguía mirándola, entre la incredulidad y la indignación. La shinigami le saludó desde la distancia, provocadora y sonriéndole con burla; casi le pareció ver cómo la alarma le enturbió el semblante, como un tupido velo. "Más te vale preocuparte, sí... porque pienso hacerla buena hoy".
Abandonó su lugar y se puso a buscar al cebo, pendiente también de no chocar contra las jovencitas que transportaban bandejas de aquí para allá.
Hotaru la vio de medio perfil, parada ante una mesa que empezaba a atender. Le molestó que todavía fuera capaz de sonreír, de mirar a la gente con aquellos ojos dulces de cachorro, como si nunca hubiera pasada nada, como si nunca hubiese sufrido. Una parte de ella no lograba comprender porqué le ofendía de aquel modo esa chica, tan encantadora pero tan insignificante. "Es por él", se dijo, disculpándose con la poca conciencia que pudiera quedarle. "Será su culpa si le hago daño".
Por precaución, se fijó en quién ocupaba la mesa. Sólo había un comensal, con una especie de túnica raída por encima, ocultando la mayoría de sus rasgos. Seguramente sería uno de esos infelices que mendigaban la caridad de los demás. Eso pensaba precisamente, hasta que vio el saco bien abultado que depositaba en el tablero de madera. ¿Sería eso dinero? ¡Viendo cómo vestía era imposible esperar algo así! Pero de serlo... ese tipo andaba metido en algo raro.
No dudó en acercarse. Le sobraban los motivos.
-Que sea para dos- ordenó una vez se detuvo ante la mesa, sin mirar siquiera a la chica. Apartó el taburete que había ante el extraño individuo y tomó asiento.- Ah, y quiero que nos sirvas tú- añadió, ladeando el rostro y dedicándole su sonrisa sesgada a la camarera- Había venido a verte a ti expresamente... Mizune-chan.
Ejecutó un movimiento con la mano para que se marchase. Ya tendría tiempo de torturarla.
Se concentró en el tipo, y lo poco que pudo ver de él no le gustó. Tenía vendada una parte de la cara, "¿Estará enfermo?", y eso era algo que daba grima. Esperaba que al menos no fuese contagioso.
-Esa bolsa contiene dinero, ¿verdad?- preguntó, directa al grano. Apoyó un brazo en la mesa y se inclinó hacia él, taladrándole con la mirada- No pareces la clase de hombre que goza de tanto efectivo, y mucho menos de manera honrada... Así que ya puedes ir contándome de dónde sacaste ese dinero; y más te vale no hacerte el listo conmigo, porque os tengo calados a los de tu clase y no conseguirás engañarme con tus historias... ¡Venga, habla!
Conservó el ritmo que marcaba su trabajo sin dejar que nada la distrajera; ni el rumor de las ramas sobre su cabeza ni el zumbido de las abejas que buscaban la miel de las flores conseguía que interrumpiera su rutina. Tampoco el ajetreo de la hostería, que le llegaba desde alguna puerta o ventana abierta, podría lograr que se detuviera y prestara oídos a los sirvientes y huéspedes que se preparaban para el desayuno. La joven criada conocía las costumbres de la casa, que desde muy temprano necesitaba que se hicieran cargo de ella. La misma Sumiko se levantaba cada mañana antes de que saliera el sol para acomodar los salones y fregar los pasillos, y sólo cuando había terminado con esas tareas y el alba comenzaba a despuntar en el cielo, podía dar cuenta del desayuno a base de arroz, té y sopa de miso que le esperaba en la cocina. Su mayor recompensa era hacerse cargo del enorme jardín, que si bien exigía mucha dedicación por su parte, la colmaba con el fresco aroma de la hierba y los vivos colores de la vegetación.
Distraída en sus quehaceres, ni se percató de la botella que yacía en el suelo. Sólo cuando la empujó sin querer con la escoba y la hizo rodar, despertando un suave murmullo en el césped, miró en aquella dirección. Extrañada ante el hallazgo, aparcó su labor y fue a recoger el objeto, ignorando que sus ojos tropezarían con una visión que la dejaría bien perpleja.
A la sombra solemne de un árbol viejo, se encontraba recostada una persona de pelo blanquísimo y alborotado. Tenía un brazo apoyado sobre la rodilla que mantenía flexionada y el otro doblado encima del pecho, abrazando la espada más larga que Sumiko hubiera visto jamás. La figura desconocida mantenía la cabeza gacha y no se movía, mientras que los rayos del sol trataban de besar sus ropas a través de las hojas de los árboles. Por un momento, la humilde muchacha temió encontrarse ante un cadáver, y el terror que le sobrevino tras la sorpresa la dejó muda y clavada en el sitio durante unos largos y angustiosos segundos que se le hicieron eternos. Sólo al reconocer el shihakushō -las ropas negras y blancas que vestían los shinigamis- fue capaz de reunir valor para acercarse.
Descubrió con alivio que respiraba.
-¿Ho...hola?- pronunció tímidamente, alargando una de sus temblorosas manos hasta el cuerpo, que agitó con suavidad. Le respondieron con un gruñido perezoso, y el rostro pálido que se alzó, la observó con ojos verdes y adormilados.- ¿S-se encuentra bien... shinigami-san?
La shinigami -pues a esa corta distancia quedaba bien claro que era una mujer- parpadeó un par de veces y después bostezó. Sumiko la observaba casi boquiabierta y algo pasmada, no sólo por el susto que se había dado al encontrar a un dios de la muerte durmiendo en el jardín de la hostería en la que trabajaba, sino porque ¡acababa de darse cuenta de que apestaba a alcohol!
-Tranquila, encanto... solamente tengo una resaca monumental.
~*~
Después de incorporarse penosamente del lecho de hojas secas y abandonar los dominios de la pensión, donde dejó a una pobre chica confundida y sin saber qué pensar ya sobre el respetable colectivo shinigami, Hotaru decidió sacarse el polvo y la pesadez que llevaba encima en una casa de baños, donde permaneció un largo rato en remojo mientras observaba los suntuosos decorados del techo y de las paredes, que se encontraban adornados con escenas típicas del paisaje natural. Allí se entretuvo también conversando con una señora muy habladora que aprovechó para intentar cotillear, sin éxito, la vida de la joven, y que le aconsejó encarecidamente que encontrase un marido bien pronto.
Para cuando hubo salido de los baños, limpia y despejada, ya debía ser la hora de comer, así que buscó entre el distrito, bien conocido por sus tabernas y posadas, una que ofertara un menú a buen precio. Curiosamente, no recordó de inmediato que había estado allí antes, quizá porque aquella vez era de noche, y el ambiente era bien distinto, o porque tenía la cabeza en otras cosas. Por eso mismo, cuando pasó frente al Noble Roído, echándole un superficial vistazo como a los demás locales, y sintió que aquel sitio le era familiar de algun modo, detuvo sus pasos y se quedó mirando el edificio con el ceño fruncido, tratando de hacer memoria. Al caer en la cuenta, una máscara de inexpresividad cubrió su rostro, transportándose mentalmente a aquel incidente, ocurrido diez años atrás.
Logró esbozar una sonrisa que terminó pareciéndose más a una mueca cruel, ensombreciendo sus delicados rasgos. Rió perversamente entre dientes y caminó hacia la entrada del mesón.
Entre el bullicio, las mesas atestadas de clientes y las camareras que iban de un lado para otro portando los pedidos, debía estar ella. La inútil que tenía por defensor a aquel pretencioso tipo del Noveno Escuadrón.
Había dejado que pasasen los años sin hacer nada, sin devolverle a Hattori Hideyoshi el golpe traidor y humillante que le había dado cierta noche lluviosa en un callejón del Rukongai, dejando aquel asunto sin resolver como una espinita clavada en su orgullo. Y en ese tiempo, la espina había acabado por infectarse.
No tenía ningún plan, ni siquiera había pensado seriamente cómo hacérsela pagar a aquel odioso hombre, pero el destino había conducido sus pasos hasta aquella taberna, y eso tenía que ser una señal. Si de verdad existían esos seres caprichosos a los que llamaban dioses, entonces debían estar de su lado, y querían que actuase aquel día. "Oh, sí. Saben muy bien que lo merezco".
Apoyada en la barra, sintió unos ojos clavados en ella, y volteó el rostro para buscarlos. El dueño del local, del cual no recordaba el nombre, la había reconocido y seguía mirándola, entre la incredulidad y la indignación. La shinigami le saludó desde la distancia, provocadora y sonriéndole con burla; casi le pareció ver cómo la alarma le enturbió el semblante, como un tupido velo. "Más te vale preocuparte, sí... porque pienso hacerla buena hoy".
Abandonó su lugar y se puso a buscar al cebo, pendiente también de no chocar contra las jovencitas que transportaban bandejas de aquí para allá.
Hotaru la vio de medio perfil, parada ante una mesa que empezaba a atender. Le molestó que todavía fuera capaz de sonreír, de mirar a la gente con aquellos ojos dulces de cachorro, como si nunca hubiera pasada nada, como si nunca hubiese sufrido. Una parte de ella no lograba comprender porqué le ofendía de aquel modo esa chica, tan encantadora pero tan insignificante. "Es por él", se dijo, disculpándose con la poca conciencia que pudiera quedarle. "Será su culpa si le hago daño".
Por precaución, se fijó en quién ocupaba la mesa. Sólo había un comensal, con una especie de túnica raída por encima, ocultando la mayoría de sus rasgos. Seguramente sería uno de esos infelices que mendigaban la caridad de los demás. Eso pensaba precisamente, hasta que vio el saco bien abultado que depositaba en el tablero de madera. ¿Sería eso dinero? ¡Viendo cómo vestía era imposible esperar algo así! Pero de serlo... ese tipo andaba metido en algo raro.
No dudó en acercarse. Le sobraban los motivos.
-Que sea para dos- ordenó una vez se detuvo ante la mesa, sin mirar siquiera a la chica. Apartó el taburete que había ante el extraño individuo y tomó asiento.- Ah, y quiero que nos sirvas tú- añadió, ladeando el rostro y dedicándole su sonrisa sesgada a la camarera- Había venido a verte a ti expresamente... Mizune-chan.
Ejecutó un movimiento con la mano para que se marchase. Ya tendría tiempo de torturarla.
Se concentró en el tipo, y lo poco que pudo ver de él no le gustó. Tenía vendada una parte de la cara, "¿Estará enfermo?", y eso era algo que daba grima. Esperaba que al menos no fuese contagioso.
-Esa bolsa contiene dinero, ¿verdad?- preguntó, directa al grano. Apoyó un brazo en la mesa y se inclinó hacia él, taladrándole con la mirada- No pareces la clase de hombre que goza de tanto efectivo, y mucho menos de manera honrada... Así que ya puedes ir contándome de dónde sacaste ese dinero; y más te vale no hacerte el listo conmigo, porque os tengo calados a los de tu clase y no conseguirás engañarme con tus historias... ¡Venga, habla!
Kawasumi Hotaru- Teniente Rei
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Edad : 34
Re: Contacto en el Rukongai
Una mezcla inimaginable de aromas recorría el salón del Noble Roído aquel día…
Aromas de carnes guisadas, verduras varias y todo tipo de salsas exóticas y humeantes que iban y venían entre bandeja y bandeja de comida. Aroma a muchedumbre, a alcohol, y a gentío atiborrado de lo segundo. Aroma a hierba, a nada; que se filtraba por el resquicio de una ventana semiabierta, a unos pocos metros del lugar donde un extraño cliente acababa de tomar asiento.
Él también tenía un aroma propio, por así decirlo. Un aroma que no se podía percibir normalmente. Una fragancia misteriosa, casi hostil. Un aura. Algo siniestro que, de algún modo, le envolvía con un halo pernicioso, oscuro. Traicionero. Apenas una leve pincelada de lo que yacía en el interior…
El cliente, distraído, volvió a dirigir la cabeza hacia el rostro de la camarera. Parecía desconcertada. Quizás no entendiera el significado de la palabra “todo”. Quizás no estaba acostumbrada a que un tipo con un manto raído, media cabeza vendada y los ojos cerrados y semiocultos bajo un peinado liso y cuidado; tomara asiento en su local le pidiese todo lo que pudieran servirle. Cualquiera sabría.
Fuera como fuese, el aroma seguía allí. Cada vez más profuso, más notable. Un aroma delicioso. La puerta del Noble Roído se abrió con un leve gemido. Alguien entró. Alguien distinto. Y algo en el interior del cliente sospechoso despertó. Se dispuso a girarse para mirar, pero entonces se dio cuenta que era aquella presencia la que se acercaba a él:
De pronto, una mujer joven, de cabello níveo y piel lechosa se plantó ante él, retirando sin reparos el segundo y último taburete de debajo de la mesa y tomando asiento al frente suya. Se apresuró, además, en pedir una segunda tanda para su propia persona; y aún con todo ello, tuvo tiempo también para dedicar unas palabras intimidantes a la camarera, que de pronto pareció palidecer aún más que la propia recién llegada. Mizune redirigió su mirada al primer cliente; confusa, esperando una reacción por su parte. Este se limitó a sonreír, asentir, y realizar un gesto con los dedos índice y corazón unidos, indicando a la camarera que procediera con lo citado. De inmediato, esta se dio la vuelta y volvió apresuradamente a la cocina.
Sólo entonces Taira volvió la cabeza hacia su nueva acompañante. Apoyó el codo derecho sobre la mesa y la mejilla sobre la mano diestra. Sonrió todo lo amigablemente que pudo – lo cual no dejaba de ser escalofriante – , tomó con la siniestra la bolsa de monedas y la arrojó con cuidado apenas unos palmos por delante de donde se encontraba antes, cayendo justo en frente de la recién llegada. Al momento, un par de monedas de no poco valor rodaron por la mesa, deteniéndose y cayendo finalmente al chocar la una contra la otra.
— Tú misma puedes verlo — comentó distraídamente el tipo acaudalado. Tomó una de las monedas de la mesa y comenzó a juguetear con ella, pasándola entre los dedos con sorprendente gracia. Quizás llamara la atención de la shinigami el que hubiera encontrado tan fácilmente la moneda, teniendo en cuenta que no había abierto los ojos en ningún momento. Calló durante un buen rato, sin acabar de decidirse por una respuesta para las indagaciones de la peliblanca. — Está bien. Te lo diré…— comenzó finalmente el tipo encapuchado. — Simplemente…tuve que matar a un tipo para conseguirlo. — calló un momento. — ¿Típico, verdad? — arqueó una ceja, en gesto desentendido —Espero que sepas apreciar mi sinceridad. No encontrarías mucho de eso por el lugar del que yo provengo; y mucho menos a alguien dispuesto a compartir su comida con una invitada inesperada. — añadió. — Quizás debieras sentirte alagada…— alargó la frase. Sus labios se combaron en una media sonrisa. Y concluyó: — Pero por favor, siéntete libre de pedir lo que desees. Hoy invito yo. — Aquella mueca, tan ambigua como característica suya, se intensificó sobre su rostro, con una amabilidad que casi parecía caer con doble filo. Como de costumbre, no había tardado en llevar la conversación a su terreno. Podía decirse que tenía un cierto don para ello…
— Pero dejando de lado tales temas sin importancia; por favor dime, shinigami-san — tampoco esta vez había abierto los ojos para identificarla como Diosa de la Muerte. — ¿Qué puede querer una bella dama como la que ante mí se presenta de un humilde, ciego y magullado servidor…? Si acaso busca la compañía de un buen pensador para conversar, me temo que no soy demasiado hábil a la hora de darle uso a la razón. — marcó una pausa — ¡Sin embargo...! — ladeó un poco la cabeza, como aquel al que de pronto le surge una idea feliz. — Creo que es el momento perfecto para jugar a un juego. — unos segundos de silencio. — Yo pongo las normas. Te puedo asegurar que no encontrarás ni un segundo para aburrirte…
Sonrió; y el aura vil que le rodeaba se extendió por un instante. Pareció como si el tiempo se detuviera durante un segundo. Sólo silencio. Al instante siguiente, la llegada de Misune-chan -con dos gigantescas fuentes de oyakodon humeante y sendos cuencos hasta el borde de sake - cortó la tensión como cuchillo caliente sobre mantequilla.
— Espero que sea de su agrado— se limitó a añadir, casi con la boca pequeña, al tiempo que se daba la vuelta y retiraba fugazmente.
— Perfecto, gracias querida. — contestó apenas sin pensar el Hideyori, manteniendo aún el rostro firme en dirección a Hotaru-san. — ¿Y bien…? —comenzó la frase. Poco a poco, sus párpados se fueron abriendo, mostrando el abismo de sus ojos. El ámbar de sus orbes se clavó sobre los intensos ojos esmeralda de Hotaru. Una mirada astuta, intensa, antinatural… — ¿Jugamos…?
Aromas de carnes guisadas, verduras varias y todo tipo de salsas exóticas y humeantes que iban y venían entre bandeja y bandeja de comida. Aroma a muchedumbre, a alcohol, y a gentío atiborrado de lo segundo. Aroma a hierba, a nada; que se filtraba por el resquicio de una ventana semiabierta, a unos pocos metros del lugar donde un extraño cliente acababa de tomar asiento.
Él también tenía un aroma propio, por así decirlo. Un aroma que no se podía percibir normalmente. Una fragancia misteriosa, casi hostil. Un aura. Algo siniestro que, de algún modo, le envolvía con un halo pernicioso, oscuro. Traicionero. Apenas una leve pincelada de lo que yacía en el interior…
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El cliente, distraído, volvió a dirigir la cabeza hacia el rostro de la camarera. Parecía desconcertada. Quizás no entendiera el significado de la palabra “todo”. Quizás no estaba acostumbrada a que un tipo con un manto raído, media cabeza vendada y los ojos cerrados y semiocultos bajo un peinado liso y cuidado; tomara asiento en su local le pidiese todo lo que pudieran servirle. Cualquiera sabría.
Fuera como fuese, el aroma seguía allí. Cada vez más profuso, más notable. Un aroma delicioso. La puerta del Noble Roído se abrió con un leve gemido. Alguien entró. Alguien distinto. Y algo en el interior del cliente sospechoso despertó. Se dispuso a girarse para mirar, pero entonces se dio cuenta que era aquella presencia la que se acercaba a él:
De pronto, una mujer joven, de cabello níveo y piel lechosa se plantó ante él, retirando sin reparos el segundo y último taburete de debajo de la mesa y tomando asiento al frente suya. Se apresuró, además, en pedir una segunda tanda para su propia persona; y aún con todo ello, tuvo tiempo también para dedicar unas palabras intimidantes a la camarera, que de pronto pareció palidecer aún más que la propia recién llegada. Mizune redirigió su mirada al primer cliente; confusa, esperando una reacción por su parte. Este se limitó a sonreír, asentir, y realizar un gesto con los dedos índice y corazón unidos, indicando a la camarera que procediera con lo citado. De inmediato, esta se dio la vuelta y volvió apresuradamente a la cocina.
Sólo entonces Taira volvió la cabeza hacia su nueva acompañante. Apoyó el codo derecho sobre la mesa y la mejilla sobre la mano diestra. Sonrió todo lo amigablemente que pudo – lo cual no dejaba de ser escalofriante – , tomó con la siniestra la bolsa de monedas y la arrojó con cuidado apenas unos palmos por delante de donde se encontraba antes, cayendo justo en frente de la recién llegada. Al momento, un par de monedas de no poco valor rodaron por la mesa, deteniéndose y cayendo finalmente al chocar la una contra la otra.
— Tú misma puedes verlo — comentó distraídamente el tipo acaudalado. Tomó una de las monedas de la mesa y comenzó a juguetear con ella, pasándola entre los dedos con sorprendente gracia. Quizás llamara la atención de la shinigami el que hubiera encontrado tan fácilmente la moneda, teniendo en cuenta que no había abierto los ojos en ningún momento. Calló durante un buen rato, sin acabar de decidirse por una respuesta para las indagaciones de la peliblanca. — Está bien. Te lo diré…— comenzó finalmente el tipo encapuchado. — Simplemente…tuve que matar a un tipo para conseguirlo. — calló un momento. — ¿Típico, verdad? — arqueó una ceja, en gesto desentendido —Espero que sepas apreciar mi sinceridad. No encontrarías mucho de eso por el lugar del que yo provengo; y mucho menos a alguien dispuesto a compartir su comida con una invitada inesperada. — añadió. — Quizás debieras sentirte alagada…— alargó la frase. Sus labios se combaron en una media sonrisa. Y concluyó: — Pero por favor, siéntete libre de pedir lo que desees. Hoy invito yo. — Aquella mueca, tan ambigua como característica suya, se intensificó sobre su rostro, con una amabilidad que casi parecía caer con doble filo. Como de costumbre, no había tardado en llevar la conversación a su terreno. Podía decirse que tenía un cierto don para ello…
— Pero dejando de lado tales temas sin importancia; por favor dime, shinigami-san — tampoco esta vez había abierto los ojos para identificarla como Diosa de la Muerte. — ¿Qué puede querer una bella dama como la que ante mí se presenta de un humilde, ciego y magullado servidor…? Si acaso busca la compañía de un buen pensador para conversar, me temo que no soy demasiado hábil a la hora de darle uso a la razón. — marcó una pausa — ¡Sin embargo...! — ladeó un poco la cabeza, como aquel al que de pronto le surge una idea feliz. — Creo que es el momento perfecto para jugar a un juego. — unos segundos de silencio. — Yo pongo las normas. Te puedo asegurar que no encontrarás ni un segundo para aburrirte…
Sonrió; y el aura vil que le rodeaba se extendió por un instante. Pareció como si el tiempo se detuviera durante un segundo. Sólo silencio. Al instante siguiente, la llegada de Misune-chan -con dos gigantescas fuentes de oyakodon humeante y sendos cuencos hasta el borde de sake - cortó la tensión como cuchillo caliente sobre mantequilla.
— Espero que sea de su agrado— se limitó a añadir, casi con la boca pequeña, al tiempo que se daba la vuelta y retiraba fugazmente.
— Perfecto, gracias querida. — contestó apenas sin pensar el Hideyori, manteniendo aún el rostro firme en dirección a Hotaru-san. — ¿Y bien…? —comenzó la frase. Poco a poco, sus párpados se fueron abriendo, mostrando el abismo de sus ojos. El ámbar de sus orbes se clavó sobre los intensos ojos esmeralda de Hotaru. Una mirada astuta, intensa, antinatural… — ¿Jugamos…?
Hideyori Taira- Desaparecido
- Post : 574
Edad : 32
Re: Contacto en el Rukongai
Resultaba terriblemente sencillo ofender a Hotaru cuando se dirigían hacia ella como si le estuvieran haciendo un favor, y precisamente el discurso del hombre harapiento que tenía ante sí había restallado en sus oídos como si le hubieran escupido en la cara.
Todavía no podía creerse su descaro...
Había admitido un asesinato con total tranquilidad, aunque eso era lo de menos. Lo que más irritaba a la mujer era aquella insinuación de que debía sentirse agradecida por tal muestra de sinceridad y el encantador gesto de invitarla a comer. ¿Pero con quién se creía esa basura que estaba hablando? Ella no era ninguna fulana muerta de hambre que precisara las atenciones de los demás, y mucho menos de su permiso para requisarle aquella bolsa llena de monedas.
Tenía autoridad para ello y para mucho más.
"Estás jugando con fuego, listillo..."
Aunque su semblante todavía conservaba un gesto medianamente sereno, su interior encerraba un peligro latente y virulento, aguardando el momento oportuno para reventar como un incendio y arrasar con lo que tuviera delante. Se estaba planteando muy seriamente actuar contra él cuando se dio cuenta de que la había reconocido como shinigami, a pesar de no haber abierto los ojos en todo el tiempo que llevaba ahí. Aquello la dejó algo descolocada.
"Quizá sea mi reiatsu", se dijo entonces, no muy convencida. "Habrá notado que es diferente, o lo he elevado un poco al enfadarme". Podía ser. Nunca había tenido mucho éxito controlando su propio reiatsu cuando estaba alterada, y los plus solían ser sensibles a la presión espiritual de los shinigamis. Pero lanzando un breve vistazo a los otros comensales, no percibió que nadie se sintiera afectado. "Esto ya es un poco raro..."
Observó al acaudalado sujeto, que le empezaba a resultar particularmente difícil de comprender.
-¿Un juego?- preguntó al escuchar la proposición. Arqueó la ceja y estrechó la mirada con suspicacia- ¿De qué...?
Entonces lo sintió. Fue solamente un momento, que podría haber durado lo que un abrir y cerrar de ojos, pero no por ello fue menos intenso.
Era una sensación desagradable, un velo pegajoso que la asaltó con impudicia, acompañada del aroma denso y dulzón que despertó el pánico en sus venas. Más penetrante que los olores de la cocina y los cuerpos encerrados en el local, aquel perfume se aferró a ella como una gélida garra cubriéndole la boca y la nariz, impidiéndole que respirase.
Cuando todo pasó, tragó saliva, sin poder reprimir un escalofrío.
"¿Qué ha sido eso? ¿Cómo ha...?".
Tan turabada estaba que no trató de retener a la huidiza Mizune a su lado.
Miró las fuentes de comida, pero ni las tocó. Tenía la sensación de que cualquier cosa que se llevase a la boca se le iba a pudrir en la lengua, tal era el grado de corrupción que respiraba en el ambiente.
Pestañeó, encarando al sombrío sujeto que había al otro lado de la mesa. Cuando él entreabrió los párpados, descubrió las pupilas brillantes, una mirada sobrenatural, que se fijó en ella con una emoción que no logró descifrar del todo. Esos ojos eran el corte afilado de un cuchillo, que casi sintió en su carne.
Una impresión poderosa y violenta vibró con intensidad en sus venas, como una certeza infalible.
"No, no, no, no. No." se repetía, encadenando sus emociones bajo la máscara de dureza y altivez, incapaz de alejar su mirada de aquella trampa de orbes impredecibles y burlones.
-No sé quién demonios eres, pero a mí no me hablas como si estuvieras perdonándome la vida, capullo. ¿Te crees que me vas a acojonar con tus aires de personajillo misterioso o tus trucos?- casi alzando la voz, la peliblanca se inclinó hacia adelante para enfrentarle más directamente- Soy shinigami, tú lo has dicho; y me la suda a qué mafia o distrito pertenezcas, porque si me da la gana, entérate, hago que te encierren en un calabozo para que se te quite la tontería.
Apretó los dedos sobre el hakama del uniforme. Había algo dentro de sí que se removía inquieto, que le quemaba las entrañas; se dejó arrastrar por un repentino acceso de ira que le hizo enrojecer las mejillas y fruncir el ceño.
-Tsk... que tú pones las normas, dices. ¡Y una mierda! - masculló, sacudiendo la mesa con un puñetazo. No podía evitarlo, estaba tensa y con los nervios crispados, y todo por culpa de ese tipo tan extraño que se volvía horripilante por momentos. Apartó el rostro para evitar aquella mirada insana y voraz en la suya y cogió su cuenco de sake. Le temblaba ligeramente el pulso, quizá debido a la rabia, o quizás...
"Absurdo. No es miedo. No lo es"
Bebió sin cuidado, dejando que un reguero de alcohol le resbalara por la barbilla y cayera hasta la piel descubierta del inicio de su pecho. El sabor estaba contaminado de algo amargo.
Sonrió a medias; una sonrisa sesgada y algo ácida.
¿Por qué tanto nerviosismo? Ese tipo no era nadie, no podía hacerle nada, ni siquiera tocarla. Se había dejado impresionar por su manera de hablar. Notaba cosas raras porque el baño caliente le había sentado mal. Sólo eso.
-Un juego...- repitió. Un destello equívoco cruzó las pupilas de la shinigami cuando las alzó para mirarle. Luego su sonrisa se ensanchó y se rió entre dientes, de nuevo una risa irónica y teñida de algo perverso, seguida de un suspiro. Tamborileó los dedos sobre la mesa, sin compartir las reflexiones que llevaba a cabo, y tampoco queriendo apartar los ojos esta vez del hombre, por mucha inquietud que ello le causara.- ¿Por qué iba a querer jugar contigo, eh?
Pensándolo bien, era para reírse. Lo que tenía delante era un pirado con complejo de superioridad y la boca demasiado grande. Incluso si era del Kusajishi o Zaraki no tenía de qué preocuparse.
Llevó una mano a su espalda, cerrándola en la empuñadura de la odachi y deslizando el filo unos centímetros fuera de la guarda, lentamente, para que el desconocido apreciara el gesto.
-Aquí las reglas las pone el que lleva la espada.
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[OffRol]: Lamento si la calidad del post deja que desear... ^^u
Todavía no podía creerse su descaro...
Había admitido un asesinato con total tranquilidad, aunque eso era lo de menos. Lo que más irritaba a la mujer era aquella insinuación de que debía sentirse agradecida por tal muestra de sinceridad y el encantador gesto de invitarla a comer. ¿Pero con quién se creía esa basura que estaba hablando? Ella no era ninguna fulana muerta de hambre que precisara las atenciones de los demás, y mucho menos de su permiso para requisarle aquella bolsa llena de monedas.
Tenía autoridad para ello y para mucho más.
"Estás jugando con fuego, listillo..."
Aunque su semblante todavía conservaba un gesto medianamente sereno, su interior encerraba un peligro latente y virulento, aguardando el momento oportuno para reventar como un incendio y arrasar con lo que tuviera delante. Se estaba planteando muy seriamente actuar contra él cuando se dio cuenta de que la había reconocido como shinigami, a pesar de no haber abierto los ojos en todo el tiempo que llevaba ahí. Aquello la dejó algo descolocada.
"Quizá sea mi reiatsu", se dijo entonces, no muy convencida. "Habrá notado que es diferente, o lo he elevado un poco al enfadarme". Podía ser. Nunca había tenido mucho éxito controlando su propio reiatsu cuando estaba alterada, y los plus solían ser sensibles a la presión espiritual de los shinigamis. Pero lanzando un breve vistazo a los otros comensales, no percibió que nadie se sintiera afectado. "Esto ya es un poco raro..."
Observó al acaudalado sujeto, que le empezaba a resultar particularmente difícil de comprender.
-¿Un juego?- preguntó al escuchar la proposición. Arqueó la ceja y estrechó la mirada con suspicacia- ¿De qué...?
Entonces lo sintió. Fue solamente un momento, que podría haber durado lo que un abrir y cerrar de ojos, pero no por ello fue menos intenso.
Era una sensación desagradable, un velo pegajoso que la asaltó con impudicia, acompañada del aroma denso y dulzón que despertó el pánico en sus venas. Más penetrante que los olores de la cocina y los cuerpos encerrados en el local, aquel perfume se aferró a ella como una gélida garra cubriéndole la boca y la nariz, impidiéndole que respirase.
Cuando todo pasó, tragó saliva, sin poder reprimir un escalofrío.
"¿Qué ha sido eso? ¿Cómo ha...?".
Tan turabada estaba que no trató de retener a la huidiza Mizune a su lado.
Miró las fuentes de comida, pero ni las tocó. Tenía la sensación de que cualquier cosa que se llevase a la boca se le iba a pudrir en la lengua, tal era el grado de corrupción que respiraba en el ambiente.
Pestañeó, encarando al sombrío sujeto que había al otro lado de la mesa. Cuando él entreabrió los párpados, descubrió las pupilas brillantes, una mirada sobrenatural, que se fijó en ella con una emoción que no logró descifrar del todo. Esos ojos eran el corte afilado de un cuchillo, que casi sintió en su carne.
Una impresión poderosa y violenta vibró con intensidad en sus venas, como una certeza infalible.
"No, no, no, no. No." se repetía, encadenando sus emociones bajo la máscara de dureza y altivez, incapaz de alejar su mirada de aquella trampa de orbes impredecibles y burlones.
-No sé quién demonios eres, pero a mí no me hablas como si estuvieras perdonándome la vida, capullo. ¿Te crees que me vas a acojonar con tus aires de personajillo misterioso o tus trucos?- casi alzando la voz, la peliblanca se inclinó hacia adelante para enfrentarle más directamente- Soy shinigami, tú lo has dicho; y me la suda a qué mafia o distrito pertenezcas, porque si me da la gana, entérate, hago que te encierren en un calabozo para que se te quite la tontería.
Apretó los dedos sobre el hakama del uniforme. Había algo dentro de sí que se removía inquieto, que le quemaba las entrañas; se dejó arrastrar por un repentino acceso de ira que le hizo enrojecer las mejillas y fruncir el ceño.
-Tsk... que tú pones las normas, dices. ¡Y una mierda! - masculló, sacudiendo la mesa con un puñetazo. No podía evitarlo, estaba tensa y con los nervios crispados, y todo por culpa de ese tipo tan extraño que se volvía horripilante por momentos. Apartó el rostro para evitar aquella mirada insana y voraz en la suya y cogió su cuenco de sake. Le temblaba ligeramente el pulso, quizá debido a la rabia, o quizás...
"Absurdo. No es miedo. No lo es"
Bebió sin cuidado, dejando que un reguero de alcohol le resbalara por la barbilla y cayera hasta la piel descubierta del inicio de su pecho. El sabor estaba contaminado de algo amargo.
Sonrió a medias; una sonrisa sesgada y algo ácida.
¿Por qué tanto nerviosismo? Ese tipo no era nadie, no podía hacerle nada, ni siquiera tocarla. Se había dejado impresionar por su manera de hablar. Notaba cosas raras porque el baño caliente le había sentado mal. Sólo eso.
-Un juego...- repitió. Un destello equívoco cruzó las pupilas de la shinigami cuando las alzó para mirarle. Luego su sonrisa se ensanchó y se rió entre dientes, de nuevo una risa irónica y teñida de algo perverso, seguida de un suspiro. Tamborileó los dedos sobre la mesa, sin compartir las reflexiones que llevaba a cabo, y tampoco queriendo apartar los ojos esta vez del hombre, por mucha inquietud que ello le causara.- ¿Por qué iba a querer jugar contigo, eh?
Pensándolo bien, era para reírse. Lo que tenía delante era un pirado con complejo de superioridad y la boca demasiado grande. Incluso si era del Kusajishi o Zaraki no tenía de qué preocuparse.
Llevó una mano a su espalda, cerrándola en la empuñadura de la odachi y deslizando el filo unos centímetros fuera de la guarda, lentamente, para que el desconocido apreciara el gesto.
-Aquí las reglas las pone el que lleva la espada.
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[OffRol]: Lamento si la calidad del post deja que desear... ^^u
Kawasumi Hotaru- Teniente Rei
- Post : 1085
Edad : 34
Re: Contacto en el Rukongai
En aquel momento, todo pareció teñirse de blanco ante sus ojos...
Blanco los cabellos alborotados de ella. Blanca su luciente piel, casi diáfana ante los rayos de luz que se filtraban a través del postigo de la ventana. Blanca también era su sonrisa agria, sesgada, como la perla que yace en el lecho marino, aguardando a que alguien la tome y dé provecho a su belleza…
Pero blanco también el pelo de él. Increíblemente liso, fino y cuidado. Y blanca su piel; tersa sobre la curtida figura de su cuerpo de claridad impoluta. En blanco su mente, sus siempre caóticos pensamientos. Su desorden. Su locura. Su perdición.
Todo en blanco. Y todo blanco.
Durante un momento, Taira sintió algo parecido a la calma en su interior. La paz. Un respiro a su demencia. Creyó haber hallado el fruto de su salvación.
Lástima que aquello durase tan poco…
La consciencia del Hideyori volvió a su lugar ante el sisear metálico de una hoja sobre su vaina. Todo lo anterior no importaba ya.
No importaban los gritos rabiosos de ella. Tampoco sus amenazas ni la ira en sus recriminaciones; ni toda aquella superficial pantomima de sentimientos. Porque eran silencio las palabras de ella en su mente. Como las tantas otras que habría escuchado a lo largo de su vida.
Taira suspiró, aún conmocionado por su primera visión de la shinigami. Trató de reordenar sus pensamientos, como siempre en vano; y volvió a suspirar, esta vez para sí mismo. Una parte de su “yo” seguía turbado. Parte que, por suerte o por desgracia, no solía tomar parte de sus acciones. Sólo por ello, pudo proseguir como si nada hubiera ocurrido.
Porque la situación había dado un vuelco:
Ante él, Hotaru se mostraba agresiva, alerta. El puñetazo sobre la mesa hizo retumbar las fuentes de comida sobre ella, casi volcando el cuenco de sake frente al Hideyori. Ella tamborileó con los dedos sobre la mesa; se inclinó hacia adelante. Y sonrió. Una sonrisa que poco tenía que envidiar a las del propio Taira. Era casi como mirarse en un espejo. La mujer clavó entonces los ojos color esmeralda en los suyos, que no habían dejado de perseguirla desde que sus propias pestañas abrieron paso a los oscuros orbes.
Ella rió. Parecía tensa, pero ello no le impedía actuar con relativa soltura. Taira había visto a criaturas más imponentes doblegarse ante su sola mirada. A caer ante el miedo y huir, previendo el fatal desenlace. ¿Pero ella…? Ella no. Ella sólo río. Era algo que el propio Taira podía llegar a admirar...
Porque pocos había ante los que él podía liberarse, soltar las riendas y dejar volar la consciencia. Y aunque Hotaru, allí frente a él, aún no hubiera visto nada; nada más que la cúspide del iceberg; ella parecía tener ese algo. Ese algo que eleva a los seres verdaderamente libres sobre el resto. Ese algo intrínseco que atraía a Taira irremediablemente hacia ella. A conocerla; a ponerla a prueba.
A dar comienzo al juego…
Una sonrisa siniestra se acrecentó en su rostro. El ámbar de sus ojos fijo en los de ella. Levantó la cabeza de la palma de la mano en que la tenía apoyada. Lentamente, dejó caer el brazo derecho, hasta que su mano se ciñó en torno a algo oculto bajo la roída capa negra.
— ¿El que lleva la espada, dices…? — una risilla cuasi histérica escapó de entre los dientes carnívoros. — Entonces permite que te decepcione…
Al momento, el puño cerrado en torno a la vaina azabache de un wakizashi reapareció de tras la capa. El tipo encapuchado dejó reposar el arma sobre la mesa, en un espacio libre entre el oyakodon – arroz con pollo, huevo y cebolleta - humeante y el cuenco de sake peligrosamente lleno.
No esperó a la reacción de Hotaru. El resto de clientes del local empezaban a centrar su atención sobre aquella mesa, y el revuelo podía comenzar en breves; aunque por el momento todos permanecieran en sus mesas, limitándose a mirar recelosos. El dueño del local susurró algo a un chico joven, que aparentaba no tener más que ocho o nueve años; y al momento este salió corriendo hacia las puertas del Noble Roído y desapareció entre las calles.
Taira retomó la palabra, anticipándose a cualquier comentario de la shinigami.
— No montes un alboroto, por favor. No me amenaces. No hables. — esta vez fue el encapuchado quien se inclinó ligeramente hacia adelante. — No es tan complicado. Sólo sigue las reglas. Sólo escucha. — su mirada se tornó dura, seria; en contraposición al semblante diabólicamente divertido que se mostraba en la mitad inferior de su rostro. — El juego es simple. Sólo hay una regla. — calló durante un momento. — Te daré tres pistas. Sólo tres. Y una ya la tienes sobre la mesa. — calló de nuevo. — Cuando te haya dado las tres…Tendrás que responderme a una pregunta. — el nuevo silencio se hizo interminable. — Tendrás que adivinar si serás capaz de salir con vida de este encuentro…
Taira volvió a echarse hacia atrás, devolviendo su espalda a la completa verticalidad. Soltó la vaina del wakizashi, en un gesto temerario. Temerario hasta el punto de parecer sospechoso. Carraspeó, queriendo atraer de nuevo la atención de Hotaru hacia sus palabras. Antes de comenzar, tomó un largo trago de sake. Y entonces finalizó:
— Pero nunca me han gustado las cosas que se alargan más de lo necesario, ¿sabes? — ladeó la cabeza hacia un lado, al tiempo que encogía ligeramente los hombros. — Así que te daré ahora mismo tus dos últimas pistas, shinigami-san…— cerró los ojos un instante, tomó aire y lo soltó lentamente. Un escalofrío de emoción recorrió todo su cuerpo. — espero que podamos seguir siendo amigos después de todo…
Y todo se volvió blanco…
Blanca de nuevo la sonrisa escalofriante en el rostro de él. Pero aún más blanca que antes la palidez en su piel, visible ahora hasta el comienzo de su pecho. Blancas las vestiduras arrancar que se mostraban ahora a Hotaru, deslumbrantes bajo el manto raído. Todo blanco.
Porque blancas eran también las vendas que caían ahora de su rostro, desatadas, inertes; desveladoras de los rasgos agraciados en la faz del Hideyori. Desveladoras de un sello que le marcaba como criatura del mal, la demencia y la destrucción. Porque también era blanca, también, aquella mandíbula de hueso, carnívoros dientes y máscara de su verdadera condición.
— Ahora, shinigami-san… — la voz sonó, como antes y pese a todo, tranquila, casi comprensiva. En el fondo, parecía transmitir que realmente no quería una confrontación. No quería, no. Pero el juego era el juego. Y de un modo u otro, tarde o temprano tendría que tocar a su fin. Volvió a echar el cuerpo hacia adelante, acercando su rostro misterioso al de ella. — ¿Podemos sentarnos tranquilamente a conversar y dar cuenta de la comida, o nos vas a obligar a llevar esto a un desenlace indeseado…?
Y permaneció quieto. Quieto a escasos palmos de ella, de su rostro iracundo. De sus preciosos ojos verdes y su expresión contrariada. Él parecía sereno, calmado; y su sonrisa era ahora sincera, extrañamente esperanzada.
Y todo dependía ahora de ella. Todo... Porque podría ser que el destino de ambos se torciera a partir de una decisión tan simple como aquella. De una decisión tan simple como sentarse con Hideyori Taira a comer una fuente de arroz con pollo, huevo y cebolleta…
Blanco los cabellos alborotados de ella. Blanca su luciente piel, casi diáfana ante los rayos de luz que se filtraban a través del postigo de la ventana. Blanca también era su sonrisa agria, sesgada, como la perla que yace en el lecho marino, aguardando a que alguien la tome y dé provecho a su belleza…
Pero blanco también el pelo de él. Increíblemente liso, fino y cuidado. Y blanca su piel; tersa sobre la curtida figura de su cuerpo de claridad impoluta. En blanco su mente, sus siempre caóticos pensamientos. Su desorden. Su locura. Su perdición.
Todo en blanco. Y todo blanco.
Durante un momento, Taira sintió algo parecido a la calma en su interior. La paz. Un respiro a su demencia. Creyó haber hallado el fruto de su salvación.
Lástima que aquello durase tan poco…
*********
La consciencia del Hideyori volvió a su lugar ante el sisear metálico de una hoja sobre su vaina. Todo lo anterior no importaba ya.
No importaban los gritos rabiosos de ella. Tampoco sus amenazas ni la ira en sus recriminaciones; ni toda aquella superficial pantomima de sentimientos. Porque eran silencio las palabras de ella en su mente. Como las tantas otras que habría escuchado a lo largo de su vida.
Taira suspiró, aún conmocionado por su primera visión de la shinigami. Trató de reordenar sus pensamientos, como siempre en vano; y volvió a suspirar, esta vez para sí mismo. Una parte de su “yo” seguía turbado. Parte que, por suerte o por desgracia, no solía tomar parte de sus acciones. Sólo por ello, pudo proseguir como si nada hubiera ocurrido.
Porque la situación había dado un vuelco:
Ante él, Hotaru se mostraba agresiva, alerta. El puñetazo sobre la mesa hizo retumbar las fuentes de comida sobre ella, casi volcando el cuenco de sake frente al Hideyori. Ella tamborileó con los dedos sobre la mesa; se inclinó hacia adelante. Y sonrió. Una sonrisa que poco tenía que envidiar a las del propio Taira. Era casi como mirarse en un espejo. La mujer clavó entonces los ojos color esmeralda en los suyos, que no habían dejado de perseguirla desde que sus propias pestañas abrieron paso a los oscuros orbes.
Ella rió. Parecía tensa, pero ello no le impedía actuar con relativa soltura. Taira había visto a criaturas más imponentes doblegarse ante su sola mirada. A caer ante el miedo y huir, previendo el fatal desenlace. ¿Pero ella…? Ella no. Ella sólo río. Era algo que el propio Taira podía llegar a admirar...
Porque pocos había ante los que él podía liberarse, soltar las riendas y dejar volar la consciencia. Y aunque Hotaru, allí frente a él, aún no hubiera visto nada; nada más que la cúspide del iceberg; ella parecía tener ese algo. Ese algo que eleva a los seres verdaderamente libres sobre el resto. Ese algo intrínseco que atraía a Taira irremediablemente hacia ella. A conocerla; a ponerla a prueba.
A dar comienzo al juego…
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Una sonrisa siniestra se acrecentó en su rostro. El ámbar de sus ojos fijo en los de ella. Levantó la cabeza de la palma de la mano en que la tenía apoyada. Lentamente, dejó caer el brazo derecho, hasta que su mano se ciñó en torno a algo oculto bajo la roída capa negra.
— ¿El que lleva la espada, dices…? — una risilla cuasi histérica escapó de entre los dientes carnívoros. — Entonces permite que te decepcione…
Al momento, el puño cerrado en torno a la vaina azabache de un wakizashi reapareció de tras la capa. El tipo encapuchado dejó reposar el arma sobre la mesa, en un espacio libre entre el oyakodon – arroz con pollo, huevo y cebolleta - humeante y el cuenco de sake peligrosamente lleno.
No esperó a la reacción de Hotaru. El resto de clientes del local empezaban a centrar su atención sobre aquella mesa, y el revuelo podía comenzar en breves; aunque por el momento todos permanecieran en sus mesas, limitándose a mirar recelosos. El dueño del local susurró algo a un chico joven, que aparentaba no tener más que ocho o nueve años; y al momento este salió corriendo hacia las puertas del Noble Roído y desapareció entre las calles.
Taira retomó la palabra, anticipándose a cualquier comentario de la shinigami.
— No montes un alboroto, por favor. No me amenaces. No hables. — esta vez fue el encapuchado quien se inclinó ligeramente hacia adelante. — No es tan complicado. Sólo sigue las reglas. Sólo escucha. — su mirada se tornó dura, seria; en contraposición al semblante diabólicamente divertido que se mostraba en la mitad inferior de su rostro. — El juego es simple. Sólo hay una regla. — calló durante un momento. — Te daré tres pistas. Sólo tres. Y una ya la tienes sobre la mesa. — calló de nuevo. — Cuando te haya dado las tres…Tendrás que responderme a una pregunta. — el nuevo silencio se hizo interminable. — Tendrás que adivinar si serás capaz de salir con vida de este encuentro…
Taira volvió a echarse hacia atrás, devolviendo su espalda a la completa verticalidad. Soltó la vaina del wakizashi, en un gesto temerario. Temerario hasta el punto de parecer sospechoso. Carraspeó, queriendo atraer de nuevo la atención de Hotaru hacia sus palabras. Antes de comenzar, tomó un largo trago de sake. Y entonces finalizó:
— Pero nunca me han gustado las cosas que se alargan más de lo necesario, ¿sabes? — ladeó la cabeza hacia un lado, al tiempo que encogía ligeramente los hombros. — Así que te daré ahora mismo tus dos últimas pistas, shinigami-san…— cerró los ojos un instante, tomó aire y lo soltó lentamente. Un escalofrío de emoción recorrió todo su cuerpo. — espero que podamos seguir siendo amigos después de todo…
Y todo se volvió blanco…
Blanca de nuevo la sonrisa escalofriante en el rostro de él. Pero aún más blanca que antes la palidez en su piel, visible ahora hasta el comienzo de su pecho. Blancas las vestiduras arrancar que se mostraban ahora a Hotaru, deslumbrantes bajo el manto raído. Todo blanco.
Porque blancas eran también las vendas que caían ahora de su rostro, desatadas, inertes; desveladoras de los rasgos agraciados en la faz del Hideyori. Desveladoras de un sello que le marcaba como criatura del mal, la demencia y la destrucción. Porque también era blanca, también, aquella mandíbula de hueso, carnívoros dientes y máscara de su verdadera condición.
— Ahora, shinigami-san… — la voz sonó, como antes y pese a todo, tranquila, casi comprensiva. En el fondo, parecía transmitir que realmente no quería una confrontación. No quería, no. Pero el juego era el juego. Y de un modo u otro, tarde o temprano tendría que tocar a su fin. Volvió a echar el cuerpo hacia adelante, acercando su rostro misterioso al de ella. — ¿Podemos sentarnos tranquilamente a conversar y dar cuenta de la comida, o nos vas a obligar a llevar esto a un desenlace indeseado…?
Y permaneció quieto. Quieto a escasos palmos de ella, de su rostro iracundo. De sus preciosos ojos verdes y su expresión contrariada. Él parecía sereno, calmado; y su sonrisa era ahora sincera, extrañamente esperanzada.
Y todo dependía ahora de ella. Todo... Porque podría ser que el destino de ambos se torciera a partir de una decisión tan simple como aquella. De una decisión tan simple como sentarse con Hideyori Taira a comer una fuente de arroz con pollo, huevo y cebolleta…
Hideyori Taira- Desaparecido
- Post : 574
Edad : 32
Re: Contacto en el Rukongai
El rechino de las piedrecitas bajo sus sandalias, el reflejo del sol en las ventanas, el bullicio del gentío en el mercado; hacía ya bastante desde que Hideyoshi visitó aquella zona del Rukongai por última vez. Mucho había pasado desde entonces, todo, y nada relevante al mismo tiempo para aquella gente, la vida en el Rukongai no se paraba. Le recordaba a sus tiempos mozos en la zona, antes de fundar la academia. Entre los adultos, los niños jugaban con cualquier cosa dándole vida extra a la ruidosa plaza en la que se ubicaba aquella congregación de puestos comerciales.
Desde aves a verduras, desde cucharas a espadas, el mercado ofrecía a los clientes, fuesen de donde fuesen, una gran variedad de productos de gran calidad. Era un aroma bastante curioso el que resultaba de la mezcla de todos los alimentos expuestos e incluso algunos que eran preparados allí mismo por un módico precio.
Era mediodía y el sol radiaba con su máxima fuerza, haciendo que las primeras gotas de sudor proliferasen y se deslizasen por la piel del shinigami. Lo cierto es que eran numerosas las ocasiones en las que Yosh se preguntaba por qué el uniforme tenía que ser negro, y siempre tenía en mente un par de cosas para el que propuso semejante “cosa”, por llamarlo de algún modo. El calor acumulado le llevó a acercarse a un puesto que vendía alguna clase de té de hierbas o vegetales que era conservado frío, y que resultaba de lo más apetecible a aquellas horas.
Siguió paseando por las anchas calles de aquel modesto pero bien surtido distrito, ya con una generosa cantidad de té de frutas en su posesión. El sabor del té, de melocotón para ser precisos, inundaba su boca y sus sentidos, haciendo que pasase por alto el opresivo calor del mediodía. Era agradable.
Aquel mercado era una clara muestra de la vitalidad de aquella zona, pero no había mejor emblema del lugar que cierta taberna bien conocida para el shinigami, el Noble Roído. Durante su infancia pasó mucho tiempo bajo ese techo, y ahora que era un shinigami, se lamentaba por no poder pisar ese suelo tantas veces como desearía. Era por ello que cada vez que tenía un permiso, como era el caso, se pasaba para saludar a viejos conocidos y por qué no, ver si todo estaba en orden o precisaban de su ayuda para alguna tarea de la índole que fuese.
Pero aún era temprano, le gustaba pasear por la zona y comprobar cómo le iba a Fujigawa-san, el vendedor de abanicos, a Genji-san, el guarda que solía patrullar la zona y que alguna vez lo había pillado haciendo alguna trastada; y muchos más personajes que aún estaban en su recuerdo. Iba recordando a todos ellos entre trago y trago cuando al doblar una esquina notó como algo le golpeaba en las piernas. Al parecer un apresurado chico se había chocado con la pierna del shinigami precipitándole al suelo. El té se acercaba al filo del vaso intentando escapar de su confinamiento y Yosh tuvo que hacer malabares para que aquello no pasase, y el chico definitivamente cayó al suelo amortiguando la caída con las manos.
Yosh terminó la bebida de un trago y se guardó el vaso de madera en el interior de su ropa. El chico se volvió hacia el shinigami molesto, pero pronto cambió al ver de quién se trataba.
—¡Takeshi! ¿A dónde ibas con esas prisas?—Exclamó, aunque contento de verle.
—¡Oh, Yosh-san! ¡Tienes que ir al Noble! Hay dos tipos mostrando sus armas y no parecen ser muy amigos. ¡Rápido, antes de que pase algo!—Dijo apresurado y gritando. Parecía de asustado de verdad, así que sin mediar palabra siguió su carrera y Yosh tomó rumbo a su querida taberna—Diablos, ¿quién será esta vez?—.
El griterío de los comensales llegaba a los oídos del shinigami a medida que se acercaba a la puerta de la taberna, pero Yosh no pudo distinguir nada fuera de lo normal, estaba intrigado. Había pocas cosas que le molestaban, pero ver como un lugar tan agradable se convertía en ring improvisado era una de ellas. Le entristecía la violencia sin sentido, aunque con el paso de los años su trabajo le había hecho menos vulnerable a esa sensación,y cada vez le costaba menos asimilarlo; y del mismo modo, sus experiencias a lo largo de los años le ayudaban a combatir esa adaptación a la violencia. Una paradoja en toda regla.
Estaba ya en el umbral de la puerta, y nada más cruzarlo localizó el problema como si una enorme baliza de luz lo señalase.—¿Ella otra vez…?—Pensó ofuscado.— Parece que no pilla las indirectas…bueno, veamos qué pasa en realidad.—Y de ese modo se dirigió hacia el dueño del local para hacer algunas averiguaciones.
—Buenos días, me he encontrado con Takeshi. ¿Cuál es el problema?—Hablaba en un todo discreto, tampoco había que hacer un escándalo innecesario.
—Me alegro de que estés aquí, Yosh. De momento no ha pasado nada, pero esos dos de la esquina, mostrando sus espadas y con ese juego de miradas…me inquieta. Y para colmo es esa chica otra vez…es como un imán para los problemas—Dijo refunfuñando.
—Entiendo. Intentaré que no llegue a más.
Se dirigió con paso tranquilo hacia la mesa de los dos individuos tomando un taburete por el camino y un cuenco de su plato favorito. Al llegar, colocó el taburete en el suelo, el cuenco en la mesa, y se sentó entre ambos individuos, de modo que el desconocido se encontraba a su izquierda y la shinigami a su derecha.—Me gustaría decir que me alegro de volver a verte, Hotaru-san.¿Pero dime, por qué parece que atraes a los problemas, eh?—Terminó con una pregunta retórica y volteó la mirada hacia el desconocido. La actitud del shinigami podría parecer arrogante, y sin duda lo era un tanto. Normalmente Yosh se comportaba modestamente pero en aquel lugar se sentía como en casa, de hecho fue su casa tiempo ha, lo cual le llevaba a comportarse con tanta naturalidad que rozaba la arrogancia.
Volviendo a la escena, Yosh miró discretamente a aquel tipo de apariencia cutre. Era extraño, hubiese jurado que Hotaru era el problema allí pero al ver a aquel hombre, no sabía que pensar. Una espada muy parecida a una zanpakutou, que suponía que sería del tipo, reposaba en la mesa, y un flash de lo que le parecían ropas arrancar sacudió su mente. ¿Pero cómo? —No, esto no puede ser—se decía, además, Hotaru parecía actuar como si fuese un indeseable cualquiera. ¿No se habría dado cuenta, o era todo imaginación de Yosh? Decidió que debería actuar con normlidad, con toda la que pudiese. En el fondo, un escalofrío se había asentado en su espalda y parecía no querer marcharse. Como un ocupa que sabotea todo atisbo de tranquilidad. Tenía que luchar contra ello.
Entonces habló:—Buenos días, ¿qué le parece la comida que preparan aquí?—Fue lo único que se le ocurrió en aquel momento para romper el hielo. No sabía cómo actuar ya que no sabía que era realmente lo que pasaba. Entonces recordó algo.
—Disculpe mi indiscreción, pero no he podido evitar escuchar algo sobre un juego, y siento curiosidad.—Y fue en ese momento cuando decidió saltar al filo de la navaja y tentar a la suerte.
[OFF:Espero que os guste y estar a la altura. Vamos allá ]
Desde aves a verduras, desde cucharas a espadas, el mercado ofrecía a los clientes, fuesen de donde fuesen, una gran variedad de productos de gran calidad. Era un aroma bastante curioso el que resultaba de la mezcla de todos los alimentos expuestos e incluso algunos que eran preparados allí mismo por un módico precio.
Era mediodía y el sol radiaba con su máxima fuerza, haciendo que las primeras gotas de sudor proliferasen y se deslizasen por la piel del shinigami. Lo cierto es que eran numerosas las ocasiones en las que Yosh se preguntaba por qué el uniforme tenía que ser negro, y siempre tenía en mente un par de cosas para el que propuso semejante “cosa”, por llamarlo de algún modo. El calor acumulado le llevó a acercarse a un puesto que vendía alguna clase de té de hierbas o vegetales que era conservado frío, y que resultaba de lo más apetecible a aquellas horas.
Siguió paseando por las anchas calles de aquel modesto pero bien surtido distrito, ya con una generosa cantidad de té de frutas en su posesión. El sabor del té, de melocotón para ser precisos, inundaba su boca y sus sentidos, haciendo que pasase por alto el opresivo calor del mediodía. Era agradable.
Aquel mercado era una clara muestra de la vitalidad de aquella zona, pero no había mejor emblema del lugar que cierta taberna bien conocida para el shinigami, el Noble Roído. Durante su infancia pasó mucho tiempo bajo ese techo, y ahora que era un shinigami, se lamentaba por no poder pisar ese suelo tantas veces como desearía. Era por ello que cada vez que tenía un permiso, como era el caso, se pasaba para saludar a viejos conocidos y por qué no, ver si todo estaba en orden o precisaban de su ayuda para alguna tarea de la índole que fuese.
Pero aún era temprano, le gustaba pasear por la zona y comprobar cómo le iba a Fujigawa-san, el vendedor de abanicos, a Genji-san, el guarda que solía patrullar la zona y que alguna vez lo había pillado haciendo alguna trastada; y muchos más personajes que aún estaban en su recuerdo. Iba recordando a todos ellos entre trago y trago cuando al doblar una esquina notó como algo le golpeaba en las piernas. Al parecer un apresurado chico se había chocado con la pierna del shinigami precipitándole al suelo. El té se acercaba al filo del vaso intentando escapar de su confinamiento y Yosh tuvo que hacer malabares para que aquello no pasase, y el chico definitivamente cayó al suelo amortiguando la caída con las manos.
Yosh terminó la bebida de un trago y se guardó el vaso de madera en el interior de su ropa. El chico se volvió hacia el shinigami molesto, pero pronto cambió al ver de quién se trataba.
—¡Takeshi! ¿A dónde ibas con esas prisas?—Exclamó, aunque contento de verle.
—¡Oh, Yosh-san! ¡Tienes que ir al Noble! Hay dos tipos mostrando sus armas y no parecen ser muy amigos. ¡Rápido, antes de que pase algo!—Dijo apresurado y gritando. Parecía de asustado de verdad, así que sin mediar palabra siguió su carrera y Yosh tomó rumbo a su querida taberna—Diablos, ¿quién será esta vez?—.
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El griterío de los comensales llegaba a los oídos del shinigami a medida que se acercaba a la puerta de la taberna, pero Yosh no pudo distinguir nada fuera de lo normal, estaba intrigado. Había pocas cosas que le molestaban, pero ver como un lugar tan agradable se convertía en ring improvisado era una de ellas. Le entristecía la violencia sin sentido, aunque con el paso de los años su trabajo le había hecho menos vulnerable a esa sensación,y cada vez le costaba menos asimilarlo; y del mismo modo, sus experiencias a lo largo de los años le ayudaban a combatir esa adaptación a la violencia. Una paradoja en toda regla.
Estaba ya en el umbral de la puerta, y nada más cruzarlo localizó el problema como si una enorme baliza de luz lo señalase.—¿Ella otra vez…?—Pensó ofuscado.— Parece que no pilla las indirectas…bueno, veamos qué pasa en realidad.—Y de ese modo se dirigió hacia el dueño del local para hacer algunas averiguaciones.
—Buenos días, me he encontrado con Takeshi. ¿Cuál es el problema?—Hablaba en un todo discreto, tampoco había que hacer un escándalo innecesario.
—Me alegro de que estés aquí, Yosh. De momento no ha pasado nada, pero esos dos de la esquina, mostrando sus espadas y con ese juego de miradas…me inquieta. Y para colmo es esa chica otra vez…es como un imán para los problemas—Dijo refunfuñando.
—Entiendo. Intentaré que no llegue a más.
Se dirigió con paso tranquilo hacia la mesa de los dos individuos tomando un taburete por el camino y un cuenco de su plato favorito. Al llegar, colocó el taburete en el suelo, el cuenco en la mesa, y se sentó entre ambos individuos, de modo que el desconocido se encontraba a su izquierda y la shinigami a su derecha.—Me gustaría decir que me alegro de volver a verte, Hotaru-san.¿Pero dime, por qué parece que atraes a los problemas, eh?—Terminó con una pregunta retórica y volteó la mirada hacia el desconocido. La actitud del shinigami podría parecer arrogante, y sin duda lo era un tanto. Normalmente Yosh se comportaba modestamente pero en aquel lugar se sentía como en casa, de hecho fue su casa tiempo ha, lo cual le llevaba a comportarse con tanta naturalidad que rozaba la arrogancia.
Volviendo a la escena, Yosh miró discretamente a aquel tipo de apariencia cutre. Era extraño, hubiese jurado que Hotaru era el problema allí pero al ver a aquel hombre, no sabía que pensar. Una espada muy parecida a una zanpakutou, que suponía que sería del tipo, reposaba en la mesa, y un flash de lo que le parecían ropas arrancar sacudió su mente. ¿Pero cómo? —No, esto no puede ser—se decía, además, Hotaru parecía actuar como si fuese un indeseable cualquiera. ¿No se habría dado cuenta, o era todo imaginación de Yosh? Decidió que debería actuar con normlidad, con toda la que pudiese. En el fondo, un escalofrío se había asentado en su espalda y parecía no querer marcharse. Como un ocupa que sabotea todo atisbo de tranquilidad. Tenía que luchar contra ello.
Entonces habló:—Buenos días, ¿qué le parece la comida que preparan aquí?—Fue lo único que se le ocurrió en aquel momento para romper el hielo. No sabía cómo actuar ya que no sabía que era realmente lo que pasaba. Entonces recordó algo.
—Disculpe mi indiscreción, pero no he podido evitar escuchar algo sobre un juego, y siento curiosidad.—Y fue en ese momento cuando decidió saltar al filo de la navaja y tentar a la suerte.
[OFF:Espero que os guste y estar a la altura. Vamos allá ]
Hattori Hideyoshi- Post : 70
Edad : 35
Re: Contacto en el Rukongai
De repente el mundo parecía haber desaparecido. Sólo aquel extraño era real, sólo su voz, su aroma dulce y a la vez violento, la esbelta figura blanca rebosante de un magnetismo empalagoso, su aliento acariciándole el rostro, tan cerca, y aquellos extraños ojos. Los ojos de una serpiente, que se escurrían en su interior en forma de violentas llamaradas de furor y pánico que la estremecían. Y aunque el hombre permanecía sonriente, en esa insólita mirada había crueldad y mucho veneno, que apenas había comenzado a mostrarse.
Con la sangre hormigueándole en las venas, la shinigami le observaba a través de las pupilas dilatadas, el corazón encogido ligeramente. Porque esa sospecha que se anudaba en su garganta, que había permanecido callada y agazapada casi desde el primer momento, ahora se había convertido en una evidencia. "Es un Arrancar." En parte, ella ya lo sabía. Lo supo al sentir aquella esencia sombría, que todavía permanecía allí, colándose en los poros de su piel como un hechizo fatuo, denso y envolvente.
El aire parecía enrarecido, viciado entre los dos, a pesar de la corriente fresca que entraba por una de las ventanas cercanas a su mesa. Ella mantenía la mandíbula tensa, la expresión arrogante habitual, y la mirada verde, algo trémula a causa de una emoción misteriosa y contenida, engarzada a la del joven Arrancar. Él le sonreía. Se fijó en su perfecta dentadura y en los rasgos de aquel pálido rostro, que podría llegar a parecerle atractivo si no pensaba en la espeluznante naturaleza de aquel ser. Porque esa máscara de hueso era la materialización de la locura y los crímenes que un alma corrompida arrastra consigo, al igual que las ropas blancas e impolutas lo distinguían como un soldado del bando contrario. Era un monstruo que encarnaba el mal que la Sociedad de Almas debía combatir; para lo que había sido entrenada en la Academia de Artes Espirituales.
Encontrarse allí, entonces, sentada a la mesa y conversando, con las fuentes de comida y los cuencos de sake llenos, viéndole en el lugar que debería ocupar un amigo o un compañero -pero nunca el enemigo-, le parecía totalmente absurdo.
Tal vez debía sentirse asustada, de hecho una parte de sí misma lo habría dado todo por que el cuerpo reaccionara y la alejara de allí, pero iba a quedarse sentada, sin huír de aquella mirada ni de su destino, por muy estúpida que fuera aquella decisión. Y todo por su necesidad de ser siempre fuerte, de no flaquear; la necesidad de enfrentar todo aquello que pudiera poner en duda su entereza, su supremacía, para reafirmarse y seguir adelante. Porque Hotaru era una de esas personas que miran fijamente al miedo, lo ponen en su plato y lo devoran a grandes bocados.
La mirada de la mujer destelló, ladeó el rostro hacia la izquierda y luego volvió a encararle, alzando la barbilla en un gesto de determinación orgullosa. Después habló, cada palabra una gota densa y gélida, llena de gravedad y desafío, y los ojos clavados en él.
-¿Qué te hace pensar que yo no lo desee?- fue lo que pudo escucharse de sus labios, que se torcieron en una sonrisa llena de osadía.
Sí. Sabía perfectamente que pecaba de temeridad respondiendo de aquel modo, pero lo que le estaba sucediendo era una completa locura. Un Arrancar no iba a escaparse de Hueco Mundo para llegar hasta la Sociedad de Almas con el objetivo de disfrutar del ambiente de una taberna, aunque seguramente estaba allí por hambre. "Sí, debemos tener muy buena pinta, estos plus y yo... ¿qué tal con un poco de salsa por encima?". Todo le parecía una broma de mal gusto.
Sería ingenuo por parte de aquel Arrancar pensar que se tragaría ese absurdo de que no quería pelear con ella. ¿Qué iba a querer de un shinigami, sino matarle y devorarlo? Cualquier otro propósito era impensable.
Una tercera presencia la hizo desprenderse del hechizo y girar brúscamente el cuello para mirar hacia su izquierda, encontrándose con Hattori Hideyoshi sentado en un taburete, en la actitud orgullosa del gallo amo del corral. Pese a la complicada compañía y su situación, al verle allí se le enredó el aire en la garganta, incapaz de anestesiarse al desprecio que sentía por aquel shinigami. Sus palabras habían hecho que ahora Hotaru le observase con un rictus tenso en la mirada y en los labios apretados. Él, en cambio, estudiaba el aspecto del Arrancar sin advertir, al parecer, que lo era.
-¿Sabes? Eres un auténtico gilipollas...- escupió aquellas palabras hacia el joven de tez morena, incapaz de retenerlas en la boca. Porque la mordedura venenosa del odio, pulsante y febril, la consumía más que ninguna otra emoción.
Una de sus manos, fina y blanca como la porcelana, avanzó a lo largo de la mesa en dirección al wakizashi que yacía envainado sobre ella. Con la yema de sus dedos rozó la guarda lacada en negro, reprimiendo un escalofrío. Finalmente sorteó el arma -y el impulso mismo de usarla- para hacerse con el cuenco de sake y llevárselo a los labios.
Bebió con avidez, como si fuera la última oportunidad que tuviera de probar el alcohol.
Y tal vez lo fuera...
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[OffRol]: Sé que no me ha quedado muy p'allá, pero tampoco quería acelerar la cosa para meternos ya de hostias º-ºU gomen~
Con la sangre hormigueándole en las venas, la shinigami le observaba a través de las pupilas dilatadas, el corazón encogido ligeramente. Porque esa sospecha que se anudaba en su garganta, que había permanecido callada y agazapada casi desde el primer momento, ahora se había convertido en una evidencia. "Es un Arrancar." En parte, ella ya lo sabía. Lo supo al sentir aquella esencia sombría, que todavía permanecía allí, colándose en los poros de su piel como un hechizo fatuo, denso y envolvente.
El aire parecía enrarecido, viciado entre los dos, a pesar de la corriente fresca que entraba por una de las ventanas cercanas a su mesa. Ella mantenía la mandíbula tensa, la expresión arrogante habitual, y la mirada verde, algo trémula a causa de una emoción misteriosa y contenida, engarzada a la del joven Arrancar. Él le sonreía. Se fijó en su perfecta dentadura y en los rasgos de aquel pálido rostro, que podría llegar a parecerle atractivo si no pensaba en la espeluznante naturaleza de aquel ser. Porque esa máscara de hueso era la materialización de la locura y los crímenes que un alma corrompida arrastra consigo, al igual que las ropas blancas e impolutas lo distinguían como un soldado del bando contrario. Era un monstruo que encarnaba el mal que la Sociedad de Almas debía combatir; para lo que había sido entrenada en la Academia de Artes Espirituales.
Encontrarse allí, entonces, sentada a la mesa y conversando, con las fuentes de comida y los cuencos de sake llenos, viéndole en el lugar que debería ocupar un amigo o un compañero -pero nunca el enemigo-, le parecía totalmente absurdo.
Tal vez debía sentirse asustada, de hecho una parte de sí misma lo habría dado todo por que el cuerpo reaccionara y la alejara de allí, pero iba a quedarse sentada, sin huír de aquella mirada ni de su destino, por muy estúpida que fuera aquella decisión. Y todo por su necesidad de ser siempre fuerte, de no flaquear; la necesidad de enfrentar todo aquello que pudiera poner en duda su entereza, su supremacía, para reafirmarse y seguir adelante. Porque Hotaru era una de esas personas que miran fijamente al miedo, lo ponen en su plato y lo devoran a grandes bocados.
La mirada de la mujer destelló, ladeó el rostro hacia la izquierda y luego volvió a encararle, alzando la barbilla en un gesto de determinación orgullosa. Después habló, cada palabra una gota densa y gélida, llena de gravedad y desafío, y los ojos clavados en él.
-¿Qué te hace pensar que yo no lo desee?- fue lo que pudo escucharse de sus labios, que se torcieron en una sonrisa llena de osadía.
Sí. Sabía perfectamente que pecaba de temeridad respondiendo de aquel modo, pero lo que le estaba sucediendo era una completa locura. Un Arrancar no iba a escaparse de Hueco Mundo para llegar hasta la Sociedad de Almas con el objetivo de disfrutar del ambiente de una taberna, aunque seguramente estaba allí por hambre. "Sí, debemos tener muy buena pinta, estos plus y yo... ¿qué tal con un poco de salsa por encima?". Todo le parecía una broma de mal gusto.
Sería ingenuo por parte de aquel Arrancar pensar que se tragaría ese absurdo de que no quería pelear con ella. ¿Qué iba a querer de un shinigami, sino matarle y devorarlo? Cualquier otro propósito era impensable.
Una tercera presencia la hizo desprenderse del hechizo y girar brúscamente el cuello para mirar hacia su izquierda, encontrándose con Hattori Hideyoshi sentado en un taburete, en la actitud orgullosa del gallo amo del corral. Pese a la complicada compañía y su situación, al verle allí se le enredó el aire en la garganta, incapaz de anestesiarse al desprecio que sentía por aquel shinigami. Sus palabras habían hecho que ahora Hotaru le observase con un rictus tenso en la mirada y en los labios apretados. Él, en cambio, estudiaba el aspecto del Arrancar sin advertir, al parecer, que lo era.
-¿Sabes? Eres un auténtico gilipollas...- escupió aquellas palabras hacia el joven de tez morena, incapaz de retenerlas en la boca. Porque la mordedura venenosa del odio, pulsante y febril, la consumía más que ninguna otra emoción.
Una de sus manos, fina y blanca como la porcelana, avanzó a lo largo de la mesa en dirección al wakizashi que yacía envainado sobre ella. Con la yema de sus dedos rozó la guarda lacada en negro, reprimiendo un escalofrío. Finalmente sorteó el arma -y el impulso mismo de usarla- para hacerse con el cuenco de sake y llevárselo a los labios.
Bebió con avidez, como si fuera la última oportunidad que tuviera de probar el alcohol.
Y tal vez lo fuera...
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[OffRol]: Sé que no me ha quedado muy p'allá, pero tampoco quería acelerar la cosa para meternos ya de hostias º-ºU gomen~
Kawasumi Hotaru- Teniente Rei
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Edad : 34
Re: Contacto en el Rukongai
Una voz. Un susurro… Una verdad que acecha desde lo más oscuro de su ser. Unas palabras contagiosas, enfermas de locura. Una sola idea capaz de borrar en un segundo lo logrado en más de cuatrocientos años…
Y todo se sumerge en la oscuridad…
Unos ojos verdes e intensos y la blanca silueta del cuello de cisne de la shinigami le hicieron recobrar la consciencia. Durante un segundo, había tenido un lapsus; un instante de inconsciencia en el que bien pudieran haberle ensartado de lado a lado, de haberlo deseado. “Mala señal…”, atisbó a entonar mentalmente el Hideyori. Y desde luego que lo era.
Por un momento, ya fuera o no breve, había perdido por completo la percepción de la realidad y de sí mismo. Había soltado las riendas un instante y conseguido perder el control al segundo siguiente. Y aquel no era un lujo que el arrancar encapuchado pudiera permitirse, ya fuera por el bien de los de su alrededor – que poco le importaban en aquel momento – como por el suyo propio. Era, simplemente, inadmisible. Porque Taira no era una persona normal. No era siquiera un arrancar normal, dentro de sus rarezas. Porque en él habitaba un algo indescriptible, una fuente de turbación que presionaba su subconsciente segundo tras segundo; atento, expectante al menor indicio de flaqueza. Porque ese algo no ofrecía descanso; porque buscaba, incesante, las debilidades del arrancar; sus preocupaciones, sus emociones, sus anhelos…
Porque martilleaba su cabeza con el sonido del descontrol y el falso libre albedrío de la locura. Le tentaba, le alentaba. Le odiaba. Le consumía…
“La razón es la herramienta de una mente débil…”
No. No podía permitirlo. No ahí. No en aquel momento.
Un nuevo invitado inesperado se unió a la improvisada reunión. También era un shinigami. Y él estaba tan…tan hambriento. Pero no. No si quería conservar la consciencia durante el resto de su existencia, lo poco o mucho que quedase de ella. Debía aguantar. Debía retener a la locura.
“¡Eso es…! ¡Detén a la locura…!” — emergió un pensamiento en su cabeza. “¡¡Sí, detenmeee…!! “Detenmee…!!
“Acaba conmigo…”
“Detenme si puedes…”
— ¡¡¡BASTA…!!! — gritó de súbito el Hideyori, golpeando con violencia con el puño derecho sobre la mesa. De pronto, todo el local quedó en silencio. El resto de comensales centraron su atención – aún más descaradamente que antes – en la mesa que ocupaban los tres individuos. Posiblemente los dos invitados sorpresa se asustaran por la rotundez del gesto. Quizás hasta la shinigami derramase algo del sake que estaba probando en el momento en que el Hideyori perdió los estribos. Desde luego, no debieron quedar inmutados.
Entonces, Taira levantó el rostro – que había quedado oculto tras los cabellos con el gesto – y miró, por enésima vez, directo a los ojos de Hotaru. En los suyos propios, algo tembló durante un instante, como la luz trémula de una vela en una noche de tempestad. Fue sólo un instante, pero lo suficiente como para no parecer un efecto óptico. Sólo durante ese instante, algo así como un reguero de blanco níveo surcó el contorno de sus ojos abismales. Taira respiraba ahora agitadamente, como sometido a un sobreesfuerzo. Su mano izquierda, oculta bajo la mesa, buscó algo en un bolsillo. Algo pequeño, metálico. Como un artefacto. Lentamente, subió la mano, hasta encontrar el tablón de la mesa. Cuidó de tener la mano por debajo de la que Hotaru apoyaba sobre la mesa, bocabajo. Y entonces, entró en fase con la pieza de mobiliario y, muy suavemente, fue colocando el artilugio bajo la palma de la mano de la shinigami. Con sus ojos, al mismo tiempo, pretendió transmitir una confianza que, como bien sabía, era muy improbable que pudiera lograr. Pero tenía que intentarlo.
Su sonrisa antes juguetona se torció en un gesto dificultoso, como forzado. Como el de alguien que oculta un dolor que le devora por dentro. No sin esfuerzo, despegó los labios – aún dirigiéndose a Hotaru – y logró pronunciar:
— Lo…lamento, shinigami-san. — un quejido ahogado se escapó de su cuerpo. — Pero si pudieras decirme tu… — se llevó la mano izquierda – ya sobre la mesa - al rostro, como tratando de atrapar una intensa migraña. — si pudieras decirme…tu nombre…ahora que todavía… — la presión de sus dedos sobre la cabeza se intensificó. A estas alturas, los shinigamis ya deberían haberse dado cuenta de que algo extraño estaba sucediendo.
La respiración de Taira se hizo aún más intensa, más pronunciada. De pronto, empujó con los pies para separar el taburete de la mesa, hundió el rostro entre ambas manos, y a su vez estas entre las rodillas. Otro quejido, esta vez más violento, escapó de entre sus labios. Al instante siguiente, notó cómo algo pequeño y escurridizo le daba golpecitos en las piernas. "No; Watson, no...No es buen momento para jugar a que tu mundo existe..." Sintió otro golpecito. Era tan real...no podía ser falso...
Se le erizó el vello de todo el cuerpo, y un fuerte escalofrío le hizo sacudirse en el sitio. Algo en su interior cambió. Y entonces, levantó el rostro lentamente, esta vez encarando al shinigami varón. Aún con la capucha puesta, la máscara le sería ahora completamente visible. Algo que no era Taira suspiró. Una voz entre metálica y femenina se escuchó, potente.
— Sí que debes de ser gilipollas, sí. — se escapó una risilla maliciosa. — Si todavía no te has dado cuenta de que habría sido mejor no sentar el trasero junto a mi amo y sus intereses… — una pausa. Taira aún no había abierto la boca. En su lugar, algo palpitante pareció removerse entre sus prendas — Ahora más te vale ser educado, al menos; si sabes lo que te conviene. Porque puede que ahora mismo Taira no sea capaz de interpretar la realidad como cualquiera. — una pausa.— y eso, en términos prácticos, supone…— otra risilla malévola. — que estáis del todo jodidos...
De pronto, aquello que palpitaba a la altura del pecho del arrancar salió disparado, atravesando cual fantasma sus atuendos y cayendo en dirección a la mesa. No llegó muy lejos:
En un movimiento imprevisible, casi instantáneo al ojo inexperto, el brazo de Taira voló por encima de la mesa, empalando al vuelo y contra la mesa a aquel extraño óvalo orgánico, con un puñal negro y curvo que inexplicablemente había aparecido en su mano. El sonido de la cuchilla contra la mesa; seco, quedó ahogado por un corto aunque intenso grito de dolor de la lúgubre Quimera, la semilla palpitante.
— ¿ Y cuándo te he dicho yo, Quimera…que puedes hablar en mi nombre…? — la voz del arrancar, aunque de igual timbre que en los momentos anteriores, venía teñida con un tono de amenaza poco reconfortante. Luego, volvió a dirigirse a los comensales: — Por favor, disculpadla…— hizo una pausa, tratando de mostrar algo parecido al arrepentimiento. — Poco hace desde que fue amaestrada, y aún no ha aprendido a darse cuenta de cuál es…su lugar. — miró de nuevo a Quimera, que parecía lanzar gemidos sordos y quejumbrosos con su sólo convulsionarse. — Prometo que será debidamente sancionada…
La voz, antes dotada de aquel tono hipnótico, parecía ahora distraída, como absorta en un inexistente mundo onírico. La media sonrisa perversa había vuelto a aparecer en su rostro, aunque ya no era la misma que antes: había perdido ese "algo" denso, amenazador, agobiante; tal y como lo había hecho también el aura que le rodeaba. Ya no había nada de eso en él. Sólo un tipo apuesto y peliblanco, con una máscara de hueso sobre el perfil izquierdo de su rostro y una aparente fascinación por aquello que le rodeaba; como si de repente todo hubiera cobrado vida a su alrededor y no pudiera dejar de desviar la mirada de un lado a otro. Algo así como un niño en una tienda de golosinas, pero en versión escalofriante. Porque no decaía ahora esa sonrisa suya ni un momento; y todo le parecía de repente
irracionalmente interesante, a la vez que absurdo. Y era libre.
De pronto, un conejo blanco de azules bigotes, Watson, - aquello que le había estado dando golpecitos en las piernas instantes antes - se subió a la mesa como si tal cosa, no necesitando más que un exagerado brinco para ello. Al instante siguiente ya estaba olisqueando las fuentes de comida, como tratando de decidir cuál de ellas contenía más digno bocado. Evidentemente, ninguno de los allí presentes, -salvo el arrancar - pudo percatarse de ello; puesto que, pese a que para Taira aquel conejo era tan real como el resto de comensales del Noble Roído, apenas era algo más que un delirio bien perfilado en su mente y sus sentidos. Por su parte, Taira se entretenía observando, con cierta picardía y más bien poca vergüenza, la silueta de la esbelta shinigami frente a él, no teniendo reparos en detener la vista en las zonas más voluptuosas de la misma. "No está nada mal", pensó; aunque al instante siguiente ya se encontraba desviando la mirada hacia uno de las fuentes de la mesa. Más concretamente, la de oyakodon frente a él.
Así, y como si nada hubiera sucedido, Taira cogió uno de los cubiertos de madera y comenzó a dar cuenta de su ración. Durante unos segundos, se dedicó a devorar con avidez - aunque corrección - aquello que tenía por delante; aunque pronto, al sentirse fijamente observado por los otros dos comensales de la mesa, se detuvo. Les miró a los dos: primero a ella y después a él. Luego, observó el desastre que había organizado sobre la mesa, con sendas armas sobre ella y una criatura de aspecto grotesco empalada y sangrante. — Pefgh...dón — se apresuró a añadir el Hideyori, con la boca medio llena y la mano izquierda tapándola, para no mostrar la comida. Al instante siguiente, y casi sin dar tiempo a los shinigamis a reaccionar, tomó a Segadora de encima de la mesa, desensartó a Quimera y al puñal de la mesa, guardó a estos últimos en un lugar indefinido entre sus atuendos, y al wakizashi sobre su regazo. Acto seguido, y sin siquiera percatarse del revuelo que podría formar con ello, se quitó el negro manto , le arrancó una manga para limpiar la sangre de la mesa, y dejó caer el resto al suelo. Al instante, empezaron a oírse murmullos entre los demás clientes del Noble Roído.
— ¡Takeshi! ¡Apúntame esto y mañana me paso a pagártelo...! — gritó uno de ellos, antes de salir de forma apresurada del local con su mujer y un chiquillo de apenas cuatro años aparentes. Otros tantos le imitaron, y de un momento a otro la taberna quedó medio vacía. Por motivos que Taira no parecía querer entender - o que no le importaban lo más mínimo -, la gente en el Rukongai no gustaba de los tipos ataviados con atuendos arrancar.
— Xenófobos...— se limitó a comentar, suspirando, el Hideyori. — Si al final todos venimos del mismo sitio...¡tssssk! — y tomó un par de cucharadas más de su cuenco de comida. De nuevo, volvió a detenerse, para mirar despreocupadamente a los shinigamis frente a él. No parecían sentirse muy cómodos comiendo con él, así que, sin más que un encogimiento de hombros y una sonrisa sorprendentemente lograda, añadió. — Si tampoco os gusta mi compañía, podéis iros a comer a otra mesa. — señaló con la cabeza. — Ya veis que han quedado libres unas pocas... — tomó un corto sorbo de sake, y volvió a dejar el cuenco sobre la mesa, antes de finalizar. — En caso contrario...¡a comer!
“La razón es la herramienta de una mente débil…”
Y todo se sumerge en la oscuridad…
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Unos ojos verdes e intensos y la blanca silueta del cuello de cisne de la shinigami le hicieron recobrar la consciencia. Durante un segundo, había tenido un lapsus; un instante de inconsciencia en el que bien pudieran haberle ensartado de lado a lado, de haberlo deseado. “Mala señal…”, atisbó a entonar mentalmente el Hideyori. Y desde luego que lo era.
Por un momento, ya fuera o no breve, había perdido por completo la percepción de la realidad y de sí mismo. Había soltado las riendas un instante y conseguido perder el control al segundo siguiente. Y aquel no era un lujo que el arrancar encapuchado pudiera permitirse, ya fuera por el bien de los de su alrededor – que poco le importaban en aquel momento – como por el suyo propio. Era, simplemente, inadmisible. Porque Taira no era una persona normal. No era siquiera un arrancar normal, dentro de sus rarezas. Porque en él habitaba un algo indescriptible, una fuente de turbación que presionaba su subconsciente segundo tras segundo; atento, expectante al menor indicio de flaqueza. Porque ese algo no ofrecía descanso; porque buscaba, incesante, las debilidades del arrancar; sus preocupaciones, sus emociones, sus anhelos…
Porque martilleaba su cabeza con el sonido del descontrol y el falso libre albedrío de la locura. Le tentaba, le alentaba. Le odiaba. Le consumía…
“La razón es la herramienta de una mente débil…”
No. No podía permitirlo. No ahí. No en aquel momento.
Un nuevo invitado inesperado se unió a la improvisada reunión. También era un shinigami. Y él estaba tan…tan hambriento. Pero no. No si quería conservar la consciencia durante el resto de su existencia, lo poco o mucho que quedase de ella. Debía aguantar. Debía retener a la locura.
“¡Eso es…! ¡Detén a la locura…!” — emergió un pensamiento en su cabeza. “¡¡Sí, detenmeee…!! “Detenmee…!!
“Acaba conmigo…”
“Detenme si puedes…”
— ¡¡¡BASTA…!!! — gritó de súbito el Hideyori, golpeando con violencia con el puño derecho sobre la mesa. De pronto, todo el local quedó en silencio. El resto de comensales centraron su atención – aún más descaradamente que antes – en la mesa que ocupaban los tres individuos. Posiblemente los dos invitados sorpresa se asustaran por la rotundez del gesto. Quizás hasta la shinigami derramase algo del sake que estaba probando en el momento en que el Hideyori perdió los estribos. Desde luego, no debieron quedar inmutados.
Entonces, Taira levantó el rostro – que había quedado oculto tras los cabellos con el gesto – y miró, por enésima vez, directo a los ojos de Hotaru. En los suyos propios, algo tembló durante un instante, como la luz trémula de una vela en una noche de tempestad. Fue sólo un instante, pero lo suficiente como para no parecer un efecto óptico. Sólo durante ese instante, algo así como un reguero de blanco níveo surcó el contorno de sus ojos abismales. Taira respiraba ahora agitadamente, como sometido a un sobreesfuerzo. Su mano izquierda, oculta bajo la mesa, buscó algo en un bolsillo. Algo pequeño, metálico. Como un artefacto. Lentamente, subió la mano, hasta encontrar el tablón de la mesa. Cuidó de tener la mano por debajo de la que Hotaru apoyaba sobre la mesa, bocabajo. Y entonces, entró en fase con la pieza de mobiliario y, muy suavemente, fue colocando el artilugio bajo la palma de la mano de la shinigami. Con sus ojos, al mismo tiempo, pretendió transmitir una confianza que, como bien sabía, era muy improbable que pudiera lograr. Pero tenía que intentarlo.
Su sonrisa antes juguetona se torció en un gesto dificultoso, como forzado. Como el de alguien que oculta un dolor que le devora por dentro. No sin esfuerzo, despegó los labios – aún dirigiéndose a Hotaru – y logró pronunciar:
— Lo…lamento, shinigami-san. — un quejido ahogado se escapó de su cuerpo. — Pero si pudieras decirme tu… — se llevó la mano izquierda – ya sobre la mesa - al rostro, como tratando de atrapar una intensa migraña. — si pudieras decirme…tu nombre…ahora que todavía… — la presión de sus dedos sobre la cabeza se intensificó. A estas alturas, los shinigamis ya deberían haberse dado cuenta de que algo extraño estaba sucediendo.
La respiración de Taira se hizo aún más intensa, más pronunciada. De pronto, empujó con los pies para separar el taburete de la mesa, hundió el rostro entre ambas manos, y a su vez estas entre las rodillas. Otro quejido, esta vez más violento, escapó de entre sus labios. Al instante siguiente, notó cómo algo pequeño y escurridizo le daba golpecitos en las piernas. "No; Watson, no...No es buen momento para jugar a que tu mundo existe..." Sintió otro golpecito. Era tan real...no podía ser falso...
Se le erizó el vello de todo el cuerpo, y un fuerte escalofrío le hizo sacudirse en el sitio. Algo en su interior cambió. Y entonces, levantó el rostro lentamente, esta vez encarando al shinigami varón. Aún con la capucha puesta, la máscara le sería ahora completamente visible. Algo que no era Taira suspiró. Una voz entre metálica y femenina se escuchó, potente.
— Sí que debes de ser gilipollas, sí. — se escapó una risilla maliciosa. — Si todavía no te has dado cuenta de que habría sido mejor no sentar el trasero junto a mi amo y sus intereses… — una pausa. Taira aún no había abierto la boca. En su lugar, algo palpitante pareció removerse entre sus prendas — Ahora más te vale ser educado, al menos; si sabes lo que te conviene. Porque puede que ahora mismo Taira no sea capaz de interpretar la realidad como cualquiera. — una pausa.— y eso, en términos prácticos, supone…— otra risilla malévola. — que estáis del todo jodidos...
De pronto, aquello que palpitaba a la altura del pecho del arrancar salió disparado, atravesando cual fantasma sus atuendos y cayendo en dirección a la mesa. No llegó muy lejos:
En un movimiento imprevisible, casi instantáneo al ojo inexperto, el brazo de Taira voló por encima de la mesa, empalando al vuelo y contra la mesa a aquel extraño óvalo orgánico, con un puñal negro y curvo que inexplicablemente había aparecido en su mano. El sonido de la cuchilla contra la mesa; seco, quedó ahogado por un corto aunque intenso grito de dolor de la lúgubre Quimera, la semilla palpitante.
— ¿ Y cuándo te he dicho yo, Quimera…que puedes hablar en mi nombre…? — la voz del arrancar, aunque de igual timbre que en los momentos anteriores, venía teñida con un tono de amenaza poco reconfortante. Luego, volvió a dirigirse a los comensales: — Por favor, disculpadla…— hizo una pausa, tratando de mostrar algo parecido al arrepentimiento. — Poco hace desde que fue amaestrada, y aún no ha aprendido a darse cuenta de cuál es…su lugar. — miró de nuevo a Quimera, que parecía lanzar gemidos sordos y quejumbrosos con su sólo convulsionarse. — Prometo que será debidamente sancionada…
La voz, antes dotada de aquel tono hipnótico, parecía ahora distraída, como absorta en un inexistente mundo onírico. La media sonrisa perversa había vuelto a aparecer en su rostro, aunque ya no era la misma que antes: había perdido ese "algo" denso, amenazador, agobiante; tal y como lo había hecho también el aura que le rodeaba. Ya no había nada de eso en él. Sólo un tipo apuesto y peliblanco, con una máscara de hueso sobre el perfil izquierdo de su rostro y una aparente fascinación por aquello que le rodeaba; como si de repente todo hubiera cobrado vida a su alrededor y no pudiera dejar de desviar la mirada de un lado a otro. Algo así como un niño en una tienda de golosinas, pero en versión escalofriante. Porque no decaía ahora esa sonrisa suya ni un momento; y todo le parecía de repente
irracionalmente interesante, a la vez que absurdo. Y era libre.
De pronto, un conejo blanco de azules bigotes, Watson, - aquello que le había estado dando golpecitos en las piernas instantes antes - se subió a la mesa como si tal cosa, no necesitando más que un exagerado brinco para ello. Al instante siguiente ya estaba olisqueando las fuentes de comida, como tratando de decidir cuál de ellas contenía más digno bocado. Evidentemente, ninguno de los allí presentes, -salvo el arrancar - pudo percatarse de ello; puesto que, pese a que para Taira aquel conejo era tan real como el resto de comensales del Noble Roído, apenas era algo más que un delirio bien perfilado en su mente y sus sentidos. Por su parte, Taira se entretenía observando, con cierta picardía y más bien poca vergüenza, la silueta de la esbelta shinigami frente a él, no teniendo reparos en detener la vista en las zonas más voluptuosas de la misma. "No está nada mal", pensó; aunque al instante siguiente ya se encontraba desviando la mirada hacia uno de las fuentes de la mesa. Más concretamente, la de oyakodon frente a él.
Así, y como si nada hubiera sucedido, Taira cogió uno de los cubiertos de madera y comenzó a dar cuenta de su ración. Durante unos segundos, se dedicó a devorar con avidez - aunque corrección - aquello que tenía por delante; aunque pronto, al sentirse fijamente observado por los otros dos comensales de la mesa, se detuvo. Les miró a los dos: primero a ella y después a él. Luego, observó el desastre que había organizado sobre la mesa, con sendas armas sobre ella y una criatura de aspecto grotesco empalada y sangrante. — Pefgh...dón — se apresuró a añadir el Hideyori, con la boca medio llena y la mano izquierda tapándola, para no mostrar la comida. Al instante siguiente, y casi sin dar tiempo a los shinigamis a reaccionar, tomó a Segadora de encima de la mesa, desensartó a Quimera y al puñal de la mesa, guardó a estos últimos en un lugar indefinido entre sus atuendos, y al wakizashi sobre su regazo. Acto seguido, y sin siquiera percatarse del revuelo que podría formar con ello, se quitó el negro manto , le arrancó una manga para limpiar la sangre de la mesa, y dejó caer el resto al suelo. Al instante, empezaron a oírse murmullos entre los demás clientes del Noble Roído.
— ¡Takeshi! ¡Apúntame esto y mañana me paso a pagártelo...! — gritó uno de ellos, antes de salir de forma apresurada del local con su mujer y un chiquillo de apenas cuatro años aparentes. Otros tantos le imitaron, y de un momento a otro la taberna quedó medio vacía. Por motivos que Taira no parecía querer entender - o que no le importaban lo más mínimo -, la gente en el Rukongai no gustaba de los tipos ataviados con atuendos arrancar.
— Xenófobos...— se limitó a comentar, suspirando, el Hideyori. — Si al final todos venimos del mismo sitio...¡tssssk! — y tomó un par de cucharadas más de su cuenco de comida. De nuevo, volvió a detenerse, para mirar despreocupadamente a los shinigamis frente a él. No parecían sentirse muy cómodos comiendo con él, así que, sin más que un encogimiento de hombros y una sonrisa sorprendentemente lograda, añadió. — Si tampoco os gusta mi compañía, podéis iros a comer a otra mesa. — señaló con la cabeza. — Ya veis que han quedado libres unas pocas... — tomó un corto sorbo de sake, y volvió a dejar el cuenco sobre la mesa, antes de finalizar. — En caso contrario...¡a comer!
Hideyori Taira- Desaparecido
- Post : 574
Edad : 32
Re: Contacto en el Rukongai
Había tomado un cuenco de fideos, necesitaba una distracción. Quizás el vapor aromatizado proveniente de la comida le ayudase a calmarse y pensar centradamente. En su interior, temía pronunciar palabra alguna, temía que un momento desafortunado de desconcentración hiciese que su voz temblase. No, aquello sería como ponerse un cartel en la cabeza que diría algo como "comida gratis". ¿Qué arrancar se resistiría a eso?
De repente, como una colleja que te cae sin saber de donde, unas palabras golpearon sus oídos, y como no, provenían de la shinigami. Yosh estaba contrariado, no se esperaba una agresión verbal tan directa, no en ese momento. Sonrió.
—Es posible, per...—Un grito le interrumpió. Ahora si que se había quedado sorprendido, casi asustado por la procedencia de esas palabras. ¿Qué tendría que decir el arrancar a eso? Aquel encuentro estaba rozando lo surrealista por momentos.
El arrancar parecía sumido en una lucha consigo mismo, cualquiera diría desde fuera que estaba loco con toda seguridad. Empezó a actuar de modo extraño y la poca "confianza" que Yosh tenía en terminar esta historia con un final feliz se desvanecía con cada bocanada de aire que expiraba.
Entonces una voz diferente entró en escena embistiendo verbalmente contra Yosh.—Parece que hoy no es mi día...
Tras el discurso, algo que pretendía volar acabó empalado contra la mesa. Yosh se preguntaba que otras aberraciones escondía el arrancar e intentaba no pensar en qué otras cosas tendría esperando en Hueco Mundo.—¿Pero que coño es esa cosa?¿Y por qué habla? Ya no se siquiera si eso es real...espero despertar pronto si es un sueño...—Por supuesto, Yosh era consciente de que aquello era tan real como su propia existencia, y en cierto modo le aterraba.
A pesar de su larga vida, y de los numerosos combates contra hollows y arrancars, siempre había tenido la seguridad de saber contra qué estaba luchando y qué es lo que le aguardaba al otro lado. Pero tras ver esa cosa, ya no tenía muy claro que los enemigos fuesen solo los antes mencionados, ya que aquel ser, parecía más artificial que natural, y todos sabemos que de un laboratorio puede salir cualquier cosa.
El sonido sordo del apuñalamiento contra la madera fue como el chasquido que concluye un truco de magia. El arrancar volvió a la normalidad, volvía a actuar como un cualquiera que come mientras se deleita con el físico de una joven, nada fuera de lo normal.
Taira incluso se disculpó y recogió todos sus enseres de la mesa. Se deshizo del manto negro, ya no era necesario, las cartas estaban sobre la mesa. Los clientes empezaron a evacuar el local como si se hubiese desatado un incendio.
Yosh estaba convencido de que aquello estaba sobrepasando los límites de lo razonable. No recordaba haber estado tan cerca ni tanto tiempo con un arrancar sin estar en una pelea. Parecía una prueba, pero este arrancar era mucho más complicado que otros que había visto o matado.
Era su turno de palabra, debía contestar a la propuesta del arrancar.
—¡Mizune-chan! ¡¡Más comida!!—Dijo alegremente a gritos. Intentaba con esto relajar la tensión acumulada y responder al arrancar al mismo tiempo. Seguramente sería castigado por esta actitud, pero le pareció lo más correcto en aquel momento.
—Muy bien arrancar-san. Juguemos... pero siento curiosidad por el motivo de su visita. ¿Turismo?—Mientras esperaba una respuesta empezó a comer él también.
[OFF: Siento mucho el retraso. Sigamos^^]
De repente, como una colleja que te cae sin saber de donde, unas palabras golpearon sus oídos, y como no, provenían de la shinigami. Yosh estaba contrariado, no se esperaba una agresión verbal tan directa, no en ese momento. Sonrió.
—Es posible, per...—Un grito le interrumpió. Ahora si que se había quedado sorprendido, casi asustado por la procedencia de esas palabras. ¿Qué tendría que decir el arrancar a eso? Aquel encuentro estaba rozando lo surrealista por momentos.
El arrancar parecía sumido en una lucha consigo mismo, cualquiera diría desde fuera que estaba loco con toda seguridad. Empezó a actuar de modo extraño y la poca "confianza" que Yosh tenía en terminar esta historia con un final feliz se desvanecía con cada bocanada de aire que expiraba.
Entonces una voz diferente entró en escena embistiendo verbalmente contra Yosh.—Parece que hoy no es mi día...
Tras el discurso, algo que pretendía volar acabó empalado contra la mesa. Yosh se preguntaba que otras aberraciones escondía el arrancar e intentaba no pensar en qué otras cosas tendría esperando en Hueco Mundo.—¿Pero que coño es esa cosa?¿Y por qué habla? Ya no se siquiera si eso es real...espero despertar pronto si es un sueño...—Por supuesto, Yosh era consciente de que aquello era tan real como su propia existencia, y en cierto modo le aterraba.
A pesar de su larga vida, y de los numerosos combates contra hollows y arrancars, siempre había tenido la seguridad de saber contra qué estaba luchando y qué es lo que le aguardaba al otro lado. Pero tras ver esa cosa, ya no tenía muy claro que los enemigos fuesen solo los antes mencionados, ya que aquel ser, parecía más artificial que natural, y todos sabemos que de un laboratorio puede salir cualquier cosa.
El sonido sordo del apuñalamiento contra la madera fue como el chasquido que concluye un truco de magia. El arrancar volvió a la normalidad, volvía a actuar como un cualquiera que come mientras se deleita con el físico de una joven, nada fuera de lo normal.
Taira incluso se disculpó y recogió todos sus enseres de la mesa. Se deshizo del manto negro, ya no era necesario, las cartas estaban sobre la mesa. Los clientes empezaron a evacuar el local como si se hubiese desatado un incendio.
Yosh estaba convencido de que aquello estaba sobrepasando los límites de lo razonable. No recordaba haber estado tan cerca ni tanto tiempo con un arrancar sin estar en una pelea. Parecía una prueba, pero este arrancar era mucho más complicado que otros que había visto o matado.
Era su turno de palabra, debía contestar a la propuesta del arrancar.
—¡Mizune-chan! ¡¡Más comida!!—Dijo alegremente a gritos. Intentaba con esto relajar la tensión acumulada y responder al arrancar al mismo tiempo. Seguramente sería castigado por esta actitud, pero le pareció lo más correcto en aquel momento.
—Muy bien arrancar-san. Juguemos... pero siento curiosidad por el motivo de su visita. ¿Turismo?—Mientras esperaba una respuesta empezó a comer él también.
[OFF: Siento mucho el retraso. Sigamos^^]
Hattori Hideyoshi- Post : 70
Edad : 35
Re: Contacto en el Rukongai
No tenía la menor idea sobre lo que le estaba sucediendo a aquel tipo, pero, desde luego, no podía ser nada bueno...
Ante el bramido repentino, que cortó de golpe la discusión que ya empezaba a iniciarse entre los dos shinigamis, Hotaru casi se atragantó con el sake que estaba bebiendo. Miró en dirección al tan peculiar Arrancar, tensa por lo que fuera que pudiera suceder. Por debajo de la cortina de claros cabellos relucían los dos ojos de esclerótica negra, como carbones encendidos, fijos en los suyos. Su respiración parecía acelerada, trabajosa, y en conjunto daba la impresión de encontrarse enfermo.
El silencio se hacía dueño de la mesa por momentos, de la insólita situación en la que se veían inmersos los tres. Algo frío le rozó la palma de la mano izquierda, que había dejado reposar sobre el tablero del mueble. Si bien al principio fue algo a lo que no le dio importancia, al notar que la sensación persistía y sumarse la de una leve presión en la misma zona, ladeó la mano y bajó la mirada. Era un artilugio pequeño, que casi podría caber dentro de una caja de cerillas, sin botones apreciables y algo que parecía una diminuta pantalla. Cómo había llegado hasta allí y qué demonios era eso, no lo sabía. Entonces el Arrancar volvió a hablar, y se obligó a mirarle. Continuaba presentando extraños síntomas de malestar, comunicándose no sin dificultades y observándola como si quisiera transmitirle o pedirle algo, mientras se interesaba por conocer su nombre.
No entendía qué motivos tenía para hacerlo ni cómo había conseguido que el objeto traspasara la madera, pero en esos instantes ya no le cupo duda de que había sido él quien había colocado aquel chisme en su mano.
"Jodeeeer... que este tío está loco además de ser un asesino." La mujer se revolvió en el asiento, visiblemente incómoda con la situación. Él escondía su rostro ahora, apenas ahogando los quejidos que escapaban de su boca y estremeciéndose en un espasmo. Buscó respuestas en la cara de Hideyoshi, por si él entendiera de qué iba la cosa, pero de pronto se sumó una chocante voz al ya enrarecido ambiente del local, como artificial, que para mayor sorpresa provenía del mismo Taira. El hecho de que aquella cosa se mostrase amenazante con su compañero de profesión y no con ella no la tranquilizó lo más mínimo, menos todavía cuando la responsable del discursito saltó sobre la mesa, dejando expuesta a la luz natural su grotesca figura, tan similar a esos abortos de carne palpitante que resultaban de los experimentos del Doceavo Escuadrón. La vomitiva escena culminó con el ensartamiento de esa masa uniforme contra la mesa, atravesada por un cuchillo que parecía sacado de la nada. El agudo y sufrido grito de Quimera hirió los oídos de los presentes, despertando una mueca involuntaria de asco que deformó los labios de Hotaru.
"Creo que voy a vomitar..." pensaba al contemplar la horrible silueta; de su herida se derramaba el húmedo, repugnante y viscoso fluído que parecía sangre, ensuciando la madera. Por sus movimientos espasmódicos, como los de un animalillo agonizante, seguía con vida a pesar de la lesión.
Una no era de piedra, y Hotaru empezaba a ponerse enferma con todo aquello. Los cambios bruscos de humor que demostraba sufrir el Arrancar no auguraban nada agradable para ese encuentro, y miedo le daba lo que pudiera saltarle de entre las ropas la próxima vez.
Muda. Se había quedado sin habla, y así siguió mientras veía cómo devoraba la comida aquel sujeto de Hueco Mundo, cómo interrumpía su labor para adecentar aquel estropicio de escena y cómo reprochaba la razonable conducta de los plus que abandonaron a toda prisa el local. No se comportaba como alguien normal; ni siquiera como un Arrancar normal.
La shinigami sólo pudo reaccionar al escuchar la respuesta de Hattori ante todo lo sucedido, que le pareció tanto o más absurda, si cabe, que el modo de actuar del otro comensal.
-¿¡Pero estamos todos locos o qué!?- se escuchó gritar a sí misma, volviendo el rostro hacia el del Noveno Escuadrón, con la voz ligeramente temblorosa a causa de la rabia- Tienes en la mesa a un Arrancar, a un puto Arrancar y su jodida mascota, que casi te salta a la cara con intención de masticarte los ojos o absorverte el cerebro por la nariz, no sé si las dos cosas a la vez; y vas tú, después de presenciar una escena que poco tiene que envidiar a una carnicería, vas y pides más comida, hablándole sobre juegos, turismo y gilipolleces, en vez de amenazarle con que vas a empalarle a él con tu espada como no se largue de aquí. De puta madre, oye, ¡de putísima madre! Y a mí, cabrón, me hiciste tragar barro por romper una jodida ventana...
Estrelló el cuenco de sake contra la mesa, taladrando a Yosh con una terrible mirada. El licor salpicó por todos lados, pero le dio igual. Estaba furiosa porque no sabía cómo enfrentar lo que sucedía, porque nada salía como había esperado y porque justo la persona que parecía más juiciosa de los tres, a su entender no estaba comportándose con sensatez en absoluto.
-¿No ves que está como una puta cabra, joder? ¿No te das cuenta de que nos puede matar a todos, a ti, a mi, y a esa criaja de mierda que no sabe ni servir vino?- resolló entre dientes, luciendo el rostro encendido y una mueca de total desprecio. Sus ojos se movieron frenéticos de un hombre al otro, encontrando que los detestaba por igual. Apretó el mecanismo que habían colocado en su mano izquierda, cerrándola en un puño, y la lanzó a la cara del Arrancar, furibunda- ¡Y tú muérete de una vez o lárgate a tu puto desierto! No me trago que te vengas a una taberna sólo por necesidad de conversar, ¿te crees que nací ayer o qué?
Un sudor frío le perlaba la frente, se deslizaba en pequeñas gotas por su columna. Estaba asustada, y la única manera que conocía de reaccionar al miedo era enfadándose.
-¡Al demonio con vosotros dos!- exclamó, poniéndose bruscamente de pie- Si tan amigos os queréis hacer, os largáis juntos a tomar por culo a Hueco Mundo, pero a mí no me vais a joder, porque antes cuelgo vuestros pellejos de las torres de vigilancia y alimento a los perros vagabundos con vuestras tripas.
Notaba el pulso acelerado, latiéndole en las sienes; un zumbido constante, el enjambre en los oídos. Su ira se inflamó, veloz como una centella. El miedo y la cólera le lamían las venas con lenguas de fuego.
-¿Queréis jugar, eh? Pues yo os doy a elegir: se va todo el munto a su maldita casa sin joder a nadie... o la tenemos.
---
[OffRol]: Pido disculpas si a alguno le ofende el vocabulario del personaje >.< No os lo toméis a mal, por favor, que hasta a mi me ha dolido escribirlo... ^^u
Ante el bramido repentino, que cortó de golpe la discusión que ya empezaba a iniciarse entre los dos shinigamis, Hotaru casi se atragantó con el sake que estaba bebiendo. Miró en dirección al tan peculiar Arrancar, tensa por lo que fuera que pudiera suceder. Por debajo de la cortina de claros cabellos relucían los dos ojos de esclerótica negra, como carbones encendidos, fijos en los suyos. Su respiración parecía acelerada, trabajosa, y en conjunto daba la impresión de encontrarse enfermo.
El silencio se hacía dueño de la mesa por momentos, de la insólita situación en la que se veían inmersos los tres. Algo frío le rozó la palma de la mano izquierda, que había dejado reposar sobre el tablero del mueble. Si bien al principio fue algo a lo que no le dio importancia, al notar que la sensación persistía y sumarse la de una leve presión en la misma zona, ladeó la mano y bajó la mirada. Era un artilugio pequeño, que casi podría caber dentro de una caja de cerillas, sin botones apreciables y algo que parecía una diminuta pantalla. Cómo había llegado hasta allí y qué demonios era eso, no lo sabía. Entonces el Arrancar volvió a hablar, y se obligó a mirarle. Continuaba presentando extraños síntomas de malestar, comunicándose no sin dificultades y observándola como si quisiera transmitirle o pedirle algo, mientras se interesaba por conocer su nombre.
No entendía qué motivos tenía para hacerlo ni cómo había conseguido que el objeto traspasara la madera, pero en esos instantes ya no le cupo duda de que había sido él quien había colocado aquel chisme en su mano.
"Jodeeeer... que este tío está loco además de ser un asesino." La mujer se revolvió en el asiento, visiblemente incómoda con la situación. Él escondía su rostro ahora, apenas ahogando los quejidos que escapaban de su boca y estremeciéndose en un espasmo. Buscó respuestas en la cara de Hideyoshi, por si él entendiera de qué iba la cosa, pero de pronto se sumó una chocante voz al ya enrarecido ambiente del local, como artificial, que para mayor sorpresa provenía del mismo Taira. El hecho de que aquella cosa se mostrase amenazante con su compañero de profesión y no con ella no la tranquilizó lo más mínimo, menos todavía cuando la responsable del discursito saltó sobre la mesa, dejando expuesta a la luz natural su grotesca figura, tan similar a esos abortos de carne palpitante que resultaban de los experimentos del Doceavo Escuadrón. La vomitiva escena culminó con el ensartamiento de esa masa uniforme contra la mesa, atravesada por un cuchillo que parecía sacado de la nada. El agudo y sufrido grito de Quimera hirió los oídos de los presentes, despertando una mueca involuntaria de asco que deformó los labios de Hotaru.
"Creo que voy a vomitar..." pensaba al contemplar la horrible silueta; de su herida se derramaba el húmedo, repugnante y viscoso fluído que parecía sangre, ensuciando la madera. Por sus movimientos espasmódicos, como los de un animalillo agonizante, seguía con vida a pesar de la lesión.
Una no era de piedra, y Hotaru empezaba a ponerse enferma con todo aquello. Los cambios bruscos de humor que demostraba sufrir el Arrancar no auguraban nada agradable para ese encuentro, y miedo le daba lo que pudiera saltarle de entre las ropas la próxima vez.
Muda. Se había quedado sin habla, y así siguió mientras veía cómo devoraba la comida aquel sujeto de Hueco Mundo, cómo interrumpía su labor para adecentar aquel estropicio de escena y cómo reprochaba la razonable conducta de los plus que abandonaron a toda prisa el local. No se comportaba como alguien normal; ni siquiera como un Arrancar normal.
La shinigami sólo pudo reaccionar al escuchar la respuesta de Hattori ante todo lo sucedido, que le pareció tanto o más absurda, si cabe, que el modo de actuar del otro comensal.
-¿¡Pero estamos todos locos o qué!?- se escuchó gritar a sí misma, volviendo el rostro hacia el del Noveno Escuadrón, con la voz ligeramente temblorosa a causa de la rabia- Tienes en la mesa a un Arrancar, a un puto Arrancar y su jodida mascota, que casi te salta a la cara con intención de masticarte los ojos o absorverte el cerebro por la nariz, no sé si las dos cosas a la vez; y vas tú, después de presenciar una escena que poco tiene que envidiar a una carnicería, vas y pides más comida, hablándole sobre juegos, turismo y gilipolleces, en vez de amenazarle con que vas a empalarle a él con tu espada como no se largue de aquí. De puta madre, oye, ¡de putísima madre! Y a mí, cabrón, me hiciste tragar barro por romper una jodida ventana...
Estrelló el cuenco de sake contra la mesa, taladrando a Yosh con una terrible mirada. El licor salpicó por todos lados, pero le dio igual. Estaba furiosa porque no sabía cómo enfrentar lo que sucedía, porque nada salía como había esperado y porque justo la persona que parecía más juiciosa de los tres, a su entender no estaba comportándose con sensatez en absoluto.
-¿No ves que está como una puta cabra, joder? ¿No te das cuenta de que nos puede matar a todos, a ti, a mi, y a esa criaja de mierda que no sabe ni servir vino?- resolló entre dientes, luciendo el rostro encendido y una mueca de total desprecio. Sus ojos se movieron frenéticos de un hombre al otro, encontrando que los detestaba por igual. Apretó el mecanismo que habían colocado en su mano izquierda, cerrándola en un puño, y la lanzó a la cara del Arrancar, furibunda- ¡Y tú muérete de una vez o lárgate a tu puto desierto! No me trago que te vengas a una taberna sólo por necesidad de conversar, ¿te crees que nací ayer o qué?
Un sudor frío le perlaba la frente, se deslizaba en pequeñas gotas por su columna. Estaba asustada, y la única manera que conocía de reaccionar al miedo era enfadándose.
-¡Al demonio con vosotros dos!- exclamó, poniéndose bruscamente de pie- Si tan amigos os queréis hacer, os largáis juntos a tomar por culo a Hueco Mundo, pero a mí no me vais a joder, porque antes cuelgo vuestros pellejos de las torres de vigilancia y alimento a los perros vagabundos con vuestras tripas.
Notaba el pulso acelerado, latiéndole en las sienes; un zumbido constante, el enjambre en los oídos. Su ira se inflamó, veloz como una centella. El miedo y la cólera le lamían las venas con lenguas de fuego.
-¿Queréis jugar, eh? Pues yo os doy a elegir: se va todo el munto a su maldita casa sin joder a nadie... o la tenemos.
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[OffRol]: Pido disculpas si a alguno le ofende el vocabulario del personaje >.< No os lo toméis a mal, por favor, que hasta a mi me ha dolido escribirlo... ^^u
Kawasumi Hotaru- Teniente Rei
- Post : 1085
Edad : 34
Re: Contacto en el Rukongai
Sentado allí, frente a aquellos shinigamis, y con la consciencia revoloteando frente a sus ojos, invisible, la escena en sí tampoco le parecía tan extraña:
Aún cuando parecía ver sus propios actos como en tercera persona, ajeno en cierto modo a su propia conducta, a sus palabras y sus actos; aún cuando la gente corría y daba golpes a su alrededor, y cuando en su propia mesa tenía a dos individuos potencialmente hostiles; aún con todo ello, Taira se sentía inmerso en una indiferente tranquilidad. Porque, al fin y al cabo, la mesa que tenía frente a él conservaba la forma y color que tenía cuando llegó al Noble Roído; y las siluetas de las cosas que le rodeaban seguían estando bien definidas. Porque la luz delineaba con cirujana precisión la frontera entre la luz y las sombras, y los cuerpos permanecían sólidos, opacos, en lugar de diáfanos y teñidos de los más absurdos tonos.
Todo parecía tan normal…
Excepto aquel estúpido conejo blanco.
Ante su reacción, el shinigami varón se mostró cauto, casi comprensivo. Pareció querer seguirle el juego al arrancar, por mucho que un deje de recelo apareciera en su cuasi absurda actuación. Por su parte, la chica de alborotados cabellos no resultó ser tan benevolente:
En un golpe de rabia, acometió verbalmente contra los otros dos comensales, sin dar lugar a interrupción, y casi tampoco a réplicas. Fuera por miedo o ira, estaba hecha una furia.
— Tranquila, shinigami-san, tranquila…— reprendió Taira tranquilamente, alzando la mano derecha con la palma hacia abajo, y realizando un gesto como para que bajara la voz. — Ahora que empezaba a ponerse la cosa interesante… — Continuó devorando su plato apenas una cucharada más. Entonces pareció darse cuenta de algo: — Y sí. Tienes razón. — una pausa. — Estoy como una puta cabra coja, jodida y tuerta; y podría daros por el culo tan fuerte y hondo que se os revolverían las tripas. — tomó otra pausa tras la retahíla. — Pero por suerte o por desgracia, no me encuentro hoy con semejante disposición, ¿sabes? — ladeó la cabeza de forma violenta y poco recomendable para la salud cervical. — ¡Oh! Y tampoco tengo por costumbre aprobar la falta de respeto. Así que discúlpame por esta mi grosería, y yo haré como que paso por alto la tuya. — su sonrisa se tensó en un gesto afilado, casi hiriente. — Porque realmente no quieres que la tengamos; ¿o sí, shinigami-san…?
---------
[OFF: Hacía siglos que no escribía un post tan corto; pero vistas las últimas sugerencias, me pareció interesante probar con posts menos tochos, para darle dinamismo al tema y luchar contra la pereza de enfrentarse a un hilo inmenso. Espero que vaya bien; sino siempre podemos volver a las andadas ^^.]
Aún cuando parecía ver sus propios actos como en tercera persona, ajeno en cierto modo a su propia conducta, a sus palabras y sus actos; aún cuando la gente corría y daba golpes a su alrededor, y cuando en su propia mesa tenía a dos individuos potencialmente hostiles; aún con todo ello, Taira se sentía inmerso en una indiferente tranquilidad. Porque, al fin y al cabo, la mesa que tenía frente a él conservaba la forma y color que tenía cuando llegó al Noble Roído; y las siluetas de las cosas que le rodeaban seguían estando bien definidas. Porque la luz delineaba con cirujana precisión la frontera entre la luz y las sombras, y los cuerpos permanecían sólidos, opacos, en lugar de diáfanos y teñidos de los más absurdos tonos.
Todo parecía tan normal…
Excepto aquel estúpido conejo blanco.
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Ante su reacción, el shinigami varón se mostró cauto, casi comprensivo. Pareció querer seguirle el juego al arrancar, por mucho que un deje de recelo apareciera en su cuasi absurda actuación. Por su parte, la chica de alborotados cabellos no resultó ser tan benevolente:
En un golpe de rabia, acometió verbalmente contra los otros dos comensales, sin dar lugar a interrupción, y casi tampoco a réplicas. Fuera por miedo o ira, estaba hecha una furia.
— Tranquila, shinigami-san, tranquila…— reprendió Taira tranquilamente, alzando la mano derecha con la palma hacia abajo, y realizando un gesto como para que bajara la voz. — Ahora que empezaba a ponerse la cosa interesante… — Continuó devorando su plato apenas una cucharada más. Entonces pareció darse cuenta de algo: — Y sí. Tienes razón. — una pausa. — Estoy como una puta cabra coja, jodida y tuerta; y podría daros por el culo tan fuerte y hondo que se os revolverían las tripas. — tomó otra pausa tras la retahíla. — Pero por suerte o por desgracia, no me encuentro hoy con semejante disposición, ¿sabes? — ladeó la cabeza de forma violenta y poco recomendable para la salud cervical. — ¡Oh! Y tampoco tengo por costumbre aprobar la falta de respeto. Así que discúlpame por esta mi grosería, y yo haré como que paso por alto la tuya. — su sonrisa se tensó en un gesto afilado, casi hiriente. — Porque realmente no quieres que la tengamos; ¿o sí, shinigami-san…?
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[OFF: Hacía siglos que no escribía un post tan corto; pero vistas las últimas sugerencias, me pareció interesante probar con posts menos tochos, para darle dinamismo al tema y luchar contra la pereza de enfrentarse a un hilo inmenso. Espero que vaya bien; sino siempre podemos volver a las andadas ^^.]
Hideyori Taira- Desaparecido
- Post : 574
Edad : 32
Re: Contacto en el Rukongai
Aquella tarde había buffet libre de tensión en aquella mesa. Parecia haber un cartel estilo "venga y corte su propio trozo" y más aún tras la arremetida verbal de Hotaru, una más en su historial. Yosh no tuvo tiempo siquiera de pensar una respuesta, la conversación se asemejaba ahora a una serie de trampas para ratones donde cada una espera ansiosa su turno para saltar.
Era el turno del arrancar, de nuevo proseguía calmadamente, tomando bocado de vez en cuando. El de los iris ambarinos pedía tranquilidad a la alterada shinigami, lo que tranquilizó al mismo tiempo a Yosh; pero pronto su discurso tomó un rumbo oscuro y retorcido. Yosh despertó. ¿Acaso su intento por resolver el conflicto "amistosamente" estaba cegándole? ¿Acaso merecía la pena?
Ya no lo tenía tan claro. Era evidente que la desmesurada intervención de Hotaru, si bien era casi cotidiana en ella, había hecho mella en la conciencia del shinigami. Por otra parte el arrancar insinuaba poder derrotar a ambos shinigamis tranquilamente y Hideyoshi empezaba a preguntarse hasta qué punto sería otra treta del arrancar. ¿Cómo fiarse de un tipo que reconoce su locura?
Miró a la shinigami.
—Hotaru-san, te pido disculpas.—Dijo lo más sinceramente que pudo mientras la miraba a los ojos.—El deber de todo shinigami es la exterminación de toda amenaza para las almas humanas y la Sociedad de Almas independientemente de su ubicación. Estoy contigo.
Yosh no podía hacerse una idea del recelo que sentía Hotaru hacia él, todavia no existía semejante unidad de medida. Aún así intentó mostrar la mayor complicidad posible con su expresión. Intentó olvidar todo lo pasado. Aquello era el presente.
Se separó de la mesa—aún sentado— lo suficiente como para poder ver a ambos "comensales" sin tener que girar el cuello. No le gustaba estar en el lado de desenvaine—véase tentativa de homicidio— de Hotaru ni tan cerca del arrancar por motivos obvios. Y desde su nueva posición esperó la respuesta de su compañera.
[OFF: Bueno siento mi inactividad pronunciada y el pequeño post este. Voy a empezar a hacer posts más someros a ver si consigo centrarme un poco y aligerar los temas ]
Era el turno del arrancar, de nuevo proseguía calmadamente, tomando bocado de vez en cuando. El de los iris ambarinos pedía tranquilidad a la alterada shinigami, lo que tranquilizó al mismo tiempo a Yosh; pero pronto su discurso tomó un rumbo oscuro y retorcido. Yosh despertó. ¿Acaso su intento por resolver el conflicto "amistosamente" estaba cegándole? ¿Acaso merecía la pena?
Ya no lo tenía tan claro. Era evidente que la desmesurada intervención de Hotaru, si bien era casi cotidiana en ella, había hecho mella en la conciencia del shinigami. Por otra parte el arrancar insinuaba poder derrotar a ambos shinigamis tranquilamente y Hideyoshi empezaba a preguntarse hasta qué punto sería otra treta del arrancar. ¿Cómo fiarse de un tipo que reconoce su locura?
Miró a la shinigami.
—Hotaru-san, te pido disculpas.—Dijo lo más sinceramente que pudo mientras la miraba a los ojos.—El deber de todo shinigami es la exterminación de toda amenaza para las almas humanas y la Sociedad de Almas independientemente de su ubicación. Estoy contigo.
Yosh no podía hacerse una idea del recelo que sentía Hotaru hacia él, todavia no existía semejante unidad de medida. Aún así intentó mostrar la mayor complicidad posible con su expresión. Intentó olvidar todo lo pasado. Aquello era el presente.
Se separó de la mesa—aún sentado— lo suficiente como para poder ver a ambos "comensales" sin tener que girar el cuello. No le gustaba estar en el lado de desenvaine—véase tentativa de homicidio— de Hotaru ni tan cerca del arrancar por motivos obvios. Y desde su nueva posición esperó la respuesta de su compañera.
[OFF: Bueno siento mi inactividad pronunciada y el pequeño post este. Voy a empezar a hacer posts más someros a ver si consigo centrarme un poco y aligerar los temas ]
Hattori Hideyoshi- Post : 70
Edad : 35
Re: Contacto en el Rukongai
El pulso de sus venas obtenía una fuerza nueva, también el ritmo de su respiración. Hotaru alzó la barbilla, a la defensiva. Percibía el peligro en la engañosa tranquilidad de aquella voz, y el rostro sonriente del Arrancar le provocó un hervor en la sangre que le hizo tensar la mandíbula y cerrar los puños con fuerza.
Hideyoshi parecía haber entrado en razón ante la advertencia del peligroso hombre. La shinigami posó entonces su lobuna mirada en él, percibiendo el arrepentimiento y la disposición de trabajar juntos. Vio con claridad la oportunidad que les brindaba la tregua si decidían encargarse de aquello haciendo equipo, luchar unidos por el bien colectivo de la Sociedad de Almas, vencer al mal que representaba el Hueco Mundo...
Todo eso le importaba una mierda.
-A mí me la sudan tus ideales, esos que te enseñaron en la Academia y predican en los Escuadrones. No es más que buscarle una excusa convincente al dejarse llevar por la violencia, una causa por la que morir... Él no es una amenaza porque así lo dicten tus superiores, los que cualquier día nos venden a todos si así tienen la posibilidad de salvar el culo; no tienes el deber de luchar por los demás, por ningún compromiso absurdo, sino por ti mismo- le dijo, inclinando levemente la cabeza para mirarle a través del cabello blanco que le caía sobre la frente. Escupió a los pies de Hattori.- Yo no confío mi vida en las manos de alguien que desprecia el valor de la suya propia.
¿O sentarse a comer junto a un Arrancar no era una declaración suficientemente clara del pensamiento suicida?
-Así mismo, no sólo has traicionado tu propio orgullo, sino que has dejado por el suelo la obligación moral y marcial, ese honor de los shinigamis con el que tanto te llenas la boca al hablar. No te quepa duda de que, sólo por joderte la vida, voy a dar cuenta de ello al Gotei- sus labios dibujaron una sonrisa que poco tenía de agradable.- ¿Quieres hacer algo útil? Compórtate de una vez como un guerrero, si acaso conoces el modo de hacerlo. Ve y envía una Mariposa Infernal pidiendo refuerzos, demuestra que no eres un niñato que habla de disciplina y responsabilidades sin saber nada de su significado.
Se apartó de la mesa y caminó pausadamente hacia el agente de El Amanecer, deteniéndose a escaso medio metro de él.
-Me hiciste un par de preguntas, ¿recuerdas? Entre ellas, querías saber si me consideraba capaz de salir con vida de ésta... Voy a contestarte a todas- hizo una pausa, acercándose más y apoyando la palma de la mano derecha sobre la mesa. Podía preveer el estallido. Violento, doloroso y que daría lugar a reacciones imprevisibles, que haría que todo se tambaleara y que todo tuviera todavía menos sentido. Se inclinó igualmente hacia él, tratando de controlar la respiración, los nervios. Le habló en un susurro confidente y algo turbio- Me llamo Kawasumi Hotaru, Arrancar. Sí voy a sobrevivir a este encuentro y... sí, quiero que la tengamos, me parecería cojonudo partirte la cara, de hecho. Porque si no metes tu culo por uno de esos portales y te largas a tu puta casita, te voy a matar... Te mataré porque quiero hacerlo, ¿comprendes? Y no es porque sea mi deber ni por esa ridícula máscara que llevas pegada a la jeta... Lo voy a hacer porque me has tocado los cojones, porque eres un cabrón arrogante y además me caes como el puto culo... Sí, voy a joderte vivo como no te largues de una vez.
---
Off: Lamento la tardanza, la calidad y... todo -.-uu No tengo excusa.
Hideyoshi parecía haber entrado en razón ante la advertencia del peligroso hombre. La shinigami posó entonces su lobuna mirada en él, percibiendo el arrepentimiento y la disposición de trabajar juntos. Vio con claridad la oportunidad que les brindaba la tregua si decidían encargarse de aquello haciendo equipo, luchar unidos por el bien colectivo de la Sociedad de Almas, vencer al mal que representaba el Hueco Mundo...
Todo eso le importaba una mierda.
-A mí me la sudan tus ideales, esos que te enseñaron en la Academia y predican en los Escuadrones. No es más que buscarle una excusa convincente al dejarse llevar por la violencia, una causa por la que morir... Él no es una amenaza porque así lo dicten tus superiores, los que cualquier día nos venden a todos si así tienen la posibilidad de salvar el culo; no tienes el deber de luchar por los demás, por ningún compromiso absurdo, sino por ti mismo- le dijo, inclinando levemente la cabeza para mirarle a través del cabello blanco que le caía sobre la frente. Escupió a los pies de Hattori.- Yo no confío mi vida en las manos de alguien que desprecia el valor de la suya propia.
¿O sentarse a comer junto a un Arrancar no era una declaración suficientemente clara del pensamiento suicida?
-Así mismo, no sólo has traicionado tu propio orgullo, sino que has dejado por el suelo la obligación moral y marcial, ese honor de los shinigamis con el que tanto te llenas la boca al hablar. No te quepa duda de que, sólo por joderte la vida, voy a dar cuenta de ello al Gotei- sus labios dibujaron una sonrisa que poco tenía de agradable.- ¿Quieres hacer algo útil? Compórtate de una vez como un guerrero, si acaso conoces el modo de hacerlo. Ve y envía una Mariposa Infernal pidiendo refuerzos, demuestra que no eres un niñato que habla de disciplina y responsabilidades sin saber nada de su significado.
Se apartó de la mesa y caminó pausadamente hacia el agente de El Amanecer, deteniéndose a escaso medio metro de él.
-Me hiciste un par de preguntas, ¿recuerdas? Entre ellas, querías saber si me consideraba capaz de salir con vida de ésta... Voy a contestarte a todas- hizo una pausa, acercándose más y apoyando la palma de la mano derecha sobre la mesa. Podía preveer el estallido. Violento, doloroso y que daría lugar a reacciones imprevisibles, que haría que todo se tambaleara y que todo tuviera todavía menos sentido. Se inclinó igualmente hacia él, tratando de controlar la respiración, los nervios. Le habló en un susurro confidente y algo turbio- Me llamo Kawasumi Hotaru, Arrancar. Sí voy a sobrevivir a este encuentro y... sí, quiero que la tengamos, me parecería cojonudo partirte la cara, de hecho. Porque si no metes tu culo por uno de esos portales y te largas a tu puta casita, te voy a matar... Te mataré porque quiero hacerlo, ¿comprendes? Y no es porque sea mi deber ni por esa ridícula máscara que llevas pegada a la jeta... Lo voy a hacer porque me has tocado los cojones, porque eres un cabrón arrogante y además me caes como el puto culo... Sí, voy a joderte vivo como no te largues de una vez.
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Off: Lamento la tardanza, la calidad y... todo -.-uu No tengo excusa.
Kawasumi Hotaru- Teniente Rei
- Post : 1085
Edad : 34
Re: Contacto en el Rukongai
Casi al momento siguiente de la intervención del Hideyori, el shinigami varón dirigió unas palabras a su compañera y se retiró ligeramente de la mesa, como preparándose para una situación de violencia. Ésta, por su parte, reaccionó “gentilmente” con medio minuto de represalias verbales y acusaciones plenas de desprecio. Y luego se acercó al arrancar. Se aproximó a él, con paso lento, casi contenido, con la misma mirada furibunda de momentos antes, y por poco no con una vena latiéndole en la sien. Apoyó la mano sobre la mesa, y acercó su rostro al de Taira de aquel modo que tanto empleaba el propio Hideyori.
En la cercanía, pudo oír claramente aquel susurro suave, controlado, cuasi impertérrito; aunque con un deje amenazador que bien podría poner los vellos de punta hasta el más escamoso de los seres. Un susurro tan… tan parecido al suyo propio…
— Kawasumi Hotaru, ¿eh…? — Levantó la mirada, centrándola en la esmeralda de ella. Ahora estaba tan cerca… — Entiendo… — Por un momento, mantuvo un gesto meditativo. Luego, simplemente alzó una sonrisa de entre sus labios finos y expresivos. Inclinó la espalda hacia adelante y el cuello ligeramente hacia arriba, reduciendo la distancia con la shinigami al mínimo. Ahora las puntas de sus narices casi podían rozarse. Los ojos hundidos los unos en los del otro. Despegó los labios un tanto, y acortó otro tortuoso centímetro con el rostro de ella. Sabía que Hotaru no se movería; no. Sabía que no retrocedería, pese a las circunstancias. Casi contaba con ello. Salió de sus labios un susurro suave, apenas un fresco aliento sobre los labios de ella.
— Lo siento…Kawasumi-san…— calló un momento, alimentando la tensión. — Ahora veo que tienes toda la razón. Lo mejor será que me vaya de aquí. — Apoyó la mano izquierda sobre la mesa. Al momento, la masa orgánica y de forma difícilmente descriptible trepó por su brazo y desapareció entre aquellos ropajes que parecían no tener fin. — Marchémonos, Quimera. — Añadió. Pero permaneció un instante más, inmóvil, frente a la peliblanca shinigami. Sus colmillos de depredador asomaron bajo un gesto espeluznante. — Pero antes… no quisiera privarte, Kawasumi-san, de ese placer que dices que te daría golpearme. — una pausa. Ladeó ligeramente la cabeza. — Adelante. Tienes mi palabra de que no me moveré ni un centímetro; ni tampoco me defenderé con mi Hierro. Sólo golpéame. Libera en mi todo aquello que te quema por dentro. — Una pausa. — Es lo menos que puedo ofrecer después del jaleo que he montado.
Quedó callado un momento, como dejando que la shinigami asimilara la tan extraña ofrenda. Incluso se retiró algo para dejarle espacio. Pero antes de dejar que decidiera, añadió algo más:
— Sólo te pediré que, una vez empieces todo esto; tú y tu compañero estéis dispuestos a llevar la lucha hasta su última condición. — miró de reojo al shinigami varón, que permanecía atento para el desenvaine. Sentía a Segadora sobre sus piernas, tentándole con siniestras proposiciones; y veía, de soslayo y sobre la mesa, a Watson asentir con la cabeza. No necesitaba más. Ahora sólo deseaba que la peliblanca no pudiera contenerse. Sólo necesitaba eso…Y ni tan siquiera. — Porque de todas formas… creo haber oído que querías matarme, ¿no? — una última cesura — Y por lo que veo, a tu compañero tampoco parece importarle mi vida, así que, ¿qué va a ser, panecillos…? ¿Vais a dejar a este perturbado arrancar marcharse sin más, o…?
Y como complemento ideal, acrecentó su más siniestra sonrisa, directa a la shinigami. Sabía que ella no podría resistir ahora el golpearle directamente en la cara. ¡Joder, ni él mismo podría! Y sobre la mesa, Watson parecía decirle con la mirada “Como no te golpee pronto, yo mismo lo haré. ¡Pero de aquí no me voy sin mi dosis de violencia…!” Y Quimera: "¡Mátalos, mátalos…!"
Taira sonrió, y empujó un pensamiento para sus adentros:
“Os quiero, chicos…”
En la cercanía, pudo oír claramente aquel susurro suave, controlado, cuasi impertérrito; aunque con un deje amenazador que bien podría poner los vellos de punta hasta el más escamoso de los seres. Un susurro tan… tan parecido al suyo propio…
— Kawasumi Hotaru, ¿eh…? — Levantó la mirada, centrándola en la esmeralda de ella. Ahora estaba tan cerca… — Entiendo… — Por un momento, mantuvo un gesto meditativo. Luego, simplemente alzó una sonrisa de entre sus labios finos y expresivos. Inclinó la espalda hacia adelante y el cuello ligeramente hacia arriba, reduciendo la distancia con la shinigami al mínimo. Ahora las puntas de sus narices casi podían rozarse. Los ojos hundidos los unos en los del otro. Despegó los labios un tanto, y acortó otro tortuoso centímetro con el rostro de ella. Sabía que Hotaru no se movería; no. Sabía que no retrocedería, pese a las circunstancias. Casi contaba con ello. Salió de sus labios un susurro suave, apenas un fresco aliento sobre los labios de ella.
— Lo siento…Kawasumi-san…— calló un momento, alimentando la tensión. — Ahora veo que tienes toda la razón. Lo mejor será que me vaya de aquí. — Apoyó la mano izquierda sobre la mesa. Al momento, la masa orgánica y de forma difícilmente descriptible trepó por su brazo y desapareció entre aquellos ropajes que parecían no tener fin. — Marchémonos, Quimera. — Añadió. Pero permaneció un instante más, inmóvil, frente a la peliblanca shinigami. Sus colmillos de depredador asomaron bajo un gesto espeluznante. — Pero antes… no quisiera privarte, Kawasumi-san, de ese placer que dices que te daría golpearme. — una pausa. Ladeó ligeramente la cabeza. — Adelante. Tienes mi palabra de que no me moveré ni un centímetro; ni tampoco me defenderé con mi Hierro. Sólo golpéame. Libera en mi todo aquello que te quema por dentro. — Una pausa. — Es lo menos que puedo ofrecer después del jaleo que he montado.
Quedó callado un momento, como dejando que la shinigami asimilara la tan extraña ofrenda. Incluso se retiró algo para dejarle espacio. Pero antes de dejar que decidiera, añadió algo más:
— Sólo te pediré que, una vez empieces todo esto; tú y tu compañero estéis dispuestos a llevar la lucha hasta su última condición. — miró de reojo al shinigami varón, que permanecía atento para el desenvaine. Sentía a Segadora sobre sus piernas, tentándole con siniestras proposiciones; y veía, de soslayo y sobre la mesa, a Watson asentir con la cabeza. No necesitaba más. Ahora sólo deseaba que la peliblanca no pudiera contenerse. Sólo necesitaba eso…Y ni tan siquiera. — Porque de todas formas… creo haber oído que querías matarme, ¿no? — una última cesura — Y por lo que veo, a tu compañero tampoco parece importarle mi vida, así que, ¿qué va a ser, panecillos…? ¿Vais a dejar a este perturbado arrancar marcharse sin más, o…?
Y como complemento ideal, acrecentó su más siniestra sonrisa, directa a la shinigami. Sabía que ella no podría resistir ahora el golpearle directamente en la cara. ¡Joder, ni él mismo podría! Y sobre la mesa, Watson parecía decirle con la mirada “Como no te golpee pronto, yo mismo lo haré. ¡Pero de aquí no me voy sin mi dosis de violencia…!” Y Quimera: "¡Mátalos, mátalos…!"
Taira sonrió, y empujó un pensamiento para sus adentros:
“Os quiero, chicos…”
Última edición por Hideyori Taira el Vie Jun 01, 2012 11:06 pm, editado 1 vez
Hideyori Taira- Desaparecido
- Post : 574
Edad : 32
Re: Contacto en el Rukongai
La bofetada verbal fue tremenda, ¿de dónde había salido esa tía? No tenía ni sentido del deber ni mucho menos educación. Era la personificación del egoísmo. Cualidad que odiaba hasta límites insospechados y que últimamente se veía algo más de lo normal en el bando shinigami, saco en el que se incluía él mismo. Podría aburrir a sus neuronas con una intensa reflexión sobre este hecho, pero creyó mucho más interesante y productivo proceder como sigue.
Estaba claro que no había opción ni tiempo para decidir de quién fiarse—la actitud de Hotaru no le inspiraba mucha confianza para un trabajo en equipo—, su corazón palpitaba más rápido que nunca y notaba cómo bajo el kimono se deslizaban silenciosas gotas de nerviosismo e inseguridad. Estaba casi seguro de que aquel juego terminaría pronto, intentó relajarse.
Entonces Hotaru se encaró con el arrancar.—¿Por qué diablos vendría? Yo solo estaba dando un paseo...Es irónico cómo la taberna por la que me desvivo me pueda llegar a matar...—La charla entre los susodichos había terminado y poco sitio quedaba para las palabras ya.
El arrancar tenía su arma sobre sus piernas, estaba aparentemente indefenso, pero Yosh no quería fiarse de sus ojos. Aún no había olvidado como, aparentemente de la nada, salió el cuchillo que empaló a la criatura que Taira llamaba "Quimera". Podría intentar un iai, un tajo mientras desenvainaba, era tan tentador. Con la mano izquierda acarició la saya de su zampakutou mientras miraba fijamente al enemigo. Pareció calmarse justo antes de llevar rápida y certeramente sus manos a la zampakutou y atacar con la técnica antes mencionada.
Para ello, simultáneamente, se incorporó a la vez que retiró el taburete para disponer de más espacio. La maniobra podría llegar a ser complicada. Para evitar dañar a ""la compañera"" optó por desenvainar verticalmente como buenamente pudo, dando un tajo ascentente que alcanzaría al taburete del arrancar, sus costilla y que como parada final tendría la cara Taira. A continuación, por pura prevención adelantaría la saya—que empuñaba con la izquierda— y se pondría en guardia con ambas herramientas ya listas para el combate.
¿Pedir refuerzos?¿Qué sentido tenía después de la charla sobre el orgullo, el deber y demás? Ninguno.Además, seguramente para cuando llegasen los refuerzos todo habría terminado de una forma u otra.
[Off: Siento lo cortito del post pero la situación no da para mucho más. Como diría "a Cosa: "¡Es la hora de las tortas!"]
Estaba claro que no había opción ni tiempo para decidir de quién fiarse—la actitud de Hotaru no le inspiraba mucha confianza para un trabajo en equipo—, su corazón palpitaba más rápido que nunca y notaba cómo bajo el kimono se deslizaban silenciosas gotas de nerviosismo e inseguridad. Estaba casi seguro de que aquel juego terminaría pronto, intentó relajarse.
Entonces Hotaru se encaró con el arrancar.—¿Por qué diablos vendría? Yo solo estaba dando un paseo...Es irónico cómo la taberna por la que me desvivo me pueda llegar a matar...—La charla entre los susodichos había terminado y poco sitio quedaba para las palabras ya.
El arrancar tenía su arma sobre sus piernas, estaba aparentemente indefenso, pero Yosh no quería fiarse de sus ojos. Aún no había olvidado como, aparentemente de la nada, salió el cuchillo que empaló a la criatura que Taira llamaba "Quimera". Podría intentar un iai, un tajo mientras desenvainaba, era tan tentador. Con la mano izquierda acarició la saya de su zampakutou mientras miraba fijamente al enemigo. Pareció calmarse justo antes de llevar rápida y certeramente sus manos a la zampakutou y atacar con la técnica antes mencionada.
Para ello, simultáneamente, se incorporó a la vez que retiró el taburete para disponer de más espacio. La maniobra podría llegar a ser complicada. Para evitar dañar a ""la compañera"" optó por desenvainar verticalmente como buenamente pudo, dando un tajo ascentente que alcanzaría al taburete del arrancar, sus costilla y que como parada final tendría la cara Taira. A continuación, por pura prevención adelantaría la saya—que empuñaba con la izquierda— y se pondría en guardia con ambas herramientas ya listas para el combate.
¿Pedir refuerzos?¿Qué sentido tenía después de la charla sobre el orgullo, el deber y demás? Ninguno.Además, seguramente para cuando llegasen los refuerzos todo habría terminado de una forma u otra.
[Off: Siento lo cortito del post pero la situación no da para mucho más. Como diría "a Cosa: "¡Es la hora de las tortas!"]
Hattori Hideyoshi- Post : 70
Edad : 35
Re: Contacto en el Rukongai
El empalagoso aroma del peligro volvía a llegar hasta ella con más intensidad que antes, escondiendo una tentación críptica que era incapaz de comprender. Despertaba en su interior algo visceral y primitivo, un ardor líquido que le lamía las entrañas, se retorcía, trepaba hasta su pecho y contaminaba su sangre, marcaba el compás de sus pulsaciones. De nuevo se le secó la boca, perdiéndose en aquella tormenta, el ámbar y el ónice, que apresaba su mirada y le devolvía su reflejo. Hotaru no conocía esa sensación, tan parecida al hambre, que le provocaba estar a esa distancia que los separaba ridículamente. No la conocía y, aun así, no podría decir que le disgustase.
Sintió que su corazón se hacía pequeño cuando Taira se acercó, y luego otro poco más; su presencia era tan sugestiva como la mirada de un depredador entre las sombras. Debería haberse apartado, pero no lo hizo. Inmóvil en la misma postura, dejó incluso de pestañear, con el rostro congelado como en una fotografía y el aire detenido en los pulmones. Un leve escalofrío le recorrió la espina dorsal al notar el aliento sobre sus labios.
Joder...
Las palabras del Arrancar lograron disipar la bruma que había comenzado a embriagar su mente de extraños pensamientos. Hotaru tragó saliva, tratando de sosegar el torbellino de su interior. Se enderezó lentamente, casi con cautela, sin apartar la mirada de aquella puntiaguda sonrisa. ¿Por qué diablos tenía que estar a punto de ceder? Notaba la fría lengua de la manipulación en la nuca, burlona y descarada. Pero quería golpearle... ¡Dios, cuánto lo deseaba!
No hubo necesidad de elegir.
-¿¡Qué coño haces!?
Había retrocedido rápidamente, por puro instinto. Ahora miraba terriblemente a Hideyoshi, que había tomado la iniciativa del ataque. ¡El muy hijo de perra podría haberle dado!
Aunque no era sólo por eso por lo que estaba furiosa...
-¡Ni te atrevas a tocarle un pelo! ¿Me oyes? Él es mío. Es mi presa, ¿te enteras? ¡No le toques! No... Jooodeeer... ¡JODER!
Arremetió a patadas contra los taburetes y las mesas vecinas, gritando con histeria, terriblemente frustrada. Los odiaba. Quería darles muerte a ambos.
Buscó su propio wakizashi en el cinto, apretando tanto los dientes que le dolían.
No podía permitir que la apartasen de la pelea.
---
Off: No sabía bien qué escribir para no jorobarle la acción a ninguno...
Sintió que su corazón se hacía pequeño cuando Taira se acercó, y luego otro poco más; su presencia era tan sugestiva como la mirada de un depredador entre las sombras. Debería haberse apartado, pero no lo hizo. Inmóvil en la misma postura, dejó incluso de pestañear, con el rostro congelado como en una fotografía y el aire detenido en los pulmones. Un leve escalofrío le recorrió la espina dorsal al notar el aliento sobre sus labios.
Joder...
Las palabras del Arrancar lograron disipar la bruma que había comenzado a embriagar su mente de extraños pensamientos. Hotaru tragó saliva, tratando de sosegar el torbellino de su interior. Se enderezó lentamente, casi con cautela, sin apartar la mirada de aquella puntiaguda sonrisa. ¿Por qué diablos tenía que estar a punto de ceder? Notaba la fría lengua de la manipulación en la nuca, burlona y descarada. Pero quería golpearle... ¡Dios, cuánto lo deseaba!
No hubo necesidad de elegir.
-¿¡Qué coño haces!?
Había retrocedido rápidamente, por puro instinto. Ahora miraba terriblemente a Hideyoshi, que había tomado la iniciativa del ataque. ¡El muy hijo de perra podría haberle dado!
Aunque no era sólo por eso por lo que estaba furiosa...
-¡Ni te atrevas a tocarle un pelo! ¿Me oyes? Él es mío. Es mi presa, ¿te enteras? ¡No le toques! No... Jooodeeer... ¡JODER!
Arremetió a patadas contra los taburetes y las mesas vecinas, gritando con histeria, terriblemente frustrada. Los odiaba. Quería darles muerte a ambos.
Buscó su propio wakizashi en el cinto, apretando tanto los dientes que le dolían.
No podía permitir que la apartasen de la pelea.
---
Off: No sabía bien qué escribir para no jorobarle la acción a ninguno...
Kawasumi Hotaru- Teniente Rei
- Post : 1085
Edad : 34
Re: Contacto en el Rukongai
El juego había dado comienzo…
“Descontrol, la primera etapa…”
La etapa lenta, como una serpiente en llamas que se cierne y enrosca alrededor del estómago; tratando de tomar el control de los impulsos, de liberar los más primigenios instintos del ser. Desatada por la ira, antipatía o el recelo. Por el miedo, precisamente, a perder el control. Por el miedo a perderse uno mismo, en las palabras de alguien más…
Y Taira conocía tan bien aquella sensación…
La temía y anhelaba a partes iguales. La ansiaba, siempre, aunque temeroso de que el siguiente episodio no fuese simplemente transitorio. De que le cambiase. De no poder volver atrás.
Pero ello le hacía dominarla. Conocerla. Manipularla, emplearla. Ser un maestro de los instintos y los sentimientos; y doblegar a su presa desde lo más primitivo e incontrolable de su ser: miedo, furia, descontrol, anhelos y recelos. Codicia y ambiciones. La lista podía ser interminable... pero el juego siempre tocaba a su fin.
Una finta. Un bien logrado gesto de tranquilidad de Hideyoshi encubrió el súbito movimiento, certero y ávido de sangre. No hubo en la técnica florituras, ni preámbulos. Simplemente la hoja ascendiendo, asesina, hacia el rostro del arrancar, y pretendiendo llevarse por el camino la mitad izquierda de su torso. Por muy poco no golpeó a Hotaru, quien, por precaución, retrocedió prestamente.
Al instante, y tras detectar el deslizarse del metal sobre la vaina, Taira antepuso el brazo izquierdo, extendido hacia debajo, en la dirección de la trayectoria del tajo. En el gesto - y de igual manera que había sucedido momentos antes -, el puñal negro de los Hideyori surgió como de su misma carne, directamente en su mano y dispuesto a parar el golpe, ya en los inicios del mismo. La idea era parar el filo cuando todavía se encontraba bajo, y donde la fuerza del golpe era algo menor. Justo después, apoyando el peso del cuerpo sobre el taburete con la mano derecha – recordemos que Taira se encontraba sentado en el momento el ataque –, el arrancar se dejó caer en un pequeño salto hacia adelante, descendiendo casi en posición horizontal, y girando en sentido antihorario. En la caída, asestó una dura patada tras la rodilla que Hideyoshi hubiera adelantado - necesariamente - al incorporarse y realizar el iai. Al instante siguiente, Taira ya desaparecía bajo el suelo de madera, y reaparecía de nuevo, saltando en el aire en un movimiento fluido, casi como si el suelo se comportase como una cama elástica. Sólo que esta vez apareció ya habiendo girado casi 90º sobre sí mismo, y con el empeine derecho en posición perfecta para patear la cabeza peliblanca del shinigami varón.
Durante un instante en el tiempo, como si la escena se congelase, Taira pareció pensárselo; su pierna casi vibrante en el aire, como rezumando energía. Pero en lugar de la ya predicha patada en el occipucio, el Hideyori se apoyó en su ascenso, con la mano derecha, sobre el rostro del shinigami – con los dedos sobre los ojos, para incordiar – y usó su cabeza como pivote para impulsarse y caer, con increíble gracia, a la espalda de su oponente.
Y sentado sobre la barra de la taberna.
Como si tal cosa, y sin siquiera parecer consciente de la espectacularidad de la maniobra, Taira echó una ojeada a lo que había a su lado en la barra; se decidió por una pata de algo que parecía conejo, y empezó a mordisquearla allí mismo.
— ¿Bueno, qué? — inquirió despreocupado, con la boca aún medio llena — ¿Quién sigue…?
Y guiñó descaradamente el ojo a Hotaru...
“Descontrol, la primera etapa…”
La etapa lenta, como una serpiente en llamas que se cierne y enrosca alrededor del estómago; tratando de tomar el control de los impulsos, de liberar los más primigenios instintos del ser. Desatada por la ira, antipatía o el recelo. Por el miedo, precisamente, a perder el control. Por el miedo a perderse uno mismo, en las palabras de alguien más…
Y Taira conocía tan bien aquella sensación…
La temía y anhelaba a partes iguales. La ansiaba, siempre, aunque temeroso de que el siguiente episodio no fuese simplemente transitorio. De que le cambiase. De no poder volver atrás.
Pero ello le hacía dominarla. Conocerla. Manipularla, emplearla. Ser un maestro de los instintos y los sentimientos; y doblegar a su presa desde lo más primitivo e incontrolable de su ser: miedo, furia, descontrol, anhelos y recelos. Codicia y ambiciones. La lista podía ser interminable... pero el juego siempre tocaba a su fin.
Una finta. Un bien logrado gesto de tranquilidad de Hideyoshi encubrió el súbito movimiento, certero y ávido de sangre. No hubo en la técnica florituras, ni preámbulos. Simplemente la hoja ascendiendo, asesina, hacia el rostro del arrancar, y pretendiendo llevarse por el camino la mitad izquierda de su torso. Por muy poco no golpeó a Hotaru, quien, por precaución, retrocedió prestamente.
Al instante, y tras detectar el deslizarse del metal sobre la vaina, Taira antepuso el brazo izquierdo, extendido hacia debajo, en la dirección de la trayectoria del tajo. En el gesto - y de igual manera que había sucedido momentos antes -, el puñal negro de los Hideyori surgió como de su misma carne, directamente en su mano y dispuesto a parar el golpe, ya en los inicios del mismo. La idea era parar el filo cuando todavía se encontraba bajo, y donde la fuerza del golpe era algo menor. Justo después, apoyando el peso del cuerpo sobre el taburete con la mano derecha – recordemos que Taira se encontraba sentado en el momento el ataque –, el arrancar se dejó caer en un pequeño salto hacia adelante, descendiendo casi en posición horizontal, y girando en sentido antihorario. En la caída, asestó una dura patada tras la rodilla que Hideyoshi hubiera adelantado - necesariamente - al incorporarse y realizar el iai. Al instante siguiente, Taira ya desaparecía bajo el suelo de madera, y reaparecía de nuevo, saltando en el aire en un movimiento fluido, casi como si el suelo se comportase como una cama elástica. Sólo que esta vez apareció ya habiendo girado casi 90º sobre sí mismo, y con el empeine derecho en posición perfecta para patear la cabeza peliblanca del shinigami varón.
Durante un instante en el tiempo, como si la escena se congelase, Taira pareció pensárselo; su pierna casi vibrante en el aire, como rezumando energía. Pero en lugar de la ya predicha patada en el occipucio, el Hideyori se apoyó en su ascenso, con la mano derecha, sobre el rostro del shinigami – con los dedos sobre los ojos, para incordiar – y usó su cabeza como pivote para impulsarse y caer, con increíble gracia, a la espalda de su oponente.
Y sentado sobre la barra de la taberna.
Como si tal cosa, y sin siquiera parecer consciente de la espectacularidad de la maniobra, Taira echó una ojeada a lo que había a su lado en la barra; se decidió por una pata de algo que parecía conejo, y empezó a mordisquearla allí mismo.
— ¿Bueno, qué? — inquirió despreocupado, con la boca aún medio llena — ¿Quién sigue…?
Y guiñó descaradamente el ojo a Hotaru...
Hideyori Taira- Desaparecido
- Post : 574
Edad : 32
Re: Contacto en el Rukongai
Cada nervio de la mano del shinigami era consciente de la textura de la empuñadura, sujetada firmemente y con la ferviente intención de dirigir la hoja a buen puerto. Pero ante tan bizarro enemigo uno puede esperarse cualquier cosa.
El golpe fue parado en los inicios, propagando el característico sonido metálico por todo el local, anunciando el comienzo del noble arte de la guerra. Pero Yosh no podría haber imaginado, ni en el más recóndito rincón de su mente, lo que el arrancar le tenía preparado. Una patada a la pierna que llegó al objetivo hizo flexionar la misma, desestabilizando al shinigami, mientras contemplaba como el enemigo se sumergía literalmente en el suelo para volver a emerger en una posición completamente distinta, como si de natación sincronizada se tratara.
No intentó parar el amago de patada, estaba atónito. Pero por suerte, su estrella no le mandaría a volar por el salón; en su lugar, el enemigo había optado por una maniobra más burlona, más desafiante, y por suerte, menos contundente. Sentía los dedos insidiosos como si rozasen las mismas cuencas de sus ojos. Instintivamente dirigió un ataque en diagonal dirigido hacia donde suponía que estaría el enemigo, pero no podía asegurar ciertamente a dónde diablos estaba apuntando.
Durante unos segundos lo veía todo en blanco, y sentía como en cualquier momento su vida podría llegar a su fin. Estaba frustrado, retrocedía discretamente, no estaba en sus planes morir aquel día. Se topó con un taburete al cual, en un ataque de ira, mandó a volar de una patada. Al final su espalda encontró la media protección de la pared, y dirigió su espada hacia delante como patético intento de protección. Poco a poco empezaba a distinguir algunas formas, luego los colores, hasta que al fin pudo abrir completamente los ojos y recuperar la compostura. Se quitó el haori azul que solía llevar por el Rukongai dejándolo caer al suelo y tomó posición de batalla.
—Cálmate, solo es un enemigo más. No es el primero así, ni será el último.—Trataba de calmarse a sí mismo, de luchar contra el crepitar que recorría su cuerpo que parecía vaticinar un desmoronamiento. Había tenido un mal comienzo y era consciente de ello. Pero de algún modo, había algo que no podía apartar de su mente, algo que le estaba aterrorizando ya que nunca lo había sentido antes. Se sentía vano, insignificante, sin potestad...
Aquel arrancar solo estaba jugando con ellos...
El golpe fue parado en los inicios, propagando el característico sonido metálico por todo el local, anunciando el comienzo del noble arte de la guerra. Pero Yosh no podría haber imaginado, ni en el más recóndito rincón de su mente, lo que el arrancar le tenía preparado. Una patada a la pierna que llegó al objetivo hizo flexionar la misma, desestabilizando al shinigami, mientras contemplaba como el enemigo se sumergía literalmente en el suelo para volver a emerger en una posición completamente distinta, como si de natación sincronizada se tratara.
No intentó parar el amago de patada, estaba atónito. Pero por suerte, su estrella no le mandaría a volar por el salón; en su lugar, el enemigo había optado por una maniobra más burlona, más desafiante, y por suerte, menos contundente. Sentía los dedos insidiosos como si rozasen las mismas cuencas de sus ojos. Instintivamente dirigió un ataque en diagonal dirigido hacia donde suponía que estaría el enemigo, pero no podía asegurar ciertamente a dónde diablos estaba apuntando.
Durante unos segundos lo veía todo en blanco, y sentía como en cualquier momento su vida podría llegar a su fin. Estaba frustrado, retrocedía discretamente, no estaba en sus planes morir aquel día. Se topó con un taburete al cual, en un ataque de ira, mandó a volar de una patada. Al final su espalda encontró la media protección de la pared, y dirigió su espada hacia delante como patético intento de protección. Poco a poco empezaba a distinguir algunas formas, luego los colores, hasta que al fin pudo abrir completamente los ojos y recuperar la compostura. Se quitó el haori azul que solía llevar por el Rukongai dejándolo caer al suelo y tomó posición de batalla.
—Cálmate, solo es un enemigo más. No es el primero así, ni será el último.—Trataba de calmarse a sí mismo, de luchar contra el crepitar que recorría su cuerpo que parecía vaticinar un desmoronamiento. Había tenido un mal comienzo y era consciente de ello. Pero de algún modo, había algo que no podía apartar de su mente, algo que le estaba aterrorizando ya que nunca lo había sentido antes. Se sentía vano, insignificante, sin potestad...
Aquel arrancar solo estaba jugando con ellos...
Hattori Hideyoshi- Post : 70
Edad : 35
Re: Contacto en el Rukongai
Hideyoshi los había sorprendido tomando la iniciativa y lanzándose a por el tipo de la máscara de hueso, casi llevándose una mitad de Hotaru por delante. Desenfundó con la eficaz rapidez que se obtiene tras la constancia del entrenamiento y condujo el filo acerado de su zanpakutoh al peculiar comensal uniformado de blanco.
Entonces sucedió. Como un engranaje que gira suavemente, en perfecto equilibrio, los movimientos de aquel diablo fueron tan naturales como la acción inconsciente de llenar los pulmones con aire para poder respirar. El Arrancar, tan veloz y certero como una puñalada, evitó magistralmente la ofensiva de Hattori, lo desequilibró, y, de haberlo querido, podría haber acabado con él sin desarmarlo siquiera. La peliblanca dejó de tantear su obi en busca del wakizashi y observó atónita el guiño juguetón que le dedicaba Taira desde el mostrador. Y fue en ese instante cuando se dio cuenta de la situación real. Y la situación era que estaban jodidos. Muy jodidos.
Sus ojos se posaron en Hideyoshi, buscando alguna herida que le hubiese pasado por alto y le incapacitara para la lucha. Éste había retrocedido hasta tocar la pared con la espalda e interponía la zanpakutoh entre él y el enemigo, intacto. A pesar de mantener el temple de cara a los demás, su mirada era la de un soldado que acaba de olfatear la muerte de bien cerca. Ya había visto con anterioridad ese tipo de miradas, y no pudo evitar preguntarse cuánto tardaría ella en lucir la misma expresión.
"Pero hoy no va a ser mi día".
Podía ser una temeraria, pero no una suicida. Dándose cuenta de que no se podía dar el lujo de rechazar trabajar con el único shinigami cercano, por muy detestable que le resultase la idea, comenzó a trazar en su mente algo parecido a un plan de acción. Lo primero sería escoger el terreno en el que se desencadenase la batalla.
El Arrancar había demostrado que ni los muebles ni el mismo suelo que pisaban suponían barrera alguna para él, y posiblemente no lo fueran tampoco las paredes, por lo que sería inútil intentar encerrarle e ir en busca de refuerzos. Por esto mismo y porque a ella se le daba mejor luchar en exteriores parecía que lo más adecuado sería salir de la taberna y esperar a que el Arrancar les siguiera. Esta decisión, en cambio, pondría otras muchas vidas en juego.
Le habían enseñado que en tales circunstancias debía actuar de modo que las pérdidas sufridas fueran mínimas. Pero también sabía que las muertes de unos cuantos plus era algo que podían permitirse si con ello lograban eliminar a un Arrancar.
Hotaru chasqueó la lengua, luciendo una expresión molesta. Que fuera ella la que se preocupaba de terceros y no el otro shinigami, le llenaba los cojones un rato. Siempre había preferido ser la inconsciente del equipo y que fueran los demás los que batallasen con las complicaciones de la ética.
-¡A ver, HOSTIA!- llamó la atención de los presentes con un grito que parecía más bien un rugido- Que el gilipollas que siga aquí sin un arma mueva el trasero y se marche a otro lado. No quiero que ninguna viuda me venga llorando después, joder.
Volcó las mesas cercanas, creando espacio por el que poder desenvolverse sin miedo a tropezar. Dudaba que algo de ese local quedase en pie cuando terminase la pelea.
-Bueno, Yosh- habló sin mirar a éste, más concentrada en asegurarse que el tiparraco de Hueco Mundo seguía sentadito sobre la barra-. Parece que no te ha ido muy bien lanzándote a por él tú solo, y a mí no me seduce la idea de cometer un error evidente. ¿Qué te parece si acabamos en un momento con esto para ocuparnos después de nuestras diferencias? Creo que no me quedaré muy tranquila si alguien te parte la boca antes que yo.
Sonrió torvamente, desenvainando su wakizashi, y aún volvió el cuello un momento, dejándole entrever un destello de sus ojos, del color verde brillante de las hojas de verano.
Entonces sucedió. Como un engranaje que gira suavemente, en perfecto equilibrio, los movimientos de aquel diablo fueron tan naturales como la acción inconsciente de llenar los pulmones con aire para poder respirar. El Arrancar, tan veloz y certero como una puñalada, evitó magistralmente la ofensiva de Hattori, lo desequilibró, y, de haberlo querido, podría haber acabado con él sin desarmarlo siquiera. La peliblanca dejó de tantear su obi en busca del wakizashi y observó atónita el guiño juguetón que le dedicaba Taira desde el mostrador. Y fue en ese instante cuando se dio cuenta de la situación real. Y la situación era que estaban jodidos. Muy jodidos.
Sus ojos se posaron en Hideyoshi, buscando alguna herida que le hubiese pasado por alto y le incapacitara para la lucha. Éste había retrocedido hasta tocar la pared con la espalda e interponía la zanpakutoh entre él y el enemigo, intacto. A pesar de mantener el temple de cara a los demás, su mirada era la de un soldado que acaba de olfatear la muerte de bien cerca. Ya había visto con anterioridad ese tipo de miradas, y no pudo evitar preguntarse cuánto tardaría ella en lucir la misma expresión.
"Pero hoy no va a ser mi día".
Podía ser una temeraria, pero no una suicida. Dándose cuenta de que no se podía dar el lujo de rechazar trabajar con el único shinigami cercano, por muy detestable que le resultase la idea, comenzó a trazar en su mente algo parecido a un plan de acción. Lo primero sería escoger el terreno en el que se desencadenase la batalla.
El Arrancar había demostrado que ni los muebles ni el mismo suelo que pisaban suponían barrera alguna para él, y posiblemente no lo fueran tampoco las paredes, por lo que sería inútil intentar encerrarle e ir en busca de refuerzos. Por esto mismo y porque a ella se le daba mejor luchar en exteriores parecía que lo más adecuado sería salir de la taberna y esperar a que el Arrancar les siguiera. Esta decisión, en cambio, pondría otras muchas vidas en juego.
Le habían enseñado que en tales circunstancias debía actuar de modo que las pérdidas sufridas fueran mínimas. Pero también sabía que las muertes de unos cuantos plus era algo que podían permitirse si con ello lograban eliminar a un Arrancar.
Hotaru chasqueó la lengua, luciendo una expresión molesta. Que fuera ella la que se preocupaba de terceros y no el otro shinigami, le llenaba los cojones un rato. Siempre había preferido ser la inconsciente del equipo y que fueran los demás los que batallasen con las complicaciones de la ética.
-¡A ver, HOSTIA!- llamó la atención de los presentes con un grito que parecía más bien un rugido- Que el gilipollas que siga aquí sin un arma mueva el trasero y se marche a otro lado. No quiero que ninguna viuda me venga llorando después, joder.
Volcó las mesas cercanas, creando espacio por el que poder desenvolverse sin miedo a tropezar. Dudaba que algo de ese local quedase en pie cuando terminase la pelea.
-Bueno, Yosh- habló sin mirar a éste, más concentrada en asegurarse que el tiparraco de Hueco Mundo seguía sentadito sobre la barra-. Parece que no te ha ido muy bien lanzándote a por él tú solo, y a mí no me seduce la idea de cometer un error evidente. ¿Qué te parece si acabamos en un momento con esto para ocuparnos después de nuestras diferencias? Creo que no me quedaré muy tranquila si alguien te parte la boca antes que yo.
Sonrió torvamente, desenvainando su wakizashi, y aún volvió el cuello un momento, dejándole entrever un destello de sus ojos, del color verde brillante de las hojas de verano.
Kawasumi Hotaru- Teniente Rei
- Post : 1085
Edad : 34
Re: Contacto en el Rukongai
“Budabapúm, dapúm tumpásh, dabuda dabúm, dabúm tum pás!”
Resonaba en la cabeza del Hideyori. De algún modo, era todo lo que podía oír en aquel momento. Ni el ruido de los últimos plus rezagados, armando jaleo mientras salían apresuradamente del local; ni los gritos de la belleza nívea, avocando a su compañero a dejar de lado sus diferencias para enfrentarse al arrancar. Nada. Tan sólo…
“Budabapúm, dapúm tumpásh, dabuda dabúm, dabúm tum pás!”
Una y otra vez, de forma insufrible y repetitiva. Y otra y otra vez…
“Budabapúm, dapúm tumpásh, dabuda dabúm, dabúm tum pás!”
Sus piernas, que colgaban de la barra del bar en que se hallaba sentado, se movían alternativamente de adelante hacia atrás, cual niño pequeño en su columpio, marcando el ritmo de la melodía. Sus ojos, por contra, quietos sobre un punto indeterminado en la lejanía. La mente absorta, hasta el punto de, habiendo dado debida cuenta de la pata de conejo que masticaba, continuar triturando lo que fuera que quedase del bocado –principalmente hueso – hasta que no quedase nada, literalmente, sólido que masticar.
Así se mantuvo durante un par de meses, según la noción del tiempo “tairense”. Unos diez segundos para el resto de seres vivos. Tal era el grado de abstracción. Seguidamente, bajó de la barra de un salto, empujándose hacia adelante, el peso cargado sobre sus brazos. En la siniestra aún agarraba a Segadora, enfundada, azabache la saya y densa la sed de sangre. La diestra, por su parte, se entretenía palpando lo que al parecer era un corte de espada en la manga izquierda de la túnica. Debió de habérselo hecho Hideyoshi en aquel contraataque ciego al aire, en su última maniobra. Había que reconocer que el tipo había tenido puntería, dadas las circunstancias.
De un modo u otro, seguía siendo trivial.
— Budabapúm, dapúm tum… — de repente calló. Una mueca de sorpresa cruzó su rostro. — ¡Se ha ido! — gritó. Parecía contento o, al menos, aliviado. — ¡Al fin se ha ido…!Melodía infernal... — se dirigió ahora a los shinigamis — Perdonadme, últimamente me vuelvo loco más a menudo que de costumbre. Mis disculpas, si os desconcerté. Atentos ahora.
Y sin más, llevó la diestra a la empuñadura de Opresora y se arrojó al frente, dirección a Hotaru, y con la más que evidente intención de ejecutar un iai horizontal. Hacia su derecha, donde Hideyoshi aguardaba, salió disparada una vez más Quimera de entre las blancas prendas. Maniobras, ambas ellas, predecibles hasta un buen grado para los Dioses de la muerte – quizás algo más para ella que para él – aunque igualmente mortíferas de no ser tomadas con la debida consideración. Sólo cabían dos sorpresas en aquel momento:
La primera, que Quimera reventaría en mitad del salto, en una explosión controlada de tendones y apéndices punzantes; convirtiéndose, de forma súbita e inexplicable a partes iguales, en una maraña sanguinolenta similar a la red de un reciario, planeando abierta hacia su objetivo.
La segunda, y última, que en el último instante de su maniobra, y en lugar de ejecutar el mencionado iai, la mano diestra de Taira soltaría de súbito la empuñadura del wakizashi, realizando simplemente un arco con el brazo hacia la derecha, no con la intención de golpear a Hotaru directamente, sino con la de agarrarla por la cintura y empujarla hacia su compañero. ¿El motivo de este cambio de parecer? Es de esperar que no estuviese claro ni para el propio Taira...
Quizás, en el fondo de su ser, no quería herir a la shinigami; o quizás actuaba sólo movido por el capricho, por la expectativa de alargar un poco más aquel juego al que sólo él era capaz de encontrar gracia y sentido. Pero fuera como fuese, lo que constituía una realidad innegable era que, abalanzándose de frente y con las manos desnudas, se había expuesto por completo a un ataque armado de la peliblanca. Uno que, dadas las circunstancias, habría de dejar marca, por descontado. Y más aún teniendo en cuenta que, encontrándose en aquel estado de indiferencia post-locura transitoria, Taira seguramente ni se molestase – ni acordase – de fortalecer su piel con Hierro para parar cualquier golpe entrante.
Pero fuera como fuese, la sangre acabaría fluyendo, tarde o temprano. Porque siempre lo hacía. Siempre, al menos, que la locura se abría paso a través de la razón. Siempre para quedarse. Siempre acechando, Siempre palpitante.
Siempre.
Siempre…
Siempre que el conejo de bigotes azules observaba con ojos expectantes…
Resonaba en la cabeza del Hideyori. De algún modo, era todo lo que podía oír en aquel momento. Ni el ruido de los últimos plus rezagados, armando jaleo mientras salían apresuradamente del local; ni los gritos de la belleza nívea, avocando a su compañero a dejar de lado sus diferencias para enfrentarse al arrancar. Nada. Tan sólo…
“Budabapúm, dapúm tumpásh, dabuda dabúm, dabúm tum pás!”
Una y otra vez, de forma insufrible y repetitiva. Y otra y otra vez…
“Budabapúm, dapúm tumpásh, dabuda dabúm, dabúm tum pás!”
Sus piernas, que colgaban de la barra del bar en que se hallaba sentado, se movían alternativamente de adelante hacia atrás, cual niño pequeño en su columpio, marcando el ritmo de la melodía. Sus ojos, por contra, quietos sobre un punto indeterminado en la lejanía. La mente absorta, hasta el punto de, habiendo dado debida cuenta de la pata de conejo que masticaba, continuar triturando lo que fuera que quedase del bocado –principalmente hueso – hasta que no quedase nada, literalmente, sólido que masticar.
Así se mantuvo durante un par de meses, según la noción del tiempo “tairense”. Unos diez segundos para el resto de seres vivos. Tal era el grado de abstracción. Seguidamente, bajó de la barra de un salto, empujándose hacia adelante, el peso cargado sobre sus brazos. En la siniestra aún agarraba a Segadora, enfundada, azabache la saya y densa la sed de sangre. La diestra, por su parte, se entretenía palpando lo que al parecer era un corte de espada en la manga izquierda de la túnica. Debió de habérselo hecho Hideyoshi en aquel contraataque ciego al aire, en su última maniobra. Había que reconocer que el tipo había tenido puntería, dadas las circunstancias.
De un modo u otro, seguía siendo trivial.
— Budabapúm, dapúm tum… — de repente calló. Una mueca de sorpresa cruzó su rostro. — ¡Se ha ido! — gritó. Parecía contento o, al menos, aliviado. — ¡Al fin se ha ido…!Melodía infernal... — se dirigió ahora a los shinigamis — Perdonadme, últimamente me vuelvo loco más a menudo que de costumbre. Mis disculpas, si os desconcerté. Atentos ahora.
Y sin más, llevó la diestra a la empuñadura de Opresora y se arrojó al frente, dirección a Hotaru, y con la más que evidente intención de ejecutar un iai horizontal. Hacia su derecha, donde Hideyoshi aguardaba, salió disparada una vez más Quimera de entre las blancas prendas. Maniobras, ambas ellas, predecibles hasta un buen grado para los Dioses de la muerte – quizás algo más para ella que para él – aunque igualmente mortíferas de no ser tomadas con la debida consideración. Sólo cabían dos sorpresas en aquel momento:
La primera, que Quimera reventaría en mitad del salto, en una explosión controlada de tendones y apéndices punzantes; convirtiéndose, de forma súbita e inexplicable a partes iguales, en una maraña sanguinolenta similar a la red de un reciario, planeando abierta hacia su objetivo.
La segunda, y última, que en el último instante de su maniobra, y en lugar de ejecutar el mencionado iai, la mano diestra de Taira soltaría de súbito la empuñadura del wakizashi, realizando simplemente un arco con el brazo hacia la derecha, no con la intención de golpear a Hotaru directamente, sino con la de agarrarla por la cintura y empujarla hacia su compañero. ¿El motivo de este cambio de parecer? Es de esperar que no estuviese claro ni para el propio Taira...
Quizás, en el fondo de su ser, no quería herir a la shinigami; o quizás actuaba sólo movido por el capricho, por la expectativa de alargar un poco más aquel juego al que sólo él era capaz de encontrar gracia y sentido. Pero fuera como fuese, lo que constituía una realidad innegable era que, abalanzándose de frente y con las manos desnudas, se había expuesto por completo a un ataque armado de la peliblanca. Uno que, dadas las circunstancias, habría de dejar marca, por descontado. Y más aún teniendo en cuenta que, encontrándose en aquel estado de indiferencia post-locura transitoria, Taira seguramente ni se molestase – ni acordase – de fortalecer su piel con Hierro para parar cualquier golpe entrante.
Pero fuera como fuese, la sangre acabaría fluyendo, tarde o temprano. Porque siempre lo hacía. Siempre, al menos, que la locura se abría paso a través de la razón. Siempre para quedarse. Siempre acechando, Siempre palpitante.
Siempre.
Siempre…
Siempre que el conejo de bigotes azules observaba con ojos expectantes…
Hideyori Taira- Desaparecido
- Post : 574
Edad : 32
Re: Contacto en el Rukongai
Mientras recuperaba la vista "espalda con espalda" con la pared, pensaba en cómo salir de semejante aprieto. A pesar de que el local se había vaciado por completo, las mesas, sillas y demás mobiliario entorpecían la posibilidad de una lucha cómoda. Quizás al arrancar le trajese sin cuidado ese detalle, ya que era el bando superior y lo sabía; pero cuando te están pateando el culo mejor estar en una suite que en un motel cochambroso.
Yosh no tuvo tiempo de seguir su razonamiento, ya que el blanquito volvía a la carga, pero esta vez se centró en su compañera, o eso creía al principio, justo antes de ver como una pelotita tornada en viscosa red se abalanzaba contra él. Algún resquicio de su experiencia le recomendaba que no intentase cortarla. ¿Y si se acababa pegando a él de todos modos? Pensó en hacerse a un lado, pero de nuevo el mobiliario jugaba en su contra y un traspiés le podría salir demasiado caro.
-Sokatsui!!—Las palabras salieron de su boca con tan poca elegancia como la ejecución del kidoh. Sin conjuro, y al ser un hadou en el que no estaba especialmente entrenado, le hechizo salió con poca potencia, que por otra parte era lo que deseaba. Sin embargo la potencia del kidoh fue suficiente para lanzar hacia atrás la red, alejando unos valiosos metros la trampa del arrancar.
Mientras esto ocurría, el arrancar había proseguido con su movimiento, y pasase lo que pasase el shinigami no sería capaz de ayudar a la joven debido a la sincronización en la coreografía bélica del arrancar.
Yosh no tuvo tiempo de seguir su razonamiento, ya que el blanquito volvía a la carga, pero esta vez se centró en su compañera, o eso creía al principio, justo antes de ver como una pelotita tornada en viscosa red se abalanzaba contra él. Algún resquicio de su experiencia le recomendaba que no intentase cortarla. ¿Y si se acababa pegando a él de todos modos? Pensó en hacerse a un lado, pero de nuevo el mobiliario jugaba en su contra y un traspiés le podría salir demasiado caro.
-Sokatsui!!—Las palabras salieron de su boca con tan poca elegancia como la ejecución del kidoh. Sin conjuro, y al ser un hadou en el que no estaba especialmente entrenado, le hechizo salió con poca potencia, que por otra parte era lo que deseaba. Sin embargo la potencia del kidoh fue suficiente para lanzar hacia atrás la red, alejando unos valiosos metros la trampa del arrancar.
Mientras esto ocurría, el arrancar había proseguido con su movimiento, y pasase lo que pasase el shinigami no sería capaz de ayudar a la joven debido a la sincronización en la coreografía bélica del arrancar.
Hattori Hideyoshi- Post : 70
Edad : 35
Re: Contacto en el Rukongai
Hotaru miró a Yosh con una advertencia clara en el semblante cuando aquel fenómeno de feria salido de Hueco Mundo se puso en pie, resignada a colaborar para deshacerse de él lo antes posible. La tensión palpitante previa al enfrentamiento le quemaba en el interior. Si el golpe no llegaba pronto tendría que lanzarse ella misma al ataque. Odiaba tener que esperar.
El Arrancar tal vez le había leído el pensamiento, pues apenas dos segundos después se arrojó en su dirección, desenvainando su propia arma. La shinigami separó los pies y adoptó una postura defensiva con el wakizashi; la luz se reflejó un momento sobre la superficie pulida de la hoja. Siguió atenta el avance de la figura que se cernía sobre ella, pero de nuevo aquel perfume dulzón y húmedo la envolvió casi como una atmósfera palpable, y volvió a sentir en las entrañas los aguijonazos, que no sabía si eran de miedo, rabia o euforia. Todas sus emociones le parecieron muy confusas en esos momentos, pero al observar la expresión que lucía el rostro de Taira sintió que sus propios ojos brillaban con verdadera hambre.
Sin pensar, sin sopesar consecuencias, simplemente movida por lo que deseaba hacer, se precipitó hacia delante, colisionando contra el Arrancar. La fuerza del choque le cortó el aliento por un instante y le estremeció hasta los mismos huesos. Podía notar que su arma se había clavado en alguna parte del cuerpo de su enemigo, pero ella misma no sentía mayor dolor que el del impacto. Enredó los dedos de la mano libre en las hebras lilas de su flequillo, sujetándolo por el rostro. Tenía la derecha aferrada a la empuñadura del wakizashi, hundiéndolo hasta que la carne y la guarda se tocaron. "Y aun no sé por qué. No entiendo... no entiendo bien por qué esto me enciende y me atrae. Siento que algo está desbordándose dentro de mi. Si solamente tuviera colmillos afilados para desgarrarte..." Sonrió ferozmente, usando el peso de su cuerpo, ahora pegado al de Taira, para derribarle y caer sobre él.
Sus ojos eran fuego verde durante el descenso, clavados en el único ojo visible del hombre, que no quedaba oculto por la presa que ejercía la mano de ella sobre su cara. Cuando cruzaron la mirada una convulsión de rechazo agitó su estómago. Lo derribó.
O él le permitió hacerlo, no sabía.
-¿Sigue pareciéndote todo tan divertido, hijo de puta?- jadeó entre dientes, sobre él. No sabía por qué estaba sonriendo, como si estuviera encantada. Tal vez sí. Por fin había podido golpearle.- ¿Todavía te quedan ganas de jugar?
La naturaleza no le había dado garras ni colmillos, pero sí bastante mala leche. Y tenía de sobra para destrozar a ese cabrón.
Kawasumi Hotaru- Teniente Rei
- Post : 1085
Edad : 34
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