Pretensiones

Sin lugar a dudas era un momento importante, casi crucial. No todos los días, uno reunía las agallas suficientes para pedir semenjante cosa y pensar que podía salir indemne, o al menos, con un par de cicatrices y el orgullo hecho trizas. Pero Liang estaba tranquilo, el mundo estaba lleno de oportunidades, por un fracaso no iba a ceder sin más. Insistiría hasta que se desgastase el suelo si hace falta por recorrer el mismo camino mil veces... ¿Acaso no era así como se creaban los senderos? ¿Mediante el paso ininterrumpido? ¿De la persistencia? Su transigencia, edulcorada y liviana, le permitía, a diferencia de otros sujetos permitirse el lujo de no quebrarse ante los obstáculos sin tener que darse chocazos contra las paredes. Se lo tomaban con calma, sin más.

Estaba en la sala principal, observando como muchas otras veces los planos del Seireitei. Le ayudaban a concentrarse, a calmar la cabeza cuando sufría inquietudes y desde luego, todo su entramado laberinto cerebral funcionaba mucho mejor así. Llevaba un buen rato contemplando los planos mientras divagaba sobre lo adecuado de su idea. No era algo extraño a fin de cuentas, no era extremadamente ambicioso pero tenía objetivos y ante la oportunidad, ¿por qué no?
El puesto de cuarto oficial estaba vacío desde hacia algún tiempo, y estaba harto de llevar el "raso" como sobrenombre; además, creía que como oficial dispondría de mayores oportunidades para hacer algo útil sin tener que limitarse a vagar por las dependencias. Necesitaba darse algún aliciente y ese era el que más le atraía... por el momento.

Decidido se puso en pie y con pasos firmes, aunque tranquilos. El despacho del capitán no estaba muy lejos, sólo esperaba no encontrarlo ocupado en asuntos urgentes. Llamó a la puerta con un par de toques y esperó una respuesta desde el interior.


OFF: no sé muy bien como introducir el tema; supongo que me iré soltando en el siguiente post

Los golpes en la puerta le cogieron por sorpresa, sacándole de la ensoñación en que se había ido sumiendo sin darse cuenta. Llevaba toda la mañana intentando arreglar un asunto de papeleo, pero sencillamente no podía concentrarse. Cada vez que sus ojos se posaban sobre aquellas líneas formulaicas y farragosas, su mente vagaba hacia los acontecimientos de los últimos días. Recordaba la última vez que había visto al ex-Capitán, Tsukiho Raho, el posterior anuncio de que todos los Capitanes habían muerto, la reunión con Koyuki Ryoko, su propio nombramiento, la elección de Katsu como Teniente, el enfrentamiento en Europa, la siguiente reunión... y el aviso del Capitán Murakami, el angustioso viaje hasta el Cuarto Escuadrón, y la amarga verdad que allí encontró. Todavía no se había hecho oficial, pero estaba seguro de que los rumores no tardarían en correr. Y aquello le turbaba sobremanera. Tenía que reconocer que, desde hacía un par de días, estaba rehuyendo su propio escuadrón, por temor de enfrentarse a ellos y que le preguntaran sobre el estado de Ryuga Katsu. Sabía que, llegado el momento, no podría mentirles. Katsu era tan compañero de ellos como de él.

Por eso aquellos golpes en la puerta encerraban algo de inquietante. No podía rehuir a sus soldados para siempre, y allí estaba alguno de ellos dispuesto a recordárselo. Y tenía todo el derecho. Esforzándose por recobrar la compostura, se irguió en su asiento, cuadró los hombros y trató de borrar la expresión turbada de su rostro.

-Adelante... -invitó a entrar al recién llegado.

La invitación a pasar quedó amortiguada por la puerta. Asió el pomo y abrió despacio pero no entró; permaneció debajo del marco de la puerta como si esperase una orden que le permitiera el paso. El arrojo sólo tenía sentido cuando la situación lo requería, quizás en momentos tensos y carentes de una iniciativa clara, pero allí, plantado frente a Kobayashi-taicho, el arrojo debería esperar hasta el instante preciso.

Las malas lenguas nunca se hacían de esperar y en cierto modo, plantarse en medio del despacho del capitán le provocaba cierta tensión. Liang era lo bastante desprendido como para acercarse a la gente, su falta de reparos y su carisma lograban el resto; le resultaba fácil relacionarse con la gente y eso, tenía muhcas consecuencias, beneficiosas y perjucidiales a partes iguales. Ser un shinigami raso suponía no sólo recibir órdenes y agachar la cabeza como un caballo con bocado; sino que se gozaba del trato igualitario de los demás rasos, y eso, era un fuente incesante de rumores, comentarios e intenciones. A sus oídos habían llegado palabras que no daba por asumidas, por la sencilla razón, de que nadie tenía el valor para confirmarlas y por ello, no las creía. Si alguien podía decir algo así, no era persona que el dirigente del escuadrón.

-Kobayashi-taicho, ¿dispone de un momento? -preguntó adoptando una postura firme, militar; le gustaban los formalismos, le hacían sentirse dentro de algo; aunque no era un amante exhacerbado, desde luego-. Si me lo permite, taicho, me gustaría poder hablar un asunto con usted...

Abordar el tema le resultaba complicado, desde luego; sin embargo, no podía titubear o su posición temblaría y perdería solidez. ¿Acaso no era capaz de plantear eso cuando estaba harto de escuchar al espíritu de su zampakutou quejarse por todo? Desde luego..., pensó para sí mismo, dándose ánimos para afrontar la situación. Liang se irguió mostrándose serio y disciplinado, a la espera de la confirmación.

-Ah, Liang, adelante, pasa -respondió el capitán, dejando a un lado los papeles por los que había estado paseando la mirada, sin ser realmente capaz de leer, y poniéndose de pie para recibir al invitado. Sonrió cálidamente y sin reservas al oír la educación con que se presentó. Le gustaba que sus hombres fueran corteses. Sin un poco de refinamiento, ¿qué distinguía un guerrero de un salvaje?

Acompañó sus palabras con un gesto, para indicarle que se acercara.

-Siéntate, por favor -le invitó, señalándole una silla vacía frente a su escritorio. En todo aquel tiempo, no había apartado los ojos de él, tratando de anticipar lo que vendría a decirle. Repasó mentalmente lo que sabía de él: Quiang Liang, soldado raso: un chico prometedor, algo más joven que él. Tenía talento para la organización y la improvisación, una mente rápida, intuitiva, que se salía de los esquemas dados, y un poco de sentido del humor. La combinación perfecta para destacar en el Séptimo Escuadrón.

-Adelante -le dijo, tomando asiento después de él-. ¿Para qué querías verme?

Sin titubeos y con paso sereno, cerró la puerta tras de sí y se encaminó hacia la silla vacía delante de la mesa del capitán, donde se sentó sin arrastrar la silla. No apoyó ni las manos ni los codos en la mesa, eran gestos invasivos y de mala educación; aunque no era el más protocolaria del mundo, sabía cuando recurrir a ella para dar una imagen saludable.

-Llevo bastante tiempo en este escuadrón, Kobayashi-taicho; casi me atrevo a decir que mucho antes de pertenecer a él. Mis años en la Academia me sirvieron para decantarme, definitivamente por este escuadrón. No me considero el mejor estratega pero sí puedo asegurar con la mayor de las certezas, de que este es mi sitio -explicaba decorando sus palabras para darle énfasis, soltura y gracia; el discurso inicial siempre causaba la impresión dominante del resto de la conversación, haber empezado sin preámbulos habría sido torpe y de poca preparación-. Pero si me permite, taicho, prefiero ser honesto y hablar del asunto que me trae hasta aquí.

Era el momento. Liang se mantuvo erguido, quieto y relajado; adoptó una posición cómoda en las piernas y entrecruzó los dedos para no moverlos y dar la impresión de que estaba nervioso. Una posición estática pero relajada, señal de confianza y comodidad; aunque bien podría haberse quedado igual, verdaderamente estaba tranquilo. Aquello era una apuesta por un caballo nuevo: se ganaba o perdía, pero al menos ya se conocería su nombre.

-No soy un hombre arrogante pero sí poseo aspiraciones, taicho. Conozco mis puntos fuertes así como sé reconocer mis debilidades y aceptarlas como tal, sin que ello me suponga un problema -contaba con soltura, totalmente desenvuelto con naturalidad; esbozó una sonrisa leve pero honesta y franca-. Me gustaría aspirar a los puestos de oficiales, Kobayashi-taicho. Sé que es responsabilidad pero eso no me amendranta. Puedo y quiero tomar un papel más activo en este escuadrón.

La leña en el asador, sí señor. La sonrisa de Liang se hizo más amplia. Fuera cual fuera la respuesta del capitán, él lo tomaría con la mayor de las tranquilidades. A fin de cuentas, simplemente con estar ahí le resultaba de lo más lucrativo. Casi podría decir que se estaba divirtiendo y aún no había pasado nada.

[Mil perdones: estaba de exámenes... Jo, soy un impresentable. Terminaré teniendo que ponerme las disculpas en la firma]

Los ojos de Kobayashi se clavaron con dureza en Liang, como si pretendieran horadar su piel y leer su mente a través de ella. ¿Se había extendido ya la noticia de la muerte de Katsu? ¿Venía aquel chico a tratar de aprovechar la oportunidad? Quizás. Y no tenía nada de sorprendente. Lo cierto era que, tras la batalla y la todavía no esclarecida muerte de Katsu, la cadena de mando del Escuadrón se había roto por completo. Sólo quedaba él, y no era una situación sostenible. Necesitaba oficiales capacitados para ejercer sus funciones con responsabilidad y, en aquel momento, tanto le daba si lo hacían por abnegación, por ambición, o por obligación.

-Bien -aceptó el Capitán, reclinándose hacia atrás en su asiento-. Seré honesto yo también: tengo disponibles los puestos de Tercer y Cuarto Oficial. -No estaba dispuesto a entregar el puesto de Katsu. No todavía. La noticia debería hacerse pública y el Escuadrón debería guardar el duelo pertinente antes de que siquiera se planteara nombrar algún otro Teniente-. Eres un guerrero competente y ya has demostrado coraje e iniciativa por el sólo hecho de venir aquí y hablar con franqueza. Pienso que estás más que capacitado para el puesto de Tercer Oficial, pero en este Escuadrón las cosas hay que ganárselas. Eso es algo que no ha cambiado -anunció. Tal vez no compartiera el carácter imposible del Capitán Tsukiho (no todavía, pensaba a veces), pero su antecesor les había legado a todos la mejor de las herencias: su visión y su cultura de trabajo. No estaba dispuesto a perder eso.

-Si estás dispuesto, empezaremos por algo sencillo -le dijo-. Supongamos que tienes a mano dos vasijas, una de 3 litros de capacidad y otra de 5, con las que deberás extraer 4 litros exactos de agua de la fuente. ¿Cómo lo harás?

Algo cambió en el aire justo en ese instante. Fue un segundo apenas fugaz, un leve y sutil choque de partículas invisible a los ojos, suficiente para que por un breve momento, el raso se percatase de que alguna de sus palabras no habían sentado del todo bien a Kobayashi; como si en lugar de él, un mero subordinado más, ante sus ojos se hubiera plantado un temible enemigo con las fauces abiertas demostrando sus voraces intenciones. La reacción no gusto en exceso al sosegado shinigami, le hacía pensar que algo no funcionaba dentro de aquel capitán; algo que giraba por completo la apariencia tranquila y firme de aquel hombre. Por un momento, casi estuvo tentado de dejar a un lado la idea de optar a un puesto de oficial en pos de averiguar que preocupaciones ensombrecían a Kobayashi. Sin embargo, no lo hizo.

Todo capitán debía ser consecuente con su cargo, a sus responsabilidades; nadie salvo él mismo podía llevar a cuestas las dificultades que suponía estar ahí. La flaqueza o el pesar eran visitas espontáneas que no debían interferir en las obligaciones de cada uno de ellos; ni siquiera gracias por una buena racha de suerte o el resultado éxito de algún objetivo. La balanza debía estar siempre equilibrada, para bien o para mal. Liang intuía que la balanza de Kobayashi estaba ligeramente desequilibrada y era algo que no le gustaba lo más mínimo. Si a ellos como rasos se les exigía cumplir con sus obligaciones con férrea determinación y disciplina, un capitán no podía ser menos; no porque él fuera inflexible con los demás, sino porque lo era consigo mismo, no le agradaba la idea de que sus esfuerzos se vieran malogrados por los titubeos y conflictos emocionales de un superior. No era algo permisible.

Sostuvo la mirada del capitán con semblante tranquilo y firme, escuchando aquella letanía temida y ansiada a partes iguales; la misma que le confirmaba la exigencia de personas que no siempre eran capaces de mantener ese rigor consigo mismos. En cierto modo, detestaba ser raso; odiaba no tener nombre ni rostro, pagar más de lo que recibía sólo para tener un puesto de honor delante del cañón.

Escuchó el planteamiento de aquel acertijo; aquellas cosas le entusiasmaban… hasta cierto punto. Solía tener paciencia para divagar entre soluciones, el problema era que no se distrajese con otra cosa. Sin embargo, aquel juego tenía un cariz diferente. Dejó la mirada perdida mientras se estrujaba los sesos en busca de la solución adecuada.

- Tengo la solución, capitán –respondió al cabo de unos minutos de silencio, dirigiendo la mirada hacia el hombre que tenía delante-. Primero llenaría la jarra de cinco litros al completo, con lo que tendría cinco litros de agua, uno más del que necesito; vertiría el agua que he recogido con esa jarra en la otra de tres litros hasta llenarla. Tras haberlo hecho en la jarra de cinco litros sólo me quedarían dos. Luego vaciaría la jarra de tres litros y la rellenaría con los dos litros restantes de la jarra de cinco litros, con que lo que ésta última se me quedaría vacía –explicaba dotando a sus palabras de cierto tono formal, aunque resuelto y amable en su relato-. Entonces volvería a llenar la jarra de cinco litros y con ella, vertería agua en la jarra de tres hasta tenerla llena. Como ya estaba llena con los dos litros anteriores, sólo podría almacenar uno más. Como resultado la jarra de cinco litros sólo perdería un litro de su sustancia actual, quedándome así, la cantidad de cuatro litros de agua dentro.

Tras la explicación, Liang se aclaró un poco la garganta; tanto hablar de agua le había dado sed. Manteniendo los hombros cuadrados, aguardó la resolución de su capitán.

Kobayashi sonrió, complacido. Más que de cualquier otra cosa, se enorgullecía de su División. No es que quisiera autoengañarse creyéndose responsable de todos sus logros; más bien, cada vez que alguno de ellos, ya fuera solo o con ayuda, llegaba a la solución de un problema, tomaba una decisión acertada o tenía una idea brillante, tenía la sensación de que acababan de dar un paso en la dirección correcta. Y todo el mundo sabe que el viaje de mil millas empieza con un paso. Michi ga nagai, "el camino es largo".

-Bien -aprobó, asintiendo con la cabeza. Se trataba de un acertijo sencillo, de los que formaban parte del bagage cotidiano del Capitán Tsukiho. Había perdido la cuenta de las veces que había visto al anterior Capitán atacar con él por sorpresa a algún novato desprevenido, obligándolo a continuación a devolverle la respuesta dentro de un límite de tiempo. Más principiantes de los que habría cabido esperar habían acabado perdiendo los nervios ante la mirada colérica de Tsukiho Raho y sus continuos comentarios sobre la incapacidad para resolver algo tan sencillo. En el Séptimo Escuadrón no se trataba sólo de saber pensar, sino de poder hacerlo rápido y en situaciones de gran presión-. Una respuesta impecable. Ahora, si no es molestia, me gustaría que me dieras otra solución para el mismo problema.

Sus ojos permanecían fijos en Liang. Más importante que las respuestas correctas (que, como miembro del Séptimo Escuadrón que era, no le cabía duda de que conseguiría) era analizar sus reacciones. Hasta el momento, todavía no le había visto mostrar sorpresa o desconcierto. Tampoco es que fuera una situación de gran presión (y menos para alguien que había servido bajo Tsukiho Raho), pero podía entreverse que tenía enfrente un chico calmado, difícil de sorprender y seguro de sí mismo, tan seguro que casi rozaba la arrogancia en algunos momentos. Bien. Todas ellas eran cualidades respetadas en el Séptimo Escuadrón. También la arrogancia.

Como en una buena novela, aquel inesperado giro era como un cambio drástico en el guión, rompiendo las previsiones hechas de antemano. Un giro que sin duda, pese a su falta de espectacularidad, intensificaba el interés por lo planteado. Esbozó una sonrisa llana y sencilla, que denotaba curiosidad y espectación como si él no fuera el objetivo de aquella nueva pregunta y la respuesta fuese a ser dada por otra persona. Sus hombros se relajaron. Liang no podía permitirse presumir de tener muchas luces quizás las necesarias para plantearse problemas serios, junto con una gran dosis de ingenio conseguía salvar casi todas las advenencias; normalmente hubiera esperado a que otro plantease un resolución antes de que su cerebro comenzase a buscar huecos y lagunas a menudo, casi por intuición. Y era justamente eso, lo que provocaba su gran porcentaje de acierto.

-Creo que otra forma viable de obtener cuatro litros sería llenando la jarra de tres litros una vez y vertirla sobre la de cinco; volverla a llenar y repetir la misma operación hasta que ésta quedase completa, quedándonos en la jarra de tres litro, uno restante. Entonces, se debería vaciar la jarra de cinco litros y vertir el litro que queda en la de tres; habiendo traspasado el líquido de una jarra a otra, sólo tendríamos que llenar la jarra de tres de nuevo y rellenar la de cinco, que ya contiene un litro, obteniendo los cuatro litros -resolvió Liang al cabo de unos escasos minutos; habló con calma aunque quizás de forma más distendida y cordial; sin lugar a dudas aquello le era interesante-. Ésta opción se me ha antojado más fácil, si me permite la anotación, capitán.

El condicionamiento era algo que a menudo sucedía con problemas medianamente complejos o enrevesados; la mente se aclimataba a una solución compleja tras haber resuelto un problema de tal modo, que al plantear otro, se busca de nuevo una respuesta igualmente difícil o más creyendo que es la opción más normal y descartando las opciones más sencillas. Era un error muy usual, por no decir que rutinario. Por eso se alegraba de sentir que no había caído tan fácilmente.

De nuevo, aguardó la respuesta.

Kobayashi sonrió, complacido. Lo cierto era que el chico no podía estar haciéndolo mejor. Incluso reconocer que la primera solución con la que había dado le parecía más compleja que la segunda (aunque esto, como todo, era cuestión de opiniones) había sido un movimiento que le había hecho ganar puntos. Significaba, por lo menos, que era capaz de analizar su propia línea de pensamiento en busca de flaquezas. Bien. Eso era algo no tan fácil de enseñar como parecía.

-Correcto -aprobó, enderezándose en su asiento-. Pero, sobre si es mejor una solución o la otra, podríamos estar discutiendo una noche entera. Te lo digo por experiencia...

Algo que jamás conseguiría hacer tan bien como Tsukiho Raho era su dialéctica socrática. No era extraño que su anterior capitán les obligara a exponer su opinión sobre cualquier tema, atacando a continuación sus argumentos desde todos los ángulos posibles. Si uno terminaba por ceder y aceptaba las críticas del maestro, automáticamente éste cambiaba de postura, obligándole ahora a defender aquello a lo que hasta el momento se había opuesto. Podía ser realmente agotador, y bastante mareante, también. Pero tenía su técnica, y ciertamente obligaba a los miembros del Séptimo Escuadrón a pensar dos veces cada palabra que iban a decir. Tal vez algún día comenzara a hostigarles de un modo parecido, pero por el momento iba a darle un descanso a Liang.

-¿Serías tan amable de acompañarme, por favor? -le pidió, levantándose de su asiento y pasando por su lado, camino de la puerta. La abrió, esperando a que el joven shinigami le siguiera, y la cerró tras ellos. En silencio, cruzaron la vasta sala multipropósito, encaminándose al exterior. Allí era la hora de entrenamiento de zanjutsu. Decenas de shinigamis, armados con bokkens, practicaban katas y movimientos. Otro grupo, algo más alejado, se había distribuído en parejas para realizar combates. Hayato pasó su vista por las diferentes filas de guerreros, observándolos a todos y a ninguno. Lo cierto era que constituían un espectáculo digno de ver, tanto por la coordinación como por el estruendoso kiai. Aquello, en cierto modo, también era herencia de Tsukiho Raho. Casi podía oírle amonestarle, como solía hacer en sus primeros años en el escuadrón, mirándole con aquella cara de desprecio y diciendo: "¿Si no pones todo tu espíritu en cada golpe, para qué luchas? Cuando estés muerto ya será tarde para esforzarte"

Sin apartar los ojos de los shinigamis que realizaban sus ejercicios, preguntó, en una voz suficientemente baja como para que los gritos del kiai y el sonido de espadas de madera entrechocándose la hicieran inaudible para todo aquel que no estuviera a su lado:

-Dime, Liang, ¿qué es lo que ves?

-Dime Liang, ¿qué ves?

La pregunta lo pilló por sorpresa pues no esperaba nada parecido. Giró la cabeza hasta clavar los ojos en aquel grupo de personas que practiaban en la sala. Permaneció callado, observando con detalle a las personas que entrenaban, cada uno de los movimientos medidos y concentrados. A simple vista no era más que un entrenamiento, pero tras la primera capa superficial se escondía mucho más. Habría sido muy arrogante afirmar qué únicamente se podía ver eso; una respuesta sumamente reprobatiba que sólo tiraba piedras sobre su propio tejado. Pero no, Liang no pecaba de arrogancia, al menos no en demasia. Siempre había más.

Se tomó su tiempo para responder, como si buscase la respuesta adecuada no sólo para el capitán sino para todos aquellos que dedicaban su tiempo al escuadrón. Contempló con una medio sonrisa esbozada en la cara el espectáculo que tenía delante. Con cada movimiento sincronizado veía unión, compenetración; con cada grito al unísono, aquellos shinigamis dejaban alto y claro su dedicación y esfuerzo; y sin embargo, la modestia se alzaba por encima de todo: personas humildes que trabajaban por algo superior a ellos mismos: sacrificio, abnegación, entrega. Y aquello sólo tenía una razón: lealtad. Por un momento no pudo sentirse más orgullo de estar alli y formar parte de aquello, del conjunto. Pero, ¿cómo iba a explicarle todo eso al capitán sin pecar de sensiblero?

Meditó un segundo sus palabras, trabadas en su lengua.

-Lo cierto capitán, es que me es muy complicado describir lo que veo. Porque todo lo que se alza ante mis ojos tiene muchas caras, demasiados matices como para centrarme sólo en uno -comentó haciendo alusión a cada uno de los shinigamis presentes-. La verdad es que me he dado cuenta de que no sería capaz de expresarlo correctamente. Porque ante mis ojos sólo consigo vislumbrar una mínima parte de su esfuerzo, de su tesón y la entrega hacia el escuadrón; veo... concrentración, superación pero sobretodo modestia. Son personas normales que se dejan la piel todos los días aquí, entrenando, esforzándose por cumplir lo que se espera de ellos. Ante semejante muestra de lealtad hacen que me sienta humilde... y orgullo de poder compartir mi tiempo con ellos.

Liang dejó escapar un suspiro. No era ni una mínima parte de lo que le hubiera gustado decir, pero tampoco tenía las palabras adecuadas para ello. Sabía que tampoco era la respuesta que un capitán hubiera deseado oír, pero era lo que veía. Hubiera sido mejor dar una respuesta más enaltecida, que alabase la eficacia del escuadrón, pero lo cierto es que eso no se le había pasado por la cabeza. Sin embargo, con cada segundo que había observado a sus camaradas de escuadrón, se le había antojado que su deseo por ser oficial era una muestra exagerada de orgullo que no terminaba de gustarle. El orgullo tenía sus momentos, pero no era aquel.

-Veo lealtad, capitán. No se me ocurre nada mejor que decir -respondió con un suspiro que sonaba a derrota-.

Necio... masculló Yushuna-kipa desde sus estepas desérticas. Liang lo ignoró.

Permaneció quieto, mirando con los ojos como platos el entrenamiento. No podía decir nada más que le supiera mejor.

Hayato arrugó la mente, pensativo. Ciertamente, no era la respuesta que había esperado, pero eso le gustaba. No quería oficiales que pensaran exactamente como él: los quería que se dieran cuenta de cosas de las que no se había percatado, que tuvieran el valor de llevarle la contraria y que tuvieran ideas que a él no se le hubieran ocurrido. La capacidad de sorprender era también un recurso valorado en el Séptimo Escuadrón.

-Lealtad... -repitió, considerando la palabra con detenimiento. Nunca se había planteado su trabajo en términos de lealtad. Sí lo había hecho en los no tan distintos términos de honor y deber, pero concretamente "lealtad" era una palabra que no utilizaba a menudo-. Sí, supongo que eso es por lo que estamos todos aquí.

Pero, ¿lealtad a qué? Sin duda, habría una respuesta distinta a esa pregunta por cada miembro del Escuadrón. Trató de imaginárselas: a los Trece Escuadrones, a la Sociedad de Almas, al ciclo de las almas y nuestra misión como shinigamis, a las Almas Puras, a los compañeros, a los amigos... al Séptimo Escuadrón.

-¿Sabes qué veo yo? Veo vidas, esfuerzos, ilusiones, sueños... Veo el trabajo constante de multitud de compañeros, unidos por algo mucho más grande que cualquiera de nosotros. Y tienes razón: ese algo se llama lealtad; lealtad forjada de batalla en batalla, templada con la amenaza constante de la muerte y el recuerdo de los compañeros caídos; lealtad recíproca, entre unos y otros, sellada con sangre y sudor; la clase de lealtad que nos permite luchar como un solo hombre.

Su mirada seguía puesta en las filas de guerreros, pero su mente vagaba muy lejos de allí, en una llanura desolada de Hueco Mundo en la que al menos once Capitanes, y muchos otros shinigamis más, habían perdido la vida. Aquel día el Séptimo Escuadrón había sufrido las que tal vez fueran las mayores pérdidas de su historia. Casi la mitad de sus miembros cayeron allí, y a veces no era consciente de cuán profundamente les recordaban los que habían vivido más allá de ese día.

-Si te conviertes en Oficial, llegará el día en que deberás tomar decisiones -prosiguió, volviéndose de nuevo hacia Liang-, decisiones que afectarán la vida o la muerte de todos o parte de ellos. Y, cuando las tomes, no podrás permitirte ser egoísta ni orgulloso. Porque, de la misma forma que ellos te deberán lealtad como subordinados, tú les deberás lealtad a ellos como su superior. Será tu deber elegir la mejor opción para todos... o, por lo menos, hacerlo lo mejor que sepas. Esa es la clase de deuda que contraerás con todos y cada uno de los hombres que ves si cambias el "Soldado Raso" que acompaña a tu nombre por "Oficial". Si crees que no eres consciente de las implicaciones que esto conlleva, o no te ves preparado para llevar esa carga, todavía puedes echarte atrás. Pero una vez contraigas esa deuda ya no tendrás forma de librarte de ella.

Se permitió una breve pausa para escudriñar los ojos del chico, tratando de averiguar qué efecto habrían provocado sus palabras en él. Sería una gran decepción que se echara atrás, después de todo.

-¿Qué me dices, Liang? ¿Te ves preparado?

Pensativo y abstraído en las filas de hombres que practicaban frente a ellos, Liang no pudo menos que asentir con un distraido ademán de cabeza. Las gruesas arandelas de sus brazales tintinearon un rato, resonando como una inequívoca señal para tomar una decisión. Aunque ya estuviese tomada, justo desde el primer momento en que llamó a la puerta del capitán para soltar un discurso y plantarse para alcanzar algo. No era el momento para echarse atrás, hubiera sido no sólo un acto cobarde e infantil, sino que para sí mismo, que tan firme se plantó ante aquella puerta, su honor y todo aquello que lo conformaban, no le permitían echarse atrás.
Había decidido que necesitaba algo más; una forma de implicación, de mayor participación y eso era, lo que estaban ofreciéndole. Hubiera sido más fácil no aceptar, retroceder un paso y seguir como hasta ahora, acomodado en su sencilla y obediente posición pero, ¿acaso era lo que realmente quería? ¿Fue eso lo que lo impulsó a arrancar esa mañana?

No. Fue la voluntad de hacer algo.

De valientes está el cementerio lleno, muchacho... masculló Yushuna-kipa con su voz ronca e inflexible.

Y de cobardes no hablan las historias, respondió a su vez conservando esa sonrisa perezosa en la boca.

Como veas, chico, pero no te atrevas a decir que no te lo avisé. El camino se empieza siendo ignorante, deambulando como un ciego hasta que la sadiburía se va abriendo paso e ilumina las piedras y charcos... El conocimiento pesa y acarrea responsabilidad... Si ves que cargas con demasiado peso a la espalda... no digas que no te lo advertí, Liang, murmuró como un oscuro presagio aquel espíritu hosco.

Desplazó uno de sus pies apenas unos centímetros, lo suficiente para encararse con su capitán. Se mostraba tranquilo, con una chispa vivaz inmutable en sus ojos castaños.

-No me he presentado en su despacho para retractarme, taicho -respondió dejando que sus palabras abandonasen la informalidad y la distensión por unos segundos-. Había tomado una decisión y quería intentarlo. Quizás no imagine qué decisiones me aguardan en el futuro, pero las asumiré con todas sus consecuencias. No niego que tal vez no esté preparado para afrontar todas las desiciones que vengan, pero me esforzaré para que sean justas y racionales. Tal vez no sea la mejor carta de presentación, capitán, pero si de verdad va a concederme el puesto, prefiero que sea a sabiendas del canditato que se ha presentado esta mañana en su despacho y no por una falsa imagen que intente impresionarle.

Kobayashi sopesó sus palabras largo rato [FDI: Laaaaaaaargo rato n_nU]. Las valoraba más que cualquier discurso grandisonante, por ser sinceras y meditadas. Decir la verdad no bastaba: uno tenía que reflexionarla antes.

-Bien -aceptó. Buscó con la mirada a Ieyasu Nobura-sensei, el Maestro de Armas del Escuadrón, y le hizo un gesto con la mano. Después de tanto tiempo juntos, no hacía falta más. Ieyasu se aseguró de que todos y cada uno de sus hombres terminaban el ejercicio que estaban haciendo (pues interrumpirlo era, desde luego, algo impensable) y les hizo detener. Varias decenas de pares de ojos se centraron en el capitán y el soldado que estaba a su lado. Kobayashi se adelantó, mostró sus respetos hacia Ieyasu con una leve inclinación, y a continuación se dirigió al escuadrón. La respiración de más de uno era agitada y dificultosa, pero sabía que le escuchaban.

-Sensei, compañeros -comenzó, dirigiéndose a ellos-. Sé que estamos viviendo una época de cambios, cambios que a más de uno nos hubiera gustado que no hubieran tenido que ocurrir. Apenas hemos terminado de llorar a nuestros compañeros caídos en la Batalla de Hueco Mundo, y la guerra sigue exigiéndonos sacrificios.

Más de uno tragó saliva, o dirigió la mirada al suelo. La tristemente recordada batalla se había ensañado con el Séptimo Escuadrón más que con ningún otro. Todos habían perdido alguien muy cercano, ese día, y poco había faltado para que la división hubiera sido rodeada y masacrada hasta el último hombre. Si a un escuadrón iba a costarle olvidar aquel día y recuperarse del daño sufrido, ese era el Séptimo.

-Nos vemos obligados a ser fuertes, a dar todo cuánto podemos dar. Cuando se lucha contra un enemigo como el nuestro, rendirse no es una opción. Quiero daros las gracias a todos por vuestro trabajo y entrega. Nosotros mejor que nadie sabemos que las batallas se ganan gracias al apoyo de quienes luchan a nuestro lado.

Algunos guerreros golpearon sus espadas de madera contra sus protecciones, en señal de apoyo. Las comisuras de los labios de Nobura-sensei se curvaron levísimamente en apenas el esbozo de una sonrisa de aprobación.

-En una situación como esta, es importante que cada uno aporte lo que pueda al escuadrón, que todos trabajemos por el bien de todos. No hay uno solo de entre nosotros que no eche de menos a un amigo caído, o al más valioso maestro que jamás hemos tenido, el Capitán Tsukiho Raho. Pero la guerra es cruel, y nuestro enemigo lo es todavía más. Y no podemos perder ni un momento lamentándonos, porque el instante en el que bajemos la guardia es el que están esperando para darnos el golpe definitivo. Tenemos que afrontarlo como guerreros, sobrellevar nuestro dolor y, si acaso, trabajar más duro todavía para que algún día podamos celebrar la gran victoria. Su victoria. Nuestra victoria. Hagamos que su sacrificio tenga un sentido y recordémosles con honor, pues su gloria será eterna.

Ieyasu Nobura asentía con la mirada perdida. Aquel hombre anciano y arrugado tenía más espíritu de guerrero que todos los demás presentes juntos. Kobayashi siempre se había preguntado por qué había entrado al Séptimo Escuadrón en lugar de al Undécimo. Morir en combate joven, lleno de gloria y de coraje, parecía un destino mucho más acorde con él que enseñar a un grupo de jovenzuelos a usar las armas sin cortarse los dedos. Suponía que ese era su sacrificio...

-Liang, por favor, da un paso al frente -le indicó, en voz más baja, antes de continuar-: Hoy, me siento orgulloso de comunicaros que nuestro compañero Quiang Liang ha sido ascendido a Tercer Oficial del Séptimo Escuadrón. Espero que le ayudéis a llevar sus nuevas responsabilidades con el honor y el respeto que merece.

La división reaccionó como esperaba de ellos. Hubo puños en el aire, vítores y golpes en el pecho: una acogida digna de un oficial. Miró a Liang de reojo, tratando de adivinar qué pasaba por su mente en aquellos instantes. Luego le hizo una pregunta que era casi una invitación:

-Tercer Oficial Liang, ¿desea decir unas palabras al escuadrón?

Habiéndose adelantado un paso hacia los rostros, contuvo las ansias casi irresistibles de hacer alguna broma aunque evitó caer en el discurso fácil de cara a la presencia del capitán. Aspiró con fuerza por la nariz afrontando que no le quedaba otra más que pensar rápidamente en algo qué decir; algo que sonara creíble, honesto y sincero dadas las responsabilidades que tendría en el futuro tras ese mismo momento. Y sin embargo, no acudían a su cabeza palabras elaboradas ni un discurso sobrio propio de esas situaciones.

Conocía a la gran mayoría de esos hombres y sin embargo, ahora no era capaz de decírles nada. Había montones de historias de entrenamientos, debates y más de alguna borrachera que bien habrían hecho en olvidar; y aunque esa clase de lealtad, sencilla y poco pomposa era la que disfrutaba el shinigami del escuadrón, no quería parecer demasiado informal ante el capitán ni dar a entender a los demás que ese cambio no modificaba las reglas del juego.

Carraspeó.

-Me enorgullece más de lo podeis imaginar servir de éste modo a nuestro escuadrón, porque jamás imaginé que podría llegar hasta aquí desde que salí de la Academia. Éste es un paso importante que no me hubiera atrevido a dar si no hubiera confiado tanto en la capacidad de los miembros del Séptimo; si no hubiera tan buenos y grandes shinigamis entre sus paredes posiblemente no hubiera encontrado las razones para querer tomar mayor parte -decía modulando la voz para enfocar los puntos más importantes del improvisado discurso; enfatizando con un tono a medio camino entre la cordialidad y la disciplina cada una de sus palabras-. No querría estar en ningún otro sitio que no sea aquí...

Un levísimo rubor acudió a sus mejillas al dar con concluido el discurso. Se oyeron algunas chanzas entre el silencio que se extendió mientras duró si intervención, rompiendo un casi estrito silencio militar. Movió uno de los pies hacia atrás para retroceder el mismo paso que Kobayashi le había invitado a dar. Por él, el protocolo había terminado en ese mismo instante.

El capitán apoyó las palabras de Liang con un asentimiento.

-Nada más por el momento. El Tercer Oficial y yo nos retiramos y os dejamos seguir con vuestro entrenamiento: no queremos robaros más tiempo -se excusó, con una sonrisa-. Ieyasu-sensei, disculpe por haberle interrumpido. Prosiga, por favor -le pidió, volviendo a saludarle con una inclinación, ésta vez a modo de despedida.

Mientras a sus espaldas el escuadrón retomaba los ejercicios allí dónde los había dejado, Kobayashi condujo al oficial recién ascendido de vuelta al interior del edificio, cerrando cuidadosamente la puerta tras ellos. Cuando hubieron andado unos pasos, se volvió hacia Liang, más serio de lo que había estado en ningún momento desde que había entrado en su despacho aún como soldado raso.

-Liang, me temo que no voy a ser justo contigo -le anunció. Las palabras salieron lentas de sus labios, como si les costara trabajo salir-. Ryuga Katsu, el presente Teniente del escuadrón, ha muerto. -No habría esperado que fuera tan difícil decirlo. Si ya le había costado comunicárselo a Liang, no quiería imaginar qué ocurriría cuando tuviera que anunciarlo a toda la división. Más malas noticias no era precisamente lo que necesitaban en ese momento-. No estoy autorizado a hacerlo público hasta que la investigación no esclarezca las causas del fallecimiento, pero debes saber la verdad: con Katsu muerto, tú eres el oficial con mayor rango del escuadrón. Si algo me ocurriera, debes estar preparado para tomar mi lugar, de modo que quiero que comiences a entrenar para desarrollar un bankai lo antes posible. Es una orden.

Su expresión se suavizó un poco, igual que su tono de voz. Lo cierto es que se sentía un poco mejor ahora que lo había dicho. Eso era lo que llevaba peor de la capitanía: mientras que en todos los años que había pasado en el escuadrón como oficial o incluso como teniente siempre había sido uno más del grupo, ahora debía crear una distancia que para él nunca había existido y cuidar en todo momento qué compartía con ellos y qué no. No era algo agradable ocultarles cosas a los que considerabas tus propios compañeros. Cada vez comprendía mejor el terrible carácter de Tsukiho Raho.

-No te preocupes -repuso, con una sonrisa algo más desenfadada, que no terminaba de ocultar del todo la nota triste que se coló en su voz-. Te ayudaré en todo cuanto pueda. -Arrugó unos momentos el ceño, y parpadeó, como tratando de alejar algo de su mente-. Por mucho que cambien las cosas, en el Séptimo seguiremos siendo un equipo.

Liang se sintió aliviado en cuanto dejaron a los demás y la presión frívola del discurso hubo pasado. Quizás porque no esperaba lo que precedía a la toma de resposabilidades e ignoraba qué planes tenía Kobayashi. Sin embargo, aunque había oído rumores sobre movimientos en el cuarto nunca le dió por asociar eso a la estancia de Katsu por allí y pese a todo, no pudo evitar que fuera como recibir un mazazo en plena boca del estómago. Ahora vislumbraba con mayor o menor nitidez, la seriedad y aquellos pequeños cambios en el talante del capitán; razones de peso como para no estar nunca lo bastante preocupado.

Por otro lado eso lo dejaba en una posición bastante más complicada de lo que había pensado en un principio; no había imagino un salto en el orden de mando del escuadrón tal como se lo planteaba Kobayashi, sino porque se quedaba con la sensación de haber ido buscando algo más. Jamás negaría que era un poco inconformista ni que tenía el suficiente orgullo para pensar que era bueno en algo, pero nunca iría a por algo de saber que las cosas estuvieran de tal modo. Era no sólo una deslealtad al escuadrón, sino a los compañeros.

Permaneció quieto como una roca, con la expresión congelada y la mirada afectada. Liang nunca fue de piedra y cosas así, no sentía vergüenza alguna en mostrar. Una mezcla confusa de emociones y obligaciones le impedían hablar con normalidad.

-Yushuna-kipa no es una zampakutou fácil de tratar, pero haré cuanto esté en mi mano, capitán -dijo con la voz atorada en la garganta, tratando de mostrarse neutro pese a las noticias-. ¿Tan grave era...? Quiero decir... ¿Qué ha pasado? ¿Quién está llevando la investigación?

Hayato se sintió reconfortado por la reacción de Liang. No había sido esa su intención al comunicárselo, pero aquella era la prueba definitiva. Su respuesta confirmaba que no lo había sabido antes de entrar a pedir el ascenso: nadie era tan buen actor.

En el fondo se alegraba. Si bien la ambición y el oportunismo formaban parte del arsenal de un estratega, había cosas que consideraba que debían respetarse. Prefería un oficial motivado para trabajar por el escuadrón que no uno que aprovechaba la muerte de un compañero para subir peldaños.

-Katsu sufrió heridas en Europa, pero no eran de ninguna forma mortales -explicó-. La investigación avanza lento, pero tememos que haya podido ser un terrible error, o incluso un asesinato. Estoy colaborando con el Cuarto Escuadrón para esclarecer cuanto sea posible.

Se encogió de hombros. En honor a la verdad, su colaboración estaba siendo bastante reducida por el momento. Y el avance de la investigación también estaba siendo más reducido de lo que le hubiera gustado. Si realmente había sido un asesinato, el culpable seguía libre, probablemente en algún lugar de la Sociedad de Almas, quizás preparando otro. Pensarlo le hacía hervir las venas.

-Por supuesto, todo esto te lo digo extraoficialmente. Hasta que el Capitán Murakami no haya dilucidado responsabilidades, es mejor que lo sepa la mínima cantidad posible de gente.

Asintió de forma automática, escuchando las aclaraciones sobre la investigación del fallecido teniente. El hecho de que algo así sucediera entre los muros del Gotei se le antojaba prácticamente deprorable; impensable que un escuadrón pudiera tener semejante falta de cuidado. Aquella actuación había dejado al escuadrón completamente cojo.

-Me gustaría ayudar en lo posible, capitán... Acabo de tomar el puesto como oficial y creo que es un buen momento para comenzar a hacer cosas por el escuadrón... Y dada la magnitud de lo que acaba de contarme, creo que tenemos el derecho de saber qué ha pasado con Ryuga-fukutaicho. Es una respuesta que los del séptimo tenemos todo el derecho a conocer con todo lo que ello implica... -decía con el ceño fruncido-. Comprendo la necesidad de silencio, pero no me gustaría que nos llegase una información edulcorada de parte del cuarto escuadrón. En parte no puedo evitar pensar que todo esto es consecuencia de sus actos; sea una negligencia o un asesinato... el cuarto escuadrón está implicado. No sería justo que la respuesta llegase a nosotros suavizada o resumida; no después de una pérdida así.

Tal vez estaba pidiendo demasiado o se estaba dejando llevar por una idea preconstruida sobre los actos y las consecuencias, la necesidad de respuestas y el pago por los errores. No podía decir que hubiera conocido demasiado a Katsu, pero formaban parte del mismo equipo y una baja, seguía siendo una pérdida irrecuperable y un hueco dentro del mecanismo del séptimo. Aquel escuadrón era su vida, lo único que había querido desde la Academia, no estaba dispuesto a obtener una respuesta que no fuera aquella con todas las palabras, con todos los nombres y todas las consecuencias a su espalda.

Quizás estuviera un poco enfadado, pero sobretodo estaba determinado a conseguir esa respuesta.

Kobayashi asintió a las palabras de Liang. Eran francas y directas, incluso atrevidas. Tanto que difícilmente podrían haber sido repetidas en público sin acarrearle notables inconvenientes. Le gustaba que su oficial fuera así de sincero con él.

-Confío en el Capitán Murakami -respondió, también sinceramente-. Es un buen hombre, legal y, por lo que parece, muy unido al Teniente Ryuga. Sin embargo, razón no te falta: temo que pueda ser demasiado... blando, si el problema atañe a algún miembro de su escuadrón. Y tenemos para con Katsu el deber de la verdad y de la justicia. Si se demuestra que ha sido una negligencia, me conformaré con que el culpable sea apartado de sus responsabilidades. Pero si ha sido un asesinato intencionado, no pienso descansar hasta que sea ejecutado. Sea quien sea -aseveró, resuelto. Le corroía las entrañas pensar que uno de los suyos pudiera ser capaz de un acto tan deshonroso y ruin, de tener la cobardía de terminar a sangre fría con la vida de un guerrero noble como Katsu, a traición y cuando se encontraba indefenso. Desgraciadamente, como más días pasaban sin que la investigación avanzara, más peso ganaba en su cabeza la impresión de que algo muy sucio estaba detrás de la muerte de Katsu, que cada vez le parecía menos probable que hubiera sido accidental.


Apenas unas horas más tarde, una mariposa infernal entró por la ventana del despacho de Hayato.

Al habla Murakami Aoki. Hayato-taichou, le pido que acuda a la zona habilitada para los interrogatorios, e interrogue al sujeto de la sala número 4. Es Kuromachi, el que encontró el cuerpo de su teniente esta misma mañana. No solo por el bien de la investigación, sino que además así podrá saber de primera mano algo más de qué ocurrió. Le agradezco su participación.

Tan pronto como terminó el mensaje, Hayato se inclinó su mesa y pulsó un botón del comunicador.

-¿Sí, Capitán? ¿En qué puedo ayudarle? -Era la voz de Hyouma Kouta, Chambelán del Escuadrón.

-Hyouma-san, por favor: busque al Tercer Oficial Liang y dígale que se reúna conmigo frente a la entrada principal de la Cuarta División. Tenemos trabajo que hacer.