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Domando a la bestia

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Mensaje por Hideyori Taira Jue Ago 05, 2010 3:10 am

[OFF: Post reservado, dedicado al desarrollo on-rol de un aspecto de la trama "Blanco y en botella". No se admiten respuestas a este hilo]
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La oscuridad envolvía a la figura en el centro de la sala, acariciando su blanquecina piel y ocultando sus facciones en la penumbra. Sentada solemne sobre una mullida superficie, permanecía en silencio, inspirando el aroma que expedían las llamas purpúreas de la chimenea. Todo era tranquilidad. Todo era sosiego.

Las blancas prendas de los arrancar yacían sobre la cama, inertes. Vacías de cuerpos que ocultar. Bajo la cálida luz de la estancia, su color blanco y puro se mezclaba con los lujuriosos rojo y púrpura, tornando la inocencia en la más lasciva de las persuasiones. Persuasión blanca e impoluta, cálida y pecadora, presente sobre los tersos muslos de la arrancar que sobre la seda yacía. Su figura, suave aunque voluptuosa, se hundía ligeramente entre las sábanas, ocultando pocas de sus tentaciones al resto.

Dormida se hallaba la bella musa del pecado, tumbada de lado sobre el colchón, y ligeramente acurrucada sobre sí misma. Sus suspiros, apenas inaudibles, escapaban de entre los satisfechos labios como una brisa agradecida. La musa sonreía.

A escasos centímetros frente a ella, la primera figura permanecía quieta, silenciosa; con la espalda desnuda encarándola. Se mantenía sentada en la misma posición, con las piernas cruzadas entre sí y los antebrazos reposando sobre las rodillas. Por lo poco que mostraba el tenue fulgor de la chimenea, se veía una espalda musculada, aunque no en exceso, centrada entre aquellos brazos largos y firmes. Sobre ellos quedaban los unos hombros aguerridos, forjados en el fragor de la constante caza. Una cicatriz surcaba el derecho de ellos, como si del trazo de una garra hambrienta se tratase, mientras que el otro quedaba intacto, vacío, como a la espera de ser marcado con el negro número de su Sección.

Y los blancos cabellos caían sobre la nuca, largos hasta el punto de casi ocultar los ojos cerrados sobre su faz. Unos ojos oscuros, caprichosos y persuasivos. Poco más abajo, la penumbra cubría unos rasgos finos, suaves como el sisear del viento entre las hojas de un cerezo en flor. Y más abajo aún, comenzaba un torso desnudo, moldeado con firmeza y decoro en el fluir de la batalla; armonizado y en un equilibrio digno de los más bellos cánones.

Y desembocaba, tras recorrer los sinuosos senderos de la pelvis, en el negro de un cinturón de tela y el blanco del atuendo arrancar, cruzado sobre sí mismo como en un torbellino de pliegues y sombras entre las rodillas. Y en el centro, algo latía.

Una presencia cuasi esférica, tomada entre las manos del individuo con igual delicadeza y firmeza. Su tamaño era algo superior al de un puño cerrado, y estaba formado por una extraña y palpitante masa orgánica.

En esencia, parecía una gigantesca semilla de músculo y tendón, culminada por numerosas púas a todo su alrededor. Dominada por un oscuro impulso, se mecía como con vida propia, ocultando bajo aquella opresiva coraza de miedo y odio a un ser hambriento y siempre creciente…


— "Despierta, Quimera…"


Última edición por Hideyori Taira el Miér Ene 19, 2011 11:41 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Hideyori Taira Mar Ago 17, 2010 4:09 am

Lentamente, los párpados del individuo en la oscuridad se fueron abriendo, deshaciendo la penumbra a su alrededor para sumergirlo en una realidad que no era la suya:

Ya no se encontraba en una mullida cama junto a su acompañante femenina; ni tampoco le llegaba aquel delicioso aroma entre las sombras. El silencio que antes adormilaba sus sentidos había sido sustituido por el lento palpitar del mundo a su alrededor; y aquella sensación de tranquilidad había cesado, tornándose en un sentimiento de amenaza perpetua.

Abrió los ojos.

A su alrededor se extendía un vastísimo mundo orgánico, latente como dotado de vida propia y peligroso en cada punto que alcanzaba la vista. El suelo y las paredes se hallaban cubiertas de una viscosa masa sanguinolenta; y hambrientas fauces coronaban cada elevación en el horizonte. El cielo, rojo carmesí, mostraba una neblina de igual color; como si del nauseabundo aliento del leviatán se tratara; mientras que el tembloroso suelo amenazaba con ceder a cada paso dado.

El individuo sonrió, satisfecho. Al fin había llegado…

— Así que este es tu mundo, Quimera. — la voz sonaba tranquila, casi divertida. No parecía temer a aquel nuevo lugar, aún con todos sus peligros. — Un poco más lúgubre de lo que me hubiera imaginado pero…supongo que podré sobrellevarlo.

Comenzó entonces a pasearse por el lugar, con su característico andar meditativo, aunque despreocupado. Por supuesto, sus manos ocupaban los respectivos bolsillos mientras observaba los alrededores; con aquella inconfundible media sonrisa dibujada en los labios.

— Creo que aún no nos han presentado debidamente. — seguía hablando en voz alta, como si se dirigiera a un interlocutor fantasma suspendido en el aire. — Verás, fui yo quien envió a mi amigo Reiko a que te pateara el culo… — hizo una pausa. — y bien que lo hizo. — cedió al silencio un par de segundos, dejando que las palabras calaran hondo en el autoestima de aquel mundo latente, carente de propietario visible. — Pues bien, mi nombre es Hid…

— Hideyori Taira, Fracción de la 9º Sección. — una voz ambigua, gutural, le interrumpió. Parecía como si el propio entorno hablase, pues no se podía distinguir el lugar desde el cual partía la voz. — Lo sé, Hideyori. De hecho, lo sé todo sobre ti. — una pausa — No olvides que este es mi mundo, tu pesadilla. Y no olvides tampoco que en este mundo… — una gigantesca mandíbula apareció tras el Fracción. — soy yo quien dicta las normas.

Al instante siguiente, la enorme faz, que ya se disponía a devorar al Hideyori, desapareció en una gigantesca explosión de sangre, acabando por ser un simple muñón de carne lacerada en el suelo.

— Bala… — los labios de Taira delataron la técnica empleada, no por ello borrando signo de satisfacción alguno. — Estúpida…no me subestimes. — Calló por un instante. — Sabes a lo que he venido, y que no puedes hacer nada por impedírmelo. Así que…¿por qué no eres una buena chica y me evitas el tener que ir a buscarte? No me gustaría tener que enfadarme…

Taira dio un paso más en su lento andar. Otro más. Y se detuvo. Algo estaba cambiando en aquel lugar:

De repente, el suelo, junto con todo el mundo a su alrededor, comenzó a temblar, como dominado por una furia primigenia. Como si de un simple rompecabezas se tratase, las elevaciones se doblaron sobre sí mismas y se convirtieron en valles; al tiempo que los valles abrían sus entrañas al vacío mundo subterráneo, siendo ahora gigantescas grietas. Profundas aberturas en el suelo que revelaban un peligroso mundo bajo tierra, repleto de endemoniados seres de pesadilla que la penumbra aún ocultaba. Un verdadero ejército de mutadas abominaciones, surgidas de los grotescos designios de la bestia Quimera. Pero las deformaciones del entorno no acababan aquí: tras cada esquina, una trampa mortal surgía, en forma de punzantes estacas de hueso, garras salidas de la nada y válvulas supurantes de bilis corrosiva.

El cielo, antes dominado por aquella vaga neblina, se teñía ahora de un negro opaco, tapando un sol inexistente para sumir a aquel mundo en la más absoluta oscuridad. Y en la oscuridad, se comenzaban a oír las risas maléficas y desquiciadas que surgían de entre las grietas y se acercaban más a cada segundo que pasaba. Se oía el crujido de los músculos que cubrían aquel mundo al hundirse bajo sus garras. Estaban trepando hacia la superficie.

— Vamos, pequeña… — comenzó Taira, optando por un tono de voz resignado. — ¿Seguro que no quieres tomar la vía fácil? No quisiera que acabaras más desquiciada de lo que ya estás. Hazme caso, no es sano… — su sonrisa irradiaba una felicidad del todo irracional. Ocultas en la penumbra, las criaturas seguían avanzando, rodeando a Taira. Suspiró. — Si es lo que quieres…


— QUE COMIENCE LA LOCURA…
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Mensaje por Hideyori Taira Dom Ago 22, 2010 9:44 am

De repente, una luz entre turquesa y celestina surgió de la nada, a escasos dos metros del Fracción. Y junto a ella, otra más, y otra…

Diminutas luces en el suelo siguieron apareciendo en los entornos del Hideyori, en un espectáculo de color que deshacía la oscuridad a su paso; y una tras otra, como si de gigantescos tallos se tratara, comenzaron a germinar en aquel suelo cubierto de mugre y podredumbre, alimentándose de ellas en su ascenso hacia los penumbrosos cielos. Pronto, el arrancar pudo deleitarse en comprobar cómo todos los enemigos en las cercanías quedaban visibles con total nitidez. Pero aquel extraño fenómeno no acababa ahí:

Por puro instinto, aquellas criaturas habituadas a las tinieblas retrocedieron, alejándose de un grueso muro vegetal que ya empezaba a alzarse sobre cotas fuera de visión, creando una gigantesca meseta, irradiante de profusa luz fosforescente. Y sobre aquel extraño milagro de la naturaleza, se hallaba Taira, con una sonrisa tintada por la luz trémula y verdosa de los tallos en crecimiento. Y siguió ascendiendo durante incontables metros, hasta que las criaturas en la superficie no fueron más que diminutos puntos en la lejanía. Pequeñas motas oscuras que gruñían furiosas por la presa perdida. Pero entonces, se detuvo.

A lo lejos, las grotescas criaturas ya comenzaban a trepar por el tallo gigante, derramando su savia – por supuesto corrosiva – al hendir en él las tan punzantes garras. Y más lejos aún; en el horizonte, casi; una extraña y retorcida estructura orgánica empezó a surgir del propio suelo: Quimera no parecía querer quedarse atrás. La ingente acumulación de materia orgánica de la cual se componía semejante monstruosidad comenzó entonces a tomar forma, tornándose progresivamente en un abominable castillo de muy discutibles proporciones.

Poseía una vaga grieta en la “planta baja”, a modo de improvisada puerta principal; y sus desfiguradas torres – dos – presentaban síntomas de desafiar gravemente las leyes de la gravedad, torciéndose a un lado u otro según les pareciera a cada momento. Por su parte, las grietas del suelo siguieron ampliándose, incrementando así la marabunta de seres de pesadilla que se abalanzaban sobre la elevación iridiscente. Una marea que no parecía parar de crecer.

Justo entonces, el Fracción dio un paso al frente, asomándose al borde de la gigantesca meseta de vegetación fosforescente en que se encontraba. Debía de tener un par de kilómetros de diámetro, al haberse expandido de vertiginosa manera, ensanchándose cual embudo a medido que crecía.

— ¡Jijijijiji…! — una aguda y desquiciada risita salió de sus labios, separados entre sí para mostrar el blancor de una sonrisa escalofriante. — Muy poco original, Quimera. — reprendió. Su voz sonaba distinta, ligeramente distorsionada; y sus negros ojos permanecían abiertos en un ángulo imposible, como si fuera a tragarse el mundo que contemplaba. — ¡¡Ahora lo comprobarás!!¡¡Sííííí…!!!¡Lo comprobarás…! — no parecía ser dueño de las palabras que salían de su boca; como si una bestia interior estuviese tomando el control de sus ya de por sí incontrolables acciones. Estaba completamente desbocado. Desquiciado. — Y ahora sufre en tus carnes…¡¡¡el poder de la demenciaaaaaa!!!

Y el mundo comenzó a temblar a su alrededor, presa de la fanática voluntad del Hideyori. Las gritas comenzaron a cerrarse, aplastando a los abominables seres en su interior; y de cielo comenzó a caer una gigantesca y pétrea estructura, aterrizando justo en el centro del enorme tallo fosforescente. Se trataba de un castillo. Un extraño castillo en cuya superficie no se podían atisbar más que torres, almenas, y torres almenadas. Y en cada almena de los muros de obsidiana del edificio; un figura armada con arco y flechas. Ambas ellas fosforescentes, por supuesto. Por su parte, el suelo en las inmediaciones del susodicho coloso azabache se llenó de nuevos brotes luminiscentes, esta vez de tonalidades entre rojizas y purpúreas. Y pronto crecieron, germinando sus frutos en forma de cientos de soldados de granates armaduras: la guardia Hideyori, antaño reducida a la nada por el propio Taira, y que ahora renacía de sus recuerdos para luchar contra la infestada horda de Quimera.

— ¿Pero…¡por qué!? ¿¡¡Por qué sucede estooo!!? ¡Este es mi mundo! ¡¡Míoooo!! — Quimera parecía incrédula, fuera de sí — ¡¡Nadie más que yo puede moldear mi realidad!! ¡¡Nadieeeee!! ¿¿¡¡Qué demonios significa estoo!!??

Taira soltó una grotesca carcajada. Parecía que aquel ser demente en que se había convertido disfrutaba con la desesperación de su presa. Era inevitable que se deleitase en contestar a sus exclamaciones:

— Te lo explicaré, pequeña. Pero será muy rápido, así que presta atención. — levantó el dedo índice derecho, como si estuviera a punto de recalcar algo de importancia. — ¡¡Sin embargooo…!! Eso significará que tendré que ir a por ti antes de lo previsto…¡¿Comprendes!? ¡¡¡Jijijijiji…!!! ¡ Esto es de locoooos…! ¡¡Síiii, de locooos…!! — de repente, se percató de que las grietas que acababa de cerrar volvían a abrirse, expeliendo más y más criaturas hambrientas. — Chica malaa…¡¡eso no se hace!!

Y, tras un simple chasqueo de dedos, algo más apareció en el cielo. En un principio, parecía una mera acumulación de nubes; un simple fenómeno meteorológico que poco a poco iba tomando forma. Entonces, y de entre la densa neblina que ocupaba el cielo a su alrededor, un descomunal gato, portador de una olla de aceite hirviendo – de iguales proporciones – apareció. Tenía botones por ojos, lo que haría difícil a cualquiera presente el distinguir hacia donde dirigía la malévola sonrisa.

— Vamos gatito…vamos…¡Vuélcalooo!! — y el animal obedeció, derramando el contenido hirviente de la olla sobre las endemoniadas hordas. — ¡Sííííí…! — se felicitó a sí mismo el Fracción. Había logrado acabar con gran parte de la última oleada. Seguidamente, prosiguió con su explicación:

— Pues verás… — comenzó. — Lo creas o no, logré armonizar mi alma con la tuya, poniéndolas en sintonía, y logrando así acceder a este tu mundo. — se detuvo, parecía pensativo. — Miento. Este no es tu mundo. — volvió a parar. — Es nuestro mundo…

— ¡No puede ser…! ¡No pue…!

— Déjame acabar, pequeña… — interrumpió. — el caso es que, hasta que uno de los dos acabe con el otro, este mundo poseerá dos “Dioses”: tú y yo. — calló por un momento, para luego añadir: — Pero tranquila; que esto no durará. Ahora mismo voy a por ti.

Y, al momento siguiente, volvieron a caer cosas del cielo. Esta vez un par de gigantescos pilares de piedra, que se hundieron en la verdosa superficie frente al Fracción, separados por unas decenas de metros; además de lo que parecía un amplísimo armario de madera. Taira se dirigió a este último; ignorando el letrero que anunciaba: “Propiedad de Tatsuya Kenzo, 4º Espada. No abrir.”

Así pues, y tras varios minutos de revolver entre montañas de ropa interior - tanto masculina como femenina - halló lo que encontraba: una braga-faja, color carne, y de dimensiones extraordinarias. “¡Bingo!”. Exclamó para sí mismo Taira, al tiempo que ponía a prueba la sublime elasticidad de las mismas, al agarrar cada uno de los extremos a un pilar; y quedando, pues, tensa entre las dos, cual tirachinas gigante.

— ¡Sooooooooldadooos…! — exclamó. Al instante, cerca de un centenar de guerreros embutidos en rojizas armaduras se acercaron a la posición de disparo, estirando de la prenda íntima hacia atrás, y tensándola más allá de cualquier límite razonable. Taira se colocó en posición. — Allá voy, pequeña… — fue lo último que se le escuchó pronunciar antes de salir disparado en dirección a la retorcida fortaleza orgánica de Quimera; frente a la suya propia.

Y tras varios minutos de vuelo, sobre lo que se había convertido en un improvisado campo de batalla entre los dos ejércitos – bestias y guardias Hideyori – el arrancar de mirada ambarina aterrizó, con magistral precisión, frente a la puerta del deforme castillo de su enemiga.

— Bueeeno, pequeña, aquí me tienes. — Suspiró, al tiempo que entraba por la oscuridad de la grieta hacia el interior del edificio. — Jugaremos a tu manera...— comentó resignado — pero no creas que eso va a salvarte...
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Mensaje por Hideyori Taira Vie Dic 17, 2010 11:15 am

Entre la oscuridad de los latentes pasillos de aquel castillo orgánico, el aún alocado Taira caminaba lentamente, como receloso. Sabía bien que aquella aventura resultaba surrealista y peligrosa a partes iguales, pese a que aquel mundo en que se encontraba no era más que una proyección del mundo interior de Quimera; y su propio cuerpo material se encontraba sobre las sábanas de su aposento en la 9º Sección. Porque lo había dejado todo atrás…

En su empeño por sintonizar su alma con la de la macabra bestia, con el fin de lograr someterla a sus designios; Taira había abandonado su cuerpo real, material, y se había sumergido en una realidad en que, por suerte o por desgracia, las leyes que rigen lo posible y lo imposible eran sorteadas una y otra vez de flagrante manera.

Como él mismo había comunicado a su oponente, Quimera, ambos eran dioses en aquella realidad, como alfareros de una realidad moldeada y deformada según sus antojos y conveniencias. En definitiva: una gran locura. Y más aún ahora que los pasos del Hideyori le llevaban directo a las entrañas de los dominios de Quimera; donde ella sería la anfitriona, y donde de seguro iba a deleitarse en prepararle toda clase de sorpresas non gratas. El problema era que llegados a aquel punto, Taira no tenía ya mayor opción que seguir adelante y someter a aquella alma desquiciada.

Fuera como fuese, el por aquel entonces Fracción y dirigente de la 9º Sección continuó con su camino, ocupando su mente a partes iguales con mantener la atención en su entorno, y con tratar de traer de vuelta a su “yo” más prudente y –dentro de lo que cabe esperar – racional.

Mientras, sus pasos le llevaron al final de aquel lúgubre pasaje para internarlo en una sala discutiblemente iluminada. Obviando las ya repetitivas decoraciones macabras del lugar, Taira centró su atención en dos puntos de la estancia:

Por una parte, y justo en el extremo opuesto en el que él se encontraba, había una abertura en la pared, que parecía llevar hacia unas escaleras ascendentes. “Bien”, pensó. “Ya sé por dónde he de seguir” . Pero antes de ello, debía analizar el segundo “ente” de interés. Y es que justo entre la puerta y el arrancar, había algo más. Para ser precisos, “alguien” más.

Por la silueta de su cuerpo y la larga melena de color cobrizo, enseguida quedó en evidencia que se trataba de una mujer. Y una de gran atractivo físico, cabría destacar. Y lentamente, la mujer alzó la cabeza, redirigiendo la mirada hacia el Hideyori. Y entonces él supo que la conocía.

Aquellos ojos corales como lienzo de una mirada oscura y perversa; aquellos labios y aquel gesto seductor le delataban descaradamente:

— ¿¡¡Carolyn…!!? — exclamó. — ¿¡Pero qué demonios haces tú aquí!? — el gesto de la mujer cambió de inmediato a un tono más severo.

— ¿Qué clase de modales son esos, Hideyori? ¡Deberías tratar con más respeto a una mujer! Sobre todo a una de mi status y…belleza… — y acompañó la última palabra con un guiño seductor, muy en desacuerdo con la tónica general del mensaje. Taira no puedo evitar enarcar una ceja. Aquello era incluso más surrealista de lo que él hubiera imaginado. ¿Por qué iba a estar ella en un sitio como ese? A menos que…


— Deja que te explique, Hideyori, ya que veo que aún andas desconcertado. —
de nuevo, aquella ya conocida voz ambigua resonó entre las propias paredes de la estancia, que parecía rezumar con vida propia. — Te he preparado un juego que espero que te guste. Yo lo llamo…”El toque del olvido”. —la ceja de Taira, antes enarcada, se perdió aún más por debajo de su flequillo, casi desapareciendo por completo a la vista. — Las reglas son simples: Si tocas a alguien, perderás para siempre todos los recuerdos relacionados con esa persona. Y deja que te lo repita…para siempre… — una pausa —¿Querías llegar ante mí, verdad? Pues prepárate, porque si quieres recordar siquiera quién eres cuando vuelvas a tu mundo, tendrás que esforzarte en llegar hasta mí sin dejar que ninguno de mis peones te toque. Eso, claro está, suponiendo que consigas volver…

El Hideyori se llevó la mano al mentón. “Curioso” , pensó. No es que le fuese a resultar dramático olvidar todos sus recuerdos acerca de Carolyn, pero era más que probable que tras ella vinieran otros tantos personajes para él conocidos; y no tenía ninguna intención de regresar a casa con la mitad de sus recuerdos borrados de por vida. Así que pensó con asombrosa celeridad durante unos segundos, tratando de hallar la manera de solventar aquella piedra en su camino. La abertura en la pared era estrecha; y si la falsa Carolyn se empeñaba en permanecer quieta en su posición, nada podría hacer Taira para evitarlo y seguir adelante. Tenía que encontrar la manera… Al fin y al cabo, y pese a hallarse en los dominios de Quimera, aún se podía tomar algunas licencias. Además, ¡qué demonios! ¡Las personas que de ahora en adelante apareciesen vendrían de sus propios recuerdos…! Quizás sólo hiciera falta deformar un poco aquellos recuerdos. Trastocarlos; caricaturizarlos, incluso, con sus rasgos más notables; y aprovecharse de las debilidades que con ellos surgieran. Bien pensado, la locura que día y noche le acosaba podría resultar muy útil en una situación como aquella. Sólo tenía que dejar que su alter ego demente tomase las riendas durante unos minutos, y su concepción de cualquier persona en su camino se retorcería con asombrosa facilidad. O al menos, en teoría. Era imposible saber cómo acabarían las cosas cuando el “verdadero” Taira mostraba su cara al mundo. Se trataba, simplemente, de alguien demasiado imprevisible; ininteligible…

— Allá vamos…Tú lo has querido…—
susurró, casi para sí mismo. En un comienzo, nada pareció cambiar. Al fin y al cabo, aquel lugar debía seguir siendo el mismo fuera cual fuera el estado mental del Hideyori. ¿O no…?

Sí, y no. La realidad tal y como Taira la percibía no cambió ni un ápice. Todo era tan real como unos segundos antes. Tan verídico. La única diferencia estribaba en una presencia que se posaba ahora sobre su pie derecho: Un conejo blanco de azules bigotes. El inconfundible Watson; signo inequívoco del inicio de la demencia del Fracción; aunque él no lo percibiera como tal. Para Taira, el conejo era tan real – o más – que el resto de cosas que le rodeaban. Notaba a la perfección su peso sobre su pie derecho, y el pequeño ruidito de roedor que hacía al intentar trepar por su pierna. Por no hablar de sus pensamientos, que se mostraban tan nítidos en la mente del Hideyori como si fueran los suyos propios.

—Lo sé, Watson, lo sé…—
comentó en voz baja. — Ya sé cómo ocuparme de esto. —y sonrió a Carolyn, que parecía haberse tomado con enfado que la hubieran dejado al margen de la situación durante tanto tiempo. Estaba desenvainando su zampakutou.

— ¿Me estás mirando, Hideyori?¡¿Cómo osas!? ¡Te mataré! ¡No tienes derecho a posar los ojos sobre la preferida de Okami-sama! ¡¡No lo tienes…!! —
sus facciones se volvieron más oscuras, amenazantes. — ¡Que no te atrevas, te digo! ¡Okami te matará si intentas algo contra mí!¡ Te matará y después alimentará a sus bestias contigo! ¡Lo juro! — aferró su arma con las dos manos, preparándose para lanzarse al ataque. Entonces Taira señaló a otro punto de la estancia, donde un bloque amorfo de masa viscosa se revolvía, como tomando forma humanoide, a voluntad de Taira. La figura en sí no era perfecta, ni siquiera era realista. No era más que un pegote sinsentido de huesos y tendones que se retorcían entre sí, en una forma repugnante y ciertamente poco estilística. Sin duda se trataba de…

— ¡¡Meeekheeeet…!!!! ¡Túuuuu…! ¡¡Lucian, tú tomaste el cuerpo de Okami…!! ¡Debes morir! —
como por arte de magia, Taira pareció desaparecer a los ojos de Carolyn. Ahora ella estaba pendiente por completo de aquella errática estructura informe creada con tal propósito.

Así, y mientras Carolyn se lanzaba sin piedad contra su imaginario enemigo, Taira aprovechó para atravesar la estancia sin mayor dilación y proseguir su camino hacia el siguiente desafío que Quimera tuviese bien en plantearle. Ahora su paso era rápido, sus pulsaciones agitadas. Como un cáncer, la locura tomaba más el control de su ser a cada segundo que pasaba, lo que empezaba a ser preocupante. No habría vuelta atrás si conseguía dominarlo por completo. Pero ahora la necesitaba. Necesitaba de Watson y de su propia demencia para superar las pruebas de Quimera, doblegarla, y salir de aquel lugar.

Así, y mientras seguía ascendiendo por la escabrosa escalera de caracol, sintió la oleada de poder proveniente de la Resurrección de Carolyn decenas de metros por debajo suya. Desde luego, debía estar ensañándose con el putrefacto monigote de carne.

Pero no había tiempo para pensar en ello. Las escaleras se acababan; llevándole a una nueva estancia, similar a la anterior. La misma dimensión, la misma abertura. Pero frente a él, otra figura femenina; distinta a la anterior en poder y apariencia, aguardaba, como una loba que acecha a su presa en la oscuridad…
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